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Nota del Autor:
En este capítulo aparecerán referencias a la impresionante historieta de Germán Oesterheld, titulada "El Eternauta". Gracias a esta obra maestra, muchos Argentinos comenzamos a imaginar de verdad.

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Capítulo 4
Nuevos Agentes

Arnold era feliz.

Flotaba. Su mente vagaba en un suave océano de quietud. No existía Arriba o Abajo, ni siquiera Izquierdas o Derechas. No había Dimensiones excepto la propia. Todo a su alrededor era absolutamente negro, pero un negro tan profundo e intenso que, de alguna manera inexplicable, llevaba paz y tranquilidad a su ser.

Simplemente se limitaba a flotar. No sabía en qué dirección, puesto que no había nada que sirviese como punto de referencia. Tal vez ahora él estuviese viajando a miles de kilómetros por hora, a mundos fantásticos jamás imaginados, pero si acaso eso fuera lo que estuviese ocurriendo, él no se preocupaba por ello.

De repente, un punto de referencia surgió en el invisible horizonte: un par de estrellas azules. Arnold reparó en ellas y notó que se hacían cada vez más grandes. Se acercaban.

Creyó oír algo: un rugido constante, como la turbina de un poderoso avión de combate. Pero era un sonido lejano; tan lejano como aquellos puntos de luz que se acercaban cada vez más.

Arnold comenzó a preocuparse. Aquello le recordaba algo. ¿Qué sería? Descubrió que no podía pensar con toda claridad. Hasta aquel momento ni siquiera lo había intentado. Todo estaba tan bien...

Observó los puntos azules. Algo en aquel imparable movimiento hizo que se estremeciera hasta el último milímetro de piel de su cuerpo. Aquellas luces se acercaban a velocidades imposibles. El rugido aumentaba y se volvía ensordecedor. Y cuando su desesperación llegaba a un pico, Arnold detectó, aterrado, que aquellas dos luces se encontraban detrás de un conocido par de gafas.

Las luces. El ruido. El dolor.

¡PHOEBE! —gritó Arnold, despertando en una habitación desconocida. En los pocos segundos que duró su estado consciente observó que Helga, Gerald e Iggy estaban a su alrededor, junto con un par de hombres adultos que, por algún motivo que Arnold no alcanzó a procesar, juraba haber visto antes.

Arnold perdió la consciencia y volvió a caer sobre la cama del ala de enfermería de los Hombres de Negro.

—¿Cuántas veces más va a hacer eso? —preguntó Helga, muy despacio— Yo ya conté tres.

El agente Kay ni siquiera parpadeó.

—Las veces que haga falta hasta que se recobre —explicó—. Aunque no debería faltar mucho. Sus signos vitales están en orden.

Nadie respondió a las palabras de Kay. Helga, Gerald e Iggy habían decidido hablar lo menos posible hasta saber bien en qué terreno estaban pisando. Desde el momento en que las puertas de aquel elevador se abrieron, los niños se habían sentido como perfectos extraños en un submundo aún más extraño.

Ya había pasado una hora desde que Arnold fue hallado en el callejón, y sólo después de otra hora más, y dos nuevos sobresaltos del muchacho, Arnold decidió abrir los ojos y pensar mucho antes de gritar.

Miró a su izquierda. Miró a su derecha. Cerró los ojos y procuró pensar que todo era parte de un sueño desquiciado.

Miró a su izquierda. Miró a su derecha. Cerró los ojos y se sintió tremendamente desilusionado.

—¿Qué está pasando aquí? —murmuró.

—Pues, nosotros queremos saber lo mismo, viejo —repuso Gerald.

¿Queremos? —cuestionó Iggy.

—Claro que queremos, imbécil —atacó Helga.

Iggy miró a otro lado, pensando en todas las cosas normales y aburridas que estaría haciendo en aquel momento si no hubiera decidido ayudar a Helga Pataki. Se sintió muy desdichado de sí mismo.

—Bien, Arnold —dijo Kay, tomando asiento junto a la cama—, ya le hemos explicado a tus amigos una pequeña parte del caso, pero no nos importará repetirlo para ti.

"Piensa por un momento en todas las películas de extraterrestres que has visto. Piensa en todos los episodios de los Expedientes Z. Dime¿alguna vez te has preguntado, Qué Pasaría Si Fuese Verdad?

Arnold miró a Kay a los ojos. Parpadeó.

—Tal vez —admitió—. Seguramente. Pero¿qué tiene que—?

Es verdad —interrumpió Kay.

Arnold mantuvo la mirada en Kay, pero su mente comenzó a divagar. Regresó a la Lógica justo a tiempo para escuchar al hombre junto a él.

—Deja que te explique la situación —dijo Kay, lanzando un gran suspiro, preámbulo de un largo monólogo.

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Phoebe abrió los ojos. Ya no brillaban.

No se molestó en preguntarse qué estaba haciendo en la azotea de uno de los edificios más altos de la ciudad. Lo sabía, pues aún en su estado de descontrol podía ver y oír todo cuanto le rodeaba.

Intentó moverse, pero sus brazos y piernas le dolían. Apenas si consiguió sacar lágrimas de sus ojos. Intentaba no pensar en Arnold; en lo que le había hecho un par de horas atrás. ¿Por qué hacía esas cosas¿Qué estaba pasando con ella? Phoebe no estaba totalmente segura de querer saber la respuesta, pero había momentos en los que incluso el horror de la verdad sería mejor que un descontrol llevado por la ignorancia.

Tenía una sensación extraña. Sentía que debía visitar lugares. Sentía que tenía cosas pendientes por hacer. Y, sobre todo, sentía que debía buscar algo.

El cansancio podía con ella. Sentía sus párpados como si fueran de plomo, pero se resistía a dormir. Había descubierto que aquel monstruo en su interior, aquella cosa que le obligaba a actuar de un modo sobrenatural, se alimentaba de su energía, y por esa razón ella volvía a ser la misma de siempre cuando se sentía débil.

Pero dormir... descansar... eso sólo haría volver a la bestia. Phoebe no quería dormir. No quería que aquella cosa despertase en su interior.

La visión de Phoebe se volvió borrosa.

Intentó mantenerse erguida, su espalda apoyada contra un respiradero del edificio.

Se estaba muy cómodo allí, a la sombra provista por el respiradero.

Phoebe decidió dejar descansar sus ojos... pero el descanso se prolongó más allá de ellos.

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Los niños oyeron en silencio las explicaciones de Kay y Jay. Había quijadas caídas en todos ellos cuando las explicaciones culminaron, y sólo después de un extenso silencio Helga optó por hablar.

¿Extraterrestres? —preguntó.

—Sí, exactamente —asintió Jay.

Helga tuvo una horrible sensación. Pensó en su padre y en todo lo que diría si acaso algún día se enterase de todo aquello.

La visión de Helga se volvió aún más horrible al pensar en Phoebe. Helga había sido la primera en asociar los últimos conocimientos adquiridos al extraño comportamiento de su mejor amiga.

—Oigan, oigan, tiempo muerto, esperen —Helga tartamudeó—. Ustedes... ustedes buscaban a Phoebe.

—Sí —afirmó Kay.

—Pero... pero... ustedes buscan un extraterrestre —Helga lanzó una risita nerviosa—. Es decir, ustedes buscan una criatura del espacio, y Phoebe... bueno... Phoebe es muy Terrestre¿saben?

Pero a medida que Helga intentaba convencerse de que aquello que había deducido era falso, otra parte de su mente, y de la mente de sus compañeros, estaba descifrando la verdad.

Ningún Terrestre posee ojos azules como focos de luz.

No, pensó Helga, no es verdad. No puede ser verdad. Phoebe no es un extraterrestre. Jajaja, qué gracioso, Phoebe un extraterrestre. Imposible. La conozco desde que íbamos al jardín de niños, y ella me mostró fotografías de cuando recién había nacido. Phoebe no es extraterrestre.

—Su amiga Phoebe es extraterrestre —dijo Kay, y había tanta fuerza de veracidad en aquella declaración que borró inmediatamente todo pensamiento cuerdo en la mente de Helga.

—Eso no es verdad —Helga decidió darle batalla—. Conozco a Phoebe desde siempre. Ella es tan Terrestre como yo. Ustedes están locos.

—Ah, no negamos que Phoebe haya nacido en la Tierra —alegó Kay—, pero no por haber nacido en México una familia de Italianos dejará de respetar sus costumbres foráneas.

—Q–Quiere d–decir...

—Quiere decir —interrumpió Kay— que Phoebe Heyerdahl nació en la Tierra, pero de parte de padre alienígena. Phoebe es mitad Terrestre, mitad Extraterrestre.

—No es cierto —insistió Helga.

Kay suspiró y se inclinó un poco hacia Helga.

—Piensa en esto —susurró—¿una niña de nueve años puede hacerte levitar para arrojarte a un casillero?

Helga intentó taladrar los ojos de Kay con toda su lógica, pero hacía rato que la lógica de Helga había enseñado la bandera blanca.

—Santo... Cielo... —murmuró, atónita.

Sus amigos expresaron su sorpresa en una oleada de silencio tan profundo que podría haberse oído el rozar de pluma en un colchón. Fue hasta que la mente de Gerald le jugó una mala pasada a su propietario y dejó abiertas las puertas de su Subconsciente junto con un canal disponible en sus cuerdas vocales.

Dicho de otra forma, Gerald habló sin pensar.

¡En nombre de Pop Daddy, me enamoré de una chica alienígena!

Es curioso cómo la mente reacciona ante estas leves fallas humanas después, y solamente después, de que la persona en cuestión termina de llevar su pie a su boca. La mente de Gerald le dio una patada a su Subconsciente y le permitió a la Razón entrar a la sala de máquinas sólo para encontrarse con ambas manos aferrándose al cráneo y una mirada perdida en ambos ojos.

La Razón encendió las luces rojas de Alerta: Gerald se sonrojó.

—Uhm... ah... eh... ¿Eso lo dije, o lo pensé? —preguntó a sus compañeros, quienes le observaban con incredulidad. Helga, quien no esperaba más sorpresas por aquel día, decidió que aún no debía cerrar el libro de nominaciones.

—Arnold —interrumpió Kay, para beneficio de todos—, sería mejor que me expliques lo que ocurrió en el callejón. Nos ahorraremos muchas molestias.

Arnold observó a Kay, a Jay, luego a sus amigos. Notó que Gerald aún tenía las manos en ambos lados de la cabeza; seguramente la Razón no había destrabado esos comandos, todavía. Volvió a mirar a Kay.

Qué rayos, pensó Arnold: las cosas ya no pueden estar más retorcidas.

Comenzó a hablar.

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Phoebe abrió los ojos. Su campo de visión se había vuelto azulado, y aquello sólo significaba una cosa: había vuelto a dormirse.

Ni siquiera se molestó en darle batalla a la bestia que había despertado dentro de sí. Ya sabía que era una pérdida de tiempo y, especialmente, de energía. Mientras sus ojos destellasen de aquella manera, la voluntad de Phoebe era tan útil como un cenicero en una motocicleta. Así pues, dejó que aquella fuerza interior controlase su cuerpo y dispusiese de ella como quisiera. Sólo esperaba que nadie saliese herido en aquella ocasión.

Phoebe se puso de pie, o al menos eso fue lo que ordenó aquella cosa dentro de su cuerpo.

Observó en todas direcciones. Otra vez sintió la necesidad de visitar lugares y buscar algo. Podía presentir una forma vaga dentro de su mente, pero no conseguía enfocar la imagen. Sea lo que fuera aquello, Phoebe comprendía que la bestia en su interior podía verlo nítidamente.

Resignada, Phoebe decidió simplemente dejarse llevar.

Caminó hasta el borde de la azotea y miró hacia abajo. Decenas de pisos de altura mostraban una visión de vértigo que, por alguna razón, no produjo efecto alguno en Phoebe. Luego observó al frente y divisó la azotea del edificio al otro lado de la calle.

Ninguna persona normal se atrevería jamás a saltar los más de veinte metros que separaban ambas azoteas. Afortunadamente, Phoebe ya no era una persona normal.

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Arnold culminó el relato de lo ocurrido en el callejón. Narró cómo Iggy y él se toparon con Phoebe, cómo ella imploró ayuda a Arnold, cómo le pidió que huyese, y cómo despertó con ojos azules y una serie de reacciones muy violentas.

—Está obedeciendo a los instintos de su raza —comentó Kay tras una breve pausa.

—Pero¿qué raza? —criticó Helga— ¿Sería posible que dejaran temporalmente todos estos secretos y confiaran un poco en los mejores amigos de la persona que buscan?

—Son chicos muy persistentes, Kay —comentó Jay, sonriendo—. Creo que se merecen un premio.

—Sabes bien que las reglas son–

—¿Las reglas? Compañero, estos cuatro jóvenes descifraron el secreto del Neuralizador. Dime cuántas personas mayores han hecho eso hasta la fecha.

Kay mostró un gesto levemente grave de aquellos que no desean admitir una derrota.

—Bien, de acuerdo —suspiró—: Phoebe no lo sabe, pero su padre proviene de la antigua raza de los Minderianos. Una vez cada nueve años, los miembros de esta raza pasan por un período de descontrol mental durante el cuál su capacidad de razonamiento se ve aumentada. Los Minderianos son conocidos por ser una raza extremadamente inteligente y pacífica.

—Igual que Phoebe —murmuró Gerald.

—Phoebe no siempre ha sido pacífica —Arnold acotó—. ¿Recuerdan cuando era guardiana de pasillos?

Hubo un estremecimiento colectivo.

—Oh, ah, sí... Ciertamente, aquella vez vimos a una Phoebe bastante agresiva —admitió Helga.

—No me sorprende —continuó Kay—. Como ven, ella no es enteramente Humana, pero tampoco enteramente Minderiana. Así, ambas razas luchan en su interior buscando un balance, algo así como un acuerdo entre ambas partes. En los últimos nueve años ustedes han interactuado con una niña Humana con más inteligencia que los demás.

Helga se permitió un leve desliz de memoria: acababa de recordar que la pequeña Phoebe construía unas maravillosas estructuras con bloques de madera a la edad de cuatro.

—Pero ahora —continuó Kay—, Phoebe ha entrado a su primer período de descontrol, y nunca nadie le advirtió al respecto. Mientras está descontrolada, su mitad alienígena literalmente toma posesión de su cuerpo y la obliga a actuar fuera de sí.

—¿Y no hay forma de detenerlo? —preguntó Gerald, repentinamente olvidando fingir que Phoebe era nada más que una amiga.

—En general, los Minderianos puros no tienen mayores problemas para disipar su poder. Comprendan que todo lo que Phoebe haga en sus etapas de descontrol es producto de querer liberarse de toda su pena y frustración; y puedo adivinar que Phoebe ha sufrido mucha pena y frustración en los últimos nueve años.

Helga se permitió otro desliz de memoria: ahora se sentía un poco responsable de aquella actitud de Phoebe. Casi nueve años con Phoebe siendo algo así como una esclava a sus órdenes.

De repente, Helga se sintió muy vulnerable.

—Lo que hay que hacer —prosiguió Kay— es capturar a Phoebe y traerla a esta base. Aquí controlaremos su poder y le brindaremos las vitaminas necesarias para sobrevivir a su ataque...

—¡Alto, alto! —gritó Gerald— ¿Ha dicho "sobrevivir"?

Kay observó a Gerald con seriedad.

—He dicho "sobrevivir", sí —confirmó.

—¿Phoebe... va a...?

No —interrumpió Kay—. No, si la atrapamos pronto. Verán, su mitad Minderiana toma energía de su cuerpo durante el descontrol. Los Minderianos, por propiedades de su raza, poseen mucha más energía que los humanos.

—Y Phoebe es mitad y mitad... —murmuró Helga.

—Exacto. No contará con suficiente energía. Es necesario que la atrapemos cuanto antes. Cada segundo que pasa, su poder psíquico se hace más fuerte y...

—¡Un momento! —fue Iggy quien interrumpió ahora, tras un largo silencio de su parte— Usted no ha dicho "poder psíquico"¿o sí?

—Por supuesto que sí —dijo Kay—. Los Minderianos no son físicamente poderosos, pero sus mentes tienen más fuerza de la que imaginas. Phoebe posee poderes mentales, y es por eso que ocurren cosas extrañas a su alrededor. El uso de esos poderes genera un enorme gasto de energía, y es por eso que debemos dar con ella: cuanto más tiempo pase, más energía gastará.

La habitación se hundió en un horrible silencio. Los cuatro jóvenes pensaban en todo lo que acababan de oír. Deseaban que realmente fuese un mal sueño, pero, de algún modo, todo parecía encajar. Toda aquella fantasía tenía forma y masa, y podía aplicarse a la Realidad de todos los días.

Nueve años con Phoebe... y ellos nunca lo habían imaginado.

—Ahora saben la verdad —dijo Kay—. Ustedes quédense aquí; estarán a salvo.

—¿A dónde van? —preguntó Gerald al ver a Kay y a Jay caminar hacia la puerta de salida.

—A buscar a tu chica, galán —respondió Kay sin siquiera mirar atrás.

—¿Qué¡Esperen, yo también voy!

Gerald corrió hacia la puerta y se interpuso en el camino de los agentes.

—¡No voy a quedarme aquí mientras Phoebe está en peligro allá afuera! —declaró Gerald. Cuando uno descubre todo lo que él ha descubierto en los últimos minutos, confesar sentimientos resulta bastante más sencillo.

—Pero... —comenzó Kay, y fue inmediatamente interrumpido por Arnold.

—Un momento, si Gerald va a buscar a Phoebe, yo le ayudaré. Es mi mejor amigo.

—¡Y no se atreverán a dejarme de lado! —anunció Helga—. Da la casualidad de que Phoebe es mi mejor amiga, y si creen que voy a perderme la diversión, están muy equivocados.

Iggy observó al grupo a su alrededor y se encogió de hombros. Cuando uno mete ambas piernas en arena movediza, el único camino posible es hacia abajo.

—Ya, pues... —dijo—, yo también estoy en esto.

Kay les dirigió una mirada se recelo.

—¿Realmente creen que pueden manejar una situación así? —preguntó.

—Nosotros conocemos a Phoebe mejor que ustedes —dijo Helga.

—Y tal vez se muestre más tranquila si estamos presentes —agregó Arnold, mentalmente olvidando que Phoebe casi hace Cabeza de Balón a la Barbacoa con él.

—Son niños muy decididos, Kay, eso te lo aseguro —dijo Jay, disfrutando especialmente de la situación.

Kay se mantuvo en silencio durante largos segundos, analizando todo lo que estaba ocurriendo. En todos sus años conociendo habitantes de todos los rincones de la Galaxia, nunca hubiera imaginado que cuatro niños terrestres pudiesen llegar tan lejos en su curiosidad.

Había pocas cosas en el Universo que podían sorprender al agente Kay.

—De acuerdo, ustedes ganan. Pueden ayudarnos —dijo Kay—. Jay, tienes cinco horas para enseñarles todo lo que puedas.

—¡Cómo¡¿Yo! —se sorprendió Jay— ¿No tenemos un área de entrenamiento para eso?

—Muy lento, Galán; y no es apto para niños. Tú les enseñarás mejor. Confío en ti.

Jay tuvo un instante de dubitación, y luego su ego subió a la cima.

—Me voy —anunció Kay—. Tengo algunas cosas que hacer. Tú enséñales lo básico. Yo buscaré a Phoebe. Oh, y... Galán...

—¿Sí?

—No les des armamento pesado.

—¿Yo? Ni siquiera lo pensaría.

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Por fortuna, nadie reparó en la niña de nueve años que se trasladaba a lo largo de la ciudad, saltando de edificio en edificio con la versatilidad de una enorme pulga. La gente de estos tiempos prefiere ver al suelo, a los monitores de las computadoras o a las pantallas de los teléfonos celulares.

La gente ya no mira al cielo.

De no haber sido así, alguien tal vez hubiera dicho algo como "¡Rayos¿Has visto eso? Me pareció ver una persona saltando desde ese edificio de quince pisos hasta aquel otro de diecisiete".

Comentarios semejantes, sin embargo, terminarían en insultos de incredulidad y, en algunos casos extremos, en visitas al psicólogo más cercano.

Lo cierto es que sí había una persona saltando de edificio en edificio. Phoebe había ganado mucho terreno en la última media hora, pero era tiempo perdido. Ella sabía que aquello dentro de su ser estaba buscando algo, pero no podía definir qué cosa sería. En más de una ocasión observó que regresaba sobre sus pasos y volvía a aterrizar en azoteas que ya había visitado antes. Se sentía demasiado confundida como para pensar en profundidad.

Demasiado cansada para pensar.

Repentinamente, tanto la Phoebe de siempre como aquella criatura en su interior tuvieron el mismo pensamiento: Tengo Hambre.

Eso es lo realmente bueno de las decisiones unánimes: no importa si son decisiones correctas o no, lo que importa es que todos están de acuerdo en avanzar en una misma dirección.

Phoebe dejó que su cuerpo saltase al edificio más próximo. Sus pies hicieron contacto con la alta pared de la edificación, pero apenas se había apoyado en ésta que sus piernas volvieron a realizar un esfuerzo considerable, propulsando a la niña hacia la pared del edificio que acababa de abandonar. Así, saltando de una pared a la otra, Phoebe descendió hasta el nivel de la calle, donde se ocultó a la vista de los distraídos transeúntes al escabullirse por un callejón y perderse en sus sombras.

Avanzando en la oscuridad, Phoebe se detuvo un momento y tomó asiento en el polvoriento suelo, apoyando su espalda contra una deteriorada pared de ladrillos.

Cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, el brillo azul se había ido.

Phoebe gruñó una queja. Sus súbitos cambios de actitud se estaban volviendo muy molestos. Tomó un par de bocanadas de aire e intentó ponerse de pie, teniendo éxito al fin. Con una mano en la pared para servirle tanto de guía como de soporte, la niña avanzó hasta la entrada opuesta del callejón en el que se encontraba. Allí le esperaba una concurrida calle del Centro y una fiesta de aromas que se aprontó a deslizarse por sus fosas nasales. El olor a comida pronto encendió reservas de energía ocultas en su ser, y sintió que era hora de una merienda.

Lo más cercano a su posición era un puesto de perros calientes, algo así como un oasis en medio del caluroso desierto urbano. Pero la alegría de Phoebe duró muy poco, pues recordó que no traía dinero consigo. La idea de rogarle al vendedor por algo de comida le resultó mala; ya tenía la sospecha de que su orgullo estaba hecho trizas y no quería seguir machacándolo. Abatida y agotada, Phoebe dejó deslizar su espalda por la pared del edificio hasta que terminó sentada en las baldosas de la calle.

Phoebe estaba asustada, tenía hambre y sencillamente no sabía qué hacer, así que cerró los ojos, bajó la cabeza y comenzó a llorar en voz baja.

—Toma, pequeña...

Phoebe levantó la cabeza, asustada, y descubrió que un hombre que pasaba por allí tenía su mano extendida hacia ella y le ofrecía un billete de un dólar. Phoebe parpadeó, sorbió por la nariz y tartamudeó.

—S–Señor, yo...

—Tómalo, por favor —dijo el hombre—. Cómprate algo para comer.

Phoebe titubeó, pero aceptó la limosna. Cuando el hombre se alejó, Phoebe reparó en la suciedad de sus manos. Acababa de darse cuenta que en las últimas horas había estado pasando por callejones sucios, saltando de aquí para allá, arrastrándose por paredes y quién sabía qué otras cosas más. Observó sus ropas y advirtió que estaban sucias y levemente rasgadas; incluso sus piernas tenían un par de cortes leves, producto de una serie de saltos no totalmente exitosos casi al comienzo de su odisea.

Volvió a mirar el billete en sus manos. Comprendió que debía verse como una vagabunda.

Suspiró. En fin... ahora tenía un dólar, y eso le daba derecho a un perro caliente. Había veces que era mejor tragarse el orgullo.

Le costó un poco ponerse de pie, pero consiguió caminar hasta el carrito de perros calientes. El vendedor le había estado observando desde hacía rato con creciente curiosidad.

—Un perro caliente, por favor —musitó Phoebe, extendiendo el billete de un dólar.

Hubo algo en esa voz que hizo saltar lágrimas de compasión en el vendedor.

—Guarda tu dinero, pequeña —dijo—. Por esta vez, la casa invita. Y agregaré una gaseosa.

Phoebe estaba a punto de sonreír, pero algo parecido a una cuchillada en su estómago le hizo retorcerse repentinamente. Una mano se precipitó a su barriga mientras la otra se aferró a un borde del carrito de perros calientes. Phoebe cerró fuertemente los ojos a causa de la punzada de dolor.

—¡Niña, niña¿Estás bien? —preguntó el vendedor.

Phoebe abrió los ojos. Todo se veía azul.

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Aquella habitación solía ser una pequeña sala de reuniones menores, pero Jay se las arregló para convertirla en un aula de clases. Arnold, Gerald, Helga e Iggy tomaban asiento en los escritorios de la primer (y única) fila. Al frente, Jay movía una curiosa tiza metálica sobre la negra superficie de un aún más curioso pizarrón, y a su paso la tiza metálica dejaba hermosos trazos luminosos que podrían haber sido perfectamente vistos desde la última hipotética fila de aquella habitación.

—Muy bien, muchachos... Seré su profesor, el señor Jay, pero pueden decirme "Jay".

—Oh, vaya... —murmuró Helga.

—Veamos, tengo cinco horas para enseñarles todo lo que pueda respecto a nuestra organización. Emplearemos la primer hora con una breve reseña de los orígenes de los Hombres de Negro, para así–

—¿Cómo va a ayudarnos esto a encontrar a Phoebe? —preguntó Gerald, quien no deseaba aprender Historia en momentos así.

—Si van a ayudarnos —respondió Jay— entonces será mucho más fácil si no estorban con preguntas tontas. Es mejor que sepan de antemano algunas realidades respecto a lo que ustedes suponen "Las Cosas de Todos los Días".

—Yo sólo preguntaba... —Gerald se acurrucó en su asiento, un poco avergonzado.

—¡Bien! —Jay volvió al tema—. La historia de los Hombres de Negro comienza hace unas pocas décadas atrás, cuando...

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La central de comunicaciones de aquella base de los Hombres de Negro no era ni una décima de impresionante que la base central, en Nueva York. Kay y Jay habían viajado a Hillwood especialmente para tratar el caso de Phoebe, y había algunas diferencias notables.

Para empezar, los Gemelos no estaban allí, y eso quería decir que los Hombres de Negro de Hillwood no estaban sometidos al calendario Centuriano. Aquello no fue sino una enorme alegría para Jay.

Tampoco estaba Frank, aunque Hillwood tenía su propia colección de informantes y chismosos. Jay le había prometido a Frank que le llevaría un poco de la famosa carne de Green, a lo que Frank había respondido algo como "¿Crees que soy un perro, o algo así?"; aunque terminó aceptando.

Los Gusanos, eso sí. Allí estaba la verdadera diferencia. En la base de Hillwood el café estaba totalmente disponible para el personal. No había Gusanos monopolizadores de cafeína. Kay no lo admitía, pero llegaba a extrañar a esas alimañas; aunque la idea de poder beber una buena taza de café sin oír el canturreo del cuarteto cafetero era sumamente tentadora. Los Gusanos habían incluso estado presentes para despedir a Kay y Jay justo antes de que partiesen hacia Hillwood. Jay aún recordaba el sabio consejo que le dieron: "No bebas descafeinado, amigo..."

Pero si acaso Kay esperaba evitar los quejidos directos del jefe, Zed (palabra inglesa que significa "Zeta"), estaba muy equivocado.

—¡Kay! ¿Qué quieres decir con eso de que Jay está entrenando a cuatro niños para ser agentes?

Zed había arribado a Hillwood hacía apenas menos de media hora. El caso de Phoebe era mucho más importante de lo que se había pensado en un principio, pero estos detalles aún no serían revelados.

—Ten calma, Zed —Kay intentó tranquilizarlo—. No son niños normales. Son amigos de Phoebe.

—¡Eso no tiene importancia!

—Sospecho que tiene más importancia de la que crees —comentó Kay—. ¿Sabes? Esos niños son más listos de lo que aparentan, especialmente la chica. Creo que pueden ayudarnos a encontrar a Phoebe.

—Tendrás que dar mejores razones que esas —criticó Zed—. ¡Cuatro niños! No puedo creerlo...

—Si no puedes creer que unos cuantos niños sean peligrosos, deberías ver lo que hizo una niña de nueve años de edad —anunció una tercera persona; una mujer.

Kay y Zed voltearon sus miradas hacia la figura de Elle (palabra inglesa que significa "Ele"). Ella había viajado junto con Zed, asignada para monitorear la salud de Phoebe una vez capturada. Por el momento sólo se preocupaba de recibir mensajes junto con Aglax y Xalga, quienes si bien no eran tan eficientes como los Gemelos, eran excelentes para manejar el complejo teclado de la computadora principal.

Aglax y Xalga eran hermanos por diferencia de minutos. Gemelos, de acuerdo, aunque no eran Centurianos. Provenían de un antiguo planeta que alguna vez fuera invadido y sometido por un ente que su raza había denominado "Ellos". Los "Ellos" habían esclavizado a los "Manos", como así habían sido denominados cuando un grupo de sobrevivientes Argentinos tuvo su primer contacto con ellos durante una invasión en 1963. La denominación provenía de las manos de aquellos invasores a la fuerza: imaginen una persona normal, adulta, con las facciones del rostro levemente puntiagudas y con un par de manos con centenares de dedos, comenzando por un pulgar común y corriente y luego extendiéndose más allá del meñique, a lo largo del brazo, uno detrás del otro.

Los "Manos" estaban obligados a obedecer ciegamente a los "Ellos", ya que los "Ellos" les habían implantado una glándula de terror. La misma se activaba cuando un "Mano" sentía una acometida de miedo, y causaba la expulsión de un terrible veneno que pronto recorría al "Mano", destruyéndolo por dentro.

Gracias a la ayuda de otras razas, los Hombres de Negro, por aquel entonces un muy reducido e inexperto grupo de no más de veinte personas, consiguió dar lucha a los "Ellos" y a sus criaturas esclavas, y así liberaron a los "Manos" de la prisión de sus propios cuerpos. Agradecidos, la raza de los "Manos", que por naturaleza propia es pacífica y amigable, se comprometió a ayudar a los Hombres de Negro en cuanto fuese posible.

Aquella invasión en 1963 fue una de las más terribles de la historia. Tras mucho luchar con los "Ellos", ahora los Hombres de Negro debían convencer a todo un planeta que todas las desgracias ocurridas en las últimas semanas se habían debido a series de terremotos y una eventual lluvia radioactiva.

Las hábiles manos de Xalga y Aglax recorrían el complejo teclado, presionando botones con cientos y cientos de incansables dedos. El mayor de los hermanos, Xalga, volteó su mirada mansa y su sonrisa de aparente ancianidad hacia Kay, Zed y Elle.

—Es algo triste, mis amigos —habló Xalga—, ver lo que esa pobre niña se ha visto obligada a hacer.

—Infórmanos —ordenó Zed, acudiendo a la consola principal junto con Kay y Elle.

—Un vendedor ambulante de comida humana ha sido atacado por una niña pequeña —informó Aglax—. Fue en la intersección de Salvo y Oesterheld. Una niña con ojos muy brillantes, según cuentan testigos.

¡Phoebe! —clamó Kay— ¿Han enviado a alguien?

—Un grupo de limpieza está a punto de llegar al lugar —indicó Elle.

—Diles que no neuralizen a nadie, pero que mantengan el lugar inaccesible a los civiles —ordenó Zed—. Que retengan a los testigos. Kay¿puedes ir al lugar cuanto antes?

—Sí —confirmó el mencionado—, pero Jay está entrenando a los niños. ¿Elle, puedes venir?

Elle asintió y se marchó junto con Kay, dejando a Zed con los gemelos Xalga y Aglax.

—Intersección de Salvo y Oesterheld —repitió Aglax, muy lentamente—. ¿Esos nombres no te recuerdan nada, hermano?

—Tal vez los he oído antes... en alguna crónica de tiempos pasados —respondió Xalga.

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(Continuará...)