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Capítulo
5
El
imposible sueño de Phoebe
Phoebe había abierto los ojos para descubrir que el brillo azul se había marchado. Además, sintió que podía moverse libremente, así que lo hizo. Tomando un leve impulso, irguió su cuerpo y se sentó en la enorme y cómoda cama en la que se encontraba.
Demoró unos segundos en comprender que aquello no podía ser posible. Luego de su ataque al puesto de perros calientes y de haber tomado muchas muestras alimenticias, la bestia dentro de su cuerpo le había forzado a esconderse en un oscuro callejón.
Definitivamente, Phoebe ya no se encontraba en un oscuro callejón.
¿Qué era aquel sitio? La habitación era enorme y estaba oculta en una extraña semi–penumbra, iluminada por extraños artefactos que colgaban de las paredes, similares a antorchas y lámparas de aceite, pero con una potente llama celeste en lugar del tradicional fuego anaranjado.
La cama también era enorme, y estaba totalmente cubierta por cientos de los almohadones más grandes, suaves y finos que Phoebe hubiese visto en toda su vida. A su alrededor notaba otros muebles de inmaculada belleza y forma. Había algo en ellos que le recordaba a la niña sus visitas a los museos arqueológicos.
Un nuevo vistazo a las paredes llevó al descubrimiento de pinturas en su superficie. Aquello ya era más reconocible, y Phoebe los relacionó con jeroglíficos de pirámides y edificios Egipcios.
Algo hizo clic en la mente de Phoebe Heyerdahl...
Por primera vez desde que despertó, Phoebe se observó a sí misma, a las ropas que llevaba puesta. Consistía en una hermosa túnica blanca con detalles de escarabajos dorados. Phoebe examinó los escarabajos y descubrió que realmente eran de oro puro. Sorprendida, la niña reparó en los brazaletes, muñequeras y tobilleras que llevaba puesta: todos ellos eran representaciones de serpientes, escarabajos y otros símbolos del antiguo Egipto; y cada uno de ellos no sólo estaba hecho del más puro de los oros, sino que además tenían valiosísimas joyas incrustadas.
Tratando de no dejarse llevar por una repentina oleada de pánico, Phoebe exploró la enorme habitación hasta que halló lo que buscaba: un enorme espejo de cuerpo completo. En realidad se trataba de una gran plancha de bronce que había sido pulida hasta reflejar lo que tuviese frente a ella, pero para el caso era más que suficiente.
Phoebe se observó a sí misma en el espejo. Lo que vio la dejó sin habla durante largo rato.
Allí estaba ella, vistiendo la túnica blanca y todos los accesorios de lujo en sus brazos y piernas, pero había más. Phoebe llevaba una gargantilla dorada con un enorme rubí al frente e innumerables y diminutos zafiros todo alrededor. Tenía un par de aretes que, no hacía falta examinarlos en detalle, eran representaciones de escarabajos en joyas cuidadosamente talladas. Phoebe aún tenía gafas, pero éstas también habían sido engarzadas con toda clase de tesoros. Detrás de las gafas, los ojos de Phoebe habían sido maquillados con sombra, y ahora parecían dos huecos en el Cosmos.
Sobre su frente reposaba una tiara de brillantes con adornos de escarabajos y, al frente, la cabeza erguida de una serpiente cobra. El destello en los pequeños ojos de la cobra provenía de los pequeños rubíes que ocupaban esas cuencas.
Phoebe mantuvo su mirada en el reflejo durante mucho tiempo, incapaz de comprender qué estaba ocurriendo. Fue entonces que unas enormes puertas, invisibles hasta entonces para la muchacha, se abrieron de par en par. Phoebe lanzó un gritito de sorpresa, y cuando se volvió para mirar descubrió una pequeña tropa de soldados entrando a la habitación. Todos vestían ropas típicas de los guardias Egipcios de la antigüedad.
El soldado al frente del pequeño pelotón, de apariencia más importante que el resto y seguramente el líder del grupo, avanzó hasta quedar justo frente a Phoebe. Luego se inclinó ante la niña, agachando la cabeza y apoyando una rodilla en la lujosa alfombra que cubría el piso de piedra.
—Buenos días, oh, Princesa del Nilo —dijo el líder. Lo que más sorprendió a Phoebe fue que aquel hombre le había hablado en un lenguaje totalmente desconocido para ella, y sin embargo había entendido cada palabra del mismo.
—Está usted equivocado —dijo Phoebe, jadeando en sorpresa al oírse a sí misma hablar en aquel misterioso lenguaje con total perfección.
—Estoy equivocado si así usted lo declara, oh, Joven Fruto del Desierto —sentenció el líder—. Pero no he de demorarme en mi misión. Su inmaculada presencia es requerida en la Pirámide de la Noche, oh, Señora de la Divinidad.
Phoebe estaba segura de que aquello no podía estar bien. Sencillamente ella no podía estar en un lugar semejante, vistiendo esas ropas, hablando y entendiendo aquel extraño idioma.
Pero¿acaso no había experimentado toda clase de incoherencias en las últimas horas? Pues sí, pero todas ellas dentro del marco de la ciudad de Hillwood. Uno sabía dónde estaba parado en una situación así; pero de ahí a ser una supuesta Princesa en lo que parecía ser Egipto...
Phoebe intentó entrar al campo de la coherencia.
—Disculpe —dijo al líder—, pero esta mañana he despertado un poco... confundida. ¿Podía decirme... quién soy yo?
El líder levantó la cabeza y dirigió a Phoebe una mirada de honesta incredulidad. Algunos de los soldados en el grupo a sus espaldas intercambiaron miradas similares.
—Pero cómo podría olvidar vuestra identidad —dijo el líder, un poco atónito—. ¡Salve, oh, Niña de las Arenas! ¡Bendito sea el Desierto y sus peligros¡Malditos sean mis Hombres para complacer vuestros caprichos! Pero si usted es la Única, la Dama de los Ojos de Cristal... ¡La Princesa Phibeopatra I, Hija del Sol y la Luna, Dueña del Eclipse, Caminante del Destino, Emperatriz de los Vientos, Aquella Que Controla las Tormentas!
Phoebe mantuvo una mirada de profunda sorpresa en los ojos de aquel hombre, y sólo tras una larga pausa consiguió sacar fuerzas para preguntar:
—¿Todo eso?
—Todo eso y más —el líder volvió a bajar la cabeza en una muestra de respeto—. Y si no es inconveniente para usted, oh, Princesa de lo Bueno y lo Justo, es necesaria su presencia en la Pirámide de la Noche.
Phoebe decidió rendirse y seguir la corriente.
—Bien... eh... Está bien, es decir —titubeó—. De acuerdo.
—En ese caso, por favor, acompáñeme —indicó el líder, poniéndose de pie y reverenciando hacia la puerta—. Su transporte espera.
En cuando Phoebe comenzó a caminar hacia la puerta, el grupo de soldados se aprontó a separarse en dos grupos y a formarse en ordenada fila, haciendo algo así como un camino para que Phoebe no se desviase.
¿Princesa Phibeopatra?, pensó ella. ¿Será que me golpeé la cabeza?
Al salir de la habitación, Phoebe se topó con una especie de camilla de esperando en el suelo; pero ninguna camilla hubiese tenido tanto lujo como aquella: toda su superficie estaba recubierta por un cómodo colchón con fundas de seda, y allí también había de esos almohadones grandes y agradables. También había un enorme cuenco de oro y joyas, y en su interior se encontraba una selección de las frutas más frescas y de apariencia deliciosa.
A ambos extremos de la camilla, cuatro musculosos hombres morenos, dos de cada lado, se inclinaron en respeto hacia su Princesa. Phoebe comprendió que eran los encargados de transportarla en aquella camilla, y se sintió un poco mal por ellos.
—Creo que caminaré —dijo Phoebe. Notó las miradas de intensa sorpresa en los cargadores. Incluso había miedo en ellas.
—Su Graciosa Señoría —susurró el líder a espaldas de Phoebe—, no pretenderá cansar sus hermosos y delicados pies en una acción tan mundana como... caminar hasta la Pirámide. Además, los esclavos sólo viven para servirle, y usted no querrá desterrarlos de esa manera.
—¿Desterrarlos? —Phoebe preguntó.
—Si ellos no pueden servirle, pues no tienen motivo alguno para vivir —explicó el líder.
Phoebe jadeó en sorpresa. Notó la oleada de pánico en los ojos de los esclavos. Ya, pues, Phoebe no sabía lo que estaba ocurriendo, pero estaba decidida a no causar problemas mientras aquello durase.
—De acuerdo —musitó, e inmediatamente subió a la camilla y tomó asiento en el colchón.
Los esclavos se mostraron tremendamente aliviados y procedieron a levantar la camilla y caminar detrás del líder y de dos de sus mejores hombres. Phoebe notó que el resto del pelotón cuidaba la retaguardia. No sabía qué estaba pasando, así que decidió tratar de estorbar lo menos posible.
Se distrajo observando el panorama. Una vez fuera de la habitación, Phoebe se había hallado en un corredor de impresionantes dimensiones. Ni siquiera podía verse alguno de sus extremos, pero en la pared contraria a la puerta de la habitación de Phoebe había muchísimas ventanas, así que la chica podía ver el exterior.
Desierto. Desierto por todos lados. ¿Había viajado realmente a Egipto? La curiosidad de Phoebe comenzaba a ganarle, y se sentía cada vez más a gusto en aquel lugar. Ya no estaba sentada en el colchón de la camilla, sino que poco a poco había comenzado a reclinarse sobre los cómodos almohadones. No le gustaba la idea de que hubiese esclavos siguiendo sus órdenes pero, de alguna forma, cada vez le importaba menos.
Phoebe comenzó a sonreír. Las cosas no parecían demasiado malas. Su mano se extendió distraídamente hacia el cuenco de frutas y tomó un pequeño racimo de uvas. Se entretuvo observando las pinturas en la pared izquierda, puesto que el extenso desierto a través de las ventanas a su derecha se había vuelto una visión muy monótona.
Las pinturas en las paredes eran impresionantes. ¿Cuánto tiempo habrían tardado en realizarlas? Y las sorpresas aún continuaban para la niña, pues acababa de descubrir que podía leer los jeroglíficos. Los entendía tan bien como se había expresado en aquel idioma tan extraño. ¿Sería el mismo idioma usado en las pinturas?
Mientras degustaba el racimo de uvas, Phoebe mantenía la lectura en las paredes. Se trataba de la historia de un pueblo y de sus orígenes. Phoebe notaba algunas figuras inusuales entre aquellos símbolos. El más extraño era una combinación de tres Hombres dibujados debajo de una pirámide amarilla. En lo alto de la pirámide había un óvalo acostado. En el centro de la pirámide había un cuarto hombre, y parecía estar flotando dentro del triángulo amarillo.
Sin embargo, cuando la mente de Phoebe observó aquella combinación, lo tradujo inmediatamente a una palabra: "Arribar".
Había otras figuras extrañas. Un hombre de perfil con un brazo en alto, y a su lado se había dibujado un cuadrado rebordeado por pequeños triángulos azules. Esto fue traducido como "Poder Interior".
Pero la más impresionantes de las figuras fue demasiado para Phoebe. Se trataba del dibujo de una persona recostada en lo que parecía una losa de piedra. A ambos lados de la losa se había representado un grupo de cinco soldados. Justo encima de la persona recostada, Phoebe volvió a detectar aquella pirámide amarilla, y también observó el mismo óvalo sobre su punta.
Pero en el centro de la pirámide no había un hombre. Había otra cosa. Y cuando la mente de Phoebe tradujo aquella colección de símbolos, y dando cuenta de todo lo que acababa de leer, sus ojos se ensancharon en pánico.
Phoebe gritó.
Gritó. Volvió a gritar. Gritó una vez más... y despertó gritando.
Pasados unos segundos, y tras haber regulado su agitada respiración, Phoebe se puso de pie de un salto, debiendo afirmarse a la pared de ladrillos en la que había estado apoyada durante su pesadilla.
Estaba en un oscuro callejón.
Observó sus ropas. Eran las mismas ropas que había usado todo el día, ahora sucias y gastadas. A sus pies, desparramadas por el suelo, quedaban las latas vacías que una hora atrás habían estado llenas. También había restos de perros calientes, algunos de los mejores trozos siendo atacados por tropas de hormigas.
Phoebe trató de mantener la calma mientras aquel extraño sueño era repasado en su mente. Llevó una de sus pequeñas manos a su pecho y comprobó que su corazón seguía bajo su propio control.
Recordó los jeroglíficos.
Pesadilla o no, Phoebe sabía muy bien lo que debía hacer: tenía que buscar información, y pronto.
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Kay y Elle habían arribado al lugar del incidente, y en pocos minutos obtuvieron interesantes testimonios. El más relevante fue, desde luego, el del vendedor de perros calientes.
—¡Fue algo imposible! —casi gritó a los agentes— Esa niña... no sé cómo... se veía tan inocente. ¡Cielos, si unos minutos antes estaba pidiendo limosnas!
—¿Limosnas? —preguntó Kay, ligeramente sorprendido.
—Pues, estaba sentada allí¿ve? —el vendedor señaló al punto en el que Phoebe se había echado a llorar— Se sentó allí, creo que estaba triste. Se veía terrible, y entonces alguien le dio dinero y la niña vino directo a mi puesto. Se veía tan mal... tan cansada... No quise aceptar su dinero, le ofrecí comida a cuenta de la casa.
—Muy amable de su parte —alegó Elle.
—Pero entonces... —prosiguió el vendedor, ignorando el elogio—, entonces ella tuvo una especie de ataque. Se retorció violentamente, parecía a punto de desmayarse. Y luego... luego...
Kay y Elle vieron cómo el vendedor se ponía a sudar. Temblaba ligeramente.
—Luego... —prosiguió—, me acerqué para intentar socorrerla. Ella... ella levantó la mirada hacia mí. Sus ojos... pues... brillaban.
—Ya veo —habló Kay—. ¿Y qué hizo ella, después?
El hombre hizo un esfuerzo heroico para continuar.
—Fue todo tan rápido —dijo—. Ella... Ella tomó el... No, no pudo ser ella, una niña tan pequeña... tan débil...
—Por favor, necesitamos saberlo —insistió Kay.
—Pues... Algo o alguien hizo volar por los aires el puesto de perros calientes. Fue como una explosión, me echó hacia atrás y me golpeé la espalda contra la pared, allí. ¿Lo ve? Incluso produje una rajadura. La niña... ella tomó algunas latas de refresco y varias salchichas y... y luego... luego... —el hombre debió hacer una pausa para controlar su respiración—. Luego ella... saltó.
—¿Saltó? —preguntó Elle.
—Saltó —asintió el hombre—. Pero nunca había visto a nadie saltar así. Esa niña... simplemente... saltó hacia el edificio de aquí junto. Calculo que llegó al sexto piso. Y luego volvió a saltar, pero desde la misma pared. No sé a dónde fue. Perdí el conocimiento en ese momento.
El hombre desvió la mirada hacia un lado, ahora inmerso en sus propios, inquietantes pensamientos. Kay y Elle intercambiaron una mirada y el agente carraspeó, regresando la atención del hombre hacia ellos.
—Muchas gracias por su testimonio, nos ha sido de gran utilidad.
El hombre parpadeó. Observó cómo aquellas dos personas se colocaban lentes oscuros. Algo en su trastornada mente encajó de manera lógica.
—Oigan, por cierto... ¿quiénes son ustedes? —preguntó el vendedor— ¿Son del Gobierno? Sus trajes me recuerdan a los de la CIA. He visto películas.
—¿Nosotros? —preguntó Kay en una voz demasiado casual para ser la suya—. Oh, nosotros no pertenecemos al Gobierno. Somos, simplemente, un grupo de investigadores que les gusta hacer preguntas.
—¿Qué¿Está usted tomándome el pelo? —habló el vendedor, dejando paso a su irritación.
—No. Pero si observa esta luz —dijo Kay, mostrando el Neuralizador— tal vez encuentre explicaciones.
El vendedor de perros calientes observó, molesto, la punta de aquel extraño bolígrafo metálico.
—No veo cómo–...
Y, tras un destello de luz, su vida fue menos preocupante y más feliz.
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Las clases brindadas por el agente Jay habían avanzado. Ya habían pasado las aburridas clases teóricas, y ahora se estaban adentrando en la práctica. Sobre el escritorio principal había una serie de extraños aparatos.
—Mientras estén en esta base verán toda clase de artilugios provenientes de otros planetas —explicaba Jay a su asombrado grupo escolar—. Para evitarles mayores problemas, comenzaré por explicarles el funcionamiento de algunos de los objetos más relevantes. Sólo les pido una cosa: si se topan con algo que no conozcan, será mejor que ni se molesten en intentar utilizarlo¿comprendido?
—Sí, señor —murmuraron los cuatro niños, profundamente interesados en las clases.
—Bien. Comenzaremos por este aparato —Jay tomó del escritorio lo que aparentaba ser una pistola de agua—: se lo conoce como Pistola de Señales. No es dañina, solamente dispara señales luminosas o sonoras, dependiendo de la posición de esta perilla —Jay señaló un disco medio oculto en un lado de la pistola—. Si lo hacemos girar, así, aparecerá en esta pequeña pantalla el tipo de señal que se disparará —Jay mostró a los niños el pequeño display con caracteres luminosos rojos, actualmente en la posición "Bengala Garliana".
—¿Señor Jay, podemos jugar con esa cosa? —preguntó Helga, repentinamente interesada.
—No, esto no es un juguete —dijo Jay, y prosiguió con el siguiente aparato.
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—¿Qué opinas?
Kay permaneció en silencio mientras conducía de regreso a la base. Tras unos instantes de meditación, respondió.
—Tenemos un caso único entre manos. Phoebe no lleva veinticuatro horas de su descontrol y ya está usando sus poderes. Mejor dicho, sus poderes ya la están usando a ella.
Elle lanzó un murmullo, algo que sonaba como "Ja".
—Esto no es bueno —dijo.
—No, no lo es —admitió Kay—. Está evolucionando demasiado deprisa. Ya comenzó a buscar comida.
—Al menos es consciente de que debe recuperar energía.
—Pero¿por cuánto tiempo? —preguntó Kay, más para sí mismo—. Esperemos que Jay haya entrenado bien a esos niños. Temo que los necesitemos.
—¿Temes? —dijo Elle.
—Sí. Temo que sólo ellos puedan controlarla, y si ese es el caso, tendremos mucho trabajo pesado por delante. Elle, llama a la base e infórmales de los últimos eventos relacionados con Phoebe. Diles que contacten a sus padres.
Elle obedeció y se comunicó con Zed. Le comentó toda la información que habían recolectado y pidió el contacto con los padres de la niña. Luego dejó de lado el comunicador y ambos agentes permanecieron en silencio durante varias calles.
—¿Qué pasará si fallamos? —preguntó Elle.
Kay se dio el lujo de otra pausa de reflexión.
—¿Qué pasará, dices? Sólo que una antigua raza en un planeta distante se sentirá enormemente ofendida. Eso pasará.
—Oh —dijo Elle. Tras una incómoda pausa añadió—: entonces mejor la encontramos pronto.
—Sí... Mejor la encontramos pronto...
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Phoebe volvía a sentirse fatigada, pero se había propuesto no detenerse a descansar. Podría haber regresado a su casa, pero por aquel momento tenía algo mucho más importante en mente.
Frente a ella se erguía el ostentoso Museo Arqueológico de Hillwood.
Phoebe contemplaba el enorme nombre tallado en mármol, sostenido a diez metros por encima de lo alto de la amplia escalera gracias a una serie de elegantes columnas. Luego bajó la mirada a su propia persona y deseó estar más presentable. Esperaba que no la echasen a patadas por llevar ese aspecto deplorable. Casi deseaba ir primero a casa y tomar un buen baño, pero antes de eso debería enfrentar a sus padres y explicarles lo inexplicable, lo cuál derivaría en una serie de reacciones de desmayo, preocupación y quién sabía qué más.
Phoebe lo ignoraba, pero ir a su casa era exactamente lo que debería haber hecho.
Tras un profundo suspiro, Phoebe subió los escalones de aquella escalera y procuró ingresar al museo sin ser notada. Por fortuna, el museo estaba casi vacío. Los niños solamente iban allí porque sus profesores los obligaban, y las personas adultas que se paseaban de aquí para allá estaban demasiado ocupadas como para notar a la niña que, tímida, avanzaba por los pasillos.
En más de una oportunidad, al doblar en esquinas y al pasar frente a puertas que llevaban a colecciones valiosas y privadas, las miradas de los vigilantes allí apostados se desviaba hacia Phoebe, quien daba su mejor esfuerzo para parecer indiferente.
Sintiéndose muy menospreciada y echada a menos, Phoebe consiguió arribar al Ala Egipcia del museo. Aquella serie de salas y galerías se encontraba vacía, salvo por un reducido grupo de adultos, muchos de ellos de barba, bigote, trajes impecables, lentes y un aire de superioridad académica que podía tumbar emocionalmente a cualquier persona con conocimientos inferiores. Todos ellos observaban y examinaban con cierto entusiasmo varias piezas que se exhibían en aparadores, resguardadas tras vitrinas irrompibles y conectadas a sistemas de alarmas.
Phoebe se encogió de hombros y comenzó a pasearse por el Ala Egipcia. Observaba con curiosidad algunos objetos en particular. Ya había visitado ese lugar en visitas escolares, pero sólo ahora se sentía realmente interesada en aprender un poco más.
Se detuvo frente a una larga vitrina. En el interior de la misma se hallaba una colección de objetos pertenecientes a gobernantes del Antiguo Egipto. Entre los objetos, Phoebe encontró lo que estaba buscando.
Sabía que estaba allí. Lo supo desde que lo había visto en su sueño, y ahora lo apreciaba en la Realidad.
Era un brazalete de oro con brillantes incrustados. Tenía la forma de una serpiente enroscada a modo de aparentar un resorte comprimido. Y, Phoebe no pudo evitar notarlo, podría haber encajado perfectamente en su propio brazo.
—¿Qué hace una niña como tú en un lugar como éste? —habló alguien a espaldas de Phoebe. La niña dio un salto y se volvió. Levantó la vista para toparse con una barba corta y negra—. Oh, disculpa, no pretendía asustarte —dijo el hombre que estaba adosado a esa barba.
Phoebe suspiró en alivio y se volvió hacia la vitrina. Examinó con cuidado el brazalete y descubrió la serie de diminutos grabados en la superficie de la serpiente. Phoebe había visto esos mismos grabados en el brazalete de sus sueños, pero por ese entonces los había tomado como parte de la textura de la piel de la serpiente.
El hombre a espaldas de Phoebe se puso a su lado y se arrodilló junto a ella. Le sonrió.
—¿Te interesan los objetos Egipcios? —preguntó con una voz que demostraba que estaba intentando probar que era muy amable con los niños sucios e ignorantes.
—He sentido un repentino interés por ellos, sí —murmuró Phoebe sin desviar la mirada del brazalete.
—Me gusta ver que las nuevas generaciones se interesen por culturas tan antiguas y fascinantes —comentó el hombre, su voz cargada de orgullo—. Mi nombre es Ralph Geomani, profesor de Egiptología en la Universidad de Hillwood.
—Sí, mucho gusto —murmuró Phoebe, sus ojos fijos en aquel accesorio de oro.
—Aquí encontrarás objetos que datan de miles de años atrás —continuó Geomani—. Culturas misteriosas que esperan ser descifradas. Ese brazalete que estás viendo, por ejemplo, perteneció a una princesa egipcia de la cual, lamentablemente, no se tienen demasiados datos.
Los ojos de Phoebe se estaban dilatando. Estaba leyendo los jeroglíficos del brazalete como si fuese un idioma común y corriente.
—¿Ves esos símbolos en el brazalete? —preguntó Geomani con entusiasmo—. Son símbolos muy extraños. No se parecen a los que se hallaron en las pirámides o en palacios Egipcios. Será muy interesante saber lo que dice allí, una vez que podamos descifrar–...
—Yo sé lo que dice —susurró Phoebe.
Ralph Geomani guardó silencio por diez segundos antes de prorrumpir en una jocosa carcajada.
—¡Ah, la imaginación de los niños! —dijo—. Eso está muy bien, pequeña. ¿Y qué es, según tú, lo que está escrito allí?
Phoebe volteó la mirada hacia Ralph, muy despacio, y el profesor pudo ver un par de ojos abiertos en puro terror, Aquello consiguió borrarle la sonrisa. Luego Phoebe regresó su vista al brazalete y comenzó a leer:
—"A la Señora de las Dunas, a la Dama del Desierto, a Quien Domina los Vientos. A la Princesa Phibeopatra I, Fruto del Desierto alimentado del Nilo, en vísperas de tus Nueve Calendarios, regalo de los Dioses para tu Brazo Dominante."
Tras terminar la lectura, Phoebe detectó el pesado silencio en que se hallaba envuelta. Cuando volvió a mirar a Ralph, éste se encontraba de pie, bajando una aterrada mirada a la pequeña niña a sus pies.
Porque Ralph Geomani escuchó todo lo que Phoebe dijo, y definitivamente no lo dijo en español.
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Kay y Elle fueron recibidos por Zed al llegar a la base. No estaba feliz.
—Tenemos problemas —anunció—. Los padres de Phoebe están en camino, pero los gobernantes de Minderia acaban de enviarnos un mensaje.
Kay suspiró.
—Eso pensé. ¿Y el mensaje dice...?
—Adivinaste, nos advierten de las consecuencias si acaso Phoebe sufre daños.
—¿Es Phoebe tan importante? —preguntó Elle.
—Eso temo —respondió Zed—. Es curioso, ya que no es el primer miembro de su raza al que debemos asistir en sus momentos de descontrol. Y además, Phoebe no es puramente Minderiana.
—Y aún así, todo un planeta está pendiente de ella —continuó Kay—. Me hace pensar que Phoebe es mucho más de lo que creíamos. ¿No dieron razones?
—No, pero les pediré algunas si acaso vuelven a contactarse —murmuró Zed.
—Debo ver a Jay —dijo Kay—. Necesitaremos ayuda.
Así, mientras Kay se dirigía al aula preparada por Jay, éste enfrentaba a su selecta audiencia mientras sostenía en sus manos algo así como un soplador de hojas, pero mucho más moderno y diseñado para algo que, seguramente, no incluía soplar hojas con una ráfaga de aire.
—Dentro de nuestra colección de armas de carácter inofensivo, tenemos este Lanza–Redes Goloichiano —explicó Jay—. Ustedes estarán autorizados a manipular este tipo de armamento para usar contra Phoebe.
—¡Alto, alto¿Insinúa que tendremos que dispararle a nuestra amiga? —Helga clamó, debatiéndose entre la indignación y el horror.
—No te preocupes, Helga, como ya dije, este tipo de armamento es de carácter inofensivo —Jay rió—. Verán, el Lanza–Redes Goloichiano dispara una bola de pegamento especial que inmediatamente se expande, formando una red voladora de alta velocidad. Esta red atrapa y mantiene sujeto a la presa.
—Oh, entonces usaremos esa cosa para capturar a Phoebe sin dañarla —dedujo Arnold.
—Eso es correcto.
—No sé, Jay —Gerald se cruzó de brazos, dubitativo—. Parece muy difícil de usar.
—¡Claro que no! Mira, supongamos que quiero atrapar a alguien que acaba de entrar a esta habitación... Basta con apuntar —Jay dijo, apuntando el Lanza–Redes hacia la puerta de entrada—, y luego sólo se presiona el gatillo... así.
¡Bang¡Whoosh! Una pegajosa red surgió del cañón del Lanza–Redes, expandiéndose mientras avanzaba a gran velocidad hacia la puerta cerrada.
La puerta ya no estaba cerrada. Kay apenas había abierto la entrada cuando una veloz carga de pegamento lo echaba hacia atrás con facilidad. Jay reaccionó tras un momento de titubeo, y corrió hasta la puerta.
Al echar una mirada al pasillo, vio al agente Kay adherido a la pared contraria gracias a una red Goloichiana.
—¿Se puede saber qué están haciendo! —reclamó Kay.
—Pues les estaba enseñando a los niños a usar estas armas con precaución —sonrió Jay, falsamente esperando que Kay abandonase esa mirada asesina tan poco propia de él.
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Ralph Geomani susurraba apresuradamente a sus colegas.
—¡Les digo que esa niña habla el idioma del Antiguo Egipto! O una variación de él, pues reconocí muchas palabras.
Sus compañeros de cátedra ladearon un poco sus cabezas para observar a Phoebe. La niña seguía explorando el Ala Egipcia del museo, totalmente consciente de la atención que estaba generando a su alrededor, pero negada a marcharse sin averiguar más cosas.
—A mí me parece una niña común y corriente. Y un poco sucia, si me permites —comentó uno de los hombres.
—Sí, sí, eso mismo pensé yo —dijo Ralph, pasándose un elegante pañuelo por su frente—, pero luego ella leyó algunos grabados que nosotros nunca pudimos descifrar.
Otro de sus compañeros rió.
—¿Cómo sabes que lo leyó, si no sabías lo que decía?
—No lo sé, Richard, no tengo idea. Pero... había algo en la forma en que lo dijo... como si... si...
—Ya, ya —dijo el llamado Richard, palpando los hombros de Ralph en un gesto de consolación—. Si me permites, hablaré con esa niña. Verás que todo es una broma. Ah, la juventud...
Richard McThomas sonrió con autosuficiencia y avanzó hacia Phoebe, quien por aquellos momentos examinaba algunas losas en otro extremo del Ala Egipcia. El resto de los catedráticos seguían los eventos desde su posición, a distancia.
—Disculpa¿niña? —dijo Richard. Phoebe se volvió hacia él—. Mi buen amigo Ralph me dice que puedes entender Egipcio Antiguo. ¿Es eso cierto?
Phoebe miró directo a los ojos de Richard McThomas, luego observó al resto de los hombres adultos. Por un momento deseó no estar allí, pero allí estaba y allí seguiría. La criatura en su cuerpo comenzaba a inquietarse, así que Phoebe decidió dejar las evasivas.
—Señor, uhm... Bien, la verdad es que... parece ser que sí puedo entender ese idioma —dijo Phoebe, segura de que sus palabras no serían creídas.
—Bueno, eso es loable, no hay duda alguna —sonrió Richard. Era la típica expresión del petulante de turno—. Y supongo que sabes lo que dice en esa tablilla de cera¿verdad? —el hombre señaló a una de las tablillas de cera que Phoebe estaba examinando antes de la interrupción.
Phoebe volvió la mirada a la vitrina y echó una mirada a la tablilla indicada. Regresó su mirada a Richard.
—"El Reino sobrevive cada año a los rigores del Desierto, al incesante Sol y a los caprichos de las Arenas; pero no puede soportar las quejas de los Esclavos, o sus demandas."
La sonrisa de Richard desapareció en un santiamén.
—La Ciencia ha tardado meses en traducir esa tablilla... ¿Cómo...? Quiero decir... ¿C–Cómo...?
Mientras Richard intentaba inútilmente asimilar lo que acababa de ocurrir, Phoebe optó por ignorarlo y seguir explorando. Richard corrió a debatir los hechos recientes con sus colegas mientras la niña observaba otras vitrinas.
Y entonces, la vio.
La gargantilla de zafiros con el rubí al frente, la misma que ella llevaba en su extraño sueño. Allí estaba, en la vitrina frente a su diminuto cuerpo.
Phoebe observó la gargantilla. Enfocó su mirada en el rubí. Todo empezó a tornarse de un tono azulado.
No, no allí... Pero no podía evitarlo. Había pasado demasiado tiempo desde que despertó, y ahora estaba regresando. Pero lo peor eran las nuevas ideas que se estaban formando en áreas inexploradas de su mente.
La gargantilla... el brazalete...
... son míos, pensó Phoebe. Me pertenecen.
Los quiero de regreso.
—¡Tradujo la tablilla! —casi gritó Richard a sus compañeros—. No sé si esto es una broma o no, pero ya entra en el campo de lo extraño.
Le hubiera gustado agregar más pensamientos, pero el sonido de la vitrina irrompible haciéndose añicos y las alarmas disparándose en todo el museo consiguieron captar su atención. Cuando se volvieron hacia Phoebe, los ojos de la niña brillaban de manera fantasmal.
Fue lo último que Ralph, Richard o cualquiera de sus compañeros recordasen; luego todo fue sepultado por una explosión de luz y sonido. Cuando, segundos más tarde, los guardias del museo entraron al Ala Egipcia, encontraron a los catedráticos inconscientes en el suelo. El brazalete de oro y la gargantilla de rubí habían desaparecido junto a Phoebe. Nadie la vio salir.
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