Disclaimer: Los personajes del universo de Harry Potter pertenecen a J.K Rowling

Advertencias: Angst. Drama. Infidelidad. Final abierto. Mpreg!Harry. Drarry versátil. Personajes originales con relevancia en la historia.


En caída libre

.

"Y que ojalá sonrías

Y no te culpes, ni te castigues:

Tú cambias vidas, pero no destinos."

Elvira Sastre

.

I

.

Hola, Harry… tenía mucho tiempo que no te veía.

Harry cruzó el umbral de la puerta del consultorio de su psico mago. Tenía bastantes años de no ir a ese lugar, el cual, seguía permaneciendo tan idéntico a la última vez que estuvo ahí. Quizá sólo se añadieron algunas plantas; Harry sabía cuánto Schlomo adoraba recolectar flores diferentes para darle vida a su pequeño espacio de trabajo.

Para ser sinceros, creí que nunca volvería —susurró Harry tomando asiento en el sillón en el que había pasado la mayor parte de su vida después de la segunda guerra mágica.

Puedo apostar a que la mayoría de mis pacientes así piensan después de darlos de alta —respondió sin menguar la sonrisa en su rostro—. Aunque, recuerda, nunca es malo volver si uno cree que es necesario. ¿Café o té?

No, gracias —contestó acomodando su cuerpo al gran sofá de color vino, tomando el clásico cojín dorado que tanto le encantaba—. Es divertido saber que las cosas no han cambiado por acá… aunque te ves más deteriorado.

¿Lo crees? —Preguntó Scholmo con genuino interés—. Entonces necesito vacaciones más a menudo.

Recién vuelvo y quieres irte… —Escuchó el reproche que salió de su boca y desvió la mirada, avergonzado.

No me iré a ningún lado, y lo sabes, ¿cierto? —Scholmo se recargó en su sofá, mientras la tetera mágica vertía la infusión en la taza que levitaba cerca de él.

Ahora mismo… no estoy seguro de nada.

Harry calló unos segundos, y de pronto, comenzó a platicarle a su psicomago algunas proezas que vivió últimamente respecto a su trabajo como Auror. No podía evitar la emoción de contarle cómo atraparon a un mago traficante de cobras venenosas, y él le preguntaba detalles de cómo había sucedido todo ello.

El tiempo transcurría más rápido de lo que Harry hubiese querido. Y pronto, ya restaban menos de quince minutos antes de terminaron su primera sesión del día.

Harry, hablaremos en cuanto puedas, ¿está bien? No quiero presionarte, y quizá todo hoy fue parte de un paso que necesitabas para abrirte nuevamente en este espacio, que sabes, es tuyo.

Harry apretó las mangas de su sudadera y suspiró hondamente.

Lo sé —contestó recargando su cabeza en el cojín entre sus brazos—. Pero no sé por dónde comenzar….

.

.

Fue en una fiesta otorgada por el Ministerio, condecorando el aniversario de la extinción del legado de Voldemort, que Harry se dio cuenta que el peor dolor que pudiera sentir en su corazón, no se lo había dado ese Avada Kedavra al cual sobrevivió, si no era otorgado por quien profesaba amarlo noche tras noche. Sentía la boca seca, aunque recordaba haber tomado dos o tres copas de champagne; el aire se escapaba de sus pulmones y al parecer, estos no recordaban como respirar, y las uñas de sus manos se enterraban con ahínco en las palmas de sus manos.

Ahí, en el baño de hombres más alejado del salón, se encontraba su novio Draco Malfoy besando con voracidad a quien él reconocía como el corresponsal de la sucursal que tenía Draco de su botica en Francia y que fue trasladado recientemente. Sintió un dolor punzante en su cabeza, muy similar a cuando hace una década, percibía la presencia de Tom Riddle; nadie te prepara para ver y actuar en una situación cómo esa, inhaló y exhaló muchas veces, invocando tranquilidad a su cuerpo. ¿Enfrentarlos? No, definitivamente se derrumbaría. ¿Quizás hacer vista gorda de ello y enterrar ese recuerdo en lo profundo de su mente y fingir que nada sucedió? Improbable… definitivamente se prometió hace años que nunca iba a volver a anteponer al mundo antes que a su persona.

Tal vez, si sólo se hubiesen molestado en cerrar bien la puerta… Harry no la habría visto abierta ni tomaría el atrevimiento de acercarse y, por el contrario, hubiera caminado para otro baño, y su sucio secreto seguiría donde estaba.

Pero el hubiera no existe.

Y él no pretendía ser el estúpido de nadie.

Cuando comenzó a escuchar los diminutos ronroneos que hacía Draco al estar muy excitado, pensó que su corazón ya se había deshecho lo suficiente y cerró la puerta muy lentamente para hacer el menor ruido posible.

Acomodó su túnica bordada, arregló su aspecto lo más que pudo, recompuso su rostro y colocó su sonrisa programada para ese tipo de actos sociales… aquella imagen que Draco se empeñó en hacerle y enseñarle para que pudiera brillar correctamente en sociedad.

Decidió regresar a la fiesta y disfrutar de lo poco o nada que podría ofrecerle la compañía de quienes acudieron; por desgracia, Ron y Hermione tuvieron la excusa perfecta al programar su luna de miel para esa fecha y ahora no tenía animo de charlar con alguien más, no quería incomodar en un día que todos usaban para desapegarse de su vida cotidiana.

Cogió una copa de ese champagne que tanto le había gustado momentos antes, pero ahora sabía amargo. Y los bocadillos que degustaba no lograban aliviar su alma un poco.

La vida, ahora, era un poco más insípida. Suspiró, resignado, derrotado… la ignorancia realmente era felicidad.

Estaba seguro de su decisión.

Y no quería arrepentirse de ello.

.

.

Draco y Harry volvieron a su casa después de que la fiesta terminó. Fueron los últimos en retirarse del salón, ya que a Harry le había costado trabajo convencer a un alegre Draco que, en su pieza, habría más de ese néctar mágico que ponía contenta a la gente.

Susurró, en su oído, la promesa de prepararle un emparedado como los que solían gustarle comer en su resaca.

No sabía de donde nació en su ser el deseo de aún complacerle; pero con amargura, sabía que serían las últimas veces que lo haría.

Imaginar todo un mundo junto a Draco había sido complejo. Recordó sus primeras salidas, donde apenas eran tolerables entre ellos, y les costó un par de años hasta el momento de comenzar a construir un nosotros con su primera cita oficial. Harry fue quien, valiente como su casa Gryffindor, se atrevió a decirle sus intenciones más profundas que la camaradería y otro faltó otro par de meses antes de que Draco accediera a ello.

Luego, consolidar su noviazgo fue otro puente que Harry decidió cruzar, por el gran cariño que le tenía a Draco, por el enorme amor que nacía de él; pero ambos, lento y seguro, pasaron a ese lado de la relación, y Harry se sentía tan feliz porque fue tan natural como respirar.

Porque ahora, sus amigos y familia, conocían sus términos, y ya podían cogerse de la mano sin que Ron vomitara en el intento. Lucius aun tenía sus reservas, pero Narcissa era feliz por saber que Draco lo era; y eso bastaba para la familia Malfoy. Los Weasley les tomó sólo un par de sábados en la madriguera para que todos supieran que aquello era real, y aceptaran con los brazos abiertos a ambos, transmitiendo su afecto como ellos podían hacerlo.

Vivir juntos fue todo un reto. Porque, al contrario de lo que todos apostaron, fue Draco quien hace más de dos años compró un apartamento para ambos en el centro de Londres mágico; un lugar nuevo, un comienzo fresco lejos de recuerdos atrapados en Grimmauld Place, o la Mansión Malfoy.

Ron obviamente, le debía bastantes galeones a Pansy.

Harry no dudó en aceptar gustoso aquello con una resplandeciente sonrisa en su rostro, pues significaba que Draco, lentamente, comenzaba a ser asertivo. Y claro que tenían problemas después de mudarse, nunca conoces a alguien realmente hasta que no te enfrentas a sus rituales diarios; pero Harry aceptó todo aquello, y aprendió a consentir a Draco y claro, dejó consentirse con las muestras de afecto que recibía del otro. Todo ese sarcasmo, toda esa melancolía que cargaba su novio, se volvió parte de una sombra que de disipaba.

Hasta hace siete meses. Cuando Draco parecía agobiado por cuestiones que no le quería contar a Harry, y que ponía de pretexto el contrato que debía cumplir la pequeña botica que tenía con uno de sus proveedores grandes. Harry no quería presionar demasiado, y sólo acompañaba a Draco cuando se desvelaba, o le preparaba sus comidas favoritas, recordándole cuanto lo amaba y lo orgulloso que estaba de él.

Su estado de ánimo mejoró hace cuatro meses… días después de cuando Louis Moreau cambió su residencia al actual Londres.

De no haber visto a Draco y a Louis en el baño, pensaría tontamente que fue por él que Draco levantó su animosidad en ese entonces.

Dejó a Draco en la cama que ambos compartían en su apartamento, quien aun susurraba cosas ilegibles a su oído, algunas palabras que él reconocía en francés que era cuando tenían sexo y Draco solía arremeter contra él, profanando de formas pecaminosas y exquisitas cada rincón de su casa, llenando de magia cada recuerdo de él dentro de Draco y viceversa.

Se acercó al baño y se desvistió, quitándose la túnica y toda la ropa de gala que traía encima, incluso la ropa interior; decidió darse una buena ducha, necesitaba relajar su cuerpo en la bañera, con la esperanza que el agua se llevara un poquito de todo lo que sentía.

Lo mucho que pesaba su cuerpo era inigualable. Quería llorar, pero no podía hacerlo en ese momento, pues una vez empezando, no podría parar.

Tendría que sacar cita con su psico mago a primera hora del día. Ya tenía años que le había dado de alta, pero no quería derrumbarse por esto; su trabajo como Auror lo necesitaba enfocado, aunque debía ser sincero con Robards y decirle que no podría salir a campo en un tiempo.

No cuanto se sentía así. Que la vida se consumía a pedazos.

Salió de la bañera después de estar un rato y se quedó dentro del baño, mirando su cuerpo en el reflejo del espejo, intentando encontrar algún defecto en él por el cual Draco pudo haberse fijado en alguien más… claro, seguía siendo un poco más bajo que Draco, pero eso lo compensaba con lo que tenía entre las piernas; su pene era grande y grueso, algo por lo que Draco se volvía cachondo y cedía el control a Harry la mayor parte del tiempo —aunque claro, a él también le encantaba cuando Draco decidía ser quien lo tomara cuando estaban cerca de la mesa, deleitándose con el rechinido de la madera de caoba cada vez que Draco acertaba en su próstata—. El bronceado en su cuerpo le daba un toque sensual, casi exótico a comparación de la media en Londres; los músculos en su cuerpo siempre fueron marcados, no podía ser de otra forma ya que era un Auror activo.

Considerando los estándares, definitivamente no era un sujeto feo.

Y quizá la revelación de todas esas cosas, indicándole que físicamente estaba bien, fue lo que más pesó en su alma.

Draco no puso sus ojos en alguien más por su físico… era algo emocional.

Y eso dolía más.

.

.

En cuanto abrió los ojos, la luz del sol le cegó por completo y en segundos, le generó uno de los dolores de cabeza más intensos que había sentido después de una resaca. Sentía su boca pastosa y seca, como si hubiese tragado una infinidad de cigarrillos junto con una botella entera de champagne; no era la mejor combinación que uno deseara saborear por la mañana. Lanzó un tempus sin varita y el reloj le indicó que era cerca del mediodía.

Se enderezó un poco sobre sí mismo y fue cuando sintió su pantalón de vestir duró de la parte de la entrepierna. Se tocó el trasero y lo sintió húmedo y pegajoso…

Luego, el recuerdo de la fiesta de ayer azotó su mente, cuando estaba en el baño de hombres, siendo fuertemente penetrado por Louis, quien no llevaba preservativo y él, ya un poco ebrio por la adrenalina y el alcohol, le dijo que no importaba si se corría dentro de él.

Era la eyaculación de Louis lo que aun se deslizaba de entre sus nalgas.

Nunca había sido así de cínico, de estúpido.

Sintió asco, ganas de vomitar.

Y el recuerdo de Harry cargándole desde la fiesta hasta su casa llegó al presente y sintió cómo su corazón de aceleró, ¿acaso se daría cuenta? Lo dudó un poco, porque de haberse enterado, en ese momento él no estaría plácidamente despertando de su letargo sueño; estaría lidiando aún con un Harry lleno de celos y furia —porque sí, Harry siempre fue protector con él—, un novio que le estaría gritando y tendrían una de esas discusiones que son horribles.

No, Harry no debió de darse cuenta de eso; no necesitaba saber eso.

Ya relajado por su excelente deducción, esperaba que Harry pudiera traerle uno de esos emparedados calientitos, rellenos de queso y tocino que tanto le gustaba comer cuando sentía resaca. Aprovechó estar solo para quitarse ese pantalón arruinado, el recuerdo perfecto del pecado, y lo incineró con su varita.

Sin cuerpo, no hay delito.

Terminó lavando su rostro en el lavamanos y se cambió sus boxer por unos limpios y se vistió con una holgada playera que cogió de una repisa debajo del mueble de baño, donde guardaba celosamente dos playeras de Harry —con las que solía hacer tareas caseras—, y quedaba en ellas un aroma a su novio imposible de no querer envolverse en él.

Escuchó la puerta del cuarto abrirse y corrió para recibir a Harry quien, con una sonrisa, cargaba una pequeña bandeja repleta de cuatro sándwiches, una taza de café, y una pócima de resaca.

—Buenos días —dijo Harry, y aunque a Draco se le hizo extraño no escuchar su nombre de boca de su novio, decidió ignorar esa sensación rara y cogió un emparedado.

—Gracias Harry, moría de hambre. —Y después de darle una mordida a su comida que su padre reprobaría en cualquier momento, continuó—. Buenos días.

—¿Cómo amaneciste? —Preguntó Harry acercándose a un pequeño buró junto a su cama y dejó ahí la bandeja que tenía en sus manos.

—Como cuando el hipogrifo me atacó en tercero —contestó, y aunque recibió una mirada reprobatoria de Harry, no se dejó intimidar—. Me dolió bastante ese rasguño, no pude hacer trabajos en días.

—Ya, te creo —respondió Harry con una sonrisa, quien se sentó en la cama junto a él, quedando ambos en la orilla. Harry acercó su mano a su rostro, lo acarició y suspiró—. Adoro como te ves por la mañana.

—Tienes fetiches muy extraños —dijo Draco, quien continuó comiendo el emparedado y tomó un poco de la poción para la resaca.

—Tal vez.

Para Draco, Harry se veía demasiado… diferente a lo usual. Lo veía con añoro, y aunque estaba comiendo, continuó acariciando su pómulo con ternura, de la que tanto le profesaba en las mañanas cuando se iba a una misión durante días.

Draco le vio vestido con un conjunto casual muggle; la camisa estaba pulcramente planchada, y lo combinó con un pantalón de mezclilla, de esos que solían usar cuando iban al Londres muggle para salir a una cita sin el agobio de la prensa. Se veía devastador, pero no recordaba que tuvieran alguna reunión con amigos, e incluso, él había dicho que tenía que ir a la botica a trabajar junto a Louis algún par de horas.

La culpa no alcanzó a llegar a su mente, porque vio detrás del marco de la puerta junto al pasillo, una pequeña maleta de cuero de dragón que solía usar cuando iba de misión. ¿Acaso le habían hablado y no tenía pensado decirle? Draco suspiró, a veces se sentía cansado de eso. Pero no tenía el valor de decirle a Harry, le rompería el corazón…

—¿Vas de nuevo a misión? Acabas de regresar, sabes. Tu novio te necesita también por aquí —dijo intentando sonar lo más quejoso que se pudiera.

—Draco… —dijo Harry con rostro serio. La ternura que había ahí segundos antes se desvaneció por completo—, me voy.

—Es evidente que te vas —respondió Draco como si fuera lo más evidente—. ¿Cuándo vuelves?

—Lo sé todo.

Draco, quien hasta ese momento comía feliz sus emparedados, sintió una sensación en el estómago muy similar a cuando aparecía. Ese dolor punzante que nacía en el ombligo y se esparcía por todo su cuerpo, llenando de ansiedad sus extremidades.

Lo sabe.

Harry lo sabe.

Oh, mierda.

—Puedo explicarlo —dijo Draco lentamente, dejando su emparedado sobre la cama y acercándose a Harry, quien no se alejó de él.

—Draco, no necesito escucharlo. Créeme, es algo que he estado pensando las últimas malditas catorce horas —respondió Harry colocando una mano sobre la suya. Estaba temblando—. Te vi en el baño de hombres con Louis, comencé a conectar los puntos, y hasta puedo saber el día en que te acostaste por primera vez con él. No tiene mucho en realidad.

Estaba nervioso; Draco sentía que en cualquier momento tendría que defenderse de Harry, que toda esa actuación era estar en el ojo del huracán; en cualquier momento, se desataría el desastre que había causado con su imprudencia.

—De verdad… —Draco se mordió la lengua para evitar decir la trillada frase "no es lo que parece" porque en realidad era demasiado idiota decirlo; Harry lo conocía demasiado bien, y sin tener que usar veritaserum o Legeremancia para saberlo. Sólo necesitó un pequeño, pero certero empujón para deducirlo.

Sintió que en cualquier momento vendría el golpe, por lo que cerró los ojos sólo para esperarlo y no defenderse… se lo merecía por imbécil.

Pero dicha violencia nunca llegó, y sólo los dedos de Harry acariciaban sus labios con tanta suavidad, que parecía que en cualquier momento se desvanecería.

—Te perdono —dijo Harry en un susurro, se acercó a él y dejó un beso en su frente, y acarició su cabello—. Pero no puedo permanecer a tu lado. No sintiéndome de esta forma. Me destrozaste.

—Harry… —susurró débil, desesperado… Draco ya no sabía qué prefería, si la explosión de un Harry iracundo, o esta ternura que sabía a despedida.

—¿Te puedo pedir un favor? —Le preguntó Harry, y aunque él no dijo nada verbalmente o con su cuerpo, continuó—. Cuando me vaya, necesito que pongas protección de modo que yo no pueda entrar ni por flu, ni apareciendo. No quiero un día estar ebrio y venir a dar lástima, ¿comprendes?

Draco quería decir algo… su cabeza gritaba un sinfín de frases y cosas que pudiera hacer para hacerle cambiar de opinión a Harry, rogarle de ser necesario, prometer que ya no verá a Louis… pero la determinación que brillaba en los ojos de Harry bloqueó por completo su mente.

Ya no podía siquiera recordar cómo respirar.

—Adiós, Draco.

Incluso al final, Harry se despidió de Draco con una pequeña sonrisa en su rostro. Y en ese momento, él reparó en las ojeras que tenía Harry debajo de sus ojos verdes, y lo rojo que estaba alrededor de sus pestañas.

Había llorado, tal vez siquiera había dormido ahí junto a él, pues hasta que Harry desapareció en el pasillo, Draco salió de su trance y repasó con sus ojos como la cama estaba intacta del lado de Harry, y que ya no estaba el retrato de Lily y James Potter sobre la cómoda.

Se levantó de su cama con intención de revisar su cada rincón; los cajones estaban vacíos, todos los objetos de valor personal también se habían ido, incluso sólo había un cepillo de dientes en el baño… Draco corrió por todo el departamento, buscando cualquier pista que le indicara que Harry regresaría, algún recuerdo que le haya faltado…

Pero sólo estaba él con su departamento vacío.

Sin el calor de Harry.

Sólo quedaba en el escurridor de la cocina, estaba la taza de café que Draco le regaló a Harry la primera noche juntos.

Y la playera que traía puesta.

.

.

Draco se sentía bastante incómodo. Aunque no había nadie en ese lugar, más que la recepcionista que leía el diario de El Profeta y él, continuaba la intriga de si ese sitio era tan discreto y exclusivo como se lo había prometido Blaise. Sus amigos se movieron demasiado rápido, consiguiéndole una cita con una psico maga que terminó sus estudios en Francia y se había mudado a Londres.

Iba vestido lo más casual que pudo, manteniendo los pantalones de lona y el cuello de tortuga que tanto le gustaba usar, aun siendo verano. Era parte de su estilo, y hoy quería sentirse lo más cómodo consigo mismo.

Señor Malfoy. —La asistente que, hasta hace poco le ignoraba, ahora le mostraba una sonrisa cordial—. La psico maga Anna me indica que ya puede recibirle.

Draco se levantó de la silla donde estaba sentado en el acto. Caminó lento hacia la puerta de madera de roble y la recepcionista le sonrío nuevamente antes de volver sus ojos hacia el periódico que aun sostenía en sus manos. Giró la perilla y entró de una forma demasiado muggle para su gusto, pero fue una de las indicaciones que recibió en cuanto concretó la cita hace apenas unos días. En cuanto volteó a su espalda, la puerta había desaparecido.

Quizá sólo se podía entrar ahí por ese medio, y la salida era mediante magia.

El salón al que entró era acogedor. Un gran ventanal dejaba entrar mucha luz, la cual le daba vida a todo lo que tocaba con su esplendor; había una estantería con muchos libros, también algunos cuadros decoraban las paredes, y la chimenea, sin lena ni fuego, daba un toque sobrio al lugar. Sin mencionar la variedad de sillones que había justo en el centro.

Y ahí, estaba una mujer que le veía con una sonrisa, pero más genuina que la de la recepcionista.

Draco, un gusto conocerte —dijo ella levantándose de su asiento y estiró su mano para saludarte. Era redonda, rubia con unos despampanantes ojos negros, tan oscuros que no podía distinguir el iris y la pupila. Llevaba puesto un vestido sencillo azul marino y los tacones que usaba le ayudaba a crecer un par de centímetros, aunque continuaba siendo bajita para él.

Si, igual —respondió sin mucho ánimo y estiró su mano derecha para estrechar la otra.

Por favor, pasa —dijo Anna caminando hacia el centro del salón y tomó asiento en una silla que, a ojos de Draco, se veía como si fuera la principal—. Puedes sentarte donde gustes.

Draco eligió sin pensarlo mucho. Escogió la primera silla que vio, quizá la más incómoda de todo el lugar, pero ella no le dijo nada y conjuró una tetera del fondo del salón y aparecieron dos tazas frente a ellos.

¿Con o sin azúcar?

Con azúcar, por favor —respondió automáticamente. Aunque él en verdad odiaba el azúcar en el té. Recibió gustoso la taza y dio un pequeño sorbo; tuvo que reprimir su peor cara de disgusto a ello—. Gracias.

¿Todo bien en el camino? —Preguntó ella, meneando con una pequeña cucharita el contenido de su taza, todo sin perderle el ojo a él.

Si, no es muy difícil de encontrar este sitio —contestó Draco bebiendo de golpe todo el té, mandando al demonio toda la etiqueta Malfoy que aprendió a lo largo de su infancia.

Ya veo… algunas personas se llegan a extraviar…

Blaise me dijo que tú podías ayudarme. —Draco interrumpió la charla. Lo único que quería, era terminar con esto lo más pronto posible.

Claro que puedo, Draco —respondió ella sin reflejar agobio—. Pero necesito que tú quieras que te ayude. ¿Estás dispuesto a aceptar este compromiso? No prometo que sea un camino fácil, y quizá desees abandonarlo, pero el hecho de que vinieras aquí por tu cuenta es un comienzo muy bueno, y el más importante para querer cambiar.

Draco vio el rostro profesional y serio de la dulce joven que tenía frente a él. Transmitía una paz genuina, aunque se veía bastante firme con sus palabras, confiable… era la palabra que buscaba.

¿Realmente puedo confiar en ti?

Por supuesto. En esta relación hay compromisos por ambas partes, de esa forma, ¿yo también puedo confiar en ti?

Draco pestañeó muchas veces antes de mirarla con rostro determinado.

Quiero… quiero hacerlo.

Ella sólo asintió y él se removió en su lugar.

¿Puedo cambiarme de asiento?

Claro, este es tu espacio. Tú decides qué hacer aquí.

Sin pensarlo mucho, se cambió a un sillón que se veía más confortable,

¿De qué quieres hablar, Draco? ¿Por qué vienes aquí?

Draco se relajó y suspiró…

.

.

.

¡Hola! Estoy muy emocionada por esta historia porque, bueno, les platico... el fin de semana estuve con mucha carga emocional y leí algunos fanfics con este tema de infidelidad, y siento que necesito sacar la versión de este tema desde mi perspectiva.

Así que este fic será una historia catártica para mí. Esperen angst al por mayor y, como lo dicen las etiquetas, un final abierto. Preparen sus pañuelos y el helado a futuro.

Besos de manzana.