III
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Harry tomó otro pañuelo, limpiando las lágrimas de su rostro y sintiéndose realmente patético al llorar, de nuevo, como lo estaba haciendo ahí desde hace casi una hora frente a Scholmo.
Sí, sabía que era su espacio y toda la mierda.
Pero que Merlín lo ayude, se sentía demasiado emocional justo ese día. Por lo que no podía hablar más de dos ideas juntas antes de volver a estallar en llanto.
—No sé lo que me pasa —dijo Harry retomando la plática—. No había llorado así desde hace un par de semanas, cuando fui a casa de mi primo.
—El mismo día en que terminaste con Draco, ¿cierto?
—Justo ese día. —Harry bebió dos vasos de agua, intentando quitarse el hipo que nació de tanto llorar—. El fin de semana pasado, me vi con Hermione y Ron, y siquiera sentía la necesidad de llorar, sólo el pesar en el pecho que no se va…
—Harry, respira hondo… ¿recuerdas la técnica de cuatro tiempos que te enseñé?
Harry asintió.
—Ponlo en práctica. Mientras lo haces, necesito que pienses en tu familia cuando inhales, y cuando exhales, pienses en Draco.
Harry no sabía para qué era eso, pero accedió. Cerró sus ojos y comenzó a respirar hondo durante cuatro, segundos, pensando en sus mejores amigos, en la familia Dursley y los Weasley y cómo se sentía feliz junto a ellos, retuvo cuatro segundos más la respiración, posterior, soltó el aire contenido pensando en Draco.
Repitió nuevamente el proceso, pensando ahora primero en su sobrina Annie, lo bien que han sido las pijamadas junto a esa niña tan dulce, con mejillas apretarles y enorme corazón como para abrazarle mientras susurraba un canto que ayudaba a calmar su dolor.
Contuvo el aire de nuevo.
Y exhaló.
Uno.
Draco sonriéndole.
Dos.
Draco despertando a su lado.
Tres.
Draco frunciendo el ceño.
Cuatro.
Draco diciéndole adiós.
Harry podía jurar que Draco nunca le dijo algo como un Adiós.
Pero, por alguna extraña razón… se sintió bien.
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Habían pasado cerca de cuatro meses.
Aunque Draco lo sentía como si fuese una eternidad.
Las manecillas de su reloj de bolsillo se detuvieron el día en que Harry se fue de su apartamento. Su relación con Harry se conformaba de pequeños rituales que se esforzaba por recordar para no dejarlo morir en su mente; él era quien lo llevó a reparar y le daba cuerda muy temprano en la mañana, para que Draco lo llevara a todos lados, sintiendo que el tiempo hasta volver a verle, disminuía rápidamente, con la promesa de abrazarse nuevamente.
Se empeñó en encontrarle, quería suplicar su perdón de diferentes formas. Ese mismo día que se fue, Draco se dedicó a buscarlo en el Ministerio, en la Madriguera, con amigos que ambos frecuentaban… pero era como si hubiese desaparecido.
Después de no encontrarlo, en un intento absurdo por ignorar la agonía de su pecho y la culpa de su cabeza, Draco se había quedado en la casa de Louis rentaba; el otro estuvo encantado de recibirle, fingiendo bastante bien la pena que sentía al saber que Harry terminó con él después de la fiesta. Y cuando era imposible recordar cómo respirar, Draco cedió al sexo con Louis… un sexo vacío, carente de incluso esa adrenalina que tanto lo embriagó. Quedaba insatisfecho, no podía correrse y su cuerpo solo se volvió receptor del dolor que le provocaba un acto carente de alguna emoción.
El miedo se fue, al igual que la ira y la tristeza.
Draco no podía recordar por qué decidió enredarse con Louis. Si era sincero —y lo tuvo que confesar en una plática reciente con Pansy—, Louis estaba lejos de hacerle sentir lo que sentía al estar con Harry; sí, era innegable que era deliciosa la adrenalina, pero con Harry se conectaban muchos puntos más… La frecuencia con la que Harry empujaba dentro de él al momento de besar uno a uno los lunares en su espalda; o la forma en que Harry gemía cuando Draco era quien lo asaltaba, inclinándole sobre la mesa de su apartamento y escuchándole gemir al compás de sus embistes, justo cuando Harry llegaba al orgasmo.
No había punto de comparación.
Le bastaron tres semanas para saber que eso no iba a funcionar en ningún universo, y cinco días más para convencer a Louis de ello después de que él gritó en medio de un orgasmo el nombre de Harry.
No podían culparlo; tuvo que acudir a los recuerdos del sexo con Harry para pescar un poco de placer.
Oh, amarga ironía.
Aunque quizá, nunca dejó de pensar en Harry…
Y estaba ahí, autocompadeciéndose porque Harry no había vuelto. Contrario a los deseos de Harry, Draco no convocó ninguna protección para el apartamento, guardando con ello, la esperanza de que él decidiera regresar, siquiera por esa taza que él le había regalado y así, tener una oportunidad para platicar.
Pero no había sucedido.
Sus días se volvieron monótonos. Despertaba e iba al boticario casi todo el día —tenía que trabajar por dos ahora que Louis presentó su carta de renuncia y volvió a Francia—; por la tarde-noche, bebía un té con Pansy o su madre, e intercambiaba cartas con mayor frecuencia con Blaise, quien le recordaba lo idiota que había sido.
Gracias, él ya lo sabía… siempre lo supo.
Y por eso, no era merecedor de Harry Potter.
Luego, llegaba a su departamento en la oscuridad de la noche y se dedicaba a observar cada rincón, buscando alguna diminuta diferencia de que alguien estuvo ahí; regresaba con la esperanza de ver alguna prueba de que Harry volvió. Pero pasaban horas sin ver algún cambio, y con un vacío en su corazón, se acostaba en la madrugada.
En poco tiempo, bajó mucho de peso, y las ojeras alrededor de sus ojos se acentuaron aún más. Su madre, Narcissa, le insistía en que acudiera con algún profesional; simplemente no era bueno para él. Pansy, en cambio, dedicaba cada hora que tenía libre para ir invitarle a su casa, recostarse en la gran cama de la princesa Pansy, y platicar de las mil aventuras que tenía la chica —un intento muy amable para distraerlo—, hasta cuando tocaba el tema de lo sexual y le recordaba el motivo por el que estaba así… por no poder guardar su trasero en sus pantalones.
Él les insistía a ellas que estaba bien, no había necesidad de preocuparse de más. Draco aceptaba su error, y como buen Malfoy, quería salir adelante. Aunque su relación fue pública, los diarios aún no hablaron de su ruptura, y fue porque le costó a Lucius una buena donación de fondos para que se abstuvieran de hablar de la vida privada de su hijo.
Agradecía el gesto, pero su padre aún no quería verle el rostro.
Y aun con todo eso, no sabía dónde estaba Harry.
Preguntó a Hermione muy discretamente cuando regresaron de la luna de miel. Supo que Harry no se contactó con ellos ya que, por el contrario, hubiesen estado en Londres ese mismo sábado que Harry se fue, lo que sólo incrementaba sus dudas de donde encontrarlo. Aunque ellos fueron muy amables en decirle que no sabían dónde estaba; la segunda vez que se atrevió a preguntar. se encontró con la ley del hielo proporcionada por Ron y con la voz fría de Hermione diciéndole «Déjale en paz. Si él quiere contactarte, lo hará.»
A ese punto, se había resignado a esperar a verlo nuevamente hasta que él lo permitiera. Y como medio para escapar de la ansiedad, decidió empaparse de trabajo hasta el hartazgo. Abrió otra botica, muy cerca del caldero Chorreante y los límites con el Londres Muggle… esta, sólo tendría cosas exclusivas de remedios herbales para los no mágicos; y aunque no sabía mucho de ellos y sus enfermedades, estudió arduamente para certificar su trabajo con organizaciones muggle que lo respaldaran. Se necesitó poco más de un empujón para que le dieran permiso, pero al ser el mundo no mágico, ellos no sabían de los Malfoy y solo veían en Draco a un buen chico que quería abrir un negocio.
Y mañana abriría por primera vez esa tienda. Se dedicó a capacitar a magos para atender a los muggles —desde el dinero, hasta los saludos típicos y los tópicos que tendrían que abstenerse de hablar—, y sólo iría el día de mañana para ver cómo se mueve la gente.
Cerró los ojos, con la esperanza de poder descansar siquiera un poco.
Para no caer en la locura.
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Draco llevaba ahí cuatro horas y todo se veía que marchaba de maravilla. Al ser una tienda nueva, muchas personas, entre ellas adultos mayores, se acercaban y les relataban a los magos las mil dolencias que cargaban en su cuerpo. Todos se iban bastante convencidos en que eso les ayudaría, y él se sentía, de una forma extraña, feliz por ello.
Él decidió darles su hora de comida a los chicos magos y se fueron, dejándole solo atendiendo a la poca clientela que quedó después de la hora pico. Comenzó a etiquetar algunos viales en la reserva —en caso de que no pudiera regresa antes de la semana—, cuando entró una joven tomando de la mano a su hija. Era domingo, y Draco tenían el ligero conocimiento de que Harry le contó que ese día, la mayoría de los muggles descansan.
—¡Hola! —dijo efusiva la mujer, quien se quitó los lentes oscuros de sol y la niña miraba maravillada todos los frascos de colores que había en los diferentes muebles—. Annie, no toques nada.
—¿Busca algo? —Draco la veía presurosa, volteando hacia la calle constantemente y luego hacia dentro.
—Si, verás mi… cuñada tiene algunas náuseas matutinas… —La mujer se acercó a Draco y susurró—, sabes a qué me refiero.
Draco tardó seis segundos en entender la referencia.
—Oh… bueno, tenemos un remedio perfecto para ello. —Draco le dio la espalda, y del gabinete detrás de él, sacó un frasco de color violeta—. Necesita tomarlo en ayuno por las mañanas, y luego solo comer algo ligero. En poco tiempo, se sentirá mucho mejor.
—¡Gracias! Sinceramente íbamos a la botica que está a cinco cuadras, pero mi… cuñada no aguantaba más la caminata.
—Comprendo —dijo Draco por cortesía, porque realmente no entendía… no conocía a nadie en embarazo como para saber—. Son seis libras.
—Querida, ¿estamos listos? —Draco vio la cabeza de un hombre grande asomarse por la entrada—. Harri… et necesita usar el baño.
En Draco, despertó una llama al escuchar el nombre que dijo el hombre. Levantó su mirada un poco más, viendo hacia afuera y contemplando a través del cristal la delicada silueta de una mujer poco más baja que él mismo, quien tenía su cabello corto, acariciado por el sol, y como si Draco la llamase, volteó su rostro, dejando ver unos penetrantes ojos verdes esmeralda que brillaban con fulgor detrás del armazón negro y redondo.
Giró su cuerpo, sólo un poco, lo suficiente como para ver el prominente pecho, lo suficientemente sugerentes y redondos como para llamar la atención de cualquier hombre.
Y debajo de toda ella.
Un pequeño bulto se asomaba en su abdomen, casi una imperceptible curva delineaba la holgada camisa a cuadros que llevaba puesto.
—Harry…
Porque lo sabía… ella era Harry.
Y casi creyó escuchar como el segundero de su reloj de bolsillo volvió a moverse.
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Anna le recibió abriendo la puerta, mostrando que el decorado dentro había cambiado ligeramente. Algunos cuadros fueron sustituidos y el color de la pared de la chimenea, era de color marrón —antes era crema—. No pudo acudir la semana anterior, y apenas pasaron quince días… y todo cambió.
No sabía si se sintió incómodo.
Pero pronto, su mirada se enfocó en la mesa de centro…
Y su menté voló.
No supo cuánto tiempo se perdió, hasta que escuchó el carraspeo de Anna, seguida de una pregunta.
—Draco, ¿cómo te fue con tu tarea de la semana?
Al escuchar la voz, parpadeó y apretó el puente de su nariz para despejarse. Terminó por despertar del letargo en el que entró cuando vio un libro de la primera y segunda guerra mágica justo al entrar al consultorio. El tomo era grueso, de pasta roja con dorado —como los colores de Gryffindor—, haciéndole recordar en un segundo, todo el horror que vivió a su corta edad.
Incluso recordó a Harry… y hacía tanto que no pensaba en él. Al menos no en el de esa época.
—Yo… no sé. ¿cuál era?
Draco se llevó una mirada seria de Anna.
—¿Quieres hablar de algo en específico?
Realmente no sabía si quería. Pero tal vez, era necesario.
Y era justo.
—Quiero hablar de Harry.
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N/A: Estoy demasiado intensa con esta historia. Ya la tengo planificada, el final que tendrá e incluso, los capítulos que tendrá. Este capítulo me quedó un poco (mucho) angst, pero ERA JUSTO.
Adoro los comentarios que han llegado, y realmente concuerdo con todos y cada uno de ellos; nada justifica una infidelidad, la familia es fuerza y una red de apoyo muy buena, y agradezco a la personita que se aventuró a entrar y leer aún cuando no es fan del angst... ¡Gracias por todas las bellas palabras y pensamiento! Así como los favoritos
Muchas gracias por leer *corazón*
Besos de nuez.
