II: Una Dolorosa Corazonada.

Entretanto, Shinobu había estado hablando con Jinko por teléfono. Ella había terminado la carrera de Medicina, y era de hecho la asistente del doctor Shibazaki, el mismo que atendía a Taro por la lesión.

-…Bueno, creo que te tengo que dejar, amiga. Ya toca abrir el negocio –y después de despedirse colgó el teléfono.

Se paró de su escritorio y fue a supervisar que todo estuviese al pelo; nada podía fallar, según él. Después de eso, salió de Vitalis y encendió su iPod. Algunos jóvenes que pasaban cerca del establecimiento y que conocían al dueño y ex–D.J se preguntaban si él había salido a fumar un cigarrillo, pero no era así. Shinobu podría haber tenido cualquier vicio, pero su adicción era la música… Y desde pequeño.

Y por suerte él estaba fuera de la discoteca, porque lo acometió un intenso dolor, tal como cuando era el Arcángel del Caos. Aún en medio del dolor era consciente de lo que pasaba, y se preguntó si había sido el único que sufrió aquel ataque de dolor.

Pues no fue el único.

Un poco después de haber cesado el ataque, y aún agotado, Shinobu escuchó unos pasos acercándose y alguien lo levantó.

-¡Shinobu-san! ¿Te encuentras bien? –preguntó la persona que lo levantó.

-Kai-kun… Qué bien que estás aquí.

-Pasaba por aquí y te vi en el suelo, como si te hubieras desmayado.

-¿No lo sentiste?

-¿Sentir qué?

-Un ataque, como cuando… Ah, olvídalo. Nunca debiste de haberlo sentido.

-¿Qué? Ya me dejaste picado por la curiosidad –alegó Kai. –Además, si no me dices qué fue, no sabría qué responderte y bien sabes que no puedo leer las mentes… Si sabes a qué me refiero.

-Oye, la curiosidad mató al gato.

-Tomaré el riesgo. Y una cosa más: no digas así; me encantan los gatos.

Shinobu le relató brevemente lo sucedido, y fue grande su sorpresa al saber que para Kai esos ataques no eran extraños.

-De pequeño, antes de la Batalla Final, me solían dar de cuando en cuando, cada vez que me daba un presentimiento. Pero no sentí nada hace un rato. Lo lamento, Shinobu-san.

-Si es así, entonces me pregunto si habré sido el único que sufrió aquel ataque.

-¿No hay manera de saberlo?

-Con Rairyuu en Tokyo, Wataru en París y Tooru en Alemania, sería muy difícil saberlo. La otra opción sería preguntarle a Tsubasa y los demás.

Mas por suerte sonó el celular de Shinobu. Contestó sin saber lo que le esperaba.

-¿Hola? Habla Kurobane.

-¿Shinobu-san? Soy yo, Jinko.

-¡Qué bueno que llamas! –dijo Shinobu, quien por puro despiste había olvidado a la joven doctora.

-¿Lo sentiste, verdad?

-¿Qué? ¿La acometida de dolor?

-Tal como en el principio. Como cuando era un Arcángel Negro y no lograba controlar bien mis poderes.

-Sentí exactamente lo mismo –respondió Shinobu. Kai estuvo a punto de decir algo, pero un gesto de su amigo le hizo pensar las cosas dos veces.

-¿Estás con alguien? No es por ser indiscreta, pero… Sabes que a pesar de todo nadie puede saberlo.

-Estoy con Kai.

-Genial. Nos veremos después. –y con eso Jinko colgó.

Por supuesto, Tooru, Wataru y Rairyuu lo sintieron. El primero estaba revisando unos planos del ya mencionado edificio de oficinas cuando le dio el ataque, y su secretaria pensó que al joven arquitecto le había dado un ataque al corazón.

-¡Jefe! –exclamó ella, corriendo hacia donde él estaba.

-Estoy bien, Brigitte. Sólo déjeme a solas un momento.

-Pero, pero… -la secretaria estaba aterrada al ver que Tooru caminaba lenta y cansadamente hacia su silla, se sentaba, sacaba de un cajón de su escritorio dos pastillas de un frasco y se las tragaba en seco Oo.

-Dije que me deje solo. Por favor, Brigitte –y Tooru se quedó ahí, solo. Por suerte había logrado fingir que tomaba un medicamento, pero en realidad lo que tenía en ese frasco de medicinas eran pastillas de menta. Le encantaban, y como parecían pastillas recetadas, nadie podía imaginar que él en realidad usaba ese recurso desde hacía mucho tiempo para disimular los ataques que le daban cuando era el Arcángel del Hielo y todavía no poseía total control sobre sus fuerzas.

"Creo que el fingir tomar un medicamento con estas pastillas de menta ha sido la mejor idea que he tenido…" –pensó él, mientras descansaba del doloroso ataque.

Entretanto, en Francia, Azumi se las vio negras para sacar a Wataru del salón.

-Wataru-kun, ¿te encuentras bien? –preguntó la joven.

-Ya me siento mejor… Sólo que estoy agotado. Gracias, Azumi-chan.

-¿Qué fue eso? ¿Acaso tiene, o tenía que ver con lo que eras antes?

-Más bien fue una advertencia. Algo malo va a pasar; lo presiento.

-¿Cómo dices? ¿Algo malo va a pasar? ¿Qué?

-Pues no sé qué va a pasar. Sólo sé que algo malo va a pasar.

Azumi tragó saliva, asustada. ¿Acaso Wataru, y Misaki-kun, volverían a combatir? Y si fuera así, ¿serían aliados? ¿O serían rivales otra vez?

-¿Qué piensas, Azumi-chan?

-Me pregunto si Misaki-kun pasó por esto también.

-Muy difícil saberlo en este instante… Al fin y al cabo él está saliendo de terapia a esta hora y no usa celular.

-Ya lo sé… Pero en todo caso no puedo evitar preocuparme por él.

Y claro, Wataru también pensaba lo mismo.

En Tokyo, lo amigos de Rairyuu reaccionaron con temor al ver al muchacho de los mechones rubios contorsionarse de dolor.

-¡Rairyuu! ¡Reacciona! –exclamó uno de ellos, dándole palmadas en la cara después de que cesó el dolor.

-Deja ya de golpearme las mejillas, tonto –respondió el ex-Arcángel del Trueno. –O vas a dejarme con cara de buldog.

-Pero, es que estabas gritando de dolor y de repente quedaste casi inconsciente. Pensamos que te ibas a morir.

-Me dan ataques de dolor, y ya me acostumbré a ello. Sólo es cuestión de esperar a que cesen y recuperar las energías.

-Eso no es normal. ¿Ya has ido al médico?

-¡Ya les dije que sólo es cuestión de esperar a que cesen! ¡Y sí, ya fui al médico y me dijo lo que les dije! –ya Rairyuu estaba desesperado con la insistencia de sus amigos.

-Bueno, ya cálmate pues…

-Sí y sólo si dejamos atrás ese tema, que detesto hablar de eso.

Los amigos de él se encogieron de hombros y siguieron estudiando para el quiz de mañana, que al parecer iba a ser muy complicado, siendo Rairyuu el que más se preparaba; al fin y al cabo, estudiar para ser licenciado de educación física no era fácil, nada fácil.

Por el lado de Tsubasa y los demás, ninguno sufrió lo mismo. Sin embargo, uno de ellos tenía un mal presentimiento…Hyuga.

Estaba entrenando fuertemente, cuando le dio un calambre en la pantorrilla. Dejó de correr y e agachó, masajeándose el músculo paralizado.

-¿Qué pasa, Hyuga? –preguntó el entrenador.

-Me encalambré. En un momento sigo corriendo, señor –respondió el Tigre, dándole vía libre a sus compañeros.

"¿Qué significa esto? Rara vez me dan calambres, porque suelo calentar muy bien antes… Debe ser señal de cosas por venir, y bien que lo debo saber; al fin y al cabo, uno mismo es quien mejor se conoce."

Una vez pasado el calambre, Kojiro siguió con el entrenamiento, aunque no dejó de pensar en su instinto latente, que le decía que algo malo estaba por venir. Por la tarde, al llegar a su diminuto departamento, se preguntó si había sido el único que había tenido aquel mal presentimiento, y algo se encendió en su cabeza. Sus presentimientos normalmente no eran tan específicos…

Él había olvidado por completo que era un Arcángel.

Quizás él y algunos de los demás habían tenido aquella corazonada. Si lograba saber qué pasaba a tiempo, quizá no pasaría nada, pero Hyuga Kojiro se temía lo peor. No era (ni es) pesimista, pero algo le decía que algo, o alguien iba a causar más problemas que los mismísimos Arcángeles Negros en su época.

Por otro lado, Tsubasa acababa de llegar a su casa. Sanae estaba preparando una suculenta cena, mientras escuchaba algo de música en español (probablemente a Alejandro Sanz ;D)

-Hola cariño. ¿Cómo te fue hoy? –dijo mientras se acercaba y le daba un cálido abrazo a su esposa.

-Hola, querido. Pues, bien. Sabes que las cambian…

-Poco por no decir nada –dijeron ambos a la vez. Se miraron por un instante, y como si hubiesen contado un muy buen chiste, se echaron a reír. Y bien que lo necesitaban. En ese instante comenzó a sonar en la radio una vieja canción de los 70s, Nada Va A Cambiar Mi Amor Por Ti.

Las miradas se unieron, los rostros se acercaban… Y en ese preciso instante sonó el teléfono Oo

-Hola, casa de la familia Ozora –dijo Sanae en español (con su acentico japonés a pesar de todo).

-¿Sanae? Soy Hyuga. ¿Está Tsubasa por ahí?

-Sí. Querido, tienes una llamada.

-Voy –Tsubasa dejó su plato de comida en la mesa y se apresuró a contestar. –Hola, habla Tsubasa. ¿Con quién hablo?

-Hola, soy Hyuga. ¿No lo sentiste?

-¿Sentir qué? ¿Acaso tembló?

No es momento para chistes! Me refiero a que si no tuviste un mal presentimiento esta mañana.

-La verdad no. No he tenido ni presentimientos, ni nada. ¿Por qué la pregunta? - Tsubasa estaba bastante confundido.

-No soy agorero, y lo sabes, pero tengo la corazonada que los Arcángeles volveremos a entrar en acción.

Eso dejó al Kami no Tsukai, quien había olvidado lo que era, pensativo.

Después de despedirse, Tsubasa regresó al comedor y se sentó a terminar su cena. El gesto que tenía alarmó a Sanae.

-Tsubasa, ¿qué dijo Hyuga? Estás muy serio.

-Dijo que tiene un mal presentimiento.

-¿Y? ¿Qué más dijo? No es por ser entrometida, pero…

-Que… -Tsubasa no sabía si decirlo o no, pero igual era su deber hacerlo, y cumplió con ello. –Él tiene la corazonada que los Arcángeles volveremos a entrar en acción.

Sanae se quedó de piedra.

-Y eso que Hyuga cree poco en los presentimientos –continuó Tsubasa, sin darse cuenta que Sanae parecía haber sido transportada a otra dimensión. -¿Qué piensas, cariño?

Al fin se volteó a ver y vio que ella por la impresión no respondía.

-Sanae, cariño… ¡Sanae! –y al fin ella reaccionó.

-Y yo que creía que todo había terminado… Muchos años después de eso volvemos a la batalla…

-Pues no se sabe cuán cierto sea, pero yo creo en lo que dice Hyuga.

-Pero, pero…

-¿Qué pasa?

-¿Y si pasa algo horrible, y te pierdo? –Sanae se veía al borde del pánico.

-No me vas a perder, y obviamente no te perderé, porque sabes muy bien, que nada, ni nadie nos puede separar –y el Mensajero de los Dioses le dio un tierno beso a su amada, al Arcángel del Amor.

Sanae se echó a llorar. Tenía mucho miedo, y aunque ella como Arcángel estaba dispuesta a luchar por lo suyo, el cual también era su deber, no podía evitar pensar qué sería de ella si su esposo caía en batalla. Por suerte, Tsubasa la entendía; la conocía casi por completo. Y en ese entendimiento que él tenía hacia ella, le dio un fuerte abrazo.

Sin embargo, suele suceder que a veces algunas cosas, o algunas situaciones llegan a añadirle leña al fuego… Y más entre dos personas que se aman.

Ninguno de los dos recordó lo sucedido con claridad. Sólo sabían que se habían dejado llevar por su corazón, y que debían vivir cada momento que les quedaba, pues no sabían qué iba a pasar, ni cuántos problemas tendrían que superar, pero sí había algo que sabían muy bien: Todo lo superarían juntos, entre los Arcángeles Blancos, los ex-Arcángeles Negros, y entre ellos, los Ozora-Nakasawa.

Después de aquello, quien se despertó primero fue Tsubasa. Miró la hora en el reloj de su mesilla de noche; faltaba poco para las once de la noche. Se apresuró a colocarse algo de ropa, fue al pequeño cuarto que servía de estudio para ambos y tomó uno de los libros de portugués que debía leer, pues aparte del fútbol, su gran pasión y vida, estaba también estudiando Idiomas, por consejo de su madre. Al cabo de un rato volvió a mirar la hora. Eran las doce y cuarto de la mañana. Calculó que eran las ocho de la mañana en Japón; probablemente Ishizaki, Misaki y los demás debían estar comenzando sus jornadas.

Rato después, volvió a la habitación, pero antes de poder apartar las cobijas, el mismo ataque de dolor que le daba a los quince años volvió a tomarle completamente desprevenido, y como hacía ya mucho tiempo que no le daban, lo dejaron supremamente agotado, casi inconsciente. El pobre hizo lo posible por no gritar, pero de todos modos alcanzó a despertar a Sanae. Ésta al parecer tenía el sueño ligero, pues aparte que se había puesto su camisón, se había movido con mucha rapidez.

-¡Tsubasa! Tsubasa, responde, por favor… -dijo ella, corriendo hacia su esposo.

-Lo, lo… Lo vi, Sanae. Lo vi, tan, tan claro como el agua –dijo Tsubasa entrecortadamente, tratando de recuperar sus fuerzas.

-¿Qué viste?

-A Shiro, pero no era Shiro.

-¿Cómo dices?

-Vi a alguien muy parecido a Shiro, pero estaba vestido de negro.

-Eso es imposible… Sabemos que…

-Sólo te digo lo que vi, y es la verdad.

-Pero, Shiro murió. Todos vimos su muerte.

Y a Tsubasa se le ocurrió algo.

-¿Y si Shiro tenía una antítesis? Es decir, yo tenía a Kai, el Kage no Tsukai y ustedes a los Arcángeles Negros.

-Es decir, ¿una versión oscura de Shiro? ¿Algo como Kuro?

-Eso me temo, Sanae. Eso me temo.

Mientras tanto, Hyuga, Genzo, Wataru y Tooru, los Arcángeles y ex-Arcángeles residentes en Europa dormían tranquilamente, a excepción del arquero, quien se encontraba en el aeropuerto. Ninguno había sufrido, o vuelto a sufrir ataques, y en el caso de Wakabayashi, ignoraba la situación por completo. Estaba esperando a abordar el avión, muerto del cansancio. Odiaba tener que viajar tan tarde, pero era la única manera en que podría llegar temprano a Tokyo, y de ahí a Shizuoka.

-Rayos… Con lo que odio tener que dormir en el avión… Quisiera poder tomar un vuelo después, pero llegaría muy tarde al aeropuerto de Narita…

Sin embargo, un niño que andaba por ahí lo sacó de su pésimo estado de humor.

-¡Mira, mamá! ¡Es el arquero del Hamburgo! –exclamó el niño.

Genzo sintió de inmediato las miradas de los demás pasajeros encima de él, y eso que él andaba de incógnito, enfundado en una chaqueta de aviador, pantalones de mezclilla y :shock: sin su gorra, aparte que también andaba con una expresión de malas pulgas. Así como estaba él, ¿cómo rayos lo había reconocido el chiquillo?

Era hora de aplicar el Plan B.

"Rayos… Cómo quisiera que la gente no me reconociera en este instante… Quisiera poder hacerles creer que fue un error, que en realidad soy un simple individuo que va de viaje…"

Y como por arte de magia, la gente dejó de observarlo, y el niño que lo había delatado lo miró una vez más, y pareció haber musitado "creo que me equivoqué."

"¿Cómo pasó eso…?" –y recordó algo que como la mayoría de los otros, había olvidado: Sus poderes como el Arcángel del Viento le permitían cambiar algunas situaciones.

-Había olvidado eso… Y ahora que lo pienso… -y se puso a buscar algo entre el maletín que llevaba a la mano.

Pero, ¿alguien tendría una vaga idea de lo que iba a suceder? Y si era así, ¿cómo lo enfrentarían?

Por lo menos los Arcángeles Blancos, aunque habían olvidado sus poderes, los recordarían después, pero Jinko, Tooru, Wataru, Rairyuu, Shinobu y Kai no tendrían manera de defenderse, y eso que cinco de los seis seres otrora oscuros habían sufrido el ataque. ¿Qué podrían hacer ellos?

En ese instante lo ignoraban. Ignoraban qué iba a pasar, y no porque siguieran creyendo que su destino era inmutable. Gracias a Tsubasa, el Mensajero de los Dioses, habían entendido que ninguno está sujeto a un destino predeterminado, pero a veces cosas imprevistas pueden acercarse en el futuro. Eso es lo que se llama tener un presentimiento. Y aunque a veces no pasan de ser meras corazonadas, hay veces en que resultan siendo verdaderas.

Y es que una fuerza más allá de la bondad o la maldad, más blanca que el blanco más puro, más negra que el negro más intenso comenzó a irradiarse en todas direcciones, buscando algo, como si algo la llamara. Algo más allá del mismísimo caos se acercaba…

Dispuesto a cumplir con su tenebrosa ambición.

Al parecer alguien más había tenido un mal presentimiento… Y no precisamente un Arcángel, ex-Arcángel o alguien que sabía sobre aquello.

-¡Mamá! –exclamó alguien en su habitación, empapado en sudor y sus ojos abiertos como platos de sopa.

-¿Qué pasa, hijo?

-Tuve una pesadilla. Fue horrible… Ni quiero pensar en eso.

Era Ozora Daichi, el hermano menor de Tsubasa. Idéntico en aspecto, sólo que con la nariz ligeramente más afilada, al igual que su mentón, él también poseía esa afición al fútbol. Había nacido después de que su hermano se había ido a Brasil, y rara vez le veía, pero le quería mucho. Ahora estudiaba en la primaria Nankatsu, y tal como su hermano en su época, era el número diez, aunque le encantaba jugar de delantero. Pero ese día se había quedado en casa por una fuerte gripe.

-¿Qué soñaste? –preguntó Natsuko.

-Soñé con una persona vestida de negro… Y atrás de él todo era horrible. Era oscuro y feo.

Natsuko recordó la vez en que a Tsubasa le había dado una pesadilla en la que habían matado a Hyuga; eso había sido en la época en que él le ocultaba un terrible secreto.

-Tranquilo, Daichi. Anda, vamos a la cocina, te tomas un vaso de leche caliente con miel y vuelves a dormir. ¿Te parece bien?

-Está bien, pero me parece tonto estar dormido en plena mañana –y Daichi se levantó de la cama, aunque tosió bastante.

Mientras bajaban las escaleras, a Natsuko le llovieron dudas. ¿Habría sido tan solo una pesadilla la de Daichi? ¿O acaso era mala señal? No por nada ella y su nuera eran las encargadas de custodiar la vieja leyenda de los Arcángeles.

Pero sabía que preguntarle a su hijo menor sobre la pesadilla le haría hacer cualquier cosa para evitar volverse a dormir… Y sabía que él debía guardar cama, por más inquieto que fuera.

Llegó a la cocina, y mientras Daichi estaba de pie, cubierto de pies a cabeza con su cobija, Natsuko sacó una cacerola, la leche y la miel.

-Mamá, ¿a mi niisan le daban pesadillas a mi edad? –era muy obvia la brecha de edad.

-Sí, y también le daban cuando estaba en la secundaria.

-¿Cómo?

-Así es. Verás, Tsubasa tenía pesadillas por una historia que le contaron, y en la que él, aunque no quería, estaba muy involucrado, hijo. No era su culpa. Y por cierto, ¿volviste a leer esas historias de terror?

-No, mamá. No he vuelto a leerlas, tal como me dijiste.

-Entonces no me explico el porqué de ese mal sueño.

-Ni yo, pero no me gusta cómo se veía ese Shiro Negro.

Y ahí sí que se quedó muda Ozora Natsuko.