Capítulo III: El Guía Negro
Tsubasa no se equivocó en medio de su dolor. Después de varios años de terminado el asunto de los Arcángeles Negros, su capacidad de predicción, y no tanto del futuro, si no del presente seguía tan afilada cono el filo de la espada que había olvidado que tenía.
El ser de negro se acercaba a una velocidad vertiginosa. Atravesaba dimensiones en menos de lo que canta un gallo, sin demora ni descanso. Sólo pensaba en una cosa, y en varias otras que derivaban de lo mismo: Encontrar a aquellos que pudieras derrotar a los que derrotaron a sus adeptos, los Arcángeles Negros. Por suerte su rival, el Guía Blanco había muerto, y los Arcángeles daban por sentado que la Estrella de los Dioses era su arma más poderosa. Ah, qué ingenuos eran… Y probablemente después de tanto tiempo habían olvidado lo que eran.
Sin embargo, no debía subestimarlos.
Los Arcángeles Negros no habían sido unos completos inútiles; casi lograron la ambición del Guía Negro, creyendo que su destino era fijo, incambiable. Pero una falla es una falla. Ahora eran simples mortales, incapaces de darse cuenta de lo que sucedía, y para rematar ahora eran amigos de sus anteriores rivales, y del detestable ser que había frustrado sus planes. Pero aunque fue el Guía Negro quien les enseñó todo lo que ellos sabían, de todos modos se había reservado algunas cosas. No podía dejar que supieran demasiado, y así hizo antes de decirles a ellos que "ya todo estaba dicho y hecho, y que ahora dependía de ellos cumplir su destino." ¿Riesgos? Los tomaba sin exagerar. ¿Consecuencias? Nunca le afectaron. Sólo se dedicaba a manipular a los mortales como marionetas para que la Oscuridad—su oscuridad reinara. Cuánto deseaba ver aquello: El Nuevo Génesis bajo el glorioso manto de Su Oscuridad… Su Eterna Oscuridad.
Todas las cosas estaban claras como el agua. Debía encontrar unos mortales idóneos para su objetivo. Quizás no fueran Arcángeles dormidos, quizás ni siquiera sabían que algo como tener poderes existiera, pero podía convertirlos en algo mucho más allá. Los convertiría en verdaderos custodios de su legado, en luchadores del caos… en Contraarcángeles. Y no habría un némesis para el Kami no Tsukai; el mismo Guía Negro quería deshacerse de él con sus propias huesudas y letales manos.
Con sólo pensar en la dulce venganza, el ser de negro sentía una burbuja de furioso placer en su garganta. Y a medida que cruzaba el portal hacia otra dimensión, dejó escapar un rosario de carcajadas, frías como el hielo, oscuras como su mente, y aterradoras como la muerte.
Y para rematar, ya había pensado en quiénes podrían ser los candidatos.
Pero no recordaba algo crucial, bien fuera por confiado, o porque estaba tan obsesionado con su plan que lo dejó escapar: El Kami no Tsukai podía predecir en medio de su dolor. Y eso podría costarle caro.
Y así como El Guía Negro cruzaba dimensiones riendo a carcajadas, y Natsuko estaba sirviéndole a Daichi la leche caliente con miel para que el chiquillo se durmiera, Tsubasa estaba sentado en la cama, pensando en lo que había visto.
"¿Es o no la contraparte de Shiro? ¿Y por qué tengo la desagradable sensación de que no viene a guiarnos?"
"La Oscuridad… Un Nuevo Génesis bajo el glorioso manto de La Oscuridad…"
-Basta ya –Tsubasa no se dio cuenta que había hablado en voz alta. Sanae volteó a verlo, acostada como estaba, sin hablar. Él notó la mirada de su esposa, pero no acertó a decir algo… O al menos algo coherente.
-Duérmete ya, Tsubasa. Mañana tienes que madrugar para ir a la universidad y para rematar va a ser un largo día.
-Sí, supongo. Buenas noches, cariño.
-Buenas noches.
Tsubasa apagó la lámpara de la mesilla y se acostó. Su mente divagaba por muchas cosas, desde lo sucedido hasta preguntarse cómo seguía su hermanito Daichi de su gripe, hasta quedarse profundamente dormido. Asimismo hizo Ozora Sanae, que aunque no estaba realmente con sueño, se quedó dormida.
Entretanto, en Japón, cada uno andaba más o menos en lo suyo, excepto Jinko, quien como asistente del doctor Shibazaki, el mismo que estaba tratando a Taro, estaba cumpliendo con su deber. Ayudaba a la rehabilitación más bien en silencio, pero el amable futbolista trataba de romper el hielo.
-Esto, doctora, ¿cómo crees que estarán los demás en Europa?
-¿Akuji y Osorezan? Supongo que bien. Es decir, ninguno es un idiota, aunque Akuji siga con su manía de decir frases a cada rato.
-No sólo me refiero a ellos –dijo Taro con toda la naturalidad del mundo.
-¿Te refieres a Tsubasa-kun y los demás Arcángeles Blancos?
-Sí.
-Creo que tú debes saberlo mejor que yo, Misaki-san. Al fin que tú y Tsubasa-kun son muy cercanos.
-Eh… sí. Tsubasa-kun es mi mejor amigo desde la infancia…
-Y viceversa por lo que él me contó.
A pesar de lo pasado y del pasado, Jinko seguía siendo muy formal, incluso rayando en la frialdad. Sabía que podía confiar en Misaki, pues fue partícipe de todo, pero ella siempre había sido bastante, no, demasiado desconfiada. Desde pequeña lo era, cuando la gente la rechazaba por ser una nerd.
-Doctora, ¿puedo preguntarte algo?
-¿Qué?
-Si ya nos conoces a todos, teniendo en cuenta lo sucedido y no voy a entrar en detalles, ¿por qué sólo llamas a Tsubasa-kun por su nombre y a todos los demás por el apellido?
-Tengo mis razones, Misaki-san.
Y es que Jinko, entre todos los conocidos que tenía, sólo llamaba a Tsubasa por su nombre porque había sido la primera persona que la había tratado bien, fuera de sus congéneres de destino.
Mientras tanto, Ishizaki estaba entrenando con el Jubilo Iwata. La noche anterior pasó tranquilamente, mientras él y Misaki-kun habían hablado de varios temas, entre ellos el equipo, ya que Taro buscaba un equipo de la J-League donde reaparecer después de su lesión y había elegido el Jubilo Iwata, aunque su pase pertenecía al Paris Saint-Germain y habían demasiados jugadores en el plantel del equipo japonés.
Pero ahora Ishizaki Ryou estaba entrenando y no debía desconcentrarse, aunque fuera un despistado por naturaleza. Un rato después enviaron a los jugadores a la sala de máquinas del gimnasio, donde el médico estaba haciendo valoraciones.
El Monkey Boy esperaba con un pie apoyado en la pared a que fuera su turno cuando…
-Ishizaki Ryou –escuchó después de un buen rato. El joven respiró profundamente y entró al recinto.
-Veamos… -el médico del equipo buscó la hoja con los datos de Ryou. –Ishizaki… Ishizaki… Aquí está. Ishizaki, Ryou. Defensa titular, 1.76 m, 67 kg., número catorce en la camiseta.
-Sí, señor –dijo el jugador, tratando de estar lo más calmado posible. Pasó por varias pruebas, incluyendo pruebas de respiración (la espalda descubierta y el doctor vio el tatuaje, pero ya no era cosa del otro mundo que un futbolista tuviera tatuajes o perforaciones), y después de un rato se retiró de la zona de máquinas.
"Pensé que no iba a terminar…"
-¿Cómo fue? –preguntó uno de sus compañeros (y viejo conocido nuestro), Urabe Hanji.
-Ya sabes. Lo mismo de siempre. Y tal parece que viajaremos a Hokkaido por el próximo partido, pero…
-Lo del partido contra el Consadole Sapporo no es noticia de última hora, pero… ¿qué?
-Sólo sabremos quiénes irán cuando terminen las valoraciones.
Inconscientemente Ryou había usado sus poderes para leer la mente del doctor cuando estaban en medio del examen.
Y poco recordaba de aquello, pues en su subconsciente había bloqueado los recuerdos de las batallas y olvidado sus poderes como el Arcángel de la Tierra.
Entretanto, Genzo ya iba en el avión a Tokyo, profundamente dormido, y sobra aclarar que el viaje es largo. Al contrario que muchas veces, iba en Primera Clase; no quería ser molestado y eso se veía en la huraña expresión que tenía en ese instante. En una de sus manos tenía un librillo, pero no estaba impreso, si no que la menuda y cuadrada caligrafía del arquero cubría varias hojas ya, y en la otra tenía un lápiz. ¿Qué tenía escrito Wakabayashi en el librito de marras?
No precisamente su autobiografía. Por alguna extraña razón, después del incidente en el aeropuerto, lo que le había sucedido cuando tenía quince años le parecía digno de un cuento. Sin embargo, no era tan estúpido como para delatarse a él y a los otros como los verdaderos protagonistas, y todavía no sabía qué título ponerle.
Pero se cayó el librito y una azafata que pasaba en ese instante con un vaso de agua para un pasajero lo notó. Cuidadosamente tomó el libro y mirando la primera página para ver quién era el dueño, despertó con delicadeza al arquero dormido, aunque obviamente ni reconoció a Genzo, ni entendió qué decía la página.
-Disculpe, señor… -dijo la azafata, un poco temerosa del hombretón.
-Eh, ¿sí? ¿Qué pasa? –refunfuñó Genzo.
-¿Éste libro es suyo?
-Sí… ¿De dónde lo cogió?
-Se le cayó, señor.
-Gracias –y Genzo volvió a quedar dormido.
-Disculpe, pero… -la curiosidad puede más que el miedo, y la azafata lo comprobó. -¿Qué escribió ahí?
-Un ensayo sobre manejo de pequeñas y medianas empresas –mintió Genzo, molesto. –Y ahora, con permiso, déjeme dormir.
Hasta ahora, los únicos que sabían con certeza que habían problemas, aunque no sabían exactamente qué tipo de problemas eran los ex-Arcángeles Negros.
Hyuga sólo lo presentía.
Y Tsubasa y Sanae se temían lo que iba a pasar y eran los que más clara tenían la idea.
Pero…
En Brasil, se abrió la puerta de un apartamento y un joven de cabello castaño oscuro en rizos y fríos ojos grises entró. Al parecer ni su madre ni su hermano habían llegado, pero no le importaba mucho. Sin embargo, encontró una nota sobre la mesa del comedor.
"-Hijo: Llevé a tu hermano al médico por su tos. Queda algo de feijoada en la nevera. Mamá."
El joven suspiró resignado. No le gustaba casi la feijoada, pero no eran tiempos fáciles y es un pecado botar la comida.
Sacó el plato de frijoles, vertió el contenido en una olla y lo calentó, añadiéndole sal, un tomate picado y algo de ají. Así no le resultaba tan repugnante e insípido.
Rato después, mientras dormía sentado en un sillón del apartamento, se volvió a abrir la puerta, o al menos eso creía el joven. Pero no fue su madre ni su hermano quien había llegado.
"¿Acaso será un ladrón?" –pensó el joven, haciéndose el dormido.
-No soy un ladrón ni estás dormido. Vengo a hacer un trato contigo –dijo la persona que había entrado al apartamento. ¿Era un hombre? ¿O una mujer? ¿O los dos?
-¿A qué te refieres, y quién eres tú?
-Me refiero a que si te gustaría derrotar a tu mayor rival.
-Pues claro…
-Si quieres yo te puedo ayudar a deshacerte de él de una buena vez por todas.
El joven musitó algo ininteligible.
-Puedes llamarme Preto, respondiendo a tu segunda pregunta. Y una cosa: Cuando me refiero a deshacerme de tu mayor rival, lo digo en serio. Y espero que me ayudes en esto, Carlos Santana.
Y Preto desapareció.
Lo mismo había pasado en Francia, Alemania, e incluso en Uruguay, pero a ese ser, ni hombre ni mujer, conocido como Preto, Schwarz, Noir o El Guía Negro le faltaba algo, o más bien alguien. Necesitaba a un Contraarcángel femenino, pero tal parecía que ella, el Arcángel del Amor no poseía ya una rival. Ni siquiera entre sus amigas más cercanas, que al parecer habían aceptado el hecho de que ella se apellidaba ahora Ozora.
No había rival para Sanae, pero podía crear una… Un clon, una antítesis, o más bien, el lado oscuro del Arcángel más poderoso.
Eso era justamente lo que necesitaba.
Silenciosamente, el Guía Negro atravesó dimensiones hasta llegar a Barcelona, directo sobre la casa en la que vivían Tsubasa y Sanae. Podría haber acabado de una vez con Tsubasa, pero ese no era el momento, ni su objetivo en ese instante. Sólo había ido para crear a la terrible rival de Sanae.
Y ya tenía la idea de cómo hacerlo.
Atravesó unas cuantas dimensiones más y apareció al lado de la cama. La joven estaba de lado con la espalda hacia el Guía Negro.
"Eso es… Sigue durmiendo. Ni siquiera te das cuenta que voy a crear tu rival a partir de ti… De tu parte más oscura y maligna…." –y el abominable ser comenzó a extraer algo de Sanae.
"¡No!" –gritó una extraña y misteriosa vocecilla, y una especie de empujón mental aturdió al Guía Negro que dio un traspié.
"¿Qué? ¿Quién eres, y cómo te atreves a detenerme?"
"No lo hagas… No le hagas daño… ¡Detente!"
"Ya es demasiado tarde" –respondió mentalmente el Guía Negro. "Ya logré mi objetivo."
Y mientras éste desapareció, la vocecilla mustió débilmente "Ma… mamá…" y no habló más.
Entretanto, en otra parte, ya había aparecido el ser de negro, junto con lo que necesitaba. Por supuesto, para Kuro (no voy a complicarles más la vida con lo del Guía Negro) era tan sólo un reto más.
-Ahora sólo debo crearla. Debe ser perfecta, oscura y consciente de que debe cumplir con su misión… Debe ser la perfecta Kurai, la perfecta encarnación de la Oscuridad.
A partir de lo que extrajo del Arcángel del Amor, utilizando sus poderes, Kuro comenzó a crear dentro de un capullo al ser que encarnaba al odio, la oscuridad y el terror que existía sobre la tierra, nacido del Amor.
Pero claro, Kurai sola no lo haría todo. Por algo Kuro había manipulado a cuatro rivales de los Arcángeles para convertirlos en seres oscuros también. Teletransportó a Carlos, Karl, Pierre y Ryoma hacia donde estaban, aunque ellos estaban profundamente dormidos.
"Ustedes que han aceptado su inmutable destino, escuchen con atención. Las personas que consideran sus mayores rivales son no sólo sus rivales en lo que más aman, si no rivales desde tiempos inmemoriales. Es su deber acabar con ellos… Para que la Oscuridad que les pertenece a ustedes, y su ambición de ganar venza. Por eso, les pido que tan sólo digan que sí; con eso ustedes obtendrán algo que nadie más ha tenido. Serán seres poderosos, prácticamente invencibles… Pero sólo si deciden acabar con sus rivales"
"¿Cómo…? ¿Rivales eternos?" –musitó mentalmente Pierre.
"¿Algo que nadie más ha tenido?" –pensó Karl.
"¿Nuestra ambición de ganar vencerá?" –dijo Ryoma entre sueños.
"¿Sólo si decidimos acabar… con nuestros rivales…" –dijo Carlos finalmente.
"Por siempre y para siempre" –fue la respuesta final de Kuro.
De ahí en adelante, las cosas resultaron por completo un misterio. ¿Qué habría pasado? ¿Acaso cuatro de los futbolistas más reconocidos del mundo venderían sus almas sólo para derrotar a sus mayores rivales, en lo que creían que era sólo en el fútbol?
Por supuesto, eso sería lo que antes pensarían ellos.
Ahora pensaban en derrotarlos literalmente. Ahora la oscuridad y el rencor que sentían hacia sus rivales los había convertido en seres malignos. Pero claro, no podían vivir en las tinieblas, escondidos como asesinos dispuestos a matar de noche. Debían vivir lo más normalmente posible, pero habrían ciertas cosas, casi imperceptibles que cambiarían en ellos. Tristemente.
Sin embargo, hasta donde se sabe, los cuatro Contraarcángeles no recordaban absolutamente nada de lo sucedido esa fatídica noche. Seguían siendo exactamente los mismos, pero algo había cambiado, y aún nadie lo notaba: los ojos de Carlos, Ryoma, Pierre y Karl se habían vuelto fríos y opacos.
De regreso en Japón, Kumi y Yukari estaban en la universidad, saliendo de una clase de la carrera que veían.
-Cielos, creí que nunca iba a acabar esa clase –admitió Yukari.
-Ni que lo digas, amiga –agregó Kumi, quien ahora llevaba el cabello bastante corto. –Por cierto, ¿has hablado con Ishizaki?
-No desde anteayer. Ya sabes, nos han dejado mucho que leer, y él vive muy ocupado con el equipo.
-Se te nota que no te hace ni pizca de gracia.
-Así somos. Es decir, lo adoro con toda el alma, y sé que él me quiere también, pero no nos queda mucho tiempo para vernos. Sin embargo, esa falta de tiempo hace que vernos sea algo que esperamos con ansias, ¿sabes?
-En fin.
-¿Y qué ha pasado con Kouichi?
-Oye, no comiences a imaginar cosas. Kouichi no me gusta, ¿entendido? –respondió Kumi, molesta. Un muchacho de la universidad había invitado a la ex-asistente del Nankatsu a salir, pero ella no aceptó, y ahora Yukari la molestaba por ello. -Por cierto, ¿cómo crees que esté Sanae-chan?
-Espero que esté bien, porque si Tsubasa llega a lastimarla o a dejarla por otra, ¡te juro que tomo el primer avión a España y le parto la cara!
-Hey, tranquilízate, amiga. Es decir, bien sabes que aunque lo fue durante mucho tiempo, Tsubasa no es un idiota insensible ahora que está casado. Sin embargo… -Kumi suspiró inconscientemente. –No puedo evitar sentir envidia de Sanae.
-¿Acaso aún te gusta Tsubasa?
-No precisamente, pero hay cosas que son muy difíciles de olvidar.
Entretanto, Natsuko estaba pensativa sobre lo que había dicho Daichi antes de que ella le sirviera la leche caliente con miel a él.
"Pero no me gusta cómo se veía ese Shiro negro. ¿Acaso Daichi sabe algo sobre el asunto de los Arcángeles? Hasta donde recuerdo, no le he mencionado en realidad ago concreto sobre los Arcángeles porque Tsubasa me pidió ese favor, pero Daichi sabe algo."
La señora Ozora subió las escaleras y entró al cuarto que antes era de huéspedes y ahora de Daichi. Aunque debería tener cosas en desorden, y usualmente Daichi era muy desorganizado, las cosas estaban pulcramente en su lugar por la gripe del chico, quien ahora dormía con la espalda vuelta hacia la ventana, por donde se veía el sol vespertino.
Natsuko se acercó hacia su hijo menor y le tocó la frente por si tenía fiebre. Aunque sudaba, al parecer tenía la temperatura normal. Pero claro, esa no es la manera correcta de tomar la temperatura. Delicadamente colocó el termómetro bajo el brazo de Daichi y esperó tres minutos. Tomó el termómetro, y revisó. Daichi estaba bien de temperatura; eso significaba que ya en dos o tres días podría regresar a la escuela, aunque él no quisiera.
-No… Hermano, no uses el Grito… Esquívalo… ¡El Shiro Negro está detrás de ti! -comenzó a murmurar Daichi entre sueños, mientras en medio del sueño detenía a alguien.
"¡El Shiro Negro está detrás de ti! ¡Daichi definitivamente sabe algo, y no fue por mi culpa!" –pensó Natsuko inmediatamente.
Y naturalmente todos se preguntan cómo es que Daichi-chan lo sabe… Pero eso incluso yo misma me lo pregunto.
