Capítulo V: El Ataque y El Mensaje

Entretanto, Tsubasa estaba en clase, ansioso por salir de allí. El profesor estaba explicando algo sobre la gramática en el inglés, y bueno, es por muchos sabido que Tsubasa no es buen estudiante en realidad. Sin embargo, lo volvió a acometer el dolor, y cayó al suelo, encogido y mordiéndose la lengua para no gritar.

-Ozora, ¿qué sucede? –preguntó el maestro, sin inmutarse.

-Señor, parece que a Tsubasa le dio epilepsia o algo así –dijo Aarón, un estudiante del lugar, quien se sentía muy suertudo de poder hablar con el futbolista.

-Llevadlo a la enfermería o al hospital. Ahora mismo –y el joven que había hablado sacó a Tsubasa de allí, alarmado. Estaba a punto de llevarlo hasta el estacionamiento y llevar a Tsubasa en su auto, pero éste le detuvo.

-Gracias, pero no me lleves al hospital.

-¿Por qué? ¿Acaso no tenéis epilepsia o algo así?

-No precisamente, Aarón. Me dan estos ataques de cuando en cuando, pero ya me estoy acostumbrando. Gracias –y Tsubasa se sentó en las escaleras de la entrada principal.

-Entonces, ¿qué le digo al maestro?

-Dile que ya estoy mejor, y que regresaré pronto al salón.

Aarón se fue. Una vez el joven se perdió de vista, Tsubasa pensó rápidamente en lo que vio mientras le dio el ataque de dolor.

"¿Por qué vi a Santana cerca de la casa? ¡Él debería estar en Brasil! Sin embargo, esto no me agrada nada."

Y Tsubasa se teletransportó hacia el lugar donde debía de estar Carlos.

Llegó al lugar, y vio a Carlos efectivamente. Pero había algo raro, algo maligno en él.

"¿Qué le pasa? Santana exuda algo raro."

Y sin embargo, Tsubasa deseaba de todo corazón que sus premoniciones fallaran, porque Carlos se dirigió a la casa de Tsubasa, y tocó a la puerta. A sabiendas de que no podía dejar que lo viera, Tsubasa volvió a utilizar sus viejos poderes y se convirtió en gato. Se trepó a los tejados de una casa cercana y corrió hacia la suya propia. Lo que vio no fue alentador.

-S-Santana… -dijo Sanae al abrir la puerta. -¿Cuándo llegaste a B-Bar-Barcelona?

-No hace mucho –respondió él secamente. -¿Y Tsubasa?

-No está… A estas horas debe de estar en la universidad, creo.

"Eso es lo que crees, cariño" –pensó Tsubasa.

-Entiendo… -y en un instante unas alas similares a las de las gárgolas salieron de los omoplatos de Carlos. –Entonces al menos me haré cargo de ti.

Sanae estaba aterrada, pero actuó a tiempo formando la barrera.

-Santana, ¿qué te pasa? ¿Qué haces aquí?

-No soy el mismo Carlos Santana de siempre… Ahora soy un Contraarcángel… Cuyo destino es derrotar a su mayor rival.

-¡Pues si buscas a tu rival, aquí estoy! –gritó Tsubasa, saltando y transformándose de vuelta en humano. Aunque no cambió de expresión, Tsubasa estaba asustado al ver que los fríos ojos de Santana estaban más helados que de costumbre y unas extrañas marcas negras le surcaban el rostro.

-Esto era justo lo que quería. Ahora sí tomaré venganza por lo que hiciste, Kami no Tsukai.

"¡Imposible! ¿Cómo es que Santana sabe quién soy secretamente?" –pensó Tsubasa alarmado. Sin embargo, no tuvo tiempo de reaccionar; Santana le había asestado una patada en el estómago. Sanae gritó, y corrió hacia Tsubasa, actuando como escudo.

-Sanae, apártate. Santana sólo quiere acabar conmigo.

-Pero… ¿Cómo harás si olvidaste tus poderes?

-Ya los recordé –y la fiel espada del Mensajero de los Dioses apareció en las manos de su dueño, al igual que el magatama blanco y el brazalete. –Y una vez que los recuerdo, ¡no los suelo olvidar! ¡Grito de los Dioses!

El ataque parecía certero… ¡Pero Santana lo desvió con las manos!

-Necesitarás algo más que eso, Tsubasa. No soy un débil Arcángel Negro.

-En todo caso no me subestimes, Santana –y Tsubasa de un salto atacó a Santana con la espada. Lo hirió, sí, pero no gravemente.

-Qué débil eres… Ahora prueba mi… ¡Apocalipsis! –Santana formó un círculo con sus manos, y una ráfaga de tinieblas atacó a los esposos. Tsubasa lo esquivó por un pelo, pero dio de lleno en Sanae, quien instintivamente llevó sus manos al vientre.

-¡Sanae!

-No… No voy a dejar que… ¡No voy a dejar que nos lastimes ni a nosotros, ni a mi esposo! ¡Grito del Corazón! –Sanae atacó a Santana, y al fin una herida de consideración apareció en el brasilero.

"¿Ni a nosotros, ni a mí? ¿Qué quiso decir ella con eso?"

Santana se levantó como si nada y observó largamente a Sanae. De improviso aparecieron unas kathars en las manos y se apresuró a atacar al Arcángel del Amor, infructuosamente. Tsubasa había detenido el ataque con su espada.

-¡No te atrevas a tocar a mi esposa! –exclamó éste, furioso.

-No te metas en mi camino, Tsubasa.

-¡Y tú no te metas con nosotros! –Sanae había hecho aparecer su Báculo de Bastet, y usando sus alas, atacó a Carlos desde arriba.

-Je, siguen siendo tan débiles… Por suerte para ustedes sólo vine de reconocimiento. Sin embargo –Santana logró atacar otra vez con sus armas e hirió a Tsubasa. –No me iré sin mi recompensa… El ver tu sangre correr.

Santana había atacado a Tsubasa, y un hilo de sangre caía desde el brazo del Mensajero de los Dioses.

"Que esta herida desaparezca…" –y mientras la herida se cerraba, Tsubasa arremetió contra Carlos. Golpe tras golpe Tsubasa recuperaba sus antiguas fuerzas.

"Shiro… En este instante nos caería de perlas uno de tus consejos…" –pero Shiro había muerto. Ahora era Tsubasa el encargado de guiar a los Arcángeles, pero no lo sabía.

Y por suerte Tsubasa logró asestarle un golpe certero a Santana con el lado plano de la espada; no era capaz de atacarlo con el filo. Santana, esbozando una cruel sonrisa desapareció, mientras Tsubasa se quedaba ahí, de pie. Sin embargo…

-¡Tsubasa! –Sanae corrió hacia su esposo, que se había desplomado en el lugar.

-Tsubasa, Tsubasa, querido… -Sanae se arrodilló al lado de su esposo, aún con la barrera activa.

-No te preocupes. Es sólo cansancio, cariño… -dijo débilmente, sonriendo.

-Tonto…

-Por cierto, quiero que me expliques por qué dijiste que no ibas a dejar que "los lastimaran ni que me lastimaran."

-Ah, eso… -Sanae respiró profundamente. –Es que… Estoy esperando a nuestro primer hijo, o hija.

-Ah, eso… ¡¡¿¿QUÉ! -¿no era obvia la reacción de Tsubasa? –No, no me lo puedo creer… Pero, ¿cómo…?

-Je, me lo supuse… -murmuró Sanae, divertida.

-Pero… esto es maravilloso…Voy a ser padre… -y claro, de un salto Tsubasa se levantó y abrazó a Sanae con fuerza.

-Querido, suéltame… Me estás asfixiando… U

-Ah, lo siento… Es que pensar que vamos a formar a una familia me puso muy de buenas… -pero claro, Tsubasa sabía que debía regresar a clases, y se teletransportó de regreso a la Universidad.

-Creo que cuando dijo que cuando ya recordaba sus poderes no los iba a olvidar, creo que hablaba muy en serio. Bueno, será terminar de hacer oficio y me iré al curso de español.

Pero Sanae sintió un extraño hormigueo en las piernas, y se sentó. Revisó a ver qué le sucedía, pero no había una razón aparente para aquel desagradable cosquilleo.

Sin más ni más, la joven volvió a entrar a la casa y terminó de arreglar la casa, extrañada por el hormigueo que había sentido.

Tsubasa había regresado al salón, y el maestro estaba algo ofuscado.

-Pensé que había ido a la clínica.

-No, maestro… Pasa que a veces me dan accesos de dolor, pero se me pasan solos. Aún no han encontrado la causa de ellos, pero no afectan ni mi vida, ni mi carrera.

-Está bien –y Tsubasa escuchó lo que quedaba de la lección.

Ya al salir del salón…

-Perdona, Aarón-san… Digo, Aarón, ¿podrías prestarme tus apuntes para adelantar los míos?

-¡Sería un honor! Digo… Por supuesto, señor Ozora.

-¿Señor? Oye, a duras penas estoy en el segundo piso de la vida aunque sea casado. Puedes llamarme Tsubasa.

-Pues… Está bien, pero conste que no sé eso de los sufijos que vosotros usáis, Tsubasa.

-Bah, no te preocupes –y ambos se echaron a reír, pero Tsubasa recordó a su mejor amigo… Misaki-kun.

-Aquí están mis apuntes, Tsubasa. Os los encargo.

-Claro, y gracias, Aarón –y Tsubasa se dirigió a la cafetería de la universidad para adelantarse.

-No puedo creerlo… Hablo con Tsubasa Ozora, el ídolo japonés del Barcelona… -se dijo Aarón, aún sin poder creer su buena suerte, pero reaccionó y se fue a su casa. Entretanto, el japonés traducía del español al portugués y del portugués al japonés los apuntes.

-Espero poder aprender con más fluidez el español… Es decir, no me ha costado tanto trabajo gracias al portugués, pero igual no se parece en nada a mi idioma nativo.

De regreso en Japón, Genzo estaba de regreso en su casa, aún escribiendo. Como por suerte ahora sabía casi todo lo sucedido gracias a Ryou, quien había sido el primer testigo, había estado tratando de redactar el principio, pero por ahora sólo podía recabar datos. Sin embargo, necesitaba saberlo todo desde el puro principio.

"Todo lo que pasó cuando tenía quince años parece tan irreal, tan ficticio, que no sé si sea idóneo para una historia de ciencia ficción. Pero no puedo negar que me está gustando esto de escribir." –pensó él, mientras revisaba lo que llevaba escrito. Y a decir verdad, le iba bien, a pesar de no ser un lector asiduo.

Sin embargo, no pudo dejar de preguntarse algo. ¿Qué estaría haciendo su amigo en este instante?

"Debe de estar entrenando, o quizás estudiando… Pero espero que no esté peleando." –le salió en verso sin esfuerzo.

Estiró los brazos y miró la hora. No era precisamente tarde; eran tan sólo las nueve de la noche, pero igual se sentía cansado.

-Bueno, será dejarlo hasta aquí –y después de guardar bien el librito (no quería a nadie fisgoneando entre sus cosas), se cambió de ropa y se fue a dormir. Y como deben suponer, cayó como piedra, aunque eso no significaba que fuera a visitar al otro día a la madre de Tsubasa, por pura y simple cortesía.

Entretanto, en la casa ya mencionada, un amigo de Daichi había ido a visitar al chico, que aún estaba con gripe, y en ese instante el menor de los Ozora estaba adelantando sus cuadernos. Natsuko era más exigente en los estudios con Daichi de lo que había sido con Tsubasa.

-Veamos… Esto de ciencias sí es algo aburrido, pero me toca. Veamos, aparte de la clorofila en las hojas están el beta caroteno, etcétera, etc.… -repasaba Daichi en voz alta, mientras su madre estaba escribiéndole una carta a Koudai. En esas sonó el teléfono, y Daichi hizo gala de su habilidad, bajando las escaleras como una exhalación y contestando el teléfono.

-Hola, casa de la familia Ozora. Habla Daichi.

-¿Daichi-kun? Hola, soy Sanae.

-Ah, hola, Sanae-san. ¿Cómo están todos por allá? –y Daichi separó un poco el auricular mientras tosió.

-Estamos bien, afortunadamente. ¿Cómo sigues de tu gripe?

-Ya un poco mejor, pero todavía no se me quita esta molesta tos… Ya tengo ganas de volver al equipo de fútbol.

-No se nota que eres el hermano de Tsubasa.

-Y el futuro capitán de Japón –bromeó Daichi. –Por cierto, soñé con ustedes, y con los amigos de mi hermano.

-¿Qué soñaste?

-Algo feo: ustedes peleando contra otras personas, y el Shiro negro atacaba a todos… Mejor dicho, fue una pesadilla.

Pero Daichi oyó que se había caído el auricular de su cuñada.

-¿Cómo dices? ¿Un Shiro negro?

-Sí… Un Shiro negro, que peleaba contra mi hermano.

-Dime de dónde sabes lo de Shiro.

-No lo sé, pero sé que lo que vi era un Shiro negro… Bueno, te lo diré, pero si prometes no decirle ni a mi mamá, te lo diré, Sanae-san.

-Dime. Nadie aparte de tú y yo lo sabrá.

-Tengo un amigo imaginario que se llama Shiro. No es que me falten amigos, pero Shiro siempre me da buenos consejos.

-Entiendo. ¿Y Shiro está envuelto en una capa blanca?

-¿Cómo lo sabes?

-Supongo por el nombre. -pero Daichi no tenía un pelo de tonto.

-Sabes algo de Shiro porque me preguntaste de dónde lo sé. ¿Acaso sabes algo?

-Sé algo, sí, pero no te lo puedo explicar ahora, Daichi-kun. ¿Tu madre está ahí?

-Sí. ¡Mamá, te necesitan al teléfono! –y Natsuko corrió al teléfono.

-Hola, habla Natsuko.

-¿Natsuko-san? Soy Sanae.

-Ah, Sanae-chan. ¿Cómo estás?

-Con buenas y malas noticias. ¿Cuáles quieres oír primero?

-Las malas… Mejor dejar lo bueno para el final.

-Bueno. La mala noticia: otra vez Tsubasa y yo volvimos a lo mismo de cuando teníamos quince años… Y no me refiero a que no éramos capaces de decir lo que sentíamos.

-¿Qué? –Natsuko estaba en shock. -¿Otra vez los Arcángeles?

-Así es. Y de hecho, luchamos contra alguien conocido.

-¿Contra quién?

-Santana. Pero actuó muy raro, como si estuviera poseído… Y se llamó a sí mismo un Contraarcángel.

-No, no lo puedo creer… Y eso que Daichi tenía una pesadilla con un tal Shiro negro.

-Pues parece que Daichi sabe algo que nosotras no, y será mejor no decir nada para que no se preocupe.

-¿Y la buena noticia?

-Pues… En nueve meses va a pasar algo.

-¿En nueve meses? Sanae, no me digas que…

-Estoy embarazada, y lo sé no porque esté retrasada, si no porque oí la voz de mi bebé en mi mente.

Natsuko no se la podía creer. ¿Iba a ser abuela?

-Te felicito… ¿Y ya Tsubasa lo sabe?

-Sólo adivina cómo reaccionó.

-Conociéndolo… Primero gritó "¿Qué?", después lo negó, jurando que no podía creerlo y después casi te asfixia del abrazo que te dio, muerto de alegría.

-Qué predecible es Tsubasa, ¿no?

-Nada más cierto –y las dos se echaron a reír. Un rato después Natsuko colgó, con sentimientos encontrados. Iba a nacer un nuevo miembro en la familia, pero otra vez el inclemente destino reclamaba a Tsubasa para salvar a la Tierra, otra vez.

Y además Daichi sabía algo, pero Sanae era la única que sabía… Daichi, tal como su hermano, le ocultaba algo a Natsuko.

-Daichi, hora de dormir. Mañana tienes que ir a la escuela.

-Sí, mamá –y el chiquillo fue a lavarse los dientes, mientras Natsuko seguía reflexionando sobre lo que Sanae había dicho. Sin embargo, un grito proveniente del baño alarmó a Natsuko. Ella corrió hacia el baño del segundo piso, donde Daichi estaba lavándose los dientes, y vio con horror que su hijo estaba inconsciente.

-¡Daichi! –Natsuko intentó despertar a su hijo, pero él no despertó como el travieso menor de los Ozora.

-Ozora-san… -¡era la voz de Shiro, mezclada con la de su hijo! –Ozora-san…

-No… ¡No puede ser! ¡Sal de mi hijo!

-No es más que por un instante… -la voz del ser de blanco era muy débil. –Los… Los Arcángeles volverán a luchar… Pero no podrán vencer…

-¿Cómo que no podrán vencer? ¿Acaso esta vez el mal va a ganar?

-No… No podrán ganar ellos solos… Los Arcángeles Negros…

-¿Qué pasa con ellos?

-Los Arcángeles Negros…Deben recuperar sus poderes y aliarse con el Kami no Tsukai.

-¿Y cómo se supone que eso va a pasar?

-Sólo lo harán… En la luna negra… Si el Tsukai así lo… quiere… -y la voz de Shiro desapareció. De inmediato Daichi cerró los ojos con fuerza y despertó.

-¿Qué, qué pasó?

-No lo sé… Sólo te encontré en el suelo desmayado, hijo.

-Es que Shiro… Shiro quería hablar contigo, mamá –dijo Daichi, algo asustado.

-¿Shiro?

-No quise contártelo porque pensé que te burlarías de mí porque tengo un amigo imaginario llamado Shiro.

-Daichi, debiste decírmelo desde el principio. No tiene nada de malo tener un amigo imaginario, hijo. Si de hecho supieras que tu hermano consideraba a su balón de fútbol como su mejor amigo…

-Eso no me extraña, mamá. Yo también lo pienso así, y eso que tengo amigos en el colegio. Pero, ¿por qué debí decir lo de Shiro desde el principio?

Natsuko dudó en responder.

"Hijo, perdóname, pero debo decirle a Daichi lo que pasa contigo. No es por traicionar tu confianza, si no porque Daichi sabe de la existencia de Shiro…"

-Verás, Shiro era real.

-¿Real? ¿Con capa y todo?

-Con capa, mal humor y todo.

-¿Y cómo es que sabes que Shiro era real?

-Shiro buscó durante mucho tiempo a Tsubasa porque tu hermano es un ser especial.

-¿Un ser especial? ¿Acaso nació para ser el capitán de la selección de Japón?

-No. Va más allá de eso… -y Natsuko le relató a Daichi todo lo sucedido antes que él naciera, cuando Tsubasa ocultaba su otra identidad y sus poderes, además de sus sentimientos por su actual esposa.

Daichi no podía creerlo. Él había jurado que Shiro era tan sólo producto de su imaginación, pero resultaba que no sólo había sido real, si no que había hecho que su hermano fuera una especie de superhéroe.

-Y si Shiro existió, ¿por qué se volvió mi amigo imaginario?

-No lo sé. Creo que eso debes saberlo tú mismo, hijo.

Pero Daichi reprimió un bostezo, y después de usar el enjuague se despidió de su madre.

-Buenas noches, mamá.

-Buenas noches, Daichi. Que descanses, y no olvides que mañana…

-Volveré a la escuela. Lo sé bien, mamá –y el chico se fue a su cuarto. Después de que Daichi entrara a su habitación, Natsuko entró a la habitación de su hijo mayor, ahora desierta. Aún quedaban los viejos afiches, las medallas, incluso una vasija de barro que él había hecho recién entrado a la secundaria. Pero ahora su hijo no estaba… Aunque seguían los recuerdos de cuando él tenía doce trece, catorce, quince años... Hasta que se fue a Brasil. Pero los recuerdos que más presentes estaban eran cuando él le ocultaba un terrible secreto.

"-Mamá, sé que sospechas de mí desde hace unos días. Sé que he estado actuando extraño, pero tengo mis razones.

-Hijo… ¿Cómo lo sabes?

-Para que entiendas cómo lo sé, tendré que contártelo todo desde el principio, mamá. Podrá sonar realmente extraño, hasta absurdo, pero todo lo que te voy a contar es verdad. Y si te lo cuento, es con una condición.

-¿Cuál condición?

-No puedes decirle a nadie sobre esto –y Tsubasa comenzó a relatarle todo lo sucedido, desde la vez que entró en el callejón. A medida que continuaba su relato, Natsuko estaba cada vez más conmocionada. Al final, cuando Tsubasa le relató lo sucedido en Tokyo, Natsuko estaba casi por llorar.

-¿Por qué no me lo dijiste, hijo? ¿Por qué no confiaste en mí?

-No quería involucrar a más personas de las que ya estamos en esto."

Pero sin querer, había gente que no poseía poder alguno que estaba muy involucrada. Natsuko, Azumi, Herman… Y ahora Daichi.