Capítulo XVIII: La Armadura Blanca
-Rairyuu… ¿Por qué? ¿Por qué? –comenzó a decir el Arcángel de la Oscuridad, sus ojos antes rojos ahora llenos de lágrimas.
-Jinko-san…
-Es mejor que nos larguemos de aquí. Misaki, disipa la barrera y llévate a ella de aquí –dijo Hyuga, su cara ensombrecida por la furia. Aunque había vuelto a la normalidad, no le dio la gana de hacer desaparecer los guantes en los que se habían convertido sus dagas gracias a Rairyuu.
-Está bien –y después de haber vuelto a la normalidad, Misaki y Jinko se fueron de Tokyo. E cambio, Kojiro se quedó ahí, inmóvil como una estatua, observando sus manos, su mente en blanco.
Como dije, Jinko y Taro volvieron al apartamento de éste último, muy afectados por la trágica batalla… Y ya eran dos muertes que le tocó enfrentar al pobre Taro.
Jinko cayó sobre el sofá, llorando desconsoladamente. ¿Acaso ella muy al final comenzó a comprender los sentimientos de Rairyuu? ¿O acaso bajo su faceta de considerarlo un 'idiota' en realidad lo estimaba?
Nadie, ni siquiera la misma doctora lo sabía.
Ya era bastante tarde por la noche, por lo que Taro, aguantando increíblemente todo lo que le dolía en el interior y el exterior fue a la cocina y preparó algo de comer para él y la joven. No fue gran cosa lo que preparó, pero sirvió todo en la mesa.
-Jinko-san… La comida está servida.
-Misaki-san… No, no tengo hambre…
-Sé que no, pero por favor no rechaces lo que hice; ya es muy tarde y no creo que sea conveniente que tú en tu estado salgas de aquí.
Aunque no quiso, el tono de voz de Misaki sonó algo autoritario.
-Yo… eh… está bien –y forzadamente la joven se sentó a la mesa junto a Taro. Comieron en silencio, quizás por respeto, quizás por lo afectados que estaban, pero para ambos era un cambio el ya no comer solos.
Rato después, aún con su lesión doliéndole, Taro arregló el sofá cama que tenía en la sala, pero Jinko se rehusó a que él siguiera esforzándose con todo y lesión, por lo que después de ubicar dónde estaba todo se dedicó a ello en silencio.
-Mejor vete a dormir ya, Misaki-san. Mañana… será un día demasiado largo.
-Sí, eso creo también. Perdona si no soy un buen anfitrión… Pero hace mucho ya que no tengo a alguien de visita.
-No te preocupes… Buenas noches.
-Que descanses, Jinko-san.
Y sin embargo, ambos se miraron largamente, cada uno en su lugar. No se lo explicaban ni en ese momento, ni después, pero cada quien se adelantó y se dieron un abrazo. En medio de ello Jinko volvió a llorar, mientras Taro dejó también escapar unas lágrimas; necesitaban desahogarse por todo lo que había sucedido. Sin embargo, ninguno de los dos se sintió comprometido con aquel abrazo. ¿O es que acaso el que dos amigos (hombre y mujer por obvias razones) se den un abrazo tiene que comprometer en algo?
Sin embargo, cuando al fin todo el dolor fue sacado de ambos…
-Lo siento, Misaki-san… No era mi intención… Diablos; hoy me he pasado de llorona.
-No es tu culpa. De hecho, perdóname, Jinko. Fui yo el que…
En todo caso, se disculparon y se fueron a dormir.
Entretanto, Hyuga estaba de regreso en su apartamento, sentado sobre su cama, aún conteniendo las lágrimas de furia que amenazaban con salir.
Al contrario que su amigo Misaki Taro, Hyuga sí había vivido la muerte de alguien en carne propia: su padre murió cuando Kojiro era tan sólo un niño. Incluso el recordar aquel día le hacía dar un escalofrío.
"La muerte… Algo tan implacable que a todos les pasa. Sin embargo, hay gente que muere o demasiado pronto… Como Rairyuu. Aunque al principio era más bien un tonto, al final resultó ser un buen amigo. No es justo que él haya muerto por salvarnos; debería estar vivo, estudiando, riendo, incluso pensando en Imawano. Juro que esta vez haré que Hino pague con creces lo que hizo."
Ya habían muerto dos personas por culpa de todo esto, y Shiro no contaba porque había muerto hacía mucho tiempo.
No era justo. Nada justo.
Ya harto de pensar en cosas tan lúgubres, intentó dedicarse a terminar de desempacar las cosas de la mudanza, pues a duras penas transcurría la tarde en Italia y el resto de Europa.
Pero no podía. Como Taro, Kojiro se sentía culpable de lo sucedido. Hizo, deshizo, arregló, desarregló, pero ese desagradable sentimiento no quería írsele de la mente y el corazón.
Entretanto en Japón la mayoría dormía, a excepción de Shinobu. Aún ignoraba lo sucedido en Tokyo, a pesar de haber sentido el ataque también. Debido a que tenía gente en Vitalis no podía dejar la oficina vacía, así que se resignó a no ser partícipe de otra batalla.
En ese instante se encontraba revisando algunas cosas del inventario. Hacía falta pedir más sodas, y algunos parlantes comenzaban a fallar. Sin embargo, el establecimiento era el más popular entre los jóvenes de Shizuoka, y a menudo se presentaban nuevas promesas de la música ahí. De hecho esa noche se presentaba una banda de rock.
-Kurobane-san, ¿puedo pasar? –preguntó una de las vendedoras de sodas.
-¿Qué sucede?
-Es que se acabó el helado de las sodas.
-¿Cómo? ¿Ya vendieron todo?
-Eso me temo. Hoy esto está que no le cabe un alma.
-De acuerdo –y Shinobu tomó el teléfono. Por suerte se había hecho amigo del gerente de la empresa de helados que le vendía, así que se encargó de todo.
Sin embargo, su vicio pudo más y bajó a escuchar el nuevo grupo que se presentaba esa noche, después que la joven vendedora regresara a su puesto.
"Nada mal" –pensó al escuchar el grupo. Sin embargo se chocó con alguien cuando iba a subir las escaleras a su oficina.
-Ay… Lo siento…
-¿Kai-kun?
-Ah, hola, Shinobu-san.
Kai estaba allí, junto a una chica.
-Tiempo sin verte.
-Sí, lo mismo digo. ¿Y quién es ella? ¿Acaso es tu novia, Kai?
-¿Cómo se te ocurre? Shinobu-san, ella es mi amiga Mito Komichi. Komichi-chan, él es Kurobane Shinobu, dueño de Vitalis.
-¿Cómo? Tú… Él… -Komichi estaba atónita; ¿cómo era que su amigo conocía al dueño de la discoteca juvenil más conocida de la cuidad?
-En mis tiempos se decía mucho gusto –dijo Shinobu, divertido. –Mucho gusto.
-El, el gusto es mío. Mito Komichi.
-Ah, creo que te lo había contado antes, Komichi-chan. Conozco a Shinobu-san desde que yo era pequeño.
-Eso está de 'no te lo creo'.
-Bueno, tu amigo no te miente, Mito-san. Y por cierto, Kai-kun, ¿por qué no te había visto en días? Hacía rato no aparecías por aquí.
-El equipo de fútbol tuvo que viajar a Shimizu para un partido, y ya sabes que soy parte del equipo.
-Ah, ya.
-Esto, creo que sobro por aquí –dijo Komichi, avergonzada. –Ya vuelvo.
-No, espera, Komichi-chan… Lo siento.
Y Kai se fue detrás de su amiga, quien se veía algo apenada, mas no molesta.
-Quien lo ve creería que ella no es sólo su amiga –se dijo el dueño de Vitalis.
En España Tsubasa estaba entrenando fuertemente, y Sanae estaba tejiendo otra vez. Yato estaba jugando con una bola de estambre, contento de su felina y suertuda vida.
Hacía algunos días Tsubasa y Sanae fueron al médico para que revisara a la joven embarazada. Al parecer todo iba viento en popa, aunque la concentración de glóbulos rojos en la sangre de Sanae estaba ligeramente baja, por lo que le recomendó comer algunos alimentos ricos en hierro. De resto, las cosas pintaban bien si ella mantenía cuidado con su embarazo y evitaba acercarse a la caja de arena de Yato.
-¿Miaaaau? –dijo Yato al oír un ruido en la ventana.
-No le prestes atención, Yato. Es sólo un ruido, o eso creo –dijo Sanae, contando las puntadas.
-Miaa… -y el gato siguió jugando con el estambre.
Rato después llegó Tsubasa, muy cansado, y para rematar tenía que ir de inmediato a la universidad. Sin embargo, mientras éste se cambiaba de ropa sonó el teléfono.
-Casa de la familia Ozora. Habla Sanae.
-¿Sanae? Soy Hyuga.
-Ah, hola. ¿Ya te mudaste?
-Sí… -sin embargo, había algo en la voz de Kojiro que no auguraba algo bueno. -¿Se encuentra Tsubasa?
-Sí, pero tiene mucha prisa. ¿Quieres que le dé alguna razón?
-No precisamente. Sólo llamaba para avisarles que hemos perdido otro aliado.
-¿Cómo? ¿Qué dices?
-Perdimos a otro aliado. Esta vez el que murió por salvarnos fue…
-¿Fue quién, Hyuga-san?
-Ikazuchi Rairyuu, el Arcángel del Trueno.
Sanae se quedó muda. Justamente el amigo de Kojiro.
-No, no sabes cuánto lo lamento, Hyuga-san… Le diré a Tsubasa de inmediato.
-No lo lamentes, Sanae. Pienso vengar la muerte de Rairyuu la próxima vez que el miserable de Hino vuelva a mostrar su asquerosa cara por Italia. Por lo pronto dile a Tsubasa, porque parece que esto va de mal en peor.
-E, está bien… -y se terminó la llamada. Claro, la joven quedó muy afectada, y aunque Tsubasa aún no salía de la habitación, Yato sí notó la tristeza de Sanae.
-¿Quién llamó, cariño? –preguntó Tsubasa, saliendo de la habitación vestido con unos jeans, una camiseta debajo de un suéter y tenis, pero después deteniéndose a ver qué pasaba. -¿Sanae?
-Otro de nosotros… Otro de nosotros murió, Tsubasa –fue lo único que acertó a decir ella.
-¿Qué? ¿Quién?
-El Arcángel… El Arcángel…
Tsubasa se limitó a quedarse callado, pues sabía que no servía de nada presionar a su esposa. Al fin Sanae respiró profundamente y…
-El Arcángel del Trueno, el amigo de Hyuga.
-¿Cómo…? Ya hemos perdido a dos buenos amigos… Esto no puede seguir así.
Y por alguna extraña razón la ropa de Tsubasa desapareció, dando paso a su viejo traje de Mensajero de los Dioses.
Otra vez la extraña luz que le cubrió cuando reveló su identidad a su madre y su abuela, y cuando derrotó a Kai volvió a aparecer, encandilando a Sanae. Y sin embargo, comenzó algo irrepetible: la armadura de Tsubasa evolucionó. Ahora era parecida a las armaduras de Kojiro y Misaki, aunque él nunca había visto las nuevas armaduras de los Arcángeles del Fuego y del Agua. Blanca como la nieve, dura como un diamante y bella como ninguna… Esa era la descripción exacta de la nueva armadura, y como si fuera poco, la Espada del Tsukai evolucionó también.
El vector de la evolución de Tsubasa había sido la furia que tenía contra Kuro y los Contraarcángeles.
Sanae quedó maravillada ante esto. Ver a su esposo evolucionar por completo había sido de las cosas más hermosas que había visto, a pesar de que todo fue por la furia que le causaba tener que vivir más muertes.
-Tsubasa, ¿te encuentras bien?
-Aquel ser cuya ambición es crear el Nuevo Génesis bajo el manto de la Eterna Oscuridad debe pagar por lo que ha hecho -¡la voz de Tsubasa no era la misma!
-¿Tsubasa…?
-Ya ha ido demasiado lejos… Esto no puede continuar así. Entre más pronto aquel ser sea destruido, más a salvo estará este mundo –y después de que la luz que cubría por completo a Tsubasa desapareciera, él cayó al suelo, agotado.
-¿Tsubasa, querido, te encuentras bien?
-¿Sa… Sanae?
-¿Sí?
-¿Qué me pasó? ¿Por qué mi armadura cambió? Hasta la espada parecer haber cambiado.
-¿No recuerdas nada?
-Sólo que me dijiste que mataron a otro de nuestros amigos, y que estaba furioso. Desde ese momento perdí la conciencia.
-¿Entonces no recuerdas nada?
-La verdad no. ¡Rayos, se me hace tarde! Nos veremos por la noche, Sanae –y después de hacer su ropa aparecer se fue a clase; ya iba tarde.
-Tsubasa… -Sanae no podía evitar estar preocupada.
Entretanto Tsubasa corrió a tomar el autobús que le dejaba en la universidad.
-Rayos… No quiero llegar tarde, no quiero llegar tarde… -y por alguna extraña razón el ruido de la calle desapareció, y todo iba en cámara lenta a excepción de él.
"¿Qué? Acaso Shiro anda por aquí? Eso es imposible; Shiro está con Daichi y Daichi está en Shizuoka."
Inconscientemente había detenido el tiempo mientras rogaba por no llegar tarde.
"Será mejor apresurarme" –y Tsubasa llegó al paradero, donde al detenerse volvió a dejar que el tiempo fluyera normalmente. Sin embargo, ¿cómo lo había hecho?
Sus poderes habían evolucionado al punto en que Shiro había llegado. Aunque eso no sería suficiente para poder derrotar a Kuro y sus Contraarcángeles.
Y cuando las cosas parecen no poder ser peor…
-Con que tú eres el Kami no Tsukai.
El joven se volteó a ver quién estaba detrás de él. De no ser por su capa color medianoche, podría haber sido Shiro fácilmente.
-Kuro…
-Veo que mi nombre no te es desconocido. Eso me agrada.
-Qué lástima; tú a mí no me agradas para nada.
Sin embargo Tsubasa se percató de una cosa. Estaba hablando con alguien que por su ropa y su apariencia llamaba mucho la atención, pero al parecer nadie se daba cuenta.
-¿No llegas a comprenderlo aún? Cada vez que aparezco en esta dimensión hago que todo lo que esté a mi alrededor sea prácticamente invisible. Si alguien mira, no lo recordará después.
-Lo siento, pero tengo que irme a clase –y Tsubasa intentó teletransportarse, pero sus poderes fallaron.
-¿Por qué te vas?
-¿Es asunto tuyo?
-Mucho… Al fin y al cabo, eres la alimaña que ha arruinado una y otra vez mis planes, Kami no Tsukai.
-¿Qué lastima, no? Sin embargo, lo seguiré haciendo tantas veces como sea necesario, porque tú no puedes decidir el destino de todos los demás sólo por un capricho tuyo.
-No es un capricho; mi destino es el mismo de la Tierra: El Nuevo Génesis… Bajo el manto de mi Oscuridad.
-¿Tu destino?
-Tú les lavaste el cerebro a mis Arcángeles Negros, diciéndoles que el destino de ellos lo deciden ellos mismos. La verdad, Tsukai, es que uno cree tener el destino en sus manos, pero nadie escapa a las decisiones del porvenir.
-Tú fuiste quien les lavó el cerebro. Ellos eran, y son buenas personas a quienes confundiste –dijo Tsubasa, comenzando a enfurecerse. –Y como si fuera poco, tus partidarios, o mejor dicho, tus esclavos han matado a dos de mis amigos. ¿Que acaso no te parece suficiente con tener que hacernos sufrir con tu maldad?
-El destino de ellos era morir, así como tu destino es morir en mis manos, Tsukai… Y de hecho nada me agradaría más que ver tu sangre correr. ¡Tenebris Aeternam!
-¡De eso nada! –y de un salto Tsubasa evitó el ataque. Pero tenía una duda: ¿su Grito de los Dioses serviría en ese instante, después de que su armadura se transformó?
No tenía tiempo de pensarlo, por lo que cambió de ropajes e hizo aparecer su nueva Espada.
-Je, ya veo que tu espada ha cambiado… Claro, si el elegido por los Dioses cambió por completo. No me sorprende teniendo en cuenta que para ser un debilucho eres el más fuerte de tu bando.
-¿Nunca te han enseñado que no debes subestimar al enemigo? –y raudo como el rayo Tsubasa atacó con su espada a Kuro, que sin embargo evitó el ataque. Claro, aquel momento de distracción logró hacer que Kuro no pudiera restringir sus poderes, y Tsubasa de inmediato desapareció.
-¿Cómo no quieres que piense que eres un debilucho, Tsukai, si eres mucho más débil que yo? –y en medio de un frío, cruel y terrible rosario de carcajadas, el Guía Negro desapareció.
Tsubasa llegó tarde a clase, aunque no tanto como lo temía. Entregó la tarea, apenado y se sentó en su lugar, aunque Aarón le preguntó qué había sucedido.
-¿Te puedo contar después? –fue la respuesta del exhausto futbolista, quien ya se encontraba de malas pulgas otra vez.
Entretanto Kuro apareció en su misterioso refugio, donde Kurai estaba leyendo un libro. Después de leer la hoja la arrancaba como si nada, y ya llevaba la mitad de una enciclopedia leída y destruida (snif… Qué triste destino para una enciclopedia ;;)
-¿Qué haces, mi niña?
-Leer. Quiero saberlo todo.
-Hay cosas que es mejor no saber.
-Pero quiero saberlo todo, Kuro-sama. Pero nunca me dijiste qué era esa cosa negra que salió de mí.
Kurai ignoraba que había visto su propia sangre.
-Eso es mejor que no lo sepas, Kurai.
-Pero…
-Sin peros.
Kurai puso cara de berrinche, pero decidió seguir leyendo.
-Si no me lo dices, no importa. Lo averiguaré por mi cuenta –y siguió arrancando páginas.
-Como quieras, pero no quiero que dejes cosas tiradas… Y te agradecería que dejaras de destruir esa enciclopedia. Pierre se esforzó mucho en traértela.
-Pero, ¿de qué sirve si ya la leí?
-¿Y si se te olvida algo?
-Oh, ya… -y con sólo chascar los dedos las páginas de los libros se pegaron solas a sus respectivas pastas en perfecto orden. -¿Así está bien, Kuro-sama?
-No bien, pero sí mejor.
No entiendo para nada a Kuro. ¿Ustedes sí Oo?
Sanae se dedicó a hacer sus deberes del curso de español, mientras Yato jugaba con una bolita de papel arrugado. Sin embargo, el gato se chocó contra un muro y quedó mareado.
-Ay, gato tonto… -dijo Sanae, riéndose del minino. -¿Por qué no miras por dónde vas?
-Miaaauu… -y Sanae al leerle la mente entendió que le dijo que no se burlara de él.
-Está bien, Yato –y siguió haciendo su tarea. Sin embargo, el gato notó que Sanae estaba ligeramente mareada.
-¿Miaaa…? (¿Te encuentras bien?)
-Sólo es un pequeño mareo, Yato. Tranquilo.
Si hubiese podido, Ozora Yato habría hecho que Sanae se recostara un rato, pero al no poder hacer nada sencillamente dejó de jugar y de un brinco se subió al regazo de su dueña.
-Te agradezco tu preocupación, minino… Pero creo que esto es normal en las mujeres embarazadas.
-¿Miau?
-Recuerdo cuando Natsuko-san esperaba a Daichi…
El gato dejó escapar un pequeño suspiro y se durmió encima de las piernas de la joven, quien terminó su tarea mientras le rascaba las orejas a su pequeño aliado.
"Sólo espero que pueda tener a mi bebé en paz. No quisiera que mi hijo, o hija sufriera las consecuencias de esta lucha por el destino de la tierra y de todos."
"Y no lo haré…" –dijo la misteriosa vocecilla que Sanae había oído antes. "Porque eres mi mamá…"
