Capítulo XXVII: Verano: El Cuervo Blanco
Tal como Schneider, Pierre y Hino, Santana desapareció. Ni siquiera en Brasil sabían dónde estaba. Eso se sumaba a la denuncia de desaparición que Taro tuvo que poner por Jinko, por no mencionar las otras desapariciones en Hamburgo, París y Tokyo.
Misaki estaba completamente destrozado. Ya no sonreía, y su mirada había perdido la dulzura que le caracterizaba. Arrastraba los pasos, y no abría las cortinas de su apartamento ni por accidente. Fuera de eso, ya no le apetecía comer, por lo que siempre andaba demacrado y sin fuerzas.
Ishizaki también estaba deprimido, pero lo afrontaba con más valor a pesar de todo. Sin embargo, se le veía casi siempre ceñudo y preocupado, esto último por su amigo el Arcángel del Agua. Intentaba hacer como fuera que Misaki siguiera con su rutina diaria, pero al parecer casi nada funcionaba.
Debido a la desaparición de Jinko, el doctor Shibazaki tuvo que encargarse personalmente de la rehabilitación de Taro. A pesar de que Taro decidió no volver allá, por los recuerdos, siguió yendo, y en secreto curaba poco a poco su lesión con sus poderes. Ya las cosas le eran muy difíciles de sobrellevar, y eso fue una grave advertencia para Ishizaki y Yukari, quienes decidieron hacer lo posible para que el deprimido joven evitara cometer una barbaridad… Y lográndolo con esfuerzo.
Por otro lado, llegó el verano, y con él, las vacaciones prometidas. Daichi, quien no sabía de las desapariciones sucedidas estaba muy ansioso. ¡Al fin vería a su hermano!
Ya su padre estaba en casa, y hacía ya un buen rato que tenían los papeles y los pasajes para España listos. Sin embargo, un pequeño detalle tenía preocupado a Daichi. ¿Quién cuidaría su pichón de cuervo?
Ah, cierto… No les he contado. De los tres cuervos que Daichi rescató sólo uno sobrevivió gracias a los cuidados del chiquillo. Uno no nació, y el otro murió a pesar de los esfuerzos del chico por salvarlo. Sin embargo, el pichón que aún quedaba estaba lleno de vida, aunque todavía no tenía plumas.
Sin embargo… Shiro nunca más volvió a hablarle. Parecía como si hubiese desaparecido del todo. Y sin embargo, Daichi recibiría muy pronto una sorpresa.
Al fin llegó el ansiado día del viaje a Barcelona, y Daichi tenía desde hacía días su maleta preparada. Natsuko y Koudai también, pero la madre del chiquillo y del Kami no Tsukai veía con desagrado que su hijo menor estaba muy preocupado por el pichón de cuervo, que siempre tenía hambre.
-Ozora Daichi, diera la impresión de que te preocupa más tu cuervo que el viaje. ¿Acaso no eras tú el que quería ir a España?
-Claro, mamá, pero me preocupa el cuervo.
-Si quieres puedes pedirle a alguno de tus amigos que lo cuide en el verano.
-No, mamá. Recuerda que el equipo irá a Tokyo por el Torneo Nacional. Lástima; me hubiese gustado ir, pero prefiero volver a ver a Tsubasa.
-Tú mismo lo decidiste.
-Sí, ya lo sé.
-Y entonces, ¿qué harás con el cuervo?
-¿No puedo llevarlo a España?
-Me temo que está prohibido por la ley, Daichi –dijo Koudai, metiendo baza. -Además, es muy delicado como para viajar en avión; podría morir.
-Tengo una idea, Daichi –dijo Natsuko al final. –Podrías pedirle a uno de los amigos de tu hermano que cuide tu cuervo.
-¿Sí? ¿A quién?
Y Natsuko recordó lo que Ishizaki le había contado sobre Taro, quien seguía muy deprimido después de haber quedado 'viudo'.
-Bueno, Misaki-kun podría ayudar. Al fin y al cabo con su rehabilitación y lo triste que está, le sentaría bien ocupar su mente en algo.
-¿Cómo que Misaki-kun está triste? –Daichi no lo podía creer; el mejor amigo de su hermano era la persona más amable y alegre que conocía.
-Le han pasado muchas cosas terribles. Sin embargo, creo que si le pides que cuide al cuervo aceptará. ¿Qué dices?
-Si con eso él vuelve a ser la persona que yo recuerdo, entonces que así sea –y Daichi se apresuró a recoger el cuervo y ponerse sus zapatos. -¡Ya vuelvo, mamá!
-¿Y sabes dónde vive Misaki-kun?
-Sí lo sé. Es vecino de uno de mis compañeros –y más rápido que el viento se fue el chiquillo.
-Ay, Daichi… Tan inocente, y tan generoso –se dijo Natsuko, pensando en sus hijos.
Koudai también vio a su hijo salir de la casa, y se rascó el tupido bigote. Daichi y Tsubasa eran iguales. Completamente idénticos en su forma de ser.
Daichi corrió con el nido entre sus brazos, tratando de evitar que el polluelo se golpeara. Éste piaba del susto, pero Daichi lo calmó hablándole.
Al fin llegó al edificio de apartamentos donde vivía Misaki, y tocó el timbre del apartamento. No hubo respuesta.
-¡Misaki-kun! ¡Soy yo, Daichi! ¡Por favor, abre la puerta! –gritó el chico, tocando a la puerta. Al fin oyó pasos dentro del apartamento, y Misaki le abrió.
-Hola, Daichi –respondió el Arcángel del Agua casi en susurros. Su cara estaba muy pálida, y tenía ojeras.
-Misaki-kun… ¿Qué te pasó?
-Muchas cosas. ¿Quieres seguir?
-Es que… vine a pedirte un favor.
-¿Qué es?
-Voy a viajar con mis papás a España hoy por la noche, y necesito que alguien cuide mi mascota.
-¿Qué mascota tienes?
-¿Qué crees que tengo en este nido? –y Daichi le mostró el polluelo de cuervo, que ya estaban por salirle plumas.
-Eso es un polluelo de cuervo, ¿verdad?
-Sí. ¿Cómo lo sabes?
-Vi uno una vez en Hokkaido. Un amigo y yo lo subimos al nido de donde se había caído.
-Ah. ¿Podrías cuidar a mi mascota?
-Bueno, un cuervo no es precisamente la mejor mascota para un niño como tú, pero está bien –y el futbolista esbozó una efímera y triste sonrisa que no tocó sus ojos. A Daichi le dio escalofríos ver eso, pero mantuvo la compostura y le agradeció a Misaki el favor. –Espero que te vaya bien en tu viaje, y mándale mis saludos a Tsubasa.
-Eso haré, Misaki-kun. Y por favor, no estés triste.
Daichi se fue del lugar, mientras Taro observaba la criaturita que le encomendaron cuidar. No estaba realmente seguro de qué iba a hacer, pero como hombre de palabra que era, prometió cuidar la mascota de Daichi.
Entretanto el chico corrió de regreso a casa, sin novedad alguna. Natsuko le preguntó si Taro había aceptado, a lo que Daichi respondió con la verdad, es decir, afirmativamente.
-Bueno, el viaje va a ser largo, por lo que tendrás que tener un maletín con cosas para hacer a la mano, hijo. ¿Qué llevarás?
-Mmm, no lo sé, mamá. Déjame decidirme –y Daichi se puso a escarbar entre sus cosas.
Natsuko sonrió, y fue a la cocina a preparar algo de comer.
En España, mientras era el día anterior en Japón, Tsubasa estaba arreglando la casa solo, pues Sanae fue a una revisión médica, acompañada por la amiga canadiense de ella y Yato había salido de la casa. Aunque sabía que el viaje de sus padres y Daichi era bastante largo, estaba bastante emocionado.
"Ya hace bastante tiempo que no veo a mis padres o a Daichi. Será muy bonito que la familia esté reunida. Pero…"
Pero. Esa palabra suele arruinar todo.
Y sin embargo… No podía pensar en cualquier imprevisto que se pudiera presentar con sus padres y su hermanito en Barcelona.
Estaba acomodando los muebles del estudio, entre los cuales se encontraba un sofá cama, donde sus padres dormirían, mientras Daichi tendría que acomodarse en una colchoneta. Lástima que no hubiese camas para huéspedes, pensó el joven futbolista, pero el apartamento era bastante pequeño, y rara vez recibían visitas tan largas.
No quería ser molestado o interrumpido, por lo que desconectó el teléfono, lo cual le dio una falsa sensación de tranquilidad.
Se detuvo en la laboriosa tarea y se secó el sudor. Le dolía la espalda. Y sin embargo, recordó cuando le dijo a Rivaul que fuera a su casa… Para explicarle todo el embrollo en que se había metido sin querer.
Esa noche, Rivaul llegó bastante confundido al apartamento de los Ozora, y ellos lo recibieron cordialmente, aunque Sanae estaba bastante débil. Una vez el brasilero entró al apartamento, y Sanae hizo té, Tsubasa le explicó a Sanae lo sucedido, con Rivaul presente. Una vez terminó de relatar lo sucedido, Tsubasa le preguntó a su esposa si estaba de acuerdo con confiarle su secreto a Rivaul, quien ya estaba metido de lleno en todo el asunto.
-¿Y cuál es ese famoso secreto? –preguntó el invitado, ya desesperado con tanta celosía.
-Como viste, Tsubasa, algunos de nuestros amigos, e incluso yo, tenemos que luchar por el bien de todos –dijo Sanae.
-¿Cómo que pelear por el bien de todos?
-Desde eternidades atrás hay un ser que llaman Kuro, o el Guía Negro, que está obsesionado con algo llamado el Nuevo Génesis.
-¿Algo como un renacimiento de la tierra?
-Exacto, pero bajo la oscuridad. Es decir, sería un mundo corrupto, cruel y esclavizado por Kuro. Antes tenía unos seres llamados los Arcángeles Negros bajo su influjo, pero cuando teníamos quince años logramos derrotarlos sin destruirlos, y se convirtieron en nuestros amigos –respondió Tsubasa. –Sin embargo, con el regreso de las fuerzas de la oscuridad, tuvimos que volver a ser lo que somos.
-¿Y quién es el enemigo en este caso?
-Ya sabes que es Kuro, y también ese ser llamado Kurai, pero también están los Contraarcángeles, Rivaul… Y lo peor es que es gente conocida.
-¿Gente conocida?
-Futbolistas.
Rivaul sin querer se paró del sofá. ¿Cómo que algunos futbolistas eran enemigos de Tsubasa y de sus aliados?
-Por desgracia Kuro supo elegir muy bien nuestros rivales. Está Carlos Santana por Tsubasa e Ishizaki, El Cid Pierre por Misaki, Hino Ryoma por Hyuga, y Karl Heinz Schneider por Wakabayashi.
-Con razón se me hizo tan extraño ver a Santana en el aeropuerto cuando fuimos a La Coruña.
-¿Verdad?
-Y sin embargo, ahora esos cuatro futbolistas han desaparecido sin dejar rastro.
-¿Los cuatro? –exclamó Tsubasa.
-Sí. Dicen que el último en desaparecer sin dejar rastro fue el mismísimo Santana. El primero que se desvaneció fue El Cid Pierre, y eso fue después que un joven japonés desapareció en París.
"¿Pierre y un joven japonés? ¡Está hablando de Wataru!"
-Por desgracia, no es que haya desaparecido un joven en París, o en Hamburgo, o Tokyo. Pierre desapareció después de matar a uno de nuestros amigos… A uno de los Arcángeles Negros.
-¿Qué?
-El joven que desapareció en París, el universitario que desapareció en Tokyo, y el arquitecto que desapareció en Hamburgo, Alemania, eran Arcángeles Negros, y por ende eran nuestros aliados –dijo Tsubasa, con sus codos apoyados en las rodillas en actitud reflexiva.
-Pero, un momento… Rivaul, ¿dijiste acaso que Santana desapareció?
-Sí. Se dice que desde hace mucho tiempo no lo encuentran por ningún lado.
-Debió desparecer después de la muerte de…
-De la muerte de Jinko, ¿verdad?
-¿Cómo te enteraste?
-Me llamó Ishizaki, informándome.
-Pero… Pensé que eso iba a afectar al bebé.
-Tsubasa –dijo Sanae, muy seriamente. –Pueda que ahora mismo esté muy débil, pero no lo suficiente como para que mi salud se perjudique por una noticia tan triste. Por favor, no me subestimes.
-Volviendo al tema, dicen que han muerto cuatro Arcángeles Negros… ¿Y esos son todos?
-No realmente. Son cinco Arcángeles Negros, más el Kage no Tsukai, o mejor dicho, el Mensajero de las Sombras. Ahora sólo queda un Arcángel Negro, y Kai.
-¿Kai? Ah, debe ser el Mensajero de las Sombras.
-Exactamente –y así siguió la seria conversación, hasta que Rivaul tuvo que irse, ya completamente informado sobre el asunto.
Así había pasado, y Tsubasa lo tenía muy presente en su mente. Sin embargo, oyó que alguien intentaba abrir la puerta, y acudió presuroso a ver quién era.
Eran Sanae y Jane.
-Hola, cariño –dijo Tsubasa, ya más calmado. -¿Cómo te fue en el examen?
-Bueno… -comenzó a decir Sanae. –Te lo diré si nos dejas entrar.
Eso hizo a Tsubasa apartarse de un brinco, dejando a las dos mujeres entrar. Sanae y Jane se sentaron en la sala, mientras el 'amo de casa' les servía sendos vasos de agua bien fría.
-¿Y ahora sí me vas a contar?
-Bueno, a pesar de la debilidad de Sanae-san el bebé va muy bien –dijo Jane. -Pero eso no es lo más importante.
-¿Eh?
-Bueno… Me hicieron una ecografía, Tsubasa.
-¿Acaso ya sabes si…?
-Bueno, me temo que no podrás ponerle Yuriko al bebé.
Con eso bastó para que Tsubasa se alegrara sobremanera. ¡Era un niño! El joven se quedó sin habla, pero sus ojos chispeaban de alegría.
-Creo que a tu esposo le comieron la lengua los ratones.
-Dudo que sea eso, Jane-san –dijo Sanae, muerta de risa. –Aquí no podría sobrevivir un ratón gracias a Yato.
Y hablando del Rey de Roma, se oyeron unos maullidos en la puerta.
-Yo voy –dijo la dueña del gato, pero Tsubasa la detuvo. El Kami no Tsukai abrió la puerta, y ahí estaba Yato, hecho un guiñapo, pero al parecer satisfecho.
-Bonita hora de aparecer, zarrapastroso. ¿Dónde andabas?
Yato maulló, cosa incomprensible para Tsubasa pero no para Sanae.
-Sencillamente andaba por ahí –dijo Sanae, sorprendiendo a su amiga y a su esposo.
-¿Cómo lo sabes? –preguntó Jane, sorprendida.
-Porque lo vi cerca de la casa cuando nos bajamos del taxi, Jane-san.
Eso había sido una mentira, pero la canadiense no lo podía saber. Tsubasa levantó sus cejas (no era capaz de levantar sólo una :P), mientras que Jane se tragó entero el cuento.
-Si tú lo dices, Sanae-san. Bueno, me tengo que ir. Nos veremos en el curso –y la canadiense se fue, dejando a la pareja de casados a solas.
-Te estás volviendo una mentirosa de cuidado –dijo Tsubasa, sonriendo a medias.
-¿Y tú no lo has sido siempre?
-Ni tanto… Nunca fui realmente bueno para mentir. El rey de las mentiras era, es y siempre será Manabu.
Eso hizo reír a la joven embarazada. Tsubasa tenía razón. Y sin embargo, sintió un golpecito.
-¡Ay!
-¿Qué pasó?
-Creo que Hayate me pateó.
Tsubasa estuvo a punto de preguntar quién era Hayate, pero recordó que ese era el nombre del bebé, si resultaba ser niño.
-¿Tan duro te pateó?
-Oye, ¿qué esperabas? Es un Ozora… Un digno hijo de futbolista.
-Sí, tienes razón. La pregunta fue bastante estúpida.
-Ya, ya… No te trates así, cariño. ¡Ay!
-¿Otra vez te pateó?
-Sí. Toca aquí –y Sanae puso una de las manos de su esposo sobre su vientre, donde el bebé volvió a patear. Tsubasa retiró su mano, impresionado.
-Cielos… Creo que me estoy volviendo algo asustadizo.
-No es para tanto.
-Ah, ya. Hayate va a ser un gran futbolista.
-¿Por qué tú lo dices?
-No… ¿Cómo crees? Es por lo duro que pateó.
-Ah, entiendo.
-Además, no pienso obligarle a jugar fútbol si no quiere. Le enseñaré lo que sé, pero sólo si realmente quiere. Es lo que mis padres hicieron conmigo.
-Lo sé. Estuve presente en esos momentos, ¿recuerdas?
Ese comentario golpeó a Tsubasa como si le hubiesen dado una cachetada. De hecho sólo podía recordar desde el día en que llegó a Shizuoka; los demás recuerdos se habían perdido por completo.
La cara ensombrecida del Kami no Tsukai alarmó a Sanae.
-Tsubasa, ¿te ocurre algo? –preguntó la joven, preocupada.
-No, no es nada… -respondió él. –No, estoy mintiendo. Sí me pasó algo, Sanae.
-¿Qué fue?
-Cuando luché contra Schneider en La Coruña, recibí un impacto del Oblivion, el ataque de Schneider, y por culpa de ese ataque perdí algunos de mis recuerdos.
-¿Qué?
-Sin embargo, tuve suerte. Hyuga encontró la manera de salvarme, y por suerte no perdí más recuerdos.
-¿Y qué olvidaste?
-No recuerdo nada de la época antes de llegar a Shizuoka… Creo.
-¿Crees?
-No lo sé a ciencia cierta. Incluso tuve miedo de perder todos mis recuerdos… Perder toda la memoria… Me entiendes, ¿verdad?
-Sí, pero ya no los perdiste, y espero que nunca olvides el resto.
-Eso jamás –y Tsubasa le dio un cariñoso abrazo a su esposa.
Volviendo a Japón, y a la hora cuando Daichi regresó a casa (ni yo misma entendí lo que escribí xP), Taro estaba cuidando al polluelo de cuervo, tratando de mantener su mente en blanco. Sin embargo, sabía que debí conseguir algo de comida adecuada para la curiosa mascota de Daichi.
-Y no le pregunté qué le debía dar de comer… -pero decidió ir a una tienda de pesca a comprar lombrices. Por lo menos recordó que los cuervos comían de todo, pero sabía que por ser tan pequeño, era mejor darle cosas muy blandas.
Pero, ¿y si el cuervo se moría mientras iba por las lombrices?
Ni de riesgos.
Misaki decidió llevar al cuervo consigo, en un maletín relleno de trapos viejos que mantendrían abrigado a la criaturita. Y sin embargo…
-Misaaaa…kiiiiii…
-¿Qué fue eso? –preguntó el Arcángel del Agua, tratando de averiguar de dónde había provenido la voz que había dicho su nombre.
-Misaaaa…kiiiiii…
-¿Quién dijo eso? ¡Responda! –y a la tercera vez que oyó esa misma voz decir su nombre, Taro miró al cuervito. ¡Había sido la mismísima ave!
-Creo que me estoy volviendo loco.
-No… No tee estaaaaas volviendooo loocooo… -y fue cuando el Arcángel del Agua notó lo más extraño de aquella cría de cuervo: ¡le estaban naciendo PLUMAS BLANCAS!
-Ahora sí me volví loco. Los cuervos blancos y parlantes… No existen. ¿O sí?
Y al parecer el cuervo blanco le entendió todo porque…
-¿Y si te dijera que en realidad soy Shiro? –dijo ya más claramente la cría de ave.
-¡¡¿¿!
