Disclaimer: Twilight le pertenece a Stephenie Meyer, la historia es de Simaril, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.

Disclaimer: Twilight is property of Stephenie Meyer, this story is from Simaril, I'm just translating with the permission of the author.

Capítulo beteado por Yanina Barboza

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Primer vistazo

Julio de 1993 - Bella tiene cinco años

Edward

Estaba sentada en el escalón de atrás cuando llegué al día siguiente, con una bolsa de papel a sus pies.

Vacilé, sin saber cómo acercarme a ella. Extrañaba a la Bella de mi imaginación, si eso era lo que había sido, porque podría decirme qué hacer a continuación.

Bella suspiró con tristeza y se puso de pie. ¡Iba a volver a la casa!

—¡Bella! —El nombre me fue arrebatado sin consentimiento. Verla alejarse de mí fue doloroso.

Se detuvo con la mano en el pomo de la puerta y miró alrededor del jardín. Todavía estaba escondido por los árboles.

—¿Hombre brillante? —susurró.

Hoy no, pensé, mirando el cielo nublado.

Con pies reacios, salí de los árboles y hacia la vista.

—Estoy aquí —dije suavemente.

Cualquier duda que tuve acerca de darme a conocer ante ella, aquí y ahora, fue dejada de lado cuando me vio. Su sonrisa era deslumbrante y sus ojos brillaban de emoción.

La bolsa de papel se balanceó en su mano mientras bajaba corriendo los escalones hacia mí. Se detuvo a un par de pies frente a mí, precaución reemplazando la emoción. No estaba seguro de por qué era repentinamente cautelosa, tal vez ahora que no estaba sobrecogida por el casi ahogamiento, podía ver las señales sutiles que advertían a los humanos que se alejaran de nosotros.

Me hundí suavemente en el suelo y crucé las piernas frente a mí. Me hizo más bajo que ella, aunque apenas.

Sin apartar los ojos de mí, se sentó también, aunque con mucha menos gracia. Sus dientes chasquearon cuando su trasero chocó con el suelo.

—Hola, Bella —saludé suavemente.

Su cabeza se inclinó hacia un lado y recorrió mi cuerpo con sus ojos. No sabía lo que estaba buscando, pero fuera lo que fuera, parecía que me había quedado corto.

Un ceño fruncido marcó su frente.

—¿Por qué no eres bonito ahora? —preguntó acusadora.

La última vez que me vio fue bajo la luz solar directa. Mi piel estaba reflejando la luz; ahora las densas nubes bloqueaban el sol, volvía a ser aburrido y pálido y no era bonito.

—Solo soy bonito bajo el sol —le expliqué, maravillándome de lo absurdo de la conversación.

Ella se encogió de hombros.

—Está bien.

Bueno, eso fue todo lo que se necesitó. Si tan solo todas las personas estuvieran tan fácilmente satisfechas como ella.

—Papá dijo que no volverías —comentó con una sonrisa en los labios—. Estaba actuando como tonto. Dijo que no había un hombre brillante, pero estaba equivocado.

—Los papás a veces son tontos —expliqué con conocimiento—. Sin embargo, apuesto a que tu papá estaba feliz de verte mejor.

—Me llevó al hospital. El médico dijo que era una chica inteligente por nadar. —Parecía un poco culpable—. No le hablé de ti. Como era inteligente, me dieron un oso especial y me gustó el oso. Si supieran que no era inteligente, me lo habrían quitado de nuevo. ¿Eso es malo?

El dilema moral de una niña de cinco años. Era adorable lo preocupada que estaba por esto.

—No estuvo mal —observé, aprovechando la oportunidad—. Es bueno que no les dijeras sobre mí. Solo les molestaría que no pudieran verme también.

Ella jadeó.

—¿Por qué no pueden verte a ti también?

—Porque tienes que ser muy inteligente y muy especial para verme. Soy una persona secreta especial, y solo otras personas especiales pueden verme. Es la magia.

Brevemente, me pregunté cómo reaccionaría mi Bella al escucharme decir estas cosas, luego me di cuenta de que no podía y sentí una punzada de dolor.

—Magia —susurró—. Como un hada.

Oh, Dios. Espero que esa comparación no se mantenga. No importa lo inocente que fuera, no quería que ella pensara en mí como un hada.

—Sí, magia. Las mamás, los papás y los médicos son adultos, y los adultos no pueden ver a personas como yo. Cuando uno envejece, toda la magia desaparece para dejar espacio a las casas, los trabajos y las facturas.

Se mordió el labio inferior, luciendo preocupada.

—No quiero que mi magia desaparezca.

—Si te esfuerzas mucho, puedes quedártela. Aún eres muy pequeña; la magia no desaparece hasta que eres realmente mayor.

—No soy pequeña, soy grande —enunció con fiereza—. Tengo casi seis años. Eso es muy grande.

Envié una oración de agradecimiento de que Emmett no estuviera aquí para ver esto e hice mi expresión de sorpresa.

—¡Casi seis! Vaya. Eso es muy grande de hecho. Pero no te preocupes, tienes muchos años hasta que la magia desaparezca, y si te aferras a ella con mucha fuerza, se quedará.

Se abrazó a sí misma como si pudiera mantener la magia en su interior.

Ya sabía cuánto la estaba cambiando. Mi Bella fue tan abierta a lo extraordinario que creía todo sin dudarlo. ¿Fue eso el resultado de esta conversación? Nunca lo sabría, e incluso si lo supiera, no había nada que pudiera hacer. Esta conversación era un hecho, nada de lo que pudiera hacer la cambiaría. Esto ya le había sucedido a Bella. Solo estaba tratando de ponerme al día.

Volcó el contenido de la bolsa de papel sobre la hierba. Contenía dos cajas de jugo y un paquete envuelto en papel de aluminio que olía a algún tipo de carne. Sándwiches, supuse.

Me entregó una caja de jugo con una sonrisa de satisfacción.

—Papá no me hizo café. Eso es lo que mamá da cuando sus amigos vienen a jugar, pero dijo que yo era muy pequeña. La próxima vez lo prepararé yo misma.

—¡No, Bella! —exclamé con un poco más de fuerza de la necesaria. Visiones del daño que podría hacerse a sí misma mientras lidiaba con el café caliente pasaban por mi mente. El volumen de mi voz la hizo saltar y le temblaron los labios—. Siento haberte asustado. —Más arrepentido de lo que jamás podría imaginarse—. Pero no debes intentar hacer café. Es muy peligroso.

Ella asintió con la cabeza, sus ojos aún abiertos por el miedo.

»¿Lo prometes? —le pregunté.

—Lo prometo —comentó temblorosa.

Me debatí en busca de una forma de superar nuestro momento difícil. Tenía que recordar lo joven que era. Estaba acostumbrado a tratar con una Bella madura y segura. Esta versión más joven era frágil y se asustaba con facilidad.

—No es una promesa real a menos que jures con el dedo meñique —mencionó en voz baja, extendiéndome su pequeña mano.

La miré sin comprender. ¿Qué diablos era un juramento con el meñique?

—¿No quieres?

—No sé a qué te refieres —admití.

Ella puso los ojos en blanco. Fue un gesto tan entrañablemente familiar que me reí.

—Cópiame —ordenó, olvidando su sorpresa ante la oportunidad de impartir conocimientos.

Imité la posición de su mano, con el puño cerrado y el meñique extendido. Ella extendió su mano hacia la mía y yo contuve la respiración. Ayer, ella estuvo en estado de shock después de casi ahogarse; no pensé que mi piel fría y dura se hubiera registrado. Ahora, ella me sentiría como realmente era por primera vez.

El momento entre su mano extendida y su dedo entrelazándose con el mío pareció durar horas. Me quedé mirando su rostro esperando ver la conmoción registrarse, pero no apareció. Su pequeño y cálido dedo se enganchó alrededor del mío, movió nuestras manos una vez y luego me soltó.

—Ya está, ahora es una promesa —sentenció feliz.

Agarró su caja de jugo y buscó a tientas con la pajita. Frunció el ceño con concentración mientras trataba de romper el sello de aluminio.

—Ayuda —pidió, tendiéndomela y luciendo expectante.

Tomé la caja de jugo y empalé la pajita en el sello de aluminio. Un chorro de jugo dulce y pegajoso salió disparado desde la parte superior y me salpicó la cara.

Ella se congeló con las manos cubriendo su boca. Sus ojos bailaban de alegría, pero esperaba ansiosamente mi reacción.

El jugo goteó de mi nariz sobre mi camisa; olía repugnante, a fruta demasiado madura, pero la combinación de su diversión y mi propia sorpresa hizo que mis labios se curvaran en una sonrisa.

Al ver que no estaba enojado, dejó caer las manos y sonrió.

—¿Necesitas una toalla? —preguntó.

—No, gracias —dije fácilmente, usando mi manga para limpiar el desorden.

—No deberías haberlo apretado —indicó con conocimiento—. Si lo aprietas, se riega.

—Lo recordaré la próxima vez.

Me tendió la otra caja de jugo.

—¿Tienes sed?

—No, pero gracias por ofrecerlo. Tomé algo antes de venir.

—¿Qué tomaste? ¿Tomaste café? Eres grande. Apuesto a que puedes hacer café.

Lo que en realidad bebí fueron dos ciervos, pero no iba a decírselo. En cambio, cambié de tema.

—¿Para quién le dijiste a tu papá que necesitabas café?

—Mi hombre brillante —murmuró, mirando distraídamente alrededor del jardín—. Él cree que estoy jugando a fingir.

Su hombre brillante. Me gustó que incluso como una niña reconociera el hecho de que yo era completamente suyo.

—Hombre brillante —llamó en voz baja.

—Sí, Bella.

—Quiero entrar y jugar ahora. Si te dejo solo, ¿te quedarás aquí?

¡La estaba aburriendo! Traté de pensar en algo que entretuviera a Bella de cinco años, pero me quedé en blanco.

—No puedo quedarme para siempre —dije de mala gana—. Pero volveré.

—¿Lo prometes?

Extendí mi dedo meñique hacia ella de nuevo.

—Lo prometo.


Enero de 2005

Bella

Era él.

Después de dos años de imaginar este momento, recorriendo mil escenarios posibles, nunca imaginé que mi primer vistazo de él sería al otro lado de una cafetería concurrida. ¡Estaba en la escuela secundaria!

Una risa asustada subió por mi garganta, atrayendo los ojos del resto de la mesa hacia mí. Lo convertí en tos y tomé un sorbo de mi jugo.

A pesar de los alrededores oscuros, estaba eufórica. Realmente estaba aquí. Absorbí la vista de él. Su cabello perfectamente despeinado, su forma delgada, las bandas de músculos visibles debajo de las mangas enrolladas de su camisa. Todo era familiar y maravilloso.

Quería ir a su lado. Quería envolver mis brazos alrededor de él e inhalar profundas bocanadas de su dulce aroma, para trazar mis dedos sobre las curvas de sus mejillas y los huecos debajo de sus ojos.

Me pregunté si él se sentiría diferente hacia mí ahora que ambos estábamos realmente aquí. ¿Seguiría sintiendo la suave frescura de su piel como satén sobre un vidrio? ¿Su cabello todavía se sentiría como seda hilada contra mis dedos? Y sus labios, ¿estarían tan tremendamente firmes como la última vez que los sentí contra los míos? La primera y única vez que me besó.

Jessica interrumpió mis cavilaciones.

—¿Qué estás mirando, Bella? Oh, los Cullen.

Mis ojos volvieron a la mesa, no queriendo que me sorprendieran mirándolo, aunque estaba desesperada por ver su reacción hacia mí. Entonces me alcanzó el impacto total de sus palabras. Los Cullen. Finalmente, después de más de diez años de preguntarme, supe su apellido.

—Los Cullen —repetí las palabras pensativamente, probando la forma en que sonaban en mi lengua.

Lo confundió con una pregunta.

—Sí, son Edward, Emmett y Alice Cullen, y los rubios son Rosalie y Jasper Hale. Son gemelos.

Ahora tenía rostros para los nombres, aunque no eran en absoluto lo que esperaba.

Edward me dijo que Emmett fue transformado después de que un oso lo atacara. Aunque era ridículo, incluso un hombre gigante habría sido impotente contra un oso, me lo imaginé pequeño y de aspecto débil. En cambio, era un hombre enorme; el único signo de suavidad en él eran los hoyuelos en sus mejillas.

Rosalie era escultural e impecablemente hermosa. Su rostro perfecto estaba enmarcado por un cabello dorado que caía en cascada por su espalda. Incluso comparada con Edward, a quien pensé que ninguna belleza podría igualar, ella era deslumbrante.

Jasper era leonino y guapo, lo único que estropeaba su perfección era su ceño fruncido. Edward dijo que era el que más sufría de sed; estar rodeado de tantos humanos tenía que ser un infierno para él.

Alice fue la única de quien pude formarme una imagen mental. Edward habló de ella más que del resto de su familia. La llamó duendecillo entrometido, y ahora pude ver la base para la comparación. Incluso sentada, era obvio que era mucho más pequeña que mi metro sesenta y cuatro de altura. Sus rasgos de elfo y su cabello oscuro en puntas le daban la apariencia de algo de otro mundo.

Jessica comenzó a contarme su historia de fachada. Cómo todos eran huérfanos que el doctor y la señora Cullen acogieron. Que todos ellos menos Edward estaban emparejados. Que no socializaban con nadie en la escuela. Los celos y la amargura gotearon de cada palabra de ella.

No sabía nada de quiénes eran en realidad. Ella no sabía que ellos luchaban contra el dolor de la sed todos los días por el bien de la vida humana. Que a su manera, cada una de sus historias fue trágica. Que sus lazos eran profundos, a pesar de que ninguno de ellos era pariente consanguíneo. Que eran personas extraordinarias. Que los amaba a todos con todo mi corazón, aunque solo conocía a Edward. Los amaba por lo que eran para él, por lo que algún día serían para mí.

Los ojos de Edward se abrieron de golpe y se encontraron con los míos. Contuve la respiración, desesperada por algún signo de reconocimiento en sus ojos, pero no hubo ninguno. Me miró fijamente por un momento, luego frunció el ceño y volvió su atención a la bandeja de comida sin tocar frente a él.

Debería haberlo esperado. Me advirtió que esto pasaría. Pero mi corazón todavía dolía por el Edward que me miraba con una devoción sin igual. Me arriesgué a mirarlo de nuevo, pero él no me estaba viendo. Estaba rompiendo el rollo en su bandeja y creando una pequeña pila de migajas.

No pude comer más de mi almuerzo; sentí mi garganta bloqueada por el peso de mi tristeza. Murmuré mis excusas, luego dejé mi bandeja y salí de la cafetería de nuevo.

Revisé mi horario y vi que mi siguiente clase era Biología en el edificio tres. Todavía tenía quince minutos antes de que comenzara la clase, pero no quería estar con gente en este momento. Envolviéndome con la chaqueta, salí y me quedé bajo la cubierta del toldo. La lluvia caía más fuerte ahora. Goteaba del techo y formaba charcos en el estacionamiento de asfalto.

Un verano le enseñé a Edward los aspectos más sutiles del salto en charcos. Creé reglas para el juego, haciéndolo saltar de charco en charco, puntuándolo por el tamaño del chapoteo y lo mojado que estaba. Extrañaba a ese Edward.

El éxodo de estudiantes que venían de la cafetería me alertó del hecho de que era hora de que me dirigiera a clases. Revisé mi mapa nuevamente y dirigí mi camino al edificio tres. A mitad de camino, una de las personas de la mesa del almuerzo se puso a caminar a mi lado. Era inusualmente alta, aunque trató de ocultarlo con la cabeza inclinada y los hombros caídos. Luché por un nombre, pero me quedé en blanco.

—Soy Angela —dijo, ahorrándome la vergüenza de admitir que lo había olvidado—. Me preguntaba si necesitabas direcciones para tu próxima clase.

—Eso sería genial —admití, metiendo subrepticiamente el mapa en mi bolsillo.

Caminamos en un agradable silencio hasta el salón de clases y luego nos separamos mientras ella se dirigía a su mesa de laboratorio y yo me presentaba al maestro y le hacía firmar mi papel. Me entregó un libro de texto y me indicó el único asiento que quedaba. El que estaba al lado de Edward.

Quería correr la distancia entre nosotros, pero me conformé con una caminata rápida. Incluso eso fue demasiado para mi limitada coordinación. Prácticamente me caí en el asiento junto a él.

Ruborizándome furiosamente, me arriesgué a mirarlo. Mi sonrisa preparada se desvaneció cuando lo vi. No tenía expectativas de ver la sonrisa de adoración que quería ver, pero nunca imaginé que Edward pudiera verme con tanto odio.

Su labio estaba curvado hacia atrás en una mueca severa, y sus ojos estaban completamente negros. Perforaron los míos con una mirada de tal aversión que sentí como si me estuvieran quemando. Se mantuvo rígido en su asiento, inclinándose lejos de mí. Sus manos agarraron la mesa de madera con suficiente fuerza para dejar una huella de sus dedos.

Mi mano se movió hacia él en un gesto inconsciente de consuelo. La observó con horror.

No sabía qué hacer, quería ayudarlo. Tomar su mano y acunar sus mejillas; todas las cosas que normalmente lo reconfortaban cuando estaba molesto, pero no podía. Incluso si supiera quién soy realmente, no podría ayudarlo ahora. Este no era un dolor emocional que lo hacía lucir así, era físico. La sed literalmente lo estaba quemando.

Sentí una oleada de ira hacia mi Edward. ¿Por qué no advirtió sobre esto? ¿O sí lo hizo?

Busqué en mi memoria, tratando de recordar una conversación que tuvimos una vez sobre la forma en que la sangre humana lo afectaba.

Hay diferentes niveles de tentación. Algunas personas son fáciles de resistir, pero hay otras que incitan una sed que es casi imposible de aguantar.

¿Se estuvo refiriendo a mí? ¿Era yo una de esas personas que creaba una sed que era casi imposible de aguantar?

Incliné la cabeza, escondiéndome detrás de la cortina de mi cabello, y luché contra las lágrimas que picaban en mis ojos. Debería irme ahora, mi sola presencia lo estaba lastimando, pero me preocupaba que eso empeorara las cosas. ¿La visión de mí huyendo le haría perder el poco control al que se aferraba ahora?

El maestro comenzó su conferencia, pero fue interrumpido por un fuerte golpe en la puerta. Alice asomó la cabeza y habló con una voz apresurada que no ocultaba por completo el pánico absoluto en sus ojos.

—Lamento interrumpir, señor Banner, pero ha habido una emergencia familiar y Edward necesita irse ahora.

—Esto es muy inconveniente, señorita Cullen —espetó con irritación—. ¿No puede esperar?

—No —dijo con firmeza—. Realmente es una cuestión de vida o muerte.

Por supuesto que lo era. Mi vida. Mi muerte.

—Muy bien. Señor Cullen, puede irse.

Alice se apresuró a nuestra mesa, metió los libros de Edward en su bolso y lo tomó del brazo. A cualquier otra persona le habría parecido un gesto reconfortante, pero sabía que ella se estaba preparando para contenerlo.

No podía dejar que se fuera sin decir algo. Conocía a mi Edward y sabía que se iba a torturar por esto.

—Lo siento —susurré, mientras pasaba detrás de mi silla.

No reconoció mis palabras, pero Alice se volvió y me miró con curiosidad cuando llegó a la puerta.

—¡Ayúdalo! —murmuré y recibí un asentimiento encubierto a cambio.

La puerta se cerró detrás de él y vi la enorme forma de quien solo podía ser Emmett a través del vidrio esmerilado de la puerta.

Me pregunté si estaban todos ahí. ¿Podrían cuidarlo? Incluso si no pudieran, ¿qué podía esperar hacer? Yo era la causante de que él luciera así. Las lágrimas que luché por mantener a raya comenzaron a rodar por mis mejillas en serio. Escondí mi rostro detrás de mi libro y las limpié descuidadamente.

—Tranquilícense —gritó el señor Banner en respuesta al estallido de murmullos que se extendió por el salón—. Ahora que hemos lidiado con esa interrupción, por favor, regresen su atención a sus libros de texto y completen la actividad al final del capítulo dos.

Guardar el secreto, me recordé a mí misma.

Llevaba años guardando secretos para y sobre Edward, este era solo uno más. La gente puede haber notado su extraña reacción hacia mí. No necesitaba llamar más la atención lloriqueando como un bebé. Una vez que estuve segura de que tenía compuesta mi expresión en una neutral, me moví de detrás del libro y fijé mi atención en el capítulo que se suponía que debía estar leyendo.

No fue, pensé, la mejor presentación que podría haber esperado. De hecho, estaba bastante segura de que solo sobreviví a ese encuentro gracias a la intervención de Alice. Pero era Edward, en algún lugar del futuro me amaba; solo tenía que ser paciente y esperar a que me alcanzara.

A pesar de mis palabras tranquilizadoras, pasé el resto del día en una bruma de tristeza. Charlie lo notó, pero pareció aceptar mi excusa de estar cansada.

Llamé a mi madre y le ofrecí un recital entusiasta y muy exagerado de mi primer día. Si se dio cuenta de mis mentiras, no me regañó por ellas. Estaba atrapada en la ola de entusiasmo por la partida de Phil y ella hacia Florida.

Completados los deberes de hija, me escapé a la soledad de mi dormitorio. La privacidad me brindó la oportunidad de dar voz a mi miseria. Me acurruqué en mi cama, amortiguando mi llanto con una almohada. Mis lágrimas finalmente se secaron y mi tristeza fue reemplazada por resolución.

Edward me amaría. Algunas cosas son inmutables y esta era una de ellas. Me amaba lo suficiente como para traspasar los límites del tiempo y volver a verme. Solo necesitaba ser paciente.

Saqué el cofre de la estantería y lo examiné, buscando mi mayor tesoro. Mi única fotografía de Edward.

Fue mi último verano en Forks, el verano en el que estaba obsesionada con la fotografía. Él fue paciente hasta el extremo con mi obsesión cuando consumí rollos de película de nuestro prado. Quería desesperadamente tomarle una foto, pero no quise preguntar por temor a incitar a una larga charla sobre las consecuencias del secreto. Al final, me armé de valor para preguntárselo y me sorprendió que accediera.

Ahora, pasé un dedo sobre su imagen, su belleza impecable capturada en tinta y papel. Me la llevé a la cara, imaginando que el papel frío contra mi mejilla era su piel.

Apretándola contra mi pecho, me acurruqué en la cama y me quedé dormida.


Mi primera semana completa en Forks pasó a saltos y obstáculos.

Edward no volvió a la escuela, ni tampoco sus hermanos. Escuché a través de Jessica que hubo una muerte en la familia y que todos se fueron de la ciudad. Tuve que admirar su habilidad para cubrir sus huellas. Nadie cuestionaría demasiado la historia de una muerte por temor a ofender.

Tenía mucho para distraerme en la escuela. Jessica todavía estaba enamorada de mi popularidad aleatoria y parecía decidida a interpretar el papel de mi nueva mejor amiga, tanto si mostraba signos de voluntad como si no.

Ella, no me agradaba mucho, pero encontré que Angela, la chica que conocí en mi primer día, y un chico llamado Ben Cheney eran bastante agradables, y busqué su compañía siempre que pude, especialmente Ben. Tenía un sentido del humor retorcido y yo parecía agradarle genuinamente en lugar de la atención que recibía.

Otro estudiante que pareció apreciarme como una curiosidad más que como una persona fue Mike Newton; un chico genéricamente guapo que estaba en mi clase de biología. Era bastante agradable, pero tenía una propensión al contacto físico no deseado. Me encontré apartando su brazo de mis hombros a diario. Parecía pensar que era divertido que constantemente corrigiera a las personas que me llamaban Isabella. Me cambió el nombre a Arizona, lo que no ayudó para que me agradara más.

Pasé el fin de semana volviendo a familiarizarme con la pequeña ciudad. Buscando los lugares que me gustaban de niña. Había una pequeña librería en la calle principal en la que pasé una hora feliz buscando en los estantes.

Charlie fue a pescar con Billy el domingo y me invitaron a cenar con ellos en la casa de Billy por la noche. Me negué, citando la tarea como excusa. Billy me agradaba bastante y Jacob era el tipo de persona que me hubiera gustado conocer mejor, pero ya tenía planes. Revisé el informe meteorológico y descubrí que esa noche iba a haber un cielo despejado poco común.

Despidiéndome de Charlie desde la mesa de la cocina, donde coloqué mis libros de texto como evidencia de mi carga de trabajo, esperé a que los sonidos de la patrulla se desvanecieran y luego me puse de pie de un salto.

Me abrigué con un suéter y una chaqueta y agarré una manta del armario. Puede que fuera una noche despejada, pero eso no significaba que fuera a hacer calor.

Descubrí que, a pesar de la oscuridad, podía encontrar el camino hacia nuestro prado con la mayor facilidad posible. Edward y yo solíamos pasar horas aquí, pero no había vuelto en dos años. Fui un poco cautelosa al regresar a la escena dada la forma en que terminó nuestra última reunión aquí, pero necesitaba algo que me hiciera sentir cerca de él, y esto era todo lo que tenía.

Cuando llegué al claro, estaba completamente oscuro y los cielos estaban salpicados de estrellas. Extendí mi manta y me acosté, mirando las estrellas.

Primero encontré a la Osa Mayor, y sonreí para mis adentros al recordar a Edward contándome la historia de la gran osa. Le gustaba el cuento, diciendo que se parecía a nuestro futuro, aunque yo no lo entendí porque él se negó a explicarlo. A menos que fuera a convertirme en oso en el futuro, por supuesto.

Cruzando los brazos debajo de mi cabeza, me recosté y disfruté de una noche mirando las estrellas.


El lunes por la mañana recibí una sorpresa desagradable cuando salí de la casa. De la noche a la mañana, la ciudad se cubrió con una fina capa de nieve.

Brillaba en los caminos y carreteras, burlándose de mí con su belleza. Casi me di la vuelta y volví a entrar. Era descoordinada en el mejor de los casos, agregando a eso caminos congelados y tenía una receta para el desastre. Sin embargo, no sería bueno faltar a la escuela después de solo una semana en la ciudad, por lo que me preparé y entré con cuidado en el camino.

Charlie había colocado cadenas de nieve en mis neumáticos. Me reí para mis adentros mientras consideraba la viabilidad de trabajar con un artilugio similar para mis zapatos. Las cadenas de nieve funcionaron bien y logré el viaje a la escuela con razonable facilidad. Cuando entré en el estacionamiento encontré una sorpresa esperándome. Los Cullen estaban de vuelta.

Sentí un escalofrío de emoción mientras buscaba por todo el estacionamiento por una señal de mi amor, pero no estaba allí. Alice, Rosalie, Jasper y Emmett estaban parados bajo el saliente del techo, pero Edward no estaba a la vista. Mi corazón se hundió en algún lugar en la región de mis botas, y contuve las lágrimas que amenazaban con caer. Cargué mi bolso al hombro y cerré la puerta de la camioneta.

Me dirigí hacia la escuela, pero sucedió algo que apartó mis pensamientos de Edward. Una furgoneta azul entró por la esquina demasiado rápido y se dirigía hacia mí. Me lancé hacia la parte trasera de la camioneta, el sonido del metal aplastado resonando en mis oídos.

Demasiado tarde. Sentí que mi cabeza se estrellaba contra el asfalto y luego todo se oscureció.


Esta historia es un universo alternativo a Crepúsculo y Luna Nueva, así que alguna cosas (como el primer encuentro en Biología y el accidente) son muy parecidas a los eventos de los libros, con algunas variaciones, por supuesto.

Cuéntenme qué les pareció.