Disclaimer: Twilight le pertenece a Stephenie Meyer, la historia es de Simaril, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.

Disclaimer: Twilight is property of Stephenie Meyer, this story is from Simaril, I'm just translating with the permission of the author.

Capítulo beteado por Yanina Barboza

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Port Angeles

Agosto de 1996 - Bella tiene siete años

Edward

—¿Hombre brillante? —llamó Bella, retorciendo un trozo de hierba en sus manos nerviosamente.

—Sí, Bella.

—¿Cuál es tu nombre?

Fruncí el ceño. La pregunta parecía haber salido de la nada. Estábamos metidos en un juego de damas cuando habló.

—¿Por qué preguntas?

Ella respiró hondo.

—En mi escuela hay muchos niños. Juegan en el recreo, y en sus juegos todos tienen nombres. Pretenden ser Superman o Spiderman o algo, pero sus nombres son en realidad Josh y Matthew o cosas por el estilo. Te llamas Hombre brillante, pero me hizo pensar que quizás también tengas un nombre real, como ellos.

No es como si hubiese creído que esta pregunta nunca llegaría, y si lo hubiera pensado, probablemente siete era el tipo de edad en la que ella cuestionaría la historia de la magia de la misma manera que los niños cuestionan a Santa en una determinada etapa de la vida. Sin embargo, ¿tener siete años sería demasiado joven para saber mi nombre real? Ella nunca mencionó haberle contado a otras personas sobre mí desde nuestro primer encuentro… tenía que confiar en ella.

—Tienes razón, Bella. Tengo otro nombre.

—Bien, ¿cuál es? —preguntó ella con impaciencia.

Sonreí.

—Mi nombre es Edward.

—Edward —probó la palabra en su lengua y luego asintió—. Me gusta.

—Me alegra.

Me miró por detrás de su flequillo.

—Yo también tengo otro nombre.

—¿Lo tienes? —Estaba confundido.

—Sí. —Se rio—. Es Isabella. Es especial porque mamá y papá solo lo dicen a veces cuando están enojados.

Me reí.

—Me gusta Isabella. Es un nombre muy bonito, al igual que Bella. Bonitos nombres para una chica bonita.

El rubor al que estaba tan acostumbrado subió a sus mejillas y sonrió un poco tímida.

—Eres... —Frunció el ceño—. ¿Cuál es la palabra de chico para bonita?

Sonreí, pensando en la primera vez que me conoció y me preguntó por qué ya no era bonito.

—¿Guapo? —sugerí.

Ella se encogió de hombros.

—Eh. Eres guapo. Excepto cuando brillas. Entonces eres bonito también.

—Gracias, Bella.

—De nada —dijo, volviendo su atención al juego de damas. Sonrió levemente y se movió, saltando dos de mis piezas en un solo movimiento—. Rey, por favor.

Apoyé una ficha encima de la otra y luego le ofrecí una mano para que la estrechara.

—Excelente movimiento. Te estás volviendo muy buena en esto.

—He estado practicando —murmuró—. Mami tiene un juego en casa y a veces juega conmigo. —Su boca se torció en una mueca—. Sin embargo, ella me deja ganar y finge que no lo hace.

—¿Quieres que te deje ganar? —pregunté.

Negó con la cabeza violentamente.

—No. Me gusta jugar correctamente. Un día ganaré de verdad, y luego me gustará más.

Su madurez siguió asombrándome. Era cierto que ella era la única niña con la que realmente tenía contacto desde que yo también fui uno, y esos recuerdos eran muy vagos, pero me costaba creer que cada niña de siete años fuera así de segura de sí misma. Deseé poder escuchar sus pensamientos. Desde que la conocí por primera vez y supe de mis visitas a su infancia, presté más atención a las mentes de los niños cuando los encontraba. Sus mentes eran diferentes en el sentido de que reaccionaban casi constantemente a los estímulos que les rodeaban. Los lugares más comunes para mí para verlos eran en las calles o en la tienda de comestibles cuando acompañaba a Bella allí una vez a la semana para comprar la comida de Charlie y ella. Las mentes de los niños oscilaban entre el aburrimiento y la emoción cuando llegaban a un pasillo que les interesaba, por lo general los dulces. Me costaba creer que la mente de Bella funcionara igual. Siempre parecía tan comprometida con lo que estaba haciendo. Sin embargo, nunca lo pude saber, y ahora nunca lo sabría.

Sacudiéndome de los pensamientos sombríos, hice mi movimiento, tomando a uno de sus reyes gastados. Aunque su labio inferior se arqueó, no hizo ningún comentario. Cuando finalmente gané el juego, ella me estrechó la mano y elogió mi juego formalmente, como un pequeño maestro de ajedrez, y luego se rio mientras volteaba mis reyes y reiniciaba el tablero.


Marzo de 2005

Bella

Algo había sucedido.

No sabía cómo ni por qué, pero mi Edward estaba volviendo a mí.

Vi un destello de él en la clase de Biología cuando corregí la falta de ortografía del señor Banner. Sus ojos, aunque negros de sed, tenían el brillo familiar que una vez conocí tan bien.

Cuando volví a casa esa tarde tomé su fotografía del cofre y tracé su rostro perfecto. Lo sostuve lejos de mí para salvarlo de las lágrimas de felicidad que corrían por mis mejillas.

—Vas a volver —le susurré—. Vas a volver a mí.


El jueves por la mañana me encontré cantando junto con la radio mientras conducía a la escuela. Mis manos golpeaban el volante al ritmo de la música y mis labios se estiraron en una amplia sonrisa. Estaba más feliz de lo que lo había estado en mucho tiempo. En dos años para ser precisos. El último verano que pasé con Edward fue la última vez que recordé haber estado realmente feliz.

Cuando llegué al estacionamiento, vi algo que hizo que mi sonrisa fuera aún más amplia. Edward. Estaba de pie junto a su coche con Alice y Jasper; Rosalie y Emmett no estaban a la vista. Al bajar de la camioneta sentí que sus ojos me seguían.

Sentí un impulso irracional de caminar a su lado. Tomar su mano entre la mía y nunca soltarla. Resistí el impulso y me bajé de la camioneta.

—Entonces, ¿qué te hizo sonreír como el gato que atrapó al canario? —preguntó una voz suave.

Me volví y vi a Ben apoyado en su viejo Ford. Él también estaba sonriendo ampliamente.

—Podría preguntarte lo mismo —le respondí.

Se encogió de hombros con indiferencia.

—Es un buen día.

Miré la pesada nube gris que bloqueaba el sol por completo. Era un día perfecto para Edward y su familia, pero no para el resto de nosotros. Ya me estaba arrepintiendo de mi elección de usar una blusa debajo de mi chaqueta en lugar de un suéter. Me iba a pasar el día temblando.

—Entonces, ¿me vas a decir qué es lo que te hace sonreír? —inquirió.

—No a menos que tú lo hagas.

Lo consideró por un momento, luego negó con la cabeza y cambió de tema al viaje del día siguiente a La Push. Lo estaba organizando Mike Newton, quien llegué a aceptar que era un idiota, pero inofensivo, a diferencia de Jessica, que era bastante deshonesta cuando se aliaba con su amiga Lauren. Al parecer, mi llegada a Forks fue cuidadosamente orquestada para disgustar a Lauren, y parecía decidida a hacerme consciente de ello. Al menos ella era honesta en su aversión; Jessica mantenía la farsa de amistad la mayor parte del tiempo, lo que me molestaba más que las burlas de Lauren.

La mañana pasó como un borrón de aburrimiento. Usé lo positivo de las clases más pequeñas para promoverle mi mudanza a Forks a Renée, pero no consideré el hecho de que el plan de estudios parecía ser todo lo que ya había hecho en Phoenix el año pasado. La única clase que me daba problemas era la de trigonometría, y eso se debía a que tenía un desafío matemático.

Cuando llegué a la cafetería a la hora del almuerzo me llevé una grata sorpresa.

—Me pregunto por qué Edward Cullen está sentado solo —reflexionó Jessica.

Mis ojos se abrieron de golpe y lo vi sentado en una mesa en la esquina opuesta de la habitación a sus hermanos. Atrajo mi atención y me hizo un gesto con el dedo. Si no me hubiera emocionado tanto la invitación, habría protestado por la forma en que me convocó. Yo no era un perro; no respondía a los comandos manuales.

—No te sentarás con nosotros hoy, ¿verdad? —preguntó Ben. Por lo general, nos sentábamos juntos en una mesa más grande de estudiantes de segundo año.

—Me temo que no —respondí, dándole una palmada en el hombro y luego inclinándome hacia adelante para susurrarle al oído—. Pero Angela se ve sola. Ve a hablar con ella.

Se sonrojó levemente y me reí.

Edward me tendió la silla mientras me acercaba. Me sorprendí ante esto. Tan feliz como estaba de tener la oportunidad de estar con él, él se estaba exponiendo a mi olor nuevamente. O era masoquista o las cosas pasaban más rápido de lo que esperaba.

—Hola, Edward —saludé, golpeando la silla—. Esto es inesperado.

—Pensé que, como somos compañeros de laboratorio, deberíamos conocernos un poco mejor.

Esa fue la línea más endeble que había escuchado desde que me habló de "la magia". Levanté la vista de la mesa para encontrarme con su mirada; por lo general, demoraba este momento para mantenerme coherente un poco más. Lo que vi allí expulsó el aire de mis pulmones en un gran zumbido.

¡Estaba de vuelta!

Mi Edward, con la mirada de adoración que solía encontrar cuando me miraba, estaba de vuelta. De alguna manera, entre dejar Biología el día anterior y ahora, algo cambió. No sabía qué, pero algo sucedió para traerlo de vuelta a mí.

Respiré temblorosamente y volví a bajar la mirada hacia la mesa. ¿Qué debería hacer? Se suponía que debía ignorar quién y qué era él. Si le soltara nuestra historia ahora, estaría en el manicomio al final del día. Necesitaba la evidencia de nuestro tiempo si alguna vez quería convencerlo: el cofre con nuestros dibujos y su foto, desafortunadamente no tenía ninguna de esas conmigo. Incluso si las tuviera, una cafetería de escuela maloliente no era el lugar para contarlo todo. Siempre imaginé que estaría en nuestro prado.

—Bella, ¿estás bien? —preguntó solícito.

Me arriesgué a levantar la vista y vi preocupación genuina en sus ojos. Este era definitivamente mi Edward. Solo él podía parecer tan preocupado por algo tan pequeño.

—Estoy bien.

Sonrió, pero el miedo no abandonó sus ojos de inmediato. Tan maravilloso como era tenerlo mirándome con amor de nuevo, el regreso de su ansiedad desenfrenada no era tan bienvenido.

—Entonces, ¿qué te gustaría saber sobre tu compañera de laboratorio? —pregunté.

—Todo.

Contuve una risa. Él era malo manteniendo la calma.

—¿Qué tal si empezamos con lo básico? —sugerí—. Nombre completo: Isabella Marie Swan. Si me llamas así, me veré obligada a hacerte daño.

Se rio, probablemente pensando en la ineficacia de esa amenaza.

—Debidamente anotado.

—¿Qué más te gustaría saber? —inquirí.

Realmente quería saberlo todo. Me lanzó preguntas. Me preguntó sobre mi vida en Phoenix y cómo se comparaba con la vida en Forks. No había forma de hacerle comprender lo desesperadamente desgarrada que estaba. Amaba Phoenix, el calor, la vida de la ciudad, el desierto, pero amaba a Forks por él. De todos modos, todavía no tenía forma de explicarlo. Tenía que ser paciente.

Cuando me preguntó acerca de los libros que me gustaba leer, no pude evitar burlarme un poco de él.

—Bram Stoker, Anne Rice, lo de siempre —comenté con una sonrisa.

Sus ojos se abrieron y luché contra el impulso de reír. Afortunadamente para él, y desafortunadamente para mí, no tuvimos tiempo de seguir con el tema ya que con un arrastre de sillas y quejidos comenzó el éxodo de estudiantes a su próxima clase.

—A Biología entonces —dije cargando mi bolso al hombro.

—No para mí —informó—. Voy a saltarme la próxima clase.

Fruncí el ceño. ¿Mi comentario sobre los libros de vampiros lo asustó? ¿Estaba incluso ahora tramando formas de evitarme? ¿Se iría?

Quizás vio mi preocupación mientras se apresuraba a explicar.

—Me voy temprano hoy. Emmett y yo vamos a acampar, y queremos salir antes del tráfico.

—Acampar suena bien. —Si, por supuesto, te refieres a cazar animales salvajes en un intento de saciar tu sed.

—Lo es, nos gusta ir con tanta frecuencia como podemos, especialmente cuando hace buen tiempo.

—Nos vemos el lunes entonces —comenté.

—Cuenta con eso. —Parecía que quería decir más, pero se contuvo. No tenía ninguna duda de que sabía sobre el viaje a La Push. Probablemente quería advertirme sobre nadar. Desde nuestro primer encuentro estuvo paranoico con la seguridad.

Miré por la ventana y vi que el cielo, que había estado cargado de nubes esta mañana, comenzaba a aclararse. El sol debía aparecer pronto. Por eso tenía que irse.

Me dirigí al aula de Biología, frunciendo el ceño todo el tiempo. El estado de ánimo jubiloso que tenía durante el almuerzo ahora era reemplazado por amargura. Las cosas iban tan bien y, si el clima hubiera sido favorable, podría haber disfrutado una hora más de su compañía.

Mi estado de ánimo no mejoró cuando llegué al salón de clases. En cada escritorio estaban los aparatos para la tipificación sanguínea. No había forma de que me quedara para esto. No tenía ganas de terminar mi tarde en la enfermería.

Me acerqué al escritorio del señor Banner y me aclaré la garganta para llamar su atención. Frunció el ceño ante la interrupción. Posiblemente pensando en la pequeña corrección de ayer.

—¿Sí, Isabella?

Mi estado de ánimo se ensombreció ante el uso de mi nombre de pila. Si fuera malintencionada, podría haber usado su nombre de pila, que vi en un formulario cuando estuve en la oficina mi primer día. Sin embargo, habría sido cruel. ¿En qué estaban pensando sus padres cuando lo llamaron Shirley?

—Si vamos a hacer un análisis de sangre, tendré que ser excusada —dije, tratando de sonreír.

—¿En serio? ¿Y por qué sería eso?

Porque si estoy en este salón de clases cuando la sangre comience a fluir, vomitaré, me desmayaré o ambas cosas.

—Porque no puedo tolerar ver sangre sin enfermarme —confesé.

—En ese caso, puede saltarse el ejercicio, pero tendrá que estar aquí para tomar notas —declaró con una sonrisa de satisfacción.

—No puedo estar aquí —enuncié enfáticamente—. Incluso si no soy yo la que sangra, me enfermaré.

—Me temo que no puedo excusarla. Esta clase es obligatoria para el examen final y es mi deber como educador asegurarme de que esté completamente preparada. Sin embargo, siéntase libre de apartar la vista cuando la sangre fluya.

Consideré irme de todos modos, pero prevalecieron los mejores modales; pisoteé hasta mi silla y me dejé caer.

Cuando la clase estuvo llena, el señor Banner comenzó su explicación del ejercicio. Hubo gritos de miedo fingido de algunas de las chicas mientras sacaba una lanceta y procedía a pinchar la punta del dedo de Mike Newton.

La sangre brotó y sentí la familiar sensación de náuseas en mi estómago.

Aquí vamos.

Apretó el dedo de Mike, creando una gran gota de sangre y luego lo frotó contra el papel secante.

—¿Quién es el siguiente? —preguntó al salón de clases en general—. ¿Isabella?

Miré la púa brillante en su mano y el papel empapado de sangre en el escritorio de Mike y murmuré un "Se lo dije" mientras la conciencia me abandonaba.


Lo primero que sentí fue una mano en la mía y algo frío en mi frente.

—¿Edward? —murmuré.

—Me temo que no —respondió una voz.

Abrí los ojos y miré el rostro menos que complacido de Mike Newton. Aparté mi mano.

—¿Qué pasó? —pregunté.

—Te desmayaste —explicó la enfermera de la escuela, entrando en la habitación—. ¿Cómo te sientes?

—Bien —mentí automáticamente. Luché para sentarme, pero su mano firme en mi hombro me empujó hacia abajo de nuevo.

—Necesitas acostarte, querida. Voy a llamar a tu padre para que venga a recogerte. Tendrás que ir a Urgencias.

Oh, no, no lo haría. Si Renée se enterara de otro viaje a la sala de emergencias, tendría un susto de proporciones épicas. Apenas pude calmarla después del accidente de la furgoneta. Se necesitaron tanto las garantías de Charlie como las mías para evitar que tomara un vuelo a Forks.

—No necesito ir a Urgencias —dije con firmeza—. Fue solo la sangre lo que me enfermó, y ahora que se ha ido, estaré bien.

—Oh, no lo sé. —Ella me examinó con dudas—. Tu color no es muy bueno.

—Nunca lo es —intervino Mike. Había olvidado que todavía estaba aquí. Como era de esperar, no parecía feliz. No solo le quité su papel de sostener mi mano, sino que dije el nombre de Edward.

—Solo necesito un poco de aire fresco —le aseguré a la enfermera.

Parecía insegura, pero hubo un alboroto de movimiento en la puerta cuando el señor Banner llegó sosteniendo a un Lee de aspecto verde. Me levanté de un salto y dejé la camilla para el siguiente paciente. Aprovechando la distracción de la enfermera, agarré mi bolso y salí.


Extrañaba a Edward, aunque solo había pasado un día desde que lo vi. El hecho de que fuera mi Edward de nuevo hizo que su ausencia fuera aún más difícil de soportar.

Cuando las clases finalmente terminaron el viernes por la tarde, salí al estacionamiento. La lluvia caía a raudales y tuve que correr hasta mi coche para evitar empaparme. Tal como estaban las cosas, todavía tenía el pelo goteando cuando abrí la puerta. Planeaba pasar algún tiempo con Charlie cuando llegara a casa. Él estaba trabajando el turno de la mañana, así que debería estar en casa antes que yo, pero cuando llegué a casa encontré una nota que me decía que había ido a La Push a ver a Billy. Su nota me invitaba a unirme a él, pero no estaba de humor.

Mantuve la intención de hacer un viaje a Port Angeles durante semanas, pero nunca lo logré. Ahora era el momento. Le dejé una nota a Charlie y agarré mi bolso y mis llaves.

El viaje a Port Angeles me distrajo de mis problemas inmediatos mientras navegaba por las carreteras sinuosas. La lluvia que plagó mi viaje a casa desapareció mientras conducía fuera de la ciudad, confirmando mi teoría de que Forks estaba maldito por el clima.

Cuando llegué a la ciudad, encontré un lugar para estacionar con bastante facilidad. Vagué por las calles, buscando una señal de una librería. Algo me llamó la atención en el escaparate de una joyería y me detuve en seco.

Me quedé mirando con asombro el pequeño colgante de mariquita. Mis pies me acercaron a la ventana, sin una instrucción consciente. Mi nariz estaba prácticamente presionada contra la ventana, mientras miraba la pieza milagrosa de mi pasado y mi futuro combinados.

Era pequeño, del tamaño de una moneda de veinticinco centavos, pero perfecto en sus detalles. Los rubíes brillaban bajo las luces fluorescentes, haciendo que pareciera que podría cobrar vida y tomar vuelo en cualquier momento.

La campana sobre la puerta sonó cuando entré a la tienda. Esperé a que el empleado terminara con el cliente delante de mí y luego pedí que me mostraran el colgante. Me observó con evaluación, tal vez sopesando mi valor como cliente.

—Es una pieza preciosa —informó, colocando la acolchada pieza de exhibición en el mostrador de vidrio—. Plata esterlina y rubí.

Sus palabras fueron ruido blanco. Ya sabía todo sobre este colgante. Sabía cómo se sentía el frío metal contra mi piel. Cuánto pesaría en mi mano, pero sería ligero como una pluma en su fina cadena de filigrana. Sabía lo que se sentía cuando el hombre que amas te quita el cabello del hombro, sus dedos se demoran un momento en la curva de tu cuello, antes de engancharlo.

Perdí el mío el último verano que estuve de vacaciones en California con Charlie. Destrocé mi habitación de hotel buscándolo, desesperada cuando no pude encontrarlo. Ahora lo entendía. No lo perdí; ya no era mío para conservarlo. Era una pieza original, tenía que estar aquí para que un día en el futuro él pudiera comprarla para mí y dársela a mi yo más joven.

—¿Le gustaría ver nuestra selección de cadenas? —preguntó el empleado esperanzado.

Negué con la cabeza con tristeza.

—No gracias.

Asintió con complicidad, confirmando sus sospechas; no era una compradora sino una observadora. El timbre sobre la puerta volvió a sonar y se apresuró a saludar al nuevo cliente, posiblemente esperando una mejor venta esta vez.

Extendí una mano temblorosa y tracé la curva de las alas con un dedo. Una lágrima solitaria quemó un camino por mi mejilla y cayó sobre el mostrador de vidrio; la limpié con la manga de mi chaqueta.

El empleado entró en mi visión periférica; agarró un muestrario acolchado de anillos de compromiso de la ventana y los dejó sobre el mostrador. Miré a mi alrededor para ver al otro cliente. Estaba vestido con ropas desaliñadas y tenía una gran bolsa de lona a sus pies. Olía fuertemente a cerveza y algo más que no pude identificar.

Se me erizaron los pelos de la nuca. Algo estaba muy mal aquí.

Justo cuando ese pensamiento se registró, el hombre metió la mano en su bolsillo y sacó una pistola. El empleado gritó en estado de shock. El sonido era tan agudo que en cualquier otro momento me habría hecho reír, pero no ahora. Me quedé muda de miedo.

—Mientras seas sensato, nadie tiene que salir herido —informó el hombre, apuntando con su arma al empleado. Me lanzó una mirada de soslayo—. No querrías que esta linda chica muriera solo porque estabas tratando de jugar a ser un héroe, ¿verdad?

Un gemido incontrolable escapó de mis labios.

—¿Q-Qué quieres? —tartamudeó el empleado.

—Abre la caja fuerte y llena la bolsa —demandó, golpeando el gran bolso sobre el mostrador.

—¡No puedo! No conozco la combinación, y si lo intento y me equivoco, toda la tienda se bloquea.

—Entonces será mejor que no te equivoques.

Vi que el empleado movía la mano hacia el mostrador donde estaba segura de que había un botón de pánico oculto. La advertencia que quería gritar murió en mis labios cuando escuché el fuerte estallido de un arma.

Me dejé caer al suelo instintivamente, cubriéndome la cabeza con las manos.

Escuché el gemido bajo del empleado y luego el ruido sordo de su cuerpo mientras caía al suelo. No podía ver nada más que el gris opaco de la alfombra, pero supe por los estruendosos sonidos y los pequeños golpes de algo que aterrizaba sobre mí que el asaltante estaba rompiendo los escaparates.

—¡Edward! ¡Te necesito! ¡Edward, por favor! ¡Te necesito! —grité. No pude evitar que las palabras salieran, me las arrancaron con la fuerza de mi miedo.

Sentí un aliento caliente en mi cuello, y una voz baja y cantarina habló en mi oído.

—¿Quién es Edward?

—¡Soy yo! —respondió con un gruñido amenazador.

El arma disparó de nuevo y grité. Estaba segura de que sería yo esta vez, y esperé a que viniera el dolor, pero no vino ninguno. En cambio, hubo un siseo de dolor, un pequeño estallido, y luego algo aterrizó pesadamente a mi lado.

—¡Bella! ¿Estás bien? —preguntó una voz frenética.

Solo esa voz podría haber superado a los gritos que resonaban en mi mente. Mis ojos se abrieron de golpe, presentándome la vista más bienvenida del mundo. Edward.

Asentí con la cabeza, insegura.

—Viniste —susurré.

—Siempre.

Envolví mis brazos a mi alrededor y sentí el escozor cuando el vidrio cortó mi palma. Apreté el puño como si eso pudiera detener el flujo de sangre, pero se filtró a través de mis dedos.

Los ojos de Edward se oscurecieron a ónix puro y un gruñido retumbó en su pecho.

—¡Por favor no hagas esto! —rogué.

Sacudió la cabeza, ya sea como negativa o para tranquilizarme, no lo sabía. Lo que sí sabía era que él apenas se estaba aferrando a su control y que no estaba Alice aquí para salvarme esta vez.

—Solo vete —gemí—. Por favor, vete.

—Estás herida —masculló entre dientes.

Y si no se marchaba pronto, estaría muerta.

El empleado gimió de nuevo y me di cuenta de que esto era mucho más complicado que la sed de sangre de Edward. Se habrían escuchado los disparos. Incluso ahora probablemente estarían policías corriendo hacia la escena.

—Habrá gente aquí pronto —advertí—. Guardar el secreto.

Deliberó un momento, luego giró sobre sus talones y desapareció por la puerta.

Ignorando al ladrón inconsciente en el suelo, me apresuré a rodear el mostrador y me arrodillé junto al empleado. Estaba semiconsciente, con las manos presionadas sobre la herida del costado. El blanco nítido de su camisa ahora era de un carmesí profundo, manchado con la sangre que aún manaba de debajo de su mano. Hizo que mi cabeza diera vueltas, pero luché contra el mareo.

Había un paño de lino sobre los estantes de una de las vitrinas, lo liberé, enviando más fragmentos de vidrio sobre mí y el piso. Lo enrosqué en una almohadilla improvisada y reemplacé sus manos con él. Gimió, sus ojos fijos en mi cara. Ahora podía escuchar las sirenas aullar en la distancia.

—Estás bien —le aseguré—. La ambulancia está en camino.

Sus labios temblaron mientras trataba de formar palabras, pero fracasó. Sus ojos se cerraron de nuevo. Solo el sonido laborioso de su respiración mostraba que estaba vivo. Podía sentir el temblor comenzando en mis manos y sabía que la adrenalina se estaba desvaneciendo y la conmoción comenzaba.

—Todavía no, Bella —me regañé—. Solo un poco más. Él te necesita ahora.

Luces azules bailaron en mis ojos, y por un momento pensé que estaba perdiendo la lucha por la consciencia, luego hubo una ráfaga de movimiento en la puerta y voces gritando.

—¡Aquí! —grité.

Llegó un paramédico y reemplazó mis manos por las suyas. Luché por ponerme de pie y retrocedí, solo me detuve cuando mis hombros tocaron la pared. Ahora, liberada de la responsabilidad de cuidar al empleado, me deslicé hasta el suelo y apreté las rodillas contra mi pecho.

Los paramédicos se gritaban entre sí mientras trabajaban con el empleado y el asaltante. Envolví mis brazos alrededor de mi cabeza para amortiguar sus voces y cerré los ojos con fuerza.

Yo no estaba aquí. Estaba en el prado con Edward. Volvía a ser una niña y él me amaba.

Manos frías agarraron mis muñecas suavemente, y miré hacia un par de ojos dorados.

—¡Carlisle!

Sin importarme que yo fuera prácticamente una extraña para él, me arrojé a sus brazos y sollocé en su cuello.

—Está bien, Bella —me tranquilizó—. Estás bien ahora.


Buen final para el capítulo, ¿no les parece? Ja, ja, ja. No me maten, yo no la escribí, solo traduje :p