Disclaimer: Twilight le pertenece a Stephenie Meyer, la historia es de Simaril, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.
Disclaimer: Twilight is property of Stephenie Meyer, this story is from Simaril, I'm just translating with the permission of the author.
Capítulo beteado por Yanina Barboza
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Llegar a conocerte
Julio - agosto de 1999
Llegué antes que Bella el verano que tenía once años, así que estuve allí cuando Charlie dio la noticia. Observé a través de la ventana, escondido entre los árboles, cuando él le dijo.
Tan pronto como hubo guardado sus maletas en su dormitorio, él la llevó de la mano al salón y le hizo un gesto para que se sentara en el sofá. Se sentó a su lado y tomó su otra mano entre las suyas.
—Bella, cariño, hay algo que necesito decirte —comenzó.
Su labio tembló.
—¿Mamá está bien?
Charlie asintió rápidamente.
—Ella está bien. Es otra persona. —Respiró hondo—. Sarah murió, Bella. Tuvo un accidente automovilístico hace una semana; alguien la chocó en la carretera.
Bella parecía aturdida. Su piel de marfil palideció y las lágrimas brotaron de sus ojos.
—Pero... ella no puede…
Charlie le acarició la mejilla con una mano y le secó las lágrimas.
—Lo siento, cariño, pero falleció.
Bella se balanceó levemente y Charlie se movió para poder poner un brazo alrededor de sus hombros, estabilizándola. Ella acurrucó su rostro contra él y comenzó a llorar en serio. Charlie le alisó el cabello y la calmó suavemente mientras lloraba.
Mis brazos dolían por abrazarla. Quería consolarla, tirar de ella contra mí y protegerla de este dolor. Sin embargo, nada podía hacer, salvo ver cómo su padre la cuidaba y ella soltaba su dolor.
Unos días después de la llegada de Bella, el funeral de Sarah Black se llevó a cabo en La Push. No podía seguir a Bella allí, así que me quedé en el prado, preocupándome por ella.
Llegué a cuestionar la conveniencia de que Charlie llevara a Bella a la ceremonia, al igual que Renée a través de una llamada telefónica, pero Charlie insistió. Creía que Bella necesitaba ver pruebas de que Sarah estaba muerta. Solo esperaba que no fuera demasiado para ella.
Escuché los sonidos de la patrulla que venía por la carretera mucho antes de que llegara a la casa, así que estaba esperando a Bella en los bordes de su jardín cuando salió. Charlie estaba instalado en el salón, viendo las noticias por fuera, pero lamentando por dentro la pérdida de su amigo y preocupándose por los Black sobrevivientes.
Bella bajó los escalones del porche y buscó alrededor del patio. Era la primera vez que venía a verme desde que llegó ese verano. Los días que transcurrieron entre su llegada y el funeral los pasó en gran parte en compañía de Charlie. Salí de los árboles y le abrí los brazos. Corrió hacia mí, rodeando mi espalda con sus brazos y abrazándose a mí.
—Edward —suspiró.
—Estoy aquí —dije suavemente—. Estás bien.
Sentí los temblores atravesando su cuerpo y sus lágrimas humedecieron mi camisa.
Eso comenzó el verano de la preocupación de Bella por la muerte.
Dos semanas después de la muerte de Sarah Black, estábamos juntos en el prado. Estaba tratando de enseñarle ajedrez a Bella, aunque ella no parecía prestar mucha atención, cuando levantó la vista del tablero de ajedrez y preguntó:
—Edward, ¿todos mueren?
Volví a colocar la torre que estaba a punto de mover con cuidado sobre el tablero y la miré. Su frente estaba arrugada por la preocupación y sus ojos se veían rojos. Me preguntaba cuán honesto podía ser. Ella todavía era muy joven, pero juré que nunca le mentiría. También era una pregunta importante, una que recordaría de por vida.
—¿Edward? —preguntó ella.
Suspiré.
—Sí, Bella. Todos mueren.
—¿Así que mi mamá y mi papá van a morir?
—Es el orden natural de las cosas. Pero la muerte no es el final. Hay algo mejor que viene después.
Ella asintió.
—El cielo.
—Sí, Bella, el cielo.
—Mamá me habló del cielo una vez, y papá lo intentó después del funeral, pero... —Se encogió de hombros—. ¿Cómo lo saben?
—Nadie lo sabe con certeza, Bella. Tienes que creer. Ese es el punto. Hay algunas cosas de las que nunca puedes estar seguro hasta que las has visto, y nadie que haya visto el cielo puede volver y contárnoslo.
—¿No son fantasmas? —preguntó ella.
Tragué saliva cuando una sacudida de dolor me recorrió.
—Yo creo —comencé lentamente—, que los fantasmas son personas que eligen no ir al cielo, por lo que no lo sabrían. Creo que encuentran cosas en la tierra que son lo suficientemente importantes como para quedarse y así no seguir adelante.
—¿Crees en el cielo?
—Lo hago —afirmé solemnemente.
Se movió alrededor del tablero hasta que estuvo a mi lado y luego apoyó la cabeza en mi brazo.
—¿Cómo es?
—No lo sé. Me gusta creer que es un lugar mejor, donde todas las personas que amas se unen. Creo que allí hay felicidad y no hay pérdida.
—Debe ser agradable —suspiró.
Pasé una mano por su cabello.
—Creo que lo sería.
—Edward —llamó en voz baja—. ¿Me encontrarás en el cielo también?
Cerré los ojos por un largo momento, sin moverme, sin siquiera respirar.
—Es... diferente... para los vampiros, Bella.
Giró la cabeza para verme.
—¿Por qué?
—Porque para llegar al cielo, tienes que morir. Es muy difícil para un vampiro morir. —Incluso cuando eso es lo que quieres más que casi nada.
Se movió para poder mirarme a la cara.
—¿No vas a morir?
Suspiré y negué con la cabeza. Esa fue una respuesta que pude darle honestamente. Yo no moriría. Eso lo sabía con seguridad.
—No, Bella. No moriré.
Inexplicablemente, sonrió.
—¿Jamás?
—Jamás.
—¿Y mamá y papá irán al cielo?
—Lo harán.
Ella sonrió. Me pregunté por qué por un momento, y luego me di cuenta de con quién estaba hablando. Era Bella. Por supuesto, ella no estaría preocupada por su propia mortalidad, sino por las personas que le importaban.
—Está bien, entonces —convino en un tono satisfecho.
No me preguntó por ella, lo que significaba que no tenía que romper mi voto y mentirle, o romperle el corazón.
Marzo de 2005
Bella
Finalmente, Carlisle terminó su llamada y regresó para unirse a nosotros en los sofás. Intercambió una mirada con Edward.
—No vale la pena correr el riesgo —negó Edward con firmeza, sacudiendo la cabeza.
—¿Qué es lo que no vale la pena correr el riesgo? —pregunté.
—A Eleazar le gustaría conocerte, Bella —informó Carlisle.
—¿No quieres que conozca a tu amigo? —Me sentí un poco herida por su negativa instantánea.
—No es eso, mi amor. Me encantaría que conocieras a nuestros amigos, pero saber tanto es un riesgo. Si ellos también lo supieran, los pondría en el mismo riesgo.
—¿Qué riesgo? —inquirí.
Rosalie se burló.
—¿Quieres decir que en todos los años que estuvo hablando de nuestros secretos se olvidó de mencionar a los Vulturi?
Busqué en mis recuerdos, pero no podía recordar que Edward alguna vez mencionara a un Vulturi.
—¿Qué es un Vulturi?
—Son ellos —expuso Rosalie antes de que nadie más pudiera responder—. Ellos son los cascos azules de nuestro mundo. Ellos hacen cumplir las reglas y nos protegen de la exposición.
Me moví incómoda. No me gustaba el sonido de esto.
—¿Y cuáles son las reglas?
Esta vez fue Carlisle quien respondió.
—Que nunca revelemos lo que somos a los humanos.
Tragué saliva.
—¡Pero yo lo sé!
—Precisamente. Gracias al parloteo de Edward, todos estamos en peligro. —Rosalie parecía sumamente satisfecha con su pronunciamiento.
—¡Rosalie, ya es suficiente! —regañó Carlisle con firmeza y luego suavizó su tono para hablarme—. Bella, no estás en peligro. El papel de los Vulturi es proteger el secreto. Sabemos que no revelarás nuestra verdadera naturaleza a nadie. Además, no hay razón para que se enteren. Soy el único miembro de la familia que ha conocido a los Vulturi, y eso fue hace siglos. Estás perfectamente a salvo.
¿Qué importaba si yo estaba a salvo? Ya sabía cuál era mi destino. Lo que me preocupaba era Edward y el resto de su familia, incluso Rosalie, a pesar de que era una persona excepcionalmente desagradable, al menos para mí.
—¿Pero qué pasará si descubren que yo lo sabía?
Alice abrió la boca para hablar, pero Edward la interrumpió con una mirada penetrante.
—No te pasará nada, Bella. Te prometo que te mantendré a salvo.
—¿Pero quién te mantendrá a ti a salvo? —pregunté lastimeramente.
Me sonrió y envolvió un brazo alrededor de mis hombros.
—Puedo protegerme a mí mismo.
Emmett juntó las manos.
—Creo que una demostración está en orden, hermano. ¿Te apetece un poco de lucha libre?
Edward me volteó a ver.
—¿Qué opinas?
—¿Vas a luchar contra Emmett? —Miré dubitativa entre ellos. Emmett era enorme. Edward lucía realmente insignificante a su lado, a pesar de las bandas de músculos que rodeaban sus brazos.
Emmett soltó una carcajada.
—Tu chica no cree que estés a la altura del desafío, hermanito.
Edward gruñó en voz baja. El sonido me sobresaltó y él pareció disculparse al instante.
—Lo siento, amor, pero no tienes nada que temer; Emmett puede ser más grande que yo, pero no tiene mis ventajas. —Se dio unos golpecitos en la frente.
—Vamos, Eddie. Muéstrale a tu chica de qué estás hecho. —Emmett hizo crujir sus nudillos.
Edward asintió y se puso de pie, y luego me extendió una mano. Me puse de pie y dejé que me guiara hasta la ventana.
—Te quedarás aquí —habló en un tono contundente.
—¿Van a pelear dentro de la casa? —Observé los lujosos alrededores. Tenían adornos y pinturas aquí que sospechaba que costaban más que el salario anual de Charlie.
—No, no lo harán —sentenció Esme fijando a Emmett con su mirada—. Saben que es mejor no luchar dentro de la casa.
—Estarán afuera —explicó Alice—, y observaremos desde aquí. Es más seguro para ti de esa manera, y evita que el resto de nosotros nos manchemos de barro.
Vi a Emmett y Edward caminar desde la casa hacia la extensión de césped que la rodeaba. Sentí un escalofrío de nervios cuando se pararon a seis metros de distancia y se agacharon.
—Solo mira, Bella —susurró Alice.
Traté de hacer lo que me ordenó, pero la vista de Edward frente a la masa de Emmett me hizo querer cerrar los ojos.
Se movían tan rápido que era un borrón. En un momento estaban a seis metros de distancia, al siguiente chocaban entre sí en el medio. Al golpear hubo un sonido como el de un trueno que sacudió los cristales de la ventana.
Todavía no podía seguir sus movimientos mientras se retorcían y se revolcaban. Todo lo que veía era un borrón de color cuando aterrizaban golpes. Todo lo que escuchaba eran choques como truenos cuando golpeaban. De repente se quedaron quietos. Edward estaba arrodillado sobre la espalda de Emmett torciendo sus brazos detrás de él. Hablaban, pero no podía oír lo que decían. Por la expresión de júbilo de Edward, sospeché que se estaba burlando de Emmett.
Edward se alejó, dejando que Emmett se pusiera de pie y me sonrió a través de la ventana. Le devolví la sonrisa, inmensamente aliviada de que su pelea hubiera terminado. Sin embargo, cumplió su propósito. Ya no dudaba de la capacidad de Edward para protegerse a sí mismo.
Edward regresó a la casa como un fantasma y me rodeó con sus brazos.
—¿Qué piensas?
—Creo que fue la mejor exhibición de miembros borrosos que jamás haya visto.
Él rio.
—No pensé en eso. Puedo reducir la velocidad para ti la próxima vez. Le dará a Emmett una oportunidad deportiva.
—¿La próxima vez? ¿Hacen de esto un hábito?
—Apenas se detienen —comentó Esme con cariño.
Vergonzosamente, mi estómago eligió ese momento para retumbar con fuerza. Me llevaron rápidamente a la cocina para mostrarme la variedad de comida con que Esme abasteció los armarios para este expreso propósito.
Me comí mi sándwich en el porche trasero. Edward, Alice, Jasper y Emmett se unieron a mí en los bancos. Rosalie desapareció en su garaje —para escapar de mi presencia, estaba segura— y Esme y Carlisle todavía estaban en la casa. Edward explicó que me estaban dando espacio para no abrumarme.
Me hubiera encantado tenerlos a todos aquí conmigo. No existía posibilidad de que me sintiera abrumada por su presencia. Estaba tan ansiosa por conocerlos tanto como a cualquier miembro de la familia. Durante años estuve esperando conocerlos a todos. Estaba casi tan emocionada de verlos como a Edward.
—Entonces, Bella, ¿qué hicieron Edward y tú todos esos años que estuvo con tu yo de niña? —preguntó Emmett.
Tragué saliva y lo consideré. Estaba segura de que esperaba historias de fiestas de té que pudiera usar para burlarse de Edward. Tuvimos fiestas de té cuando era muy pequeña, pero no las iba a compartir. Eran solo mías y de Edward.
—Me enseñó a jugar a las damas cuando era muy joven —indiqué—. Y luego pasamos al ajedrez a medida que fui creciendo.
—¿Ajedrez? —preguntó Jasper dando un paso adelante.
Asentí.
—Jasper es nuestro aficionado al ajedrez —explicó Alice.
—¿En serio? Eso es genial. Tendremos que tener un juego en algún momento. No he tenido un oponente decente en dos años.
Jasper intercambió una mirada con Edward. Estaba segura de que se estaban comunicando en silencio. Edward parecía infeliz, pero Jasper parecía ansioso.
—¿Cuál es el problema? —interrogué.
—Edward está preocupado de que Jasper te coma —expuso Emmett con total naturalidad.
Me sonrojé.
—Oh. ¿Es probable que eso suceda?
—No —dijo Alice con firmeza—. Jasper cazó bien esta mañana en preparación de tu visita. Edward solo está siendo paranoico.
—No soy paranoico —contradijo Edward con rigidez.
—Demasiado cauteloso entonces. —Alice se encogió de hombros—. De cualquier manera, tus miedos son infundados. Bella estará bien.
Miré a Edward. Sus rasgos estaban tensos por la preocupación. Realmente temía por mi seguridad. Era cierto que Jasper estaba sentado al otro lado del porche de mí, dándose amplio espacio para evitar la atracción de mi sangre. Quizás acercarse no era la mejor idea después de todo.
—¿Lo dejamos para otra ocasión? —le sugerí a Jasper y él asintió.
Alice resopló.
—Vas a tener que aprender a compartir, Edward. Todos queremos pasar tiempo con Bella también.
Edward frunció el ceño y siguió un incómodo silencio. Me enfoqué en buscar una forma de romper la tensión. Se me ocurrió la idea, uno de mis recuerdos favoritos de mi infancia, pero avergonzaría a Edward. Girando hacia Jasper vi su expresión abatida. Edward lo había avergonzado. A pesar de sus buenas intenciones. Quizás era hora de que le devolviera el favor.
—Una vez, cuando tenía unos seis años... —comencé.
—Oh, aquí viene. —Emmett se frotó las manos.
Edward me lanzó una mirada suplicante, pero fingí no verlo.
—Fue un día muy lluvioso, uno de los más húmedos registrados durante el verano, y Edward y yo estábamos en mi patio trasero.
Les conté la historia del día en que le enseñé a Edward a saltar en un charco. Fue uno de los mejores días que pasamos juntos. Saltamos de charco en charco, ensuciándonos cada vez más de barro y agua.
—Al final, Edward estaba empapado en agua y barro. Se veía ridículo.
Emmett se rio estridentemente, e incluso Edward esbozó una sonrisa. Cambió todo su rostro. Una de mis cosas favoritas para hacer en el mundo era hacer reír a Edward. Era el mejor sonido de mi universo.
—Esperaré eso —confesó Edward, apretando mi mano—. Admito que estoy ansioso por conocer a tu yo más joven.
—¿Alguno de nosotros puede viajar con él? —indagó Emmett—. Quiero conocer a la pequeña Bella.
Me reí.
—No lo creo. Solo conocí a Edward. Supongo que podrías haber estado ahí, observando.
—¿Sabes cuándo me sucederá? —sonsacó Edward—. ¿Cuándo viajaré de regreso a tu infancia?
—No lo sé —evadí—, nunca me dijiste exactamente de dónde venías. Aunque no creo que suceda todavía.
No podía decirle de mis deducciones. Arruinaría todo nuestro tiempo juntos. Vivía con el conocimiento de que moriría, como todos los humanos, aunque tenía razones para creer que sería más temprano que tarde.
—Digo que encontremos a esta Makenna ahora y le preguntemos —proclamó Emmett emocionado—. Quiero historias sobre la pequeña Bella.
—¿Qué piensas, Bella? —preguntó Edward—. ¿Ahora es el momento?
Negué con la cabeza lentamente.
—Realmente no lo creo. Podrías intentar encontrarla, pero si es el momento equivocado, algo sucederá para impedírtelo. Ella se negará a ayudar, o no la encontrarás.
—No es el momento adecuado —sentenció Alice sin duda—. Sé que lo estás considerando, Edward, pero no veo que la encuentres.
Edward pareció decepcionado. Descansé mi cabeza en su hombro.
—Cuando sea el momento adecuado, lo sabrás.
Esa tarde volví a mi casa con Alice y Edward. Mientras cocinaba, se sentaron a la mesa de la cocina y charlaron amistosamente.
—¿Vas a volver a la escuela mañana? —consultó Alice.
—¿Por qué no iba a hacerlo?
Edward y Alice intercambiaron una mirada.
—Bella, las cosas en un pueblo pequeño son diferentes a la ciudad. Aquí, un robo a mano armada es una gran noticia. El hecho de que estuvieras involucrada lo hace aún más grande.
—¿Cómo lo sabrían?
Alice frunció el ceño.
—Uno de los ayudantes de Charlie se lo dirá a su esposa, después de jurar que guardará el secreto. Ella se lo dirá a sus amigos, después de hacer lo mismo. Entonces, como una carta en cadena de chismes, todo el pueblo lo sabrá.
Suspiré y escondí mi rostro entre mis manos. Manos frías agarraron mis muñecas y las bajaron.
—Por favor, no me ocultes tu rostro —pidió Edward—. Y no te preocupes por la escuela. No tienes que ir si no quieres.
—Tengo que ir —dije con firmeza—. No voy a dejar que los chismes me ahuyenten.
—Ese es el espíritu. — Alice sonrió alentadoramente—. Estaremos allí para protegerte. Y ambos están olvidando un hecho sobresaliente.
—¿Y que sería eso? —preguntó Edward.
—¿Cuánto importa un robo a mano armada cuando ustedes dos están a punto de salir del armario como pareja?
Edward sonrió.
—Eso debería distraerlos. —Me miró con expresión insegura—. A menos que, por supuesto, quieras que nuestra relación permanezca en privado un poco más.
Suspiré. Uno de los puntos negativos de esta versión más joven de mi Edward era su inseguridad.
—Estoy más que feliz de compartir nuestra relación con todos ellos, incluido mi padre.
La sonrisa de Edward se iluminó.
—¿Tu padre?
Sabía lo mucho que le importaba que le dijéramos a Charlie sobre nosotros, ofendía su sensibilidad mantenerlo en secreto. En su época, probablemente habría pedido permiso antes de cortejarme.
—Mi padre —asentí—. Dame la oportunidad de hablar con él primero, y luego te presentaré en persona.
Edward se inclinó y me dio un beso en la mejilla.
—Gracias, Bella. Sé que piensas que estoy pasado de moda, pero es importante para mí que tu padre sepa de nosotros.
—Si no nos vamos a encontrar con él hoy, tenemos que irnos —sugirió Alice—, estará en casa en diez minutos.
De mala gana, me di cuenta, Edward me dio un último abrazo prolongado y luego él y Alice se fueron. Los saludé desde el porche mientras se perdían de vista.
Como esperaba, exactamente diez minutos después, escuché el coche patrulla entrar en el camino y, un momento después, Charlie entró en la cocina.
—Hola, Bells, algo huele bien. —Observó las ollas en la estufa con aprecio.
—Gracias, papá —dije, repartiendo la comida y luego sentándome frente a él.
—Entonces, ¿qué hiciste hoy? —preguntó.
Mordí mi labio inferior. Este era el momento que esperaba retrasar hasta que tuviera unas cuantas cervezas dentro de él.
—Fui a ver al doctor Cullen para agradecerle por lo que hizo el viernes por la noche.
—¿Lo hiciste? Eso es genial —murmuró con la boca llena—. ¿Cómo estuvo…? Espera, ¿cómo lo encontraste? No estuvo en el hospital hoy. Yo fui a buscarlo.
—Fui a su casa —balbuceé torpemente. Tragó y me miró a los ojos. Me sonrojé de un rojo intenso bajo su escrutinio—. Edward me llevó —murmuré.
—¿Y quién, por favor, dime, es Edward?
—Es uno de los hijos del doctor Cullen. Él y yo somos amigos. Lo llamé y le pedí direcciones. Vino y me recogió.
—Eso es muy generoso de su parte —comentó, tomando un sorbo de su cerveza—. Parece ser un buen amigo.
—Novio —indiqué.
—Lo siento, Bella, no entendí eso del todo —expresó con un brillo en los ojos.
—Novio. Edward es mi novio.
—¿Es así? ¿Y desde cuándo ha estado sucediendo esto?
—No mucho —dije evasivamente. Difícilmente podía decirle la verdad de que había estado sucediendo durante años en virtud del hecho de que mi novio era un vampiro viajero en el tiempo.
—¿Y cuándo vas a presentarme a tu novio? —Puso un gran énfasis en la palabra, haciéndome sonrojar una vez más—. ¿O estás avergonzada de tu padre?
—Lo traeré un día para que lo conozcas.
—Excelente. —Se llevó otro bocado de espagueti a la boca y luego sonrió—. Oye, Bells, recuérdame que necesito limpiar bien mi arma, ¿no crees?
Puse los ojos en blanco.
—Claro, papá.
