Disclaimer: Twilight le pertenece a Stephenie Meyer, la historia es de Simaril, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.
Disclaimer: Twilight is property of Stephenie Meyer, this story is from Simaril, I'm just translating with the permission of the author.
Capítulo beteado por Yanina Barboza
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Una advertencia
Agosto de 2001 - Bella tiene trece años
Edward
Bella a los trece era una maravilla. En el espacio de los meses que pasamos separados, cambió de niña a mujer joven. Se movía con más gracia ahora, aunque seguía siendo tan propensa a tropezar y caer como siempre. Su rostro estaba perdiendo lo último de su redondez infantil y su cuello era delgado y bien formado. Era hermosa.
Fue más que cambios físicos, fue emocional. Estaba más segura de sí misma que nunca. Llegó ese verano con una tranquila confianza con la que Charlie luchaba. Sabía cómo lidiar con su pequeña niña, pero batallaba con su hija adolescente. En su primera noche juntos, anunció que la señorita Harris ya no era necesaria.
―Tengo trece ahora ―anunció―, no necesito una niñera.
―No lo sé, Bells ―dijo Charlie incómodo.
―Vamos, papá. Soy lo suficientemente mayor para ser niñera. Lo hago cuando estoy en casa de mamá. Jenny de la casa de al lado tiene gemelos, y yo los cuido todo el tiempo.
Charlie gruñó y Bella cambió de táctica.
―¿No confías en mí?
―Por supuesto que sí ―afirmó rápidamente―. Es solo que... me preocupo.
―No es necesario ―agregó con confianza―, puedo cuidar de mí misma.
Eso se hizo obvio a medida que avanzaba el día. Charlie estaba deambulando hacia la cocina para preparar la cena después de que terminó un juego temprano, pero Bella se le adelantó. Ella estaba parada en el mostrador, cortando tomates y tirándolos en un cuenco.
―¿Estás cocinando? ―inquirió Charlie, bastante obvio en mi opinión.
Bella se giró.
―Técnicamente, estoy cortando. Iba a cocinar, pero no hay mucho en el congelador excepto pescado, y no tengo tiempo para descongelarlo. Podemos ir al supermercado mañana y comprar algunas cosas.
Las cejas de Charlie se arquearon.
―¿Cocinas ahora?
―He estado cocinando durante dos años ―corrigió Bella―, solo que nunca he cocinado para ti. ―Se secó las manos con un paño y continuó―. Sabes cómo es Renée en la cocina, así que aprendí cómo hacerlo.
El color de Charlie se elevó.
―¿Estabas cocinando cuando tenías once años?
Ella asintió felizmente.
―Y he estado bien, así que no hay necesidad de que enloquezcas ahora.
―No iba a enloquecer ―murmuró Charlie.
―Tenemos ensalada y fiambres ―continuó Bella―. ¿Está bien?
―Podría pedir pizza ―sugirió Charlie.
―O puedes confiar en que sé cómo hacer una comida sencilla. De verdad, papá, es ensalada. Ten un poco de fe.
Charlie lo consideró por un momento y luego comenzó a poner la mesa. Bella sonrió y se volvió hacia el mostrador.
Sí, mi chica definitivamente era diferente.
Marzo de 2005
Bella
Si hubiera sabido lo feliz que sería Edward al invitarlo al baile, se lo habría pedido antes. Fue como si estuviera flotando en el aire todo ese día y el siguiente.
Se fue esa noche cuando escuchó los sonidos de la patrulla de Charlie que venía por la calle, y me quedé a preparar una cena improvisada mientras trataba de hacer la tarea que debería haber hecho en preparación para la lección de trigonometría del día siguiente. Sabía que no tendría tiempo después de la cena, ya que Edward prometió estar esperando en mi habitación cuando terminara.
Charlie me llamó cuando abrió la puerta.
―¿Bells?
―Estoy aquí ―le llamé desde la cocina.
Caminó pisando fuerte por el pasillo y entró en la habitación. A diferencia de los suaves pasos de Edward, Charlie caminaba pesadamente dondequiera que fuera. Era un hábito entrañable y útil. No había posibilidad de que lo tomaran con la guardia baja en lo que a él respectaba.
―¿Sin novio? ―preguntó cuando me vio sola en la estufa.
―Nop. Vino antes, pero tenía que irse a casa para cenar. ―No me gustaba mentir, pero era una parte inevitable de la vida con Edward. Era demasiado en juego como para superarlo con la moral.
―¿Cuándo vas a presentármelo?
―Creo que el sábado. Iremos juntos al baile. Lo traeré antes de irnos.
―Ah. Sábado. No estoy seguro, Bells.
―¿De qué no estás seguro? ―Estaba confundida. Dijo que quería conocer a Edward.
―Bueno, voy a estar fuera de la ciudad del sábado al viernes de la semana que viene. A menos que te importe, por supuesto. El detective Morse, el policía que conocimos la última vez... bueno, ya sabes cuándo, me ha invitado a un seminario de capacitación al que irán los de la Policía de Port Angeles. Es en Oregón. Un ejercicio de formación de equipos entre departamentos.
―Eso suena genial, papá. Te divertirás mucho.
―¿Estás segura de que no te importa quedarte aquí sola?
Apenas logré ocultar mi emoción.
―Estaré bien. Puedo pedirle a Alice que se quede aquí, o puedo ir a su casa.
Él frunció el ceño.
―Te refieres a la casa de tu novio.
―Sí, pero también la casa de mi mejor amiga.
―No sé, Bells ―dijo de nuevo―. No estoy seguro de que me guste la idea de que te quedes con tu novio. Confío en ti y todo, pero conozco a chicos adolescentes y no siempre se puede confiar en ellos.
―Edward es perfectamente digno de confianza. Además, Esme y Carlisle estarán allí. Nos vigilarán. Puedes llamarlos y preguntarles si quieres.
―Está bien, hablaré con el doctor Cullen y veré qué piensa. Si dice que está bien, entonces supongo que también está bien para mí.
Le sonreí.
―Gracias, papá.
Después de que comimos y Charlie me ayudó con los platos, dije que tenía tarea y me dirigí a mi habitación.
Edward me estaba esperando en la cama con mi cofre de madera de tesoros abierto frente a él. Levantó la vista cuando entré.
―No te importa, ¿verdad? ―Hizo un gesto hacia los bocetos y las flores secas extendidas sobre las mantas.
―Para nada. También son tus recuerdos. Al menos lo serán.
Él sonrió.
―Lo he estado mirando todo, preguntándome qué pasó ese día para que te quedes con estas cosas.
―Si hubiera podido, habría guardado todo lo de esos días ―comenté―. Estas cosas fueron solo las cosas que pude pasar de contrabando a la casa. ―Tomé una foto de nuestro juego de ajedrez colocado en la roca que Edward destruyó.
―Lo siento ―musitó, interpretando correctamente mi expresión de tristeza―. Encontraré una nueva roca.
―Buena suerte con eso, Edward. No creo que haya muchas rocas perfectamente lisas en el área.
―Entonces te haré una. Los Cullen somos maestros canteros después de todo.
Me reí, amortiguando los sonidos detrás de mi mano. Lo último que necesitaba era que Charlie viniera a investigar el ruido.
―Tengo entendido que tienes una sorpresa para mí ―sugirió con una sonrisa.
Fruncí el ceño.
―¿Cómo lo sabes?
―Charlie todavía está pensando en eso ahora.
―Oh, bueno, ahí va la sorpresa.
―No lo sé todo ―agregó en tono de disculpa―. Solo sé que está planeando llamar a Carlisle para preguntarle si puede confiar en nosotros en la misma casa. Estoy deseando recibir esa llamada, para ser honesto. No es frecuente que Carlisle tenga la oportunidad de interpretar el papel de padre.
―Charlie se va de la ciudad la semana que viene. Le dije que podía quedarme con Alice mientras él está fuera. Está bien, ¿verdad? No les importará.
―¿Importarles? Me sorprende que Esme no haya convertido la oficina de Carlisle en un dormitorio para ti. Créeme cuando digo que estará encantada.
―¿Y te importaría? ―Sonreí esperanzada.
―Bella ―suspiró―, no puedo pensar en nada que me haga más feliz que tenerte en mis brazos durante tanto tiempo.
Al día siguiente en la escuela, Angela me sorprendió en clase y me preguntó si la acompañaría a elegir un vestido para el baile. Ya no me entusiasmaba la idea de volver a Port Angeles. Necesitaba un poco de tiempo para superar lo sucedido antes de aventurarme allí de nuevo. Pero Angela había sido una buena amiga para mí y se merecía el esfuerzo.
―Oh, Bella. Ni siquiera lo pensé ―dijo cuando vio mi expresión de duda―. No tenemos que ir a Port Angeles, podríamos ir a otro lugar o a ningún otro lugar. No tenemos que ir a ningún lado.
Apreté su mano.
―Port Angeles estará bien. Puedo manejarlo. ―La tranquilizaba tanto como a mí―. Deberíamos preguntarle a Alice también. Es increíble con la ropa y puede darte una mejor opinión.
―¿Crees que vendría?
―Creo que tendríamos que ayudar a Jasper para que evite que se meta a escondidas en el maletero si no le preguntamos.
Ella rio.
―Le preguntaremos más tarde entonces.
Angela y Ben se sentaron con Edward, Alice y yo en el almuerzo ese día. Fue un sacrificio por parte de Alice y Edward, ya que se vieron obligados a comer comida humana. Cuando le pregunté a Edward sobre eso, dijo que no les importaba. Aparentemente, Alice estaba feliz de hacerse amiga de todos y cada uno, y lo hizo por mí. Los amaba aún más por eso.
Alice claramente sabía lo que Angela iba a preguntar antes de que lo hiciera, ya sea por una visión o porque Edward lo dejó escapar, considerando que lucía una gran sonrisa mientras deslizaba su bandeja sobre nuestra mesa y se sentaba.
―¿Cómo estuvo la mañana de todos? ―preguntó alegremente.
―Lenta ―repuso Ben―. Me llamaron en Trigonometría y di la respuesta incorrecta. Juro que el señor Varner puede leer la mente. Siempre me llama cuando tengo problemas con el ejercicio.
―Leer la mente ―murmuró Edward con una sonrisa―, ese sería un talento útil.
Me atraganté con el jugo que estaba bebiendo y me dio unas palmaditas en la espalda con suavidad.
―¿Mejor, amor? ―preguntó.
Asentí con la cabeza, las lágrimas corrían por mis ojos. Me las secó con un dedo.
―Ah, ustedes dos son repugnantemente dulces ―comentó Alice, arrugando la nariz.
―Silencio, Alice ―regañó Edward suavemente―. He sufrido contigo y Jasper durante años. Ahora es mi turno.
―De todos modos ―intervino Angela―, Bella y yo estábamos hablando sobre ir a Port Angeles a comprarme un vestido para el baile. ¿Te gustaría venir con nosotros, Alice?
Alice abrió la boca, la volvió a cerrar y luego dijo con calma:
―Me encantaría.
Estaba segura de que su vacilación fue para no reaccionar con demasiado entusiasmo. Probablemente fue prudente. Ahora yo estaba acostumbrado a Alice, pero Ben y Angela apenas la estaban conociendo.
Alice empezó a discutir con Angela sobre los estilos y colores de la vestimenta. Me pregunté si Angela entendió siquiera la mitad de lo que Alice estaba diciendo, ya que ciertamente yo no.
Llegué a casa de nuestro viaje de compras con los pies doloridos y despreocupada. Fue mucho más divertido de lo que esperaba. Alice era una fuerza de la naturaleza y me dejé llevar por ella.
Solo había un par de tiendas de ropa en Port Angeles, pero de alguna manera Alice encontró una amplia selección de vestidos para que Angela y yo nos probáramos. Cuestioné la necesidad de un desfile de modas para mí, ya que ella ya tenía ordenado mi vestido, pero insistió. Tenía la sensación de que algunos de los vestidos que me probé iban a llegar al azar a mi armario. Finalmente, Angela eligió un vestido de color rosa intenso y terminamos.
Dejé que Charlie se las arreglara solo para la cena, y no me sorprendió verlo comiendo pizza cuando entré.
Me sonrió tímidamente.
―Te guardé un poco.
Me dejé caer en el sofá y agarré una rebanada.
―Está buena.
―Entonces, ¿cómo estuvo tu tarde?
―Fue genial ―dije―. Angela encontró un vestido bonito y Alice encontró varios.
Arqueó una ceja.
―¿Cuántos necesita?
―Ni siquiera uno. No va al baile. A su novio no le gustan los eventos escolares —o el caos emocional que los acompaña—, pero, para usar sus palabras, nunca puedes tener demasiados vestidos.
Charlie se rio entre dientes.
―¿Es eso cierto? ¿Cuántos de estos vestidos esenciales tienes?
―A partir de ahora, uno. ―Sonreí.
―¿Necesitas más? ―preguntó, inquieto―. Si no estás recibiendo suficiente dinero, tienes que decírmelo. Sé que no somos ricos, pero no quiero que andes escasa.
Sentí una oleada de afecto por mi padre. Estaba haciendo un gran trabajo cuidándome. Tenía más dinero en efectivo ahora que nunca, aunque no lo desperdiciaba.
Me acerqué y apreté su mano.
―Tengo mucho dinero, papá. Además, voy a empezar a buscar un trabajo de fin de semana.
―¿Estás segura de eso, Bells? No quiero que te quedes atrás en la escuela.
―No lo haré ―sentencié con confianza. Trabajé en la biblioteca local de Phoenix y allí aprendí a administrar mi tiempo.
Terminé mi pizza y me estiré.
―Hablando de la escuela, tengo que estudiar para un examen. Me voy arriba.
La atención de Charlie volvió a la televisión donde se jugaba un partido de baloncesto.
―Buenas noches, Bells ―se despidió distraídamente.
Lamentablemente, Edward no me estaba esperando en mi habitación. Todavía debía estar con su familia. Me sentí un poco culpable por la cantidad de tiempo que pasaba conmigo y lejos de ellos, pero no pude encontrar en mí misma discutirle cuando decía que era más feliz conmigo. Era como si todos los sueños y deseos que tuve durante los últimos doce años de mi vida se hubieran convertido en algo espectacular. Él estaba aquí para mí. Podría extender la mano y tocarlo cuando quisiera. Más que eso, sabía dónde estaba. Podría llamar a su teléfono celular cuando quisiera y estaría conmigo en minutos. Mi vida anterior siempre giró en torno a los veranos cuando él me visitaba; ahora, su vida giraba en torno a la mía.
―¿Qué estás pensando? ―La voz de Edward me sobresaltó. Me giré y lo vi sentado en el alféizar de la ventana.
Como siempre, mi corazón dio un vuelco al verlo.
―Estaba pensando en lo perfecta que es mi vida ahora que te he encontrado.
Cruzó la habitación con un movimiento rápido y me envolvió en sus brazos.
―Tanto la tuya como la mía ―indicó, enterrando su rostro en mi cabello―. Nunca pensé que tal felicidad fuera posible.
Me relajé en su abrazo y respiré hondo su esencia. Olía a casa para mí.
―¿Ya te vas a dormir? ―preguntó.
―No, tengo tarea que hacer. ¿Cómo eres en trigonometría?
Él se rio entre dientes. Conocía mi odio por las matemáticas.
―Lo suficientemente bueno para facilitarte la tarea.
Edward y yo estábamos trabajando en la mesa de la cocina el jueves por la tarde cuando escuché el sonido de un auto estacionando afuera. Mis ojos se abrieron de par en par. Charlie aún no estaría en casa hasta dentro de unas horas, y si era él, finalmente tendría que presentárselo a Edward. No estaba lista. Tenía la esperanza de darle unas cervezas a Charlie antes de esa reunión.
―Esto es inaceptable ―escupió Edward en voz baja―, está yendo demasiado lejos.
―¿Qué es? ―pregunté―. ¿Charlie?
―No. Tu amigo Jacob y su padre.
―Oh ―suspiré de alivio. Jacob y Billy no eran nada de qué preocuparse.
―Oh, es correcto ―dijo sombríamente―. El padre ha venido a advertirte sobre mí.
Me reí.
―¿Por qué demonios haría eso?
―Charlie ha estado compartiendo la noticia de tu nuevo novio con sus amigos. Billy reconoció el nombre.
―Oh... ―La comprensión me alcanzó y una conversación largamente olvidada vino a mi mente. "Los Quileutes tienen una larga memoria, Bella. Hay algunos entre ellos que aún se mantienen fieles a los viejos prejuicios. Conocen el nombre Cullen y le temen".
Fue el día en que Edward me contó sobre los hombres lobo que solían proteger la reserva, y el tratado que Carlisle arregló para proteger a los Cullen y a la tribu por igual. Billy debe ser uno de los que se mantienen fieles a los viejos prejuicios.
Me mordí el labio con los dientes.
―¿Qué hacemos?
―No sería prudente que me viera aquí. ―Acunó mi cara entre sus manos―. ¿Puedes manejarlo sola?
―Por supuesto que puedo. ―No estaba preocupada por Billy. Sabía que lo peor que podía lanzarme eran las palabras, y era más que capaz de desviarlas.
Presionó un beso en mi frente y luego se fue.
Entonces alguien llamó a la puerta. Me apresuré a contestar. Puse una sonrisa de bienvenida en mi rostro y la abrí.
―Billy, Jacob, esto es inesperado. Charlie no estará en casa hasta dentro de unas horas todavía.
―No te preocupes ―respondió Billy―. Solo vinimos a dejarle un poco de pescado frito a Charlie. Y Jacob quería verte de nuevo, por supuesto.
Así que no optaba por el enfoque directo. Eso estaba bien. Podría esperar a que llegara al grano. Les hice un gesto para que entraran y Jacob llevó a Billy al salón.
―Oh, Jacob, dejamos el paquete en el auto. ¿Te importaría salir a buscarlo?
Gruñendo, Jacob desapareció por la puerta.
―Bella, estás en un peligro terrible ―expuso Billy en un siseo bajo tan pronto como Jacob se perdió de vista.
Aparentemente, iba con tácticas de miedo. Podría manejar eso.
»Charlie me ha hablado de tu novio ―enfatizó en la palabra―, y quiero decirte que hay algo que no sabes sobre él.
―Quieres decírmelo ―intervine―, pero ambos sabemos que no puedes.
Sus ojos se abrieron como platos.
―Bella, no puedes estar diciéndome que ya sabes lo que ellos…
―Creo que deberías detenerte ahí, Billy ―sentencié con firmeza―. Ya has dicho lo suficiente como para romper algunas reglas muy antiguas.
Me miró boquiabierto.
―¿Lo sabes todo?
Asentí.
―Sé todo lo importante. Y he tomado una decisión informada sobre a quién le doy mi corazón.
―No es posible que estés informada si eliges permanecer en compañía de esa... persona. ―Estaba claro que referirse a Edward como una persona le desagradaba.
―Estás perdiendo el tiempo aquí. ―Podía escuchar a Jacob subiendo por el porche y quería que esta conversación terminara antes de que escuchara demasiado―. Sé a quién y qué amo, y sé con certeza que estoy a salvo.
―¿Cómo puedes decir eso?
―El robo del que escuchaste. Edward fue el que me salvó la vida. Él y su padre me cuidaron mientras yo estaba herida y sangrando. No corro ningún peligro de él ni de nadie de su familia.
Abrió la boca para hablar de nuevo, pero la llegada de Jacob lo detuvo.
―Lo encontré, papá. De alguna manera lo empujaron debajo de uno de los asientos. Aquí tienes, Bella. ―Me entregó un paquete de papel marrón―. Quieres poner eso en el refrigerador. Lo mantiene fresco.
Fui a la cocina y guardé el paquete en el refrigerador.
―¿Quieren algo de tomar? ―llamé.
―Seguro que un refresco estaría bien ―accedió Jacob.
―En realidad, Jake, Bella dijo que Charlie no volverá en unas horas, así que tendremos que irnos a casa.
―Awww, papá, acabamos de llegar ―se quejó Jacob.
―Sin discusiones ―sentenció Billy con firmeza.
Gruñendo en voz alta, Jacob lo llevó a la puerta.
―Te veré pronto, Bella.
―Absolutamente. La próxima vez que Charlie vaya a la reserva, iré con él ―prometí. Realmente me agradaba Jacob y fácilmente podía imaginarnos convirtiéndonos en buenos amigos.
Los vi conducir hasta perderse de vista y luego me dejé caer contra el marco de la puerta.
―Lo manejaste maravillosamente ―alabó Edward detrás de mí.
Me asusté.
―Pensé que te habías ido.
―Solo estaba fuera de vista ―explicó―, no podría dejarte completamente a su merced.
Me abrió los brazos y yo me perdí en su abrazo.
Alisó mi cabello hacia atrás.
―¿Estás bien?
―Sí. ¿Crees que se lo dirá a Charlie?
―No lo creo. Valora demasiado la memoria de Ephraim. Estaba concentrado en lo que le diría a los otros ancianos de la tribu.
―¿Qué les dirá?
―Que estás decidida en tu camino, y que nada de lo que puedan decir te detendrá.
―Entonces eso es bueno.
―Quizás ―murmuró―. Había algo más, pero no obtuve una lectura lo suficientemente clara de él. Estaba concentrado en el chico, Jacob.
―¿Jake? ¿Por qué?
Suspiró profundamente y me liberó de su abrazo.
―No sé si te das cuenta, Bella, pero él cree estar enamorado de ti.
Estuve momentáneamente bloqueada. Le gustaba a Jacob.
―Oh…
Él sonrió.
―¿Eres ajena al efecto que tienes en los hombres... y en los chicos?
―Nunca antes he tenido que lidiar con esto ―admití―. En Phoenix nunca tuve la atención de los chicos. Estaba en mi propia burbuja, esperándote. ¿Qué debo hacer?
―Bueno, Jacob parecía alentado cuando le dijiste que irías a La Push a verlo.
―Así que eso está fuera de la mesa. No quiero alentarlo después de todo. Es una pena. Es realmente dulce. Podríamos haber sido buenos amigos.
―Todavía puedes ―sugirió, aunque pude escuchar la desgana en su tono.
Podría, pero no creía que fuera una buena idea. No tenía lugar para nadie en mi corazón más que Edward. Sería descortés dejar que Jacob se hiciera ilusiones.
―No, creo que me mantendré alejada de La Push por ahora.
―Eso es bueno ―dijo con evidente alivio―, no me gustaría que fueras a donde no puedo seguirte.
Aunque él ignoraba las connotaciones de sus palabras, yo estaba dolorosamente consciente de ellas. Un día iría a donde él no podía seguirme.
Y no había nada que pudiera hacer al respecto.
