Disclaimer: Twilight le pertenece a Stephenie Meyer, la historia es de Simaril, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.

Disclaimer: Twilight is property of Stephenie Meyer, this story is from Simaril, I'm just translating with the permission of the author.

Capítulo beteado por Yanina Barboza

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Invasión

Bella

Vi a Edward desaparecer de la vista a través de la ventana del salón y suspiré. Odiaba estar separada de él, aunque solo fuera por un minuto.

Se sentía un poco extraño estar sola en la casa, así que me moví por la planta baja encendiendo la televisión y encendiendo las luces. Por lo general, no era tan cobarde, pero algo no se sentía bien. La tormenta me tenía al borde, y el viento que azotaba la ventana sonaba siniestro.

Consolada por los sonidos y la luz, subí a mi dormitorio.

El vestido que Alice me compró era hermoso, pero incómodo. Me sentí aliviada de poder quitármelo. Luché con la cremallera por un momento antes de lograr quitármelo. Lo puse sobre el respaldo de la silla y luego me vestí con mi pijama más cómoda. Me senté en el borde de la cama y comencé la larga y laboriosa tarea de quitar las horquillas que sostenían mi peinado en su lugar. Alice puede ser un genio, pero las secuelas de su cambio de imagen requirieron mucho trabajo para eliminarlas.

—La próxima vez, Alice, también puedes ayudarme a ponerme más cómoda —murmuré.

—¿Quién dijo que habrá una próxima vez? —susurró una voz detrás de mí.

Me puse de pie y me di la vuelta. De pie junto a la ventana estaba un vampiro, aunque no era uno de los que yo conocía. Este hombre tenía ojos carmesí. Sabía lo que eso significaba, aunque nunca antes conocí a uno. Era un bebedor de humanos.

Sus labios se curvaron en una sonrisa de admiración mientras me evaluaba.

—Bueno, eres incluso más tentadora de lo que imaginaba. No solo tienes una sangre excepcionalmente dulce, sino que también eres una belleza rara. Para una humana —corrigió.

Inclinó la cabeza hacia un lado y me observó fijamente, y yo le devolví la mirada. No era tan guapo como ninguno de mis vampiros. No tenía ninguna belleza sobresaliente. Su cabello castaño sucio estaba enmarañado y se rizaba hasta su cuello. Si no fuera por sus ojos carmesí, no habría sido nada extraordinario.

Caminó hacia mí y yo me escabullí hasta que me presioné contra la puerta. Por una fracción de segundo, consideré correr, pero sabía que era inútil. Estaría muerta antes de alcanzar la manija de la puerta. Me rompería el cuello o me aplastaría el pecho con un puñetazo. Una fracción de segundo y estaría muerta. Si tenía que morir, quería el final pacífico del desangramiento.

—No vas a correr —comentó en un tono divertido—, ¿por qué no?

—No tiene sentido. Me matarías antes de que diera un paso. —Me sorprendió escuchar mi voz sonar con claridad. Esperaba que temblara de miedo.

Su frente se arrugó mientras reflexionaba sobre mis palabras.

—Eso es cierto, aunque admito que desearía que al menos lo intentaras. La adrenalina hace que la sangre sea mucho más dulce.

Eso no sería un problema. Podía sentir la adrenalina latiendo por mi torrente sanguíneo, apagando el miedo abrumador y reemplazándolo con valentía.

—¿Por qué estás aquí? —pregunté.

—Bueno, la cosa es que tengo curiosidad. Capté tu olor en la casa del extraño aquelarre y me pregunté por qué hay un humano que se fue de allí con vida. Seguí tu olor, y aquí estás, oliendo simplemente delicioso. ¿Cómo sigues viviendo?

—Ellos se preocupan por mí —informé—, se preocupan por la vida humana.

—Sí, lo dijeron. Yo mismo no lo entiendo. Laurent se sintió tentado a alejarse de nosotros por sus promesas de cortesía, pero Victoria y yo nos mantenemos fieles a la forma natural.

Entonces, no estaba solo. Esta Victoria también tenía que estar cerca. Me pregunté por qué ella no estaba aquí con él.

»Lo siento por esto —agregó, acercándose lentamente a mí—. Realmente es tu culpa, sabes. Simplemente hueles demasiado bien para dejarlo pasar.

Mi olor. Mi sangre maldita. Mantuvo a Edward alejado de mí y ahora iba a ser la causa de mi muerte.

—Tengo que moverme rápido o la pequeña Alice me verá. No puedo permitir que ella interrumpa mi cacería. Aunque una vez que termine contigo, tengo grandes esperanzas con la persecución. Ellos se preocupan por ti, dices. Espero que signifique que vendrán a vengarte. No hay nada que disfrute más que un desafío, y un aquelarre de seis será eso.

Lloriqueé. No era el miedo a mi muerte que se acercaba rápidamente lo que me molestaba, aunque era aterrador, era la idea de que Edward persiguiera a este hombre. Sabía que lo haría, que vengaría mi muerte y que podría costarle la vida.

El vampiro se acercó y tomó mi mano entre las suyas. Se la llevó a la nariz y respiró hondo.

—Simplemente delicioso —murmuró.

Cerré los ojos, sin querer ver más. Sentí su aliento frío en mi cuello y me preparé para el final.

Edward, te amo. Lo siento. Deseé que pudiera oírme. Que él supiera que mis últimos pensamientos fueron sobre él.

En ese momento, un grito rasgó el aire.

—¡James! Ya vienen.

Escuché una risa oscura en respuesta.

—Parece que conseguiré mi cacería después de todo.

Su agarre en mi muñeca cayó, y un viento frío barrió la habitación.

Me hundí en el suelo y me acurruqué en una bola con mis manos presionadas contra mi cara. No sabía lo que estaba pasando ahora, pero sabía que no quería verlo.

Escuché gruñidos y rugidos a través de la ventana y enterré mi rostro más profundamente en mis manos. ¿Eran los sonidos de mi familia persiguiéndolos o los sonidos de su destrucción? No había nada que pudiera hacer. Yo era débil y humana.

—¡Edward, detente! ¡Bella te necesita! —ordenó alguien, y escuché un rugido salvaje en respuesta.

—Bella, estás bien. Estás a salvo. Estamos aquí. —La voz era más suave ahora.

Manos frías agarraron mis muñecas y grité, segura de que el vampiro regresó para terminar el trabajo.

»Bella, soy yo. Estás a salvo. —La voz de Edward rompió la neblina de mi mente. Abrí los ojos y miré su magnífico rostro.

—Edward —me atraganté.

Me tomó en sus brazos y me acunó.

—Oh, mi Bella. Pensé que te perdería. —Su voz estaba ronca por la emoción.

—Edward, pensé... pensé que iba a... —Mi respiración se convirtió en jadeos. Mis pulmones no parecían captar suficiente aire. Mi visión nadó y luché por calmarme.

—¿Bella? —La voz preocupada de Edward fue lo último que escuché mientras me deslizaba hacia la misericordiosa oscuridad.


Me desperté acostada en mi cama con dedos fríos en mi muñeca. Fue como si hubiera vuelto a caer en una pesadilla. Mis ojos se abrieron de golpe, y por un segundo vi a James a mi lado, no a Carlisle. Aparté mi mano de la suya y la sostuve contra mi pecho.

—Está bien, Bella —indicó en voz baja—. Estás a salvo ahora.

—¿Dónde… dónde está Edward? —Tropecé con mis palabras. Me castañeteaban los dientes.

—Estoy aquí, amor.

Giré la cabeza y lo vi arrodillado a mi lado. Extendió una mano para tomarme la cara y luego vaciló. Tomé su mano entre la mía y la apreté.

—¿Qué pasó? —pregunté—. Quiero decir, ¿cómo lo supiste?

—Alice te vio. Vine tan rápido como pude. Siento haber llegado tarde.

Una risa brotó de mí y reconocí los primeros signos de histeria.

—¿Bella? —Carlisle parecía preocupado.

—Estoy bien. —O al menos estaría bien si mi corazón calmara sus rápidos latidos. Podía sentirlo reverberando en mis oídos. Era una sensación inquietante.

—Estás bien, Bella —aseguró Carlisle—. ¿Puedes tomar un buen respiro profundo para mí?

Respiré hondo y me concentré en ponerme en calma.

—Eso es bueno, amor —animó Edward—, lo estás haciendo genial.

Poco a poco, mi corazón se desaceleró a su ritmo normal y cesaron los temblores que sacudían mi cuerpo. Me senté, todavía agarrando la mano de Edward en la mía.

—¿Se ha ido? —pregunté.

Edward asintió.

—Jasper, Alice y Emmett fueron tras ellos.

¿Ellos? Así es, eran dos. No me gustaba pensar en Alice, Jasper y Emmett persiguiéndolos, a pesar de que eran capaces de protegerse. No me sentiría bien hasta que mi familia estuviera junta de nuevo.

Escuché un extraño zumbido. Miré a Edward inquisitivamente. Sacó un delgado teléfono plateado de su bolsillo y se lo puso en la oreja.

—¿Alice? ¿Qué pasa? —Hubo una pausa mientras escuchaba hablar a Alice, y luego se volvió para dirigirse a Carlisle—. Entraron en el Salish. Quieren seguirlos.

—No —dijo Carlisle con firmeza—. No vale la pena correr el riesgo. Pueden estar separados. Diles que regresen a casa.

Edward frunció el ceño, pero le transmitió el mensaje a Alice y luego terminó la llamada.

—Deberíamos volver a la casa —sugirió Edward—. Estamos mejor fortificados para un ataque allí.

—Puede que no regresen —razonó Carlisle.

—Te lo dije, Carlisle, es un rastreador. No descansará hasta tenerla.

—La cacería —mencioné, recordando las palabras del rastreador—. Quiere la cacería.

Carlisle y Edward me observaron con preocupación.

Pasé una mano por mi cara.

—Me dijo que quería que lo persiguieras. Por eso iba a… lastimarme. —No pude decir la palabra matar. Vi el horror en los ojos de Edward, y no pude animarme a agregar más.

—¿Te sientes preparada para correr? —me preguntó Carlisle—. ¿O te gustaría que trajera el auto?

—No me importa cómo llego allí. —Todo lo que me importaba era salir de esta casa.

Edward me tomó en sus brazos como si fuera una novia y me condujo escaleras abajo. Carlisle cerró la puerta detrás de nosotros y salimos corriendo a través de los árboles. La tormenta había seguido su curso, pero todavía hacía frío. Los árboles pasaron borrosos a mi lado, haciéndome sentir náuseas. Por lo general, me encantaba correr con Edward, pero ahora me sentía expuesta y en peligro. Presioné mi cara contra el pecho de Edward y cerré los ojos.

La oscuridad detrás de mis párpados cerrados se iluminó y Edward me habló al oído.

—Estamos aquí, amor.

Abrí los ojos y vi que estábamos en el salón de los Cullen.

Esme corrió hacia nosotros.

—¡Bella! Oh, cariño, estábamos tan preocupados. —Ella presionó una mano en mi mejilla—. Te estás congelando. Rose, dale una manta a Bella.

Rosalie estaba de pie junto a la ventana, mirando hacia la oscuridad, pero ante la orden de Esme, se volvió de mala gana y desapareció escaleras arriba. Regresó un momento después sosteniendo una manta gruesa.

Edward me puso de pie y envolvió la manta alrededor de mis hombros. Me dirigí al sofá y me senté, hundiéndome más en la manta. Sentí como si el frío de afuera se hubiese filtrado en mis huesos, y que nunca volvería a tener calor. Sabía que era tanto el impacto como la temperatura real lo que me hacía estremecer.

—Te haré un poco de chocolate caliente. —Esme desapareció en la cocina y Carlisle la siguió.

Edward se sentó a mi lado, pero no volvió a tomar mi mano. Me acerqué a él y apoyé la cabeza en su hombro.

—Estoy frío, Bella —reconoció en tono arrepentido—, necesitas mantenerte caliente.

—Necesito sentirte. —Mi voz se quebró en la última palabra. Me sentía tan aliviada de tenerlo a mi lado, a salvo, más feliz de lo que estaba por mi propia supervivencia.

Envolvió un brazo alrededor de mi hombro y presionó un beso en mi cabello.

—Creí... —Su voz se quebró—. Casi te pierdo.

Me incliné hacia su toque. Comprendí el horror en su tono como lo sentí también. Estuvimos a punto de perdernos hoy. No había peor destino que ese para ninguno de los dos.

—¿A dónde fue Laurent, Rose? —preguntó.

—Se fue tan pronto como ustedes corrieron. Dijo que no quería involucrarse. Le contamos sobre los Denali, así que creo que puede ir con ellos.

Edward asintió pensativo.

Hubo movimiento en la puerta y Alice, Emmett y Jasper entraron. Emmett fue directamente al lado de Rosalie y la tomó en sus brazos. Ella apoyó la cabeza en su pecho en un raro momento de vulnerabilidad.

Alice revoloteó a mi alrededor y tomó asiento a mi lado, tomando mi mano en la suya.

—¿Estás bien?

Asentí.

—Estoy bien.

Emmett me miró con preocupación. Era extraño ver tanta profundidad en esa expresión en un rostro que solía reírse.

—No estás engañando a nadie, lo sabes.

Me encogí de hombros.

—No espero hacerlo.

Jasper me miró con una expresión de complicidad.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó.

—Por favor, pero no me hagas dormir todavía. No estoy lista. —Tenía nuevos horrores en mi mente ahora, listos para transportarse a mis sueños. Inmediatamente sentí que su don calmaba mis nervios desgarrados y me tranquilizaba.

Esme regresó a la habitación y me entregó una taza de humeante chocolate caliente. Lo tomé en mis manos, sintiendo el calor filtrarse a través de mi piel. Como si su llegada fuera el detonante, todos se enderezaron y miraron a Carlisle.

—¿Qué vamos a hacer? —le preguntó Alice.

—¿Qué ves?

—Saldrán del agua en Victoria. No sé qué harán después, ya que no han decidido un curso de acción. Parecen tener la intención de evadirnos.

—Volverán —afirmó Edward—. Escuché su mente. Quiere a Bella.

—No —le corregí—, él quiere la caza. Yo solo soy el premio.

—¿Qué te dijo exactamente? —inquirió Jasper, contemplándome fijamente.

—Dijo que quería que me vengaran. Dijo que un aquelarre de seis sería un desafío. No sabía nada de Edward.

Edward frunció el ceño.

—Lo hace ahora. Y sabe que soy yo quien la vengaría.

—¿Cómo? —pregunté.

—Pensé que te había perdido, amor —observó—. Estaba un poco desesperado. Él vio eso mientras lo perseguía, y ahora sabe que soy yo quien resultará el desafío. No entiendo cómo escapó. Lo tenía justo en la mira.

—Lo siento. —Sabía que fui yo quien le impidió perseguirlo. Lo necesitaba y él vino a mí. Si no lo hubiera necesitado, habría atrapado a James y esta pesadilla habría terminado en lugar de comenzar.

Jasper interrumpió mis pensamientos culpables.

—¿Hay algo más?

Pensé en todo lo que él dijo. Mi mente automáticamente se alejó de los recuerdos, no queriendo revivir los horrores.

—¡Alice! —El recuerdo me vino en un destello de comprensión—. Él sabía de las visiones de Alice. Dijo "Tengo que moverme rápido o la pequeña Alice me verá".

Carlisle frunció el ceño.

—Eso es extraño. No recuerdo haberle mencionado los dones de nadie a él o a sus amigos.

—No importa cómo lo sepa —espetó Edward—. Lo que importa es Bella y cómo vamos a mantenerla a salvo mientras lo persigo.

—¿Qué? —musité estúpidamente—. No puedes cazarlo. Él te matará.

—Me estás subestimando, amor. —No había calor detrás de las palabras, así que supe que no estaba molesto—. Me puedo cuidar.

—¿Qué estás pensando? —preguntó Jasper—. ¿Una emboscada?

Edward debió haber visto algo más en los pensamientos de Jasper mientras gruñía.

—¡Absolutamente no!

—¿Qué estás pensando, Jazz? —cuestionó Alice.

Él se encogió de hombros.

—Solo que sería fácil atraparlo si tuviéramos una carnada.

—¡Bella no es una carnada! —sentenció Esme bruscamente.

—No estaba sugiriendo que lo fuera —contradijo Jasper—. Pero su olor, por otro lado...

Enterré mi rostro en mis manos. Este día perfecto se convirtió en una pesadilla. Hacía solo una hora, estuvimos bailando juntos, encerrados en nuestra propia burbuja perfecta, ahora estábamos haciendo planes para protegerme y atrapar a un enemigo.

—Creo que tenemos que mover a Bella —sugirió Emmett—. Todos nosotros. Podemos llevarla a Alaska. Los Denali pueden protegerla mientras perseguimos a este James.

—Espera, los Denali son el aquelarre de Eleazar, ¿verdad? —pregunté.

Carlisle asintió.

—En efecto.

—Pero pensé que no podíamos ir con ellos debido a los Vulturi.

—Si bien es cierto que existe un riesgo, es mínimo.

Edward negó con la cabeza.

—Bella tiene razón. No es justo ponerlos en riesgo también. James es un vampiro; puedo hacerme cargo de él.

—¿Qué pasa con su pareja? —preguntó Esme.

—Está bien, hay dos vampiros, pero aún podemos encargarnos de ellos. Aunque creo que Emmett tiene razón. Necesitamos mover a Bella. Ella no está segura aquí.

Se pusieron a discutir sobre el mejor lugar para esconderme y quién debería venir conmigo. Edward estaba dividido entre su necesidad de estar conmigo y su deseo de matar a James. Alice no quería que nos separáramos en absoluto.

—No creo que debamos separarnos. —Mis palabras fueron dichas en voz baja, pero atravesaron el clamor de la habitación.

—¡Gracias! —dijo Alice agradecida.

—¿Qué estás pensando, amor? —inquirió Edward.

—Si nos separamos, somos más débiles. Si viene James, necesitamos tantos luchadores como sea posible para mantenerte a salvo.

—Para mantenerte a ti a salvo —corrigió—. Yo no corro ningún peligro.

No importaba cuántas veces lo dijera, todavía no lo podía creer. A pesar de que sabía que viviría un poco más al menos, tenía los recuerdos de mi infancia para demostrarlo, aún podía resultar herido. No podría soportarlo.

—Creo que deberíamos quedarnos aquí juntos y esperar a que él venga a nosotros —sugerí—. Lo hará. No podrá resistirse.

—Puede que tengas razón —convino Carlisle en un tono meditativo—. Estamos mejor preparados para luchar en nuestro propio terreno, por así decirlo. Si Bella tiene razón y él regresa, Alice podrá verlo venir.

—¡Exactamente! —exclamó Alice con satisfacción.

—No me gusta esto, amor. Me sentiría mejor si estuvieras lejos de aquí. Podríamos enviarte con tu madre.

Un escalofrío de miedo me recorrió y me estremecí.

—Eso también la pondría en riesgo. No haré eso. Charlie está a salvo en Oregón. Este es el mejor lugar para mí.

Edward se quedó en silencio durante mucho tiempo. Vio a Alice a los ojos y supe que se estaban comunicando en silencio. Finalmente asintió.

—Muy bien. Nos quedaremos, pero tan pronto como James se acerque, iremos y nos encargaremos de él. No lo quiero cerca de ti.

Asentí y apoyé mi cabeza contra su pecho de nuevo.

—Gracias.

—¿Estás lista para dormir ahora? —preguntó Jasper.

Levanté la cabeza lentamente.

—Sí, por favor.

Una ola de letargo me invadió y me hizo dormir.


Agosto de 2002 - Bella tiene catorce años

Bella

Los veranos eran mágicos.

Fueron días pasados en el prado, horas dedicadas a plantar y podar el jardín, fueron fiestas de té y ajedrez y eran todo lo que quería y más. No fueron las actividades las que lo hicieron mágico. Fue Edward. Hizo todo especial, simplemente por ser lo que era; hermoso, eterno, sabio y solo mío. Ese sentimiento de propiedad no me vino en ningún momento como realización, siempre estuvo ahí. Él era mi secreto cuando era joven, mi compañero a medida que crecía y mi amor ahora. Siempre lo amé, era mi mejor amigo, pero ese amor creció como yo lo hice hasta que, a la edad de catorce años, sabía lo que significaba estar enamorada.

No hablamos de eso, hablamos de todo excepto de eso, pero yo sabía que él también me amaba. Solo el amor podía hacer que me mirara de la forma en que lo hacía; como si yo fuera la única cosa en el mundo para él.

No hablamos de eso hasta que un día llegó con un regalo para mí.

Era raro que me dejara esperándolo por las mañanas, pero ese día lo hizo. Me senté en el porche trasero, hojeando un libro pero sin leer realmente, cuando él pasó entre los árboles. Como siempre en nuestra reunión, sonrió ampliamente. Dejé caer el libro sin pensarlo dos veces y corrí hacia él. Me atrapó cuando tropecé y me tomó en sus brazos. Me aferré a él, respirando el dulce aroma de su piel y sintiendo la fría dureza de su pecho a través de su camisa. Estas cosas tal vez me hubieran parecido extrañas si no hubieran sido una constante casi desde que tengo memoria.

—Buenos días, Bella —saludó mientras me soltaba.

Le sonreí.

—Hola, Edward.

Metió un mechón de mi cabello detrás de mi oreja y sonrió.

—¿Qué vamos a hacer hoy? —pregunté.

—Lo que quieras —dijo, que era solo una variación de lo que siempre decía. Me consentía mucho—. Sin embargo... hay una cosa que me gustaría hacer primero.

Le fruncí el ceño.

—Claro. ¿Qué quieres hacer?

—Hay algo que me gustaría darte. —Metió la mano en el bolsillo y sacó una pequeña caja de joyería—. He estado esperando para darte esto durante mucho tiempo, pero finalmente parece que es el momento adecuado. —Me lo tendió.

Lo tomé con manos nerviosas. No era la primera vez que Edward me hacía un regalo, pero por lo general venían en forma de un boceto o un pequeño ramo de flores de nuestro prado. Abrí la caja, sintiendo la rigidez de la bisagra, y respiré hondo.

—Edward, es hermoso.

Era un pequeño colgante de plata con forma de mariquita; piedras preciosas rojas brillaban en las alas y estaba enhebrado en una fina cadena de filigrana. Lo saqué de la caja y lo sostuve en mi mano, sintiendo el frío del metal por un momento antes de que mi piel lo calentara.

—Permíteme —pidió Edward, tomando el collar y moviéndose para pararse detrás de mí. Pasó mi cabello alrededor de mi hombro y colocó el collar alrededor de mi cuello. El colgante se detuvo a solo una pulgada del hueco de mi garganta.

Me volví para mirar a Edward y sus ojos se posaron en el colgante.

—Incluso más bonita de lo que imaginaba —susurró.

—Es encantador —acordé.

—Lo dije en serio —corrigió—. El colgante es precioso, pero le das vida.

Me sonrojé y agaché la cabeza. Levantó mi rostro con un dedo en mi barbilla y me sonrió.

—Gracias, Edward, lo amo —musité.

—Como yo a ti —reconoció, y luego se congeló con los ojos como platos y el pecho inmóvil.

Yo también me congelé por un instante, y luego mis pulmones se expandieron como fuelles y tosí.

—¿Edward? —Todavía no se movía—. ¡Edward, por favor!

Parpadeó y luego, como si esa fuera la señal para que el resto de él volviera a la vida, respiró y negó con la cabeza.

—Lo siento.

—¿Me amas? —respiré.

Estuvo en silencio durante un largo tiempo, pareciendo absorto en sus pensamientos, y luego asintió.

—Lo hago.

Mi rostro se iluminó con una amplia sonrisa.

—Yo también te amo.

Sus ojos se abrieron y contuvo el aliento.

—¿Lo haces?

Asentí.

—Por supuesto. ¿Cómo podría alguien no hacerlo?

Sus brazos me rodearon y apoyó la cara en mi cabello.

—Oh, Bella. Siempre fuiste ciega ante mis defectos.

Fruncí el ceño.

—¿Siempre fui ciega? ¿Te refieres a cuando era pequeña? —Me reí—. No lo era. Sabía que el hecho de que no hicieras volteretas, y todavía creo que puedes, por cierto, era una falla.

Edward no sonrió. Me miró solemnemente a la cara y dijo:

—No, Bella. Me refiero a cuando seas mayor. Me refiero a cuando nos veremos por primera vez.