Disclaimer: Twilight le pertenece a Stephenie Meyer, la historia es de Simaril, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.
Disclaimer: Twilight is property of Stephenie Meyer, this story is from Simaril, I'm just translating with the permission of the author.
Capítulo beteado por Yanina Barboza
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Duelo
Septiembre de 2005 - enero de 2006
Bella
Tropecé por el camino hacia la casa y entré. Hasta entonces, había sido fuerte, solo lo llamé una vez y no le rogué que regresara, pero cuando la puerta se cerró con un clic detrás de mí, me pregunté cómo se suponía que haría para soportarlo. La casa estaba llena de recuerdos de él, recuerdos de nosotros juntos. ¿Cómo podía dejarlo ir cuando estaba en todas partes donde miraba?
Me quité el abrigo y lo colgué del gancho. Eso era bueno. Las acciones simples eran fáciles de completar. No me aliviaron el dolor de su ausencia, pero al menos me dieron algo que hacer más que perderme por completo. Fui a la cocina y abrí el refrigerador, buscando algo para cocinar. Tenía ingredientes, pero no tenía idea de qué hacer. Era como si el conocimiento se hubiera ido. Vi carne y verduras crudas, pero no supe qué hacer con ellas. ¿Ya estaba perdiendo la cabeza? ¿Solo unos minutos sin él me destrozaron tanto que ni siquiera podía hacer esto? Cerré la puerta de golpe y apoyé la frente contra la puerta fría, tratando de mantener a raya las lágrimas. Eso no fue bueno. Vinieron por su propia voluntad, y todo lo que pude hacer fue quitarlas de mis mejillas, como si perder la evidencia de ellas ayudaría.
Se me escapó un sollozo y supe que estaba a punto de romperme por completo. Tenía que hacer control de daños. Le escribí una nota a mi padre en la libreta junto al teléfono, diciéndole que tenía dolor de cabeza y que me iba a acostar temprano. Eso me excusó de cocinar y me daría una excusa para quedarme en la cama por la noche. Eso era bueno. Pequeños pasos que podía manejar. Si pudiera mantenerlos, lo lograría.
Subí las escaleras a mi habitación y me acurruqué en la cama, abrazándome. Las lágrimas corrían por mis mejillas, humedeciendo mi almohada. La parte que más me asustó fue que esto dolía más que cualquier otra cosa antes, incluso el conocimiento de que yo no era parte del futuro de Edward. Una parte de mí se preguntaba si era por eso que había llorado y disculpado ese último día. Quizás no estaba muerta después de todo. Quizás simplemente no estaba con él. No. No lo creía. Si Edward quería verme lo suficiente como para desafiar la física y el tiempo para volver a estar conmigo, bien podría hacer un viaje a Forks para estar conmigo. Tenía que significar que estaba muerta. Me preguntaba cuándo.
Estuve acostada allí por una cantidad indeterminada de tiempo cuando sentí la presencia de otra persona en la habitación. Fingí dormir, no quería darle a Charlie la oportunidad de hablar conmigo.
—Sé que estás despierta, Bella —habló una voz suave.
Ese no era Charlie. La voz era ligera y musical de la forma en que solo la de un vampiro podía ser. No era la voz que necesitaba. No era él. Pero estuvo cerca.
Mis ojos se abrieron de golpe.
—¡Alice!
Ella sonrió con tristeza.
—Sí, Bella, soy yo.
Se sentó en el borde de la cama y me arrojé a sus brazos. Me abrazó, alisó mi cabello y me dio unas palmaditas en la espalda mientras sollozaba.
—Está bien, Bella —me tranquilizó—, estarás bien.
Después de mucho tiempo, las lágrimas dejaron de fluir y mis sollozos se calmaron. Me incliné hacia atrás para mirar a Alice y vi las líneas de estrés en su rostro. Supe de inmediato que esto no era lo que quería y necesitaba; ella no se iba a quedar.
—¿Por qué estás aquí, Alice? —pregunté.
—No debería. Se enfadará mucho cuando se entere. Incluso Jasper dijo que no debería venir. Pero tenía que hacerlo. Tenías que saberlo.
—¿Saber qué? —inquirí, luego un pensamiento terrible se apoderó de mí—. Él está bien, ¿verdad?
—Por supuesto que no lo está —masculló—, pero físicamente está bien. Sin embargo, no estoy aquí para hablar de él; necesito hablar de ti.
—¿Qué hay de mí?
Alice pasó un mechón de cabello detrás de mi oreja y sonrió con cariño.
—Creo que ya sé la respuesta, pero debería preguntar. ¿Quieres saber tu futuro?
Una risa sin alegría salió de mí.
—¿Por qué no? Siempre lo he sabido antes.
—Bien —asintió—. Bella, este no es el final para ti. Sé que duele, y sientes que no puedes aguantar más, pero un día volverán a estar juntos. Lo he visto. —Me miró profundamente a los ojos—. Vas a ser un vampiro.
Respiré hondo.
—¿Qué?
—Lo vi hace mucho tiempo, después del accidente de la camioneta. Te vi a ti y a Edward juntos en el prado, y supe que estarían enamorados. Te vi a ti y a mí juntas, y supe que seríamos amigas. Y te vi como un vampiro, así que sé que lo serás.
—¿Estaremos juntos? —susurré.
—Lo he visto.
—Pero... —Traté de ordenar mis pensamientos—. ¿Edward lo sabe?
—Sí, él también lo vio. No está feliz con eso, obviamente, pero sabe que sucederá.
—¿Por qué no está feliz?
—¿No te lo dijo? —Ella sacudió la cabeza—. Por supuesto que no lo hizo. El tonto. Edward tiene fuertes creencias sobre ser un vampiro. Él cree, y yo no estoy de acuerdo, que convertirse en vampiro es perder tu alma. Él no quiere eso para ti.
—¿No quiere que sea un vampiro?
—No, pero eso es porque aún no lo entiende. Lo hará una vez que haya sucedido. Verá que sigues siendo tú.
Desde que tenía quince años he creído que moriría joven, no, por primera vez, vi otra opción, y esta era más aterradora: una vida eterna sola.
—Alice, dime lo que viste.
—Tú y yo. Estábamos juntas, y eras vampiro. Tus ojos eran dorados, y eras tan hermosa. Estábamos felices. Vamos a ser felices.
Asentí pensativamente, fingiendo absorber felizmente lo que decía, cuando por dentro estaba temblando de miedo. No me vio con Edward como un vampiro, me vio con ella. No estaría completamente sola, pero no estaría con él. Si tuviera que elegir entre la vida eterna sin él y la muerte, elegiría la muerte cada vez. Al menos con la muerte habría paz al final.
Alice se puso rígida.
—Charlie viene. Tengo que irme.
Frente a la despedida de otra persona que amaba, las lágrimas volvieron a caer. Sabía que ella tenía que irse, necesitaba estar con su familia, pero yo la necesitaba.
»No llores —agregó, secándome las lágrimas de las mejillas con las yemas de los dedos—. Todo estará bien. Nos veremos de nuevo pronto.
No, no estaría bien. Ella me vería pero él no. Amaba a Alice, pero ella no era la persona que necesitaba.
Besó mi sien rápidamente y susurró:
—Adiós, Bella. —Y luego desapareció.
Las palabras resonaron en mi mente, aumentando el horror de mis pensamientos. Envolví mis brazos alrededor de mi estómago y me incliné mientras sollozaba. Escuché a Charlie entrar en la habitación y sentí que el colchón se hundía mientras se sentaba a mi lado. Puso una mano en mi espalda, tranquilizándome lo mejor que pudo.
Levanté la cara para mirarlo y vi la tristeza en sus ojos mientras me veía desmoronarme.
—Se ha ido, papá —me atraganté—, me dejó.
Charlie me atrajo hacia él y pasó sus dedos por mi cabello.
—Lo sé, bebé, lo sé.
Charlie
Pensé que conocía el dolor. Lo sentí antes, cuando a mi madre le diagnosticaron Alzheimer, cuando Renée se fue, llevándose a Bella con ella, cuando mis padres murieron con seis meses de diferencia. Resultó que no sabía nada del dolor hasta que vi el sufrimiento de mi hija. No era como si hubiera perdido un novio; era como si alguien hubiera muerto. Ella estaba de duelo por él.
Carlisle me llamó a la estación para contarme sobre la oferta de trabajo. Lo felicité, sin pensar en ese momento en lo que significaría para Bella. Se disculpó por irse tan pronto, y luego comprendí por primera vez lo que quería decir. Ya se habían ido. Edward también se fue.
Terminé temprano el turno de noche para poder llegar a casa, seguro de que encontraría a Bella herida. Sin embargo, no entendí cuán profundo fue ese dolor. Cuando la encontré llorando en su cama, la consolé lo mejor que pude hasta que se durmió en mis brazos. La acosté y la tapé con una manta, pensando que al menos dormida estaba teniendo un poco de paz. Me equivoqué.
Estaba dormido en el sofá cuando escuché los gritos desgarradores en el piso de arriba. Me puse de pie de un salto y agarré mi arma del gancho junto a la puerta, preparado para sacar a quienquiera que hubiera allanado, no era una buena idea irrumpir en la casa del jefe de policía, asustando a mi hija, pero cuando llegué a su habitación, vi que no tenía que protegerla de nadie. Seguía durmiendo, revolviéndose en la cama, gritando, pero profundamente dormida. Dejé la pistola con cuidado en el suelo y me senté a su lado.
—Bella, está bien —consolé gentilmente, sacudiendo su hombro—, es solo un sueño.
Ella jadeó y sus ojos se abrieron de golpe.
—¿Edward?
Mi corazón se rompió un poco. Hubiera dado cualquier cosa por poder entregarlo por ella. Aunque no pude. Él se había ido.
Ella parpadeó.
—¿Papá?
—Sí, cariño, soy yo. ¿Estás bien?
—Mal sueño —indicó—. Estaré bien.
—¿Quieres hablar de ello?
Sacudió su cabeza.
—Ni siquiera lo recuerdo. Solo estaba asustada.
Mi hija no me mentía a menudo, pero ahora estaba mintiendo. Sabía exactamente lo que soñó, ya que las sombras aún estaban en sus ojos.
Se acurrucó más en su almohada y cerró los ojos.
—Quiero volver a dormir ahora, papá.
—Está bien. —Le alisé el pelo hacia atrás—. Duérmete.
Cerró los ojos y vi que una lágrima caía formando una pequeña mancha húmeda en su almohada. Luchando por contener mis propias lágrimas, nunca fui capaz de soportar su sufrimiento, tomé mi arma y entré en mi propia habitación. Estaría más cerca allí si ella me necesitara de nuevo.
Fui a trabajar a la mañana siguiente y mi día pasó a trompicones. La salida de los Cullen de la ciudad fue la noticia candente del día, y solo Mark tuvo la previsión de preguntar cómo Bella lo estaba manejando. No quería confiar en él sobre eso, así que le dije que estaba bien. Se sentía como una traición hacia ella hablar de su dolor.
Cuando volví del trabajo, no esperaba que Bella estuviera en la cocina, cocinando, como solía hacer, pero todavía estaba atónito por lo que vi. Todavía estaba en la cama, vestida con la ropa que usó el día anterior.
—Bella, cariño, ¿no fuiste a la escuela? —pregunté.
Ni siquiera me miró. Vio a través de mí a la pared opuesta.
»¿Bella?
Parpadeó lentamente.
—No me sentía bien —respondió con voz monótona.
Fue la voz la que más me asustó. No sonaba como mi hija. Sonaba como un robot.
—¿Quieres que llame al doctor Gerandy? —inquirí.
—No, gracias.
Metí las mantas más cerca de ella y bajé las escaleras para hacer una llamada telefónica. Nunca vi a Bella así antes, pero solo la veía durante semanas en el transcurso de un año. Renée podría entenderla mejor.
Nada cambió durante casi una semana. Me tomé un tiempo fuera del trabajo para vigilar a Bella, pero ella ni siquiera pareció darse cuenta de que estaba allí. Después del primer día, cuando me dijo que no quería ver al doctor Gerandy, dejó de hablar por completo. No podía hacerla comer más que galletas. Lo mejor que pude hacerla beber fueron vasos de agua. La única vez que se levantó de la cama fue para ir al baño. Estaba agotando todas mis ideas, e hice lo único que se me ocurrió hacer, pedí ayuda.
Renée llegó en un torbellino de energía y preocupación. La única reacción de Bella a la llegada de su madre al principio fue una ceja levemente arqueada, pero cuando Renée comenzó a sacar su ropa del armario, hablando de lo mucho que le gustaría a Bella Florida, y metiéndola en una maleta, Bella volvió a la vida. Saltó de la cama y arrancó la pila de ropa de los brazos de Renée, tirándola al suelo.
—¡No! —gritó—. No me voy.
—Bella —jadeó Renée, y supe que nunca había visto a Bella así antes. Yo tampoco.
—¡No puedes hacer que me vaya! —espetó Bella, luego se volvió hacia mí y su ira dio paso a la desesperación—. Por favor, no me obligues a irme, papá.
Estaba desgarrado. Quería a Bella conmigo, pero no podía soportar verla sufrir.
—Tal vez sea mejor en Florida —sugería—, no habrá recordatorios allí.
Ella negó con la cabeza y una lágrima cayó sobre su camisa.
—Me portaré mejor. Estaré mejor. Simplemente no me hagas irme.
—¡Charlie! —espetó Renée, fulminándome con la mirada—. Ella necesita a su madre.
—Depende de ella —indiqué—. Si Bella quiere quedarse aquí, puede hacerlo. Es su casa. —Miré a Bella a los ojos—. Pero tienes que esforzarte. No puedes quedarte así, Bells; no es saludable.
Ella asintió con energía.
—Lo haré. Lo prometo. Simplemente no me obligues a irme.
—Está bien, entonces —convine—, vamos a limpiar este lugar.
—Puedo hacerlo —masculló Renée con rigidez.
Observé a Bella y ella me dio un asentimiento encubierto. Me di la vuelta y las dejé, confiando en que Renée cuidaría de nuestra chica.
Las cosas mejoraron un poco después de eso. Bella fue a la escuela. Cuando llegaba a casa del trabajo, ella estaba cocinando o haciendo sus deberes en la mesa. No vio a sus amigos y dejaron de llamar después de un tiempo. Ya no lloraba, no se escondía en la cama, pero tampoco vivía. Solo existía.
Cuando hablaba, era por necesidad. Cuando sonreía, era forzado para mi beneficio. Cuando pensaba que no estaba mirando, su rostro se tornaba en líneas de tristeza. Hacía todo lo que tenía que hacer excepto ser feliz. Y comencé a entender que la felicidad estaba fuera de su alcance ahora. Todavía estaba afligida.
Sabía lo que tenía que hacer, aunque no quería. Le di meses para recuperarse, pero simplemente no pudo hacerlo. Faltaba una pieza que no pudo encontrar. Perdió la parte de sí misma que le dio a él.
Esa mañana de enero, esperé para hablar con ella antes de la escuela, odiando lo que tenía que decir, pero sabiendo que era lo mejor.
Bella
Cuando detuve la camioneta en mi lugar de estacionamiento habitual, miré a mi alrededor correctamente por primera vez en meses. Estaba un Ford oxidado en el lugar que solía estar el Volvo. Los árboles que se alineaban en el camino hacia la oficina estaban desnudos. Llegó el invierno y no me di cuenta.
Charlie me lanzó una bomba esa mañana. Tenía que "salir de esto" o ir a Florida para estar con Renée. No estaba siendo cruel. Sabía que quería que me quedara con él, pero estaba fallando en nuestro trato. Dijo que podía quedarme si lo hacía mejor, pero no estaba haciendo lo suficiente. Buenas notas y comidas en la mesa no eran lo que él quería de mí. Quería que saliera con mis amigos y fuera feliz. La felicidad era imposible, pero al menos podía cumplir con la parte de los amigos.
Angela y Ben estaban de pie junto al coche de Ben, enfrascados en una conversación. Me cargué la mochila al hombro y me dirigí hacia ellos, con la sonrisa fija en su lugar.
—Hola, chicos.
Ambos parecían aturdidos. Me pregunté cuánto tiempo transcurrió desde que les hablé. Recuerdo que lo intentaron en los primeros días, pero eso fue hace mucho tiempo. Últimamente había decepcionado a más gente que Charlie.
Angela se recuperó primero.
—Bella, hola.
—Entonces —comencé, ampliando mi sonrisa un poco—, tengo una noche libre y me preguntaba si querían hacer algo.
Angela se disculpó.
—No podemos. Esta noche es nuestra cita con Austin y Katie.
—Oh, está bien. ¿Mañana?
—No puedo. Jess y yo hicimos planes para ir a Port Angeles, y el resto de la semana tengo que ayudar con los gemelos. ¿Quizás la próxima semana?
Asentí.
—Absolutamente. Es una cita. Será mejor que vaya a clase. —Me apresuré a alejarme de ellos antes de que pudieran ver mi mortificación. Sabía que no había estado exactamente allí para ellos últimamente, pero ni siquiera Ben encontró un momento para pasar el rato.
Pensé brevemente en invitar a Jessica a salir a alguna parte, pero rechacé esa idea a toda prisa. Estaba ansiosa por apaciguar a Charlie, pero no tan ansiosa como para exponerme a ella. Tenía que pensar en algo mejor.
El día escolar transcurrió como un borrón. Estuve entumecida durante tanto tiempo que no noté nada, pero ahora que comenzaba a despertar, lo veía todo en una realidad discordante. La escuela era gente, ruido y confusión, y me preguntaba cómo lo soporté en el pasado. También fue un recordatorio de lo que perdí. La presencia de Edward era fuerte en la escuela, en la mesa del almuerzo vacía y en el asiento a mi lado en clase. Considerándolo todo, me alegré de ver el final del día.
Manejé a casa lentamente, incluso más lento que la velocidad insignificante de mi camioneta, sin prisa por ver a Charlie y admitirle que fallé. Tenía un día libre en el trabajo, así que ni siquiera pude tener un par de horas de paz antes de que él llegara a casa. Sin embargo, cuando me detuve en nuestra calle, noté otro automóvil estacionado al lado de la patrulla. Me tomó un momento reconocer que pertenecía a Billy Black, y cuando lo hice, gemí. Estaba segura de que estaría encantado con la partida de los Cullen, y no quería ver su presunción.
Llamé a Charlie cuando entré y me recibió en el pasillo.
—Pensé que harías planes esta noche —indicó.
—Angela estaba ocupada. Pero saldremos la semana que viene.
Asintió con satisfacción.
—Está bien. Eso es bueno, supongo. Billy y Jacob están aquí. Los invité a quedarse a cenar. —Me dirigí a la cocina, pero me agarró del brazo—. No tienes que cocinar, Bells. Pediremos pizza. ¿Por qué no vienes a ver a Jake un rato?
Podía manejar a Jacob, pero la felicidad de su padre era otro asunto.
—Voy a entrar —acordé—, solo dame un minuto.
Charlie asintió y volvió al salón.
Salí al porche trasero y me senté en el columpio, impulsándolo perezosamente con los pies. Miré la tierra de los macizos de flores y suspiré. Edward me ayudó a plantarlos. Él labró la tierra y plantó las flores de semillas y bulbos conmigo. Se me formó un nudo en la garganta e incliné la cabeza. Por lo general, era buena en esto, controlando los desencadenantes, pero con mi entumecimiento protector desaparecido, no tenía defensas.
La puerta se abrió a mi lado y levanté la vista para encontrar a Jacob en el umbral. Algo en la mirada de sus ojos, la simpatía y la preocupación, me robó mis últimas reservas de calma y me puse a llorar. Se deslizó a mi lado en la silla y me rodeó con un brazo fuerte y cálido. No era lo que quería, quería piel fría, pero aun así me reconfortaba.
Me abrazó durante mucho tiempo mientras lloraba, y cuando me senté derecha y me froté los ojos, sonrió levemente.
—Lo siento —sollocé—, no quise desmoronarme contigo.
—Está bien —dijo—. Tengo dos hermanas. Estoy acostumbrado a las lágrimas.
Me reí un poco y una nueva oleada de lágrimas recorrió mis mejillas.
—¿Quieres hablar de eso? —preguntó.
Descubrí que sí. Por primera vez, quería que alguien entendiera lo que sentía. A través de mis sollozos, le expliqué, dejando de lado todos los elementos de lo sobrenatural, solo compartiendo mi angustia.
—Y Charlie quiere que lo haga mejor —agregué—. Lo estoy intentando, pero siento que me estoy ahogando.
Jacob tomó mi mejilla en su cálida palma y me miró a los ojos.
—Entonces déjame rescatarte. Puedo ser tu amigo, Bella. Puedo ayudarte.
Observé sus grandes ojos suplicantes y decidí seguir adelante y confiar en él. No podía salvarme, era demasiado tarde para eso, pero tal vez él pudiera ayudar.
