Disclaimer: Twilight le pertenece a Stephenie Meyer, la historia es de Simaril, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.
Disclaimer: Twilight is property of Stephenie Meyer, this story is from Simaril, I'm just translating with the permission of the author.
Capítulo beteado por Yanina Barboza
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Venganza
Edward
Podía oírlos. Aunque todos pensaban cosas oscuras, sus voces mentales eran tan familiares que las habría escuchado a través de un estadio de gente. Me pregunté qué los trajo aquí. ¿Se cansaron de mi ausencia y decidieron llevarme a casa? A pesar de que sabía que vendrían, no me preparé para recibirlos. Me quedé donde estaba, acostado en la cama con los ojos cerrados.
Alguien llamó y la puerta se abrió con un crujido. Los escuché entrar en la habitación y me obligué a abrir los ojos y sentarme.
—No estoy listo para volver a casa todavía —indiqué—. Necesito un poco más de tiempo.
Entonces escuché los pensamientos de Esme y mi mundo se derrumbó como un espejo que se hace añicos.
Era una imagen del rostro de Bella y una pregunta:
¿Cómo vamos a decirle que se ha ido?
Un grito de dolor me fue arrancado y siseé.
—No, te equivocas. —Tenían que estar equivocados. Ella no podía haberse ido. Ella no podía estar...
Carlisle se paró frente a mí y puso su mano sobre mis hombros.
—Lo siento, hijo. Murió ayer.
Caí hacia adelante, apenas consciente de que no caí al suelo porque alguien me sostenía. Un grito se construyó en mi pecho y creció mientras se deslizaba por mi garganta y salía de mi boca en un aullido.
Bella se fue. Estaba muerta. Mi amor, mi razón de existir, se fue. El dolor era insoportable. Pensé que seguramente moriría por eso. No parecía posible que pudiera sentir tanta agonía y no morir. Me quería morir. Era demasiado para soportar. Deseé que algo me robara este dolor. Deseé no poder sentir nada. Quería estar insensible.
Sentí una mano agarrando la parte de atrás de mi cuello y alguien más estaba a mi lado, descansando una mano en mi espalda. Una voz me susurraba, pero no escuché las palabras. Incluso el habitual murmullo de pensamientos en mi mente estaba en silencio. No tenía espacio para nada en mi cabeza más que Bella. Vi su rostro una y otra vez. La expresión burlona pero esperanzada que tenía el día que la vi por primera vez en la cafetería. La enigmática sonrisa que lucía mientras corregía la ortografía del señor Banner. La mirada de alivio mezclada con amor cuando le dije que la amaba por primera vez. Su expresión de satisfacción mientras bailamos juntos. Las lágrimas que se deslizaron por sus mejillas cuando toqué el comienzo de la canción que le escribí. Llegaron más y más, inundando mi mente con recuerdos, terminando con lo peor de todo: la mirada de resignación cuando le dije que tenía que irme. El último recuerdo que tenía de ella era de tristeza.
Ese conocimiento hizo que mi aullido disminuyese para ser reemplazado por sollozos que sacudieron todo mi cuerpo. La mano seguía agarrando la parte de atrás de mi cuello y comencé a notar otras cosas en la habitación. Alguien más también sollozaba, y otro respiraba con fuerza como si tratara de no hacerlo.
Las palabras comenzaron a llegar a través de la neblina y escuché la voz de Carlisle.
—Está bien, Edward. Estarás bien.
Un gruñido se construyó en mi garganta y lo miré, listo para despotricar y rugir, para decirle que nunca volvería a estar bien ahora que ella se había ido. Pero vi la desesperada tristeza en sus ojos y las palabras murieron en mi garganta. Él también estaba sufriendo por mí y por sí mismo. Observé alrededor de los rostros de mi familia y me di cuenta de que no era la única persona que perdió a Bella. Incluso Rosalie parecía conmocionada. Su pérdida no me calmó, lo hizo peor. Me hizo darme cuenta de lo que hice en el momento en que me alejé de Bella en el bosque. No solo me alejé de ella, también los alejé a ellos.
Observé a Alice, la que sabía que debía tener las respuestas para mí. Parecía devastada, como debería; perdió a su mejor amiga.
—¿Qué pasó? —pregunté.
—Victoria —confesó en voz baja.
Gruñí. Victoria. La estuve cazando durante meses, siguiéndola por todo el país. La rastreé hasta Texas y allí pensé que había tomado un vuelo hacia el sur. La seguí, pero cuando llegué, no encontré rastro de ella. Entonces me rendí. Abrumado por la tristeza por lo que perdí, a lo que renuncié, vine a Río y encontré este lugar. Aquí, renuncié a cualquier apariencia de vida y me permití revolcarme en el dolor. Nunca debí haberme rendido. Debería haber estado tras el rastro de Victoria. Podría haberla salvado.
—¿Cómo ella…? —No pude formular la pregunta por completo porque no estaba seguro de querer saber la respuesta. Tenía la mente llena de formas horribles en las que Bella podría haber encontrado su fin, y no quería saber cuál era. Tenía miedo de que Victoria se hubiera tomado su tiempo y hubiera hecho sufrir a Bella antes del final.
—Fue rápido —comentó Alice—, Victoria se alimentó de ella.
—No habría sufrido —agregó Carlisle.
Sabía que eso estaba mal. Puede que no sintiera el dolor insoportable que imaginé, su frágil pecho aplastado o sus delicados huesos rotos, pero habría sabido lo que le esperaba. Habría sentido que la pérdida de sangre la debilitaba. Habría sabido que iba a morir.
—¿Estaba asustada? —No me di cuenta de que hice la pregunta en voz alta hasta que Alice respondió.
—No lo creo. Se veía… pacífica.
Pacífica. No era todo lo que quería para Bella. Quería una vida larga y una familia llena de niños y personas que la amaran. Quería la universidad y una carrera y la oportunidad de ver el mundo. Quería que estuviéramos juntos, más tarde, cuando hubiera vivido un poco. No podía tener ninguna de las cosas que yo quería para ella, así que la paz era lo mejor que podía conseguir.
La finalidad de ese pensamiento se apoderó de mí y comencé a sollozar de nuevo. Bella estaba muerta. Nunca la volvería a ver, y lo mejor de la situación fue que al final fue pacífico para ella.
—¿Qué podemos hacer, Edward? —inquirió Esme con voz quebrada—. ¿Cómo podemos ayudarte?
—Quiero ir a casa —sollocé—, a Forks. Llévenme a casa… por favor.
Carlisle
Edward me estaba asustando. Tenía tanto dolor, incluso agonía, que temí por su estado mental al vivir bajo esa tensión. Alice nos advirtió que su deseo sería la muerte, y era como si casi lo lograra por su cuenta. Hablaba con frases cortas cuando se le hablaba y se movía con movimientos humanos lentos.
No reaccionó cuando le dije que tendría que cazar antes de irnos al aeropuerto; simplemente me siguió como un niño hasta el coche. Cuando llegamos al bosque, él corrió y yo lo seguí. Derribó a los primeros animales que se cruzaron en nuestro camino: una manada de ciervos de los pantanos. Mientras se alimentaba de uno, sostuve otro para él, ya que necesitaría más de uno para sostenerlo en nuestro vuelo. Cuando terminó el primero, me quitó el ciervo y murmuró su agradecimiento. La caza no lo devolvió a su antiguo yo bien alimentado, todavía tenía sombras debajo de sus ojos, y sus ojos estaban oscuros, pero sería suficiente para que viajáramos.
Llegamos a Washington un día después de haber salido de Río, después de habernos retrasado esperando los vuelos de conexión. Era ya última hora de la tarde cuando detuvimos nuestros coches de alquiler fuera de la casa de Forks y salimos. Me vinieron a la mente recuerdos del tiempo que pasamos aquí, recuerdos de Bella, y me perdí en ellos por un momento, solo me detuve cuando escuché un gemido a mi lado. Me maldije cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo. Todo lo que vi, Edward también lo vio.
Lo siento.
—Está bien —murmuró en voz baja—. No eres el único.
Miré los rostros de mi familia y vi que todos tenían expresión de culpa. Era imposible no pensar en Bella ahora. Era una parte intrínseca de nuestras vidas y este lugar estaba lleno de recuerdos de ella.
Esme abrió la puerta y entramos en fila. Las fundas todavía cubrían los muebles y el piano de cola de Edward en su pedestal. Ahora era una casa de recuerdos y tristeza, y supe, tan pronto como entré, que resolveríamos nuestros negocios aquí hasta el final y luego nunca regresaríamos. Esta casa se deterioraría y eventualmente se arruinaría, y nadie la llamaría hogar de nuevo, ni siquiera Edward. Esta era la casa de Bella, y estar aquí sin ella era demasiado doloroso.
Emmett cruzó la habitación y se tiró en el sofá, sin detenerse para quitar la funda.
Edward estaba de pie junto a la puerta, mirando a su alrededor con una expresión en blanco.
—¿Qué quieres hacer, hijo? —pregunté gentilmente. Nos pidió que lo trajéramos a casa, aquí, pero no explicó sus razones.
—Necesito encontrar dónde... sucedió. Necesito encontrar el rastro de Victoria.
Entendí ahora. Estuve pensando que era extraño que la visión de Alice no se hubiera manifestado todavía, el deseo de muerte de Edward. Pero ahora lo entendía. Tenía algo más urgente que el olvido para él ahora. Quería venganza. Me alegré por ello. Todo lo que retrasara su muerte era bueno. No quería perder a mi hijo.
—¿Alice lo vio? —inquirió con voz ronca.
Asentí.
Ella te vio en Italia. Por favor, Edward, no nos hagas eso.
Edward no respondió. Se apartó de mí y se quedó mirando la repisa de la chimenea vacía. Una vez tuvo una foto de él y Bella allí, de la noche que fueron al baile juntos. Ahora estaba en Ítaca, sobre la repisa de la chimenea. Edward no necesitaba fotos, ninguno de nosotros lo hacía; todos teníamos recuerdos perfectos de ella y de esa época. Conocíamos sus ojos amplios y confiados, su sonrisa suave, su voz templada por la emoción. Lo sabíamos todo, y eso era lo que nos dolía ahora.
—¿Viste algo que nos dé una pista de dónde estaba, Alice? —pregunté.
Alice negó con la cabeza.
—No. Era un pequeño claro, pero nunca lo he visto antes.
—Lo encontraremos —sentenció Emmett con fiereza—. Entonces encontraremos a Victoria y acabaremos con ella. Será fácil.
—Yo voy a acabar con ella —indicó Edward—. Esta es mi pelea.
—No. —Sorprendentemente, fue Rosalie quien habló—. Esta es nuestra pelea también. Bella era una de nosotros y todos odiamos a Victoria. Puedes matarla, pero todos estaremos allí.
Edward levantó la cabeza lentamente, luciendo comprometido por primera vez desde que lo habíamos encontrado en Río.
—¿Qué te importa, Rosalie?
Rosalie inclinó la cabeza.
—Lo siento. Sé que no he sido la mejor hermana últimamente. No siempre traté a Bella tan bien como debería, pero ella era una de nosotros, y lamento que se haya ido. Si pudiera volver y cambiarlo todo, lo haría, pero no puedo. Todo lo que puedo hacer ahora es asegurarme de que ella sea vengada. —No se podía negar su sinceridad. Sus perfectos rasgos estaban retorcidos por la tristeza.
Edward la miró fijamente por un momento y luego asintió.
—Está bien. La mataremos. Lo haremos todos.
Emmett apretó la mano de Rosalie y luego se dirigió a todos nosotros.
—¿Así que por dónde empezamos? —Su entusiasmo era obvio. Quería a Victoria muerta tanto como cualquiera de nosotros. Incluso yo, que apreciaba la santidad de la vida, estaba más que preparado para acabar con Victoria. Mató a una dulce e inocente niña, la más inocente de mi familia, y juntos la haríamos pagar.
Aunque estábamos seguros de que el bosque no representaba ningún peligro para nosotros, no nos separamos. Era muy poco probable que Victoria se hubiera quedado en la zona después de lograr sus fines, pero me sentía mejor cuando estábamos juntos. Fue bueno que lo hiciéramos, ya que pronto nos dimos cuenta de que había peligro.
Estábamos en lo profundo del bosque cuando capté el olor y nos detuvimos abruptamente.
—¿Qué es ese horrible olor? —gruñó Alice.
Emmett y yo intercambiamos una mirada oscura. Estaba pensando en la última vez que nos encontramos con ese olor y en lo peligroso que fue, para ellos y para nosotros.
—Lobos —reveló Esme, con una pizca de miedo en su voz.
Tomé su mano y le di un breve y reconfortante apretón.
En ese momento, escuchamos el golpeteo de patas contra los helechos del suelo del bosque. Empujé a Esme detrás de mí y me agaché. Estos no eran los lobos que conocimos antes. Eran nuevos, y aunque los Ancianos de la Tribu conocían y respetaban el tratado, no teníamos garantía de que estos lobos lo hicieran.
—No les den ningún motivo para atacar —pedí en voz baja—, no queremos luchar contra ellos.
En ese momento, tres lobos monstruosos aparecieron entre los árboles. El más grande era completamente oscuro y tomó la delantera cuando se acercaron a nosotros. No atacaron, pero uno gris plateado gruñó bajo en su garganta. El negro ladró y el lobo gris se quedó en silencio, aunque sus labios se curvaron sobre sus dientes para gruñirnos.
—Sí —dijo Edward—, yo soy el lector de mentes.
Miré a Edward.
¿Cómo lo saben?
—Bella les dijo —explicó con voz dolorida. Supuse que decir su nombre lo estaba lastimando. Su mirada volvió a los lobos e hizo una mueca—. No necesitas saber eso.
—¿Saber qué? —cuestionó Emmett.
—Quieren saber quiénes son las otras "sanguijuelas talentosas".
Emmett cruzó los brazos sobre el pecho.
—Sanguijuelas, ¿eh?
Negué con la cabeza. No quería entrar en una pelea de difamaciones con una manada de hombres lobo, especialmente cuando las tensiones ya eran tan altas.
—Confío en que sepan lo que le pasó a Bella —intervine—. Estamos buscando al vampiro que… ¡Edward! —grité su nombre y salté hacia adelante para atraparlo mientras se lanzaba hacia el lobo negro.
Emmett fue más rápido. Agarró a Edward por el pecho y lo arrastró hacia atrás. Jasper lo ayudó e inmovilizaron a Edward entre ellos. El caos reinó por un momento mientras los lobos rugían y gruñían, preparándose para atacar también.
—¡Jasper! —exclamé.
Jasper llenó el aire con su influencia tranquilizadora y los gruñidos de los lobos se apagaron, aunque Edward todavía era un hombre poseído. Luchó en los brazos de Jasper y Emmett, tratando de liberarse.
—Edward, tranquilo —advertí, colocándome frente a él.
No sé qué ha pasado, pero debes mantener la calma. Si luchas contra ellos, puedes...
Se me ocurrió una idea y jadeé. Edward quería la muerte. Alice nos dijo que iría a Italia. ¿Será que decidió que la muerte por un hombre lobo era una causa de muerte más atractiva y conveniente?
—Edward, por favor, no hagas esto. No así. —Parecía fuera de mi alcance. Sus ojos oscuros estaban salvajes y llenos de furia—. Quizás deberían irse —les sugerí a los lobos.
Parecía que el lobo negro escuchó mi sugerencia, cuando se dio la vuelta y se dirigió hacia los árboles de nuevo, pero un momento después reapareció como un humano, abrochándose un par de pantalones de mezclilla.
La vista del hombre hizo que Edward luchara más fuerte, y Emmett y Jasper tuvieron que aferrarse a él.
—Mi nombre es Sam Uley. Soy el alfa de la manada.
—Genial —espetó Emmett mordazmente—. Ahora, ¿qué diablos le has dicho a mi hermano para cabrearlo?
En lugar de responder directamente, Sam me miró.
—El vampiro que estás buscando no ha sido visto en días, no desde que perdimos a Bella.
Edward gruñó y trató de liberarse de nuevo.
—¡Mentiroso! —siseó.
Miré de él a Sam, la confusión grabada en mi frente.
—¿Sobre qué estás mintiendo?
—Nada. No hemos visto al vampiro desde que Bella murió.
—¡Ella no murió! —gritó Edward—. Tú la asesinaste.
Entrecerré los ojos y fijé mi mirada en Sam.
—¿Qué hiciste? —demandé, mi voz era un gruñido bajo.
—La protegimos —masculló Sam con amargura—. Mantuvimos a la pelirroja alejada cuando no había nadie más para hacerlo. La cuidamos cuando la abandonaron. Quieres hablar sobre asesinato, ¡deberías haber visto lo que dejaron atrás! Deberías haber visto a Charlie la primera semana cuando ¡tenía que ver sufrir a su hija! —Miró a Edward a los ojos—. Ves algo en mi cabeza que no te gusta, lo entiendo, pero no olvides el papel que desempeñaste.
Edward gruñó en voz baja, más allá de las palabras.
—¿Qué es lo que Edward está viendo? —pregunté—. ¿Qué hiciste?
—¡La mataron! —gritó Edward.
—Pero vi a Victoria... —comenzó Alice.
—La pelirroja se llevó a Bella —contó Sam—, la estábamos protegiendo en la reserva, pero nos esquivó y se llevó a Bella. Las rastreamos hasta el bosque, pero la sanguijuela ya se había alimentado.
Edward gruñó.
—Háblales de Jacob. Diles lo que le ordenaste a Jacob.
—¡No tenía otra opción! Ella se estaba transformando.
Un miedo enfermizo comenzó a invadirme y una furia, una furia intensa. Estaba imaginando lo que seguía a continuación.
—Cuéntanos qué pasó —articulé con un tono de calma forzada.
Sam apartó la mirada a través de los árboles mientras hablaba.
—Hice mi trabajo como protector de la tribu. Lidié con la amenaza.
Esme jadeó.
—¡La mataste!
Mis manos se cerraron en puños a los costados y necesité mi considerable fuerza de voluntad para mantener el control de mí mismo. Estaba furioso, pero sabía lo que estaba en juego. Podríamos atacarlos, vengar a Bella, pero también nos costaría. Eran tres lobos y lucharían contra nosotros. Miré los rostros de mi familia, a mi pareja, y me pregunté cuál de ellos pagaría el precio de nuestra ira.
—¿Por qué harías eso? —pregunté en un tono mesurado—. Sabes que ser un vampiro no es todo lo que dicen tus leyendas. Sabes que podemos vivir humanamente. ¿Por qué no le diste a Bella esa oportunidad?
—¿Cómo? —cuestionó Sam—. ¿Cómo se suponía que íbamos a controlarla, para detener su sed? Somos una manada pequeña. Tomé la decisión por la seguridad de muchos en lugar de la vida de uno. No tomé la decisión a la ligera, pero no me arrepiento. No podríamos haber esperado controlarla cuando despertara.
—Habríamos ayudado —intervino Esme—, podríamos haber… cuidado de ella. —Sabía por la forma en que vaciló su voz que estaba a punto de sollozar. Mi esposa, con su increíble habilidad para amar con todo su corazón, amaba a Bella.
Sam se rio sin alegría.
—En caso de que lo hayan olvidado, no dejaron una dirección de contacto cuando se fueron. No podríamos haberlos contactado aún si lo intentáramos. Además, ni siquiera sabíamos si lo hubieran querido. La dejaron atrás después de todo. Pensamos que habían terminado con ella.
Edward empujó hacia adelante de nuevo, y esta vez casi se liberó. Me paré frente a él y lo agarré por la nuca.
Edward, no hagas esto. Piensa en lo que arriesgas. Cualquiera de nosotros podría morir. Incluyéndote.
—¿Crees que me importa? —siseó—. Me estarían haciendo un favor.
—Bella no querría esto —insinuó Rosalie, moviéndose para pararse a mi lado y acunar la mejilla de Edward en su mano—. Ella no querría que murieras.
—¿Cómo lo sabes? —escupió Edward—. No la conocías.
—Tienes razón —acordó Rosalie con tristeza—, no lo hacía, pero sí sé que ella te amaba. Ella te amaba tanto que esperó toda su vida solo por ti.
Edward inclinó la cabeza.
—Me duele tanto, Rose. No puedo soportarlo. La necesito.
—Lo sé —canturreó—. ¿Pero no lo ves? Aún puedes verla. Ella todavía te está esperando; una niña pequeña te está esperando.
Algo cambió en los ojos de Edward. Lució un pequeño rayo de esperanza ahora donde antes solo existía desesperación. Dejó de luchar y se inclinó hacia el toque de Rosalie.
—Ella está allí —susurró con la voz quebrada—. Puedo verla.
Rosalie sonrió.
—Sí puedes.
Me alejé de mi hijo y me enfrenté a los lobos. Hablé con calma pero con firmeza, sin dejar lugar a discusiones.
—Esta tierra es nuestra según los límites del tratado. No volverán a venir aquí. Manténganse en su lado de la línea del tratado, y nosotros permaneceremos en el nuestro.
—¿Y si vuelve la sanguijuela pelirroja? —preguntó Sam.
—No tienes que preocuparte por ella —espetó Edward sombríamente—. Voy a acabar con ella. —Me miró a los ojos—. Y luego encontraré a mi Bella de nuevo.
