Dedicado a ustedes que me apoyan: tere-chan y Lizirien (pueden ver mi profile, allí respondo los reviews) y muchas gracias, espero que me sigan apoyando, ahora sí, los dejo con el cuarto capi:

El camino verdadero.

Capítulo 4.

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Lentamente y con cuidado até las agujetas blancas de mis tenis negros. Me puse una sudadera también negra y comencé a peinar mis cabellos batallando para aplacarlos. Coloqué la mochila en mi espalda y me dispuse a salir de mi habitación.

—¿Ya está el almuerzo mamá?

—Sí, siéntate por favor.

Comencé a comer, mientras veía en el televisor el noticiero matutino, hablaban como era su costumbre de los primeros accidentes automovilísticos y acerca del clima. Según decían haría calor en los siguientes cuatro días, después un cambio súbito en la temperatura, ya que esta bajaría considerablemente.

—¿Saldrás ahora Kouichi? —me preguntó mi madre, dirigí mi vista hacia ella.

—Sí, iré con Tomoki a un nuevo parque de diversiones que acaban de inaugurar.

Mi madre me sonrió y luego yo le correspondí, puse nuevamente atención en las noticias, mientras comía mi arroz con leche.

Después de terminar mi almuerzo salí de la casa.

—¡Buena suerte, hijo! —me dijo ella y me dio algo de dinero.

Caminé un poco apresurado al lugar en donde nos veríamos, ya que iba algo retrasado y no quería ser tan impuntual. De pronto pude sentir cómo algo vibraba en el bolsillo de mi pantalón. Era mi celular, lo saqué de allí y pude leer el mensaje que me llegó.

'Ya estoy aquí, te espero' era del pequeño de Tomoki.

Comencé a correr y daba grandes zancadas. Ya estaba a la mitad del camino, pero tenía qué seguir corriendo.

'Llego en un momento, no tardo' le contesté y luego lo volví a guardar en mi bolsillo.

El sol picaba en la piel. Emití un leve gruñido y luego me tapé la cara para cubrirme de los molestos rayos. Las calles estaban llenas de gente, así que continuamente trataba de esquivarlos, diciendo un "Permiso" para no ser muy mal educado.

Al fin llegué al lugar, no tardé en reconocer al chico de cabellos castaños que me sonreía en la lejanía.

Encorvé mi cuerpo y apoyé las manos en las rodillas, para calmar mi respiración, luego de llegar hasta su lado.

—¡Buenos días Kouichi!

—¡Buenos… Buenos días! —dije una vez que recuperé el aliento.

Estrechamos nuestras manos en señal de saludo y luego nos dimos un cálido abrazo.

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En un hermoso jardín lleno de flores de azahar, violetas y jazmines, que embellecían el lugar en ese escenario casi nocturno, una chica de cabellos largos y rubios descansaba en un columpio de madera y recuerdos de su niñez cruzaban su mente.

Algunos pétalos de ciruelos blancos caían con lentitud y calma semejando una lluvia de copos de nieve en invierno.

La fragancia que las flores y el pasto destilaban inundaba aquel ambiente y era agradable al olfato.

Comenzó a mecerse en aquel columpio, pensando en su vida. En esos momentos se sentía tan sola, su vida estaba completamente vacía. Extrañaba tanto a aquellos amigos del pasado, a Takuya, a Kouji, a Kouichi, a Junpei y a Tomoki; además también extrañaba el digimundo, ese lugar donde vivió tantas aventuras. ¡Cómo deseaba regresar a su niñez!

Así era, estaba sola, y lo peor era que se sentía sola, como ninguna otra vez llegó a sentirse.

Comenzó sentirse soñolienta, parecía que el perfume de las flores llegara a tener un efecto tranquilizante en ella. Los ojos se le cerraban y no pudo evitarlo más hasta que se quedó dormida, allí, en ese lugar tan cómodo y relajante.

"Izumi-chan"

En sus sueños se veía completamente rodeada de oscuridad y de tinieblas. Sus cinco amigos se encontraban delante de ella, pero con la forma que tenían hacía siete años; como ella los recordaba.

"Izumi-chan"

Ellos se encontraban rodeados por una brillante luz blanca. Sólo ella estaba rodeada de sombras, se sentía tan sola nuevamente. Dio tres pasos al frente y se acercó a ellos, pero sintió que se alejaban cada vez más.

"¡Chicos!"

Gritó la joven, pero ellos no parecían escucharla, ya que seguían sonriendo y platicando entre ellos mismos. Volvió a acercarse, esta vez corrió, pero con cada paso que daba la silueta de sus amigos se alejaban más y más.

"¡Ya no quiero estar sola! —gritó desesperada— ¡Quiero regresar a aquellos tiempos!".

Su figura fue encogiéndose entonces, hasta quedar de la estatura y la complexión que tenía a los once años. Volvió correr, decidida a no rendirse, pero otra vez pasaba lo mismo.

"Estás sola. Completamente sola —se escuchó una voz entre las sombras.

"¡No, no estoy sola! —gritó con lágrimas en los ojos— ¡No estoy sola!"

Pudo ver un par de atemorizantes ojos carmines que se movían en la oscuridad y luego un olor nauseabundo llegó hasta su olfato.

"Tus amigos nunca te escucharán".

Varias gotas de lágrimas resbalaron de nuevo por sus mejillas. Se empezaba a dar cuenta de que tal vez aquella extraña voz tenía razón. Sintió frío y cubrió su cuerpo con sus brazos, fue entonces cuando se dio cuenta de que había despertado y se encontraba allí sentada, en el columpio. El viento comenzaba a arreciar.

—¡Izumi-chan!

Una figura cubierta en sombras se encontraba delante de ella. Fue acercándose lentamente hasta que quedó justo en frente de ella.

—¿Quién eres?

Algo en aquella voz se le hacía conocido y le traía recuerdos. La sombra se acercó aun más y luego la envolvió con sus brazos. Ella sintió una calidez rodearla. Allí fue donde se dio cuenta de quién era esa persona.

—Kouji…

El chico de cabellos negros le sonreía con ternura y sinceridad. Ella correspondió el abrazo y en ese momento pensó que tal vez ya no se sentiría esa soledad interior, algo le había hecho cambiar ese sentimiento que había tenido por mucho tiempo.

Cuando se separaron él le puso encima una chamarra que traía par cubrir lo que su blusa sin mangas de color rosada no cubría.

Caminaron fuera del lugar así, sin decirse una sola palabra.

—Te extrañé mucho —susurró ella rompiendo el silencio.

—Yo también…

Fue lo único que dijo él en ese escenario nocturno, solamente iluminado por la luna llena y por los millones de estrellas que había en el firmamento.

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—¡Kouichi mira!

El chico de cabellos negros corría hasta donde se encontraba su animado compañero. Dejó de correr cuando vio la refinada arquitectura del lugar que señalaba Tomoki.

—¿Entramos allí? —preguntó el de cabellos castaños.

—¡Sí!

Tomoki se refería a una casa del terror. Fueron hasta la entrada y vieron una fila enorme de personas ansiosas por entrar al igual que ellos. Poco a poco y lentamente la columna se iba acabando, pero muy, muy lentamente. Tomoki aun conservaba esos ánimos, y esa sonrisa, pero Kouichi, por su parte, comenzaba a impacientarse.

—¿Quieres que vaya por algo para tomar? —preguntó él para despejar un poco la mente, mientras caminaba por allí.

—Sí, tráeme una malteada de fresa, por favor —el chico sacó algo de dinero de los bolsillos de sus pantalones—. Yo cuido aquí, en lo que tú regresas.

Kouichi afirmó y se marchó del lugar con paso lento, mientras el más chico lo observaba alejarse. En el camino, Kimura, se encontró con chicos y chicas sonrientes que estaban desesperados por subirse a otros juegos. También con botargas coloridas y extrañas de personajes de un programa de televisión.

—¡Déme una malteada de fresa y otra de vainilla, por favor! —le dijo a la encargada, al tiempo en que llegó al lugar. La mujer rechoncha afirmó sonriente y se dispuso a prepararlas.

—¡Aquí tienes! —dijo después de algunos minutos. Él le dio el dinero a ella y se marchó de allí, algo apurado, ya que tal vez la fila de "la casa del terror" se había acabado. Llegó al lado de Tomoki y se tomaron las malteadas de prisa. Se acercaron a la taquilla y pagaron el dinero de la entrada.

Subieron las escaleras y abrieron con dificultad las enromes y roídas puertas de madera que rechinaban. El interior se veía completamente oscuro y tenebroso. Un escalofrío recorrió la espalda del de cabellos castaños.

Caminaron con cuidado entre toda esa penumbra, sin alejarse demasiado el uno del otro. A lo lejos se escuchó un sonoro grito de chica y pensaron que tal vez era otra persona que había entrado con anterioridad.

Siguieron caminando y luego escucharon unos extraños gemidos que cada vez se acercaban más. Tomaron una de las lámparas que se encontraban en la pared y vieron algunos zombis que se acercaban lentamente a ellos. Trataron de escapar de ellos, pero los sujetaban con fuerza, hasta que por fin se zafaron.

—¡Vamos! —gritó Kouichi, mientras tomaba del brazo a Tomoki que estaba muerto de miedo— ¡Por aquí! —lo condujo hasta un pequeño túnel que estaba más iluminado, pero luego una bruja les salió por enfrente y el más pequeño gritó con fuerza, mientras Kouichi soltaba una carcajada.

—¿No estás asustado Kouichi? —le preguntó un poco más calmado. El otro negó con la cabeza y esbozó una sonrisa.

—Al contrario, me estoy divirtiendo bastante con tus gritos.

Después, algunas momias, que salían de sarcófagos egipcios, los atacaron. Un hombre lobo los persiguió e hizo que corrieran hasta cansarse.

—Parece que ya lo perdimos —dijo Tomoki jadeando.

—Así es…

Llegaron a un cuarto que estaba cubierto de espejos enormes en toda su extensión; en el techo y en las paredes. Decenas de imágenes de Kouichi y Tomoki se reflejaban en ellos. Miraban asombrados los reflejos.

—Mira una versión tuya, pero en flaco —señaló Tomoki volteando a ver un espejo.

—Y una tuya, pero muy alto —dijo Kouichi.

Siguieron caminando y vieron más espejos y más reflejos a lo largo del camino. Algo en ese lugar les parecía demasiado extraño, ya que no había más gente allí, ni siquiera habían escuchado más voces y habían perdido a los cientos de monstruos que los perseguían. No lograban explicarse la situación, pero aun así siguieron avanzando.

Kouichi recordó todo lo extraño que le había estado sucediendo en esas semanas, pero no quiso decirle nada al antiguo guerrero del hielo para no preocuparlo. Lo mejor sería, tal vez, seguir disfrutando las atracciones del parque.

—¡Ya quiero salir de aquí! —musitó el castaño— No me gusta nada esta oscuridad.

El de cabellos negros solo emitió una risilla. Tomoki era un miedoso de primera y eso le divertía bastante.

—Sí, tienes razón —dijo el antiguo guerrero de la oscuridad solo para apoyar a su amigo—. ¡Tenemos qué salir de aquí!

En su camino se encontraron con los últimos espejos. De mayor tamaño que los anteriores. Pero, de pronto, un brillo cubrió la amplia habitación y los chicos pudieron ver una imagen en el último espejo. Una imagen, que simplemente, no podía estar allí.

—¿¡Qué? —gritaron los dos al unísono.

La imagen que veían en ese espejo no era la suya, si no la de Mercurymon, el antiguo guerrero del metal que pertenecía digimundo en el que habían estado. Tal vez de esa manera estaba tratando de contactarse con ellos.

"Tal vez estoy soñando" pensó Kouichi. Pero si Tomoki veía lo mismo que él, no podían soñar eso los dos.

—¿Es ese Mercurymon? —preguntó el más pequeño con una expresión seria.

—Sí, es él…

"¡Hola Guerreros!" dijo la voz a través del espejo.

El guerrero del metal se encontraba en una posición de loto, como si se encontrara meditando. Los dos humanos le correspondieron el saludo con una reverencia.

—¿Por qué te muestras ante nosotros Mercurymon? —preguntó el antiguo guerrero de la oscuridad.

"Porque en este mundo necesitamos de vuestra ayuda, nuevamente".

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—Por favor guerreros… ¡Mantengan la Esperanza! —fueron las últimas palabras, que nos dijeron los tres Ángeles Sagrados, antes de salir de su palacio.

Me despedí de mis amigos, con un nudo en la garganta y el corazón hecho trizas, porque sabíamos que podría ser la última vez que no viéramos. Sabíamos que podíamos morir en batalla, tal vez no moriríamos los cuatro, pero era posible que alguno muriera, o que tal vez uno quedaría vivo para defender este mundo. Pero como nos dijeron los Ángeles: debíamos mantener la Esperanza y luchar hasta que nos quedara el último aliento de vida.

Ranamon rompió en llanto y nos abrazó a Grumblemon, a Arbormon y finalmente a mí. Luego, esbozó una ligera sonrisa, aun con lágrimas en los ojos, diciéndonos que todo estaría bien y que volveríamos a vernos.

Partimos de ese lugar y cada uno fue a la zona que le tocó resguardar. Luego, dejé de sentir la energía de mis compañeros, tal vez ellos habían perecido en batalla, no quería pensar de esa manera, pero era posible que eso sucediera. Aun así seguí manteniendo la Esperanza.

Una vez en ese lugar acomodé mi cuerpo en la posición de loto y me puse a meditar, para saber cuándo alguna extraña presencia o alguna energía maligna invadiera la zona. Hasta caer en lo más profundo de mi mente, con los sentidos demasiado alertas.

Sabía que mi antigua forma había sido el guerrero del metal Wisemon, un poderoso mago y hechicero que desapareció junto con los otros nueve, luego de la antigua batalla con Lucemon. Tal vez, aun después de reencarnar y adquirir esta forma, seguía poseyendo los poderes de aquel antiguo guerrero. Tal vez se encontraban en lo más profundo de mi ser.

Así, mantuve la meditación cinco días y no había indicios de nada extraño en esa parte. Nada que molestara la armonía que llevaban los digimon de la zona (Así fue como pude contactarme con el guerrero de los hielos, Kumamon; y el guerrero de las tinieblas, Lowemon y les expliqué el Caos en el que estaba envuelto el digimundo).

Hasta que el sexto día llegó, tan inesperadamente, que creí que nada de eso pasaría jamás. Comencé a sentir que una oscuridad terrible se apoderaba de mi mente y también un dolor agudo que recorrió mi cabeza me sacó de la concentración en la cual me mantenía sumergido.

Pude ver a una extraña criatura que se paró delante de mí, luego de esconder sus tres pares de alas de murciélago en sus hombros y su espalda. Portaba una armadura que se encontraba hecha añicos, tal vez por batallas anteriores, o no sé por cuál razón.

Su casco roto dejaba ver un par de ojos carmesí que mostraba una desmesurada ira, aunque su rostro se encontraba en completa clama.

—Guerrero de los metales, Mercurymon —profirió con una horrenda voz—. Por fin tengo el gusto de conocerte.

Mi rostro no mostró expresión alguna y no moví un solo músculo del cuerpo. Mantuve la mirada fija en sus ojos, justo como él lo hacía conmigo y con esos terribles ojos carmesí.

—¿Quién sois vos? —sólo alcancé a decir— ¿Sois vos el causante del Caos en este digimundo?

—Ya tuve la fortuna de conocer a tus tres compañeros, y debo decir que no les fue nada bien. Están casi muertos, si no es que ya pasaron a mejor vida —me cambió de tema, tal vez intentaba hacerme perder la calma, cosa que no lograría—. Sí se podría decir que yo soy ese causante.

—¿Y por qué lo hacéis?

—Ja, ja, es tan gracioso ver la cara de todos esos digimon antes de ser aniquilados —dijo con ese tono de sarcasmo que no comprendí y torció su boca al momento de reír—, es gracioso, ¡ríete! —su risotada duró poco, al ver que no lo correspondía.

—Dime ¿Cuál es vuestro verdadero propósito?

Mi figura no se inmutaba ante nada. Se quitó el pedazo de casco que tenía sobre la cabeza y lo arrojó con fuerza al suelo, en donde se hizo trizas. Sus seis alas salieron de su espalda nuevamente.

—Para invadir el digimundo y a través de él invadir llegar hasta el mundo humano —se lanzó en mi contra e intentó golpearme, primero con su puño derecho y luego con el izquierdo. Pero pude esquivarlos.

—¿Y qué vais a ganar con eso?

—Quiero purificar los dos mundos que han sido contaminados por los humanos y los digimon —dijo dando un salto hacia atrás, alejándose de mí.

—Vos sois el único que contamina este mundo —mi expresión cambió y los labios en el espejo se torcieron denotando enojo.

—¡Mercurymon digivolves a… Sephirothmon!

Mi cuerpo metálico creció hasta que adquirió un tamaño colosal. Y diez esferas gigantes flotaban en el cielo nublado, una de ellas con labios, en donde se encontraba mi mente. La criatura miraba expectante mi figura y fue absorbida por una de las esferas que conformaban mi cuerpo.

Entró a la primera zona. Una con un suelo arenoso y montañas de rocas de un tamaño considerable. Caminó observando el paisaje y todos sus alrededores.

—¿En dónde estoy? —gritó y su voz hizo eco.

—Estás en el interior de mi cuerpo —mi voz retumbó por todo el lugar—. Y esta es la primera zona que tendrás qué pasar si quieres salir de aquí. Si logras vencer al enemigo de este lugar pasarás a la siguiente zona. Son diez en total.

El monstruo gruñó con fastidio. Y comenzó a correr a lo largo d la zona para no perder tiempo. Fue detenido por una pared hecha de cientos de rocas. En la cima de esta se encontraba una figura, la de Grumblemon, sosteniendo sus dos mazos en cada mano.

—¿Grumblemon? Pe… pensé que habías muerto —titubeó.

—Él no es el verdadero Grumblemon. Pero me prestó algo de su poder para resguardar esta zona y no pases a la siguiente.

—Como sea —dio un salto y se dispuso a atacar al guerrero de la tierra y de las rocas— ¡Ya lo vencí una vez, así que lo venceré nuevamente!

Se lanzó contra él.

—¡Mil golpes!

Una pared de rocas se interpuso en su camino, protegiendo la figura de mi compañero. De pronto, un poderoso impacto lo lanzó varios metros más allá. Apareció la figura de Gigasmon, que había atacado con su "bombardero huracán". Una vez en el suelo la criatura fue atacada por el "golpe ojo de serpiente" de Grumblemon. La criatura emitió un potente rugido de dolor.

Enseguida, una puerta dimensional se abrió.

—Podéis pasar a la siguiente zona —le dije.

—¿¡Qué? Pero dijiste que tenía que vencerlo.

—Sí, pero con esto es más que suficiente —contesté. La figura de Grumblemon desapareció y un montón de rocas cayeron encima del enemigo. Agradecí al espíritu de mi compañero y el otro pasó luego a la segunda zona y esa esfera se oscureció por completo.

La siguiente zona era un inmenso mar con una pequeña isla en el centro, en donde apareció el digimon negro. Parada sobre un pilar de agua apareció la figura de Ranamon. El mar comenzó a agitarse y a formar un enorme torbellino que arrastraba todo hasta su interior.

La figura de Ranamon cambió a la de Calmaramon y atacó al digimon con su "descarga titánica" y lo lanzó hasta el centro del torbellino. Allí un torrente de agua lo atacó y gracias al "diluvio infernal" de la guerrera fue enviado a la tercera zona.

Apareció en un desierto cubierto por ardiente lava en casi toda su extensión. Utilizó sus alas para ascender y no quemarse, pero una llamarada le quemó sus alas. Agunimon le disparaba más fuego, él intentaba esquivarlas, pero sin éxito.

Luego, el guerrero del fuego se lanzó encima de él y comenzó a golpearlo. Se transformó en Burningreymon y le lanzó más esferas de fuego. Atravesó La puerta hacia la cuarta zona, cubierto por una bola de llamas, mientras se retorcía de dolor y trataba de extinguir las flamas incandescentes.

—¿Cuál es tu propósito? —me gritó, mientras rugía.

—Pronto lo descubriréis… Os faltan siete zonas y en la última os estaré esperando. No un espíritu, ni la copia de un guerrero. Sino yo…

—Está bien, tendré que llegar hasta ti entonces…

—Por ahora os dejaré con vuestro siguiente obstáculo: Beettlemon, el guerrero del rayo y el trueno —mi voz dejó de escucharse y en su lugar apareció el guerrero, sobre algunas tierras algo áridas, parecidas a las de una estepa.

El cielo comenzó a llenarse de unas nubes negras. Una suave brisa cayó desde lo alto y cubría el lugar lentamente, mientras los dos mantenían la mirada fija, no la despegaban ni un solo segundo, esperando a ver quién era el siguiente en atacar, esperando a ver quién era el primero en moverse, aunque fuera un simple movimiento.

El digimon negro sacó de la nada una espada de metro y medio y la levantó, dispuesto a atacar al guerrero. Pero, éste, alzó su mano y apuntó al cielo. Decenas de rayos cayeron a la tierra y otros chocaron con la espada de su enemigo. El arma cayó al suelo y su dueño cayó también malherido.

Algunos otros rayos se impactaron con su cuerpo y luego la siguiente puerta apareció. El digimon fue absorbido por ella y llegó a otro lugar.

Una figura más yacía en el pico de una de las montañas de ese lugar, las cuales estaban cubiertas por blancas nubes. La figura le pertenecía a Kazemon, la guardiana de los vientos y del cielo.

La guerrera hizo algunos movimientos lentos con las manos y con ellos comenzó a controlar las corrientes de aire. Ella sonrió y un torbellino de color púrpura se formó en ese lugar y lo lanzó en contra del otro, pero pudo esquivarlo, ya que saltó a otro pico.

La guerrera continuó creando más y más "remolinos de pétalos" hasta que su contrincante ya no pudo esquivarlos y fue arrastrado por las corrientes de aire de uno de ellos. De el más grande.

Otra puerta se abrió y el torbellino lo llevó hasta ella, introduciéndolo en la siguiente zona: La zona de los hielos, en donde Kumamon esperaba a atacar. La criatura negra se acercó más malherida que nunca.

—¡Mil agujas!

Kumamon dio un potente salto y desde el aire lanzó bolas de nieve con su cañón, que al ponerse en contacto con el blanco explotaban. El enemigo cayó, mientras el guerrero de los hielos esperaba a que se levantara.

Fin del capítulo.

Espero que les haya gustado, dejen reviews y nos vemos en el siguiente capítulo.

Joe the time traveler