Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es completamente de la maravillosa Linda Howard, yo solo hago la adaptación. Pueden encontrar disponible todos los libros de Linda en línea (Amazon principalmente) o librerías. ¡Es autora de historias maravillosas! Todos mis medios de contacto (Facebook y antigua cuenta de Wattpad) se encuentran en mi perfil.
Cuando la tormenta sensual pasó, él no la dejó, ni se giró para dormir un poco; la mantuvo cautiva bajo él, los largos dedos enroscados en su pelo, a cada lado de la cabeza, y empezó un asedio de besos. No habló. Sus labios la besaban por toda la cara, lentamente, ligeramente, sintiendo los contornos de su cara con la boca. La lengua jugueteaba con su piel, absorbiendo sabores.
Bella no protestó; ni siquiera intentó oponerse a la erótica exploración de su boca.
Se dejó llevar por su magia sexual, volvió a sentir los pequeños temblores que se intensificaron cuando se abrazó a él. Los dos eran prisioneros, ella por la fuerza del peso de él, él por las cadenas sedosas de los brazos y las piernas de ella.
Cuando él separó un largo y musculoso brazo para encender la lámpara de cabecera, Bella murmuró una protesta por la intrusión de la luz.
La magia plateada de la luna los había envuelto en una reconfortante aura de irrealidad, pero el tenue brillo de la lámpara creó nuevas sombras, iluminó cosas que antes sólo se adivinaban y sacó a la luz expresiones que habían quedado ocultas por la palidísima luz de la luna. Una de las cosas que ya no quedaban ocultas era el triunfo muy masculino escrito en la sombría cara que se cernía sobre ella. Bella notó como florecía el arrepentimiento cuando empezó a admitir la locura de las acciones de aquella noche. Había muchas cosas que no entendía, y Edward era el enigma más grande, un hombre complicado, introvertido. Sabía que la caliente sensualidad entre ellos sólo hacía que su situación fuera más compleja.
Él atrapó su cara entre las manos, puso los pulgares bajo la delicada barbilla y suavemente la obligó a mirarlo.
—¿Bien? —gruñó con voz poderosa como el trueno. Estaba tan cerca que su respiración le acarició los labios, y automáticamente ella los abrió intentando recapturar su intoxicante sabor. Un estremecimiento la recorrió, obteniendo en respuesta una ondulación en el fuerte cuerpo que se apretaba contra ella.
Tragó, tratando de dar un poco de coherencia a sus pensamientos, no estando segura de lo que él preguntaba, o por qué. Quería darle una respuesta controlada, suave, pero no pudo encontrar ninguna clase de control, sólo emociones crudas, desnudas e incertidumbres. Sentía la garganta contraída cuando le soltó:
—¿Eso ha sido un intento para conservar tu trabajo como encargado del rancho?
Sus ojos verdes se entrecerraron hasta que solo quedó el brillo entre las hendiduras. No contestó. Sus pulgares ejercieron la suficiente presión para levantarle la barbilla y se colocó más pesadamente sobre ella, encajando la boca contra la suya con sensual precisión.
Un caliente hormigueo recorrió su piel y se unió al beso con dientes, lengua y labios. ¿Por qué no?, razonó confusamente. Ya era demasiado tarde para intentar sofocar sus respuestas. Edward era un amante apasionado en un nivel tan básico, tan primitivo que responder a él era tan necesario como respirar.
Por fin levantó su boca lo suficiente para dejar escapar un susurro.
—Esto no tiene nada que ver con el rancho —murmuró él, sus labios tan cerca de los de ella que los acariciaba suavemente mientras habló— Esto es entre nosotros y ahora nada más importa —de repente su voz se hizo más densa y dijo severamente—. Maldita seas, Bell, cuando te casaste con James me volví tan loco que pude haberlo destrozado. Pero sabía que lo que había entre nosotros no se había acabado, así que te dejé ir, y esperé. Él murió, y esperé. Por fin has vuelto a casa, y esta vez no dejaré que te escapes. Esta vez no te refugiarás detrás de otro hombre.
A pesar de la furia de su vos, Bella inmediatamente atacó clavando los dedos en el espesor de sus cabellos cobrizos y cogiéndolo de la misma forma en que él la tenía cogida a ella.
—Lo dices como si hubiera habido un compromiso entre nosotros —dijo con brusquedad—. No hubo nada más que una adolescente estúpida de genio vivo y un hombre que no podía controlarse. ¡Nada más!
—¿Y ahora? —se burló él—. ¿Qué excusa tienes ahora?
—¿Necesito una excusa?
—Tal vez la necesites para ti. Tal vez aún no eres capaz de admitir que, por las buenas o por las malas, somos pareja. ¿Crees que el esconder la cabeza bajo tierra hará que cambie algo?
Bella negó obcecadamente con la cabeza. Él pedía más de lo que ella estaba dispuesta a dar. Nunca podría decir que amaba a Edward; solo podía admitirse a sí misma que la fuerza de la atracción física era innegable. Admitir más era abandonarse a su influencia, y había demasiadas preguntas e incertidumbre para permitir que eso pasara.
Los ojos masculinos destellaron, entonces sonrió lentamente, una sonrisa peligrosa que la alarmó.
—Veamos si sientes lo mismo mañana. —habló él arrastrando las palabras, y empezó a moverse sobre ella en una caricia irresistible.
Horas más tarde, el color gris del horizonte que traspasaba las cortinas abiertas, señaló la llegada del amanecer, el cuarto estaba más oscuro porque las nubes habían ocultado la luna. Una ligera lluvia empezó a repiquetear contra los cristales con un ritmo metálico. Bella se removió en el caliente capullo creado por la sabana y el calor que irradiaba el cuerpo de Edward, consciente de que él había alzado la cabeza y escuchaba la lluvia. Con un suspiró dejó caer la cabeza en la almohada.
—Ya ha amanecido. —refunfuñó.
La voz oscura fluyó sobre ella. El brazo bajo su cabeza se tensó y su sombra más oscura se recortó en la oscuridad de la habitación, recostándose sobre ella, atrayéndola bajo él. Las caderas masculinas se apretaron contra las suyas, su deseo por ella era obvio, y las poderosas piernas separaron las de Bella para permitir el contacto íntimo.
La respiración se le entrecortó ante la renovada evidencia de su virilidad.
—¿Otra vez? —susurró ella en el cálido hueco de su garganta.
Habían dormido muy poco aquella noche y tenía el cuerpo dolorido por las demandas masculinas, aunque él había sido mucho más que tierno.
Sorprendentemente, estaba más relajada y físicamente satisfecha de lo que creía posible. Durante las largas horas de la noche había sido imposible mantener ni siquiera una distancia mental. Habían sido uno sólo, se habían movido juntos como uno sólo, se habían explorado y se habían acariciado y habían experimentado con las respuestas del otro, ahora conocía el cuerpo de él tan bien como el suyo propio. Se quedó impotente, sin aliento, cuando la penetró, y su risa queda acarició el pelo de su sien.
—Sí —dijo él con voz áspera, tan bajo que apenas pudo oírlas—. Otra vez.
Luego ella cayó en un pesado sueño y no se dio cuenta cuando Edward salió de la cama. Se inclinó sobre ella para subir la sabana sobre los hombros desnudos; luego apartó la maraña de pelo castaño rojizo oscuro de su cara. Ella no se movió. Se puso los vaqueros, recogió el resto de su ropa y fue a su dormitorio a ducharse y vestirse para enfrentarse a un día de trabajo mojado y lleno de barro.
Bella continuó durmiendo, y aunque Sue sintió curiosidad durante las horas que fueron pasando, no la despertó. Al mediodía Victoria bajó y desapareció sin una palabra, cogiendo el coche y marchándose bajo la lluvia. Jessica estuvo malhumorada durante un rato, luego su humor mejoró cuando uno de los trabajadores llegó. Jess se lanzó a través del patio enlodado y subió a la camioneta con él. No le importaba a donde fuera.
La lluvia continuó, una lluvia bienvenida, pero que entorpecía el trabajo. Edward volvió para un almuerzo tardío, el cansancio era evidente sólo en la tensión de la piel de los pómulos. Sue vio y entendió la débil sonrisa de satisfacción cuando casualmente comentó que Bella todavía estaba durmiendo. Él echó una mirada especulativa al techo, luego rechazó la tentación, y se comió el almuerzo antes de regresar a sus tareas.
La lluvia tuvo en Bella el efecto de un sedante, apaciguándola y sumiéndola en un largo y profundo sueño. Se despertó sintiéndose maravillosamente descansada, se estiró perezosamente y notó el dolor del cuerpo. Se adormeció por un momento, recordando cuando Edward la había hecho volverse sobre el estómago durante la noche, se había sentado a horcajadas sobre sus piernas y le había dado un firme masaje a las piernas y al trasero, murmurándole en broma al oído que si le hubiera dejado hacer esto desde un principio, ahora no estaría tan dolorida.
Otros recuerdos le vinieron a la mente y una pequeñísima sonrisa llegó a sus labios cuando sintió la caricia de las sabanas sobre su cuerpo desnudo. Sus sensaciones se habían intensificado, su piel era más sensible que nunca. Todavía sonreía cuando se enderezó cautelosamente; luego sus ojos se posaron sobre el reloj que había al lado de la cama y la sonrisa desapareció de golpe.
¿Las dos y media?
¡Pero si su avión a Chicago salía a las tres!
Salió de la cama gateando, ignorando las protestas de sus músculos. Sus pies tropezaron con el camisón que finalmente Edward había dejado caer durante la noche y lo apartó impaciente de una patada. Se puso rápidamente el albornoz, se lo ató, salió del dormitorio y bajo corriendo las escaleras, irrumpiendo en la cocina tan rápidamente que Sue dejó caer la cuchara que estaba usando.
—¡Sue! ¿Dónde está Edward?
Sue inspiró profundamente y rescató la cuchara del cuenco donde estaba haciendo un pastel.
—Sabe Dios. Puede estar en cualquier parte.
—¡Pero mi vuelo sale dentro de media hora!
—No hay ninguna posibilidad de que llegues a tiempo —dijo Sue con calma—. Lo mejor que puedes hacer es llamar a la compañía de aviación y ver si hay plazas en algún vuelo que salga más tarde.
Eso era tan sensato y su apurada situación tan inalterable que Bella suspiró y se relajó.
—¿Por qué no se me habrá ocurrido a mí en vez de ponerme a correr como una loca? —preguntó arrepentida y se dirigió al estudio para seguir la sugerencia de Sue.
El estudio había sido una vez el dominio de su padre, pero hacía mucho tiempo que Edward lo había tomado para él, hasta el grado de que su aroma masculino parecía flotar en el aire. Los papeles del escritorio estaban escritos con su letra, las cartas iban dirigidas a él. Bella se sentó en la silla de cuero y tuvo la inquieta sensación de estar sentada en su regazo. Apartó con fuerza el molesto pensamiento y cogió el teléfono.
Era tal como había pensado. El siguiente vuelo de aquel día estaba lleno, pero había suficientes plazas en el vuelo que salía al día siguiente al amanecer.
Sabiendo que no tenía otra opción hizo su reserva y se resignó a pasar una noche sin dormir. Al menos hoy había dormido hasta muy tarde y eso la ayudaría, pensó; luego recordó porque había dormido tanto y su boca se tensó.
No podía echarle toda la culpa a Edward. Ella le había respondido con tanta pasión que no podía negarlo, ni a ella, ni a él. Nunca había sido una mujer inclinada a encuentros casuales. Esa era una razón por la que se sintió tan trastornada hacía años, cuando hicieron el amor, una razón por la que ella lo había evitado durante tanto tiempo. El conocer a James, amarle y ser su esposa, estar con él cuando se fue deslizando hacia la muerte le habían dado madurez y fuerza interior. Había creído que ahora sería capaz de mantener a Edward a distancia, pero la noche anterior le había demostrado de una vez por todas que no podía oponerse a él. Si se quedaba, ella iría a su cama, o él a la de ella, siempre que Edward lo deseara.
Era una situación bien clara; si quería mantener sus principios morales, tenía que alejarse de Edward Masen. Volver a Chicago era su única opción, a pesar de la poca entusiasta promesa que había hecho de quedarse.
Su estómago gruñó ávidamente, pero lo ignoró por las prisas que tenía para dejar el rancho. Subió las escaleras para ducharse, luego se maquilló y dominó su pelo castaño rojizo oscuro con una peineta de carey. Se puso unos elegantes pantalones marrón oscuro de lino y una blusa blanca de algodón. Se calzó con unos cómodos zapatos con la planta de corcho y velozmente hizo la maleta y la bolsa de viaje. Las bajó y entro en la cocina y se dirigió a Sue.
—He conseguido un vuelo al amanecer. Ahora tengo que encontrar a Edward para que me lleve en la avioneta a Houston.
—Si no puedes encontrarlo —dijo Sue apaciblemente— tal vez Hale pueda llevarte. Él también tiene la licencia de piloto.
Esa era una de las mejores noticias que Bella había tenido ese día. Se puso una enorme capa y se plantó en la cabeza una gorra amarilla a juego, cogiéndolos del montón que colgaba en el pequeño lavadero, justo al lado de la cocina. La lluvia no era fuerte, pero sí continua, y la tierra parecía un enorme charco de agua cuando se dirigió cuidadosamente hacia los establos. El trabajador que encontró allí no tenía buenas noticias. Unas cuantas cabezas de ganado se habían abierto camino hacia el alejado pasto occidental, y tanto Edward como Jasper Hale había ido allí a reunir el ganado y reparar la cerca, lo que parecía que les llevaría bastante tiempo.
Bella suspiró; quería marcharse ahora. Para ser más exactos, quería marcharse antes de encontrarse con Edward. Él no quería que se fuese y ella dudaba de su capacidad para resistirse a él si empezaban a discutir cara a cara. Jasper Hale podría ayudarla, a no ser que Edward le ordenara que no, así que mejor si se lo pedía cuando Edward no estuviera cerca. Pero ahora parecía que no tendría esa posibilidad.
No le apetecía un largo viaje en coche, pero por lo visto era su única alternativa.
Miró al trabajador.
—Tengo que llegar a Houston. —dijo con firmeza—. ¿Me puede llevar?
El hombre pareció asustarse y se echó para atrás el sombrero mientras pensaba.
—Me gustaría —dijo finalmente— pero ahora no hay ningún coche. La señora Swan se ha llevado el coche y Edward tiene las llaves de la furgoneta en el bolsillo, no las ha dejado en el contacto.
Bella sabía que se refería a la furgoneta azul oscuro que había visto antes y que se le había ocurrido que podía usar. Su corazón se hundió con las noticias de que Victoria había cogido el coche.
—¿Y la otra furgoneta? —insistió ella. Era muy vieja y no muy cómoda, pero era un transporte.
El hombre negó con la cabeza.
—Edward ha enviado a Foster al pueblo a buscar más cercado. Tendremos que espera hasta que regrese y lo descargue.
Bella asintió con la cabeza y dejó que el hombre siguiera trabajando, pero quería gritar de frustración mientras volvía hacia la casa. Cuando Victoria regresara sería demasiado tarde para hacer el recorrido en coche, y lo mismo cuando volviera la vieja camioneta. Y no sólo eso, para entonces, lo más probable, es que Edward ya estuviera de vuelta.
Su última suposición fue exactamente correcta. Varias horas más tarde, cuando ya el día oscurecía, ayudado por las nubes y la ligera lluvia, Edward entró por la puerta de atrás. Bella estaba sentada en la mesa de la cocina con Sue, sintiéndose más segura con compañía y observó como él se quitaba la capa y la colgaba, después sacudió el sombrero que chorreaba agua. Sus movimientos, cuando se agachó para quitarse las botas enfangadas, eran lentos y fatigados. Una extraña punzada la golpeó cuando comprendió que él no había tenido la ventaja de dormir hasta tarde.
Durante las dos pasadas noches, apenas había podido dormir y la tensión en él lo demostraba.
—Dame media hora. —refunfuñó, dirigiéndose a Sue mientras se ponía unos calcetines. Le dirigió a Bella una mirada abrasadora, aún más efectiva por la fatiga que se translucía en su cara—. Ven conmigo —la ordenó inmediatamente.
Armándose de valor, Bella se puso en pie y lo siguió. Cuando pasaron por delante de su equipaje que estaba en el vestíbulo, Edward se agacho, lo cogió y subió con él las escaleras. Detrás de él Bella dijo suavemente:
—Pierdes el tiempo, las bolsas volverán abajo directamente.
Él no contestó, simplemente abrió la puerta del dormitorio de ella y lanzó dentro las bolsas con indiferente seguridad. Después cogió entre sus largos dedos su delicada muñeca y la llevó a través del pasillo hacia su cuarto. Aunque estuviera cansado, ella no tenía la suficiente fuerza para oponerse, así que no gastó energías intentando soltarse. Abrió la puerta y la metió en el dormitorio, que estaba casi totalmente oscuro ya que se había ido la última luz del día. Sin encender la luz, la acercó, arqueándola contra él y la beso con un hambre enfadada que desmentía su visible cansancio.
Bella pasó los brazos alrededor de su cintura y le devolvió el beso, casi llorando al saber que no se atrevía a quedarse con él. Sus sentidos estaban inundados por él, por el sabor de su boca, por la percepción de su cuerpo duro contra el de ella, por el olor húmedo de su piel, su pelo y su ropa. La soltó, y encendió la luz, alejándose mientras hablaba.
—No te voy a llevar a Houston. —dijo sombrío.
—Claro que no. Estás demasiado cansado. —contestó ella exteriormente tranquila— Pero Hale puede llevarme.
—No. Hale no puede. Nadie te llevará a Houston si quiere seguir trabajando en el Rancho S —soltó enfadado—. Se lo he dicho bien claro a todos. ¡Maldita sea, Isabella, el primer día, cuando te fui a buscar, me dijiste que te quedarías! —empezó a desabotonarse la camisa, se la quitó y la echó a un lado.
Bella se sentó en la cama y entrelazó los dedos con fuerza mientras luchaba para mantener el control. Finalmente indicó:
—Sólo dije que tal vez me quedaría. Y no te molestes en amenazarme a mí o a algún trabajador, porque sabes que puedo marcharme mañana, si no lo hago esta noche.
Edward asintió con la cabeza.
—Tal vez, si Victoria regresa esta noche. Pero ella tiene miedo de conducir por la noche, y si no está aquí ya supongo que volverá mañana. Y entonces tendrás que llegar hasta el coche antes de que yo lo deje inutilizado.
El control pasó al olvido y se levantó furiosa, los ojos brillando por la rabia.
—¡No me quedaré aquí como una prisionera! —gritó.
—¡Yo tampoco quiero que te quedes aquí de ese modo! —gritó también él, rodeándola—. Pero te advertí que no permitiría que te apartaras de mí otra vez, y quise decir exactamente eso. Maldición, mujer, ¿lo que pasó anoche no te dijo nada?
—¡Me dijo que hacía tiempo que no habías estado con una mujer! —dijo ella con los ánimos encendidos— ¡No te hagas ilusiones!
Se hizo un silencio y Bella admitió con inquietud que él podría tener una mujer siempre que quisiera, un pensamiento particularmente desagradable. Como ella no dijo nada más, Edward se desabrochó el cinturón y los vaqueros y los empujó hacia abajo, quitándose los calcetines con el mismo movimiento y apartándose del montón de ropa, indiferente a su desnudez, como si ella no estuviera en la habitación. ¿Pero acaso no estaban tan familiarizados el uno con el otro como podría estarlo una pareja? Bella miró el cuerpo alto y vital con hambre secreta, luego desvió la vista antes de que él pudiera leer la expresión de sus ojos.
Edward cogió ropa limpia y se la lanzó. Ella la atrapó automáticamente y la sostuvo.
—Da una oportunidad, B. Quédate aquí. Llama a tu jefe mañana y dile que dejas el trabajo. —masculló él después de algunos momentos.
—No puedo hacer eso. —contestó ella quedamente.
Él estalló otra vez.
—Maldita sea, ¿por qué no? ¿Qué es lo que te lo impide?
—Tú.
Edward cerró los ojos y ella hubiera jurado que había gruñido algo. Una sonrisa no deseada intentó asomarse a sus labios, pero no lo permitió. ¿Cómo lo había descrito Lauren? ¿Todavía peligroso pero controlado? Podría apostar a que nadie sabía, como sabía ella, lo realmente volcánico que era Edward. Finalmente él abrió los ojos y la miró airadamente, sus iris oscuros brillaban enfadados por la frustración.
—Jessica ha hablado contigo. La crees.
—¡No! —exclamó ella, incapaz de controlar su reacción. Él no la entendía y ella no podía explicárselo. No podía decirle que tenía miedo de confiar en él a un nivel tan íntimo. Él pedía algo más que sexo... y no se sintió capaz de tratar ni con una cosa ni con la otra. Le tenía miedo, la asustaba lo mucho que podía herirla si bajaba la guardia. Edward la podía destruir, porque podría meterse bajo su piel con más intensidad de lo que nunca nadie se había metido.
—¿Entonces qué? —rugió el hombre—. ¡Dime! ¡Dime qué tengo que hacer para convencerte de que te quedes! Lo has cargado todo sobre mis hombros, así que dime exactamente lo que quieres que haga.
Bella lo observó, allí de pie, furioso y desnudo y tan magnéticamente masculino que le dieron ganas de dejar caer la ropa, abrazarlo y enterrar la cara en los rizos cobrizos de su musculoso pecho. ¡Cuánto quería quedarse! Ésta era su casa y quería estar aquí. Pero no podría manejar a Edward... a menos que consiguiera su cooperación. Una idea brilló tenuemente y no se detuvo a recapacitar con más detenimiento.
—Nada de sexo. —le soltó simplemente.
Parecía asombrado, como si ella le hubiese dicho que dejara de respirar. Entonces juró en voz alta y le frunció el ceño.
—¿Realmente crees que eso es posible?
—Tendrá que serlo —aseguró ella— Al menos hasta que yo decida si... si...
—¿Si? —la pinchó él.
—Si puedo quedarme permanentemente —terminó, pensando rápidamente que tenía que haber algún modo en que pudiera manejarlo si él prometía comportarse— No busco una aventura amorosa. No soy una mujer a la que le gusten las aventuras amorosas, nunca lo he sido.
—No podemos ser sólo amigos —dijo él ferozmente— Te deseo y nunca he sido bueno reprimiéndome. Ya fue bastante malo cuando te casaste, pero ahora es casi condenadamente imposible. ¿Cuándo vas a aceptar la realidad?
Bella lo ignoró, decidida a mantener su punto de vista. Sintió como él no las tenía todas consigo y eso era tan inusual que era reacia a dejar pasar la oportunidad.
—No te pido que hagas un voto de celibato —replicó—. Sólo que me dejes hasta que haya decidido que voy a hacer —incluso cuando dijo las palabras se enfureció con el mero pensamiento de que Edward se fuera con otro mujer.
¡Qué se atreviera!
La mandíbula masculina parecía de granito.
—¿Y si decides quedarte?
Los oscuros ojos femeninos se abrieron mucho cuando se dio cuenta de lo que esa decisión significaría. Si se quedaba, sería la mujer de Edward Masen. No podría mantenerlo alejado para siempre con la excusa de que "intentaba decidirse". Pronto querría una respuesta definitiva, en ese mismo momento comprendió que lo que ella había concebido como una táctica dilatoria, se había convertido en una trampa.
Podría quedarse o podría irse, pero si se quedaba, sería suya. Lo miró, allí de pie tan desnudo y poderoso como algún antiguo Dios y el dolor le retorció las entrañas.
¿Realmente podría abandonarlo?
Levantó la barbilla y contestó uniformemente, usando todo su coraje de mujer para hacerlo.
—Sí me quedo, aceptaré tus condiciones.
Edward no se relajó.
—Quiero que llames mañana y dejes tu trabajo.
—Pero si decido marcharme...
—No necesitas trabajar. Este rancho puede mantenerte.
—No quiero desangrar al rancho.
—Maldita sea, Isabella, he dicho que te mantendré —gruñó él— No pienses en ello ahora. ¿Vas a dejar el trabajo o no?
—Sé razonable... —empezó a suplicar, sabiendo que era una petición desesperada.
La cortó en seco con un movimiento drástico de la mano.
—Deja... el... trabajo —ordenó con los dientes apretados—. Ése es el trato. Tú te quedarás si mantengo las manos alejadas de ti. Bien, estoy de acuerdo si dejas tu trabajo. Los dos tenemos que ceder.
Bella vio como los músculos de él temblaban y supo que si decía que no, el hombre perdería el control. Edward había transigido en una parte y no iba a ir más allá. O ella dejaba el trabajo o Edward la haría quedarse en el rancho por cualquier medio a su alcance. Podía ser una presa voluntaria o una reacia, pero cedió en lo del trabajo para mantener su ventaja en otras áreas.
—Bien. Dejaré el trabajo. —y cuando lo dijo se sintió perdida, como si hubiera cortado el último lazo con Chicago y con su vida con James, como si le hubiera vuelto la espalda a su memoria.
Él suspiró y se pasó la mano por el pelo cobrizo.
—Sue ya debe tener la cena preparada. —masculló, cogiendo la ropa que ella todavía tenía en sus brazos-, me daré una ducha rápida y bajaré enseguida.
Cuando abrió la puerta, Bella llegó a ella de un salto y la cerró de golpe, apartándola de su mano bruscamente. La miró alarmado.
—¡Estás desnudo! —siseó ella.
Una leve sonrisa cansada asomó a sus labios.
—Lo sé, normalmente me ducho así.
—¡Pero alguien te puede ver!
—Cariño, Victoria no está aquí, Sue está abajo, y Jessica aún no ha entrado en los establos. Tú eres la única que me puede ver, y no tengo nada que ocultarte, ¿verdad? —la sonrisa cansada se transformó en burlona cuando volvió a abrir la puerta y se encaminó tranquilamente hacia el pasillo. Bella lo siguió tan exasperada que le hubiera gustado emprenderla a puñetazos con él, pero no era tan tonta.
Después de la cena, Edward se fue a la cama enseguida y Bella se encontró sola con Jessica, una compañía que estaba lejos de ser agradable. Primero encendió la televisión y pasó de un canal a otro; después apagó el aparato y se tiró sobre el sofá. Bella hizo lo posible para seguir leyendo el artículo que había empezado, pero se desconcentró totalmente cuando Jessica le dijo malvadamente:
—¿No deberías ir a arroparle?
Bella se sobresaltó, luego apartó la mirada cuando sintió que enrojecía.
—¿A quién? —logró decir, aunque su voz no era muy serena.
Jess sonrió y estiró las piernas, cruzándolas por los tobillos.
—¿A quién? —imitó dulcemente—. Es difícil creer que seas tan tonta. ¿Acaso piensas que no sé dónde durmió Edward anoche? Pero has decidido creerle. Cuando quiere algo va tras ello. Quiere el rancho y te está usando para conseguirlo, pero es tan genial en la cama, que tú no puede ver más allá de eso, ¿verdad?
—Veo un montón de cosas, incluyendo tus celos. —le espetó Bella. La cólera la inundó y no le dio la gana de desmentir que Edward había hecho el amor con ella, ya que era por eso por lo que Jessica la estaba provocando.
Jessica se rió.
—Vale, sigue con la cabeza en las nubes. No has sido capaz de pensar correctamente desde que te dio tu primera experiencia sexual cuanto tenías diecisiete años. ¿Creías que no lo sabía? Iba a caballo y llegué a tiempo para ver cómo te ayudaba a vestirte. Desde entonces has estado huyendo asustada. Pero ahora ya eres lo suficientemente mayor para asustarte y has estado recordando, ¿verdad? Dios, Bells, él tiene una reputación que hace que se avergüencen esos sementales que tiene. ¿No te molesta ser una más en su larga lista?
—No puedo decidir si lo odias o estas celosa porque no te presta atención. —dijo Bella mirándola con atención.
Para su sorpresa, las mejillas de Jess enrojecieron intensamente y esta vez fue la otra mujer la que apartó la mirada. Después de un momento, Jessica dijo con voz espesa.
—No me creas, no me importa. Deja que te use como ha usado a madre todos estos años. Sólo recuerda que nada ni nadie es tan importante para él como este rancho, y hará lo que sea para conservarlo. Pregúntaselo —la desafió burlonamente—. A ver si puedes conseguir que te hable sobre ello. Pregúntale sobre lo que le hizo Vietnam y por qué se aferra al rancho como si en ello le fuera la vida. Pregúntale sobre las pesadillas, por qué pasa algunas noches paseando por el rancho.
Bella se quedó aturdida. No había pensado que a Edward todavía le afectaran los recuerdos de la guerra. Jessica se rió de nuevo, recuperando la calma.
—¡No lo conoces en absoluto! Has estado lejos durante años. No sabes nada de lo que ha pasado aquí mientras no estabas. ¡Te estás engañando y no me importa! —se levantó y salió del cuarto.
Bella la oyó subir corriendo las escaleras.
Se quedó sentada allí, perturbada por las cosas que había dicho Jessica.
Ya había pensado en ello antes, preguntándose los motivos de Edward. Pensó con cansancio que probablemente se volvería loca preguntándose qué tendría Edward en la mente. ¿La quería por sí misma o por el rancho? ¿Y aunque se lo preguntara sin rodeos, podría creer lo que la dijera? Sólo podría tomar una decisión por sí misma, siguiendo sus instintos. Al menos había conseguido un poco de tiempo, un tiempo sin la presión sensual que él podría ejercer tan fácilmente. Lo único que tenía que hacer era no dejar que las puyas de Jessica la hicieran actuar imprudentemente.
Bella se despertó antes del alba y se quedó despierta, incapaz de dormir, y pronto agradables rayos de luz empezaron a pasar por entre las pocas nubes que quedaban del día anterior. La casa empezó a resonar con los familiares y consoladores sonidos de Sue preparando el desayuno, y enseguida se le paró el corazón al oír los pasos de Edward por delante de su puerta y bajando las escaleras.
Apartó la sábana y rápidamente se puso unos vaqueros y una gruesa camisa color verde esmeralda, luego, descalza, bajó corriendo las escaleras. Por razones que no quería examinar demasiado, necesitaba ver a Edward antes de que saliera de la casa para todo el día, sólo verlo... para asegurarse de que no parecía tan cansado como el día anterior.
Estaba repantigado en la mesa de la cocina con una taza llena de café cuando entró ella, y tanto él como Sue la miraron sorprendidos.
—He pensado que podría desayunar temprano. —dijo ella serenamente, apoyándose en la mesa y sirviéndose una taza de café.
Después de aquella mirada inicial de sorpresa, Sue volvió a cocinar plácidamente.
—¿Huevos o gofres? —preguntó.
—Un huevo, revuelto —dijo Bella mientras comprobaba los bizcochos caseros que había en el horno. Tenían el color perfecto así que los sacó, pasándolos hábilmente a una cesta de paja revestida con una servilleta y los puso delante de Edward.
Mientras Sue terminaba los huevos revueltos, Bella también puso el tocino y las salchichas en la mesa, se sentó al lado de Edward, y aprovechó que Sue estaba de espaldas para inclinarse y plantarle un beso rápido en la oreja. No hubiera podido decir por qué lo había hecho, pero el efecto la complació. Edward se estremeció salvajemente y Bella sonrió con amplitud, absurdamente contenta de que él tuviera cosquillas en ese punto en particular. Eso lo hacía parecer algo más... vulnerable y, como había dicho él, no tenía nada que ocultarle a ella.
Él le devolvió una oscura ojeada que echaba humo y que prometía venganza, pero la mirada se quedó cautiva en su cara sonriente y lentamente la amenaza se desvaneció de su expresión.
Sue puso los platos ante ellos y también se sentó a la mesa. No hubo conversación durante unos minutos mientras seguían el ritual de salar y condimentar los alimentos al gusto de cada uno. Después Sue hizo una pregunta acerca de una venta, y aunque las repuestas de Edward fueron característicamente breves, Bella logró enterarse de que él había programado una fuerte venta de caballos en tres semanas y que iba ser un gran acontecimiento. Durante todos aquellos años había desarrollado una bien fundada reputación como criador de caballos e iban a llegar para comprar más personas de lo que en un principio había esperado. Sue estaba radiante de orgullo, un orgullo que Edward no se permitió exteriorizar.
—¿Hay alguna cosa que pueda hacer para ayudar? —preguntó Bella— ¿Cepillar los caballos, limpiar los establos?, lo que sea.
—¿Ya has hecho esa llamada telefónica? —gruñó Edward.
—No. La centralita no abre hasta las nueve. —sonrió ella con falsa dulzura, completamente regocijada por la oportunidad de tenerle bajo control.
Sue parecía confundida y Bella se lo explicó.
—Voy a dejar el trabajo y quedarme aquí, al menor por el momento. Todavía no he tomado una decisión definitiva. —añadió esto último en beneficio de Edward, por si acaso él se creía que ya había ganado la guerra.
—Estupendo, será agradable tenerte en casa para siempre. —dijo Sue.
Después del desayuno Bella se dio cuenta de que Edward no había contestado a su pregunta acerca de ayudar y lo siguió fuera, pisándole los talones como un pequeño bulldog decidido y casi haciéndole tropezar. Se volvió rabioso y plantó los puños en las caderas, cada centímetro de él era el de un macho dominante.
—¿Y bien? —ladró.
—¿Hay algo que pueda hacer para ayudar? —repitió pacientemente, plantando los puños en las caderas imitando su postura e inclinando la mandíbula hacia él.
Por un momento pareció que iba a explotar de frustración; después el control de hierro que normalmente veía en su cara volvió y hasta la dirigió una sonrisa torcida.
—Sí, lo hay. Después de que hagas esa llamada telefónica, ve al pueblo con la camioneta y recoge el pedido de suplementos de pienso. Y necesitaremos más cercado. Ayer Foster no trajo bastante. —le dijo la cantidad de cercado que necesitaban y rebuscó en su bolsillo para sacar las llaves.
Cuando ella las cogió, Edward la tomó por la barbilla y le levantó la cara hacia él.
—Confío en ti para que estés aquí cuando regrese. —señaló él con un indicio de advertencia en la voz.
Irritada porque no confiaba en ella, Bella lo miró furiosa.
—Lo sé. Estaré aquí —contestó rígidamente—. No soy una mentirosa.
Edward asintió con la cabeza y soltó su barbilla.
Sin decir otra palabra, dio media vuelta y se fue. Durante un minuto observó la forma alta que se alejaba antes de volver a la casa, vagamente irritada porque no la había besado. Eso era lo que habría querido; era una tontería sentirse decepcionada porque él seguía sus órdenes. Tomándolo como una indicación de hasta qué punto había caído ella bajo su hechizo, apartó firmemente su decepción.
Puntualmente, a las nueve se sentó ante el teléfono y se mordió los labios, incierta ante el paso que iba a dar. En cierto modo, Edward le pedía que escogiera entre él y James, una opción injusta, ya que James estaba muerto. Y había sido una persona muy especial.
Bella sabía que una parte de su devoción siempre sería de James... pero se había ido, y Edward estaba muy vivo.
Le pedía que dejara la casa que había compartido con su marido, que lo olvidara todo. Y ella lo había prometido; si rompiera esa promesa, tendría que dejar hoy el rancho, antes de que Edward volviera. No podía hacer eso. No ahora, no después de esa noche pasada en sus brazos. Tenía que averiguar lo que sentía realmente, y lo que sentía él, o lo lamentaría el resto de su vida.
Descolgó el auricular y marcó.
Diez minutos más tarde estaba sin trabajo.
Ahora que lo había hecho estaba al borde del pánico. No era el dinero; la verdad es que nunca le había preocupado el dinero. Al hablar con su supervisor, comprendió repentinamente que sólo las personas enamoradas hacían tales sacrificios. No quería amar a Edward Masen, no quería quedar tan vulnerable hasta que estuviera segura de poder confiar en él. No creía que Edward hubiera estado implicado alguna vez con Victoria, a pesar de los cuentos de Jessica.
No había ninguna sensación de intimidad entre Edward y Victoria, nada en su comportamiento que indicara una relación pasada. Obviamente era pura malicia por parte de Jess, algo en lo que ella destacaba.
No, de lo que Bella no estaba segura era del motivo que tenía Edward para perseguirla.
Quería creer desesperadamente que la quería por ella misma, pero estaba el hecho de que él era sumamente posesivo en lo referente al rancho. Había asumido el control y lo había hecho suyo y no tenía la menor duda de que lucharía con todas las armas que pudiera para conservarlo. Controlaba el rancho, pero legalmente era de ella, y puede que Edward tuviera siempre presente que podría venderlo y entonces él dejaría de tener el control.
¿Si estaba tan interesado en ella, por qué nunca hizo nada para ponerse en contacto con ella desde la muerte de James? No había sido hasta que ella vino para una visita y demostró un renovado interés por el rancho, cuando de repente pareció tan interesado en ella.
Mientras conducía la camioneta hacia el pueblo, la pregunta todavía la molestaba.
Toda su decisión dependía de una cosa.
Si ella confiara en él, si creyera que la quería como un hombre quiere a una mujer, sin otras complicadas consideraciones, entonces se quedaría con Edward en cualquier puesto que él quisiera. Por otra parte se negaba a dejar que la manipulara con sexo. Era un hombre sumamente dominante y viril. El sexo era una de las armas que podría usar contra ella, nublando sus sentidos con la necesidad sensual que despertaba en ella simplemente con tocarla. No se le ocurría otra forma de tomar una decisión excepto, simplemente, quedarse a su lado, esperando aprender lo suficiente del hombre a pesar de su control de hierro, y así poder ser capaz de confiar en él.
¡Hola, nenas! Y fiel a sus instintos, nuestra Bella no dudo en querer escapar luego de pasar la noche con Edward. Tan bien como nuestro vaquero la conoce, sabe muy bien lo que planearía. Se me hizo muy curiosa la manera en la que ni siquiera le dio oportunidad a Bella de hablar, él ya sabía que ella se quería ir. Ahora han llegado a un acuerdo que le permitirá a Bella examinar sus sentimientos, ¿será que lo respetan al pie de la letra? Y Jessica sigue tirando más de su veneno, aunque creo que ya sabemos porque, le corroen los celos y claramente siente algo por Edward. Pero según lo que pudimos ver, Edward nunca le ha prestado atención de la manera en la que ella quiere. Ame a Bella bajando a desayunar con él porque lo quería ver y el beso que le dio. Son bellos bellos. Y Victoria sigue desaparecida, esa mujer algo se trae.
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—Ariam. R.
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