Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es completamente de la maravillosa Linda Howard, yo solo hago la adaptación. Pueden encontrar disponible todos los libros de Linda en línea (Amazon principalmente) o librerías. ¡Es autora de historias maravillosas! Todos mis medios de contacto (Facebook y antigua cuenta de Wattpad) se encuentran en mi perfil.
Él sólo esperó hasta que estuvieron fuera del alcance del oído de los otros antes de guiar a su caballo cerca del de ella y decir con una peligrosa calma.
—Más vale que me des una buena explicación.
Bella le dirigió una feroz mirada con los ojos entrecerrados.
—Lo mismo va por ti —contestó con rabia—. Por ejemplo, ¿por qué estabas besándote y abrazándote con Jessica ayer tarde, y en cambio esta mañana la has tratado como a un trapo sucio? ¿Fue una representación en mi beneficio?
Una repentina diversión iluminó sus oscuros ojos.
—Jessica nunca ha hecho nada en tu beneficio.
—¡Deja de jugar conmigo, maldita sea! —dijo furiosa—. Ya sabes lo que quiero decir.
—Estás celosa. —habló él arrastrando las palabras, parecía tan satisfecho consigo mismo que Bella casi explotó de cólera.
—¡No lo estoy! —gritó—. ¡Por mí puedes salir con todas y cada una de las mujeres de Texas! Quiero saber porque fuiste ayer tan amistoso con ella y hoy la has tratado como a un perro sarnoso. En el pueblo corre el rumor de que te acuestas con Jessica. —se sintió enferma sólo con decir las palabras, y sus manos se tensaron en las riendas, haciendo que el caballo gris se agitase y sacudiera la cabeza.
—Oh, te preocupa, bien —contestó él-— ¿Por qué si no has cogido tal rabieta esta mañana?
Bella ignoró la provocación de ese comentario, sin ser ya capaz de preguntarle sin rodeos.
—¿Alguna vez has hecho el amor con Jessica? —preguntó con voz áspera; luego tuvo que tragarse una repentina oleada de náuseas. ¿Qué iba a hacer si lo admitía, si sólo con sólo pensar en él tocando a otra mujer hacía que se sintiera enferma?
No podría soportarlo.
—No —dijo sencillamente, ignorando completamente de que la cordura de ella dependía de su respuesta—. Pero no por falta de oportunidades. ¿Eso contesta a tu pregunta? ¿O tienes algo más de lo que acusarme? Seguramente soy sospechoso de haberme liado con toda aquella mujer del condado que haya sido abandonada.
Bella casi se estremeció por el sarcasmo. Edward normalmente no discutía, pero cuando lo hacía tenía una lengua mortífera. Sus ojos oscuros eran enormes y muy tristes.
—Jessica está enamorada de ti. —dijo. No había querido decirlo, aunque luego pensó que lo más seguro es que él lo supiera. Jess no era una mujer sutil.
Él bufó.
—Jessica no ama a nadie más que a sí misma. Va de hombre a hombre del mismo modo en que una mariposa va de flor en flor. ¿Pero por qué debería preocuparte quién calienta mi cama? Tú no quieres compartirla. Incluso me dijiste que me buscara a alguien cuando necesitar sexo.
La garganta de Bella se cerró cuando lo miró desvalida. ¿Acaso era tan ciego? ¿No podía ver que cada centímetro de su cuerpo lloraba por él? Pero gracias a Dios que no lo veía, porque si supiera como se sentía nunca sería capaz de controlarle... o a sí misma. Quería estar segura de él; quería confiar en él antes de que se viera tan involucrada que no le quedara ninguna defensa, pero se sentía presionada por todos lados para lanzar su precaución al viento. Si ella no lo reclamaba, Jessica lo haría; si ella no le daba satisfacción sexual, alguien más lo haría.
Edward frenó a su caballo y se inclinó sobre agarrando las riendas de ella y deteniendo al caballo gris.
—Mira —dijo con toda claridad, sus ojos oscuros eran ilegibles bajo el ala de su sombrero negro—. Necesito el sexo. Soy un hombre normal, sano. Pero soy yo el que controla mis necesidades, no ellas las que me controlan a mí. No deseo a Jessica. Te deseo a ti. Esperaré... un poco.
La furia repentina le devolvió la voz y apartó de un manotazo la mano masculina que sujetaban las riendas.
—¿Y entonces qué? —escupió ella—. ¿Saldrás a vagabundear como un gato?
Se movió a toda velocidad, la mano enguantada salió disparada y la atrapó por la nuca.
—No tendré que vagar —canturreó dulcemente con una nota peligrosamente sedosa en su voz—. Sé exactamente donde está tu dormitorio.
Ella abrió la boca para gritarle y él se inclinó, absorbiendo las furiosas palabras con su boca, cuando la acercó aún más, la mano de acero sobre su cuello, manteniéndola justo donde quería.
Bella se estremeció, caliente, suave, los labios moldeándose a los movimientos del hombre, saboreando el sabor a café de su boca cuando permitió la entrada de su lengua. La mano de él oprimía suavemente sus pechos, luego empezó a vagar hacia su estómago. Era incapaz de detenerlo, ni siquiera podía pensar en hacerlo, su cuerpo esperaba obedientemente las caricias. Pero el caballo de él no estaba de acuerdo con la situación y se alejó corcoveando del caballo castrado, obligando a Edward a soltarla para afianzarse en su montura de nuevo. Calmó al semental con un murmullo, pero sus ojos la quemaron con un oscuro fuego.
—No tardes mucho en decidirte —la aconsejó suavemente—. Estamos perdiendo mucho tiempo.
Lo miró confundida e indefensa cuando él se alejó, su alto cuerpo moviéndose en perfecta sintonía con el poderoso caballo. No sabía que más hacer. Pensó en volver a la casa, pero recordó lo perdida y desgraciada que se sintió el día anterior cuando no fue a montar con Edward. Al menos cuando estaba con él podía mirarlo y saborear en secreto la emoción que siempre sentía cuando lo miraba. La necesidad que sentía por él era casi tan fuerte como una obsesión, como una enfermedad. Lo había llevado constantemente en sus pensamientos incluso durante los años que estuvieron separados y a pesar de los cientos de kilómetros que los separaban, y ahora que estaba tan cerca sentía la compulsión de mirarlo.
Durante el resto de la semana montó con él a caballo, dando cada paso que él daba, montando kilómetros interminables hasta que le dolieron todos y cada uno de sus músculos y huesos. Pero una combinación de orgullo y obstinación impidió que se quejara o se rindiera. Era bien consciente de que él sabía lo incómoda que se sentía.
Demasiado a menudo captaba un brillo de diversión en los ojos verdes. Pero Bella no era una quejica, y lo aguantó todo silenciosamente y cada noche se ponía el linimento que ya tenía un lugar fijo en su tocador. Podría haber permanecido en la casa, pero eso no la atraía en absoluto. Montar con Edward tenía sus recompensas, a pesar del castigo que suponía, porque así tenía el secreto placer de tenerlo ante sus ojos todo el día.
En cualquier caso se sumergió en la pesada rutina que era parte de la vida diaria del rancho. Después de aquel viaje para recoger suministros, Edward no le sugirió a Bella ninguna otra diligencia.
La hacía levantarse de la cama cada mañana antes del alba, y cuando aparecía la primera luz gris, ya estaban en la silla de montar. Si él repasaba la cerca, entonces ella repasaba la cerca, si movía los caballos de un pasto a otro, ella también.
Edward hacía todas las tareas del rancho, sin desdeñar ninguna, y ella comprendió mejor que nunca por qué tenía el respeto y la obediencia de todos los hombres que trabajaban allí.
La asombraba su resistencia. Ella no hacía nada del trabajo físico que hacía él, sólo seguía sus pasos, pero al final del día estaba tan cansada que apenas podía permanecer derecha en su silla cuando volvían a la casa. Pero los hombros de Edward estaban tan derechos al final del día como al comienzo y Bella veía a menudo las respetuosas miradas de admiración que los hombres le dirigían. No era un jefe de paja. Hacía todo lo que pedía que hicieran los demás.
Jasper Hale era su mano derecha, casi malhumoradamente callado, pero tan eficaz que a menudo Edward sólo tenía que hacer un movimiento de cabeza hacia una dirección y Jasper ya sabía exactamente lo que quería. Al recordar sus palabras acusadoras cuando descubrió que Jasper era el capataz, la avergonzó; incluso con la ayuda de Jasper, Edward todavía hacía el trabajo de dos hombres.
Los caballos eran el interés principal de Edward, aunque de ningún modo descuidaba cualquier otro aspecto del rancho. Los caballos eran tratados con un intenso cuidado. No había herida, por insignificante que fuera, que no se tratara. No se ignoraba ninguna enfermedad, y cualquier cosa que concernía a su comodidad se hacía sin dudarlo. A menudo ejercitaba a los sementales él mismo y los fogosos animales se comportaban mejor con él que con cualquier otro hombre que los ejercitara.
Bella se sentaba en la cerca y observaba a los garañones, casi muriendo de envidia por lo mucho que ansiaba montar a uno de esos hermosos animales, pero Edward se negó con firmeza a permitirle que se acercara a ellos. Aunque eso la irritaba, lo aceptaba porque sabía lo valiosos que eran y admitía que si uno de ellos optase por no obedecerla, ella no era lo suficientemente fuerte para imponerles su voluntad.
Se mantenía a los sementales separados los unos de los otros y nunca los ejercitaban al mismo tiempo, no sólo para prevenir peleas, sino también para mantenerlos tranquilos. Un rival cerca trastornaba a los garañones incluso aunque las cosas no llegaran a una pelea.
Edward le recordaba a los sementales, pero él se comportaba esos días escrupulosamente, ni siquiera intentaba robar un beso, aunque a veces lo cogía mirándola fijamente los labios o el empuje de sus pechos bajo las camisas de algodón que llevaba.
Aunque sabía que él estaba esperando oír su decisión, esos días no intentaba decidir nada; se estaba divirtiendo, y además estaba tan cansada al final de la jornada que no tenía ganas de andar buscando en su alma. Hacía exactamente lo que había querido: estaba con él, conociéndolo. Pero Edward era bastante más complicado para que pudiera conocerlo en sólo unos días.
Las sesiones de reproducción también eran un coto prohibido para ella, otra orden que no había discutido. Aunque al parecer Jessica se encontraba allí completamente a gusto, por una vez, Bella no estaba celosa de ella. Aunque Edward no intentaba proteger a Jessica, sí extendía esa protección a Bella, y ella se alegraba.
Era demasiado sensible, demasiado armonizada con la sensualidad de Edward, para sentirse cómoda con la reproducción. Entonces, un día, mientras Edward estaba ocupado con la cría de caballos, ella volvió a la casa para descansar una hora. Pero después de unos minutos de relajación en que sintió como sus músculos doloridos se desanudaban, empezó a sentirse culpable de no hacer nada mientras Edward todavía trabajaba. Y tuvo un feliz pensamiento. Podía aliviarlo de un poco de trabajo administrativo y se puso cómoda en el estudio.
Sin embargo, después de un rápido vistazo al montón de correspondencia y a las cuentas que había sobre el escritorio, comprendió que él estaba sorprendentemente bien organizado.
Todas las cuentas estaban al día. ¿Pero cómo iba a ser de otra manera? Edward era eficiente en todo lo que hacía. Sólo el correo del último par de día estaba sin abrir, pero había estado trabajando hasta muy tarde y no había tenido tiempo de actualizar el trabajo administrativo. Satisfecha por estar ocupada, Bella ordenó el correo que iba dirigido personalmente a Edward en un montón, y en otro montón las facturas que eran lisonjeramente pocas, prueba de que el rancho iba bien.
Rápidamente abrió las facturas y las estudió: facturas para grano, facturas para las provisiones necesarias para mantener el rancho, facturas del veterinario que le parecieron astronómicas. Aprensiva otra vez, abrió el libro de contabilidad y se lo acercó, preguntándose si una vez pagadas esas facturas, todavía habría bastante para los sueldos de los trabajadores.
Su dedo fue a la columna de balance y bajó rápidamente al último apunte.
Estupefacta, clavó los ojos en lo escrito, incapaz de creer lo que veía.
¿El rancho iba bien? De algún modo había tenido la impresión de que el rancho era sólido, pero no rico, capaz de proveer una buena vida, pero no lujosa. ¿Cómo podía reconciliar aquella idea con el número que la estaba mirando fijamente, aquel número escrito con la letra de Edward? ¿Si todas las ganancias se invertían en el rancho, entonces que era esto?
Un repentino escalofrío recorrió su espalda y hojeó las facturas otra vez. ¿Por qué no lo había notado la primera vez? ¿Por qué no había recogido la indirecta que había recibido en el pueblo? Cada una de aquellas facturas estaban a nombre de Edward Masen.
Sabiendo lo que encontraría, buscó el talonario de cheques y en su lugar encontró el libro mayor de cheques, todos ellos a nombre de Edward Masen y bajo él, la inscripción: Rancho S.
Todo eso no demostraba nada, se dijo severamente.
Desde luego su nombre estaba en los cheques. ¿Los había firmado él, verdad? Se levantó y fue a buscar a Victoria que había sido la fideicomisaria hasta que Bella cumplió los veinticinco y a cuyo nombre deberían haber ido los cheques.
—Oh, eso —dijo Victoria en tono aburrido, ondeando la mano—. Hace años le cedí el control a Edward. ¿Por qué no? Como muy bien dijo él, era una pérdida de tiempo venir a consultarme las decisiones.
—¡Deberías habérmelo dicho! —dijo Bella bruscamente.
—¿Por qué razón? —preguntó Victoria, también con brusquedad—. Tú te ibas a la universidad, así que de todas formas no ibas a estar aquí. ¿Si todo esto te preocupa tanto, por qué has esperado hasta ahora para volver?
Bella no podía contestar a eso, así que regresó al estudio y se sentó pesadamente, intentando que su mente lo asimilara. Edward había tenido el control directo del rancho y del dinero durante todos estos años. ¿Por qué eso la alarmaba? Sabía que no la había engañado. Que cada céntimo había sido tomado en consideración. Era sólo que se sentía traicionada de un modo que no había creído posible.
Si Victoria había firmado para dar el control a Edward antes de que Bella se fuera a la Universidad, tenía que haber sido aquel verano, cuando tenía diecisiete años.
Había decidido ir a la universidad en el último minuto, dividida entre la agonía de dejar su casa y el miedo, casi incontrolable, que le tenía a Edward. Siempre había considerado que la escena sexual en el río había sido culpa de ella, había tenido miedo de su propio cuerpo y del modo en que respondía a él. Pero ahora... ¿la había hecho el amor deliberadamente? Ya tenía el control del rancho, pero sabía que era un control temporal y podía haber una abrupta parada cuando ella llegara a la mayoría de edad.
El siguiente movimiento lógico era ponerla a ella también bajo su control, dominarla tan completamente que nunca intentara arrebatarle el rancho.
No quería pensar eso. Se sintió enferma, desconfiando tanto de él cuando había trabajado tan duramente. ¡Pero, maldición, no era precisamente por el rancho por lo que estaba preocupada! ¿Acaso se había dejado enamorar por un hombre que la veía sólo como el medio necesario para conseguir un fin, un camino que finalmente hiciera que el rancho fuera suyo? La conocía mejor que nadie en el mundo. Sabía que podía controlarla con su magia sensual. ¡No era raro que el que ella quisiera alejarse de él lo hubiera puesto tan nervioso! ¡Le había estropeado sus planes!
Inspirando profundamente, Bella intentó detener los descabellados pensamientos que rondaban como locos por su mente.
No podía estar segura de eso.
Tenía que otorgarle el beneficio de la duda, al menos de momento. ¡Si sólo supiera que él tenía en mente! Si al menos él hablara, si dijera que el rancho era lo más importante para él. Ella lo entendería. Edward había pasado por el infierno y no podía culparlo si había hecho del rancho un santuario al que quisiera aferrarse.
Aunque en cierto modo la idea era incongruente. Él era tan fuerte. ¿Por qué necesitaría un santuario? Pero no hablaría de por lo que había pasado, no dejaría que nadie compartiera con él esa carga, así que realmente ella no tenía idea de lo que sentía por el rancho o por cualquier otra cosa.
No estaba preparada para enfrentarse a él cuando la puerta se abrió de repente, no estaba preparada para la negra furia que contrajo su cara cuando vio el libro de contabilidad abierto en el escritorio.
—¿Qué haces? —gruñó suavemente.
Una calma nacida de la entumecida certeza de que sus peores miedos habían sido certeros, la permitieron seguir sentada, enfrentarse a él y dar un tono uniforme a su voz.
—Estoy mirando los libros. ¿Tienes alguna objeción?
—Puede ser, especialmente cuando actúas como si hubieras estado intentando cogerme cometiendo fraude. ¿Quieres contratar a un contable para estudiar los libros y asegurarte de que no soy un defraudador? Podrás comprobar que cada céntimo está exactamente donde debe estar, pero adelante. —pasó al lado del escritorio y la miró con los ojos verdes y duros. Mirándolo de reojo, vio que agarraba su sombrero con tanta fuerza que los nudillos se le habían puesto blancos.
Bruscamente, Bella cerró de golpe el libró de contabilidad y se levantó de un salto, sentía tanto dolor dentro de ella que no podía permanecer sentada. Levantando la barbilla, le sostuvo la mirada.
—No me preocupa el que hayas cogido dinero. Tengo mejor criterio que eso. Sólo es que... estoy asombrada de ver que todo está a tu nombre. Victoria ya no es un testaferro, y no lo ha sido durante años. ¿Por qué no me dijisteis nada? Te podías imaginar que sabría lo que pasa en mi rancho, o por lo menos debería saberlo.
—Deberías haberlo sabido —estuvo de acuerdo él—. Pero no estabas.
—¿Y ahora? —lo desafió—. Ahora sí estoy. ¿No debería haberse cambiado todo a mi nombre? ¿O has empezado a creer lo que dice todo el pueblo sobre "la tierra de Edward Masen"?
—¡Entonces cámbialo! —dijo él con violencia, y un rápido movimiento de su mano envió el libro de contabilidad al suelo—. Es tu maldito rancho y tu maldito dinero; ¡haz lo que quieras con ello! ¡Pero no me lloriquees por haber conservado en marcha este lugar mientras tú nunca te has molestado en preguntar cómo iba todo!
—¡No lloriqueo! —gritó Bella, empujando el montón de facturas y tirándolas al suelo—. ¡Quiero saber por qué nunca me has dicho que Victoria te había cedido el control del rancho!
—¡Tal vez no tenga una razón! ¡Tal vez nunca he pensado en ello! He estado trabajando como un esclavo durante años. No he tenido tiempo para ir a buscarte siempre que pasaba algo. ¿Tengo su permiso para pagar a los trabajadores, señora Cullen? ¿Estará bien si hago un cheque para pagar el cercado, señora Cullen?
—¡Oh, vete al infierno! Pero antes de irte, dime por qué hay tanto dinero en la columna del balance cuando me has hecho pensar que no sobraba el dinero, que todas los beneficios se reinvertían en el rancho.
Una de las manos masculinas salió disparada y la sujetó por el brazo, agarrándola tan fuerte que dejaría la huella de la mano en su carne.
—¿Tienes idea de la gran cantidad de dinero que se necesita para criar a un semental? —dijo él con los dientes apretados—. ¿Sabes lo que cuesta un buen garañón? Hemos estado criando una gran cantidad de caballos, pero nos hemos diversificado con los Thoroughbreds y necesitamos dos sementales más, más yeguas de cría. ¡No puedes pagar con tu tarjeta de crédito, pequeña! ¡Hay que tener un montón de maldito dinero disponible! —repentinamente gruñó— ¿Por qué te tendría que explicar algo? ¡Eres la jefa, así que puedes hacer lo que te de la maldita gana!
—¡Tal vez lo haga! —gritó ella, soltándose el brazo de los dedos que la lastimaban.
A pesar de todos sus esfuerzos, las lágrimas brillaron en la oscuridad de sus ojos cuando lo miró por un momento; entonces giró y salió corriendo del estudio antes de que pudiera deshonrarse llorando.
—¡Isabella! —lo oyó llamarla cuando cerró la puerta, pero no volvió.
Fue a su habitación y cerró cuidadosamente la puerta, luego se sentó en la mecedora con un libro de espías en las manos, pero no podía leer. Se negó a ceder ante las lágrimas, aunque tenía un nudo en la garganta y tuvo que luchar para controlarse. Era una pérdida de tiempo llorar. Sólo tenía que aceptar las cosas como eran. La violenta reacción de Edward al encontrarla examinado los libros sólo quería decir una cosa: no quería que ella supiera como manejar el rancho porque no quería que asumiera el control y le restara autoridad. A pesar de su acusación sabía que él era honrado hasta el tuétano y sospechaba que el hombre no creía que ella sospechaba de él.
No, la había atacado porque Edward era un buen guerrero y conocía la regla más importante en un combate: ser el primero en atacar.
Vale, había algo de fanático en él en todo lo que se refería al rancho, trató de razonar consigo misma. Al menos podía confiar en que haría lo mejor y que no trataría de embolsarse los beneficios. Era sólo que quería que pensara en ella tanto como en el rancho... No más, no pediría eso, sólo que ella y el rancho fueran igual de importantes.
Había llegado a creer que durante estos últimos días se habían acercado; incluso cuando habían peleado había sido consciente de una unión entre ellos y sabía que él también lo había sentido. Había sido algo más que una atracción sexual, al menos para ella. Aunque nunca podía mirarlo sin recordar en alguna pequeña esquina de su cerebro la intensidad con que la había hecho el amor, se había sentido cerca de él de otras formas.
Eso por soñar despierta, se dijo, dejando caer el libro en su regazo. ¿Acaso no había aprendido ya que Edward era un hombre difícil de leer?
Aunque a la mañana siguiente se despertó pronto, no bajó para desayunar con él ni para pasar el día a su lado.
En lugar de eso se quedó en la cama hasta que estuvo segura de que se había ido, luego pasó el día haciendo una limpieza a fondo del piso superior, más para mantenerse ocupada que porque la casa lo necesitara. También evitó a Edward durante el almuerzo, aunque oyó la risa de Jessica flotando en el aire y supo que su hermanastra lo acompañaba.
¿Y qué si lo hacía?
Después de tomar su propio almuerzo apresuradamente en la cocina después de que Edward volviera al trabajo, Bella volvió a la limpieza. Había dejado el dormitorio de Edward para lo último y cuando entró en él se quedó aturdida por sentirse tan emocionada por su persistente presencia.
El caliente olor masculino parecía llenar el cuarto.
La almohada todavía estaba hundida allá donde su cabeza había descansado. La cama parecía como si hubiera estado en una guerra. La ropa que había llevado el día anterior estaba tirada en el suelo y probablemente había sido apartada del camino con una patada. Nada más podía haber producido tal maraña en la camisa, los calzoncillos, los vaqueros y los calcetines.
Ya había ordenado el cuarto y estaba puliendo los muebles de roble cuando entró Jessica y se tumbó sobre la cama.
—El rol de ama de casa no lo impresionará. —habló arrastrando las palabras.
Bella se encogió de hombros, controlándose con dificultad. Últimamente todo lo referente a Jessica la irritaba.
—No trato de impresionarlo. Estoy limpiando la casa.
—Oh, vamos. Has pasado cada día con él, mostrándole lo mucho que te interesa el rancho. Esto no supondrá ninguna diferencia. Edward tomará lo que le ofreces sin dar nada a cambio. Te está hablando la voz de la experiencia. —agregó con sequedad.
Bella dejó caer el paño abrillantador, y sus manos se apretaron en puños. Girándose hacia Jessica, dijo acaloradamente:
—Me estoy cansando de todo este rollo. Creo que tu veneno son simples celos. Nunca ha sido tu amante y no me podrás convencer de lo contrario. Creo que has hecho lo que has podido para acostarte con él y siempre te ha rechazado, pero ahora que finalmente te has enfrentado al hecho de que nunca será tu amante, no puedes soportar la verdad.
Jessica se enderezó, su cara se puso pálida. Bella se preparó para el ataque, sabiendo que Jessica siempre se enfurecía a la menor contrariedad. Pero en lugar de eso, la mujer miró a Bella durante un largo rato con todo el cuerpo tenso. Luego, lentamente, una mirada desgarrada apareció en sus ojos.
—Le he amado durante tanto tiempo —murmuró—. ¿Tienes idea de cómo me siento? He esperado durante años, segura de que un día comprendería que yo soy lo que realmente quiere; luego tú te presentas para reclamar el rancho y él me ha cerrado la puerta en la cara. ¡Maldita seas, te fuiste durante años! No le darías ni la hora, pero como posees este rancho dejado de la mano de Dios, Edward me ha apartado a un lado para poder perseguirte a ti.
—Decídete —dijo Bella entre dientes—. ¿Es él quien me usa o soy yo quien lo uso a él?
—¡Él te usa! —escupió Jess—. No eres mi rival; nunca lo has sido, ni siquiera cuando te hizo el amor en la orilla del río. ¡Es este rancho, este pedazo de tierra lo que le gusta a él! Tú no significas nada para él, ninguna de nosotras significa nada. He intentado convencerte para que se lo preguntes, pero eres demasiado cobarde, ¿verdad? ¡Te da miedo lo que podría contestarte!
El labio de Bella se movió con desprecio.
—No pido compromisos a no ser que la relación sea seria.
—¿Y lo usas para desahogarte? —lanzó Jessica—. ¿Lo sabe él?
—No lo he usado para nada. —negó Bella buscando a su alrededor algo para tirarle a la cara, reliquia de la infancia que pudo dominar aunque con dificultad.
—¡Pues yo apostaría a que sí!
Sólo la salida de Jessica, tan abrupta como su entrada, salvó a Bella de acabar con una rabieta.
Se quedó allí parada en medio de la habitación, con el pecho subiendo y bajando acaloradamente mientras trataba de controlarse. No debería dejar que Jess la irritara hasta ese punto, pero tenía un carácter algo explosivo y Jessica siempre había sabido cómo hacerla explotar. Había conseguido serenar algo su carácter mientras estuvo casada con James, pero desde que había vuelto a Texas parecía que esa serenidad ya no existía. Estos días estaba reaccionando simplemente a las señales que recibía en el cerebro, ya fueran para amar o pelear; todo su control parecía haber desaparecido.
Todavía no quería ver a Edward, así que la llamada telefónica de Lauren durante la tarde fue especialmente bienvenida, sobre todo cuando Lauren le recordó los bailes de los sábados por la noche. Hoy era sábado, y de repente, Bella quiso ir.
—Le he dicho a todo el mundo que vendrías —se rió Lauren con un tierno chantaje—. Toda la antigua pandilla estará allí, bailen o no, así que no puedes fallarnos. Será divertido. Todavía son reuniones informales, así que no es necesario que te arregles mucho. Basta con algún vestido ligero. Nosotras, las mayores tendemos a mantenernos alejadas de los vaqueros, ahora que nuestras caderas son más anchas. —dijo irónicamente.
—Me da la impresión de que hace siglos que no me pongo un vestido. —suspiró Isabella—. Me has convencido. Te veré allí.
—Te guardaremos una silla. —prometió Lauren.
La idea de volver a ver a sus antiguos compañeros de clase llenó de anticipación a Bella mientras se duchó y se maquilló, luego se cepilló el pelo color fuego castaño, en una suave nube que se arremolinó alrededor de sus hombros.
El vestido veraniego que había escogido era sencillo, con amplios y cómodos tirantes y la brillante falda acentuaba la esbeltez de su cintura. Se abrochó un cinturón dorado y deslizó elegantes brazaletes en sus muñecas. Las delicadas sandalias con un pequeño tacón completaban el atuendo. Se hizo una mueca a sí misma en el espejo. Con aquel vestido de un inocente blanco parecía de nuevo una adolescente.
Entró rápidamente en la cocina para decirle a Sue a donde iba, y la cocinera inclinó la cabeza.
—Es bueno que salgas un poco. ¿Por qué no coges una de aquellas gardenias del arbusto de enfrente y te la pones detrás de la oreja? Tengo debilidad por las gardenias. —dijo distraídamente.
Preguntándose qué antiguo romance asociaba con las gardenias, Bella arrancó obedientemente una de las flores blancas y cremosas y se la acercó a la nariz para inspirar el perfume increíblemente dulce. Se la colocó tras la oreja y volvió para mostrarle el resultado a Sue que indicó su aprobación. Con la advertencia de la mujer de conducir con cuidado, fue hacia el coche familiar y se sentó tras el volante, contenta de haber podido evitar a Edward durante todo el día.
Que ella pudiera recordar, el baile siempre se había celebrado en el centro municipal.
Era un edificio medianamente grande, capaz de acomodar a una multitud de bailarines, bastantes mesas y sillas para los que querían sentarse, una banda que tocaba en directo y un pequeño tenderete que vendía refrescos a los más jóvenes y cerveza a los más viejos. Los adolescentes tenían pocas posibilidades de conseguir una cerveza porque todo el mundo conocía a todo el mundo, así que no les serviría de nada mentir sobre su edad.
Ya había una respetable cantidad de gente cuando llegó Bella y tuvo que aparcar en la parte más alejada, pero incluso antes de llegar al edificio ya era aclamada por antiguos compañeros de clase, y acabó entrando en el centro de un ruidoso y alegre grupo.
—¡Por aquí! —oyó llamar a Lauren, y miró a su alrededor hasta ver a su amiga de puntillas y agitando las manos frenéticamente. Bella la saludó y se abrió paso entre la multitud hasta alcanzar la mesa de Lauren, donde cayó agradecida en la silla que habían guardado para ella.
—¡Uf! —se rió—. Debo ser más vieja de lo que pensaba. Sólo pasar entre tanta gente ya me ha agotado.
—No pareces cansada —dijo con admiración un hombre de cabello oscuro, inclinándose hacia ella a través de la mesa—. Todavía te pareces a la fascinante muchacha que rompió mi corazón cuando iba al colegio.
Bella lo miró con intensa concentración, intentando colocarlo entre sus compañeros de clase sin lograrlo.
Entonces su memoria puso nombre a aquella sonrisa ladeada.
—¡Emmett McCarty! —dijo calurosamente—. ¿Cuándo has regresado a Texas? —su familia se fue de aquí cuando ella estaba todavía en el colegio, así que nunca había pensado que lo volvería a ver.
—Cuando acabé la facultad de derecho. Decidí que Texas necesitaba el beneficio de mi sabiduría. —bromeó él.
—No le hagas caso —la aconsejó Mike Newton, el marido de Lauren—. Toda la educación que ha recibido le ha podrido el cerebro. ¿Reconoces a los demás? —le preguntó a Bella.
—Creo que sí —dijo mirando alrededor de la mesa.
Su mejor amigo, Jake Black, estaba allí con su esposa, Leah, y los abrazó a ambos.
Recordó otra vez la cariñosa predicción de Charlie Swan y Billy Black, de que sus hijos se casarían cuando crecieran, pero la amistad de la infancia había seguido siendo amistad y ninguno de los dos se interesó nunca románticamente en el otro.
Carmen Denali, una morena alta que escondía un talento para la travesura detrás de una lánguida conducta, había sido la mejor amiga de Bella en el instituto y las dos se abrazaron con entusiasmo. Carmen estaba con un hombre que Bella no había visto nunca y que le presentaron como Eleazar McLendon de Australia. Estaba de visita en la zona mientras estudiaba la cría en Texas. Sólo quedaba Emmett como el único varón libre, y automáticamente se le emparejó con Bella. A ella le pareció bien ese arreglo ya que él le había gustado cuando eran más jóvenes y ahora no veía ninguna razón para cambiar de opinión.
Durante un rato trataron de ponerse al día con los viejos chismes, pero la banda estaba en plena actividad y dejaron de esforzarse. Lauren señaló la muchedumbre que bailaba.
—Desde que la música de Texas se ha hecho popular, cada vez es más difícil conseguir que toquen algo agradable, lento, soñador —se quejó— ¡y antes de esto, han puesto música disco!
—Te estás hacienda vieja —bromeó Mike—, cuando íbamos a la escuela no bailábamos piezas agradables, lentas, soñadoras.
—¡Tampoco era madre de dos monstruitos cuando íbamos a la escuela! —replicó ella.
Pero a pesar de lo que pensaba del estilo del baile, lo tomó de la mano y lo llevó a la pista de baile. Al cabo de unos minutos la mesa se había vaciado, y Bella, naturalmente, todavía estaba emparejada con Emmett.
Era bastante alto, así que se sintió cómoda bailando con él. Su técnica era sencilla y fácil de seguir y no intento ninguna floritura con los pasos. Sólo la sostuvo con firmeza, pero no lo suficiente cerca como para que ella pudiera protestar y se movieron al compás de la música.
—¿Has venido para quedarte? —preguntó él.
Ella miró hacia aquellos acogedores ojos azules y sonrió.
—Aún no lo sé. —dijo sin querer entrar en detalles.
—¿Hay alguna razón que te impida quedarte? El rancho es tuyo, ¿no?
Parecía que él era el único que se daba cuenta de ello y la sonrisa que le dirigió reflejaba su aprecio.
—Es que he estado lejos mucho tiempo. Ahora tengo una vida y amigos en Chicago.
—Yo también he estado lejos mucho tiempo, pero Texas siempre ha sido mi casa.
Bella se encogió de hombros.
—Todavía no lo he decidido. Pero de momento no tengo planes inmediatos de volver a Chicago.
—Me alegro —dijo él con ligereza—. Me gustaría darte la posibilidad de que me rompas el corazón otra vez, si no te importa.
Ella echó hacia atrás la cabeza y se rió a carcajadas.
—Eso ha estado muy bien. De todas formas, ¿cuándo te rompí yo el corazón? Te fuiste antes de que fueras lo suficiente mayor para empezar a tener citas.
Emm lo pensó y dijo finalmente:
—Creo que todo empezó cuando yo tenía doce años y tú diez. Eras una cosita tímida con unos enormes ojos oscuros y despertaste todos mis instintos protectores. Cuando cumpliste los doce años, me quedé enganchado para siempre. Nunca he sido capaz de olvidar esos grandes ojos tuyos.
Sus ojos centelleaban mientras hablaba de su joven encaprichamiento y pudieron reírse juntos, recordando los dolorosos y torpes amores que cada uno desarrolló en la adolescencia.
—Lau me ha dicho que eres viuda. —dijo él cuidadosamente, poco después.
Bella no pudo evitar una punzada de dolor al pensar en James, así que bajó las oscuras pestañas para encubrir la tristeza de sus ojos.
—Sí. Mi marido murió hace dos años. ¿Y tú? ¿Te has casado?
—Sí, mientras estaba en la universidad. No duró mucho. Nada traumático —dijo con su encantadora sonrisa torcida—. No debía ser un amor duradero porque nos fuimos distanciando poco a poco y nos divorciamos sin las amargas peleas que parece que son obligatorias. No teníamos hijos o propiedades por los que luchar, así que firmamos los papeles, recogimos nuestra ropa y eso fue todo.
—¿Y ninguna amistad especial desde entonces?
—Una —admitió él—. Otra vez nada duradero. No tengo prisa. Me gustaría establecerme antes de empezar a buscar seriamente una esposa, supongo que será dentro de unos pocos años.
—¿Pero realmente quieres una esposa? —preguntó ella, algo asombrada por esa actitud.
Las mayoría de hombres solteros que conocía, especialmente los divorciados, tenían ideas definitivas acerca de evitar el matrimonio y vivir a cambio una vida agitada.
—Claro, quiero una esposa, hijos, todo el lote. Soy un hombre hogareño —admitió él—. Probablemente me arriesgaría ahora mismo si encontrara a la mujer que me hiciera sentir ese algo especial, pero hasta ahora no la he encontrado.
Bella no dejó de advertir que él no había sentido hacia ella ese algo especial y el saberlo hizo que se relajara totalmente en su presencia. La miraba como a una amiga, no con un interés romántico, y era así como ella quería que la mirase. Por eso bailó varias piezas con él y regresó a la mesa con la desesperada necesidad de beber algo frío.
—Haré los honores —dijo Jake Black—. ¿Alguna de estas damas quiere una cerveza?
Ninguna quiso, optando todas por los refrescos, entonces Jake se metió entre la muchedumbre, dando empujones para abrirse paso.
A pesar de la gran cantidad de gente que había allí, regresó al cabo de cinco minutos con una bandeja abarrotada de cervezas y refrescos.
El tiempo pasó agradablemente mientras hablaban y ocasionalmente salían a bailar intercambiando parejas. Emmett invitó a Bella a cenar el fin de semana siguiente y ella aceptó, segura de que se volvería loca sin la perspectiva de alejarse por algún tiempo del territorio de Edward.
Se estaba haciendo tarde y estaba bailando de nuevo con Emmett, no había tanta gente porque había quien ya había empezado a marcharse, cuando se encontró mirando directamente a través de la sala a los oscuros ojos verdes de Edward.
Estaba de pie atrás de todo, sin hablar con nadie y sintió su mirada sobre ella.
Sobresaltada, le dio la impresión de que había estado allí parado desde hacía ya un rato, mirándola mientras bailaba con Emmett. Su cara era una máscara dura, inexpresiva. Apartó la vista de él y siguió bailando. Vale, Edward estaba allí. ¿Y qué? Ella no había hecho nada para sentirse culpable.
Al cabo de quince minutos empezaron a despedirse.
Cuando les estaba dando las buenas noches a sus amigos, sintió unos largos dedos alrededor de su brazo, y supo por la sensación que sintió quien era el que la cogía por el brazo antes de girarse para mirarlo.
—Tengo que pedirte que me lleves al rancho —dijo él suavemente—. Uno de los hombres ha venido conmigo y se ha llevado prestada mi camioneta.
—Claro —asintió Bella.
¿Qué otra cosa podía hacer?
No dudaba de que hubiera prestado su camioneta, pero se preguntó cuánto tiempo había tenido que buscar para encontrar a alguien a quién prestársela. En realidad, no importaba. En unos segundos iba andando por el aparcamiento con él a su lado, con su mano caliente todavía en el codo.
—Yo conduciré. —dijo, cogiendo las llaves de su mano cuando ella empezó a abrir la puerta.
Sin protestar entró y se deslizó al asiento del copiloto.
Edward condujo despacio, los duros rasgos no revelaban nada bajo las débiles luces de la carretera. Bella contempló la luna menguante y recordó la plateada luz de la luna llena que había iluminado su cama cuando él hizo el amor con ella.
El recuerdo encendió una caliente llama en su cuerpo y se movió en una involuntaria respuesta.
¡Si al menos no fuera tan consciente de él sentado allí, a su lado!
Podía oler el delicioso aroma excitantemente masculino, y frustrada recordó como era sentirse apretada contra él durante los movimientos eternos del acto de amor.
—Mantente apartada de Emmett McCarty.
El gruñido bajo y áspero la sobresaltó, la sacó bruscamente de sus ensueños sensuales y lo miró fijamente.
—¿Qué? —preguntó, aunque lo había entendido perfectamente.
—He dicho que no te quiero ver con Emmett McCarty —la complació explicándolo más extensamente—. O para el caso, con cualquier otro hombre. No creas que sólo porque estuviese de acuerdo en permanecer apartado de tu cama, te complaceré y miraré como metes a otro en ella.
—¡Si quiero salir con él, lo haré! —dijo ella desafiante—. ¿Quién te crees que eres, hablándome como si tuviera la costumbre de meter en mi cama a cualquier hombre que me lo pida? No estamos comprometidos, Edward Masen, y no tienes ningún derecho a decirme con quién puedo salir.
Ella vio como la mandíbula del hombre se tensaba, y Edward dijo entre dientes.
—Puede que no lleves mi anillo en tu dedo, pero eres tonta si piensas que fingiré que no hay nada entre nosotros. Eres mía, Isabella, y no dejo que nadie toque lo que es mío.
¡AHHHHHHH! ¡¿Alguien más está gritando? Porque yo sí, hahaha. Empezando desde el principio, realmente se aprecia que nos ilustren sobre todo lo que hace Edward en el racho, creo que eso nos permite comprenderlo un poco más. Me da la sensación de que un poco de lo que piensa Bella es cierto, Edward ama ese rancho, pero no creo que sea por fines monetarios, sino porque pertenece a la única familia que reconoce como suya. Charlie fue el único que lo acogió cuando todos dudaron de él (incluso su padre) y Bella es la mujer que ama. Esa partecita de Bella creyendo que la quiere solo por el rancho, es como…. ¡Mujer date cuenta, por favor! Creo que para Edward es un duro golpe a su orgullo que ella piense así, en parte por eso su molestia. Jessica, Jessica, me alegra que Bella la pusiera en su lugar por mezquina y mentirosa, ahora bien, creo que ella es parte del problema. Sus palabras calaron hondo en Bella, no olvidemos que fue ella quien le dijo que Edward solo estaba tras sus huesitos por el rancho. Entrando a otros temas, me encanta esta parte de Bella tomando las riendas y saliendo de casa a divertirse, también está bien que aclare su mente. ¡Sabía que Edward iría a su búsqueda! Esas ultimas palabras. AHHHH. Seee, que fuerte. Ya veremos cómo se sigue desarrollando esto ahora que Emmett asomo la cabecita. Gracias por sus rr y su cariño. ¡Excelente semana!
—Ariam. R.
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