Le llamaban Goldmane. El semental salvaje de las llanuras. Un afamado bandido vastaya que se había ganado un nombre a sangre y fuego hasta hacía unos pocos años, antes de desaparecer sin explicación durante todo ese tiempo. Hasta hace poco, cuando volvió a localizarsele.
No se sabía como, pero varios de sus antiguos compañeros criminales, buscando venganza por pasadas deudas, le localizaron entre el laberinto que eran los cañones de las Mesetas Ardientes. Una tierra sin valor minero alguno, pero que había parecido ser un buen escondite para Goldmane todos estos años.
No sé sabe exactamente que ocurrió. Pero solo uno de ellos volvió con vida tras internarse en las mesetas. Bueno, no tanto volver, como que el propio Goldmane le dejó marchar para que contara la historia. Y disuadir a cualquier otro de que seguir intentándolo.
Evidentemente, no funcionó. Desde entonces, una hilera interminable de cazarrecompensas, hombres de ley, y criminales rencorosos, habían salido en su búsqueda. La mayoría salía de aquel enorme laberinto sin hallar rastro de él. Otros... simplemente no volvían. Con sus cuerpos apareciendo muchas veces colgados de las paredes de la meseta. O incluso en los poblados cercanos.
Desde entonces, la recompensa ofrecida por la cabeza Goldmane no había hecho más que subir. Pero ya pocos se atrevían en ir en su busca, y muchos menos parecían poseer la habilidad necesaria para capturarlo.
Afortunadamente, Miss Fortune entraba en ambas categorías.
Sarah Fortune había capturado y ejecutado a más forajidos en su joven carrera, que la mayoría de veteranos de la zona combinados. Había perseguido a magos oscuros, y locos tecnológicos, hasta sus inexpugnables guaridas, y los había sacado a rastras sin mucho problema. Así que esta vez, no había motivo para pensar lo contrario, tratándose de un renegado solitario, que aparentemente, solo buscaba que lo dejaran paz.
Pero ella tampoco había llegado tan lejos subestimando a sus enemigos. Y no iba a empezar a hacerlo ahora.
El primer paso ya había sido dado. Localizar el acceso al laberinto de cañones, por el cual los desaparecidos habían entrado. Sarah sabía que probablemente esa no solo sería la zona más cercana a su guarida, y por la que le sería más fácil encontrarla, pero también aquella donde más trampas se encontraría. Siendo así, se tomó la molestia de bajar de su caballo, y empezar a andar con pies de plomo mientras trataba de localizar rastros en la arena. Y posibles cables.
La mayoría eran pisadas de botas que el ululante viento de los cañones aún no había removido, y marcas de arrastre. Pero no las profundas marcas de cascos que se esperaría de un semental vastaya bípedo y musculado de casi 1,95. Y eso que ya había localizado varios cables. Algunos tan bien ocultos que nadie salvo ella los localizaría, y otros tan evidentes que nadie los perdería de vista. Tan evidentes, que resultaba obvio que solo estaban allí para distraer de la trampa oculta inmediatamente después. Como varios falsos suelos cubiertos de arena.
Por el camino, desmontó varias de las trampas, y se hizo con varias cargas de dinamita que había encontrado adosadas a las paredes, y enganchadas a los cables. El número y disposición de las trampas era preocupante, volviéndose más letales según avanzaba. Pero esto desde luego señalaba que iba en la buena dirección.
Estaba claro que Goldmane no dejaba nada al azar. Pero siendo el laberinto que eran aquellos cañones entre las mesetas, estaba claro que había cometido un error evidente.
El que si alguien quería encontrar el camino correcto a su guarida, solo tenía que seguir el rastro ininterrumpido de trampas.
...
O quizás era precisamente con eso con lo que contaba.
Llegados a cierto punto, Miss Fortune acabó decidiéndose por ascender una de las mesetas más bajas. Una ligera cuesta le hizo la tarea más fácil, y acabó por llegar a lo alto.
Hacía un sol de justicia, pero ella estaba bien hidratada. Y entre los pasos, la sombra y el viento mantenían un clima más frío. Aunque tapándose bien con el sombrero para protegerse los ojos del sol, empezó a otear el horizonte sin tener muy claro que buscar. Quizás algún tipo de estructura más elevada, o, ¿algo más simple? Sí, posiblemente Goldmane mantendría su guarida lo más discreta posible. Quizás tendría que guiarse por algún tipo de sonido, mecánico o animal, o...
...
Algún tipo de reflejo en la distancia.
Miss Fortune sonrió para si. Premio.
Cabía decir que la guarida de Goldmane no era lo que esperaba. Nada en lo absoluto. Estaba muy bien cuidada, y le recordaba a una de esas entrañables granjitas de los pequeños ganaderos. Parecía más un hogar propiamente dicho, que el escondite de un sanguinario criminal a la fuga.
Aún así, Miss Fortune mantuvo la cabeza gacha, y permaneció oculta en las sombras. No avanzaría hasta encontrar rastro alguno de Goldmane. Y tal como lo pensó, el susodicho no tardó en acabar apareciendo.
Era un vastaya, de la tribu de los sementales del norte. Su cabeza era la de un caballo, al igual que sus pies terminados en cascos. Pero más allá de tener el cuerpo cubierto en un pelaje reluciente como el oro y su cola, el resto de su aspecto era completamente humano. Aunque un humano muy grande, claro está. Y... en muy buena forma.
Iba descamisado, con sus pectorales y su bello pelaje de tono caramelo reluciendo al sol. Se acercó a un pozo excavado junto a su casa, y acabó vaciándose el cubo por la cabeza para refrescarse. Haciendo relucir más su hermoso y bien definido contorno.
Miss Fortune se mordió el labio. Lástima que estuviera en su lista. Le hubiera gustado pasárselo bien con él entre botellines de cerveza, y sábanas blancas. Pero en fin. Siempre era mala idea mezclar el trabajo y el placer.
Desde esa distancia, había muchas probabilidades de que fallara. Así que decidió esperar a que pasara al interior de su casa para aproximarse sin que la viera, y así, emboscarle cuando menos lo esperara. Pero antes de todo eso, Goldmane se retiró a un área apartada de la casa donde crecía lo que parecía un pequeño jardín, y se arrodilló frente a una losa de piedra en el medio de este.
Miss Fortune no podía verlo bien desde la distancia, pero parecía... hablar con ella. Y santiguarse. ¿Sería una tumba?
Goldmane no tardó en entrar tras aquello, pero a Sarah le había picado la curiosidad. Así que con precaución, y echando a un ojo a las ventanas para asegurarse de que no se asomara, entró primero en el jardín, y echó un vistazo a la lápida.
Solo había un nombre de mujer, Marianne, grabado malamente a mano. Igualmente que la losa, que más que tallada, estaba simplemente cortada. Pero con un poco de imaginación, Miss Fortune podía imaginarse que significaba para Goldmane. Y porque había abandonado toda su vida criminal hacía tantos años.
Es una pena, la verdad. Si ella siguiera viva, es probable que nadie hubiera vuelto a escuchar de Goldmane. Y que todas las muertes de los últimos meses se hubieran evitado. Pero ahora mismo... bueno.
Desenfundó sus pistolas, y tiró de los martillos hacia atrás.
Tenía un trabajo que hacer.
Rodeó la casa hasta llegar a la parte trasera. Si de verdad quería coger por sorpresa a Goldmane, no podía acercarse por donde había entrado él. Y tenía que volver a localizarlo antes de actuar.
Se asomó cuidadosamente por una de las ventanas, la cual daba a una especie de cocina, sin percibir movimiento alguno en su interior. Así que con cuidado, y asegurándose de que no había pasado por alto niada, se deslizó hasta la puerta junto a la ventana. Que para su fortuna, ya estaba entreabierta.
Lo cual resultaba extraño, teniendo en cuenta todas las precauciones que Goldmane había tomado hasta entonces para impedir el paso a cualquiera. Miss Fortune asumió que simplemente no esperaba que nadie fuera a llegar tan lejos sin que él se diera cuenta. Pero aún así, valía la pena ser precavida.
No había cuerda, ni trampa de algún tipo. ¿Es posible que la hubiera visto, y estuviera esperándola? No, no tiene sentido. Si ese fuera el caso, ya le habría saltado encima hace ra-
Un disparo atravesó la puerta, a punto de agujerear su sombrero. Sin pensarlo, ella se lanzó en plancha hacia el interior de la casa, y desenfundó sus revólveres, desencadenando una lluvia de balas sobre quien la hubiera atacado.
Más cuando levantó la vista, ya no había nadie allí.
Mierda. Estaba claro que Goldmane era bueno. Y rápido.
Y pese a lo grande que era... lo bastante silencioso y sigiloso como para colocarse tras ella sin que se diera cuenta.
Miss Fortune lo vio por el rabillo del ojo un momento antes de que la desarmara con un preciso golpe de la culata de su rifle. Luego, lo vio claramente, mirándola con ojos fríos e inexpresivos, cuando la aprisionó por el cuello contra la pared con la misma arma, hasta levantarla del suelo. Trató de resistirse, pero estaba claro que en fuerza la sobrepasaba.
Alargó los brazos, queriendo golpearle la cara o sacarle un ojo. Pero él astutamente giró la cabeza para quedar fuera de su alcance, y lo único que logró fue tirarle de una oreja. Lo que no bastó para hacerle desistir.
Trató de patearle en sus partes nobles, pero igualmente, él se aproximó con su cuerpo para aprisionarla contra la pared, y no dejarla mover las piernas.
Cada vez estaba más nervioso. Maldita sea, lo estaba logrando. Aquel maldito vastaya lo estaba logrando. La estaba asfixiando. La estaba asfixiando, y cada vez le quedaban menos fuerzas para resistirse. Ya menos para pensar. Si tan solo pudiera... agarrarle la cara. Pero necesitaba las manos para seguir sujetando el rifle e impedir... que le aplastara el cuello.
Ya empezaba a ver lucecitas. Y era como si la habitación diera vueltas. No te desmayes, idiota. No te des... mayes...
...
Al volver a despertar, podía notar por como le dolía el cuello, que seguía viva. Además, dudaba de que ni el cielo ni el infierno tendieran a oler a heno. Podía notar además como una correa le apretaba las muñecas, atadas a lo alto de un poste, e izándola del suelo. Junto a sus tobillos encadenados y con pesos que le impedían levantar las piernas. Estaba claro que Goldmane no dejaba nada al azar. Pero se preguntaba porque seguía viva. Bueno. Por ahora seguiría haciéndose la tonta, y...
-Deja de pretender que sigues dormida.-oyó una potente voz masculina.-Se te nota por como respiras.
Miss Fortune suspiró, y optó por alzar la cabeza con media sonrisa. Frente a ella, estaba el hombre caballo llamado Goldmane. Aún medio desnudo, vistiendo únicamente unos pantalones vaqueros, mientras se secaba la humedad sobre su pelaje.
-Vaya. Ola, guapo.-dijo Miss Fortune, con tono burlón.-Ya veo que clase de jueguecitos te gustan.
Goldmane gruñó y frunció el ceño. Se puso en pie, y se fue acercando con postura amenazante. Y visto de cerca, la verdad es que era incluso más grande que desde lejos. Tanto, que tapaba el sol.
Ahora mismo se sentiría intimidada, si no fuera por la forma en la que brillaba su húmedo pelaje.
-¿A qué estás jugando, muchacha?-sentenció él, con voz cansada.-Y antes de que digas nada, se quien eres. La infame Miss Sarah Fortune.
-Vaya. Veo que mi reputación te precede.
-No. Tú reputación no.-inclinó la cabeza, viéndola más de cerca.-Solo el hecho de que has evadido todas mis trampas, y has encontrado mi casa. Que es más de lo que ha hecho ningún cazarrecompensas antes. Así que dudo que lo hicieras sola.
-Por favor.-se vanaglorió ella.-Ahora no me insultes.
Tsk. Mierda. Tendría que haberle dicho que había gente esperándola para tenderle una emboscada. Así habría ganado más tiempo.
Goldmane se apartó de ella.
-No, claro que no. Si ese fuera el caso, ya habrían saltado a buscarte, preguntándose que ha pasado.-le dio la espalda un momento, y se frotó el rostro.-Pero ahora me pones en una situación difícil. No puedo dejarte marchar sin más.
-¿Pretendías hacerlo?-le cuestionó ella.-No es como si les hubieras perdonado la vida a los cazarrecompensas que me precedieron.
-Esos cazarrecompensas no eran mujeres.
Miss Fortune no pudo evitar reírse.
-Vaya. Así que eso es lo que eres. Todo un caballero.
-No hables como si supieras algo de mí.
-No lo hago. Pero cuéntame algo, que me apetece que nos conozcamos mejor.-dijo mientras ponía a prueba las correas.
Mierda. Era cuero del bueno. Tendría que frotar mucho las muñecas antes de que empezaran a deshacerse.
-No tengo intención alguna de hacerlo.-Goldmane volvió a acercarse a ella.-Solo te diré una cosa. Lo único que quise tras toda una vida de desgracias, fue desaparecer con mi mujer y vivir una vida tranquila. Pero ni eso pudisteis hacer. No podéis dejarme en paz.
-¡Ja! Venga ya. Después de todo lo que has hecho, ¿de verdad esperabas qué...?
-¡Sé muy bien lo que he hecho!-golpeó el poste tras ella, casi dejándola sin aliento del susto.-... Sé muy bien lo que he hecho.
Miss Fortune ahora lo tenía prácticamente encima. Desprendía un aroma muy fuerte. Muy, pero que muy fuerte. Pero... en el buen sentido. En muy buen sentido.
Mierda. Concéntrate, mujer.
-... ¿Y dónde esta ella ahora?-dijo, pretendiendo no haber visto la lápida del jardín.
Goldmane la miró con tristeza. Y luego volvió a apartarse.
-Se la llevó la enfermedad. Hace 3 años.-dijo tapándose los ojos.-Apenas tuvimos tiempo para...
Frunció el rostro, y apretó el puño. Parecía que no tenía tiempo para esto.
-... Siento lo tuyo, si sirve de algo.-dijo Miss Fortune, tratando de sonar honesta.
-Ahora no tiene sentido preguntarse nada. Hay muchos "y sis" posibles. Y si vivieramos cerca de un pueblo. Y si hubiera un médico. Pero ahora solo me queda su recuerdo, y la soledad. Aunque, a decir verdad, me recuerdas bastante a ella. Físicamente, quiero decir.
-¿Era humana?-preguntó Miss Fortune, con la ceja alzada.
-Sí. Igual de rubia que tú. Constitución similar. Color de ojos parecido.-se giró de nuevo para mirarla.-Mimas pecas en las mejilla. Misma piel pálida. Mismas caderas. Mismas curvas en las...
Goldmane se quedó mirándola en silencio, con ella preguntándose que pretendía. Hasta que por primera vez, le vio sonreír.
Y entonces supo de inmediato en que pensaba.
-Oh, no. Oh, no, no, no, no, no. Ni se te ocurra amigo.-dijo, mientras empezaba a removerse de sus ataduras con más desesperación.
-Je. No te preocupes. Ya lo has dicho tu misma. Soy un "caballero".-dijo Goldmane acercándose, y acariciándole una mejilla con el reverso de la mano.-No tengo pensado violarte.
-Vaya. Es un alivio saberlo.-dijo ella, algo asqueada.
-No. De hecho, no tengo pensado ni arrancarte la ropa.-la tomó del rostro con una mano.-Hasta que tú me lo pidas, claro está.
-... ¿Perdón?
Poco a poco, sintió como se apoyaba en ella, estrechándola contra el poste. Sintiendo su otra mano empezando a acariciar su cintura, y luego su trasero.
-¡Eih! ¿Qué estás...? ¡Ah!
La silenció con un mordisco en el cuello. Uno ligero y juguetón. Y mientras ella se removía, casi buscando escurrirse como una ánguila, el siguió bajando. Besándole la clavícula, el cuello, y el pecho.
Esto... esto era humillante. Era atroz. Era... era...
La verdad es que besaba muy bien.
No. ¡No! Ahora no importaba eso. Tenía que...
Un escalofrió le recorrió el cuerpo cuando sintió su mano entre los muslos. Trató de apretar las piernas, pero eso solo lo hizo peor, haciendo que sus dedos solo pudieran deslizarse hacia arriba.
-No... no...-suspiró, empezando a sentirse acalorada.-Para...
-Esas no son las palabras que busco.-le dijo al oído con tono intransigente, antes de morderle la oreja.
Pero será bastardo. Un bastardo... que huele muy bien. Y besa muy bien.
Sus sentidos empezaban a abotagársele. Pero teniéndola así, jugando con ella, sin llegar a más, era casi peor que una tortura. Solo quería que acabara de una vez.
-Vamos. Dime.-le repitió Goldmane.-Dime lo que quieres.
Miss Fortune trató de insultarle, pero sus gemidos no le dejaron formular las palabras. Podía sentir su mano acariciando sus partes íntimas a través del pantalón. Y cada vez se sentía más acalorada.
Pero no podía dejarlo. Tenía que concentrarse. Tenía que...
Dios, hacía tiempo que no se sentía tan bien.
-¿Y bien?
Maldito sea. Maldito sea él.
Y maldita sea ella.
-¡Termina ya de una vez!-gritó finalmente.
-Bien.-se apartó de ella.-Supongo que servirá.
-¿Eh?
Sintió como el peso a sus pies desaparecía. Seguía teniendo los tobillos atados con una correa, pero al menos podría levantar las piernas si quisiera. Hasta que sintió como la descolgaba del poste, y luego se la llevaba al hombro.
-¡Eih! ¿Qué te crees qué haces?-le gritó furiosa.-¡Qué no soy un saco de patatas!
-No. Eres distinto a eso.-dijo, mientras salían del establo, y quedaban de nuevo bajo el sol del desierto.-Eres una yegua de cría.
-¿Perdón?
Miss Fortune lo vio más claro cuando la bajó de su hombro, y se la llevó a sus brazos. Lo que tenía frente a ella. Un poste para caballos.
-¿Pero qué tienes pensado hacer? ¡Eih!-gritó cuando le arrancó su ceñido top, y una vez más cuando hizo lo mismo con sus pantalones y ropa interior.-¡Eih! ¿Qué vas a...?
Ni le contestó. Mientras ella luchaba por zafarse, Goldmane la tumbó bocabajo sobre el poste, quedando este entre sus pechos. Procediendo a sujetarla bien de los brazos, antes de desatar sus muñecas, y volver a atarlas alrededor de la base del poste, incluso más apretada que antes. Lo mismo que con sus tobillos, por mucho que se esforzara por sacudirse. Dejándola solo con sus guantes, botas y sombrero, y completamente inmovilizada.
-¡M-Maldito! Te voy a... ¡Ah!
Se quedó sin palabras tras girar la cabeza y ver como se quitaba los pantalones. Y aquel trozo de carne que salió de estos y colgaba entre sus piernas. Hasta que se iba haciendo más grande y firme. Y más. Y...
No. No había forma. Eso no iba a caber. No iba a...
-Bien.-dijo Goldmane.-Empecemos.
Miss Fortune le vio acercarse por detrás, sujetándola de las caderas con firmeza. Así que cerró los ojos y se mordió el labio, temiéndose lo peor. Hasta que...
...
Nada. En ese momento, lo único que sintió, fue aquella cosa vibrante y caliente apoyándose sobre sus nalgas. Deslizándose despacio hacia adelante y atrás. Parecía que tenía un pulso propio, y que latía, como un corazón.
Lo que la hacía preguntarse como se sentiría dentro de ella.
-¿Y bien?-continuó él.-¿Qué me dices? ¿Aceptas o no?
Miss Fortune tragó saliva. Esto era humillante. Pero al mismo tiempo...
Al mismo tiempo, no podía negar que estaba deseosa de ello. Por curiosidad, más que nada. O al menos, eso se decía.
-Ha... hazlo de una vez.
-¿Qué?-preguntó Goldmane, burlón.-¿Has dicho algo?
Miss Fortune apretó los dientes, antes de gritar.
-¡He dicho que termines de una vez!
-Bien.-contestó él, dándole una nalgada que le sacó un jadeo.-Que así sea.
Volvió a sentirlo echándose hacía atrás. Y la punta de algo plano pero con pequeñas protuberancias a su alrededor apoyándose en la entrada de sus labios vaginales. Como poco a poco, estos se fueron flexionando y expandiendo, dándole paso. Y como este se adentraba en su interior.
Era como un cosquilleo. Tiraba un poco, pero según iba pasando, la punta de su pene de caballo era como si la masajeara por dentro. Era muy distinto a como se sentía con otros hombres. Era más... potente.
Y cuando llegó al tope, acariciando la pared exterior de su útero, le sintió de nuevo sobre ella. Inclinándose para besarle el hombro.
-Va por ti, preciosa.-le susurró, antes de apoyar sus fuertes manos sobre su cintura, agarrándola bien.
Y fue entonces cuando empezó el bamboleo. Primero poco a poco, sacando ese dulce cosquilleo. Logrando hacerla jadear con anticipación, mientras sudaba. Y según su movimiento se hacía más rápido e intenso, si bien de poco a poco, muy poco a poco, también lo hacía el cosquilleo.
Vaya. Sí que se le daba bien esto. Y era muy... uhm... Efectivo.
Según aumentaba el movimiento, también lo hacía su placer. Sus jadeos se convirtieron en pequeños gritos. Y poco a poco, todo su cuerpo empezó a sacudirse.
La verdad es que le hacía algo de daño, pero, por lo demás... ¡Ah! Dios, aquello si que era intenso. Era... ¡Ah!
Podía sentir aquella cosas moviéndose en su interior. Cada vez llegando más adentro, y cada vez inundando su cuerpo con ondas de placer más profundas e intensas.
Ya no sentía ni el calor. Le era difícil concentrarse en nada más. Era... ¡Ah! Dios, nunca había experimentado nada así. Era... ¡AH!
Los ojos se le empezaron a echar hacia atrás. Sintió como volvía morderle el cuello, y en ese momento, lamentó tener las manos atadas. Pero no para escapar, si no para poder abrazarlo.
Dios, era magnífico. Era... ¡ah! Era... su semental. Y ella era... ella era...
-Dilo.-le susurró al oído, amenazando con parar.-Dilo, o no sigo. ¿Qué eres?
No, no, no. Tenía que seguir. Era... ¡ah! Era...
-Soy tu yegua...-susurró ella.
-¿Hm?
-¡Soy tu yegua, mi semental! ¡Soy tu yegua de cría!
-... Así me gusta más.
Y entonces él siguió. Y en ese momento ella, se dio cuenta...
Se dio cuenta de que había estado conteniéndose.
Y fue como si en ese momento, cada célula de su cuerpo entrara en llamas, y su cerebro se cortocircuitara.
Y solo estaba él.
Y solo estaba ella.
Y solo estaba aquella dulce sensación de ser dominada y tomada por una bestia.
Durante lo que le parecieron bellas e intensas horas...
Durante los siguientes días, a Goldmane no pudo evitar pensar en su luna de miel.
En el sentido de que ni él ni Miss Fortune llegaron a salir mucho del dormitorio.
Una vez perdió el sentido, Goldmane la desató, y se la llevó a su cama para que descansara y recuperará. Miss Fortune dormiría durante un día entero. E incluso después de despertar, las piernas aún le temblaban tanto, que tuvo que esperar un tiempo extra hasta poder ponerse en pie.
Durante ese tiempo, Goldmane fue lo más amable que pudo con ella. Le sirvió la comida, y le prestó un viejo camisón de su mujer para que se vistiera y no pasara frío por la noche, dado que había destrozado sus anteriores ropas al quitárselas.
Pero aún pese a todo, Miss Fortune seguía mirándole con cierta desconfianza. Hasta que recuperó suficientes fuerzas para volver a caminar sin tropezar, y decidió plantarle cara. Empezó a gritarle sobre que esto no iba a quedar aquí. Que aunque había sido placentero, había sido un insulto hacia ella.
Más lo único que tuvo que hacer Goldmane para callarla, fue bajarse los pantalones. Ante lo que ella cayó de rodillas al suelo de inmediato. Tragando saliva, mientras miraba aquello que el día anterior había roto su voluntad
Y Miss Fortune juraría, que en ese momento, sintió algo en su útero encogerse y latir.
Unos días después, incluso tras unas noches llenas de sexo desenfrenado, ella no tardaría en marcharse. Llevándose consigo la cabeza de un caballo muerto, del mismo tono y pelajes que Goldmane. Presentándose ante la oficina del sheriff, diciendo que aquí estaba la prueba de la muerte de Goldmane. Y con esto, nadie más saldría a tratar de cruzarle o buscarle.
Y poco después, si bien seguiría dedicándose a su trabajo, Miss Fortune abandonaría su antigua habitación de alquiler, y se le empezaría a ver menos por los pueblos de la zona. Pues decía tener un nuevo sitio donde vivir, y una nueva afición.
¿El sitio? El cañón donde solía vivir Goldmane.
¿La afición?
Que la montaran como la yegua de cría que era.
Y luego, dormir reconfortada en el pecho de él. Sintiéndose protegida por su "caballeroso" semental.
