Al llegar a casa, fui directo a la ducha. Estuve bajo el agua hasta que mi erección cedió.

Llegué a la conclusión de que no podía eliminar este deseo por mí mismo, así que la solución sería: ejercer más autocontrol y hablar con ella, de esa manera la vería como una persona, una oveja descarriada buscando a su Dios, y no solo como bomba de sexualidad.

Me puse un par de pantalones sobre mis ajustados, unos cortos calzoncillos y me puse una fresca camisa negra, enrollando las largas mangas hasta los codos. No dudé antes de alcanzar el cuello. Sería un recordatorio muy necesario. Un recordatorio para practicar la abnegación y también un recordatorio de por qué practico la abnegación.

Lo hago por mi Dios. Lo hago por mi parroquia.

Me pasé la mano por el cabello y tome una respiración profunda. Una mujer, no importa qué tan caliente y sexy sea, no iba a desentrañar todo lo que mantenía como sagrado en el sacerdocio.

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El jueves por la tarde fui a casa de mi amigo Ryusui. Para mí sorpresa, Gen también estaba ahí. Por lo general, solemos jugar poker o nos echamos algunas partidas de videojuegos mientras platicábamos de nuestras vidas.

Me levanté para ir a la cocina por un poco de agua y cuando estaba regresando a la habitación, los escuché.

—... es solo por invitación —susurro Ryusui.

—¿Vas a ir? —Ahora Gen hablaba en voz baja.

—Sí, voy a ir. No me la perdería por nada del mundo—

—¿Ir a dónde? —pregunté.

Hubo un silencio hasta que Ryusui hablo.

—Iré a un club de desnudistas. Se supone que es como el mejor club de desnudistas en el mundo. Nadie sabe cómo se llama ni dónde está, no hasta que eres personalmente invitado. Mi padre está de viaje, así que estoy a cargo de hacer las negociaciones. Uno de sus socios me dio una invitación a ese lugar, al parecer quiere cerrar el trato ahí pero se llevará una terrible decepción porque no planeo aceptar ningún trato.

—Si era solo eso, no tenían que ocultándomelo —dije.

—Lo sabemos Senku pero ya sabes, no queremos incomodarte —dijo Gen.

Después de eso, pasamos al menos unas 2 o 3 horas jugando y hablando pero en ningún momento les mencioné lo que me estaba pasando con Kohaku.

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Cuando regrese a mi casa. Recordé que Ryusui mencionó un club de desnudistas. La mayoría de la gente lo clasificaría como pecaminoso.

¿Podría ser ese el lugar al que se refería Kohaku?

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Finalmente es sábado. Al mediodía cualquier persona puede venir a mi oficina, por lo general, no mucha gente viene pero hay días en los que solo unos pocos suelen venir para ofrecerse como voluntarios en la iglesia.

Incluso tras pasar un par de minutos, estaba seguro, más bien tenia la certeza de que ella vendría.

Yo vestía mi uniforme: pantalones negros, cinturón Armani (Cortesía de Ryusui), camisa de color negro de manga larga con los puños doblados hasta los codos. Y mi alzacuello, por supuesto. San Agustín miraba austeramente a lo largo de la oficina, recordándome que me encontraba aquí para ayudar.

De pronto, recordé su suave llanto de Kohaku en el confesionario, el pecho se me apretó.

Déjame ayudar a esta mujer, recé en silencio. Permíteme ayudarle a encontrar su camino y no me dejes caer en la tentación.

Kohaku finalmente llegó.

—Hola —dijo cuando le indiqué una silla junto a mí. Elegí las dos sillas tapizadas en la esquina de la oficina, odiando hablar a la gente desde detrás de mi escritorio como si fuera un director de escuela media. Y con Kohaku, quería ser capaz de calmarla, tocarla si era necesario, mostrarle una experiencia eclesiástica más personal que la de la Antigua Cabina de la Muerte.

Se dejó caer en la silla de una manera elegante, agraciada, que fue putamente fascinante... como ver a una bailarina atar sus zapatillas o a una geisha servir el té. Otra vez usaba ese encendido tono de lápiz labial rojo brillante, y se encontraba en un par de pantalones cortos de talle alto y una blusa atada en el cuello; se veía más lista para un viaje en yate un sábado a mediodía, que para una reunión en mi lúgubre oficina. Pero su cabello seguía húmedo y sus mejillas todavía tenía el típico sonrojo de después de correr.

—Gracias por reunirte conmigo —dijo, cruzando las piernas mientras dejaba su bolso en el suelo. Lo cual no era un bolso, sino una bolsa para portátil elegante, llena de capas de carpetas de colores brillantes—. He estado pensando mucho en acercarme a algo como esto, pero nunca he sido religiosa antes, y parte de mí todavía medio se resiste a la idea...

—No pienses en ello como ser religioso —le aconsejé—. No estoy aquí para convertirte. ¿Por qué no nos limitamos a hablar? Y tal vez, aquí habrá algunas actividades o grupos que coincidan con lo que necesitas.

—¿Y si no hay? ¿Me mandarás con los metodistas?

—Nunca —le dije con fingida gravedad—. Siempre prefiero a los luteranos en primer lugar.

Eso me valió otra sonrisa.

—Entonces, ¿cómo acabaste en Japón?

Ella vaciló.

—Es una larga historia.

Me recosté en la silla, haciendo un espectáculo de cómo me acomodaba.

—Tengo tiempo.

—Es aburrido —advirtió.

—Mi día es una praxis de las leyes litúrgicas que datan de la Edad Media. Puedo manejar aburrido. Te lo prometo.

—Bueno, no estoy segura por dónde comenzar, así que,¿supongo que debería empezar por el principio? —Su mirada se deslizó hacia la pared de libros mientras preocupada se mordía su labio inferior, como si estuviera tratando de decidir realmente qué era el principio—. No soy una rebelde —dijo después de un minuto—. No me escapé por una ventana cuando tenía dieciséis años o me robé el auto de mi padre y conduje hasta el océano más cercano. Era responsable, obediente y muy querida. Recibí mi Maestría en Administración de Negocios. Cuando miré a mi padre, me di cuenta finalmente cómo me miraba en realidad. Una simple muñeca, moldeada y educada para un solo propósito.

Las veces que solíamos frecuentar eventos...

—Ahí está, mi hija. Graduada con honores, sabes, y solo asistió a las mejores escuelas cuando crecía. Pasó los últimos tres veranos de voluntaria en Haití. Era una de las favoritas para una plaza en danza pero por supuesto que optó por seguir con Administración de Negocios en su lugar, mi linda Kohaku es muy sensata.

—¿Fuiste voluntaria en Haití? —interrumpí.

Asintió.

—En una organización benéfica que ayuda a las madres haitianas rurales obtengan atención prenatal gratuita, así como un lugar para dar a luz.

Llegué a intuir que Kohaku era refinada pero que además conoció el privilegio y la riqueza en algún momento de su vida, pero ahora podía ver exactamente cuanta cantidad de privilegio, de riqueza. Estudié su rostro. Allí existía una confianza próspera, una anticuada etiqueta y cortesía, pero sin ninguna pretensión, ni elitismo.

—¿Te gustó trabajar allí?

Su rostro se iluminó.

—¡Me encantó! Es un lugar hermoso, lleno de gente hermosa. Tuve que ayudar a nacer a siete bebés durante mi último verano. Dos de ellos eran gemelos... eran tan pequeños.

La madre incluso me dejó ayudarle a escoger los nombres de sus hijos. —

Su expresión se tornó casi tímida, y me di cuenta que esta era la primera vez que llegó a compartir esta forma pura de alegría con alguien—. Lo echo de menos.

Le sonreí. No pude evitarlo, rara vez veía a alguien tan emocionado por la experiencia de ayudar a las personas necesitadas.

—La idea de caridad de mi familia está en organizar eventos políticos para recaudar fondos —dijo, igualando mi sonrisa con un toque irónico por su cuenta—. O donar suficiente para una causa y así, tomar una foto con un cheque gigante. Y luego van y pasan por encima de las personas sin hogar en la ciudad. Es tan vergonzoso.

—Es común.

Sacudió su cabeza con vehemencia.

—No debería ser así. Yo, al menos, me niego a vivir así.

Bien por ella. Me negaba también, pero crecí en un hogar religioso, de voluntariado. Fue fácil para mí; no creo que esta convicción haya sido fácil para ella. Quería detenerla justo entonces, escuchar más sobre su tiempo en Haití, mostrarle todas las formas en que podía ayudar a la gente aquí en Sta. Margaret. Necesitábamos gente como ella, gente que se preocupaba, personas que podrían ser voluntarias y dar su tiempo y talento, no solo su tesoro. De hecho, casi le solté todo eso. Casi caigo de rodillas y le ruego que nos ayude con la despensa de alimentos o el desayuno de panqueques que se hallaban crónicamente cortos de personal, porque necesitábamos su ayuda, y (si era honesto), quería que estuviera en todo, quería verla en todas partes. Pero tal vez esa no era la mejor manera para sentirme. Nos guie de vuelta a su anterior, y más seguro tema de conversación.

—Entonces, te encontrabas en tu graduación...

—Graduación. Correcto. Y me di cuenta, mirando a mi padre, que era todo lo que había querido. Para lo que me crió. Era todo el paquete: con manicura, elegantemente resaltado, costosamente vestido, paquete.

Ella era todas esas cosas. Era de hecho el paquete perfecto en la superficie... pero en su interior, sentía que era mucho más. Sucia y apasionada, y cruda y creativa, un ciclón forzado en una cáscara de huevo. No es de extrañar que la cáscara se hubiera roto.

—Yo adornaba la vida que ya tenía… demasiados autos, demasiadas habitaciones, demasiados almuerzos y galas de recaudación de fondos. Una vida totalmente planeada. Llegaría el día en que conocería a un chico rico igual que yo. Me casaría con él, tendríamos pequeños bebés ricos pero mientras me encontraba soltera estaba destinada a trabajar en algún lugar con un vestíbulo acristalado y conducir un Mercedes Clase S, por lo menos hasta que me casara, y entonces escalaría gradualmente en mi trabajo y ampliaría mi participación en caridades, hasta que, por supuesto, tuviera los pequeños bebés ricos para redondear los retratos de la familia.

—Se miró las manos—. Esto probablemente suene ridículo. Como una moderna novela o algo así.

—No suena ridículo en absoluto —le aseguré—. Sé exactamente el tipo de personas de las que estamos hablando. —Y realmente lo hacía, no lo decía solo por decirlo. Crecí en un barrio bastante agradable y, en una escala mucho menor, las mismas actitudes operaban. Las familias con sus bonitas casas y sus dos punto cinco hijos que se situaban en la lista de honor y que asistían a las mejores universidades. Los padres se aseguraban de que todos los demás supieran exactamente qué tan exitosos y poderosos eran.

—Rechacé toda esa realidad —confesó—. Ese futuro…. No quería hacerlo. No pude hacerlo.

Obvio que no pudo hacerlo. Se hallaba muy por encima de esa vida. ¿Podía ver eso de sí misma? ¿Podía sentirlo, incluso si no podía verlo?

Porque aunque apenas la conocía, incluso yo sabía que era el tipo de mujer que no podía vivir sin sentido, impotente y sin significado real en su vida.

—Tenía el corazón roto por Xeno —continuó, todavía examinando sus manos—, pero también tenía el corazón roto por mi vida...

Tomé el diploma falso que te dan antes de que te envíen el verdadero, caminé fuera de ese escenario y luego fuera de la universidad, ni siquiera me quedé para el requerido lanzamiento de birrete, o las fotos, o la cena súper costosa en la que mi padre insistió. Y luego me fui a mi apartamento, dejé un mensaje de voz definitivo en el teléfono de mi padre, metí mis cosas en mi auto y me fui. No habría más pasantías. No más eventos para recaudar fondos que costaban diez mil dólares el plato. No más citas con hombres que no eran Xeno. Dejé esa vida detrás, junto con todas las tarjetas de crédito de papá. Me negué a tocar mi fondo fiduciario. O me paraba sobre mis propios pies o en nada en absoluto.

—Eso fue valiente —murmuré. ¿Quién era ese Xeno que tanto mencionaba? ¿Un ex novio? ¿Un antiguo amante? En cualquier caso, tenía que haber sido un idiota para dejar ir a Kohaku.

—Valiente o tonto. —Se rio—. Tiré a la basura toda una vida de educación, cara educación. Supongo que Byakuya se sentiría devastado.

—¿Supones?

Suspiró.

—Nunca hablé directamente con él después de que me fui. Todavía no lo he hecho. Ya han pasado tres años, y sé que estaría furioso…

—No sabes eso.

—No lo entenderías —dijo, sus palabras castigadoras pero su tono amistoso—. Eres un sacerdote, por el amor de Dios. Apuesto a que tus padres se sentían extasiados cuando les dijiste.

Miré hacia mis pies.

—Mi madre falleció cuando tenía dos años y mi padre me apoyó. Cuando tenía diecinueve años, tuvimos un accidente de tránsito. Yo salí medianamente ileso pero mi padre estuvo en coma 6 meses.

Kohaku puso su mano sobre la mía.

La ironía de que ella me reconfortara. Esto se sentía bien. Se sentía muy bien. No hubo nadie que me consolara cuando sucedió, nadie que me escuchara...

—Todo lo que podía hacer era esperar. Solía ocupar el horario de visitas en su totalidad, siempre a la espera de algún cambio, alguna noticia… y a la vez asistía a la universidad. De vez en cuando solía llevar mis apuntes y mis libros al hospital, hacia mis deberes y le hablaba a mi padre mientras resolvía cálculos.

Un día, al salir del hospital un sacerdote se me acercó y me invitó un café. Kazeki era su nombre, me dijo que les preguntó a las enfermeras porque iba todos los días al hospital. Ellas le comentaron sobre el accidente y mi situación. Yo no era un creyente pero en ese momento, decidí que era tiempo de creer, de abrirme y dejar salir a la luz todo el dolor y el miedo que sentía.

Comencé a ir a la iglesia donde trabaja Kazeki. Todas noches rezaba pidiendo que Byakuya despertará.

La mano de Kohaku seguía sobre la mía, cálida en el frío aire acondicionado de la oficina.

Un día la universidad me llamó, me informaron que habían personas interesadas en ofrecerme un trabajo importante en la NASA. Era mi sueño pero para cumplirlo debía viajar muy lejos. Incluso si Byakuya despertaba o no ahora mi lugar estaba aquí en Japón. En la iglesia, con Kazeki y con Dios. Tal vez en el futuro podría cumplir aquel sueño. Fue lo que pensé. Quizás pueda ayudar a otros a encontrar el camino y hacerles saber que no están solos.

Tres semanas después, me decidí: Quería ser sacerdote. Kazeki me habló sobre todas aquellas cosas a las que tendría que renunciar si estaba dispuesto a elegir este camino.

Intenté una sonrisa, tratando de que no vacilara cuando retiró su mano.

Byakuya despertó tras haber estado 6 meses en coma. Todos en el hospital decían que era un milagro y él se sorprendió mucho cuando me acerqué para abrazarlo mientras dije "Gracias…Dios"

Le conté todo lo que sucedió mientras estuvo en coma y además sobre la decisión que había tomado. Byakuya me apoyó. Por un tiempo, seguí viviendo con él. Conseguí un trabajo en una tienda de electrónica y contrate una enfermera para que lo ayudará y cuidará mientras no estaba.

—Gracias, Senku—me dijo mientras veíamos una película.

—¿A qué viene eso?

—Bueno… no sé por donde empezar…

—Entonces dilo de una vez—dije.

—Lillian y yo… nos gustamos, bueno… estamos enamorados. Tengo que agradecerte, después de todo, tú fuiste quien la contrató para que sea mi enfermera.

—¿Estas insinuando que soy una especie de cupido?. Ella necesitaba trabajar y yo le di el empleó—murmuré.

—Más bien, yo diría que tienes un don para ayudar y guiar a las personas.

—Lo siento. Hable demasiado.

—Descuida.

—¿Qué hiciste después…? —le pregunté.

—Bueno —dijo, removiéndose en su silla—. Hice mucho. Logré encontrar toneladas de trabajo por mi cuenta, estuve seis meses trabajando en una oficina de Nueva York pero lo dejé en el momento que intentaron darme un ascenso porque descubrieron quién era mi padre. Después… Llegué aquí a Japón…

Tomó un respiro. Esperé.

—Nunca quise terminar en el club —dijo finalmente, su voz bajando—. Creí que tal vez encontraría una pequeña Organización No Gubernamental donde podría trabajar o tal vez haría algo vulgar, como servir mesas. Pero oí de un camarero que fue a un club escondido en algún lado de esta ciudad, privado, exclusivo, discreto que buscaban chicas. Chicas que lucieran muy bien.

—¿Chicas como tú?

Kohaku no se ofendió. Rio con esa risa gutural otra vez, esa risa que despertaba un pequeño calor en mi vientre cada vez que la escuchaba.

—Sí, chicas como yo. Chicas Sensuales. La clase que le gusta a la gente rica. ¿Y sabes qué? Era perfecto. Tuve que bailar, no había bailado en otro lugar que no fuera una gala por mucho tiempo. Era un lugar bastante elegante. Un obligatorio guardarropa de quinientos dólares. Setecientos cincuenta dólares por una mesa, mil por un baile privado. Ningún cliente tenia permitido tocar. Un máximo de dos bebidas. Atendía a una clientela muy específica, había mucha seguridad y sin darme cuenta, me encontré a mí misma desvistiéndome para los mismos hombres que me hubieran contratado, casado, donado para mis causas de caridad, en otra vida. Lo amaba.

—¿Lo amabas?

Mierda, kohaku es una chica sucia. Aquel pensamiento vino de la nada.

Volvió esos ojos color ambar hacia mí.

—¿Está mal? ¿Es pecado? No, no me respondas, realmente no quiero saber.

—¿Por qué te gustaba? —preguntaba meramente con una curiosidad de consejero, por supuesto—. Si no te importa que pregunte.

—¿Por qué me importaría? Me ofrecí a contártelo, después de todo. —Se acomodó en su silla, los pantalones cortos exponiendo más de esas firmes piernas. Piernas de bailarina, supe ahora—. Me gustaba cómo se sentía. Teniendo hombres mirándome con los ojos caídos, deseándome a mí y solo a mí, no por mi educación ni por las conexiones de mi familia. Pero incluso más que a eso, en esta crudeza, el nivel primario, amaba la manera en que esos hombres respondían a mi cuerpo. Amaba ponerlos duros.

Ella amaba ponerlos duros. Casi me ahogué, mi cerebro fracturándose en mentes gemelas, una determinada a ver esta reunión de manera grácil y compasiva, y la otra determinada a hacerle saber cuan duro me ponía a mí. Kohaku era ajena a mi lucha interna.

—Amaba que se volvieran casi salvajes con la necesidad de tocarme, tan salvajes que me ofrecerían sorprendentes sumas de dinero para ir a casa con ellos, para dejar el club y volverme su amante. Pero nunca acepté. Incluso cuando muchos de ellos eran apuestos, incluso cuando me encontraba en un lugar en el que no podía pretender que el dinero no era nada. Pero algo sobre eso era como la antítesis de mi naturaleza, y no podía imaginarme aceptando ninguna de esas ofertas. ¿No es una noción ridícula? ¿Una desnudista insistiendo en preservar su virtud?

No pareció esperar una respuesta y continuó.

—Lo triste era que de hecho me encontraba sexualmente hambrienta mientras rechazaba esas ofertas. Estoy segura que conoces ese sentimiento, Padre, como si la más ligera brisa pudiera enviarte al precipicio, como que tu piel misma es combustible.

Dios, sí, conocía ese sentimiento. Lo sentía justo ahora. Le ofrecí una sonrisa débil, la que ella devolvió.

—Era tan combustible, Padre Ishigami. Me ponía húmeda de solo verlos tocarse a través de sus pantalones hechos a medida. En los cuartos privados, corría mi tanga a un lado y los dejaba ver mientras me hacía venir. A ellos les gustaba, les gustaba cuando me provocaba y frotaba y montaba mi mano hasta que me estremecía y suspiraba.

Me di cuenta de que mis manos sostenían los brazos de la silla muy fuerte ahora, y traté de expulsar todas las imágenes que sus palabras invocaban, pero no pude y ella continuó, ajena a mi repentina incomodidad, inocentemente segura en la errónea idea de que era simplemente un aporte de información, un consejero, no un hombre de veintinueve años.

—Pero no era lo mismo, hacerme gozar —dijo ella—. Quería ser follada, follada y usada. Quería ser llenada con el pene de alguien, quería tener dedos en mi boca y en mi coño. Y en mi trasero. —Tomó un respiro.

Yo, por el otro lado, no podía respirar. Me faltaba el aire.

—¿Cómo se llama ese pecado? Sé que debe ser alguno. ¿Es solo lujuria… o es algo peor? ¿Qué clase de oración debería rezar por eso? ¿Y si no me siento mal por las cosas que hice, por lo que quería? Incluso ahora, después de lo que pasó el mes pasado, todavía lo quiero. Me siento sola, todavía quiero ser follada. Lo cual es confuso como el infierno porque no tengo idea de lo que quiero en ningún otro aspecto de mi vida.

A pesar de todo, aún quería responder a su última oración, la última motivación por la que ella se encontraba aquí en esta oficina. Quería tomar su mano y darle un suave ánimo de sabiduría, pero demonios, nada sobre mí era suave justo ahora.

Sus palabras. Sus malditas palabras. Fue suficiente escucharla hablar sobre su trabajo en ese club, pero luego cuando describió el tocarse a sí misma, persuadiendo a su coño en un orgasmo, y me imaginé a mí mismo como uno de esos hambrientos hombres de negocios mirando, ofreciendo todo lo que había en su billetera solo por ver esa brillante vagina pulsando por placer. Apuesto a que podría verla ahora si quisiera. Podría pararla junto a la pared y tirar de esos pantalones cortos, patear sus piernas abiertas así ella estaría expuesta a mí….No existía forma en la tierra que pudiera durar un minuto más en esta reunión. Dios debe haber escuchado mi silenciosa oración porque su teléfono sonó, un pequeño tono como de negocios, y ella lo pescó fuera de su bolso.

—Lo siento —gesticuló mientras atendía al llamado.

Le indiqué que estaba bien, tratando de resolver el problema mayor que era cómo pararme sin revelar lo que sus palabras me hicieron.

Finalizó la llamada rápidamente.

—Lo siento —se disculpó otra vez—. Salió algo del trabajo y…

Le extendí una mano.

—No te preocupes por eso. De todos modos, tengo una reunión parroquial dentro de poco. —Eso era una maldita mentira. La única reunión que iba a ocurrir era entre mi mano y mi pene. Pero probablemente no habría una buena forma de convertir eso. (Hice una nota mental para pedir perdón por esa mentira tanto como para lo que me encontraba por hacer también.)

—Yo, ah, espero verte pronto de todos modos.

Me dio una hermosa sonrisa mientras se paraba y tomaba su bolso.

—Yo también. Adiós, Padre.

Ni siquiera pude esperar a estar seguro de que se hallaba fuera de la iglesia. Tan pronto como Kohaku se fue, me paré y bloqueé la puerta, tomando el tiempo solo de moverme hasta mi escritorio así podría sostenerme con una mano en la superficie mientras buscaba a tientas mi cinturón.

No existía tiempo para sentirme culpable o cuestionar mis motivos o para ningún pensamiento remotamente parecido. Ni siquiera empujé mis pantalones más lejos de lo que me tomaba liberar mi pene, y ya me encontraba masturbándome fuerte y rápido, nada más en mi mente que liberación.

Traté de pensar en algo más, alguien más, diferente de la mujer que vino a mí buscando el perdón de Dios y consuelo. Pero mi mente seguía regresando a ella, imaginándola en el club, pero moviéndose para mí y solo para mí, empujando su tanga a un lado para mostrarme lo que yo más quería. Cristo, ayúdame.

Lo sentí construirse, tensa electricidad en mi pelvis, y empujaba ahora en mi mano, deseando que estuviese follando a Kohaku Nakamura, su mano en su coño o en su trasero, no me importaba, y luego disparé sobre mi escritorio, pulsando y chorreando e imaginando que cada gota de mí era derramada sobre su piel blanca.

Mi mano quedó quieta y mi respiración se volvió más lenta y la realidad se estrelló de vuelta. Aquí me hallaba, con mi pene en mi mano, viniéndome sobre mi litúrgico calendario de escritorio, y una figura de San Agustín mirándome con reproche desde la pared.

Mierda. Mierda.

Adormecido, abroché mis vaqueros y arranqué la primera hoja del calendario y la tiré, el sonido del grueso papel arrugándose era fuerte y casi acusatorio, y mierda, ¿qué demonios he hecho?

Me senté en la silla y miré fijamente a San Agustín.

—No pretendas que no sabes cómo es —farfullé. Apoyé mis codos en el escritorio y enterré los bordes de mis palmas en mis ojos.

Kohaku no iba a desaparecer. Vivía aquí. Iba a volver, y no tenía duda de que solo habíamos empezado a arañar la superficie de sus confesiones "carnales". Y yo iba a tener que escucharlas sin excitarme como un adolescente. Más que escuchar, tendría que responder con gracia, empatía y compasión cuando todo lo que sería capaz de pensar era esa boca.

Había estrellas bailando detrás de mis ojos ahora pero no moví mis manos. No quería ver esta oficina justo ahora o a San Agustín. No quería ver los bordes irregulares de mi calendario o mi cesto de basura.Quería rezar en completa oscuridad. No quería nada entre mis pensamientos y Dios, entre esta mujer y mi vocación. Quería todo menos mi pecado y las estrellas brillando en mis ojos.

Lo siento, recé. Lo siento tanto.

Lamentaba haber traicionado la confianza de uno de los corderos de Dios. Lamentaba haber traicionado la santidad de este lugar y esta vocación con lujuria luego de que alguien viniera en busca de consuelo y orientación.

Lamentaba no haber controlado mi deseo lo suficiente como para meterme a una ducha fría o alguno de esos otros trucos que aprendí a lo largo de los últimos ocho años para ahogar mis necesidades.

Principalmente, lamento no lamentarlo. Maldición, no lo sentía en lo absoluto.