Naruto Y Hinata en:
TU MI SALVACIÓN
1: La Perdición
Su corazón era el abismo más profundo y oscuro del infierno. Un lugar glacial en el que los sueños y las esperanzas hacía mucho tiempo que habían quedado enterrados. Y sin sueños ni esperanzas, ¿para qué hacer esfuerzo alguno? Naruto Namikaze, marqués de Konohagakure y conde de Namikaze, se codeaba sin trabas con la alta sociedad; pero sólo como un fantasma una presencia tenebrosa que perseguía las sombras de los vivos, siempre en espera de que los pecados del pasado finalmente lograran alcanzarlo.
A pesar de sus títulos nobiliarios y de su riqueza, la familia Namikaze estaba maldita, tenía un futuro aciago. Los hombres nacían para correr riesgos, para poner a prueba sus fuerzas y debilidades. Él no podía hacer ninguna de estas dos cosas.
Era completamente imposible que tuviera una existencia normal. Sólo la supervivencia le hacía seguir arrastrando los pies por el camino de la vida. Paso a paso, avanzaba con dificultad y de modo mecánico hacia ningún destino en particular. ¡Ah, qué diablos! Ni siquiera él estaba de humor para aquellos pensamientos tan sombríos.
No se mostraba tampoco muy entusiasmado con el hecho de encontrarse solo en el primer baile de los Katõ de la temporada, obligado por el aburrimiento a asistir a este evento social; no, no por el aburrimiento, reconocía, sino por la simple necesidad de sentir la vida bullendo en torno a él. Nadie se atrevía a acercársele. Era un hombre rodeado de un velo de misterio, asesinatos y locura. Aun así, no era más que un hombre... al menos hasta entonces.
El sonido de unas risitas femeninas llegó a los hipersensibles oídos de Naruto. Sabía perfectamente que era objeto de la atención de muchas mujeres. No podía hacer como si no percibiese el perfume de su atracción, el primitivo olor a almizcle femenino que la generosa aplicación de agua de rosas ocultaba.
Si cerraba los ojos para concentrarse, podía oír los nerviosos latidos de sus corazones, la sangre que corría precipitadamente por sus venas. Pero Naruto no se dejaba atormentar por estos extraños dones. Había aceptado la vida que le tocó en suerte, su posición en la sociedad o, más bien, su falta de ella.
A pesar de la misteriosa atracción que ejercía sobre las damas, ninguna tenía el valor suficiente para acercarse a él. Suponía que ésta era otra de las maldiciones que debía recibir con resignación... o quizá sólo fuese una consecuencia de aquélla que ya pesaba sobre él: la maldición familiar, la maldición de los Namikaze.
—Lord Namikaze, me alegra mucho verte, hijo mío. Pero ¿qué haces aquí solo y con esa cara de enfadado? Deberías estar persiguiendo a las chicas, o al menos en alguno de los salones, jugando a las cartas con los hombres mayores.
Una rara sonrisa se dibujó en los labios de Naruto. Miró los ojos apagados de la duquesa viuda de Sarutobi. La dama era una vieja amiga de la familia y la única mujer de sangre azul en toda la ciudad que no temía estar cerca de él. En realidad, disfrutaba escandalizando a los miembros de la alta sociedad por el simple hecho de que se negaba a rechazarlo como hacían todos. Y por ello él le estaba muy agradecido.
—El problema de andar detrás de las chicas en estos días, su excelencia, es que ellas se niegan rotundamente a salir corriendo —explicó él, tomándole el pelo—. Y los hombres mayores no tienen mucho espíritu competitivo. Es muy probable que prefieran darme su dinero para terminar el juego lo antes posible.
La risa entrecortada de la duquesa se oyó por encima del estruendo de las voces de los allí presentes, y luego le dio un golpe con el abanico.
—Eres el demonio en persona, Naruto, hijo mío. Aunque pareces un ángel. Creo que es este contraste —agregó, mirándolo con sus ojos apagados— lo que hace que las damas te encuentren fascinante.
No, era su indiferencia, y Naruto lo sabía muy bien. Sólo debía actuar como si estuviese verdaderamente interesado en una jovencita de la alta sociedad para que ésta saliera corriendo. Los antecedentes de su familia, los rumores, el misterio que lo rodeaba y su enigmática situación eran lo que atraía a las mujeres hacia él como mariposas alrededor de la luz, pero también lo que las mantenía a una distancia prudente.
—¿Ya has conocido a tu nueva vecina? —La viuda interrumpió sus pensamientos.
La anciana estaba perdiendo pelo, algo que él apreció desde su ventajosa posición, pues era bastante más alto que la duquesa. Podía ver su cuero cabelludo bajo los finos pelos grises que la dama se peinaba hacia atrás.
Naruto no se había enterado de que tenía una nueva vecina. Ni siquiera conocía al anterior. Chapman, creía que era su nombre. Y nunca había intercambiado una sola palabra con él desde que aquel hombre y su madre fijaran su residencia en aquella casa de la ciudad, hacía ya diez años.
—¿Chapman ha vendido la casa?.
Ella negó con su calva cabeza.
—No, la casa no es suya. Su madre, la duquesa, la heredó de su difunto esposo, el duque de Hyûga. Durante tu ausencia, la hermanastra de Chapman vino a vivir con él. La chica ha estado oculta en el campo la mayor parte de su vida. Ahora que su padre ha muerto, ella debe ocupar el lugar que le corresponde en la alta sociedad. Es una de las herederas. Debe ser poco agraciada, a pesar de todo su dinero. Pero es posible que tengas una oportunidad con ella.
—¿Una oportunidad de qué? —preguntó él con sequedad—. Como usted bien sabe, y dada la mala reputación de la que gozo, si no se trata de algo indecente, no me interesa.
Los delgados labios de la duquesa se movieron nerviosamente al tiempo que fingía que su respuesta le parecía escandalosa.
—¡Qué pícaro eres! Estoy hablando de un posible matrimonio. Tú aún tienes títulos nobiliarios, propiedades y dinero. No me importa lo que haya decidido la sociedad. Si quisieras recurrir a tus desaprovechados encantos para robarle el corazón a esa chica antes de que oiga los rumores que corren acerca de tu pobre familia, es muy probable que tengas una oportunidad con ella.
Con el mismo tono seco, él le preguntó:
—¿Y qué le hace pensar que son sólo rumores? A lo mejor los Namikaze estamos todos locos de atar.
La dama le dio un nuevo golpe con su abanico, pero con tal fuerza que él no pudo tomarlo como una broma.
—¡No digas tonterías! Ni tus salvajes hermanos ni tú están locos en absoluto. El ardid es perfecto: quedarse solteros y, al mismo tiempo, hacer que las chicas caigan rendidas a vuestros pies.
Las mujeres no caían a los pies de Naruto... a menos que se estuviesen muriendo. Y ningún hermano en particular había decidido qué camino debían seguir los demás, simplemente era un acuerdo al que todos ellos habían llegado.
Todos menos Konohamaru, el menor, que se marchó de la ciudad poco después de que la maldición castigara por primera vez a la familia Namikaze. Los otros hermanos Naruto, Gaara y Kiba, hicieron un pacto: ninguno de ellos le entregaría jamás su corazón a una mujer.
Al parecer, el amor era al mismo tiempo la maldición y la llave. Fuese cual fuese el significado de esas palabras. La única referencia que ellos habían encontrado de la maldición que pesaba sobre su familia era un poema incomprensible guardado en un libro que perteneció a su padre. En él había un enigma, suponía Naruto, aunque ninguno de ellos había podido descifrar el mensaje.
Se vio obligado a recordarle a la duquesa que, a ojos de la sociedad, sus hermanos y él tenían varias cuestiones que resolver.
—¿Y aquel otro asunto? —le preguntó—. ¿Ese asunto del asesinato que tuvo lugar hace apenas ocho meses?
El brillo que se reflejaba en los ojos de la viuda se atenuó. Miró a su alrededor como si temiese que alguien oyera aquella conversación.
—No te haces ningún bien removiendo de nuevo ese oscuro episodio, lord Namikaze. Tuviste la mala fortuna de encontrar a esa pobre chica. Nadie pudo probar nada. Tanto tus hermanos como tú pudisteis demostrar que os encontrabais en otro lugar en el momento del crimen.
» Todo lo que necesitas es una esposa. Una chica amable de la alta sociedad que demuestre a todo el mundo que esos rumores que corren acerca de tu familia son infundados. Es posible que tus padres, que Dios tenga misericordia de sus almas, estuvieran locos, pero yo no veo más que la chispa de la inteligencia en tus ojos. ¿Para qué buscar que sus pecados recaigan sobre ti? Deja morir el pasado. Sigue adelante con tu vida. Demuestra que esos esnobs están equivocados.
Pero ése era precisamente el problema. La alta sociedad no se equivocaba con respecto a Naruto. Era verdad que él no había asesinado a la pobre chica a la que encontró moribunda en su caballeriza hacía ocho meses, pero no estaba seguro de que la sangre de esa infortunada mujer no manchara la reputación de su familia.
¿Y si uno de sus hermanos había estado mintiendo? ¿Y si la mujer había sido llevada allí deliberadamente con la intención de hacer que pecados aún más tenebrosos recayeran sobre los hermanos Namikaze?
Naruto había pasado los últimos meses intentando probar la inocencia de su familia con respecto a aquel asunto, pero las huellas que le permitirían encontrar al asesino ya se habían borrado. No obstante, la sociedad tenía razón en relación a sus padres. Ambos se habían vuelto locos; pero la sociedad no conocía los motivos que los habían llevado a traspasar el límite de la cordura. Naruto sí los conocía. Y sus hermanos también.
—¿Lord Namikaze?
El sonido de su nombre pronunciado por los labios de una mujer interrumpió la conversación de Naruto con la viuda. La dama que había hablado se encontraba justo detrás de él, y su voz hizo que se le erizara el vello de la nuca.
Algo en su tono de voz su suavidad, su carácter ligeramente ronco fluyó sobre él, en torno a él, dentro de él, y tocó la fibra más profunda de su ser. Naruto se volvió lentamente y se encontró frente a frente con su perdición.
Fuese quien fuese la blanca visión que apareció ante sus ojos, ella era el pecado puro engañosamente cubierto con el disfraz de la inocencia. Si alguna vez existió una mujer que pudiera hacer que un hombre olvidase sus principios, sus compromisos, sus oscuras promesas, era aquélla.
La sangre de Naruto se convirtió en fuego, su ingle se puso tensa, y, el cielo se apiadará de la dama, ella logró hacer lo que ninguna otra había conseguido nunca. En el espacio de un latido del corazón, lo cautivó por entero.
—No quisiera parecer atrevida —articuló la joven—, pero no he podido encontrar a nadie que quiera presentarme a usted como es debido. Me temo que me he visto obligada a poner el asunto en mis propias manos.
Naruto tenía algo que le gustaría que ella pusiera en sus manos... y en su boca, y en la parte más profunda y dulce de su cuerpo. No encontraba las palabras para responderle. Sólo pudo quedarse mirándola fijamente... fascinado.
Su pelo era del color de la medianoche. Sus labios, carnosos, rojos e incitantes, tentarían hasta a un santo. Sus ojos, del más puro tono gris malva y ligeramente rasgados, lo miraban desde detrás de sus gruesas y oscuras pestañas.
Su piel era muy blanca y suave: tan cremosa como la espuma en la superficie de un cubo de leche. Quería poseerla en aquel mismo instante. Reacción que a un hombre que se enorgullecía de su dominio de sí mismo no le agradaba reconocer.
—Pero mira que eres descarada, querida —opinó la viuda, pues Naruto parecía haberse quedado sin voz—. Me atrevo incluso a decir que has perdido el tiempo de manera lamentable en el colegio para señoritas al que asististe.
Sin apartar de él su audaz mirada, la joven respondió:
—He vivido en el campo la mayor parte de mi vida. Perdone usted mi mala educación, pero el tiempo es de suma importancia. Necesito la ayuda de lord Namikaze en un asunto que debe tratarse con la mayor urgencia.
Con su sangre en llamas y sus sentidos vacilantes, Naruto se olvidó momentáneamente de sus votos, sus pactos y sus promesas. Aquélla era una mujer que podría tener el mundo a sus pies con sólo mover un dedo, ¿para qué necesitaría su ayuda? ¿Qué podría hacer él por ella que su cutis perfecto, su brillante pelo negro y su pecaminosa boca no pudieran lograr? Consiguió, con dificultad, hacer que su acelerado corazón se tranquilizara y comportarse como si no hubiera perdido el dominio de sí mismo.
—¿Cómo puedo ayudarla, señorita...?
—Hyûga —afirmó ella con la voz algo entrecortada—. Lady Hinata Hyûga.
—¡Ah!, tu nueva vecina —interrumpió la duquesa, recordándole a Naruto que la anciana aún tomaba parte en aquella conversación—. La joven heredera de la que te estaba hablando, Naruto.
—La vaca reproductora —corrigió lady Hinata, y luego se sonrojó como si se hubiera dado cuenta de que acababa de poner de manifiesto su resentimiento—. Ya que efectivamente somos vecinos, lord Namikaze, creo que no estaría mal visto que bailáramos juntos.
Puesto que toda su atención estaba centrada en la joven, Naruto no había notado que la música había empezado a sonar. Su desenfrenada mente imaginaba todas las cosas que le habría gustado hacer con Hinata, y bailar no era precisamente una de las que encabezaba la lista.
Naruto nunca bailaba. En su caso no tenía ningún sentido que lo hiciera. Los hombres sólo bailaban para complacer a las mujeres o para cortejarlas o seducirlas. Él no tenía la más mínima intención de hacer ninguna de esas cosas. Al menos no la había tenido hasta aquella noche.
No podía impedir a sus ojos que recorrieran las espléndidas curvas de aquella mujer, curvas que el escote profundo de su canesú exhibía de forma algo escandalosa. Ella se dio cuenta del interés, y quizá incluso del deseo que él estaba seguro de tener marcado en el rostro, y dio un involuntario paso hacia atrás, lo que demostró que tenía algo de sentido común. Luego se irguió y volvió a dar un paso adelante, y eso fue lo peor que pudo haber hecho.
El encaprichamiento de Naruto creció, si podía llamarse encaprichamiento a la reacción que tenía lugar en la parte delantera de sus pantalones, que era realmente lo que estaba ocurriendo. ¿Qué le estaba haciendo aquella mujer? Fuese lo que fuese, debía ponerle fin.
—Lo siento, lady Hinata, pero no me gusta bailar, y tampoco soy la clase de hombre a la que le agrada tener un trato amistoso con los vecinos —expuso, con la intención de alejarse bruscamente de la chica, pero ella le tocó el brazo.
Ese leve contacto hizo que él se estremeciera. Sus sentidos se aguzaron hasta tal punto, que todas las sensaciones se hicieron dolorosas. Naruto adquirió plena conciencia de todo lo relacionado con ella, incluso del pulso acelerado que golpeaba la parte inferior de su garganta. Especialmente del pulso acelerado que golpeaba la parte inferior de su garganta. Estaba asustada y, a la vez, resuelta; y, una vez más, esa combinación le intrigó.
Naruto permitió que ella tirara de él para alejarlo un poco de la duquesa, quien se sintió muy ofendida de que le negaran la posibilidad de seguir escuchando aquella conversación.
—¿Quiere usted que le ruegue? —La joven hizo una pausa para humedecerse los labios, y al ver su pequeña y rosada lengua acariciando con sensualidad su boca, fue él quien verdaderamente sintió el deseo de rogar—. ¿Le gustaría ver a toda esta gente reírse de mí a causa de su evidente rechazo? A pesar de todo lo que se dice de usted, no puedo creer que sea tan cruel.
—¿Qué dice la gente de mí? —le preguntó él desafiante.
Si tanto sabía acerca de él, debía saber que según los rumores que corrían, lord Namikaze no tenía reparo alguno en hacer que las mujeres le rogaran, y que no podía esperarse que un presunto asesino, un hombre condenado a la locura, pudiese tener un sentimiento como el de la compasión.
—Sé que es usted Naruto Namikaze, marqués de Konohagakure, uno de los salvajes hermanos Namikaze, que es el mayor de los cuatro y que a las mujeres les está prohibido acercarse a usted. Un hombre con quien ninguna debutante decente se relacionaría.
Naruto parpadeó sin dejar de mirarla.
—¿Y quiere usted bailar conmigo?
Ella se puso derecha e irguió los pechos, supuso él que con la intención de expresar su valentía. La mirada de Naruto se clavó en aquellos montículos gemelos que estaban a punto de salirse del canesú, y que sus manos se morían por tocar.
—Quiero mucho más que bailar con usted, lord Namikaze —declaró—. Le agradecería inmensamente que arruinara mi reputación.
A Naruto le costó muchísimo mantener la expresión de aburrimiento en su rostro, pese a que se sentía como si uno de sus briosos caballos le acabara de dar una coz en el estómago.
—¿Aquí? —preguntó él.
La joven dama alzó hacia él la barbilla, mostrándole su encantador hoyuelo.
—Ahora —insistió ella—. Esta misma noche. En esta mismísima habitación frente a todas estas personas.
¿Sería aquél un singular sueño? Naruto estuvo tentado de pellizcarse. Las mujeres no solían insinuársele, al menos no esa clase de mujeres. O bien lady Hinata Hyûga, seductor bocado de cardenal, estaba tan loca como se decía que lo estaba su familia, o se traía algo entre manos.
Apartó la vista de la pecaminosa boca de la chica e intentó recuperar el dominio de sí mismo. Eso era lo que mejor sabía hacer... dominarse.
Él no perdía la cabeza por ángeles de pelo negro. Perder la cabeza podía ir de la mano con perder el corazón, y Naruto no podía permitirse ese lujo... nunca.
—¿Ha oído lo que le he dicho, lord Namikaze?
Puesto que parecía que todas las personas que se encontraban en el espléndido salón hubieran dejado de lado sus propios asuntos para quedarse mirándolos, Naruto la cogió del brazo y la condujo a la pista de baile. La cintura de ella era increíblemente estrecha bajo su mano. Empezaron a deslizarse por la pista, dejándose llevar por los acordes de la música.
Las personas allí presentes se escandalizaron, y era normal que así fuese, al ver bailar a un Namikaze. No obstante, Naruto intentaba concentrarse en los pasos que había aprendido hacía ya muchos años. Le sorprendía poder recordarlos, pero así era y, juntos, la joven dama y él giraban sin cesar, con sus cuerpos en perfecta armonía, como si el uno fuera la prolongación del otro.
—Baila usted muy bien —comentó su nueva vecina, mordisqueándose el carnoso labio inferior—. Pero yo esperaba mucho más.
—¿Más? —De repente se sintió como un imbécil que no podía hilar una frase inteligente en su presencia.
—Me está usted tocando con el mayor respeto —observó ella—. Dada la reputación de la que goza, supuse que sería menos formal. No hay nada en sus modales que pueda parecer escandaloso.
Naruto sintió que era su deber explicarle la situación.
—Le aseguro que el solo hecho de que esté usted bailando conmigo es lo suficientemente escandaloso para las personas que se encuentran aquí esta noche. — Al notar que su comentario no parecía convencerla, le preguntó—: ¿Acaso quiere usted que la rapte?
Hinata frunció sus cejas negras, tan armoniosamente dispuestas sobre su frente. Luego, apretó los labios como si estuviese reflexionando.
—Esperaba no tener que tomar medidas tan drásticas, pero ahora comprendo que efectivamente eso podría ser necesario. ¿Puede usted hacerlo? Quiero decir, ¿le importaría mucho?
Él estuvo a punto de perder el paso. ¿Que si le importaba? ¿Acaso era tonta aquella chica? No, no lo era; chispas de inteligencia brillaban en sus preciosos ojos.
—¿Qué se trae usted entre manos, lady Hinata?
En lugar de responderle, la joven recorrió con la vista a todas las personas allí presentes. Naturalmente, él hizo lo mismo, y su mirada se detuvo en un grupo de debutantes que tenían los ojos clavados en ellos, quienes se habían puesto rojas de excitación al verlo bailar.
¿Se habría acercado a él a causa de algún tipo de apuesta hecha entre amigas? ¿O de algún desafío? ¿Habría decidido ser presentada en sociedad a lo grande?.
Quizá simplemente quisiese llamar un poco la atención, destacar por una noche entre todas las jóvenes hermosas y solteras que habían ido a la ciudad a pasar la temporada.
—Mis deseos son completamente sinceros, lord Namikaze. —La mirada de la joven volvió a posarse en él—. Me decepcionan mucho los buenos modales que ha mostrado usted esta noche. Su comportamiento está muy por debajo de lo que yo esperaba. Si no quiere usted ayudarme, quizá deba buscar a otra persona que sí esté dispuesta a hacerlo.
El encaprichamiento de Naruto se apagó levemente. Durante los últimos diez años había sido el blanco de las bromas de la alta sociedad. No le importaba que la gente le temiera o hablase de él, pero no permitiría que nadie lo dejara en ridículo. Cuando la joven quiso alejarse, como si tuviera la intención de abandonarlo allí igual que a un objeto desechable, tiró de ella.
—Si lo que usted quiere es que la ponga en una situación comprometida, ha acudido al hombre indicado —le aseguró—. Y le prometo que no se llevará una desilusión. Soy todo generosidad, lady Hinata.
Tras decir estas palabras, la condujo al borde de la pista de baile. El proyecto de encontrar un lugar donde pudiesen tener privacidad ocupaba sus pensamientos. Lady Hinata había avivado neciamente su ardor. Había arrojado el guante, y si quería tener algo de que reírse con sus tontas amigas, él se aseguraría de dárselo.
Continuará
