Naruto Y Hinata en:
TU MI SALVACIÓN
2: El fin Justica los Medios
Lord Namikaze traspasó con ella las dos puertas laterales que permanecían abiertas para permitir que el aire fresco de la noche entrara en el sofocante salón de baile. Desconcertada ante su propia audacia, Hinata lo siguió a través de un pequeño jardín que conducía a la calle, donde se encontraban los carruajes alineados en espera de que sus ocupantes salieran del baile.
Su corazón latía con tal fuerza y a tal velocidad que ella temió que se le saliera del pecho. A pesar de su osadía, las rodillas le temblaban. Estaba desesperada, y la desesperación muchas veces se disfrazaba de valentía.
Cuando Hinata vio por primera vez a Naruto Namikaze entre los invitados que se encontraban en el baile de los Katõ, se quedó anonadada. Nunca en su vida había visto a un hombre tan guapo. Era alto y delgado.
Su pelo acariciaba el cuello de su elegante abrigo, y su intenso color dorado le recordaba a su hogar en el campo, al trigo que maduraba en los labrantíos. Sus ojos eran azules, tan claros como el cielo durante un día soleado.
Tenía las facciones delicadas, y la mandíbula fuerte y cuadrada. Su boca sólo podría describirse como inquietante: sus labios no eran ni demasiado carnosos ni demasiado finos, pero tenían una forma muy sensual. En sus mejillas tres marcas de bigotes que le hacían ver salvaje.
Sus cejas y pestañas rubias como él, y su piel era de color dorado, como si pasara mucho tiempo al aire libre. Cuando llegó a casa de los Katõ, todas las mujeres que se encontraban en el salón de baile se volvieron para admirarlo... Luego empezaron los rumores.
Cuando oyó su nombre, Hinata cayó en la cuenta de que era el vecino al que su hermanastro, Toneri, le había advertido que no debía acercarse. Namikaze no se encontraba en Londres cuando ella llegó, y su regreso precisamente aquella noche no podía haberle sido más favorable.
Porque había ideado un plan. Un plan para arruinar los proyectos que su hermanastro tenía para ella y, al menos eso esperaba, hacer que la desterrara a la finca de su padre, adonde ella anhelaba regresar.
—Thomas, baja de ahí y ve a buscar algo en que ocuparte —le gritó Namikaze al cochero al llegar a su carruaje.
Hinata se sonrojó. ¿Qué pensaría el cochero? Pero eso no debía preocuparle. No en aquel momento.
—¿Por cuánto tiempo, milord? —preguntó el hombre.
Namikaze recorrió a Hinata de pies a cabeza con sus tempestuosos ojos azules antes de responder.
—Por un buen rato.
Nerviosa, Hinata dirigió su mirada hacia la casa. Toneri podría salir a buscarla y echarlo todo a perder.
—¿Podríamos dar un paseo mientras... es decir, mientras nosotros...? No pudo terminar la pregunta.
—Interesante —estimó él—. Cambio de planes, Thomas. Danos unas cuantas vueltas a la manzana. Luego, cuando me oigas dar un golpe en el techo, nos traes aquí de nuevo.
Thomas asintió con la cabeza.
—Briggs ha ido con otros lacayos a tomar una cerveza. ¿Quiere que yo le abra la portezuela, milord?
—No.
Namikaze abrió la portezuela del carruaje y, en lugar de ayudar a Hinata a subir, la levantó con total seriedad y la depositó en el interior del vehículo. Acto seguido, subió él y cerró la portezuela de golpe.
Siguió un momento bastante embarazoso. Hinata no sabía qué esperar. Sentía que lord Namikaze estaba enfadado, pero ¿por qué? Ella se le había ofrecido. ¿Acaso no era eso lo que todos los hombres querían? ¿Acostarse con una mujer apenas se les diera la oportunidad?
Según su hermanastro, eso era exactamente lo que los hombres querían. El carruaje dio una sacudida y se puso en marcha. Hinata le echó un vistazo a la portezuela. El vehículo no se estaba moviendo tan rápido como para causarle una herida grave en caso de que decidiera saltar.
«Pero lo cierto es que ahora te toca recoger los frutos de lo que sembraste».
Ella lo miró. El interior del carruaje estaba oscuro, las lámparas estaban apagadas, y no podía ver la expresión de su rostro.
—Mi ofrecimiento fue sincero, y no tengo ninguna intención de faltar a mi palabra.
Lord Namikaze suspiró.
—Ninguno de los invitados al baile de los Katõ puede vernos ahora. No hace falta que siga usted fingiendo.
¿Fingiendo? ¿Acaso no había entendido su invitación? Hinata necesitaba que le hiciera un favor, y creyó que él había entendido en qué consistía el intercambio. Ese hombre la había mirado como si estuviese más que dispuesto, y ella había sentido cómo su cuerpo ardía en cada uno de los sitios en que los ojos de él se habían posado.
Y no era precisamente la vergüenza la que había originado el fuego, sino otra cosa. Algo para lo que no la había preparado la vida tan protegida que había llevado. Algo perverso.
—Pero debe usted aprender que no puede jugar con todos los hombres. Al menos yo no permitiré que juegue conmigo.
¿De modo que él no creía que el ofrecimiento que le había hecho fuese en serio? Por supuesto que no. Hinata suponía que no era muy común que una dama de buena cuna se acercase a un hombre para pedirle que arruinara su reputación. Quizá aún tuviese una oportunidad de apartarse del camino que acaba de tomar.
—A lo mejor he debido pensarlo más detenidamente —reconoció Hinata. En medio de la oscuridad, dirigió su mirada hacia él—. Si regresamos ahora mismo es posible que no noten nuestra ausencia.
Él se rio, pero su respuesta no sonó sincera.
—Ya es demasiado tarde. Usted quería provocar un escándalo, lady Hinata, y lo ha logrado. Sé que me ha utilizado, pero no sé qué es lo que pretende, ni por qué se ha comportado usted así. ¿Le importaría explicármelo?
Hinata no podía explicárselo. Además, a él no le importaba y, desde luego, no pensaba hablar con un desconocido de sus asuntos. Simplemente le había pedido que le hiciera un favor; después no necesitaba volver a verlo. Su único propósito era recuperar su libertad, librarse de su hermanastro y de los planes abyectos que tenía para ella. Librarse de Toneri a cualquier precio.
Tras recuperar su valor, Hinata dijo:
—Me sorprende que me pida usted explicaciones, lord Namikaze. No creo que ningún otro hombre lo hubiera hecho. —Más que verlo, lo sintió volverse para mirarla. Aunque sabía que él no podía verla, alzó la cara—. Pensé que podía contar con usted. Usted...
Los labios de él se encontraron con los suyos en medio de la oscuridad. Hinata estaba hablando, de modo que tenía la boca abierta; quiso cerrarla, pero él la cogió de la barbilla, sujetándola de tal manera que no pudo rechazarlo. Él sabía a champán y a fresas frescas.
Aquél fue un beso castigador, como para enseñarle la lección que él creía que ella debía aprender. El instinto natural de Hinata la llevó a oponer resistencia. Un leve quejido de temor se escapó de su garganta y Naruto, al oírlo, se echó hacia atrás y se quedó mirándola fijamente.
—Me está haciendo daño —susurró ella.
Le soltó la barbilla, que hasta entonces sostenía con fuerza. Las yemas de sus dedos rozaron su mejilla, tan suave como el revoloteo de las alas de una mariposa. Lentamente, se inclinó de nuevo hacia Hinata.
Esta vez acarició sus labios con ternura. Ese inesperado contraste le pareció a ella más perturbador que su fuerza bruta. Estaba acostumbrada a los malos tratos. En cambio, nadie la había adiestrado nunca en el arte de la seducción. Era evidente que ese hombre, por el contrario, lo conocía muy bien.
La lengua de Naruto recorrió la línea de su labio inferior, cálido y húmedo, buscando. Algún instinto se despertó dentro de Hinata y la joven se abrió para él. Su lengua entró en la boca de ella, incitando, explorando, provocando sensaciones que ella nunca antes había experimentado.
—¡Dios, qué dulce! —exclamó él contra sus labios, y el ronco timbre de su voz hizo que un ardor recorriera las partes más íntimas del cuerpo de Hinata.
Cuando Naruto apresó de nuevo sus labios, ella se dejó guiar, siguió su ejemplo, y se deleitó con la manera tan perfecta en que sus bocas se fusionaron. A Hinata sólo la habían besado una vez el hijo del jardinero cuando ella tenía doce años. Aquel primer beso fue torpe y mediocre. Éste no se le parecía en nada. Éste no se parecía a nada de lo que ella había experimentado o siquiera imaginado jamás.
Tímidamente, Hinata le rodeó con sus brazos, entrelazando los dedos con su pelo sedoso. Respiraba con dificultad, al igual que él, pues el sonido de la irregular respiración de ambos llenaba el silencioso carruaje. De repente, la joven sintió un fuerte calor en todo el cuerpo y dejó de preocuparse por lo que él le estaba haciendo. Dejó de preocuparse por completo.
El carruaje pasó por un bache y se sacudió, haciendo que se separaran. Hinata cayó de espaldas contra el asiento, pero un segundo después él volvió a acercarse a ella, poniéndose prácticamente sobre su cuerpo.
No sabía por qué el hecho de ver su figura imponente tan cerca, su rostro oculto entre las sombras, la excitaba tanto. Pero así era. Ese hombre había liberado algo que debía haber estado durmiendo dentro de ella durante años, y no tenía ni idea de qué hacer para recuperar la cordura.
Naruto se inclinó hacia ella. Sus dientes rozaron el cuello de Hinata, haciendo que un escalofrío recorriera su espalda. Luego se detuvo frente a la vena que latía con fuerza en la base de su cuello. Sin saber por qué, eso la alarmó momentáneamente. Luego, él apresó de nuevo su boca, y todos sus pensamientos de miedo desaparecieron.
Cuando, inesperadamente, llevó las manos a sus pechos, Hinata recuperó un poco el sentido común del que él la había despojado. Se alejó de él prácticamente de un tirón. Reacción insensata, reconoció un momento después. Si no le permitía tocarla de modo íntimo, ¿cómo diantres le permitiría poseerla?
Resuelta a lograr que él arruinara su reputación, se quedó quieta. Él la besó de nuevo; un beso largo y lánguido que casi la hizo olvidar dónde se encontraban sus manos... casi. Tras meter el dedo pulgar en su escotado traje, acarició su pezón. Ella se sobresaltó de manera automática, pero su reacción no lo hizo desistir de su propósito.
Su dedo pulgar empezó a moverse alrededor del pezón hasta que su punta se transformó en una dura piedrecilla. Esa sensación hizo que de su garganta se escapara un débil gemido. Su espalda se arqueó, como si quisiera apretarse con mayor firmeza contra la mano de él.
Aturdida por la pasión, no se dio cuenta de que él estaba bajando los tirantes del vestido hasta que el aire de la noche acarició su febril carne. Intentó alzar los brazos para cubrir sus pechos expuestos, pero él se anticipó a su reacción y apresó sus muñecas, tirando de ellas para ponerlas sobre su cabeza.
—¿Me tiene miedo? —le preguntó.
«Sí», quiso responderle Hinata, pero sabía que no era completamente cierto.
—Tengo miedo de lo que usted me hace sentir —le respondió.
—¿Quiere que me detenga?
Una vez más, su primer impulso fue responder que sí.
La voz de Naruto, grave por naturaleza, había bajado una octava. Su sonido se deslizó por las terminaciones nerviosas de Hinata, haciéndole sentir un apremiante deseo. Ella había deseado otras cosas: su hogar, su familia; pero nunca había deseado a un hombre.
Debería pedirle que se detuviera, pero tenía que luchar contra la moral que le habían enseñado. No podía detenerlo si verdaderamente quería que dejaran de considerarla un buen partido. ¿Qué hombre en su sano juicio querría casarse con ella cuando todo el mundo supiera que estaba deshonrada?
—No, le ruego que no se detenga.
Él vaciló el tiempo suficiente para hacer que Hinata se inquietara. ¿Qué haría si se negaba a continuar?
Qué humillante era para una mujer ofrecerse a un hombre que no la deseaba. Al ver que no seguía, le preocupó que el problema no fuese con ella, sino con él mismo. Había oído hablar de este tipo de cosas.
—¿Tiene usted algún problema con su... ? —No sabía cómo debía llamarlo.
—¿Conciencia? —preguntó él.
Se sintió expuesta al percatarse de que se encontraba semidesnuda debajo de él. Era necesario resolver aquel asunto, y pronto. No tenía ningún sentido dar rodeos.
—¿No puede usted funcionar? Él se apretó contra ella.
—No tengo ese tipo de problemas.
Quizá Naruto Namikaze no tuviese ningún problema, pero como no se dieran prisa, ella sí los tendría, y corría el riesgo de arrepentirse si se daba mucho tiempo para pensar. Hinata ocultó su repentina turbación.
—Entonces siga, por favor —lo instó.
Él bajó la cabeza lentamente hacia sus pechos. Metió su duro pezón en la cálida y húmeda cavidad de su boca, y empezó a chupar. Hinata estuvo a punto de caerse del asiento del carruaje, pero él la sujetó a tiempo.
Luego, probó con deleite uno de sus pechos, después el otro. Su lengua le hacía cosas indecentemente sensuales a sus pezones: los acariciaba trazando círculos y espirales, y luego volvía a meterlos en lo más profundo de su boca para chuparlos.
Los músculos de su estómago se tensaron, como si la boca de ese hombre produjera de alguna manera esta reacción al tirar de sus senos. Más abajo, se sintió húmeda y caliente entre las piernas. Se arqueó contra él, quería abrazarlo, pero no pudo hacerlo porque Naruto aún seguía sujetándole los brazos a los lados.
Él volvió a subir por su garganta para alcanzar su boca y besarla de nuevo. Mientras su lengua se movía en lo más profundo de la boca de la mujer, sus caderas se apretaban contra las de ella, creando un ritmo sensual que la dejó sin aliento, temblorosa y deseando vehementemente algo más.
Palpitaba por él. Ansiosa y anhelante, cayó en un profundo abismo de sensaciones, consciente tan sólo del cuerpo de él, del suyo propio y de las ardientes reacciones de ambos. Naruto tiró del traje de Hinata, bajándolo mucho más allá de su cintura.
En medio de la oscuridad, la abandonó; se sentó para forcejear con su alzacuellos. Luego, sacó su fina camisa de lino de sus ajustados pantalones. No dejaba de mirarla ni un instante mientras tiraba de sus ropas. Hinata no podía ver sus facciones claramente en el oscuro interior del carruaje, pero por extraño que pareciese, veía sus ojos.
Brillaban... como los ojos de un animal en la noche. Se le puso la carne de gallina. Alzó su mano en un movimiento repentino para cubrir su garganta, en un gesto quizá inconsciente.
De repente, la luz de una farola iluminó por completo el oscuro interior del carruaje. Ella lo vio claramente bajo su destello. Estaba pasmosamente apuesto con aquella camisa abierta que dejaba ver su suave y dorada piel. Pero sus ojos no habían cambiado en absoluto. Estaban llenos de una resplandeciente luz azul. Se quedó boquiabierta ante aquella extraña visión. Súbitamente, él apartó la mirada. Luego, cogió su bastón y dio un fuerte golpe en el techo.
—Vístase.
Prácticamente le gruñó estas palabras. Hinata se levantó con dificultad, avergonzada de que la farola la hubiera mostrado semidesnuda hacía un momento. Se subió el traje, aturdida por lo que acababa de pasar entre ellos... y también por lo que no había pasado.
—Una vez que hayamos regresado, vaya directamente a su carruaje y ordénele a su cochero que la lleve a casa —le indicó él—. No hable con nadie. Yo haré que le den un recado a su hermanastro. Usted se sintió mal, ¿entiende? Le ordenó a su cochero que la llevara a casa cuando yo la acompañé a su carruaje.
Hinata cesó en sus frenéticas tentativas por arreglar su apariencia. Él le estaba dando una excusa que ella no quería.
—¿Me está usted diciendo que debo mentir acerca de dónde he estado y qué he estado haciendo?
Arreglando sus ropas, él le respondió:
—Sólo a las personas importantes. A sus jóvenes amigas puede contarles en secreto lo sucedido, no faltaba más. Espero haberle dado lo que quería.
Pero no se lo había dado. Aún era tan casta como cuando se marchó con él del baile de los Katõ. Casta, por no decir virgen. Y Hinata no tenía amigas a quienes contarles sus secretos. ¿Qué había querido decir ese hombre? Y más importante aún, ¿por qué no terminó lo que había empezado?
—Usted no me desea. —De repente lo entendió todo. Algo en ella le había parecido repugnante. Quizá fuese el atrevimiento que había mostrado.
Namikaze se volvió para mirarla a la cara, pero esta vez ella no pudo ver sus ojos en medio de la oscuridad. Y se preguntó si realmente los habría visto brillar de aquella manera tan extraña. Quizá hubiese sido una ilusión creada por la luz de la luna.
—El juego ha terminado, lady Hinata —le habló con un tono de voz frío, a pesar de que ella aún sentía el calor del cuerpo de aquel hombre enroscándose en torno al suyo—. Yo le he seguido el juego. Le he dado material para cotillear con sus tontas amiguitas. He hecho que su presentación en sociedad sea memorable. Alégrese de que no le haya dado más de lo que usted estaba esperando.
El carruaje se detuvo. Él se apeó de un salto y mantuvo la portezuela abierta para ella. Hinata dejó que la ayudara a bajarse, demasiado confundida para hacer algo distinto de seguirlo. Sintió sus rodillas débiles, una reacción o bien a la pasión que acababan de compartir o al miedo de afrontar las consecuencias de sus acciones. Naruto la condujo a lo largo de la hilera de carruajes apostados frente a la casa.
—¿Cuál es?
Aturdida aún, Hinata se limitó a señalar con la cabeza un carruaje que se encontraba un poco más adelante. Él la acompañó al vehículo, abrió la portezuela y la ayudó a entrar. La joven pensó que simplemente le daría con la puerta en las narices y luego se marcharía, pero se detuvo un momento y se quedó mirándola desde fuera.
—Buenas noches, lady Hinata. Ha sido un placer... bueno, para mí ha sido un gran placer en todo caso.
Cerró de un portazo. Hinata oyó cómo le ordenaba a su cochero que la llevara a casa. El carruaje avanzó pesadamente. Ella se acercó con dificultad a la ventanilla, corrió las cortinas y se asomó. Naruto aún se encontraba en el mismo lugar, mirando el carruaje.
Sus miradas se cruzaron. Hinata vio el rescoldo del deseo ardiendo aún en sus ojos, y el movimiento acelerado de su pecho, como si todavía estuviese luchando consigo mismo. Quizá aún fuese una chica inocente, pero estaba perdiendo su inocencia rápidamente. Él la deseaba. Entonces, ¿por qué se había detenido? ¿Por qué no había llegado hasta el final?
A pesar de los rumores que corrían sobre él, ¿sería en realidad un hombre decente? ¿Se había detenido porque aún seguía el código ético que la sociedad que lo rechazaba había establecido? Si era así, ella se había equivocado en su elección aquella noche. Si era así, él había estado engañando a miles de personas durante mucho tiempo. La ira remplazó la confusión y la pasión que todavía ardía bajo su piel.
Ese hombre había jugado con ella. Lo que era aún peor, había arruinado sus planes, y tendría que afrontar las graves consecuencias de sus acciones de aquella noche. Pero no había hecho nada tan grave como para que la mandaran de nuevo al campo, como había esperado que sucediera si llevaba a cabo su plan.
—Hay algo que nadie me ha dicho de usted esta noche, lord Namikaze —se dijo a sí misma—. Me han contado muchas cosas sobre usted, pero nadie me había dicho que es usted un cobarde.
Continuará
