Naruto Y Hinata en:
TU MI SALVACIÓN
3: El Hermanastro
La fuerza de la bofetada hizo que se tambaleara. Hinata se llevó una mano a su dolorida mejilla. Lágrimas de dolor y humillación bañaban su rostro. Parpadeó con fuerza, los ojos le escocían a causa del llanto.
—¿Cómo te atreves a portarte como lo has hecho esta noche? —bramó Toneri Chapman Õtsutsuki —. Se suponía que debías conseguir un esposo rico y con títulos nobiliarios, ¡no provocar un escándalo con personas de la calaña de Naruto Namikaze!
—Fue un simple baile —susurró Hinata. ¿Qué haría Toneri si supiera todo lo que había ocurrido entre lord Namikaze y ella? Sin importarle las consecuencias, se lo habría contado todo si sus planes hubieran resultado como ella había esperado, pero no había sido así, y no veía por qué debía padecer la cólera de su hermanastro sin una buena causa.
Habían apartado a Toneri de su vida cuando era apenas una niña. Era un joven repulsivo; y era un adulto aún más repulsivo. Su padre ya no estaba vivo para protegerla de Toneri. Su hermanastro consideraba que era el deber de Hinata restablecer la fortuna familiar que él había derrochado... incluida la herencia de ella.
Casarla con un hombre rico que diera mucho dinero por ella era la solución más fácil... al menos según su hermanastro. No era la idea de casarse lo que tanto molestaba a Hinata, sino que la obligaran a hacerlo, y todo porque Toneri había acumulado tantas deudas de juego durante los últimos años que podría terminar en la cárcel.
—¿Un simple baile? —repitió él. Una vena le latía en su lisa frente, y dio un amenazante paso hacia ella—. ¡Te marchaste con él! ¡Todo el mundo os vio! Te dije que no te acercaras a él. Cualquier relación que entables con ese condenado hombre arruinará por completo tu reputación. Además, él te devoraría entera para luego escupirte. ¡Naruto Namikaze es un hombre peligroso!
Hinata sospechaba que casi ningún hombre podría ser más peligroso que Toneri Chapman. Los recuerdos de infancia que tenía de él eran muy vagos, pero ya en aquella época era un joven agresivo. Creyó que había cambiado cuando fue a verla al campo hacía tres meses, pero la engañó.
Le dijo que su madre estaba en su lecho de muerte y quería verla por última vez. Durante el corto periodo en que la duquesa de Hyûga vivió bajo el mismo techo que el padre de Hinata, la dama fue muy amable con ella; debía reconocer incluso que fue casi como una madre.
Hinata dejó la finca y viajó a la capital con Toneri. La madre de éste, efectivamente, se encontraba agonizando en una habitación del segundo piso de la casa, demasiado débil para poder siquiera hablar con Hinata. Pero Toneri había mentido acerca de la razón por la que quería que ella fuera allí.
—Tus insensatas acciones de esta noche han dado mucho que hablar en toda la ciudad. No me queda más remedio que ponerle fin a tu temporada y aceptar la propuesta que he recibido del vizconde Shimura. ¿Te acuerdas de él? Lo conocimos en la ciudad la semana pasada cuando fuimos a ver al sombrerero.
No era muy difícil acordarse del vizconde. Toneri no permitía que Hinata hiciera mucha vida social hasta que fuera presentada en la corte. Aquella noche, justamente, el baile de los Katõ daba inicio a la temporada.
Lord Shimura era un hombre alto, delgado de cabello oscuro y con un parche en su ojo derecho, a quien se le caía la baba por ella y que la miraba de una manera que le hacía sentir un desagradable hormigueo en todo el cuerpo.
—Ese hombre podría ser mi padre —señaló ella—. Ya que me obligas a casarme, esperaba que al menos me permitieras escoger a mi esposo.
Toneri extendió la mano, le cogió la barbilla con sus dedos fríos y, apretando fuerte, le dijo:
—¿Y qué puede saber una rata pueblerina como tú acerca de cómo escoger un esposo? Tu hermano mayor sabe qué es lo mejor para ti. Yo me haré cargo de todo lo relacionado con tu vida hasta que considere conveniente entregarle esa tarea a otro hombre. —Sus dedos la apretaron con más fuerza—. A menos que hayas dado al traste incluso con la oportunidad de casarte con Shimura, debido a tu descarado comportamiento de esta noche.
—Ya te he dicho que fue algo inocente —mintió ella—. Me sentí mal cuando estaba en la pista de baile, y lord Namikaze simplemente me acompañó al carruaje para que yo no pasara un mal rato.
¿En qué había estado pensando?, se dijo Hinata. Sabía perfectamente que Toneri era capaz de hacer uso de la fuerza con ella. Ya le había pegado una bofetada cuando se negó a ponerse el traje indecentemente escotado que le había mandado hacer para aquella noche.
Sin embargo, nunca lo había visto tan furioso como en aquel momento, y estaba segura de que si su plan hubiera salido como pensaba y Naruto Namikaze la hubiera deshonrado, su hermanastro incluso habría podido matarla.
Toneri le soltó la barbilla, pero su mirada seguía siendo tan fría y sin vida como hielo.
—Espero que no me estés mintiendo. Tu virginidad es tu gran baza para conseguir un buen marido. No te acerques a Naruto Namikaze. Si esta noche te libraste de que te violara, puedes considerarte una de las pocas mujeres afortunadas que salió con él de noche y regresó con su virtud... o que siquiera tuvo la suerte de poder regresar.
Ella no pudo contener la curiosidad, aunque habría sido mejor que le hubiera puesto fin a aquella conversación y hubiera ido a refugiarse en su habitación.
—¿De qué estás hablando?
Su hermanastro ostentó su sonrisa malvada.
—Debí contarte más cosas acerca de lord Namikaze, así no te habrías acercado a él. Hace unos meses asesinó a una mujer en su propia caballeriza. Y la justicia nunca le pidió cuentas sobre su crimen.
Hinata sintió un escalofrío.
—Un asesinato —susurró—. Pero él y yo... es decir, él se portó como todo un caballero cuando me acompañó al carruaje.
La afirmación de que «se portó como todo un caballero» era una mentira, sin duda, pero había estado a solas con Naruto Namikaze y en ningún momento sintió que su vida corriera peligro... su virtud sí, pero no su vida.
De repente, se acordó de algo: la sensación de los dientes de Naruto contra la vena que se encontraba en la base de su cuello. En ese momento sí se había asustado porque pensó que iba a morderla.
—Todo el mundo os vio salir juntos —le recordó Toneri—. No sería tan soberbio como para creer que podría cometer impunemente un segundo crimen, no cuando todos lo habían visto salir contigo del baile. Y esto me vuelve a llevar al tema de Shimura. Él también ha sido invitado al té de lady Uchiha pasado mañana. Sé amable con él.
Pensando aún en lord Namikaze, ella le respondió:
—Seré cortés, siempre que se porte mejor que la última vez que lo vi.
Toneri extendió la mano y clavó sus dedos en la suave piel de los hombros de Hinata, haciendo que ella volviera a prestarle toda su atención.
—Serás encantadora, te trate como te trate. Shimura y yo tenemos un acuerdo de negocios, si se le puede llamar así. Le debo una considerable cantidad de dinero por deudas de juego. Entre otras cosas... —añadió, como si estuviera hablando consigo mismo—. No me imaginé que pudiera sentirse tan atraído por ti. Le gustan las cosas bonitas.
Para Toneri, Hinata no era más que una «cosa». No una persona llena de sueños, esperanzas y sentimientos. Siempre había sido un hombre muy agresivo. Desde que era niña sentía mucho miedo cuando se encontraba cerca de él.
Sospechaba que Toneri era la razón por la que su padre y su madrastra no vivieron bajo el mismo techo durante mucho tiempo. Pero, aunque la duquesa había sido increíblemente amable con Hinata, la mujer adoraba a su miserable hijo.
—Lo mejor será que vaya a ver a tu madre —anunció Hinata, dirigiéndose a las escaleras—. Estoy segura de que Natsu querrá descansar un poco, pues ya lleva mucho tiempo cuidando de la pobre mujer.
—Mi madre ni siquiera sabe quién eres —bramó Toneri—. Vayamos más bien a tu habitación. Te ayudaré a escoger la ropa que te pondrás para el té de lady Uchiha. Debes estar guapísima ese día, Hinata. La apariencia lo es todo.
Hinata podía entender muy bien por qué Toneri consideraba que la apariencia de una persona era más importante que lo que tenía en su interior. Su hermanastro podía ser un hombre encantador en presencia de otras personas.
Sólo ella sabía qué clase de hombre era él realmente. Y suponía que su padre también lo supo, pues les había pedido a Toneri y a su madre que se marchasen. Hinata no quería a Toneri en su habitación. Éste era el único lugar de la casa en el que ella se sentía a salvo de sus malos tratos.
—Yo puedo escoger sola la ropa que voy a ponerme —le expuso—. No hace falta que te molestes con esos asuntos tan triviales.
—No es ninguna molestia —contestó Toneri sin alterarse—. Los acreedores no tardarán en venir a cobrar la considerable suma de dinero que invertí en modernizar tu guardarropa. Los vestidos tan recatados que te ponías eran algo infantiles. Debes exhibir tus cualidades, Hinata. ¿Quién mejor que un hombre para decirte qué vestidos te favorecen más para este propósito?
Toneri empezó a caminar, esperando que ella lo siguiera como una dócil mascota, pero Hinata no cedió.
—No permitiré que entres en mi habitación, Toneri. Mi padre compró esta casa, aunque en justicia le pertenece a tu madre. Él nunca habría puesto mi futuro en sus manos si hubiera sabido que ella caería tan gravemente enferma poco después de su muerte.
Su hermanastro permaneció frente a las escaleras, de espaldas a ella.
—Sí, es una verdadera lástima lo que le sucedió a la duquesa. Pero todos los abogados están de acuerdo en que mi madre no está en condiciones de ocuparse de tu futuro, ni tampoco de tu herencia. Todos estuvieron de acuerdo en que esa responsabilidad debía recaer sobre mí.
Cuando se volvió, Hinata vio que la cara se le había puesto roja y que la vena seguía latiendo con fuerza en su frente.
—Estás bajo mi control, Hinata. Tu afectuoso padre ya no está vivo para ordenarme que me marche de su casa. Harás exactamente lo que yo te ordene o sufrirás las consecuencias. Consecuencias que no creo que te agraden mucho... aunque a lo mejor sí. ¿Quieres averiguarlo?
A pesar de que quería ser valiente, Hinata prefirió ceder, y bajó la vista. Lo que él acababa de decir era verdad. Toneri tenía su custodia. Tenía el control de su dinero, y por eso ella estaba arruinada.
Toneri era adicto al juego. Por eso había podido escabullirse con Naruto Namikaze durante el baile de los Katõ, porque su hermanastro estaba jugando a las cartas en el salón de juego, en lugar de estar acompañándola, como era su deber. Ella suponía que no volvería a cometer ese error.
Su hermanastro se volvió de nuevo y empezó a subir las escaleras.
—¿Vienes conmigo, hermanita?
Hinata dirigió su mirada hacia el recibidor, y por un momento estuvo tentada de salir corriendo. Pero no tenía dinero propio, ningún lugar adonde ir salvo el campo, ni cómo pagar un pasaje. Por el momento, estaba a merced de Toneri.
Pero no había renunciado a la idea de frustrar los planes que tenía para ella. Aún no sabía cómo lograría hacer esto sin que él se enfadase hasta el punto de golpearla. Pero no tardaría en descubrir la manera.
—¡Hinata! —la llamó él con un tono de voz más imperioso—. Te he ordenado que vengas conmigo. ¡Obedece!
Resignada, lo siguió, pensando con horror en su predestinado encuentro con lord Shimura y sintiendo aún en la mejilla el dolor de la bofetada que Toneri le había dado.
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—Es exactamente como usted me había dicho, eso no se lo discuto. No tiene un solo hueso frágil en todo su cuerpo. Es un animal magnífico —confirmó lord Uchiha.
Naruto se quitó una pelusa imaginaria de su abrigo de montar. Se preguntó por qué, a pesar de la reputación que había adquirido su cría de caballos, a la gente aún parecía sorprenderle su integridad. Si no fuera honesto al negociar con esos imbéciles, no se habría ganado la reputación que tenía como criador.
Había regresado hacía poco tiempo de su finca, Konohagakure, donde se había ocupado con especial cuidado de escoger los caballos que vendería en la ciudad. Era posible que se creyera que los Namikaze eran asesinos o cosas aún peores, pero como criadores de caballos eran inigualables.
—Entremos —ordenó el conde—. Tomemos una copa de coñac en mi despacho, y luego le pagaré lo que le debo por el animal.
—Aún no es la hora del té —le recordó Naruto al hombre—. No me gustan mucho las bebidas alcohólicas. Sólo págueme, y me marcharé.
El conde asintió con la cabeza. Probablemente le alegraba que él lo librase de tener que cumplir con su deber de buen anfitrión. Naruto siguió a su cliente por un camino de ladrillos hasta la casa. En cuanto entraron, oyeron un murmullo de voces proveniente del salón principal.
—Mi esposa está ofreciendo un té —informó el conde—. Está presentando en sociedad a la hija del difunto duque de Hyûga. ¡Ah!, había olvidado que usted conoció a la joven en el baile de los Katõ.
A juzgar por el brillo de malicia que se reflejó en los ojos del conde, él sabía perfectamente que Naruto y Hinata ya se conocían. En realidad, sólo quería cotillear.
—Sí, es una chica encantadora —respondió Naruto—. Es una pena que el pato asado que sirvieron en la cena esa noche le sentara mal. Me vi en la obligación de acompañarla a su carruaje apresuradamente, para evitar que pasara un mal rato en la pista de baile, ya sabe, tenía el estómago muy revuelto.
—¡Ah! —suspiró el conde—. Eso me han dicho. Sin embargo, ella fue algo atrevida al bailar con un hombre que no le habían presentado como es debido — agregó.
—Al bailar conmigo, querrá usted decir —corrigió Naruto arrastrando las palabras—. Es mi vecina. Ha vivido en el campo toda su vida y no sabía que yo no era la pareja de baile idónea. Debí ahorrarle la vergüenza que sin duda ha pasado desde entonces, pero por otra parte, nadie esperaba nada mejor de mí.
—Por supuesto que no —asintió el conde, luego se dio cuenta de lo que acaba de decir y se sonrojó—. El despacho es por aquí.
Las finas alfombras del pasillo amortiguaban sus pasos. Debían pasar frente al salón, y, al ver sus puertas abiertas de par en par a modo de recibimiento, Naruto tuvo que hacer un descomunal esfuerzo para no dirigir su mirada a la habitación.
—¡Fugaku!
El conde se detuvo tras dar un resbalón, obligando a Naruto a detenerse también.
—Me prometiste que vendrías al té y me dijiste que ese asunto del caballo no te llevaría mucho tiempo.
Lady Uchiha, la avejentada esposa del conde, se paró en seco al ver a Naruto ensombreciendo su pasillo. Se llevó una mano al corazón.
—¡Ah! No me había dado cuenta de que aún estabas con lord Namikaze. Perdone usted, por favor, que los haya interrumpido.
Naruto le sonrió a la aturdida mujer. Sabía que eso la turbaría aún más.
—Y yo le ruego que me perdone por distraer a su esposo de sus compromisos.
Ella asintió con la cabeza en señal de que aceptaba sus disculpas, pero su mano aún descansaba sobre su corazón, como si le hubieran dado un susto y todavía no hubiese podido recuperarse.
—Acabo de invitar a lord Namikaze a tomar una copa de coñac, pero él me ha dicho con toda sensatez que aún es demasiado temprano para empezar a beber. Me parece que lo más correcto, querida, sería que le ofreciéramos una taza de té mientras yo me ocupo de pagarle lo que le debo por el caballo.
El conde, obviamente, quería castigar a su esposa por alguna falta anterior. A Naruto no le agradó mucho la idea de ser el instrumento de su castigo.
—Desde luego. Lord Namikaze puede tomar el té con nosotros, yo encantada — afirmó lady Uchiha con voz ronca. Luego, dirigió su aterrorizada mirada hacia Naruto—. Sería un honor para mí que nos acompañe usted a tomar el té.
Ella debía estar fuera de sí, y Naruto lo sabía. Sospechaba, además, que la dama estaba segura de que él nunca asistiría a nada tan aburrido como una reunión social.
—Para mí sería un honor acompañarlos.
Naruto no podía creer que hubiese dicho estas palabras. Y la dama abrió los ojos de tal manera, que era evidente que ella tampoco podía creerlo. Quiso retractarse de lo dicho y rechazar la invitación, pero su maldito orgullo no se lo permitió. La verdad era que quería ver a lady Hinata Hyûga de nuevo y ¡como que se llamaba Naruto Namikaze, lo haría!
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Naruto entró en el salón tras la dama. El bullicio de la conversación se transformó en un rumor de voces en menos de un segundo. Él no estaba vestido de forma adecuada para asistir a una reunión social, pero aunque lo hubiese estado, dudaba de que las personas que allí se encontraban se hubieran escandalizado menos al verlo.
—Lord Namikaze —anunció la dama—. El caballero nos acompañará a tomar el té mientras mi esposo cierra un negocio relacionado con la compra de un caballo.
Lady Uchiha debía explicar en detalle el motivo por el cual Naruto se encontraba allí, para evitar ser el blanco de los cotilleos que la señalarían de no saber escoger a sus invitados.
Hacía ya mucho tiempo que Konohagakure, el título de nobleza vinculado a la propiedad familiar, había sido cambiado a Namikaze, el apellido de la familia. Esa era la razón por la que la sociedad se refería a Naruto como lord Namikaze, en lugar de lord Konohagakure.
Él se sentó un poco apartado de los demás invitados, aceptando una delicada taza de té que en sus enormes manos adquirió un aspecto bastante extraño. Una vez cesaron los rumores, Naruto escrutó el aposento mirando por encima del borde de la taza. Reconoció de inmediato a lady Hinata, pese a que ella se encontraba de espaldas a él.
La postura de la joven era perfectamente correcta: mantenía la espalda erguida en su asiento. Y sobre ésta caía una cascada de mechas en ondas brillantes, adornada por un pequeño sombrero azul con un velo corto incorporado. Él pensó que era una pena ocultar aquel rostro.
El oscuro velo hacía que su piel pareciera aún más pálida. Sus prominentes pómulos y sus ojos grandes y expresivos no se distinguían con claridad tras el fino obstáculo; en cambio su boca... ¡Dios santo! El hecho de que ella hubiera ocultado la mitad de su cara, hizo que la mirada de Naruto se fijara automáticamente en sus labios rojos y carnosos. Recordó su sabor. Eran tan dulces como las bayas maduradas al sol.
Como si hubiese sentido sus ojos escrutándola, lady Hinata se volvió hacia él. Sus miradas se encontraron, pero el velo impedía ver con claridad cualquier reacción que él pudiese percibir en sus preciosos ojos. Ignorándolo, ella rápidamente volvió a centrar su atención en la conversación.
Era evidente que había aprendido la lección, y tenía claro que no debía intentar meterse con hombres peligrosos. Naruto pensó que era una verdadera pena. Habría disfrutado enormemente otra lección con ella.
Cuando la joven se apartó del grupo y cruzó la habitación para observar las pinturas que cubrían totalmente una de las paredes, Naruto no pudo menos que fijarse en su figura. No era una mujer alta, pero tampoco baja. Su cintura era pequeña, y sus caderas se destacaban ligeramente bajo el traje.
Aunque iba vestida con recato, la curva de sus pechos, acentuada exquisitamente por el canesú, incitaba a los hombres a quedarse mirándola y soñar con quitarle todo ese tafetán para meterse en su cuerpo. Naruto ya había logrado algo más que vislumbrar sus espléndidos encantos. Había podido llenar con ellos sus manos y su boca.
Se puso de pie y dejó a un lado su taza de té, pero en lugar de marcharse de aquel aposento como era su intención, se dirigió hacia ella. Hinata le atraía, aunque a él le hubiera gustado que no fuera así.
—Veo que ya se ha repuesto usted —observó él una vez que se encontró junto a ella—. Y obviamente no le fue tan mal después de su audaz aventura, o de lo contrario no se encontraría hoy aquí.
Ella se volvió bruscamente hacia él.
—Le ruego que no me hable —le pidió, y volvió a centrar su atención en las pinturas.
Normalmente, a Naruto no le costaba trabajo alguno eludir a las mujeres. Era muy sencillo, en realidad sólo tenía que alejarse. Se acercó más, fingiendo que la pintura de colores chillones que ella estaba mirando le parecía interesante.
—Hace dos noches me pidió usted que la pusiera en una situación comprometida. Posiblemente me habría permitido incluso arruinar por completo su reputación. Y hoy me pide que actúe como si nunca nos hubiéramos conocido.
¡Mujeres! Veleidosas a más no poder.
—Acercarme a usted fue obviamente un gran error —articuló ella con los labios apretados—. Si es usted un hombre educado, haga lo que le pido y déjeme en paz.
Él se rascó la barbilla y reflexionó.
—Lo siento. No soy un hombre educado. Pensé que usted ya lo sabía. Se alejó de él, y luego se detuvo frente a otra pintura.
—Si me permite, en ese punto no estoy de acuerdo. Usted sí es un hombre educado, aunque prefiera que la sociedad piense lo contrario.
De modo que ella había reflexionado al menos un poco sobre el asunto. Sólo un poco, obviamente.
—Me importa un bledo lo que piense la sociedad. ¿Usted cree de verdad que yo no sé lo que estaba buscando en el baile de los Katõ? Se acercó a mí por una apuesta. Sólo quería que sus amigas la aceptaran. Tuvo suerte de que yo no llevara el juego más allá de lo que usted deseaba.
—¿Suerte? —Como si se hubiese dado cuenta de que había hablado en voz muy alta, se alejó nuevamente de él—. La suerte no tiene nada que ver con esto. A pesar de su mala reputación, yo sabía que no corría grave peligro. Ningún hombre es tan tonto como para pensar que puede seducir a una mujer sin tener que afrontar las consecuencias de sus actos ante la sociedad. Ni siquiera usted.
—Y yo soy un cobarde.
Ella se volvió de nuevo hacia él.
—¿Qué ha dicho?
Naruto se inclinó hacia ella.
—Usted cree que yo soy un cobarde —repitió él—. Cree que no aproveché al máximo la situación por temor a las represalias. Tiene razón. Pero las represalias que temo no son las que usted piensa. Estoy muy tentado de pedirle una nueva oportunidad, sólo para demostrarle que está equivocada.
Ella se sonrojó.
—No habrá una segunda oportunidad —le aseguró—. Cometí un error, y no tengo la más mínima intención de repetirlo.
Cuando ella se alejó, Naruto no la siguió. Aún quedaba en él algo de sensatez, a pesar de que ésta parecía abandonarlo cuando se encontraba en compañía de Hinata. Siguió observándola por el rabillo del ojo. Habló en voz baja con la esposa del conde, pidiéndole indicaciones, y luego salió del salón. Él supuso que ella había ido a refugiarse en el tocador.
Naruto también debía marcharse. Tenía otros asuntos que atender, y cuanto antes mejor. Quería irse de aquella casa, alejarse de lady Hinata y del hechizo que ella había lanzado sobre él. Conocía perfectamente todo lo relacionado con encantamientos y maldiciones, y sabía tomárselos en serio.
Estuvo a punto de atropellar a Hinata en el pasillo. Ambos quisieron hacerse a un lado para dejar pasar al otro, pero no hicieron más que moverse en la misma dirección. Fue una situación bastante cómica.
—¿Quiere que bailemos de nuevo? —preguntó él, tomándole el pelo.
Ella no sonrió.
—Déjeme pasar por favor.
El humor juguetón de Naruto se desvaneció.
—Hoy no es usted tan amable conmigo como lo fue la noche en que nos conocimos —declaró él—. ¿Acaso tiene la costumbre de ir por ahí haciendo proposiciones deshonestas a hombres que no conoce? Si es así, creo que es mi deber advertirle que la próxima vez podría no irle tan bien.
—Ya le he dicho que no habrá una próxima vez, lord Namikaze —le respondió ella. Su tono de voz seguía siendo frío—. Nuestro encuentro se debió a una indiscreción por mi parte, en gran medida instigada por el champán. Desde entonces me han aconsejado abstenerme de consumir bebidas alcohólicas, y también de ser vista en su compañía. Ninguna de estas dos cosas, y ahora ya lo tengo muy claro, es beneficiosa para la salud de una dama.
La luz del pasillo era muy tenue, pero Naruto podía ver excepcionalmente bien en la oscuridad. Ahora que estaban hablando cara a cara, en lugar de tratar de aparentar que no estaban conversando como lo habían hecho hacía un momento en el salón, él creyó ver algo bajo el velo que lo llenó de inquietud. Cuando llevó su mano al fino obstáculo, ella se estremeció. A pesar de esta reacción, él levantó el velo. Lo que vio hizo que se le helara la sangre en las venas.
—¿Qué le ha pasado en la cara?
Ella apartó bruscamente su mano y enseguida bajó el velo.
—Eso no es asunto suyo, lord Namikaze. Una vez más le pido que me deje pasar.
Cuando intentó marcharse, Naruto le impidió el paso.
—No fui yo quien le hizo eso, ¿verdad?
Sabía que era demasiado apasionado, pero rogaba no haberle alzado la mano en ningún momento. Su mirada, apenas visible bajo el velo, se tornó más amable.
—No —le aseguró ella—. Soy muy torpe. Tropecé al llegar a casa la noche del baile de los Katõ. Me caí y me di un golpe en la mejilla contra una silla. Pero créame que no es nada.
Naruto le levantó el velo de nuevo. Tocó con cuidado el pequeño y redondo cardenal.
—Nunca he visto a una mujer moverse con más garbo que usted al caminar en un aposento. Parece una princesa recibiendo a la corte.
Ella bajó los ojos.
—¿Tiene usted la costumbre de insultar a las mujeres, lord Namikaze, y luego recitarles poemas al instante siguiente?
—No —respondió él con toda sinceridad—. Nunca lo he hecho. Y puedes llamarme Naruto. La formalidad entre nosotros me parece algo extraña después de lo sucedido.
Ella alzó la vista. Algo echaba chispas en su mirada. Él no sabía muy bien si era el enfado... o el deseo.
—Le he pedido más de una vez que se olvide de lo ocurrido.
—Lo he intentado —confesó él—. Cientos de veces.
La mano de Hinata se movió lentamente hacia su cuello.
—Entonces debe esforzarse más. Creo que usted no entiende. Yo no era plenamente consciente del peligro...
—Sí, entiendo —interrumpió Naruto. Y así era, y se sintió como un tonto por haber creído que por un momento ella podría desechar los rumores y juzgarlo con imparcialidad—. Sin duda, después de aquella noche te hicieron saber con qué clase de hombre habías estado jugando en el baile de los Katõ.
Él se sorprendió cuando ella ladeó la cabeza para mirarlo de hito en hito a través de su velo.
—¿Es usted un asesino, lord Namikaze?
Naruto estaba acostumbrado a que hablaran de él a sus espaldas. Rara vez alguien había tenido el valor suficiente de plantearle la cuestión cara a cara.
—¿Qué piensas tú?
La verdad era que le molestaba enormemente querer oír su respuesta. Le molestaba enormemente que de repente le importara lo que alguien pensaba de él.
—Creo que si fueras un asesino no estaríamos teniendo esta conversación. Su ingeniosa respuesta le hizo esbozar una sonrisa.
Ella lo sorprendió de nuevo al decirle:—Deberías sonreír con más frecuencia. No pareces un hombre peligroso en absoluto cuando lo haces.
Naruto se puso serio. A lo mejor era cierto que Hinata no creía los rumores que lo señalaban como un asesino, pero ella no sabía toda la verdad. No sabía nada sobre la maldición que pesaba sobre él. No sabía cuan absurdo era que estuviese manteniendo una conversación con ella. Hinata era una mujer prohibida para él. Al igual que él era un hombre prohibido para ella.
—Prométeme que desde hoy en adelante tendrás más cuidado y no te subirás a un carruaje con cualquiera, Hinata.
A Hinata se le encendió el rostro bajo el velo. Se dio cuenta de que estaba coqueteando con él, a pesar de que no tenía mucha práctica en ese campo. Estaba coqueteando, y también recordando.
Recordaba la sensación de sus manos sobre su piel, de su boca recorriendo su cuerpo. Sin duda era peligroso, pero lord Namikaze no entendía que lo que realmente temía ella no era hablar con él, sino la reacción de Toneri.
Cuando vio a Naruto en el baile de los Katõ, se quedó tan embelesada con su bello rostro que no le prestó mucha atención a los rumores. Sólo oyó lo suficiente para comprender que era el hombre perfecto para arruinar su reputación. Pero Toneri le había advertido que no debía acercársele, y si los descubría juntos...
—Naruto. —Intentó recobrar la compostura y ponerle fin rápidamente a aquella conversación—. Te estoy muy agradecida. Afortunadamente, uno de los dos tuvo algo de sensatez... Es decir, te agradezco que no llevaras el juego más allá. Supongo que tengo suerte de que seas, de que seas...
—¿Un cobarde?
Un escalofrío recorrió la espalda de Hinata. ¿Cómo sabía que ella había pensado eso de él? Estaba segura de que no lo había dicho en voz alta, era totalmente imposible que la hubiera oído.
—Iba a decir que tuve suerte de que fueras un hombre honorable. Pero supongo que esto tampoco es completamente cierto.
—Tú lo pediste —le recordó él—. Yo simplemente te complací.
Él no la había complacido plenamente, pero Hinata no quería volver a tratar ese tema. Debía regresar al salón. No podía mirar la boca de Naruto sin recordar sus besos. No podía mirar sus manos sin recordar cómo llenaron de caricias su piel desnuda.
En su afán por olvidarlo, incluso había llegado a pensar que no era tan apuesto, que sólo se lo había imaginado. Pero no: al verlo ahora ante ella tuvo que reconocer que era un hombre muy guapo.
—Cuando me miras de esa manera siento remordimientos por nuestro primer encuentro.
Ella bajó los ojos rápidamente.
—Yo también estoy avergonzada de mi comportamiento. Debemos intentar olvidar lo que pasó.
—Lo que quiero decir es que me arrepiento de que no pasara mucho más.
Hinata alzó de nuevo la vista para mirarlo a la cara. Él se había formado una opinión equivocada de ella. ¿Qué hombre no lo habría hecho? Ni siquiera ella sabía muy bien qué pensar de sí misma. Nunca había reaccionado con tanta desfachatez frente a un hombre. Había creído que todo aquel asunto sería frío e impersonal, pero ya tenía la certeza de que no era así.
—Usted no es ningún caballero, lord Namikaze.
Cogió la mano de ella y la llevó a sus labios.
—Eso es algo que tú ya sabías —espetó él.
Luego le dio la vuelta a la palma de su mano y le besó la muñeca. A Hinata le dio un vuelco el corazón, y retiró su mano bruscamente como si se hubiera quemado.
—¿Hay algún problema, Hinata?
Ella se puso tensa. Miró al hombre que se encontraba detrás de Naruto. Lo que tanto le preocupaba que pasara, finalmente había ocurrido. Toneri había salido, y la estaba mirando fijamente. Aunque la expresión de su rostro era serena, ella podía ver la delatora vena latiendo con fuerza en su frente.
—No, Toneri. En este momento me disponía a regresar al salón.
Naruto se volvió para mirar al hermanastro de Hinata. Lo había visto en diversas reuniones, pero nunca se habían dirigido la palabra.
—Espero que me perdone usted por haber distraído a lady Hinata. Nos encontramos accidentalmente aquí en el pasillo. Como bailé con ella en casa de los Katõ y ella se sintió mal poco después, quería informarme acerca de su salud.
—Está muy bien de salud —declaró Toneri con frialdad. Luego dirigió su mirada hacia Hinata, y Naruto vio una llamarada de ira encenderse en sus ojos azules—. Al menos por el momento.
Naruto era un hombre muy intuitivo, y de inmediato percibió un trasfondo de incomodidad entre Hinata y su hermanastro.
—Regresa a la reunión, Hinata —le ordenó Toneri—. Yo iré luego. Hinata miró a los dos hombres.
—Pensé que tú me acompañarías, Toneri.
—Haz lo que te pido —dictaminó Toneri con sequedad.
Naruto vio a Hinata pasar de largo por su lado y luego dirigirse al salón. Bajó la vista para contemplar el ligero movimiento de sus caderas. Fue una reacción inconsciente, y al darse cuenta de lo que estaba haciendo, rápidamente dirigió su mirada hacia Toneri.
—Es una chica preciosa, ¿no es verdad?
—Así es —asintió Naruto.
El hombre clavó en él su azulada mirada.
—No se le acerque.
Aunque Naruto no podía culpar a ese hombre por tener una actitud protectora para con su hermanastra, algo en él le fastidió de inmediato. Estaba acostumbrado a que lo insultaran, pero no a que lo amenazaran. Era muy sencillo eludir una confrontación. Sólo era preciso alejarse. Naruto clavó en él su mirada glacial.
—Lady Hinata puede confiar completamente en mí... y espero que en usted también. —No supo por qué agregó estas últimas palabras. Su instinto, otra vez.
Toneri se sonrojó.
—No sé qué está usted insinuando, pero mi hermana es asunto mío.
—Su hermanastra, querrá usted decir —corrigió Naruto con la intención de seguir provocándolo.
Toneri cambió de táctica y sonrió, pero sus ojos azules conservaron la misma expresión de antes.
—Sí. Y aunque sea verdad que no tenemos lazos de sangre, le puedo asegurar que me preocupo mucho por el futuro de Hinata. Y espero verla encontrar un buen partido esta temporada. Sabe usted muy bien que cualquier tipo de atención que usted le preste dará mucho que hablar entre los miembros de la alta sociedad y hará peligrar su reputación.
» Dudo que haya en usted integridad alguna, pero le pido que tenga en consideración el bienestar futuro de mi hermanastra y evite asistir a las reuniones sociales de esta temporada.
El descaro del hombre sorprendió a Naruto. El hecho de que, de todos modos, no tuviera la costumbre de asistir a las reuniones sociales no venía al caso. Porque ésa era una decisión que sólo a él le correspondía tomar.
—Sin duda tiene usted razón —asintió Naruto, y también sonrió, dejando ver la misma expresión impasible de Toneri—. No hay integridad alguna en mí.
Naruto se volvió y prosiguió su camino por el pasillo, donde esperaba encontrar el despacho del conde. Sintió la mirada de Toneri clavándose en su espalda. Tenía una última cosa que decirle, y se volvió de nuevo hacia él.
—En el futuro, evite ponerle las manos encima a su «querida hermana», o tendrá que vérselas conmigo. Y le prometo que esto no se lo desearía ni a su peor enemigo.
Toneri Chapman no le respondió, cosa que, por otro lado, Naruto no esperaba que hiciese. Por más que se enorgulleciera de aceptar la vida que le había tocado en suerte, permaneciendo al margen de la sociedad, no era la clase de hombre que podía mantenerse impasible mientras maltrataban a una mujer. Quizá fuese cierto que Hinata se había dado un golpe, pero Naruto sospechaba que eso no era lo que había sucedido.
Seguiría la situación de cerca y analizaría sus impresiones: era un hombre muy intuitivo y no solía equivocarse. Si Toneri Chapman se atrevía a volver a ponerle una mano encima a Hinata, lo lamentaría el resto de su vida.
Naruto se vio obligado a refrenar sus pensamientos. Estaba a punto de reírse de lo absurdos que eran sus pensamientos. ¿Proteger él a lady Hinata? Y además, ni siquiera estaba seguro de que necesitara su protección.
Lo que en realidad debía preocuparle era quién la protegería a ella de él. Sabía que había estado a punto de perder el control en el baile de los Katõ. Nunca en su vida había sentido tal atracción física por una mujer. Ya estaba pensando en salvar la corta extensión de césped que los separaba. Un límite verdaderamente ridículo, insignificante para un hombre con sus aptitudes atléticas.
La actitud de lady Hinata hacia él había sido notablemente más fría en esta ocasión. Quería sentir de nuevo su ardor, ver sus ojos llenos de deseo y sus labios
abrirse a modo de invitación. Quería volver a tener todo lo que habían compartido la primera noche que se conocieron... y más. Iría a buscarla. Lo sabía con tanta certeza como que su futuro estaba maldito. ¡Que Dios tuviese piedad de él! No podía resistirse.
Continuará
