Naruto Y Hinata en:
TU MI SALVACIÓN
4: Prisionera
Hinata sintió un gran alivio cuando Toneri volvió a la reunión de lady Uchiha y Naruto Namikaze no lo hizo. Había algo irresistible en lord Namikaze. Más bien, tuvo que corregirse mentalmente, todo en él era irresistible. Pero debía rehuirle.
No valía la pena hacer que Toneri se enfadase por aquel asunto. No obstante, no pudo menos que preguntarse, al tiempo que lord Shimura cruzaba el aposento para acercarse a ella, por qué Naruto Namikaze no podía ser considerado un buen partido en el mercado del matrimonio, en lugar de aquel hombre tan desagradable que Toneri quería obligarla a aceptar.
—¡Lady Hinata! —exclamó de manera efusiva el vizconde, tomando su mano para besuquearla—. Cuánto me alegra encontrarla aún aquí. He llegado deplorablemente tarde.
La palabra deplorable se quedó grabada en la mente de Hinata, pero aun así logró esbozar una sonrisa forzada.
—Es un placer volver a verlo, lord Shimura —Hinata retiró su mano bruscamente y se la limpió con el vestido.
—Buenas tardes, Shimura —saludó Toneri, acercándose a ellos—. Ya veo por qué ha llegado usted tan tarde: está muy elegante —añadió con ironía—. Es una pena que no haya estado aquí antes para ahuyentar a Namikaze.
Shimura arqueó una de sus tupidas cejas.
—¿De qué Namikaze me está usted hablando?
—De lord Naruto Namikaze —especificó Toneri arrastrando las palabras—.Parece que se ha interesado por mi pobre hermanita.
A Hinata le molestó que Toneri hablara con tal libertad de aquel asunto frente al vizconde. Éste se hinchó como un sapo.
—Ese abominable hombre nunca ha mostrado interés alguno en ninguna de las damas de nuestra clase. Las prostitutas son más de su agrado —afirmó, guiñándole el ojo a Hinata. Ella no logró encontrarle la gracia a sus palabras.
—La mujer que encontraron muerta en su propiedad era una prostituta —le explicó Toneri.
Aun así, Hinata no pudo encontrarle la gracia al comentario del vizconde. Jugueteaba nerviosamente con los pliegues de su vestido.
—No creo que ni lord Namikaze ni... las mujeres de esa clase sean temas que los caballeros deban tratar con una dama.
Los dos hombres le lanzaron una mirada asesina, como si ella no tuviese derecho a expresar su opinión. Después de un momento, lord Shimura se encogió de hombros.
—Perdone nuestra descortesía —solicitó—. Sin duda podemos encontrar un tema de conversación más agradable que los hermanos Namikaze. ¿Sabe usted que pesa sobre ellos una maldición?
A pesar de que lord Shimura no había respetado su deseo de cambiar de conversación, Hinata no se molestó. Sentía demasiada curiosidad por todo lo relacionado con aquel hombre.
—¿Maldición?
—La demencia —informó lord Shimura—. Su padre se suicidó. Su esposa lo siguió a la tumba poco después, y se había vuelto tan loca como una cabra antes de irse. Sus cuatro hijos, aunque no sé qué ha sido de la vida del menor de ellos,
» llevan la misma sangre contaminada en sus venas; y puesto que ésta les llega de ambos lados, bueno, pues, no es posible que ninguno de ellos se salve. Ninguna mujer decente se vincularía a una familia con tales vicios. Parece que ellos han jurado no casarse nunca. Prudente decisión.
—Creo que será mejor que hablemos de otra cosa —interrumpió Toneri—.¿Irá usted a alguno de los clubes cuando nos marchemos de esta ceremoniosa reunión?
Shimura asintió con la cabeza.
—Excelente idea. Debe usted venir conmigo, Toneri. Tal vez logre recuperar algo del dinero que me debe.
Hinata oyó las palabras de lord Shimura recordándole a Toneri que le debía dinero, pero a ella no le interesaba esa conversación. Estaba pensando en Naruto Namikaze. Cuan espantoso debía ser aquello para él. Haber sido maldecido con la demencia. ¿Estaría loco ya? No creía que lo estuviera.
Pero si la maldición le venía tanto de su padre como de su madre, con seguridad algún día a él también lo abatiría. ¿Sería verdad que había jurado permanecer soltero? ¿Y era ésta una decisión suya? Quizá la sociedad hubiese tomado la decisión por él.
—¿Nos acompañará usted mañana?
Distraída, no se dio cuenta de que lord Shimura le había hecho una pregunta.
—¿Cómo dice?
—Bien pensado, no creo que sea una buena idea —respondió Toneri por ella.
—¡Vamos, Toneri! Nosotros estaremos con ella. Me gustaría ver a Namikaze intentar hacer algo indebido. Le daríamos una paliza tremenda.
Toneri sonrió ante esta posibilidad, pero Hinata aún no entendía muy bien de qué estaban hablando los hombres.
—Lo siento, estaba distraída, vizconde. ¿Dónde quiere que los acompañe?
—Estoy pensando en comprar un par de caballos para mi carruaje —le explicó el hombre—. Namikaze podrá ser un asesino, y es posible que dentro de poco se vuelva tan loco como sus padres, pero nadie sabe criar caballos como él. Le preguntaba si quería usted venir con su hermanastro y conmigo.
Sólo en aquel momento Hinata entendió el comentario de lady Uchiha acerca de un negocio relacionado con un caballo. Ella podía ver la casa de Naruto desde el balcón de su dormitorio, y se había preguntado por qué tendría una caballeriza tan grande en una casa de ciudad.
Prefería no ir.
—Es mejor dejar que los hombres se ocupen de los asuntos relacionados con los caballos —expuso Hinata, aunque en realidad no creía esto en absoluto. Ella era una amazona consumada y sabía cómo valorar la calidad de un animal.
—Pero yo quiero que venga —insistió Shimura haciendo un mohín. Luego, se dirigió a Toneri poniendo una cara más seria—. Quiero que ella venga con nosotros, Chapman.
El hermanastro de Hinata se quedó mirando fijamente al otro hombre durante un momento. Luego se encogió de hombros.
—No veo nada de malo en que nos acompañe. Como usted ha dicho, con nosotros estará protegida.
Hinata entendió que ella no tenía ni voz ni voto en el asunto cuando los dos hombres reanudaron su conversación acerca de los clubes, tratando de decidir a cuál irían al salir del té. Intentó imaginar a Toneri y a Shimura ganándole a Naruto Namikaze en una pelea.
A pesar de que la noche del baile de los Katõ pensó que él era un cobarde, no le cabía en la cabeza que pudiera perder en una pelea a puñetazos. ¡Lo vería al día siguiente! El corazón le empezó a latir con fuerza de sólo pensar en ello.
—Nuestro cochero te llevará a casa cuando termine la reunión —le comunicó Toneri—. Iré a verte después de que haya jugado unas cuantas manos para que hablemos acerca del incidente del pasillo.
No le sorprendió el comentario, pues sabía que su hermanastro no iba a olvidarse de ese asunto. ¿Volvería a pegarle simplemente por haber tenido la mala fortuna de encontrarse con lord Namikaze en el pasillo? Se le retorció el estómago al pensar en ello. La tarde prometía ser muy larga mientras esperaba el regreso de Toneri, mientras esperaba saber qué clase de castigo había planeado para ella.
Moverse de un lado a otro de la habitación parecía calmarle los nervios, así que Hinata se dedicó a pasear por su cuarto mientras Tayuya, su doncella, se ocupaba de hacer la cama. No había cambiado de opinión respecto a lord Shimura.
Seguía pareciéndole tan desagradable como la primera vez. Su opinión sobre Naruto, por el contrario, había cambiado un poco. Ya no pensaba que era un cobarde. En realidad, no debía pensar en él en absoluto. Pero al tiempo que se decía estas palabras, se dirigía a las puertas del balcón para contemplar la propiedad de su vecino.
—¿Qué voy a hacer?
—Debería hacer lo que su hermanastro quiere, encontrar un marido y marcharse de aquí —le respondió Tayuya, la criada, como si Hinata le hubiese preguntado a ella; cuando, en realidad, sólo había sido un pensamiento que se había escapado de sus labios—. He visto cómo la mira su hermanastro cuando usted vuelve la cabeza en otra dirección. No pasará mucho tiempo antes de que decida entrar aquí sigilosamente para meterse en su cama.
—¡Tayuya! —exclamó Hinata escandalizada—. No digas esas cosas.
La criada no debía decir esas cosas porque Hinata no quería aceptar que Toneri pudiera desearla. Ya era lo suficientemente difícil tener que vivir con sus maltratos. Hinata había permitido que Tayuya se tomara demasiadas libertades o, de lo contrario, la criada nunca habría tenido el valor de hablarle de aquella manera.
Pero la chica era la única amiga que Hinata había hecho, o había podido hacer, desde que Toneri la engañó para llevarla a Londres con él... desde que la encerró en aquella casa. Hinata apreciaba mucho su amistad, aunque el resto de la sociedad no viera con buenos ojos aquella relación.
Sin dejarse intimidar por la amonestación de Hinata, Tayuya se encogió de hombros.
—¿Cree usted que yo no conozco los apetitos sexuales del señor? —La chica se estremeció visiblemente—. Ese hombre hace suyo todo lo que quiere. La última vez que me ordenó que fuera a su cama, me trató con tal violencia que pensé que iba a matarme. Estuve sangrando durante toda una semana.
Hinata se quedó boquiabierta. Había crecido en el campo, bastante protegida de la realidad de la vida. Sin duda había tenido que oír muchas veces las conversaciones vulgares de las criadas, pero nunca nada parecido a lo que Tayuya acababa de insinuar.
—Tayuya, ¿me estás diciendo que Toneri... que te obligó a que te acostaras con él?
—Él cree que es tan guapo que ninguna mujer lo rechazaría. —Tayuya alzó la vista para mirar a Hinata mientras ahuecaba una almohada—. Pero nosotras sabemos que él no es muy guapo por dentro, ¿no es verdad, lady Hinata?
Hinata cruzó la habitación para acercarse a la criada.
—¿Por qué no se lo dijiste a nadie, Tayuya? ¿Por qué te quedaste aquí si él te estaba obligando a hacer cosas que tú no querías?
La criada se encogió de hombros nuevamente.
—No tengo familia, usted lo sabe. Y necesito este trabajo. El señor me dijo que si no hacía lo que me ordenaba, nunca me daría una carta de recomendación. El no será tan distinguido como usted, lady Hinata, pero puede hacer que mi vida sea mucho más difícil de lo que ya es.
Hinata se llevó una mano temblorosa a la sien y empezó a frotarla.
—Su comportamiento es completamente inaceptable. No es posible que siga tratándote como si tú no tuvieras ni voz ni voto en una decisión de carácter tan íntimo. Como si tú sólo fueras un objeto que ha sido puesto en la tierra para hacer todo lo que a él se le antoje, sin importarle cuan repugnantes puedan parecerte las obligaciones que te impone.
Tayuya puso una mano sobre el hombro de Hinata.
—Él siempre se ha salido con la suya. Y ahora temo por usted. Haga lo que le dice y sálvese mientras aún tenga la posibilidad de hacerlo. Si él vuelve a pedirme que vaya a su cama, le juro que saltaré desde ese balcón antes de permitir que me trate como lo hizo la última vez. Ninguna mujer debería tener que sufrir una humillación semejante.
Hinata dirigió la mirada hacia el balcón, como preguntándose si no preferiría saltar a vivir llena de miedo por lo que Toneri pudiera hacerle, o a casarse con lord Shimura. Al igual que la pobre Tayuya, ella no tenía familia. Ningún tío afectuoso que acudiera en su auxilio, ni primos que la acogieran. Estaba sola en el mundo, tan sola como la criada.
—Lo siento Tayuya —susurró—. Siento mucho tu deshonra y tu sufrimiento. Puedes estar segura de que hablaré con Toneri.
—No, milady —susurró Tayuya—. Si él se entera de que he estado hablando de eso, me hará más daño. No se enfrente a él. No por gente como yo.
Hinata abrió la boca para discutir, pero de repente oyó un brusco golpe en la puerta y Toneri entró en la habitación. Tayuya enseguida bajó la cabeza y se dirigió sigilosamente hacia la puerta. Hinata se quedó a solas con Toneri.
—Tenemos que hablar, hermanita.
Luchando aún contra la indignación que le había producido la confesión de su doncella, y pensando si debía pedirle cuentas sobre el asunto, a pesar de que Tayuya le había pedido que no dijera nada, Hinata se puso de inmediato a la defensiva.
—Me encontré con lord Namikaze en el pasillo de la casa de lady Uchiha por casualidad —dijo—. Puedes estar seguro de que jamás habría ido a buscarlo expresamente después de la advertencia que me hiciste.
Toneri arqueó una ceja. Ella sabía que, aunque intentara disimularlo, su hermanastro se alegraba en secreto de que ella hubiera empezado a hablar de su inocencia nada más verlo, lo que significaba que le tenía miedo, y que el miedo la había vuelto cobarde. Era cierto, en parte, a pesar de lo cual no pudo guardar el secreto que acababa de revelarle Tayuya.
—Y... y no vuelvas a tocar a Tayuya.
Su demanda borró la expresión de suficiencia del rostro de su hermanastro.
—¿Qué te ha dicho esa puta?
Hinata, inconscientemente, dio un paso hacia atrás cuando él se le acercó.
—Ella... yo... es decir... —se obligó a quedarse quieta—. Se le escapó sin querer que tú has exigido derechos sobre ella que no te corresponden. Dijo que ella no quería, pero tú la obligaste.
Él extendió una mano para cogerla del hombro, clavando sus fuertes dedos en la carne de Hinata. La joven hizo una mueca de dolor, pero se negó a mostrarse temerosa.
—Los criados de esta casa no son asunto tuyo —soltó él—. ¿Vas a confiar en la palabra de una criada, de una puta, más que en la mía? Debes saber que ella se metió furtivamente en mi cama con la esperanza de ganar un dinero extra.
» Yo no cogí nada que ella no quisiera darme. ¡Cómo te atreves a encararte conmigo para plantearme una cuestión semejante! ¡Tú no tienes ni voz ni voto en este asunto, Hinata!, ¡no mientras vivas en mi casa!
Cuanto más se clavaban los dedos de Toneri en su carne, más difícil era para Hinata parecer fuerte frente a su enemigo. Porque Toneri era su enemigo. No tenía ninguna duda al respecto. Sus dedos se clavaron aún más en su hombro, y Hinata no pudo contener el gemido que escapó de sus labios.
—Entiendo —susurró—. Pero me estás haciendo daño, Toneri.
Como si se requiriese más voluntad de la que tenía, Toneri la soltó y le volvió la espalda.
—Estás poniendo a prueba mi temperamento. Olvidas que tus circunstancias son hoy muy diferentes de las que una vez conociste. Tu padre me echó de la casa, ¿sabes? Y diría que más bien me gusta la idea de poder echarte ahora de esta casa, o de arrojarte a los perros, o de hacer cualquier cosa que me dé la endemoniada gana.
—Eso sucedió hace ya mucho tiempo —le recordó Hinata, frotándose su dolorido hombro—. Yo era una niña; tú eras un chico que apenas acababa de dejar el biberón. No tuve nada que ver con lo que ocurrió. De hecho, lloré cuando la duquesa me dijo que tenía que marcharse.
» Le tengo mucho cariño a tu madre y he guardado muy buen recuerdo de ella durante todos estos años. Por esa razón vine a la ciudad contigo, ¿recuerdas? Quería verla.
—Desde luego que sé que le tenías mucho cariño, y ella a ti. Por eso sabía que vendrías. Caíste inmediatamente en mi trampa, pequeña idiota —la insultó él—. Ahora hablemos de asuntos más importantes.
» Mañana por la mañana nos acompañarás a lord Shimura y a mí al lugar que es el orgullo y la alegría de lord Namikaze: su caballeriza. Espero que no haya más problemas entre tú y él. No me gustaría tener que darle una paliza. Como le dije a Shimura, Namikaze se llevó un buen susto cuando le advertí que no debía acercarse a ti. No creo que se atreva a volver a hacerlo.
Hinata se mordió la lengua, pero le resultaba muy difícil creer que Naruto Namikaze tuviera miedo de su hermanastro. Decidió decir cualquier cosa en aquel momento para que Toneri la dejara en paz. Ella siempre lograba enfurecerlo cuando estaban juntos.
—Iré con vosotros, si eso es lo que quieres —accedió—. ¿Puedo ver a tu madre esta tarde? Últimamente no he ido a verla con mucha frecuencia.
Toneri se encogió de hombros.
—Bueno, si te empeñas. Acabo de ordenar que le preparen el té y que se lo suban a su habitación. Una mezcla especial que siempre le gustó mucho. Dale saludos de mi parte.
Toneri dijo estas últimas palabras con sarcasmo, pero a Hinata le alegraba tanto que se marchase, que no le importó. Se acercó al espejo, se empolvó la cara para intentar cubrir el pequeño cardenal que tenía en la mejilla, cogió su costurero y subió al tercer piso.
La duquesa echaba una cabezada en la silla que se encontraba junto a la ventana. Los restos de su té matutino estaban sobre una mesita a su izquierda. Natsu, el ama de llaves, limpiaba la lóbrega habitación.
—¿Se encuentra un poco mejor hoy? —le preguntó Hinata al ama de llaves. La mujer negó con la cabeza.
—Hace ya dos noches que no logro que diga ni pío. Tiene la cabeza en otro sitio. Está tan excesivamente cansada que es casi imposible para mí levantarla y hacer que se siente en una silla para que no le salgan las llagas que se producen por estar mucho tiempo en la cama.
Hinata se arrodilló ante su madrastra y tomó las frías manos de la dama entre las suyas.
—Buenas tardes, excelencia. Siento mucho no haber venido a visitarla con más frecuencia últimamente. Le prometo que esto no volverá a suceder. —Se volvió hacia Natsu—. Me quedaré un rato con mi madrastra. Estoy segura de que debe usted tener otras cosas que hacer.
—Que Dios la bendiga, así es —reconoció la ama de llaves—. El señor Toneri es muy estricto. No hay suficientes empleados en la casa para hacer todo lo que se requiere.
El hecho de que hubiera cada vez menos criados, así como menos muebles en la planta baja, obviamente era consecuencia directa de los pocos fondos que le quedaban a Toneri. Hinata estaba segura de que su hermanastro había vendido todos los objetos de valor que había en la casa para dar pábulo a su adicción al juego y pagarle a su escaso personal.
Cuando Natsu salió de la habitación, Hinata intentó pensar en algo alegre para contarle a su madrastra. No esperaba que la dama le respondiera. La duquesa siempre tenía los ojos vidriosos, como si ya no viviera en este mundo y hubiese huido a otro. Hinata deseaba en aquel momento poder hacer lo mismo.
Intentó contener sus emociones, pero sus doloridos hombros y la perspectiva de seguir viviendo en una casa en la que el maltrato se había convertido en un fiel compañero, ganaron la batalla. Inclinó la cabeza y permitió que las lágrimas salieran. Un instante después, la mano de su madrastra le acarició el pelo.
La tierna caricia de la mujer, en un mundo que se había vuelto tan violento, hizo que Hinata derramara más lágrimas. Siguió llorando mientras la dama, con los ojos aún vidriosos y la mirada perdida, continuaba acariciando dulcemente su pelo.
Permanecieron así durante un rato. Luego, la dama dejó caer su mano con languidez y Hinata se dio cuenta de que se había quedado dormida. La joven se levantó, cogió un edredón de la cama y tapó a la duquesa. Luego se puso a trabajar en su bordado sobre el cañamazo hasta que Natsu regresó para seguir cuidando de la pobre mujer.
Por la noche, Natsu le preparó un baño caliente a Hinata, quien permitió que su fragante agua le aliviara los dolores del cuerpo. Pero nada podía mitigar la aflicción de su alma. Necesitaba un salvador.
De repente, la imagen del bello rostro de Naruto Namikaze apareció frente a ella. A lo mejor porque su rubia cabellera le daba la apariencia de un ángel. Sacudió la cabeza para alejar este pensamiento. Él no era ningún ángel. ¿Acaso era un asesino? ¿Estaría loco?
Hinata se metió en la cama con esas preguntas dándole vueltas en la cabeza.
El sueño estaba a punto de adueñarse de ella cuando sintió una presencia en su habitación. Lo primero que pensó fue que Tayuya tenía razón acerca de los perversos sentimientos que Toneri abrigaba por ella y que, de alguna manera, había logrado abrir el cerrojo de su puerta. Se incorporó, escrutando con la mirada la habitación sumida en penumbras. Una tenebrosa sombra se encontraba junto a las puertas del balcón.
—¿Toneri? —preguntó en voz baja. El miedo hizo que el corazón se le acelerara.
Él se dirigió hacia el rayo de luz de luna que entraba por las puertas abiertas del balcón, y entonces Hinata pudo ver que aquel hombre no era su hermanastro. Entonces, le ocurrió algo muy extraño: en lugar de miedo, sintió un extraño alivio ante esa presencia.
—¿Qué está usted haciendo aquí? ¿Cómo ha entrado?
Naruto Namikaze, vestido con una camisa blanca de lino abierta en el cuello y pantalones negros ajustados, dio un paso adelante.
—No deberías dormir con la ventana abierta —aconsejó—. No es muy difícil escalar hasta aquí... y mucho menos si uno está resuelto...
Hinata tiró de la colcha para ponerla alrededor de su cuello.
—¿Resuelto a qué?
Él se quedó mirándola fijamente por un momento, tiempo suficiente para que una tensión tan densa como la niebla llenara el aire que los separaba.
—Resuelto a hablar contigo en privado.
—¿Hablar conmigo? —¿Habría notado él el deje de desilusión que tenía su voz?—. ¿De qué quieres hablar conmigo?
Naruto se dirigió hacia ella.
—Del cardenal que tienes en la mejilla. Me preocupa.
Hinata ensanchó ligeramente las ventanas de la nariz cuando él se acercó. Lord Namikaze tenía un olor distintivo. No era desagradable en lo más mínimo. Era su olor natural, no el aroma de un perfume. No podía identificarlo con precisión, pero le evocaba el peligro. La masculinidad. Algo salvaje.
—Ya te dije que soy muy torpe —le recordó—. No deberías estar aquí. No creo que tengas tan pocos modales como para no entender esto.
—¿Acaso tu hermanastro sí debería estar aquí? —le preguntó él—. ¿En tu cuarto a esta hora de la noche? Por un momento pensaste que era él.
Ella esperaba que la oscuridad ocultara el rubor de vergüenza que sintió subir por su cuello.
—¿Y eso qué tiene de raro? Él vive en esta casa. Es perfectamente comprensible que yo pensara que a lo mejor Toneri había venido a verme.
—¿Tiene la costumbre de hacerlo?
Hinata dio un grito ahogado cuando aquel hombre tuvo la audacia de sentarse en el borde de su cama, y se alejó de él tanto como se lo permitió el colchón.
—No, no la tiene; pero, aunque la tuviese, eso no es asunto tuyo. Debes marcharte inmediatamente. No es correcto que estés aquí.
—¿Te mencioné que además de ser un cobarde que no tiene honor ni modales, tampoco suelo hacer lo correcto?
—Soy perfectamente capaz de darme cuenta de eso por mí misma.
Hinata suponía que debía gritar. Pero Toneri sería el único hombre que acudiría en su auxilio, y ella tenía el fuerte presentimiento de que Naruto Namikaze era el menor de los dos males. Aun así, no podía permitir que ese hombre creyera que era admisible entrar en su habitación de aquella manera en medio de la noche.
—Si no te marchas ahora mismo, llamaré a mi hermanastro. Va diciendo por ahí que le tienes pánico.
Los blancos dientes de Naruto destellaron en medio de la oscuridad cuando se rio.
—¿Y tú te lo crees?
El sarcástico tono de su voz le confirmó a Hinata sus sospechas. Naruto Namikaze la ponía nerviosa, pero no estaba segura de que el malestar que sentía en el estómago y su imposibilidad de respirar de manera normal fueran de alguna manera una consecuencia del miedo que le tenía.
—¿Qué quieres? —preguntó ella.
Él la examinó detenidamente con la mirada.
—Sabes lo que quiero.
Continuará
