Naruto Y Hinata en:

TU MI SALVACIÓN


5: Asesino o Caballero


Naruto se había dicho a sí mismo que iría a la habitación de Hinata con el único propósito de preguntarle cómo se había hecho el cardenal que tenía en la mejilla; no creía que se hubiera golpeado contra la mesita, como le había dicho, y suponía que era su heroico deber asegurarse de que nadie estuviese maltratando a la dama.

Se había engañado a sí mismo. Pero lo que realmente quería era volver a tocarla, besarla, sentir el fuego encenderse entre ellos como la noche del baile de los Katõ. Ella hacía aflorar sentimientos en Naruto que él pensaba que hacía ya mucho tiempo había logrado dominar. Ella lo hacía sentir. Lo hacía desear. Lo hacía portarse como un tonto.

—Te engañé —confesó ella, y trató de alejarse aún más de él—. A pesar de mi comportamiento en el baile de los Katõ, no soy la clase de mujer que permitiría que un hombre entrara en mi habitación sin que yo lo invitase, y mucho menos que se metiera en mi cama con tal facilidad. Esto debe quedar claro entre nosotros de una vez por todas.

Él sabía qué clase de mujer era ella. Los besos que le dio la noche del baile, aunque le habían afectado mucho más que los de todas las mujeres experimentadas con las que había estado, fueron bastante inocentes. Sus reacciones fueron demasiado sinceras como para pensar que todo aquello no era nuevo para ella.

Era una chica ingenua representando el papel de una desvergonzada. Pero ¿por qué había llevado aquel juego tan lejos? Eso era lo que no lograba entender. ¿Quería un poco de atención? Bueno, pues él se la había dado, y era su deber recordarle que la atención no era siempre algo bueno cuando se trataba con un hombre como él.

—Tanta formalidad conmigo no te va nada bien. Yo sé que bajo ese hielo arde un fuego. ¿No querrías volver a quemarte al menos un poco?

Ella levantó la mano para cerrar el moderado escote de su camisón. Luego, se humedeció los labios con su pequeña lengua rosada, gesto inconsciente que atrajo la mirada de Naruto hacia su pecaminosa boca.

—Si pudiera retroceder en el tiempo y cambiar lo que pasó entre nosotros en el baile de los Katõ, lo haría. Entiendo ahora que fue una tontería marcharme contigo. Entiendo que no estaba pensando con claridad, que no comprendía las repercusiones que podría traerme una acción tan audaz. Te utilicé para lograr mis propósitos, y ya te he pedido perdón por ello. ¿Qué más quieres de mí?

Mucho más, pensó él, pero a pesar de su pecaminosa boca, seguía teniendo un tierno aire de inocencia que lo conmovió e hizo que la conciencia asomara su horrible cabeza. El pelo negro de Hinata caía en desorden sobre sus hombros.

Las curvas de su cuerpo eran claramente visibles bajo su recatado camisón. ¿Cómo podía esa mujer despertar en él sentimientos decentes e indecorosos a la vez? ¿Qué más podía pedirle? No todo lo que quería, pero sí más de lo que debería. Se inclinó hacia ella.

—Otro beso.

—¿Un beso? —susurró ella jadeante. Acto seguido, alzó la mano como si quisiera detenerlo—. ¿Un beso y nada más? ¿Me dejarás en paz después de que te lo dé?

—Si ése es tu deseo...

A decir verdad, Naruto debía dejarla en paz. Ella era demasiado peligrosa para él. No estaba dispuesto a engañarse a sí mismo pensando que no lo era. Parecía que a él también le gustaba jugar con fuego, pues eso era exactamente lo que estaba haciendo.

Hinata bajó la mano lentamente y él entendió que le estaba concediendo permiso. No obstante, ahora que lo tenía, pensaba que tal vez debiese poner pies en polvorosa. ¿Podría besarla y no querer nada más? ¿Podría besarla y luego dejarla en paz desde aquella noche en adelante? No era muy probable. Pero de todas maneras la besó.

¿Cómo podría Hinata no tener curiosidad por saber si lo que sucedió aquella noche en el carruaje no fue más que algo extraño y mágico que no volvería a ocurrirle nunca más? ¿O si Naruto Namikaze había descubierto algo dentro de ella que había estado dormido todos aquellos años?

Sentía que podía confiar en su palabra, tal vez porque no se había aprovechado de ella la noche en que pudo hacerlo. Pensaba que no corría mayor peligro con él... hasta que la besó de nuevo.

Sintió sus labios firmes contra los suyos, su boca húmeda, su lengua escrutadora. Se abrió para él como una flor sedienta de lluvia. Fue una combustión lenta, que empezó en el momento del primer roce indeciso de sus labios y creció hasta que Naruto tomó completa posesión de ella.

El fuego en su interior se encendió con un bramido, y luego recorrió sigilosamente sus huesos, lamió su carne, envió sus llamas por todo su cuerpo hasta hacerla arder plenamente.

—Hinata —él pronunció su nombre—. ¿Cómo puedo prometerte que no pediré más, cuando todo en ti me hace querer más? Más fuego, más piel, más de lo que mi vida maldita puede darme.

Hinata recordó entonces la maldición que pesaba sobre su familia. Aunque sus besos amenazaban con hacerle olvidar todo. ¿Estaría loco? Si lo estaba, le había contagiado su enfermedad.

Tenía que estar tan loca como él para permitirle entrar en su habitación, en su cama y en una parte de ella que ni siquiera sabía que existía. Aunque habría debido darle un empujón para que se alejase, sus manos se enroscaron alrededor del cuello de su camisa y tiraron de él.

—Esto es una locura —logró susurrar entre besos—. No está bien que yo sienta esto. Ni siquiera te conozco.

Naruto se alejó de improviso. Hinata vio su cara bajo el resplandor del rescoldo de su fuego nocturno, vio sus ojos, que brillaron y se llenaron de una iridiscente luz azul durante un breve instante. Luego, tan rápido como había aparecido, el brillo se desvaneció.

—No, no me conoces —asintió él.

Naruto liberó las manos de ella de su cuello. Se puso en pie, y sin decir palabra, cruzó la habitación, salió por las puertas abiertas del balcón y desapareció en la noche. Hinata creyó por un momento que estaba soñando.

Se preguntó si él habría estado realmente en su dormitorio. Tocó sus labios hinchados. Estaban ardiendo. Ella estaba ardiendo. Bajo el algodón de su recatado camisón, muchas cosas indecorosas le estaban pasando a su cuerpo.

Sus pechos estaban hinchados y doloridos. Se sintió húmeda y caliente entre las piernas. Quería mucho más de lo que le habían dado. Le turbaba enormemente que ese hombre pudiera suscitar tales sensaciones en ella.

Y también le enfadaba un poco que él siempre pudiera alejarse con tal facilidad. ¿Qué se necesitaría para destruir su control casi inhumano? ¿Y qué la llevaba a querer averiguarlo? Ya tenía suficientes problemas en su vida. Naruto Namikaze no era un problema que ella necesitara.

En aquel instante se le vino a la mente que no había nada en Naruto Namikaze que apelara a las necesidades de una mujer. Todo en él apelaba a sus deseos. La noche en que se conocieron, Naruto le había advertido que era muy peligroso jugar con un hombre como él. ¿Un hombre como él? Ni siquiera sabía muy bien qué clase de hombre era, pero sentía que había muy pocos, si es que había alguno, como él.

Hinata estaba exhausta. Muchas cosas habían pasado la noche anterior, y le costó conciliar el sueño después de que Naruto se marchara. Poco después tuvo pesadillas, pesadillas que la hicieron gritar dormida. No pudo recordar qué había soñado; sólo que Naruto Namikaze había estado en sus sueños.

Aquella mañana, le había rogado a Toneri que le permitiera quedarse en casa, pero él se había negado. En ese momento se encontraba en la propiedad de Naruto. Había sido obligada por dos hombres a los que despreciaba casi con el mismo fervor a ir a la caballeriza de lord Namikaze, nada más ni nada menos, lugar en el que había muerto una mujer.

Hinata no sabía bien si eran estos sombríos pensamientos los que la hacían sentirse intranquila, o si simplemente era el hecho de haber sido obligada a estar en compañía de lord Shimura lo que le ponía los nervios de punta.

El vizconde coqueteaba con la mirada tan abiertamente como lo había hecho en las dos ocasiones anteriores. Toneri, por su parte, estaba actuando de manera aún más extraña que de costumbre. Su hermanastro tenía la cara llena de arañazos. Hinata no había visto a Tayuya aquella mañana. Tenía un mal presentimiento... un muy mal presentimiento.

—¡Ah!, ya está usted aquí, lord Namikaze.

Hinata apartó la vista del caballo que había estado admirando. Naruto se encontraba frente a los dos hombres, de espaldas a ella. Estaba guapísimo. Llevaba unos pantalones ajustados metidos dentro de unas botas altas de color negro, una combinación letal que la llevó a admirar sus piernas, largas y musculosas. Naruto Namikaze era un hombre impresionante.

Una chispa de fuego empezó a arder repentinamente en el vientre de Hinata, y luego se extendió a la parte inferior de su cuerpo. ¡Maldito sea! ¿Cómo podía perturbarla de aquella manera si ni siquiera la estaba mirando? ¿Y cómo debía comportarse con un hombre que la noche anterior había entrado furtivamente en su dormitorio y la había besado?

—¿Qué está usted haciendo aquí, Chapman?

Aquella no era la manera en que un hombre de negocios saludaba a sus posibles clientes, pensó Hinata. No hacía falta ser muy inteligente para entender que Naruto no apreciaba mucho a su hermanastro, y viceversa.

—Shimura me pidió que lo acompañara —le respondió Toneri—. Y a mi hermana también.

Puesto que Toneri señaló hacia ella con la cabeza, Hinata esperaba que Naruto se volviera para mirarla. Pero no esperaba el repentino fuego que brilló en los ojos de él cuando sus miradas se entrecruzaron. Se quedaron mirándose durante largo tiempo.

—He ordenado que enganchen los caballos a mi carruaje, Shimura —informó Naruto, apartando finalmente la vista de ella—. Supuse que querría usted probarlos antes de tomar una decisión definitiva.

El desagradable hombre asintió con la cabeza. Sus cabellos se agitaron cuando hizo este movimiento.

—Estupenda idea, Namikaze. La joven y yo podríamos dar un paseo juntos —sugirió él, sonriendo lascivamente a Hinata.

—No permito que ninguna mujer se suba al carruaje cuando se están probando los caballos —apuntó Namikaze, lanzándole una tenebrosa mirada al vizconde—. Es demasiado peligroso. Supongo que los querrá usted hacer correr a galope para ver todo lo que pueden dar de sí.

Shimura frunció sus labios de pez para hacer un mohín, y luego asintió con la cabeza. Se volvió hacia Toneri.

—Pero usted sí se subirá conmigo al carruaje, ¿no es verdad, Chapman? Quiero otra opinión, y no veo de qué habría servido pedirle que me acompañara si no está usted dispuesto a venir conmigo.

—No es conveniente que deje sola a Hinata —observó Toneri—. Esperaré aquí a que usted regrese.

—No me molesta quedarme sola —apuntó Hinata.

Estaba deseando pasar al menos unos pocos minutos sin que Toneri estuviera encima de ella. Y a pesar de los horripilantes pensamientos de muerte que con insistencia acudían a su cabeza, le gustaba el olor de la caballeriza y acariciar los hocicos aterciopelados de los caballos. Le recordaba el campo, y sentía nostalgia de su tierra natal.

—Estoy seguro de que lady Hinata estará bien —le dijo Naruto a los hombres—. Pero si usted prefiere venir otro día, Shimura, lo entenderé. Es posible que no haya vendido aún los animales.

Shimura hizo de nuevo un mohín con sus labios. Se volvió hacia Toneri.

—Vamos, Chapman. A ella no le pasará nada mientras nosotros damos un corto paseo. Romperé los pagarés de anoche si me hace este favor.

La oferta que hizo el vizconde era demasiado generosa y, obviamente, Toneri no pudo negarse. Asintió con la cabeza.

—Muy bien. Entonces, vamos enseguida para que podamos regresar cuanto antes.

Cuando los hombres se marcharon de la caballeriza, Hinata quiso gritar de alegría. Finalmente podía pasar un rato a solas sin estar obligada a quedarse encerrada en su dormitorio. Podía respirar de nuevo; podía brincar y dar vueltas al aire con total libertad.

Quizá pudiese incluso robar uno de los finos caballos de Naruto y escapar. Contempló esta idea sólo por un instante. No tenía adonde ir. No había llevado dinero, ni comida, ni ropa para cambiarse. Si realmente quería huir, tendría que planear mejor las cosas.

Volvió junto a la bestia que había estado acariciando, atraída por la elegancia de la yegua árabe, por su sedosa crin y sus enternecedores ojos marrones. Le gustaba mucho montar a caballo cuando vivía en el campo y echaba de menos sus excursiones diarias.

—Tienes buen gusto para los caballos.

Sobresaltada, se volvió bruscamente. Naruto la estaba mirando.

—Pensé que estabas conduciendo el carruaje. Es decir, supuse que...

—Lo mismo pensaron Shimura y tu hermanastro —contestó él, sonriendo a medias—. Mi cochero está bien preparado para exhibir mis animales. No vi razón alguna para ir a dar un paseo con dos hombres cuya compañía me enerva.

—¡Ah! —exclamó, como una idiota que no puede siquiera armar una frase inteligente. Pero ¿qué podía decir? Nada acerca de la noche anterior. Y en cuanto se disipó la niebla que parecía nublarle la mente cuando lord Namikaze estaba cerca de ella, Hinata comprendió que Toneri no debía encontrarla a solas con él. Se enfadaría muchísimo.

—No quiero distraerte de tu trabajo. Estaré bien sola.

—¿Tienes miedo?

—¿Miedo?

Él se acercó con paso lento y se apoyó contra la pared del box en el que estaba la yegua. Un fino semental de color castaño asomó la cabeza por encima de la puerta para acariciar con el hocico el cuello de Naruto. Hinata sintió el extraño impulso de hacer lo mismo.

—Sí, de quedarte a solas conmigo.

—¿Debería tener miedo? —le preguntó desafiante.

La sonrisa de Naruto era diabólica. Un instante después la expresión de su rostro se hizo grave.

—Quiero decir aquí, en el lugar en el que murió una mujer.

Un inesperado frío pareció impregnar el aire. Hinata se estremeció.

—¿Dónde la encontraste?

Naruto señaló con la cabeza hacia el fondo del box, donde no penetraba luz alguna.

—Allí. Ya no puedo guardar los caballos en ese lugar. Parece que pueden olfatear la sangre.

Ella se estremeció de nuevo.

—¿La conocías?

Lord Namikaze acarició el hocico del caballo.

—Se llamaba Bess O'Conner, y no, no la conocía. Era una prostituta, una persona insignificante. De lo contrario, estoy seguro de que se habrían hecho más esfuerzos para encontrar al asesino.

—¿Cómo llegó aquí?

Hinata caminó hacia el centro de la caballeriza.

—No lo sé. Esa noche yo había salido, y vine aquí al regresar a casa. Había dado permiso a los mozos de cuadra para que asistieran a una boda. Uno de sus compañeros se casaba esa noche. Cuando fui a guardar mi caballo, oí un gemido. Fue entonces cuando la encontré.

Hinata se frotó los brazos.

—¿Te dijo algo?

Al ver que no le respondía, dirigió su mirada hacia él. Parecía estar sumido en sus reflexiones. Como si hubiese sentido su mirada, él se enderezó y se alejó del zaino.

—No. La habían golpeado muy fuerte. Intenté saber más cosas acerca de ella poco después de lo ocurrido. Quería encontrar al hombre responsable de su sufrimiento a toda costa. Quería hacerle sufrir también.

La cólera que se reflejaba en su voz hizo que Hinata le creyera. En aquel momento pensó que el hombre responsable de la muerte de Bess O'Conner había tenido mucha suerte de que Naruto Namikaze no lo hubiera encontrado.

—¡Hinata!

Se sobresaltó. Luego giró sobre sus talones para ver a Toneri y a Shimura frente a la puerta de la caballeriza. El corazón le latía con fuerza en el pecho, e imaginó que había perdido el color de la cara. Su hermanastro estaba furioso.

—¿Tan pronto de vuelta? —preguntó Naruto. Caminó hacia el centro de la caballeriza, poniéndose justo entre Hinata y los dos hombres—. Le estaba enseñando a lady Hinata mis caballos. Se ha prendado de la potranca árabe. ¿No quiere usted que ordene que la ensillen para que su hermanastra la pruebe?

Toneri se puso lívido de ira.

—Usted nos engañó deliberadamente —lo acusó—. Nos hizo creer que conduciría el carruaje. De haber sabido que no vendría con nosotros, nunca habría permitido que Hinata se quedara aquí, y usted lo sabe.

Naruto no se acobardó ante el tono de voz airado de Toneri. Hinata, por el contrario, temblaba de miedo.

—A lady Hinata no le ha pasado nada por quedarse unos pocos minutos a solas conmigo, como pueden ustedes ver.

—¡No se trata de eso! —exclamó Toneri. Naruto arqueó una ceja.

—¿No? ¿Entonces de qué se trata, Chapman?

El hermanastro de Hinata dio un amenazante paso hacia Naruto.

—Si alguien los hubiera visto solos en este lugar, habrían empezado a correr rumores por toda la ciudad. Shimura tiene la intención de pedir la mano de Hinata. Pero no querrá a una mujer cuyo buen nombre ha sido cubierto de fango.

Sin sentirse en absoluto intimidado por Toneri, Naruto le echó una mirada al vizconde.

—¿Es eso cierto, Shimura? ¿Piensa usted pedir la mano a lady Hinata? ¿De la misma manera en que me pedirá los caballos?

Shimura había ostentado una expresión divertida en el rostro a lo largo de toda la confrontación. En aquel momento puso una cara solemne.

—Ándese con cuidado, Namikaze. Lo que yo piense hacer en lo que a lady Hinata respecta es un asunto entre su hermanastro y yo. —El hombre arqueó una tupida ceja—. ¿No estará usted pensando pedir a la dama en matrimonio, verdad?

Hinata miraba alternativamente a los dos hombres durante la discusión. En aquel momento su mirada se fijó en Naruto, y durante un breve instante deseó que dijera que sí. Pero no supo muy bien por qué. Bueno, además de lo obvio: se trataba de un dios alto y rubio compitiendo contra un viejo verde y vizconde.

Pero Hinata sabía en lo más profundo de su corazón que la desesperación no era una buena consejera para tomar una decisión semejante. ¿Y el respeto? Naruto apartó la mirada del vizconde, y en ese momento ella supo que se había quedado sin aquella opción.

—Eso pensé —bramó Shimura—. No es usted tan tonto como para andar detrás de las faldas de una dama de clase. Ninguna mujer querría casarse con un loco, ni tener un hijo que herede los rasgos negativos de su padre. ¿Quiere que nos ocupemos más bien de la compra de los caballos?

A Hinata le partió el alma ver que las palabras de Shimura habían despojado a Naruto de su natural arrogancia. Por un momento, pareció estar avergonzado. Pero no tardó en ocultar cualquier flaqueza que pudiese haber mostrado formando con sus hermosas facciones una máscara de indiferencia.

—Si tienen ustedes la amabilidad de entrar en mi casa, pediré a mis criados que les sirvan té a lady Hinata y a Chapman mientras nosotros nos ocupamos de cerrar el negocio —invitó Naruto.

Toneri dio un paso adelante.

—No creo que su casa sea un lugar apropiado para mi hermanastra. Lo esperaremos en el carruaje, Shimura. Si no fuera por Hinata, podríamos regresar a pie a casa, pues la distancia es muy corta. Pero el denso rocío podría estropear sus zapatillas.

Naruto se volvió para mirar a Hinata.

—¿Le parece ésa una buena solución, lady Hinata? El aire está muy húmedo. Creo que estará usted más cómoda en mi salón, bebiendo una taza de té caliente.

Maldito sea. Hinata tuvo la clara sensación de que Naruto quería enfrentarla a Toneri deliberadamente. Quizá para vengarse por haber visto su flaqueza. Ahora ella estaba obligada a mostrar la suya.

—Estaré bien en el carruaje —aseguró, evitando mirarlo a los ojos.

—¡Tonterías! —clamó Shimura finalmente—. Chapman, disimule por un momento el desprecio que siente por Namikaze, y entren en la casa. No quiero sentir que debo precipitarme para hacer mi oferta porque su hermana podría coger una pulmonía doble mientras me está esperando aquí fuera. Quiero hablar con ella cuando terminemos aquí, y luego tengo otro compromiso.

Hinata miró a Toneri. Su hermanastro le puso cara de pocos amigos al vizconde, pero después de un momento asintió con la cabeza para dar su permiso. Hinata pensó que eso era bastante extraño.

Sabía muy bien que Toneri le debía a aquel hombre una enorme suma de dinero, pero aun así, no creía que su hermanastro se dejara intimidar tan fácilmente por nadie. Era él quien normalmente intimidaba a los demás. Y de pronto sintió que ella era la espina que todos ellos utilizaban para pincharse unos a otros.

Estuvo a punto de negarse a aceptar la invitación de Naruto a tomar el té, simplemente porque no quería seguir siendo una fuente de fricción entre los hombres allí presentes, pero tenía curiosidad por ver su casa. Se dio cuenta de que todo lo relacionado con Naruto Namikaze le producía una gran curiosidad. Shimura se acercó a ella y le ofreció su brazo.

—¿Viene usted conmigo?

Aunque habría preferido no tener que tocar a aquel hombre, Hinata era una joven muy bien educada, y no podía negarse. No le pasó inadvertida la mirada de indignación que le lanzó Naruto cuando ella tomó a Shimura del brazo. Tampoco el hecho de que Naruto no fuera el que se ofreciese para acompañarla a su casa.

—El camino que conduce a la casa es pedregoso —indicó Naruto, poniéndose frente a ellos—. Yo debería acompañar a lady Hinata, pues conozco muy bien el terreno. Conmigo no correría ningún peligro.

Sin dar tiempo a las discusiones, él liberó la mano de ella del brazo de Shimura, la puso sobre el suyo y condujo a la joven fuera de la caballeriza.

—Por aquí, por favor.

Hinata sintió la mirada furiosa de Toneri clavándose en su espalda mientras todos avanzaban hacia la casa.

Le sorprendía poder sentir algo distinto al brazo musculoso de Naruto bajo su mano. Le sorprendía poder pensar claramente con el olor de aquel hombre atrayendo toda su atención. Sándalo, logró adivinar, pero ésa fue la única fragancia que pudo distinguir del olor particular de Naruto.

Cuando llegaron a la entrada principal de la casa, un criado abrió de inmediato la puerta, como si hubiera estado esperando allí a que Naruto regresara. No se mostró sorprendido de que él tuviera invitados. No mostró ninguna emoción en absoluto. Naruto los condujo al interior de la casa.

La decoración no era exactamente lo que Hinata esperaba. A pesar de ser un hombre envuelto en un halo de misterio y acerca de quien corrían tantos rumores, no había gatos deambulando por los pasillos, telarañas colgando de los techos ni esqueletos esperando salir inesperadamente de los armarios; o por lo menos ella no veía nada de eso.

—Hawkins, lleve a mis invitados al salón principal —ordenó Naruto a su mayordomo—. Shimura vendrá conmigo a mi despacho.

Hawkins le respondió con un movimiento de cabeza. Naruto condujo a Shimura por un pasillo, mientras el mayordomo acompañaba a Hinata y Toneri al salón principal. Un alegre fuego ardía en el hogar. El salón había sido decorado con elegancia.

Los sofás eran de tela suave y muy cómodos, las alfombras estaban impecables y los cuadros eran preciosos. Especialmente un retrato que colgaba encima de la chimenea. Hinata se sintió atraída hacia aquella pintura.

No cabía la menor duda de que era un retrato de la familia Namikaze. Reconoció a Naruto en el chico que estaba a punto de convertirse en hombre. De hecho, había cuatro chicos, todos increíblemente guapos.

—Lo curioso es que todos parecen perfectamente normales. —Toneri se había acercado a ella.

—A lo mejor son perfectamente normales —espetó Hinata—. Sólo porque los padres... Quiero decir que quizá los hijos nunca se vean afectados por la maldición.

—Dudo seriamente que así sea, y obviamente ellos piensan lo mismo. Ya oíste lo que dijo Shimura. Todos juraron no casarse jamás. ¿Por qué lo habrían hecho si no quisieran asegurarse de que la maldición terminaría el día que sus vidas se extinguieran? Pero ¿quién sabe? A lo mejor fueron esos chicos de aspecto inocente quienes hicieron que sus padres enloquecieran.

Era difícil creer que aquellos guapos jovenes que la miraban fijamente desde el retrato pudieran ser culpables de algo semejante. Parecían perfectos... quizá demasiado perfectos.

—¿Dónde están los demás hermanos? —preguntó ella.

—Se marcharon de aquí.

La voz sonó detrás de ella, y Hinata se volvió, sorprendida. Naruto se encontraba detrás de ellos, sosteniendo una bandeja de plata en sus manos.

—Lord Gaara y lord Kiba fijaron su residencia en nuestra finca. Esto impide que se metan en líos. Permítanme servirles el té, por favor —ofreció, señalando un sofá de terciopelo—. Shimura está revisando los papeles. Hawkins no está acostumbrado a atender invitados, así que decidí hacerlo yo mismo.

Al ver que Toneri no cambiaba de actitud y desdeñaba la generosidad de Naruto, Hinata se sentó. Había algo particularmente atractivo en un hombre que asumía el papel de criado. Aunque las manos de Naruto eran grandes y sus dedos largos y delgados, cogía las finas tazas de porcelana con delicada soltura.

—Sólo nos ha dicho dónde están dos de sus hermanos —observó ella—. ¿No tiene usted tres?

El dolor se reflejó en sus ojos por un instante.

—Konohamaru, el menor, se marchó de casa hace ya muchos años.

—Si quiere saber mi opinión, él es el más sensato de todos —juzgó Toneri—. Con tantas cosas que pesan sobre su familia, no sé por qué el resto de ustedes no ha desaparecido también de la sociedad. En todo caso, nadie los echaría de menos.

Naruto, que se encontraba sirviendo una segunda taza de té, alzó la vista.

—No le he pedido su opinión —afirmó, e insultó aún más a Toneri tomando un sorbo del té que acababa de servir, en lugar de ofrecérselo a su otro invitado.

Toneri escupió, y luego se dirigió hacia la puerta de salida del salón.

—Ven conmigo, Hinata. No permitiré que un hombre como él me siga insultando. Esperaremos a Shimura en el carruaje, no debimos entrar a esta casa.

Hinata dejó a un lado su taza y se puso en pie. No quería discutir con Toneri.

—Gracias por su hospitalidad —le retribuyó a Naruto.

Él tomó su mano y la llevó con un elegante movimiento a sus labios, dándole un cálido beso en la muñeca.

—Aunque su hermanastro no es bien recibido en esta casa, usted puede venir a visitarme cuando quiera.

Los ojos de Naruto abrasaron los de Hinata. Ella comprendió que no estaba siendo cortés, sino recordándole el beso que se habían dado la noche anterior. El beso en el que se suponía que ninguno de los dos debía pensar.

Le molestaba que él le recordara este contacto íntimo entre los dos, cuando hacía un momento no había reaccionado al desafío que le lanzó Shimura de cortejarla en serio.

Hinata apartó su mano de un tirón.

—Yo no contaría con ello —articuló fríamente, y luego pasó de largo por su lado.

—Ah, pero yo sí —le oyó decir, en voz tan baja que supo que sus palabras iban dirigidas exclusivamente a sus oídos.

Un escalofrío recorrió la espalda de Hinata, un escalofrío que no tenía nada que ver con el fresco que estaba haciendo. Pasó rápidamente frente a Toneri y salió al pasillo, donde Hawkins, como si saliera de la nada, les abrió la puerta.

Toneri empezó a interrogarla apenas entraron en el carruaje.

—¿Qué pasó cuando te quedaste a solas con Namikaze en la caballeriza?

—Nada —le respondió ella—. Sólo estábamos mirando los caballos.

—Estabais hablando de algo cuando yo llegué. El asesinato ocurrió en ese lugar. ¿Qué te dijo sobre eso?

Hinata se encogió de hombros.

—No me dijo mucho. No conocía a la mujer. No tiene la menor idea de cómo llegó allí. Pero afirma que está buscando al asesino.

Toneri se restregó la cara con una mano.

—Por lo que sabemos, fue él quien la asesinó. De hecho, estaría dispuesto a apostar que es el culpable. Él o uno de sus hermanos. Debo insistir de nuevo en que no te acerques a ese hombre, Hinata. Cualquier tipo de relación que tengas con él podría arruinar tu reputación. Puede que Shimura actúe como si no le importara lo que la sociedad piense de él, pero créeme, sí le importa; y mucho.

Hinata miró por la ventanilla del carruaje la llovizna que caía con insistencia. No vio a Shimura por ninguna parte.

—Hay algo que quiero decirte acerca de Shimura. No me gusta, Toneri. No me gusta su manera de mirarme. Hace que me sienta como uno de esos cerdos gordos que venden en la carnicería.

Su hermanastro suspiró.

—Ya te dije que no me importa la opinión que tengas de él. Shimura está interesado en ti, y mientras sea así, tú fingirás que él también te interesa. Él podrá parecer un hombre cordial, pero no lo es. Está acostumbrado a conseguir todo lo que quiere, sin importarle a quién deba aplastar en el camino. Yo le debo mucho dinero. Por más que me asquee, debo hacer todo lo que él quiera.

De no ser porque esa situación le afectaba de forma muy negativa, Hinata habría disfrutado la ironía de todo aquello. Su hermanastro estaba a merced de Shimura, y estaba experimentando en sus propias carnes lo que se sentía al depender por completo de otra persona.

Pero esa situación no la alegraba en absoluto porque la obligaba a mantener trato con un hombre que odiaba. Aunque no conocía muy bien a Shimura, despreciaba lo poco que había llegado a conocer de él.

Inesperadamente, el hombre del que estaban hablando abrió de un tirón la portezuela del carruaje.

—¡Cabrón arrogante! —refunfuñó, acomodando su altura al lado de Hinata—. Compré los caballos, pero a un precio mucho más alto de lo que esperaba. Namikaze se rio de la oferta que le hice, se puso en pie y se marchó de la habitación. Tuve que perseguirlo por el pasillo para que aceptara seguir negociando conmigo.

—Deberían desterrar a ese hombre de la ciudad —afirmó Toneri—. No debería estar entre nosotros, codeándose con todos como si el nombre de su familia no estuviera manchado. Han expulsado a hombres mucho más importantes que él por cosas más insignificantes que esos tenebrosos rumores que corren acerca de los Namikaze.

—Pero no se puede negar que sabe mucho de caballos —reconoció de mala gana el vizconde—. No hay un mejor criador en todo el país. Es casi imposible lograr que venda una bestia. ¿Sabe usted que dijo que me quitaría los caballos si llegaba a enterarse de que mi cochero los maltrataba? Pero ¡qué cara tiene ese hombre!

Hinata sintió gran admiración por Naruto Namikaze en aquel instante, aunque sabía que no debería. Defensor de las pobres bestias que estaban a merced del que quizá era el más cruel de los predadores... el hombre.

—¿La veré en la velada que tendrá lugar en casa de lady LeGrande dentro de dos noches, querida mía?

Tardó un momento en darse cuenta de que Shimura se estaba dirigiendo a ella y que se le caía la baba mientras la miraba de arriba abajo.

—Así será —respondió por ella su hermanastro—. De hecho, usted puede tener el honor de llevar a Hinata a la recepción. Yo iré con ustedes en calidad de acompañante, por supuesto.

Hinata se mordió la lengua para no poner objeción alguna. Shimura hizo su habitual mohín.

—Esperaba poder pasar un poco de tiempo a solas con lady Hinata — confesó—. Me gustaría llegar a conocerla mucho mejor.

—Usted sabe tan bien como yo que una joven soltera no debe ser vista en público sin algún tipo de acompañante —advirtió Toneri—. Podrá estar con ella a solas a su debido tiempo. Primero debe cortejarla. Antes de probar el pastel hay que pagarle al vendedor.

—¿Es preciso que hablen ustedes de mí como si yo no estuviera presente? — Hinata no pudo seguir guardando silencio—. ¿Y es preciso que hablen de una manera tan ofensiva? Yo...

Esto fue todo lo que logró decir antes de que Toneri extendiera la mano para pegarle una bofetada. Hinata dio un grito ahogado y llevó una mano a su dolorida mejilla. Enseguida miró a Shimura, avergonzada, humillada, y preguntándose si él saldría en su defensa.

El hombre frunció el ceño.

—Si tiene usted que disciplinar a su hermanastra, Chapman, al menos no le pegue en la cara. Es demasiado guapa para ir por ahí con moratones, o por lo menos con moratones que puedan verse. Contrólese un poco, aunque sé bien que ése no es su fuerte.

Los dos hombres se miraron. Hinata estaba tan horrorizada de que Shimura pareciera aprobar el maltrato de Toneri, que no leyó en ello ningún significado oculto. ¿Era ésta la clase de esposo que quería? ¿Un hombre que se quedara con los brazos cruzados mientras otro la humillaba, que dijera que estaba bien golpear a una mujer mientras los cardenales no fuesen visibles?

Apartó la vista de los dos hombres. Le escocían los ojos y le dolía el corazón. Fuese la clase de hombre que fuese, Naruto Namikaze no toleraría algo semejante. Lo sabía porque él le había preguntado cómo se había hecho el cardenal que tenía en la mejilla, y ella había intentado quitarle importancia diciendo que era el resultado de su propia torpeza.

¿Qué habría pasado si hubiera sido Namikaze el hombre que se encontraba sentado junto a ella cuando Toneri la golpeó? No creía que Naruto permaneciera indiferente, como había hecho Shimura. Quizá hubiese debido decirle la verdad cuando le preguntó acerca del cardenal.

Pero ¿qué podría haber hecho? Él no era un pariente suyo, ni siquiera era el pretendiente que le convenía. Sin embargo, no estaba segura de no decirle nada si llegara a presentarse una segunda oportunidad, sólo para saber qué pensaba él realmente.


Continuará