Naruto Y Hinata en:

TU MI SALVACIÓN


6: Siniestro


Tayuya no fue a ayudar a Hinata a vestirse para la velada de los LeGrande. Natsu le dijo que Toneri la había despedido. Hinata se sintió culpable, pues sabía que la chica continuaría en la casa si ella no le hubiera dicho a Toneri nada de lo que la doncella le había contado. Esperaba que Tayuya pudiera encontrar trabajo en otro lugar, un trabajo en el que su patrón fuese amable con ella.

Hinata hubiera querido poder despedirse de la joven. Si ella tuviera dinero, le habría dado a Tayuya todo lo que pudiera hasta que la mujer encontrara otro trabajo. Había estado pensando en eso toda la tarde, hasta que Shimura fue a buscarla para llevarla a la fiesta de los LeGrande.

En aquel momento Hinata se encontraba jugueteando con la falda de su vestido de seda y fingía estar interesada en las conversaciones que tenían lugar a su alrededor. La velada de los LeGrande era todo un éxito, y la mayoría de los invitados parecían estar disfrutando la fiesta, salvo Hinata.

Le resultaba incomprensible que Shimura fuera tan respetado entre la aristocracia, cuando era un ser repulsivo e inmoral, mientras Naruto Namikaze, un hombre íntegro y honrado, era rechazado por todos.

—¿Cómo fue?

Lady Ino Yamanaka, una joven muy conocida en la buena sociedad y a quien Hinata acababa de conocer, le susurró esta pregunta.

—¿Cómo dice? —Hinata se preguntó si habría perdido de alguna manera el aburrido hilo de la conversación.

—Bailar con lord Namikaze —le aclaró la joven, hablando en voz tan baja que Hinata casi no podía oírla—. Marcharse con él.

Era obvio que la aristocracia no había olvidado su metedura de pata la noche en que fue presentada en sociedad.

—Fue un error —farfulló ella, y luego intentó fingir que estaba interesada en otra conversación.

—Usted no hizo nada que la mayoría de nosotras no haya soñado con hacer — le confesó la joven. Hinata se sorprendió cuando la cogió del brazo y la alejó del pequeño grupo de personas que se encontraba conversando—. ¿Qué pasó cuando se quedaron a solas?

Hinata se puso muy nerviosa debido al tipo de preguntas que la joven dama le estaba haciendo. Tenía que responder correctamente o, de lo contrario, haría correr más rumores acerca de ella.

—Nada. Él fue todo un caballero —mintió.

Lady Ino frunció el ceño. Los ojos le brillaron con malicia cuando dijo:—¡Qué desilusión! ¿No le parece trágico que el hombre más guapo de la ciudad esté prohibido para nosotras?

Atónita ante el desenfado de la joven, Hinata sólo pudo asentir con la cabeza. Se repuso un momento después; le preocupaba que esa chica estuviera tratando de engatusarla para sacarle información. Información que utilizar contra Naruto.

—Pienso que la fama que tiene de ser un hombre peligroso es exagerada. Creo que, definitivamente, no valió la pena tratar de llamar la atención bailando con él, nadie se fijó en nosotros.

La joven miró a su alrededor para asegurarse de que nadie las estaba escuchando, y dijo:

—En eso se equivoca. Todo el mundo se fijó en usted. Yo misma no pude evitar mirarlos todo el tiempo, muerta de envidia. ¡Qué valiente es usted! ¡Atreverse a bailar con el demonio en persona! Puede estar segura de que nadie se olvidará de usted, lady Hinata.

Hinata sospechaba que no debía considerar las aseveraciones de la joven dama como un cumplido. De todos modos, no le importaba mucho lo que la sociedad pensara de ella. Si Toneri se salía con la suya, estaría prometida a Shimura en muy poco tiempo. Su reputación dejaría de tener importancia.

—Su audacia me pareció admirable —prosiguió lady Ino—, y alentadora. Al menos no es usted como las pálidas y demacradas debutantes cuyos círculos sociales me veo obligada a frecuentar, sin atreverme nunca a hacer nada que pueda molestar a alguien o dar que hablar. Todas me parecen terriblemente pesadas.

Hinata se rio.

—Es usted también bastante atrevida al pensar así de ellas. Lady Ino se encogió de hombros.

—Supongo que lo soy. Mi madre dice con mucha frecuencia que una mujer con una actitud tan impropia como la mía sólo logra arruinar su reputación. Espero que tenga razón.

Hinata se rio de nuevo. Para su completa sorpresa, se dio cuenta de que estaba disfrutando enormemente con la compañía de lady Ino. Hinata tenía pocas amigas. Había crecido en el campo bajo los cuidados excesivamente solícitos de su padre.

Y Toneri le había prohibido relacionarse con las jóvenes de su edad porque, según ella suponía, le preocupaba que pudiera conseguir el apoyo de otras chicas para ayudarla a huir de él. Si estaba sola y desamparada era mucho más manejable.

—Su hermanastro la controla demasiado —comentó lady Ino—. Viene hacia aquí, y no parece complacerle mucho que nos hayamos hecho amigas en tan poco tiempo.

Hinata dirigió la mirada hacia donde vio por última vez a Toneri y a Shimura conversando. Era evidente que ninguno de los dos hombres gozaba de gran simpatía entre los miembros de la alta sociedad. No obstante, Shimura parecía ser mejor aceptado, sin duda gracias a sus títulos y a su riqueza.

—¿Somos amigas? —le preguntó a la hermosa rubia. Le avergonzaba que se notara la esperanza en su voz, pero aun así no pudo ocultar la ilusión que le hacía esa perspectiva. Necesitaba una amiga ahora que había perdido a Tayuya. Necesitaba una amiga con urgencia.

La joven apretó con fuerza la mano de Hinata.

—Sólo si me prometes que no te volverás tan pesada como las demás. ¿Quién sabe? Si lord Namikaze aparece en otra reunión social esta temporada, quizá me atreva a pedirle que baile conmigo.

Cuando lady Ino miró por encima del hombro a una mujer de aspecto adusto que se encontraba a pocos metros de distancia, y notó que la miraba con el ceño fruncido, indicando de este modo que no le agradaba la compañía que había elegido, apretó de nuevo la mano de Hinata.

—No le agradas mucho a mi madre —dijo con franqueza—. Pero no debes ofenderte. A mi madre no le gusta casi nada ni nadie. Dice que debo casarme con lord Collingsworth, que él es el hombre apropiado para mí.

Lanzando otra nerviosa mirada hacia Toneri, quien ya estaba muy cerca de ellas, Hinata le preguntó:

—¿Y tú qué opinas?

La chica frunció el ceño.

—Es probable que me case con él. Soy la hija de un duque, igual que tú. Debo casarme bien.

No había nada parecido en las vidas de aquellas dos jóvenes. Lady Ino tenía una madre que cuidaba de ella y un padre que tomaba decisiones prudentes en su favor. Hinata sabía que si su padre viviera, no estaría de acuerdo en que Shimura fuese su esposo.

Habría intentado al menos encontrar a alguien que tuviera una edad más cercana a la suya, y no habría aceptado a un hombre que hacía la vista gorda cuando otro la maltrataba.

—Disculpe usted a mi hermanastra. Su pareja de esta noche se ha visto obligada a ausentarse por un asunto de suma importancia, y me ha pedido que cuide de ella y me asegure de que se divierta.

Toneri enseguida la agarró con fuerza del brazo.

Lady Ino corrió hacia su madre, como una polluela que se había alejado demasiado del nido y ahora buscaba protección contra un zorro.

—Shimura me ha dicho que no he desempeñado bien mi tarea de acompañante—le explicó Toneri—. Puesto que él ha tenido que ausentarse, bailaremos una pieza antes de marcharnos a casa.

Hinata no se llevó una desilusión al enterarse de que Shimura no la acompañaría a casa, pero le disgustó mucho que Toneri hubiera interrumpido su conversación con lady Ino Yamanaka.

—Me lo estaba pasando muy bien —le aseguró Hinata—. He hecho una amiga.

—No tienes ninguna necesidad de hacer amigas —expuso Toneri—. Y si la tienes, Shimura las escogerá por ti cuando os hayáis casado.

Sintiéndose valiente en compañía de tantas personas, Hinata espetó:—No he consentido casarme con él, Toneri. ¿Y si elijo a otra persona?¿Alguien que esté dispuesto a pagar tus deudas y a aceptarme sin una dote?

Habían llegado ya al borde de la pista de baile, y Toneri la condujo majestuosamente hacia la riada de damas y caballeros. Luego, apretó la mano de ella con fuerza.

—Confías demasiado en tu cara bonita y en tu linaje, Hinata. Además, no tienes esa opción. Pensé que la tenías hasta que Shimura te vio. Ahora tu futuro está decidido. Me lo ha dejado muy claro él mismo hace un momento, antes de marcharse. Quiere que ni tú ni yo lo olvidemos.

A Hinata le sorprendió una vez más que ese hombre tuviera tanto poder sobre Toneri. Pero si le debía mucho dinero por deudas de juego, deudas cuyo pago total e inmediato podía exigirse con poca antelación, deudas que podían llevarlo a la cárcel, suponía que entonces ni siquiera Toneri podría llevarle la contraria. Se desanimó profundamente.

—No puedo decir que me importe que Shimura haya tenido que ausentarse — reconoció ella con valor—. Me parece un hombre muy desagradable. Si al menos fuera amable...

—Deja de quejarte —la interrumpió Toneri, y apretó su mano de nuevo, haciéndole mucho daño—. Te he dicho mil veces que tus deseos no tienen ninguna importancia para mí. Si en algo te sirve de consuelo, yo conozco un pequeño secreto del vizconde.

Hinata alzó la vista para mirar a Toneri, quien era más alto que ella, pero no tan alto como Naruto Namikaze.

—¿Un secreto?

Él le sonrió, y Hinata pensó que si alguien los hubiera estado mirando en ese momento, habría podido creer que era la sonrisa afectuosa de un hermanastro; sólo que, como siempre, sus ojos no expresaron sentimiento alguno.

—Nuestro vizconde tiene problemas con sus partes viriles. Dudo que pueda mantenerse erecto el tiempo suficiente para consumar el matrimonio. Sin embargo, le gusta alardear y fingir que es tan potente como un joven semental.

Hinata no era tan inocente como para no entender lo que Toneri acababa de decirle. Aunque eso hacía que la idea de casarse con aquel hombre fuese un poco menos intolerable, sus sonrisas lascivas y las caricias de sus manos no dejaban de asquearle.

Se preguntó por qué la reputación de su futura esposa era tan importante para un hombre que en todo caso no podía cumplir con sus deberes en el lecho conyugal.

—Sé lo que estás pensando —enunció Toneri, arrastrando las palabras—. Shimura ha estado soltero durante tanto tiempo que, por alguna razón, para él es muy importante casarse con una mujer que tenga buena reputación, y también un buen linaje. Pero te advierto que, sin lugar a dudas, él escogerá al hombre con el que engendrarás a sus hijos.

El estómago se le revolvió al pensar en eso, y por un momento temió desmayarse allí mismo, lo cual sería realmente irónico, pues ésa era la artimaña que Naruto había inventado para proteger su reputación la noche en que se conocieron.

Como si el solo hecho de pensar en Naruto Namikaze hubiera hecho que él apareciera en aquella velada, de repente vio a un hombre alto y rubio moviéndose alrededor de la pista de baile. Lo siguió con la mirada, como debían estar haciendo todos los allí presentes. Él atraía la atención de los demás, pero no la exigía, ni siquiera la deseaba.

Iba vestido de negro, como de costumbre, lo que contrastaba claramente con su pelo rubio y su piel dorada. Llevaba el cabello sin peinar, haciendo destacar sus finamente cincelados rasgos. No apartaba su mirada de ella mientras se movía... pero no, no se estaba moviendo; la acechaba, como un animal que había avistado a su presa. Era imposible que alguien que estuviera prestando atención no se diera cuenta de que ella era el objeto de su mirada. Y todo el mundo los estaba observando.

—No lo mires —le ordenó Toneri entre dientes—. Estáis dando un espectáculo.

¿Cómo podría estar dando un espectáculo cuando al menos diez pasos la separaban de Naruto? Pero Hinata suponía que debía ser así, pues el mismo aire que la rodeaba, de repente pareció cargarse de rumores. Comprendió que no le importaba. Y además, no podía apartar la vista de él, como si efectivamente fuese un animalillo hipnotizado por la mirada fija de otro animal mucho más grande que estaba a punto de comérselo.

Empezó a sentir un hormigueo en la sangre, y la cara se le puso roja. Se olvidó de todo. De su buena educación y del hecho de que estaba bailando con un hombre que hacía que su vida fuese un auténtico infierno, y que seguiría haciéndolo mientras ella estuviera a su merced. Toneri la hizo volver a la realidad. Apretó su mano con tal fuerza, que estuvo a punto de gritar.

—Ya es hora de que nos marchemos de aquí —le gruñó él—. Ese hombre te hace perder la cabeza. ¡No permitiré que lo eche todo a perder! ¿Me oyes, Hinata? Él tendrá que aprender que no soy la clase de hombre con el que puede jugar. Y Shimura tampoco.

La sacó casi a rastras de la pista de baile.

—Toneri —musitó ella, recuperándose de repente y corriendo para poder seguirlo—. Si me sacas del baile ahora, serás tú quien dé un espectáculo. Todo el mundo hablará de cómo huiste de lord Namikaze. Permíteme, por favor, conservar algo de dignidad y reconsidera tu decisión sobre este asunto.

Hinata tenía miedo de marcharse con Toneri. Lo mejor era darle tiempo para que se tranquilizase y para que ella pudiera apaciguarlo fingiendo que Naruto Namikaze no le interesaba en absoluto. Es decir, si lograba fingir. Si recordaba que él no había respondido a las pullas de Shimura sobre ella en la caballeriza, quizá lo consiguiera.

Toneri aflojó el paso.

—Creo que después de todo sí hay un cerebro en tu hermosa cabecita. Sin duda, Namikaze te está utilizando para sacarme de quicio. Le gusta provocarme, pero pronto aprenderá que ése es un grave error. Nos reuniremos con los demás invitados y fingiremos que estamos conversando hasta que haya pasado un tiempo razonable. Luego nos excusaremos y nos marcharemos.

Aunque ella habría preferido perderse entre los invitados y huir de Toneri, era mejor permanecer en su compañía, en un lugar donde no se atreviera a pegarle, que quedarse a solas con él. Independientemente de cuan tentada estuviera de mirar hacia donde estaba Naruto, controlaría este impulso. O al menos eso esperaba.

—Eres un pillo, Naruto Namikaze —lo regañó la duquesa viuda de Sarutobi—. Yo pensaba que eras inocente y que los rumores que corren sobre ti, flotando alrededor de tu angelical cabeza como una aureola sin brillo, te acusaban injustamente; pero estás demostrando que todos ellos están en lo cierto.

Naruto obligó a sus ojos a apartarse de Hinata para fijarse en el ceño fruncido de la viuda. Arqueó una ceja como queriendo preguntar qué pecado había cometido. Ella señaló con la cabeza hacia donde él había estado mirando desde que llegó al baile.

—Estás levantando toda clase de rumores con esas miradas ardientes que le lanzas sin cesar a lady Hinata.

Él frunció el ceño.

—¿Acaso la he estado mirando fijamente?

Sabía que lo había estado haciendo, pero parecía incapaz de detenerse. Estaba muy bella con aquel vestido de seda rosa que hacía resaltar su pálida piel y su pelo negro medianoche. No podía quitarle los ojos de encima.

—¡Caramba, caramba! —exclamó la viuda—. Naruto Namikaze finalmente ha entregado su corazón. Te dije que la chica sería un buen partido para ti.

Estas palabras hicieron que él se volviera bruscamente hacia la mujer.

—No es mi corazón el que me habla cuando miro a lady Hinata, se lo aseguro.

La viuda le dio un fuerte golpe con su abanico.

—¡Sinvergüenza! El amor muchas veces empieza por una fuerte atracción física. Pero debes intentar controlar tu lujuria en público. La miras de tal manera, que es casi como si la estuvieras desnudando para llevártela a la cama frente a toda la alta sociedad. ¿Eres siempre tan... apasionado?

Él reflexionó acerca de esta pregunta por un momento.

—Sí —respondió finalmente. La viuda se rió.

—Su hermanastro se pone cada vez más lívido. Deberías moderarte un poco, Naruto. ¿Sabes que ella llegó del brazo del despreciable lord Shimura? Espero sinceramente que la joven heredera pueda encontrar a alguien mejor que él. Sería una pena que se casara con un canalla como ése.

¿Habría permitido Hinata que ese repugnante hombre la acompañara a la velada? Ella era la mujer más guapa que él jamás hubiera visto. ¿Por qué habría de aceptar casarse con Shimura? Podría tener a cualquier hombre que quisiera en Londres. A cualquier hombre, menos a Naruto.

Se obligó a apartar la mirada de ella.

—Ni piense que podrá provocarme para que haga alguna tontería con esa chica—le advirtió a la viuda—. Usted sabe perfectamente que he jurado no casarme nunca.

—Te estás portando como un tonto sin necesidad de mi ayuda —expuso la mujer con aire conciliador—. ¿Por qué estás aquí, Naruto Namikaze? ¿Acaso has venido para hablar conmigo? No lo creo. Has venido a ver a esa chica, confiésalo.

No pensaba confesarlo. Por supuesto, había imaginado que Hinata iría al baile y, aunque no había sido invitado, algo le había llevado hasta allí. Sabía que aunque no tuviera invitación no se atreverían a negarle la entrada. En otras circunstancias se habría quedado en su casa, pero algo lo condujo hasta allí, a su pesar. Era como si no pudiera resistir la atracción que Hinata ejercía sobre él.

—¡Sí, vine a verla a usted! —exclamó él, volcando todo su encanto y su atención sobre la mujer que fue amiga de sus padres y que no abandonó a los hijos de éstos cuando la maldición cayó sobre su familia—. Yo la adoro, y si hay una mujer en todo Londres que podría hacerme romper la promesa de permanecer soltero toda la vida, ésa sería usted.

La viuda, que hacía ya mucho tiempo había dejado atrás su juventud, se ruborizó como una chiquilla. Enseguida volvió a pegarle con su abanico.

—¡Sinvergüenza!

La determinación de Hinata se debilitó poco antes de darse cuenta de que Naruto se había marchado de la velada. Obviamente, como a todas las demás mujeres allí presentes, le pareció casi imposible no dirigir la mirada hacia él.

Era obscenamente guapo; además, mientras hablaba con la viuda, las facciones de su rostro se habían relajado, y su sonrisa, al despedir sus destellos sobre aquella mujer, la dejó sin respiración.

Toneri había insistido en que se marcharan poco después de que Naruto desapareciera. En aquel momento se dirigían a casa en silencio, aunque su hermanastro seguía refunfuñando. Hinata cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el asiento, reviviendo los acontecimientos de la noche.

Naruto la ignoró desde el momento en que se acercó a la viuda. Aunque Hinata debía haber agradecido que él no siguiera enfureciendo a Toneri con sus miradas, reconocía que su indiferencia había hecho que se sintiera algo herida. A lo mejor porque a ella le resultaba imposible permanecer indiferente ante su presencia.

Aquellos sentimientos que cobraban vida cada vez que estaba cerca de Naruto Namikaze no le hacían ningún bien. Toneri había tomado una decisión respecto a su futuro, pero, aunque no lo hubiera hecho, Naruto Namikaze era el último hombre al que él le permitiría cortejarla en serio. Y era obvio que Naruto no tenía ningún deseo de cortejarla como era debido. Prefería perseguirla de manera indebida.

El ruido de los cascos adormeció a Hinata. Recordó otra noche, otro viaje en carruaje. A otro hombre. Allí, en medio de la oscuridad y detrás de sus párpados, Naruto apareció de nuevo. Sintió sus labios contra los suyos, suaves pero imperiosos.

Se le hincharon los pechos, y le dolieron al recordarla sensación de sus manos... de su lengua... de su boca. Recordó exactamente cómo se sintió entre sus brazos, cómo se sentía el cuerpo de él al estrecharse contra el suyo. El fuego que estalló entre ellos, el deseo. El sonido de su propio gemido la sobresaltó, y abrió los ojos súbitamente.

Toneri la miraba de hito en hito. La expresión de su rostro era muy parecida a la de un gato que miraba dormir a un ratón.

—¿Con qué estabas soñando? —preguntó él en voz baja—. O quizá deba preguntar con quién.

Hinata se enderezó.

—Parece que me he quedado dormida. ¿Ya llegamos a casa? —interrogó, haciendo gran alarde del hecho de correr las cortinas del carruaje para atisbar la oscura noche. Sólo había unas pocas luces encendidas en la casa—. Ah, veo que sí. ¡Estupendo! Estoy agotada.

—No creas que puedes huir a tu habitación para evitar que te castigue por tu comportamiento de esta noche —informó Toneri—. He estado pensando en qué sería más conveniente.

Hinata nunca habría creído que unas simples palabras pudieran hacer que se le helara la sangre de las venas, o que el corazón se le subiera a la garganta, pero se había equivocado. A pesar del repentino terror que se adueñó de ella, decidió que opondría resistencia.

—Soy una mujer hecha y derecha, Toneri —afirmó—. No permitiré que ni tú ni ningún otro hombre me castiguen como si fuera una niña.

El se mostró sorprendido ante su atrevimiento, y la serena expresión de su rostro le pareció a Hinata más aterradora que si hubiera montado en cólera.

—Eso ya lo veremos —dijo.

Luego, se inclinó para abrir la portezuela del carruaje y bajó de un salto. Cuando tendió la mano para ayudar a Hinata a apearse, ella la rechazó.

—No me pegarás —manifestó ella con severidad—. No toleraré que me sigas maltratando.

La apariencia serena de Toneri se resquebrajó, y por un momento sus ojos llamearon con una rabia apenas contenida.

—¿Te atreves a decirme qué tolerarás y qué no tolerarás en mi propia casa?

El cochero se acercó para ayudarlos a apearse, pero al ver que Toneri ya lo había hecho, rodeó los caballos para coger las riendas y conducir las bestias a la cochera. Toneri alargó la mano, agarró a Hinata del brazo y estuvo a punto de desencajárselo al tirar de ella para que saliera del carruaje. Ella dio un grito ahogado de dolor.

Cuando el carruaje se movió para apartarse del camino, Hinata quiso llamar al cochero, rogarle que la ayudara, pero el traqueteo del vehículo habría ahogado su voz, y Toneri se habría enfurecido aún más.

El pánico se adueñó de ella, e intentó huir. No sabía adonde iría, pero se dirigió hacia la casa vecina; logró alejarse unos cuantos metros antes de que Toneri la atrapara.

—¿Crees qué él te puede ayudar? —le susurró al oído. Luego, le apretó con fuerza el brazo dolorido, y ella empezó a gimotear—. Nadie puede ayudarte, Hinata.

En su desesperación, Hinata susurró el nombre de Shimura mientras Toneri la arrastraba hacia la casa. Su hermanastro se rio.

—A él no le importa, con tal de que los moretones no se vean. —La miró de arriba abajo—. Pero tendremos que quitarte ese vestido, por supuesto. Costó un dineral, y no quiero que se rasgue ni se manche.

Hinata intentó defenderse dándole patadas con los delicados tacones de sus zapatillas, pero fue inútil. Toneri era muy fuerte. Si Natsu acudía a abrirles la puerta, le pediría ayuda, aunque la joven no sabía muy bien qué podría hacer ella para ayudarla. Nadie abrió la puerta, y Hinata cayó en la cuenta de que a esas horas, Natsu se encontraba en el piso de arriba con la duquesa.

Toneri la empujó hasta la casa y luego, literalmente, la llevó a rastras hasta las escaleras que conducían a los dormitorios, un macabro recorrido que Hinata sabía cómo iba a acabar. De pronto, ambos se detuvieron al ver el terrible espectáculo que se ofrecía ante sus ojos.

De una soga atada a las vigas que atravesaban el alto techo, colgaba un cuerpo que se mecía lentamente de un lado a otro. Era el cadáver de una mujer. Tenía la cara amoratada a causa de la asfixia, y numerosos hematomas ennegrecían sus ojos sin vida y deformaban sus facciones. Pero Hinata la conocía muy bien. Era Tayuya.


Continuará