Naruto Y Hinata en:
TU MI SALVACIÓN
8: La Muerte Ronda
El alba empezaba a hender el cielo cuando Naruto se bajó sigilosamente de la cama de Hinata y se puso su aún húmeda camisa. La miraba fijamente mientras se vestía. Ella dormía de lado, con las manos bajo la mejilla.
Su pelo era una desordenada maraña de mechas negras y sus carnosos labios estaban abiertos. No podía creer que hubiera pasado toda la noche con ella, abrazándola, cuando lo que en realidad quería era hacerle el amor.
Oyó a Toneri llegar a casa a una hora absurda, y habría ido a enfrentarse a él en ese mismo instante de no haber pensado que, si lo hacía, no tardaría en ser del dominio público que había sido encontrado en aquella casa a altas horas de la noche, saliendo de la habitación de la hermanastra de aquel hombre, nada menos. Hinata ya había tenido suficientes problemas.
Naruto no quería arruinar su reputación, aunque esto era exactamente lo que ella quería la noche del baile de los Katõ. Ahora entendía lo desesperada que debió sentirse para hacer algo tan alejado de su carácter. Odiaba a Toneri aún más por obligarla a tomar medidas tan drásticas.
Naruto planeaba ir primero a casa a lavarse un poco; luego, a una hora conveniente, iría a ver a la duquesa viuda de Sarutobi y le pediría que lo ayudara a liberar a Hinata de la custodia de Toneri Chapman. Una vez que terminó de vestirse, se dirigió a las puertas del balcón.
Hinata se movió. El regresó a la cama y esperó hasta que ella volvió a quedarse profundamente dormida. Algo dentro de él se retorció en aquel momento. Algo desconocido. Una actitud protectora que nunca había tenido para con ninguna otra mujer. Se inclinó y la besó dulcemente en la mejilla; luego se obligó a alejarse de ella.
Una vez en el balcón, miró a su alrededor y, al ver que aún no había nadie fuera de la casa ni en la cochera, descendió por el espaldar. Estaba a punto de llegar a su caballeriza cuando notó algo extraño. Todos sus mozos de cuadra habían salido de sus habitaciones y se encontraban conversando allí fuera.
Sus bocas exhalaban vaho en medio del aire de la madrugada. Henry, un chico que había estado trabajando para Naruto desde hacía poco más de un año, lo vio antes de que llegara a la caballeriza. El chico abrió los ojos como platos, y le hizo señas para que no se acercara.
Naruto se detuvo. Dos hombres salieron de la caballeriza. El los reconoció enseguida. Eran los inspectores que lo interrogaron la noche en que Bess O'Conner murió en su establo. Se le erizaron los pelos de la nuca. Un hombre dirigió la mirada hacia donde él estaba.
—¡Ahí está! —gritó el hombre—. ¡No intente huir, lord Namikaze!
¿Por qué habría de huir? Pero sabía perfectamente la respuesta. Podía oler la sangre. No huyó. En cambio, se dirigió hacia donde se encontraban aquellos hombres.
—Lord Namikaze —le llamó el inspector cuando él se acercó al grupo—, queda usted detenido por asesinato.
Naruto pasó de largo por el lado del hombre y entró en la caballeriza. En el suelo yacía una mujer llena de cardenales, muerta. La pintura de sus labios y de sus mejillas, así como su manera de vestir, le indicaban que se trataba de una prostituta, igual que Bess O'Conner.
—Veo que su camisa está mojada —le mencionó un inspector al otro—.Supongo que intentó lavar la sangre.
—Lord Namikaze, ¿hay alguien esta vez que pueda atestiguar dónde estuvo usted toda la noche?
La pregunta que le hizo el segundo hombre fue sarcástica. Siempre le pareció que ninguno de aquellos dos inspectores había creído que él no era responsable del último asesinato. Ellos pensaban que él o uno de sus hermanos había cometido el crimen.
Había alguien que podría decir dónde había estado Naruto toda la noche. Pero, por supuesto, no podía decir su nombre. No sin arruinar completamente su reputación.
—No —respondió.
—En ese caso, debe usted venir con nosotros.
Dos hombres aparecieron a ambos lados de Naruto y lo agarraron con fuerza de los brazos.
—Henry, dile a Hawkins que me lleve una muda de ropa limpia a casa del inspector —ordenó Naruto—. El resto de vosotros debe ocuparse de los caballos una vez que... una vez que saquen el cuerpo de la dama de aquí.
Se marchó con los inspectores, preguntándose si volvería a ver su casa alguna vez, o algo distinto de la soga del verdugo o de las paredes grises de Newgate.
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A Hinata le extrañó ver a Toneri a la hora del desayuno. Normalmente dormía la mayor parte el día debido a la vida noctámbula que llevaba. Natsu casi no pudo servir el desayuno sin echarse a llorar, y Hinata también perdió el control en varias ocasiones.
Toneri, sin embargo, estaba tan tranquilo como si no hubiese ocurrido una desgracia en aquella casa la noche anterior. De hecho, parecía más alegre que de costumbre.
—Tengo noticias de nuestro vecino —informó él, untando metódicamente un bollo con mantequilla—. Parece que esta madrugada detuvieron a lord Namikaze por asesinato. Encontraron a otra mujer muerta en su caballeriza.
Al principio, Hinata no captó las palabras de Toneri. Se quedó mirándolo fijamente con un tenedor suspendido cerca de sus labios.
—Parece que esta vez no tenía a nadie que lo ayudara a encubrir el crimen. Nadie lo vio en los clubes anoche. Los mozos de cuadra dicen que nada extraño pasó hasta la medianoche, cuando terminaron de jugar a las cartas y se fueron a casa. Parece que el hombre encargado de vigilar la caballeriza bebió hasta acabar sumido en un sopor etílico y no oyó nada.
—Él no es culpable de ese asesinato —aseguró Hinata en voz baja. Toneri dejó de untar la mantequilla para echarle una mirada.
—¿Cómo lo sabes? ¿Porque es guapo? ¿Porque te gusta? ¿Porque querrías que eso fuese verdad? —Se rio antes de probar finalmente su desayuno—. Ni siquiera todos los deseos del mundo podrán salvarle el pellejo esta vez. No puedo decir que lamente que ese hombre deje de existir. A lo mejor ahora me pagarán un mejor precio por la casa, si decido vender... es decir, cuando mi querida madre haya muerto.
A Hinata le alegraba no haber comido nada aún, pues estaba segura de que lo habría vomitado todo. Otro asesinato había tenido lugar. Otra mujer muerta había sido encontrada en la caballeriza de Naruto.
Hinata intentó recordar cuándo dejó él su cama, y tuvo la certeza de que fue de madrugada. Naruto no pudo matar a la mujer porque había estado a su lado toda la noche. Sin embargo, no había dicho nada, permitiendo que todos pensasen que no tenía coartada.
—Con permiso —Puso la servilleta sobre la mesa y se levantó—. Voy a subir a mi habitación. Aún estoy muy afectada por la muerte de Tayuya.
—¿Sabes... ? —Toneri se detuvo de nuevo antes de pegarle otro mordisco a su bollo—. Es muy posible que él también haya tenido algo que ver con su muerte. Ambos nos tenemos verdadera aversión. No me extrañaría que la hubiera colgado de esas vigas para gastarme una broma macabra.
—¡Que Dios nos ampare! —exclamó Natsu entre dientes.
Hinata salió a toda prisa del comedor. Subió las escaleras corriendo, entró en su habitación y, automáticamente cerró la puerta con cerrojo. Luego, demasiado aturdida como para seguir moviéndose, se desplomó en el suelo.
¿Por qué no había dicho Naruto a las autoridades dónde había estado toda la noche? ¿Para salvar su reputación? ¡Dios bendito!, ese hombre tenía mucho más honor que todos los caballeros de la alta sociedad juntos. Le dio rabia.
Rabia de que él se sacrificara por su reputación. Una reputación que ella misma habría arruinado la noche del baile de los Katõ, si en aquella ocasión él no hubiera demostrado también ser un hombre tan condenadamente honorable.
No podía permitir que se cometiera una injusticia. No lo permitiría. Pero tampoco podía contarle la verdad a Toneri. Él no consentiría que ella arruinara su reputación por Naruto Namikaze. Probablemente la pegaría hasta dejarla medio muerta por reconocer que había dejado que él entrara en su dormitorio en dos ocasiones. Pero ¿qué podía hacer? No podía salir, pues Toneri no la dejaba salir sola.
Hinata hizo acopio de todas sus fuerzas. Durante los últimos tres meses su hermanastro la había controlado, la había debilitado con sus amenazas y sus malos tratos y la había despojado de gran parte de su temple. No permitiría que eso siguiera sucediendo. Naruto la había llenado de esperanzas la noche anterior. De esperanzas de escapar. Ahora ella debía hacer lo mismo por él.
Tras ponerse en pie, se dirigió al balcón, abrió las puertas y salió. Le echó un vistazo a la espaldera cubierta de parras que se encontraba junto al balcón. Naruto le había dicho que no era muy difícil de escalar, no si un hombre estaba resuelto a hacerlo.
Tampoco lo sería si una mujer estaba resuelta, decidió ella. Hinata se dirigió a la barandilla, se subió la falda y, con todo cuidado, puso un pie en ella. Luego, alargó la mano para tratar de coger la espaldera.
El brazo aún le dolía a causa de la agresión de Toneri, pero se mordió el labio y agarró la espaldera con todas sus fuerzas. Salió del balcón con precaución. Luego, empezó a descender. No era nada fácil, a pesar de lo que le había dicho Naruto. Pero él no tenía que bajar por aquella armazón con un vestido y dos enaguas.
Una vez en el suelo, Hinata se pegó bien a la casa y miró a su alrededor. No había nadie por ninguna parte. Toneri aún debía estar desayunando. No creía que pudiera entrar en la cochera y darles órdenes a los escasos empleados de su hermanastro.
Debía conseguir ayuda en otra parte. Dirigió la mirada hacia la casa de Naruto. Quizá Hawkins, su mayordomo, pudiera ayudarla. Seguramente lo haría si le decía que ella tenía información que sería de gran utilidad para que dejaran en libertad a Naruto. O por lo menos, rogaba a Dios que lo hiciera.
Los inspectores interrogaron a Naruto durante varias horas. Le hicieron las mismas preguntas una y otra vez, y él respondió siempre lo mismo. La noche anterior estuvo solo, y no, él no era culpable de la muerte de la mujer, y otra vez no, no tenía testigos que pudieran dar fe de esto.
Le sorprendía que aún no lo hubieran llevado a Newgate, pero al parecer incluso a un Namikaze, gracias a sus títulos nobiliarios y a sus riquezas, le daban un trato especial en lo que a asuntos de crímenes se refería. Se oyó un suave golpe en la puerta, y uno de los inspectores se levantó para ir a abrir. Le llegó su olor incluso antes de que ella entrara. Naruto se enderezó en la silla en la que había permanecido hundido durante todo aquel tiempo. ¿Qué demonios estaría haciendo Hinata allí?
Oyó que cruzaba unas palabras con el inspector; habría podido entenderlas fácilmente con su anormal oído si no se hubiera quedado tan asombrado al verla allí... ¿A qué había ido? ¿A ayudarlo? Un momento después, Hinata entró majestuosamente en la habitación.
—Esta dama tiene información relacionada con lord Namikaze —le dijo un inspector al otro—. Parece que sabe dónde estuvo él anoche.
—No digas nada, Hinata —le ordenó él en voz baja. Ella lo ignoró.
—¿Quién es usted? —le preguntó el inspector que permaneció sentado.
—Lady Hinata Hyûga, hija del difunto duque de Hyûga y vecina de lord Namikaze.
El inspector arqueó las cejas.
—Entonces, ¿vio usted algo anoche, quizá desde una de sus ventanas?
—No —reconoció Hinata—. No vi nada, pero sé dónde estuvo lord Namikaze toda la noche.
—Hinata —le advirtió Naruto de nuevo—, piensa bien lo que estás haciendo.
—Por favor, mantenga silencio mientras lady Hinata esté hablando —le pidió uno de los inspectores a Naruto—. De lo contrario, nos veremos obligados a sacarlo de esta habitación hasta que la dama se haya marchado.
—Ella está mintiendo —les dijo a los inspectores. Los dos hombres le lanzaron una mirada siniestra.
—¿Cómo sabe que está mintiendo, si aún no ha dicho nada? —preguntó uno de ellos.
—Creo saber lo que va a decir —contestó Naruto—. ¡Ojalá me equivoque! —recalcó él, mirando fijamente a Hinata. Ella, por su parte, evitaba mirarlo.
—Lady Hinata, dice usted saber dónde se encontraba lord Namikaze anoche — apuntó el inspector—. Si no lo vio desde su ventana o su casa, ¿cómo sabe dónde estaba?
Hinata dirigió la mirada furtivamente hacia Naruto, y enseguida la apartó para mirar al inspector.
—Lo sé porque estaba conmigo —respondió ella. Sus mejillas se tiñeron de un hermoso tono rosa—. En mi dormitorio —precisó—. En mi cama.
De no ser por la gravedad de la situación, Naruto habría disfrutado enormemente al ver a los dos hombres quedarse boquiabiertos. Esa confesión arruinaría su reputación. Y él no podría hacer nada para ayudarla.
—¿Estaría usted dispuesta a jurarlo, lady Hinata? —preguntó uno de los hombres, reponiéndose finalmente—. Aunque debe saber que si decide hacerlo, la confesión sin duda... bueno, pues, hará que en la alta sociedad se diga que su carácter es, bueno... esa confesión...
—Arruinará mi reputación —terminó la frase por él—. Sí, soy consciente de las consecuencias, inspector. Pero no puedo permitir que un hombre inocente sea acusado de un crimen que no cometió. Es mi deber presentarme a declarar, ¿no cree usted?
—¿Podría hablar a solas con la dama? —preguntó Naruto. Tenía que hacer que Hinata retirara su confesión. Tenía que hacerle entender que si arruinaba su reputación públicamente, ni siquiera la duquesa viuda de Sarutobi podría ayudarla. Sólo conseguiría quedar a merced de su hermanastro y, sin duda, del ataque de furia que le daría por lo que ella había hecho.
—Lord Namikaze, hasta que no hayamos resuelto este asunto, sería una negligencia criminal por nuestra parte dejar a un presunto asesino de mujeres a solas con lady Hinata —opinó uno de los hombres tras soltar un resoplido.
—No correré ningún peligro —le aseguró Hinata al hombre—. Porque lord Namikaze no es un asesino. Él ha... él ha estado en mi habitación en más de una ocasión.
—Entonces, ¿son ustedes... amantes, lady Hinata?
Sus mejillas de nuevo se tiñeron de rosa.
—Así parece —contestó ella.
Naruto tuvo ganas de dar un alarido. No, no quería pagar, y mucho menos con su vida, por el asesinato de dos mujeres que no conocía; pero sabía adonde le conducía la actitud de Hinata. Sin su ayuda, le esperaba la prisión de Newgate o colgar de una soga atada alrededor de su cuello; pero su confesión lo obligaba a algo peor: había hecho un juramento. Hinata lo acaba de obligar a romperlo.
—¿Y prestará juramento por escrito? —insistió el inspector.
Ella alzó la barbilla.
—Sí, lo prestare por escrito.
El inspector que estaba sentado hinchó las mejillas y dio un resoplido. Luego, le lanzó una mirada fría a Naruto.
—Lord Namikaze, parece que a pesar de que siguen apareciendo mujeres muertas en su propiedad, usted siempre logra encontrar coartadas que le permiten quedar exento de los crímenes.
—Es obvio que alguien está tratando de incriminarme —observó él con toda calma, aunque no se sentía muy tranquilo por dentro—. Cuando me marche de aquí, mi gran pasión será descubrir quién y por qué.
—La nuestra también —le aseguró el hombre antes de volverse hacia Hinata—. ¿En qué casa vive usted, lady Hinata? Se le pedirá escribir una declaración jurada en la que asegure que lord Namikaze estuvo con usted toda la noche cuando se cometió el asesinato.
—Vivo con mi madrastra y mi hermanastro —respondió Hinata—, Toneri Chapman Õtsutsuki.
El inspector había estado buscando papel y tinta, pero al oír este nombre alzó la vista de improviso.
—¿Chapman? Nos han dicho que otra mujer murió anoche, y justamente en su residencia. El agente de policía tiene la obligación de informarnos de todo lo que sucede, aunque nos dijo que al parecer la mujer se había ahorcado.
Los ojos de Hinata se llenaron de lágrimas.
—Sí, Tayuya, una criada. Había sido despedida, y supongo que por eso decidió quitarse la vida. Ésa fue una de las razones por las que Naruto fue a verme. Para consolarme.
Los inspectores se miraron. Naruto sospechó que se estaban imaginando la clase de consuelo que él le había dado a Hinata.
—¿Su hermanastro le abrió la puerta? —preguntó uno de los hombres con desconfianza.
Hinata negó con la cabeza.
—No. Hay una espaldera junto al balcón de mi dormitorio. Lord Namikaze trepa por ella cuando va a verme. Mi hermanastro no sabe que él me visita.
—Entiendo. —El inspector empujó hacia ella una hoja de papel, una pluma y un tintero—. ¿Es usted consciente de que el señor Chapman se enterará muy pronto de las visitas nocturnas de lord Namikaze?
—Sí, Hinata, ¿eres consciente de ello? —volvió a preguntarle Naruto por si acaso—. Aún no es demasiado tarde para que retires la confesión.
Ella finalmente se volvió hacia Naruto. Se le enterneció la mirada.
—No podría vivir conmigo misma si te obligara a sacrificar tu libertad, quizá incluso tu misma vida, sólo para salvar mi reputación. Quiero que lo sepas.
¡Maldito fuese su buen corazón! Ella lo había acorralado, y él sólo podía ver una salida, al menos para ella.
—Y yo quiero que sepas que si firmas ese papel, Hinata, también estás aceptando convertirte en mi esposa.
Ella palideció.
—¿Qué?
—Sabes muy bien que yo no podría arruinar por completo tu reputación, y luego dejar que te las arregles como puedas en la sociedad, o en casa de tu hermanastro —añadió él de manera significativa—. Piénsalo detenidamente antes de comprometerte conmigo. —Aunque la mirada afligida de Hinata le llegó al corazón, desgarrándoselo, el sintió que debía agregar—. Yo nunca te amaré.
A Hinata le empezaron a temblar las manos. El inspector que se encontraba sentado frente a ella dijo entre dientes:
—¡Cabrón!
Aquel hombre no era el Naruto Namikaze que ella conocía; pero un momento, claro que lo era. Era el Naruto Namikaze que estuvo a punto de seducirla en el carruaje la noche del baile de los Katõ. Un hombre tan variable que podía pasar de apasionado a gélido en menos de un segundo.
Era el mismo hombre que la noche anterior la había consolado, la había estrechado entre sus brazos y se había enfurecido al oír lo que le había sucedido. Le había ofrecido una solución a sus problemas. En aquel momento le ofrecía otra.
Pero a diferencia de la otra solución, ésta venía con una cláusula: él no la amaba. Hinata suponía que debía considerar que era un hombre sincero por atreverse a hacerle esa confesión. Nunca la amaría. Esas palabras eran crueles.
Pero al parecer no debía exigir demasiado de un matrimonio, cuando Toneri tenía su futuro en sus manos. Al menos Naruto no le pegaría ni permitiría que otro hombre le hiciera daño. Al menos sentía atracción por él.
La sociedad la rechazaría por convertirse en su esposa, pero la razón le decía que no tenía otra alternativa. Mejor ser rechazada estando casada, que ser una paria soltera que debía seguir viviendo en casa de su hermanastro.
Intentó controlar el temblor de sus manos mientras escribía la declaración en la que afirmaba que Naruto era inocente de la acusación de asesinato, y que había pasado toda la noche con ella. Luego, certificó esta declaración jurando por el honor de su padre. Cuando terminó, dejó la pluma a un lado y se enderezó.
—Queda usted en libertad, lord Namikaze —decretó el inspector—. Pero sepa que lo estaremos vigilando, y esperemos que no se encuentren más mujeres muertas en su propiedad.
Naruto se puso en pie y se dirigió a la puerta. Hinata se volvió para seguirlo.
—Dios tenga misericordia de su alma, lady Hinata —le dijo el inspector en voz baja—. Espero que sepa lo que está haciendo.
En realidad, no tenía la menor idea de qué estaba haciendo. Estaba completamente aturdida. Una vez en la caballeriza de Naruto, Hinata deseó que él por lo menos fingiera que tenía la intención de pedir su mano en matrimonio.
Hacía un momento había aceptado casarse con él por motivos que no tenían nada que ver con el amor. El parecía haberse alejado de ella ante sus propios ojos. La noche anterior ella se había refugiado en el calor de sus brazos; en aquel momento sólo sentía su frialdad.
Salieron de la casa del inspector. El carruaje de Naruto los estaba esperando enfrente. Unas horas antes, cuando ella fue a casa de Naruto, encontró a Hawkins enviándole a su señor una muda de ropa y algunos artículos personales que pensaba que podría necesitar.
Hinata le suplicó al hombre que le permitiera viajar en el carruaje, diciéndole que tenía pruebas que podrían hacer que declararan a Naruto libre del cargo de asesinato. El hombre se limitó a hacer su habitual e inexpresivo gesto de aprobación con la cabeza y le ordenó al cochero que la ayudara a subir al carruaje.
—¿Adonde vamos ahora? —le pregunto a Naruto cuando se encontraron cerca del carruaje.
—A ver al arzobispo de Canterbury —le respondió él—. Le pediré una licencia especial y nos casaremos hoy mismo.
—¿Hoy? —profirió ella con voz ronca. Naruto la miró.
—¿No creerás que tu hermanastro nos permitirá publicar las amonestaciones o celebrar la boda, verdad?
—No —asintió ella, y le dieron ganas de vomitar de sólo pensar en la ira de Toneri cuando se enterara de que se había casado con lord Namikaze y había arruinado todos sus planes. De hecho, le entró pánico.
—El arzobispo sólo otorga la licencia especial a su albedrío —le informó a Naruto—. ¿Crees que nos la dará?
—He oído decir que se puede influir en su albedrío si se está dispuesto a pagar una buena suma de dinero por la licencia. Me aseguraré de que acceda a dármela. — Naruto abrió la portezuela del carruaje y ayudó a Hinata a subir. La siguió después de darle instrucciones al cochero. Una vez más ella se encontraba en el carruaje de Naruto. Pero imaginaba que en aquella ocasión él no intentaría seducirla.
—No tienes que hacer esto, Naruto —aseguró ella una vez que el carruaje dio una sacudida y arrancó—. No vine aquí a obligarte a que te casaras conmigo. Vine a ayudarte, así como tú querías ayudarme anoche, ¿recuerdas?
Él pasó una mano por su pelo. Lo llevaba alborotado y le rozaba el cuello de la camisa, tal y como a ella le gustaba.
—No estoy tratando de ser cruel contigo, Hinata. Había jurado no casarme nunca, y tenía la intención de cumplir mi juramento. Hay una poderosa razón que me llevó a hacerme esa promesa.
Ella creía conocer esa razón.
—¿La hiciste por tu familia? ¿A causa de la maldición?
—Sí —respondió el.
—Quizá ni tus hermanos ni tú hayáis heredado la locura de vuestros padres — afirmó ella.
Hinata se sorprendió al oír su risa. Era la misma clase de risa que le oyó la noche del baile de los Katõ: no había en ella verdadero humor. Un instante después, se puso serio.
—Toda la sociedad piensa que los hermanos Namikaze hemos sido maldecidos con la locura. Esa no es en absoluto la maldición.
Hinata estaba confundida.
—¿Entonces cuál es?
Él apartó la mirada.
—Ruega que nunca tengas razón alguna para averiguarlo.
Esto fue todo lo que le dijo, y por la manera en que se quedó mirando por la ventanilla del carruaje el congestionado tráfico de las calles, parecía que eso era todo lo que tenía la intención de decir.
Ahora que el aturdimiento empezaba a desaparecer, Hinata tuvo que preguntarse si acabaría de cometer el error más grande de su vida, o si en alguna parte del hombre distante que se encontraba sentado frente a ella, aún vivía el mismo Naruto Namikaze que estaba empezando a conocer antes de que el destino los lanzara juntos a aquel tempestuoso océano. Suponía que pronto lo sabría.
Continuará
