Naruto Y Hinata en:

TU MI SALVACIÓN


10: Librando Batallas


—¿Te lo preguntare de nuevo: ¿te has vuelto loco?

Naruto le sirvió a su hermano una copa de coñac. Luego, cruzó el estudio para dársela. Gaara se había sentado en la lujosa silla de cuero que se encontraba frente al escritorio de caoba de Naruto. Éste cogió la silla que estaba junto a él.

—¿Acaso no es eso lo que todos dicen? —preguntó él con ironía. Enseguida suspiró y apoyó los codos en sus rodillas, restregándose la cara con una mano—. Es una historia complicada. Hinata vive al lado; es decir, vivía. Fui dos veces a su dormitorio. Anoche fue una de ellas. Pasé la noche allí, pero sólo con la intención de consolarla —agregó—. Cuando llegué a casa esta mañana, dos inspectores estaban en la caballeriza con el cadáver de una mujer.

—¡Ah! —exclamó Gaara—. ¿De modo que tu vecina fue tu coartada?

—Se presentó en casa de uno de los inspectores sin que yo se lo pidiera —le contó Naruto—. Arruinó su reputación por completo, a pesar de que ella y yo nunca hemos tenido relaciones íntimas... al menos no tan íntimas. No me quedó más alternativa que casarme con ella.

Gaara dejó escapar un resoplido.

—¿Aún representando el papel del perfecto caballero, Naruto? ¿Para qué? A la sociedad le da lo mismo. Aquellas personas con las que nuestros padres alguna vez se codearon, ahora se alegran de poder apuñalarnos por la espalda. Todo rebaño debe tener una oveja negra. Es lo único que les impide aburrirse como ostras con sus insignificantes vidas.

Y Naruto creía que él era el cínico. Se enderezó y se frotó la nuca.

—Hay más cosas que debo contarte acerca de Hinata. Tengo fuertes razones para sospechar que su hermanastro es el culpable de la muerte de Bess O'Conner, y también del asesinato de la mujer que me dejó a modo de sorpresa esta mañana. Maltrataba a Hinata. De hecho, quiso obligarla a casarse con un hombre despreciable cuyo nombre es Shimura. Ella necesita mi protección.

Gaara negó con la cabeza.

—No puedes darte el lujo de representar el papel de galán, Naruto. Ninguno de nosotros puede ser el caballero que nuestros padres querían que fuéramos, pues ya no somos quienes alguna vez fuimos. Estás medio enamorado de ella; puedo verlo. ¿Quién protegerá a tu esposa de ti, Naruto?

La pregunta de su hermano fue un fuerte golpe para Naruto. ¿Qué le hacía creer, siquiera por un instante, que él era la solución a los problemas de Hinata? Él nunca le pegaría. No le impondría su presencia. Pero si caía, podría matarla. No podía caer; eso era todo. No podía amarla. Nunca.

—Lo hecho, hecho está —le dijo a Gaara—. Ya no puedo enmendar mi error. Le daré un refugio a Hinata y perseguiré a su hermanastro como el lobo que hay en mí quiere hacerlo. Desmentiré al menos uno de los falsos rumores que corre sobre nosotros.

Gaara se levantó, se dirigió hacia el mueble bar y llenó su copa vacía.

—Tenemos otro problema. Kiba ha desaparecido.

Naruto había supuesto que su hermano menor tenía tantas ganas de visitar los burdeles de Londres, que había dejado para más tarde la visita a su hermano, aunque existiera la posibilidad de que cuando llegara ya lo hubieran ahorcado por asesinato.

—¿Desde cuándo?

—Desde poco después de que tú te fueras. Pensé que había decidido alcanzarte, y creí que estaba aquí, pero Hawkins me dijo que no era así y que no ha visto a Kiba desde que tú regresaste a casa.

—No, yo tampoco —confirmó Naruto.

Kiba le preocupaba. Su hermano menor era la razón por la que los hermanos Namikaze gozaban de mala reputación. Era presumido, mujeriego y, lamentablemente, se había aficionado demasiado a las bebidas alcohólicas desde que regresó del extranjero, hacía ya ocho meses. No le interesaba la finca en absoluto; sólo le interesaban, al parecer, el alcohol y las mujeres complacientes.

—No quería decirte nada sin tener alguna prueba, cosa que no tengo, pero creo que algo le pasó a Kiba mientras estuvo en el extranjero. Algo que lo cambió para siempre —informó Gaara.

A Naruto se le heló la sangre.

—¿Crees que cayó?

Gaara se acercó de nuevo y se sentó frente a Naruto.

—Pasa mucho tiempo en el bosque que se encuentra detrás de la finca. Especialmente cuando hay luna llena.

A Naruto se le cruzó un pensamiento por la cabeza. Un pensamiento que habría preferido no tener. Kiba estaba allí, en la casa de la ciudad, cuando encontraron a la primera mujer. Ahora que habían hallado el cadáver de otra, Kiba había desaparecido. Probablemente recorría las calles de Londres comportándose como un enajenado. A Naruto no le agradaba lo que estaba pensando. No le agradaba en absoluto.

—Debemos encontrarlo —propuso—. Emprenderemos la búsqueda de Kiba por la mañana.

Gaara asintió con la cabeza. Luego, dirigió la mirada hacia el techo.

—¿Y vas a dejar a tu esposa sola en tu habitación, esperando al hombre con el que acaba de casarse? ¿Qué clase de matrimonio puedes tener con esa mujer, Naruto? ¿Qué clase de matrimonio podría tener cualquiera de nosotros?

—Es un matrimonio por conveniencia —decidió él—. Nada más.

Gaara se rio con sarcasmo.

—Sin duda ella es muy conveniente. Y pude ver que también es guapa.

—Quizá no debas fijarte mucho en ella. —La voz de Naruto sonó casi como un gruñido. Apartó la mirada para no ver la expresión de sorpresa en el rostro de su hermano—. Hinata es mi problema. Yo me ocuparé de ella.

—Sólo recuerda lo que le sucedió a nuestro padre cuando un matrimonio por conveniencia se convirtió en algo más, incluso después de muchos años de vivir con nuestra madre. Tú estabas allí, igual que todos nosotros. ¿Quieres que te pase lo mismo?

Naruto lo recordaba todo muy bien. Y no, no quería que le pasara lo mismo.

—Cuando encontremos a Kiba, quiero que los dos regreséis a la finca enseguida. Yo libraré mis propias batallas.

—A lo mejor ésta es la batalla definitiva —articuló Gaara en voz baja—, la batalla que nos puede salvar a todos.

Naruto no había pensado en eso... el enigma de un poema que dejó su antepasado, el primer Namikaze sobre el que recayó la maldición. No había ido en busca del enemigo, pero quizá el enemigo hubiese decidido ir a por él.

—Buenas noches, hermano —dijo Gaara, poniéndose en pie—. Me gustaría cargarte sobre mis hombros y llevarte al lecho de la novia con mis mejores deseos para el futuro. Pero no puedo. No somos hombres normales, Naruto. Asegúrate de que ella no te lo haga olvidar con sus carnosos labios rojos y sus ojos perlas de color gris claro.

Naruto no respondió, y Gaara, obviamente, no esperaba que lo hiciera. Cuando su hermano salió del estudio, Naruto dirigió la mirada hacia el techo, igual que Gaara había hecho unos minutos antes.

Le había dicho a Hinata que ella debía tomar la decisión acerca de dónde dormiría, pero se preguntó si podría resistir la tentación de cruzar la puerta que unía sus habitaciones, en caso de que ella no lo hiciera. Se preguntó si podría resistirse a sus encantos, incluso aquella noche.

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El baño estaba estupendo, pero a Hinata le hacían falta los jabones perfumados que acostumbraba utilizar. Hawkins le había dado una pastilla que tenía el olor de Naruto. El sutil olor del sándalo. Bueno, suponía que tendría que resignarse con eso hasta que pudiera ir a buscar sus cosas a la casa de al lado.

Tembló con sólo pensar que tendría que hacerle frente a Toneri. No se llevaría la ropa que él había encargado cuando llegó a Londres. En todo caso, ninguno de esos vestidos era de su gusto. Estaban hechos para enseñar el cuerpo. Estaban hechos para seducir a un hombre... para atraparlo y hacer que se casara con ella.

Hinata sentía que después de todo sí había logrado atrapar a un hombre. Y no estaba segura de que Naruto Namikaze fuese la clase de hombre que una mujer querría como esposo. Le había dicho con total frialdad que no la amaba, que nunca la amaría, pero cuando la besó, cuando la tocó, un fuego se encendió entre ellos. La noche anterior se despertó sobresaltada al sentir que alguien se encontraba junto a su cama, mirándola fijamente.

El recuerdo era ahora bastante vago, como si hubiera estado soñando. Recordaba haber abierto los ojos en medio de la oscuridad y sólo haber visto la silueta de un hombre que, en lugar de ojos, tenía dos carbones encendidos que despedían un fuego azul.

Empezó a temblar de nuevo, y entonces se dio cuenta de que el baño se había enfriado. Tomó la toalla que Hawkins le había dado, se puso en pie y se envolvió en ella. Acababa de salir del agua cuando la puerta de la habitación contigua se abrió de improviso.

Su mirada se cruzó con la de su esposo. Él no se ruborizó al darse cuenta de que la estaba importunando en el momento de su baño, tampoco apartó la mirada.

—Perdona que te interrumpa, Hinata. —Su mirada la recorrió de pies a cabeza, se detuvo en sus piernas desnudas y, finalmente, subió a su cara—. Ya es hora de ir a la casa vecina a buscar tus cosas. Tengo otros asuntos que atender después.

Por un instante, Hinata olvidó que no estaba vestida.

—¿A la casa vecina? ¿Ya?

Él se acercó un poco más a ella.

—Anoche te dije que sería lo primero que haríamos. Necesitas tus objetos personales.

—Quizá pueda ponerme el mismo vestido el resto de mi vida... y seguir usando tus camisas para dormir.

Naruto se dirigió a la cama donde ella había dejado su camisa, la cogió, la llevó a su cara por un instante y luego volvió a dejarla en el mismo lugar.

—No soy un hombre pobre, Hinata. Puedo encargarte ropa nueva, si así lo deseas. Pensé que habría algunos objetos personales que tendrían mucho valor para ti.

—Me quedan muy pocos objetos personales. —Hinata agarró la toalla con más fuerza. Dos meses atrás quiso llorar cuando abrió su joyero para buscar un par de aretes de perlas que habían pertenecido a su madre, y no pudo encontrarlos.

» Ni tampoco ninguna otra joya de valor. Toneri las había empeñado. Cuando se encaró con él y le preguntó por las joyas, él simplemente se encogió de hombros y dijo que necesitaba el dinero—. Pero hay un cepillo de plata y un peine que pertenecieron a mi madre y que me gustaría que permanecieran en mi poder.

—¿Has dormido bien?

Naruto cambió de tema tan rápidamente que la pregunta la cogió desprevenida.

—S... sí —respondió ella tartamudeando—. Naruto, ¿te molestaría salir un momento? —Bajó la vista para indicarle que estaba semidesnuda.

—Sí, sí me molestaría. —Sus sensuales labios esbozaron una sonrisa.

—Bueno, pues a mí me molesta que estés aquí. Sé que ahora soy tu esposa, pero espero que eso no signifique que ya no podré tener intimidad.

Él se acercó a Hinata.

—Hawkins está disgustado porque no tenemos una doncella para ti. Pensé que yo podría ayudarte hasta que pueda contratar a alguien... hasta que pueda contratar a una mujer que trabaje para mí en la casa.

Hinata se ruborizó con sólo imaginarse a Naruto ayudándola a vestirse. Y también lo imaginó ayudándola a desvestirse. Le dio la espalda.

—Yo puedo sola.

Lo sintió detrás de ella, tan cerca que el calor del cuerpo de Naruto atravesó su fría piel. El pasó el pelo de Hinata por encima de uno de sus hombros. Sus labios tocaron el punto sensible en el que su hombro y su cuello se encontraban.

—¿Sabes cuan guapa eres? ¿Cuan aparentemente perfecta en todos los aspectos? ¿Sabes cuánto te deseo?

Hinata luchó contra el impulso de cerrar los ojos y reclinarse en él. La manera como bajaba la voz una octava cuando estaba excitado la afectaba de un modo muy extraño, casi como si lograra hechizarla. Recordó entonces que había decidido que lo que quería de Naruto, o de hecho necesitaba, era mucho más que placer físico.

—Tú me dijiste que dejabas en mis manos la decisión de tener relaciones íntimas —le recordó ella, a pesar de sentirse avergonzada por su ronco tono de voz y el ligero temblor de sus piernas

» Parece que hubiera pasado mucho tiempo desde la época en que podía tomar mis propias decisiones. Deseo mucho más de lo que tú quieres darme, Naruto. —De repente lo sintió alejarse de ella de una manera que no era sólo física.

—No puedo darte más. No te mentí, Hinata. No estaba tratando de engañarte. Quizá a tus ojos el placer que podemos darnos el uno al otro sea un triste sucedáneo del amor, pero eso es todo lo que podemos tener juntos. Te lo dije antes de que hiciéramos nuestros votos.

Su sinceridad era admirable. Y descorazonadora. Hinata seguía viendo un futuro sombrío ante ella.

—Entonces los votos que nos hicimos fueron falsos. Todo en nuestro matrimonio es falso. Habría sido mejor que me casara con lord Shimura.

No esperaba que él la obligase a volverse para mirarla directamente a los ojos. Naruto tenía una expresión de profunda tristeza en el rostro.

—¿De verdad crees eso?

La culpa se adueñó de ella de inmediato. El futuro ya no le pareció tan sombrío como antes.

—No —confesó—. Perdóname por haberte dicho eso, Naruto. Han pasado demasiadas cosas demasiado rápido. Necesito tiempo para adaptarme. Me gusta la idea de tomar mis propias decisiones de nuevo.

No le dijo que era la primera vez en mucho tiempo que se sentía segura; pero también quería sentirse amada. Hinata se creía capaz de enfrentarse a cualquier cosa que le deparara el futuro si volvía a tener una conexión profunda con otro ser humano. Una conexión en la que ella se sintiera correspondida.

—Y a partir de este momento siempre tomarás tus propias decisiones — confirmó Naruto, a pesar de que no parecía gustarle mucho la que ya había tomado. Se dirigió a la puerta—. Cuando te hayas vestido, ve a buscarme al comedor. No comiste mucho anoche. Le he pedido a Hawkins que le ordene a Cook que nos prepare un desayuno generoso. Gaara estará presente.

Esta última frase sonó como una advertencia. Hinata asintió con la cabeza, sin dejar de agarrar con fuerza la toalla. La recorrió lentamente con la mirada una última vez y salió de la habitación. La joven dejó escapar un suspiro.

La situación era embarazosa. Iba a ser duro ser la esposa de Naruto sin haber contado con el tiempo suficiente para que él la cortejara, o para que ella lo conociera mejor. De repente, sintió que no eran más que un par de desconocidos bien educados que bailaban el uno alrededor del otro. Suponía que sólo debía empezar a preocuparse cuando la música cesara.

Recordó que en aquel momento tenía otras muchas cosas de que preocuparse, y decidió centrar toda su atención en ellas. Quizá debiese preguntarle a Naruto si tenía una pistola y si sabía cómo usarla.

Se acordó de la conversación que habían mantenido durante la cena la noche anterior. ¿Sería su hermanastro un asesino? No quería creer que fuera capaz de semejante atrocidad, pero no estaba segura de nada. Todo hombre que menospreciaba a las mujeres hasta el punto de pegarlas, podía llegar a matarlas.

Le rugió el estómago, recordándole que el desayuno la estaba esperando en la planta baja. El desayuno y el hermano de Naruto, quien no pareció alegrarse en absoluto al enterarse del reciente matrimonio de su hermano.

Hinata emprendió la tarea de arreglarse un poco antes de bajar. Se recogió el pelo y se puso como pudo la misma ropa que había llevado el día anterior. Las prendas interiores eran algunas de las cosas que era imprescindible que fuera a buscar a la casa vecina.

Una vez que terminó de vestirse, salió de la habitación y se dirigió a la planta baja. Oyó el ruido de los platos y entró en el comedor. Naruto y su hermano estaban sentados en la mesa sin hablarse. Como si sintiera su presencia, Naruto alzó la vista para mirarla.

—Ven, siéntate a mi lado, Hinata —le ordenó.

Se puso de pie, y le lanzó a su hermano una mirada tan hostil que él también se vio obligado a levantarse cuando ella entró, aunque Hinata se dio perfecta cuenta de que no quería hacerlo.

Gaara era aún más apuesto a la luz del día, pero no le pareció tan guapo como Naruto, o quizá sólo fuese su preferencia personal la que establecía esta distinción entre ellos. Gaara llevaba el pelo más largo pero ahora lo tenia agarrado con una coleta. Sus ojos eran de color verde intenso, y una vez más, su imponente presencia la intimidó.

—Buenos días, lord Gaara —saludó cuando estuvo cerca de Naruto. Su esposo le sacó la silla, y ella notó que también le había llenado un plato de comida.

—Buenos días —respondió Gaara entre dientes. Luego se sentó y centró toda su atención en su desayuno.

Se hizo de repente un incómodo silencio. Hinata cogió el tenedor y empezó a juguetear con su desayuno. Era obvio que para los hermanos Namikaze no era necesario mantener una conversación durante las comidas; de todos modos, le pareció que debía intentar salvar la distancia que había entre Gaara y ella, al menos por el bien de Naruto. Pero ¿de qué podía hablar con un hombre tan inquietante? Naruto le había dicho que la finca era su verdadera pasión.

—¿Cómo es Konohagakure, lord Gaara? —le preguntó—. A mí me gusta mucho el campo, y estaba muy contenta en la finca de mi padre hasta que... hasta que vine a Londres. —De repente se le pasó por la cabeza que a partir de aquel momento Naruto tendría que encargarse de Hyûga Manor, aunque él no podía heredar el título de nobleza de su padre. Éste pasaría a su hijo... pero Naruto había dicho que no tendrían hijos.

—Es un lugar precioso —reconoció Gaara a regañadientes—. La tierra es muy buena para la labranza, aunque nosotros no cultivamos gran cosa. Pero hay buen pasto para los caballos y espacio de sobra para que corran.

—Me encantan los caballos. La yegua árabe es mi preferida en la caballeriza de Naruto. ¿La crió usted desde que era una potranca?

Gaara dejó de lado su tenedor.

—Sí, así es, pero todavía es una potra. Aún no la hemos criado. De hecho, Naruto y yo hemos discutido varias veces por ella. Yo quiero tenerla como yegua reproductora, pero él piensa que es de complexión muy delicada y le iría mejor como caballo de recreo de una dama.

—Es verdad que es muy delicada —reconoció Hinata—, pero sus rasgos son preciosos. Tiene las características distintivas de un caballo árabe, con sus grandes ollares y su cuello perfectamente arqueado. A lo mejor si la cruzan con un semental un poco más grande que ella, podrían tener potros con sus mismos rasgos distintivos, pero de complexión más robusta.

—Eso es exactamente lo que le he sugerido a Naruto —reconoció Gaara, y Hinata finalmente vio señales de vida en él—. ¿Ves? Lady Hinata está de acuerdo conmigo —le repitió a su hermano.

Ella miró a Naruto y percibió una ligera expresión de desconcierto en su rostro. Una sensación de enorme placer la invadió, pues podía ver que a él le complacían sus tácticas para hacer que Gaara se mostrase más comunicativo.

—A Hinata le gusta tanto la potranca que he decidido regalársela —reveló Naruto—. Supongo que ella debe decidir si quiere cruzar la yegua en un futuro. Ése podría ser vuestro proyecto.

Hinata negó con la cabeza.

—¿Regalármela? No, Naruto, ese animal vale una fortuna. No podría...

—Desde luego que puedes —la interrumpió Naruto—. Eres mi mujer. No tiene nada de malo que un hombre le dé a su esposa un regalo que a ella le agrada.

Aunque le alegraba la idea de ser dueña de la hermosa potranca blanca, el ceño fruncido de Gaara le hizo comprender que el haberle recordado que ella era la esposa de su hermano había estropeado la conversación. Hinata centró la atención en su desayuno. El resto de la comida transcurrió en medio de un gélido silencio.

Hawkins entró en el comedor acompañado de dos hombres, y la joven supuso que serían ayudantes de cocina que iban a recoger la mesa. Hawkins era tan inexpresivo que Hinata no habría podido decir si le molestaba que de repente hubiera una mujer en una casa en la que prevalecían los hombres. Naruto se levantó.

—Ya es hora de ir a buscar tus cosas.

A ella se le hizo un nudo en el estómago.

—¿Tienes una pistola, Naruto? No sé cómo reaccionará mi hermanastro. Me temo que si no te pega un tiro, pueda querer al menos amenazarte con un duelo de puñetazos.

—Yo aportaré mis puños —declaró Gaara, volviendo a la vida de improviso—. Los Namikaze cuidamos a los nuestros.

—No me disgustaría que vinieras conmigo —le confesó Naruto a su hermano.

Gaara se levantó, y los tres salieron del comedor. Cuanto más se acercaban al recibidor de la casa, más afligida se sentía Hinata. Notó que Naruto, por el contrario, no parecía nervioso en absoluto, simplemente resuelto. Ella le lanzó una mirada a Gaara por encima del hombro. Parecía casi contento ante la posibilidad de una pelea.

Hawkins les abrió la puerta. El día había amanecido soleado, pero ella se sentía sombría por dentro. Apenas habían dado unos cuantos pasos fuera de la casa, cuando vieron acercarse un carruaje. Toneri y Shimura se apearon. El hermanastro de Hinata se puso lívido al verla junto a Naruto, y se dirigió resueltamente hacia ellos.

—¡Libere ahora mismo a mi hermanastra! —gritó—. ¡Usted no tenía ningún derecho a llevársela de mi lado!

En lugar de hablar, Naruto se dirigió temerariamente hacia Toneri y le asestó un fuerte golpe en la mandíbula. El hermanastro de Hinata se tambaleó hacia atrás, y cuando se disponía a enderezarse, Naruto lo embistió y le dio un segundo golpe.

—Debería matarlo —le oyó ella decir a Naruto—. ¡Y lo haré si se atreve a volver a ponerle la mano encima!

—¡Oiga, Namikaze! —farfulló Shimura, dando un paso adelante.

Gaara dejó sola a Hinata para ir junto a su hermano.

—¿Qué quiere que oiga? —le preguntó al hombre en voz muy baja.

La cara larga de Shimura se puso colorada y de inmediato dio un paso hacia atrás.

—¡Cobarde! —le insultó Toneri, mirando desdeñosamente al vizconde.

—Ese tipo es más grande que un árbol, Chapman, enfréntese usted a él. Shimura corrió al carruaje, subió y cerró la portezuela de golpe.

Enfurecido por la cobardía de su compañero, Toneri metió la mano en su abrigo y sacó una abominable pistola. Hinata estuvo a punto de soltar un grito. Enseguida, oyó detrás de ella el sonido que hacía un revólver al ser amartillado. Cuando se volvió, vio a Hawkins apuntando a su hermanastro con un arma.

—No creo que sea usted bienvenido aquí —espetó el hombre con fría formalidad, pero la habitual expresión de aburrimiento de su rostro se endureció hasta convertirse en una máscara de determinación. A Hinata no le cabía la menor duda de que Yamato Hawkins le pegaría un tiro a su hermanastro si fuese necesario.

Toneri bajó el arma. Su fría mirada estaba llena de odio al clavarse en Hinata.

—Lo has echado todo a perder —soltó—. Pero no creas que has ganado. El hombre con el que te has casado es un asesino. Volverá a matar. Estoy seguro de ello. Y la próxima vez, tú podrías ser la víctima, hermanita.

—No vuelva a dirigirle la palabra a mi esposa —dictaminó Naruto—. No se atreva siquiera a dirigir la mirada hacia ella. No soy un asesino, pero usted me está induciendo a convertirme en uno. No me presione demasiado, Chapman.

Naruto acababa de arrojar el guante. Toneri retrocedió hacia el carruaje donde lo aguardaba Shimura y entró en el vehículo. Shimura le gritó al cochero, y el carruaje empezó a avanzar pesadamente.0

Hinata dejó escapar un suspiro de alivio. El primer enfrentamiento había terminado, y el carruaje no se dirigió hacia la casa contigua. Podía ir a buscar sus cosas y visitar a su madrastra.

Naruto, adoptando una postura rígida, seguía al carruaje con la mirada. Ella se acercó a él y le tocó el brazo.

—Ya se marchó —le indicó en voz baja.

—Por el momento —asintió Naruto, sin dejar de seguir con la mirada al carruaje que se alejaba—. Pero no creo que esto haya terminado aquí, Hinata. ¿Me odiarías si termino matándolo?

Ella se dio cuenta de que él estaba hablando completamente en serio.

—Espero que eso no sea necesario —le respondió—. A lo mejor lo has ahuyentado para siempre.

—Los hombres como él no se asustan fácilmente —apuntó Naruto—. No está acostumbrado a que le desbaraten los planes. Nunca bajes la guardia frente a él, Hinata. Y quizá tampoco debas hacerlo frente a mí —añadió, volviéndose para mirarla.

Aquella era otra cara de Naruto que ella aún no había visto. Una cara peligrosa, pues ella podía sentir su ira apenas contenida. Sintió su anhelo de seguir a Toneri, de terminar lo que ambos habían empezado. No le cabía la menor duda de que se enfrentarían de nuevo, y quizá peleasen hasta que uno de los dos cayera muerto.

—¿Es ésa la casa? —Gaara atrajo su atención. Señalaba con la cabeza la casa del hermanastro de Hinata.

—Sí —respondió Hinata—. Vayamos ahora que él no se encuentra allí. Naruto se volvió hacia Hawkins.

—Manda un carruaje a la casa vecina para recoger los baúles de lady Namikaze. — Luego se volvió de nuevo hacia Hinata—. ¿Vamos andando? Necesito quemar algo de energía.

Ella asintió con la cabeza. De repente, Hinata también pareció tener demasiada energía.

—Yo os acompañaré —decidió Gaara—. Alguien debe quedarse vigilando en la puerta.

Los tres se pusieron en camino hacia la casa contigua. Gaara se quedó rezagado, y a Hinata le costaba seguir el ritmo de las largas zancadas de Naruto, pero cuando él se dio cuenta aflojó el paso.

Ella lo miraba de reojo mientras caminaban. Sus rasgos eran duros, el músculo de su mandíbula era fuerte, sus marcas en la mejilla eran ahora mas notorias. Todos sus poros irradiaban peligro, y para su sorpresa, Hinata descubrió que eso la excitaba. Él la excitaba. No era un cobarde, después de todo. No lo era en absoluto.

Le produjo gran satisfacción ver a su hermanastro recibiendo un puñetazo de Naruto. Toneri la había aterrorizado durante tres meses sin que ella pudiera hacer nada para defenderse. Ahora tenía un defensor. Hinata no supo qué la llevó a hacer lo que hizo, pero deslizó su mano en la de Naruto mientras caminaban.

Él la miró, y ella sintió que el enfado lo iba abandonando poco a poco, que se elevaba al cielo para desvanecerse en el soleado aire. Él apartó la mirada, pero no retiró su mano de la de ella. Y cuando estuvieron cerca de la casa vecina, le dio incluso un apretón de manos tranquilizador.

Hinata sospechaba que si se volvía para mirar a Gaara, lo vería frunciendo el ceño. ¿Por qué le tendría tanta aversión? ¿Por qué no podía alegrarse de que Naruto se hubiese casado? ¿Era a causa de la maldición? Entonces recordó que todos los hermanos habían jurado permanecer solteros.

Necesitaba saber más acerca de aquella maldición que se cernía sobre la familia Namikaze. ¿Habrían mostrado los padres de Naruto señales de locura mucho antes de que fueran abatidos por la desgracia? Tenía que averiguarlo.

Esperaba que Naruto y ella llegaran a enamorarse con el tiempo; estaban casados y, a pesar de lo que su esposo le había dicho, suponía que terminaría apareciendo el amor entre ellos... Y cuando eso sucediera, Hinata querría tener hijos. Unos chiquillos rubios tan guapos como su padre.

La imagen que se formó en su cabeza la hizo sonreír. Otro pensamiento borró la sonrisa de su rostro. Casi había olvidado que cuando le preguntó a Naruto acerca de la maldición, él le había dicho que no era lo que la sociedad creía.

¿Cuál era entonces la maldición? Su esposo le había dicho que sería mejor para ella que jamás lo averiguara. Pero Hinata no estaba de acuerdo: era su esposa, y si querían ser felices juntos alguna vez, debía conocer sus miedos, sus dudas, sus secretos. Y juró en silencio que los descubriría todos. Y esperaba que una vez que lo hubiera hecho, pudiera lograr que él la amase.


Continuará