Naruto Y Hinata en:
TU MI SALVACIÓN
11: La Manada Namikaze
Una vez que Hinata y Natsu pusieron sus pocos objetos personales en baúles pues Hinata se negó a llevar los vestidos que Toneri había mandado hacer para ella, bajó a decirle a Naruto que le pidiera al cochero que los llevara al carruaje.
Al parecer, empezaría su vida matrimonial con muy pocas cosas, gracias a Toneri y su codicia. Suponía que, de hecho, su hermanastro había pagado con el dinero de ella los vestidos que había encargado, pero también que su mal gusto había impuesto los estilos y las telas.
—Debo hablar con la duquesa antes de marcharme —le explicó a Naruto. Luego volvió a subir para encontrarse con Natsu en la sombría habitación del tercer piso.
La duquesa no parecía estar ni mejor ni peor. Hinata se inclinó ante ella y cogió las frías manos de la dama entre las suyas.
—Me he casado —le contó a su madrastra. La noticia no suscitó ninguna reacción—. No seguiré viviendo aquí, pero prometo venir a visitarla siempre que pueda. —Tampoco hubo reacción alguna. Hinata suspiró. Luego, se levantó y se volvió hacia Natsu—. Natsu, quiero pedirte un favor.
El ama de llaves se encontraba a pocos pasos, secándose los ojos con un pañuelo.
—Siento mucho que las cosas hayan llegado a este punto —lamentó la mujer lloriqueando—, y que se haya visto usted obligada a convertirse en la esposa de ese hombre siniestro. Nadie sabe qué puede ocurrirle, milady.
—Estaré bien, no te preocupes. Pero debo seguir visitando a su excelencia. Ella fue muy amable conmigo. Sé que quizá esto sea pedirte demasiado, pero ¿podrías avisarme todos los días cuando Toneri se marche de la casa para que yo venga a ver a mi madrastra?
Natsu empezó a retorcer el pañuelo.
—¿Quiere usted que yo vaya a la casa vecina, milady? ¿A la guarida de los Namikaze?
Hinata no estaba de humor para las tonterías de Natsu.
—No correrás ningún peligro. De hecho, le diré al mayordomo de mi esposo, Hawkins, que te espere. Todo lo que debes hacer es pedirle que me diga que tu patrón no está en casa.
—No sé —se inquietó Natsu—. Si el señor Chapman se entera de que voy sin su autorización...
—Tengo otra idea —decidió Hinata—. Cuando Toneri se marche de la casa, cuelga una sábana en el balcón de mi antigua habitación. Eso nos servirá de señal, y si mi hermanastro llega a verla alguna vez, puedes decirle simplemente que estás aireando la ropa de cama.
—Supongo que eso sí puedo hacerlo —asintió Natsu—. Creo que la dama agradece sus visitas; aunque nos dé la impresión de que no se entera de nada, sí se da cuenta. Creo que usted la reconforta.
Hinata se dirigió de nuevo hacia su madrastra y puso una mano sobre su hombro.
—Espero que sepa que siento afecto por ella. ¿Toneri viene a verla de vez en cuando, Natsu?
—Raras veces —le respondió la mujer—. Pero todos los días me ordena que le prepare el té como a ella le gusta. Bueno, supongo que algo es algo.
—Supongo que sí —contestó Hinata—. Sólo Dios sabe a cuántas cosas tuvo que renunciar ella por él. A su matrimonio con mi padre, por ejemplo. Cuando él exigió que Toneri se fuese de la finca, ella no quiso abandonar a su hijo y se marchó con él. Sé que fue una decisión muy difícil para ella. Espero que mi hermanastro sepa cuánto lo quiere su madre.
Natsu soltó un resoplido.
—Le ruego que me perdone por lo que voy a decir, pero al señor Toneri no le importa nadie, sólo él mismo. Pero supongo que usted lo sabe.
No era necesaria una respuesta. Hinata sospechaba que Natsu sabía que Toneri la maltrataba. Era casi imposible que los criados no se enteraran de prácticamente todo lo que pasaba en una casa.
Desde luego, el hecho de que Natsu durmiera en una habitación contigua a la de la duquesa había evitado, sin duda, que se enterase de todo lo que ocurría cuando caía la noche. Hinata recordó de repente las sospechas de Naruto respecto a Bess O'Conner y Toneri.
—Natsu, ¿tienes conocimiento de que alguna vez haya ocurrido en la casa algo extraño o que te haya parecido sospechoso? ¿Toneri alguna vez ha traído mujeres aquí?
—Antes solía tener más invitados —confesó la sirvienta—. Antes de que usted viniera. No le gustaba que yo estuviera aquí cuando recibía a sus amigos. Me mandaba a pasar la noche con mi hija. Yo iba porque en aquella época la duquesa aún no había caído enferma.
—¿Cuándo exactamente empezó mi madrastra a dar muestras de su enfermedad?
Natsu frunció su arrugado ceño.
—Ya hace un tiempo de ello. Estaba bastante extraña antes de que le sobreviniera la enfermedad. Como nerviosa y disgustada por algo. Recuerdo que su hijo y ella solían discutir mucho por aquel entonces. Creo que a ella no le gustaban sus amigos, ni las fiestas que daba. Pero ellos nunca se llevaron bien.
—Hinata, los baúles ya están en el carruaje —oyó que le decía Naruto desde la planta baja.
Temiendo que hubiera otro enfrentamiento con Toneri si permanecían más tiempo en aquella casa, Hinata tomó de nuevo la mano de su madrastra entre las suyas y apretó sus dedos con suavidad.
—No la abandonaré, excelencia. Vendré siempre que pueda. Si pensara por un momento que Toneri podría permitírmelo, la sacaría de esta casa, de este dormitorio —afirmó, mirando el mobiliario raído de la prisión de su madrastra. Pues sabía que en eso se había convertido aquella habitación.
No estaba segura, pero por un instante pensó que, antes de que le soltara la mano, la mujer le había apretado débilmente los dedos a modo de respuesta. A Hinata le ilusionaba pensar que había sido así.
—Será mejor que se vaya antes de que el señor Chapman regrese —le advirtió Natsu.
Hinata abrazó al ama de llaves antes de marcharse. Bajó al rellano del segundo piso y pasó frente a su antiguo dormitorio sin siquiera echarle un vistazo. No echaría de menos nada en aquella casa, excepto sus charlas con la duquesa y la amabilidad de Natsu. Era como si finalmente hubiera despertado de una pesadilla. Naruto la estaba esperando en el siguiente rellano, que conducía a la planta baja.
Era tan apuesto que la dejaba sin respiración. ¿Estaba tan loca como para rechazar lo que él podía ofrecerle y pedirle más? Con seguridad en la ciudad se celebraban todos los años infinidad de matrimonios por conveniencia.
Innumerables mujeres habían ido a sus lechos matrimoniales pensando únicamente en cumplir con su obligación. Pero, naturalmente, parte de su deber era engendrar herederos para sus esposos. A Hinata no le habían impuesto tal obligación. En cambio, le habían dado la posibilidad de elegir.
Elección que sin duda sería un enorme peso para ella en los días venideros en casa de Naruto Namikaze, pues tendría que dormir en una habitación separada de la de él únicamente por una puerta que no tenía cerradura.
Naruto acompañó a Hinata a casa y luego, a sabiendas de que se pasaría toda la tarde sacando de los baúles sus objetos personales, salió con Gaara a buscar a Kiba, no sin antes darle órdenes estrictas a Hawkins de que no la perdiera de vista en ningún momento.
—¿Dónde empezaremos a buscar? —preguntó Gaara, ensillando su caballo.
—Me sorprende la pregunta —observó Naruto con ironía.
—Quiero decir, ¿en cuál de los muchos burdeles que hay en Londres? —precisó Gaara.
Mientras ensillaba para él el caballo zaino, Naruto le respondió:
—Los dos sabemos que en una época a Kiba le gustaba mucho el de Queenie, en las afueras de la ciudad. Empezaremos por allí.
—Hay varios lugares que le gustan mucho —le recordó Gaara a su hermano—. No le entiendo.
Naruto arqueó una ceja.
—No tiene nada de malo revolcarse de vez en cuando con una mujer dispuesta y complaciente, Gaara. Como supongo que tampoco tiene nada de malo beber ocasionalmente, o jugar a las cartas de tanto en tanto.
—Pero todos los excesos son malos —señaló Gaara antes de que Naruto terminara—. Y esto es algo que Kiba no parece entender.
—¡Así es! —asintió Naruto.
Los dos hombres se montaron en los caballos de un salto y salieron de la caballeriza. Naruto intentó no mirar el lugar en el que hacía poco encontraron a una mujer muerta. A pesar de que no la conocía, apenas vio su cuerpo sin vida se sintió ultrajado en nombre de ella y en el suyo propio.
Era posible que la primera mujer hubiera llegado allí por casualidad, que hubiera entrado en la caballeriza tratando de escapar de algún agresor; pero esa última fue dejada allí a propósito, para involucrarlo en el asesinato.
Toneri debía tener un motivo para hacer algo semejante. Naruto suponía que podría ser el rencor. Pero ¿por qué haría algo tan obvio, y justo después de que una criada muriera en su propia casa? Debía saber que algo así llamaría la atención. Aquello no tenía sentido.
—Tu esposa es muy agradable —comentó Gaara de repente—. Me resultaría simpática, de no ser por las circunstancias.
—Yo me enamoraría de ella de no ser por las circunstancias —observó Naruto. Gaara arqueó una ceja antes de decir:
—Aunque su hermanastro necesita una buena paliza, o mejor, una bala entre los ojos.
Gaara dijo esto con una expresión absolutamente seria en el rostro. Le gustaba pelear. Siempre le había gustado. Le gustaba pelear y también trabajar, pero no compartía la pasión de Kiba por las prostitutas. Al menos no que Naruto supiera.
Ambos cabalgaron en silencio. Al poco tiempo llegaron a las atestadas calles de la capital.
—Estamos causando revuelo, como de costumbre —observó Gaara—. ¿Qué esperarán? ¿Que nos salgan garras y colmillos y empecemos a perseguirlos?
Naruto le echó un vistazo a las abarrotadas calles del entorno. Los hombres y mujeres dejaban de dar sus paseos, de cargar sus carromatos, de vender sus cebollas, para quedarse mirándolos boquiabiertos cuando ellos pasaban a su lado.
Su mirada se fijó casualmente en una joven que había visto hablando con Hinata en la velada de los LeGrande. Creía que su nombre era lady Ino Yamanaka. La hija de un noble. La joven se quedó mirando descaradamente a los dos hombres cuando pasaron junto a ella, y recibió un coscorrón de su madre... o de su carabina. Naruto no sabía quién era la mujer que la acompañaba.
—¿Quién era esa chica?
—¿Quién? —le preguntó Naruto a Gaara.
—La rubia guapa de ojos grandes.
—Creo que es una amiga de Hinata. Las vi conversando en una reunión social a la que asistí hace poco.
Gaara se quedó boquiabierto.
—¡Dios santo, pero si hasta has estado yendo a fiestas últimamente! ¿Qué bicho te ha picado, Naruto? Sabes bien que cuanto más retirados vivamos, menos problemas tendremos todos.
Él no estaba de humor para otro interrogatorio, y menos viniendo de su propio hermano.
—Me sentía solo —reconoció—. ¿Nunca te sientes solo, Gaara?
—No —le respondió—. No me siento solo porque no me lo permito. No tengo relaciones con mujeres porque no les permito que se acerquen mucho a mí. Habrías hecho bien en seguir mi ejemplo, Naruto.
A Naruto le alegraba divisar finalmente un extremo de la ciudad. En poco tiempo llegarían al burdel de Queenie. Lo que menos quería en aquel momento era tener que oír un sermón de Gaara.
Ya tenía suficientes cosas en la cabeza de que preocuparse, suficientes problemas que resolver ahora que se había casado con Hinata. ¿Cómo demonios haría para guardar las distancias con ella cuando lo que más quería era acercársele?
Queenie en persona abrió la puerta cuando Naruto y Gaara llegaron. Habían pasado varios años desde la última vez que Naruto fue a aquella casa. Sin la ayuda del maquillaje y de una iluminación tenue, la mujer parecía bastante mayor. A juzgar por los oscuros círculos bajo sus ojos, la media tarde era demasiado temprano para que estuviera levantada.
—¡Ah! Vuelvan por la noche —refunfuñó al verlos frente a la puerta—. Las chicas deben descansar un poco, ¿saben?
La mujer se dispuso a cerrar la puerta, pero Naruto se lo impidió interponiendo una bota.
—Estamos buscando a nuestro hermano. Pensamos que podría estar aquí. La mujer entornó los ojos para mirarlos con más atención.
—Hace bastante tiempo que no os veo, chicos. Vuestro hermano está arriba.
—¿Podemos hablar con él? —preguntó Naruto. Queenie dejó escapar un suspiro.
—Entrad, pero no hagáis ruido. Todos en la casa están durmiendo.
Los llevó a un salón en el que el terciopelo rojo predominaba hasta en el más oculto rincón.
—Ya conocéis el camino —indicó, señalando en dirección a las escaleras—. La primera puerta a la izquierda. Vuestro hermano tiene mucha energía. Todas las chicas se vuelven locas por él. Pero temían que no les pagara a menos que yo me cerciorara de que lo hiciera.
—Ese tiene que ser Kiba —dijeron Naruto y Gaara al unísono.
—Salid solos cuando queráis —les propuso Queenie, rascándose el voluminoso trasero—. Yo voy a volver a la cama.
Se dirigió sin ninguna prisa a la parte de atrás de la casa. Naruto empezó a subir las escaleras.
—No hace falta que los dos nos inmiscuyamos en lo que estoy seguro será una situación embarazosa —le expuso a Gaara—. Espérame aquí.
Gaara asintió con la cabeza.
—Date prisa. Este lugar huele a vino avinagrado y a... bueno, tú sabes a qué huele.
Gaara estaba en lo cierto. Sus extraordinarios dones hacían que los olores parecieran aún más intensos. Naruto subió las escaleras. La habitación donde Queenie dijo que podía encontrar a Kiba estaba oscura cuando el entró.
Habría llamado a la puerta, pero desde el pasillo se percibían los fuertes ronquidos y dudaba de que los ocupantes de la habitación pudieran oír sus golpes en medio de aquel espantoso ruido.
Vio a Kiba en la cama, con su castaño pelo despeinado y su aspecto irónicamente inocente, dado el lugar en el que se encontraba y el hecho de que una mujer estaba durmiendo a su lado.
Una mujer que roncaba tan fuerte que Naruto no entendió cómo Kiba lograba dormir... hasta que vio a las otras dos mujeres que estaban en la cama. Sólo un hombre exhausto podría conciliar el sueño con semejante ruido.
Naruto observó que a ninguna de las mujeres se le notaban los efectos del cansancio tras haber pasado toda la noche con su hermano. Se dirigió al borde de la cama y sacudió suavemente a Kiba.
—Kiba, despierta.
Unos soñolientos ojos negros lo miraron.
—¿Naruto? ¿Qué estás haciendo aquí?
—Podría preguntarte lo mismo, pero es más que obvio. —Señaló con la cabeza a las mujeres dormidas—. Ya sé que nos ganamos la reputación que tenemos gracias a ti.
Kiba sonrió. Sus hoyuelos de chiquillo no contribuían en nada a atenuar su aspecto inocente.
—Me gustan las mujeres. ¿Cuál es el pecado?
—Creo, hermano, que el pecado es tener a tres mujeres al mismo tiempo en la misma cama y la misma noche. Vístete. Necesito hablar contigo.
—¿Cómo supiste que estaba aquí? —preguntó Kiba, teniendo cuidado al incorporarse de no despertar a sus compañeras.
—Gaara está abajo. Hawkins os mandó llamar a los dos por un asunto que discutiremos cuando lleguemos a casa. Cuando Gaara se dio cuenta de que no estabas en nuestra casa de la ciudad y que, de hecho, yo no te había visto, nos imaginamos que estarías aquí, o en algún lugar muy parecido a este.
Kiba se estiró.
—Estaba aburrido —explicó—. Y he estado pensando en emprender una búsqueda. Quería saciarme de mujeres y de alcohol antes de marcharme.
Los ronquidos de la mujer no permitían que Naruto oyera muy bien las palabras de Kiba.
—Vístete. Te esperaremos abajo. —Sin esperar a que Kiba le contestase, salió del cuarto sin hacer ruido.
Kiba tardó mucho más tiempo de lo previsto en llegar a la planta baja. Naruto supuso, al oír desde abajo el chirrido de la cama, que por lo menos una de las mujeres se había despertado antes de que su hermano se hubiera levantado. Finalmente, Kiba bajó las escaleras, intentando recobrar la compostura mientras lo hacía.
—Ya era hora —le gruñó Gaara—. No creo que hayas tenido en cuenta que estábamos aquí oliendo la pestilencia que dejaron los asquerosos actos que tuvieron lugar en este sitio anoche, mientras tú tratabas de impresionar a una puta, ¡por amor de Dios!
Con la intención de fastidiar a Gaara, Kiba esbozó una de esas sonrisas que le dibujaban hoyuelos en las mejillas.
—El deber me estaba llamando. ¿Qué otra cosa podía hacer? Y no estaba tratando de impresionar a la dama, simplemente le estaba dando placer.
—¿Por qué? —bramó Gaara—. ¿Acaso no es ése su trabajo?
—Vamonos. —Lo último que quería Naruto era que comenzaran una de sus peleas. Sabía que estaban muy unidos, quizá demasiado, pues ambos permanecían en la finca la mayor parte del tiempo, al menos hasta que Kiba decidió rebelarse.
Durante casi todo el viaje a casa, Kiba no hizo más que quejarse de que la cabeza estaba a punto de estallarle. Confesó con regocijo que se había emborrachado
tanto la noche anterior, que pensó que las tres mujeres eran una sola y que simplemente estaba viendo triple, y se preguntó por qué la chica era tan insaciable. Normalmente, a Naruto le habrían parecido graciosas las historias de Kiba, pero los sombríos pensamientos que se adueñaron de él le impidieron disfrutar el viaje. No habló de los acontecimientos recientes con Kiba. Era mejor que esa conversación tuviera lugar en su estudio al llegar a casa.
Hawkins les abrió la puerta antes de que ellos se acercaran. Los mozos de cuadra salieron corriendo a atender a los caballos.
—¿Lady Hinata se encuentra bien? —le preguntó Naruto al mayordomo.
—Creo que está durmiendo la siesta —le respondió el hombre—. No ha habido ningún problema hasta el momento, lord Namikaze.
Kiba se paró en seco, frunciendo el ceño.
—¿Quién demonios es lady Hinata? —preguntó.
—Vamos al estudio —ordenó Naruto.
—Haré que le preparen un baño enseguida, lord Kiba —dijo Hawkins, arrugando la nariz.
Una vez que sus hermanos entraron en el estudio, Naruto cerró la puerta y se dirigió a su escritorio. Kiba de inmediato se acercó al mueble bar.
—Ahora decidme quién es la tal lady Hinata y qué está haciendo aquí. Naruto se armó de valor.
—Hinata es mi esposa.
A Kiba se le resbaló la copa de la mano. Ésta rebotó contra la gruesa alfombra sin romperse.
—¿Tu esposa?
Rara vez Naruto había visto que Kiba no supiera qué decir. Pero en esta ocasión se quedó sin habla; lo único que fue capaz de hacer fue mirarlo fijamente como si de repente le hubiera salido otra cabeza. Antes de que empezara a hacerle las preguntas del caso, Naruto le dio las mismas explicaciones que le había dado a Gaara la noche anterior, y también le habló del hermanastro de Hinata y de sus sospechas respecto a él.
Kiba cogió otra copa y se sirvió una bebida.
—Pensé que era yo el que causaba todos los problemas en esta casa. ¡Por Dios, Naruto! Hasta yo tengo la sensatez de mantener la promesa que hicimos de no casarnos nunca. No te habrás enamorado de esa mujer, ¿verdad? ¿No estarás sufriendo las consecuencias de ello?
—No —le aseguró Naruto a Kiba—. Ella no me dejó otra opción.
La protegeré, le daré mi nombre, pero eso es todo lo que le daré.
Kiba observó el líquido de color ámbar de su copa antes de apurar su contenido.
—Eso espero, Naruto. Espero por tu bien que no llegues a tener ningún sentimiento profundo por esa mujer. Eres un hombre demasiado responsable para que la maldición recaiga sobre ti. No creo que te vaya muy bien a merced de la Luna.
Puesto que Kiba había planteado el tema, Naruto le preguntó:
—¿Y qué puedes decirme de ti, Kiba? Gaara me ha expresado su preocupación acerca de tu comportamiento desde que regresaste del extranjero. ¿Te pasó algo cuando estabas en París?
Kiba le lanzó a Gaara una mirada asesina antes de responderle a Naruto.
—Sólo lo de siempre. Jugar, ir de putas y cazar, aunque no necesariamente en ese orden.
Naruto no se dejaba engañar tan fácilmente.
—¿Conociste a alguien? ¿Alguien especial para ti?
—¿Me estás preguntando si me enamoré? —Kiba arqueó una ceja con actitud de chulo—. ¡Maldita sea, yo me enamoro todas las noches! No debes preocuparte por mí, Naruto. Al fin y al cabo, no soy yo quien se ha casado.
Sus hermanos no se habían tomado nada bien la noticia de su matrimonio, cosa que él ya se esperaba, pero... ¿pensarían pasarse toda la vida reprochándoselo?
Con una expresión de seriedad en el rostro, Kiba preguntó:
—¿Cuándo voy a conocer a tu esposa? No me vendría nada mal una siesta. Tal vez deba subir a su dormitorio y meterme en la cama con ella para presentarme — sugirió, sonriéndole a Naruto de oreja a oreja.
Naruto le lanzó a Kiba una mirada que hubiera hecho que hombres mucho más grandes y robustos que él corrieran a ponerse a cubierto.
Kiba simplemente se encogió de hombros.
—Veo que el matrimonio te ha hecho perder el sentido del humor —observó—.Espero que eso sea todo lo que pierdas, hermano.
Gaara, que había permanecido en silencio durante gran parte de la conversación, dijo:
—¿Qué haremos con el desagradable hermanastro de tu esposa? Yo propongo que todos vayamos a su casa esta noche y le pongamos fin a sus amenazas.
—¿Es necesario que vayamos todos? —quiso saber Kiba—. La pelea no es mi fuerte. Me desenvuelvo mejor como amante, pero, claro, si se requieren mis servicios en esa área, estaré a la altura de las circunstancias.
—Pasas demasiado tiempo tratando de estar a la altura de las circunstancias, Kiba —rezongó Gaara—. Quizá lo mejor sea que Naruto y yo nos ocupemos de este asunto.
De repente, Naruto logró vislumbrar por qué Kiba era tan irresponsable. Comprendió que Gaara y él habían pasado gran parte de sus vidas adultas encargándose de todos los asuntos trascendentales de la familia. A Kiba, por el contrario, no le habían dado nada importante que hacer.
—Sé pelear —aseguró Kiba.
En aquel preciso instante, Naruto tomó una decisión, quizá no la más acertada, pero que iba de la mano con su posición de jefe de la familia.
—Éste es mi problema. Lo resolveré yo solo. Quiero que vosotros regreséis a la finca mañana y no os acerquéis por aquí.
Los dos hermanos enseguida protestaron. Naruto levantó la mano para detenerlos.
—Tengo el desagradable presentimiento de que aquí van a seguir cometiéndose asesinatos. Yo seré el principal sospechoso, al menos hasta que logre atrapar al responsable de esos crímenes. Si os quedáis en la ciudad, también seréis sospechosos. Pensaré mejor si no tengo que preocuparme por vosotros.
—Querrás decir si no tienes que preocuparte por mí —corrigió Kiba—. Contrariamente a lo que vosotros dos pensáis, yo también puedo ser responsable si hace falta, Naruto.
Naruto comprendió que era preciso que hablara a solas con él.
—Gaara, ¿podrías salir un momento? Debo hablar con Kiba.
Gaara estuvo a punto de protestar, pero al final, como segundo en la línea de sucesión, reconoció la autoridad y salió del estudio. Naruto se dirigió al escritorio con paso resuelto y se apoyó en el borde. Luego, le señaló a Kiba la silla que estaba frente a él y se dejó caer en ella.
—¿Me vas a sermonear ahora, Naruto? ¿Bebo demasiado? Sí, supongo que así es, ¿y qué? Muy pocas cosas en mi vida me hacen ilusión. ¿Soy mujeriego? Sí, pero tomo medidas para prevenir las enfermedades y, por supuesto, para que ni una sola gota de nuestra simiente maldita llegue a la fértil matriz de una mujer. Como ves, puedo ser un hombre responsable, al menos en lo que de mí depende.
Por un momento, Naruto estuvo tentado de alargar la mano para acariciar la castaña cabeza de su hermano. Kiba era muy niño aún cuando la maldición cayó sobre su padre, y cuando perdieron a su madre como consecuencia de la misma. Pero ya era un hombre, y Naruto acababa de caer en la cuenta de que Gaara y él casi siempre lo trataban como si aún fuese un chiquillo.
—Debo hacerte una pregunta muy importante, Kiba. —Naruto no quería hacerla. No quería creer ni por un segundo que Kiba pudiera tener algo que ver con el asesinato de Bess O'Conner, ni con el de la mujer que encontraron hacía poco en la caballeriza, pero tenía que saberlo con certeza—. Es acerca de los asesinatos.
Kiba, que se había hundido en su silla, se enderezó.
—¿Crees que he podido tener trato con el asesino debido a las compañías con las que ando últimamente? ¿Que he podido ver algo sin darme cuenta de que era importante?
Naruto no pudo mirar a Kiba a los ojos.
—No. Debo preguntarte si tuviste algo que ver con los asesinatos.
Al ver que Kiba no le respondía, Naruto lo miró. Tenía el ceño fruncido, como si estuviera tratando de entender la pregunta. De repente, sus ojos negros se posaron en Naruto.
—¿Crees que yo maté a esas mujeres?
—Estabas aquí cuando el primer asesinato tuvo lugar. Y ahora también estás aquí. Además, Gaara piensa que no te estás comportando de manera normal. ¿Que si yo creo que mataste a esas mujeres? No, el Kiba que yo conozco no lo habría hecho. El Kiba que quiero no lo haría. —Se sintió impulsado a añadir—: Pero si no me estás diciendo la verdad, y...
—Soy un borracho y un mujeriego, ¿por qué no habría de ser también un asesino? Es eso lo que piensas, ¿verdad? —Kiba se levantó de su silla. Su cara había perdido aquel aspecto de inocencia que sus hoyuelos falsamente le daban—. Esto es lo que tengo para responder a tus acusaciones. ¡Vete al diablo, Naruto! ¡Y Gaara también!
Kiba se dirigió furioso a la puerta y la abrió de un tirón. Un momento después, la cerró de un portazo. Naruto se frotó la frente. No había sabido manejar la situación. Kiba tenía todo el derecho a estar enfadado. Él debía confiar en su hermano, independientemente de lo que a Gaara o a él pudiera parecerles sospechoso. Nunca volvería a cometer el mismo error.
Se oyó un golpe en la puerta, y enseguida Hawkins asomó la cabeza.
—Supongo que lord Kiba no se quedará a darse el baño que le mandé preparar —observó—. Se acaba de marchar de la casa.
—Yo me bañaré en su lugar —anunció Naruto. Le pediría a Gaara que fuera a buscar a Kiba. Con un poco de suerte, Kiba se dirigía en aquel momento a la finca. Con Gaara y Kiba lejos de allí, podría ocuparse de otros asuntos. Como de su esposa, y de todos los problemas que le había traído su matrimonio con ella.
Continuará
