Naruto Y Hinata en:

TU MI SALVACIÓN


12: ¿Qué me has hecho?


Hinata estaba durmiendo cuando él entró en la habitación para ver cómo se encontraba. Su pelo negro medianoche se abría en abanico como un río de color oscuro sobre el lino blanco de las sábanas. Sus pestañas creaban sombras del color del carbón sobre sus pálidas mejillas. Ella era la viva imagen de la inocencia y de la tentación.

Sus labios abiertos lo llamaban, aun si su boca no emitía sonido alguno. Él quería inclinarse y besarla, desabrochar la pudorosa hilera de botones de su cuello y saborear su piel. Quería meterse en la cama con ella y pasar el resto de la tarde haciéndole el amor.

Mientras la miraba dormir, se aflojó el alzacuellos y desabotonó su camisa. Antes de que la tentación le ganara la batalla o de que su creciente adoración se hiciese demasiado dolorosa, cruzó la habitación para dirigirse a su dormitorio.

Un humeante baño le estaba esperando en el centro de aquel cuarto. Dejaría que el agua le aliviara la tensión, aunque preferiría aliviarla entre las largas piernas de Hinata. No podía sacarse la imagen de sus piernas de la cabeza, tras haberla visto casi desnuda aquella mañana.

¿Qué sentiría al tener aquellas largas y esbeltas piernas alrededor de su cuerpo? ¿AI sumergirse en su blandura femenina y olvidarse de las preocupaciones que lo acosaban? Gaara había guardado en un baúl sus escasos objetos personales para ir a buscar a Kiba. Naruto esperaba que éste hubiera obedecido la orden que le había dado de regresar a la finca. De nuevo, él se encontraba solo en casa... bueno, casi.

Miró a Hinata a través de la puerta abierta que separaba los dos dormitorios. No se había movido. Parecía estar durmiendo profunda y plácidamente por primera vez en muchos meses. Sintió que una actitud protectora para con ella se adueñaba de él. Ningún hombre volvería a hacerle daño... esperaba.

Parecía irónico que debiera temerle más a él mismo que a su cruel hermanastro. Pero nada pasaría, trató de autoconvencerse. El sabía muy bien cómo controlarse. Podía controlar sus sentimientos por Hinata, cerciorarse de que no fueran más allá del deseo físico. Debía hacerlo. De lo contrario, las consecuencias serían inimaginables.

Hinata no estaba durmiendo. Miraba fijamente a Naruto, con los ojos entornados, a través de la puerta abierta. Se había quitado la camisa, y no llevaba puestos más que unos pantalones ajustados y sus largas botas.

Nunca había visto a un hombre tan guapo como él. Era verdad que no tenía mucha experiencia en ver hombres semidesnudos, pero aun así, intuía que lo que estaba viendo era extraordinario.

Lo había comparado con un gran felino cazador la primera noche que lo vio, pues tenía un cuerpo esbelto hecho para correr; pero había músculos bajo sus finas ropas. Muchos músculos. Y una maravillosa piel dorada los envolvía.

Su cara era agradable a la vista para una mujer. Hacía que ella quisiera dar un suspiro para agradecer que existiera un hombre semejante; para agradecer, de hecho, que aquel hombre fuese suyo.

Pero en realidad no era suyo, tuvo que recordarse antes de perder su capacidad de razonar. Él le había dicho claramente que compartiría con ella la parte exterior de su ser, pero no su parte interior. No su corazón.

Su corazón perdió importancia cuando se quitó las botas y dirigió su mano a los broches de sus pantalones. Hinata sabía que debía cerrar los ojos, pero él la tenía completamente embelesada.

Se bajó los pantalones exponiendo sus esbeltas caderas. Su color también era dorado, lo que significaba que o bien permitía que el sol cayera de lleno sobre él cuando estaba desnudo o que éste era el color natural de su piel. Tragó saliva para intentar deshacer el nudo que se le había hecho en la garganta. Sus piernas eran largas y musculosas, y estaban cubiertas de un vello de color muy claro. Ella imaginaba que en una carrera lo llevarían a la victoria con relativa facilidad.

Su mirada subió lentamente por sus piernas, dirigiéndose hacia un lugar que ella había evitado mirar, el lugar que definitivamente lo catalogaba de varón. Él se volvió antes de que ella alcanzara su objetivo y le enseñó, en cambio, el deslumbrante panorama de la parte posterior de su cuerpo.

Y era realmente deslumbrante. Desde los músculos de su espalda, que se tensaron levemente cuando alargó el brazo para coger una copa que había dejado sobre la repisa de la chimenea, hasta el lugar en el que sus caderas se estrechaban y desembocaban en sus bien formadas y firmes nalgas.

Hinata tenía la mirada fija en este punto en el momento preciso en el que él se volvió de nuevo y se quedó justo frente a ella. Hubiera podido gritar en ese momento, y, aunque de su garganta no salió sonido alguno, si gritó en silencio.

«Todo en mí es generoso, lady Hinata». Recordó en aquel preciso instante las palabras que él le dijera en el baile de los Katõ, y con justa razón. Su miembro viril sobresalía de su cuerpo. Era largo y grueso. De hecho, era más bien amedrentador, pero al mismo tiempo era fascinante contemplarlo. Lo curioso era que cuanto más lo miraba, más duro parecía ponerse.

—¿Ya has visto suficiente, Hinata?

Rápidamente alzó la vista hacia su cara, y descubrió que él la estaba mirando. La estaba mirando mirarlo. Sintió un calor quemando su rostro. Un calor que no era ni con mucho tan ardiente como el húmedo fuego que sentía entre las piernas.

Los pezones se le habían endurecido hasta convertirse en dolorosos picos que se asomaban, sospechaba ella, por entre el gastado algodón de su vestido. Se había puesto el traje más viejo que tenía, pues había pasado toda la tarde trabajando en su nuevo dormitorio, quitándole el polvo al armario vacío y poniendo en orden las prendas de vestir que había llevado consigo.

—No.

¿Había dicho que no? Había estado pensando que debía responder que sí y apartar la vista, pero en realidad le gustaba mucho mirar su cuerpo, y había descubierto que aún no estaba preparada para abandonar aquella exploración visual.

—Podría quedarme aquí todo el tiempo que tú quisieses para que siguieras comiéndome vivo con tu mirada, pero hay una parte de mí que, obviamente, no puede permanecer impasible ante tu curiosidad.

Ella sabía de qué parte le estaba hablando, y le costó mantener sus ojos fijos en el precioso rostro de Naruto. Sí, tenía curiosidad, y no veía razón alguna para no ser sincera.

—Nunca había visto a un hombre desnudo —le explicó.

—Y no verás a ningún otro —le contestó él.

Hinata no estaba muy segura, pero le pareció que una actitud posesiva se había reflejado en su voz. Él pareció darse cuenta de su error y apartó la mirada.

—Si ya has acabado de mirarme, me meteré en el baño antes de que se enfríe. A menos que haya alguna otra cosa que pueda hacer por ti.

Ella no sabía qué implicaban exactamente las palabras «alguna otra cosa», pero se estaba portando como una idiota. Sintió que un rubor teñía sus mejillas.

—No, eso es todo. —Quiso gruñir. Lo había despedido como si él fuese un criado—. Es decir, muchas gracias.

Los labios de Naruto esbozaron una sonrisa.

—No hay de qué —dijo, y luego salió del campo visual de Hinata.

Hinata se acostó de espaldas y miró hacia el techo. ¿Le había dado las gracias? ¡Dios bendito! La cabeza le dolía cuando estaba cerca de el, especialmente cuando estaba completamente desnudo. Oyó el sonido que hizo su cuerpo al entrar en el agua.

¿Por qué no habría cerrado la puerta? Después de permanecer acostada en la cama durante un momento, se dio cuenta de que quizá ése no fuese el lugar más indicado para estar mientras su atractivo y muy bien dotado esposo, o al menos esto suponía, se bañaba en la habitación contigua.

Había empezado a fantasear, a imaginar su mojada piel dorada deslizándose contra ella en la cama cubierta de sábanas de lino blanco. Se levantó, se dirigió al espejo que se encontraba sobre la cómoda y empezó a toquetearse el pelo.

Un instante después se dio cuenta de que podía ver el reflejo de Naruto en el espejo. Enseguida apartó la mirada. Pero cayó en la cuenta de que él estaba de espaldas. No sabría que ella lo estaba observando de nuevo.

Gotas de agua corrían por su musculosa espalda. La humedad hacía brillar su piel dorada, y un denso vapor flotaba en el aire en torno a él. Tenía las rodillas ligeramente recogidas, debido a que la bañera no era lo suficientemente grande.

Era la misma bañera que Hinata había utilizado por la mañana. Ella desnuda. El también desnudo. Ambos en la misma bañera. De repente, empezó a abanicarse la cara con una mano.

—Puesto que aún despierto tu curiosidad, ¿te importaría enjabonarme la espalda, Hinata?

Ella se sobresaltó. ¿Acaso tenía él ojos en la parte posterior de su cabeza?

—¿Cómo dices? Estaba simplemente ordenando algunos objetos personales en la cómoda.

—Puedo verte.

Se alejó de la cómoda, se dirigió hacia la puerta que separaba las dos habitaciones y asomó la cabeza. Entonces vio que en la otra habitación había un espejo dispuesto de tal manera que era posible ver el reflejo del espejo que se encontraba en el dormitorio de ella.

En aquella ocasión se negó a ruborizarse y a decir cosas sin sentido. En cambio, entró valientemente en la habitación de Naruto, se dirigió a la bañera y se arrodilló detrás de él.

—El jabón, por favor —pidió con la voz entrecortada.

Naruto no se volvió para mirarla, simplemente le pasó la misma pastilla que ella se había visto obligada a utilizar por la mañana. Aquélla que olía a él. Hinata respiró hondo y empezó a enjabonarle la espalda. La textura de su piel era suave y caliente al tacto. Le gustaba tocarlo.

—¿Qué otra cosa despierta tu curiosidad, Hinata?

Le hablaba en susurros, penetrando todos sus sentidos y haciendo que el corazón le empezara a latir con violencia.

—¿Qué despierta mi curiosidad en general?

—Respecto a mi cuerpo —precisó él.

—Nada —mintió.

Naruto tenía los hombros inclinados y los brazos apoyados a ambos lados de la bañera. Hinata pensó que, si él tuviera algún pudor, debería haber puesto sus manos en un punto más estratégico, para cubrirse. Pero era obvio que Naruto no tenía pudor alguno.

—Mentirosa —articuló él en voz baja—. No sería muy normal que no fueras curiosa. No tengo ningún inconveniente en que explores cualquier parte de mi cuerpo que quieras conocer mejor.

No caería en esa trampa.

—Y seguramente de esa manera tendrías motivos para hacer lo mismo conmigo.

—No si no quieres que lo haga. Ya te dije que eras tú quien debía tomar las decisiones. Seguirá siendo así, hagas lo que hagas con mi cuerpo.

Hinata no le creía. Quería creerle, pues, en efecto, quería continuar con sus exploraciones.

—Eso no estaría bien...

Él se encogió de hombros, y sus músculos se tensaron bajo la piel húmeda.

—Estamos casados. Nada de lo que decidamos hacer juntos en estas habitaciones a partir de este momento estaría mal.

Casi había olvidado que era su esposa. Las cuestiones morales, al menos hasta cierto punto, ya no tenían mucha relevancia. Pero ella estaba tratando de evitar todo contacto físico con Naruto hasta que él estuviese dispuesto a darle algo más que eso.

—No creo que sea justo —expuso—. No estoy lista para... para consumar el matrimonio, y si te toco de manera íntima podrías pensar que sí lo estoy. Sería como... como...

—Provocarme —afirmó él—. Como un juego amoroso.

—¿Un juego amoroso? ¿Qué significa eso?

Ella le oyó reír quedamente.

—Ven, ponte frente a mí y te enseñaré.

¿Se atrevería a hacerlo? Entonces recordó que ya se había atrevido a hacer muchas cosas con él. Había osado salir con él del baile de los Katõ. Había osado dar un paseo en su carruaje que los había llevado a tener un contacto mucho más íntimo del que habían tenido después de aquella noche. Se había atrevido a casarse con él, y a prometerse a sí misma que lograría que él la amara algún día. Y cuando eso sucediera, la amaría con el corazón, y no solamente con su cuerpo.

—¿Me juras que puedo hacerte cualquier cosa que quiera y tú no querrás hacerme nada a tu vez?

—No —le respondió él—. Estoy seguro de que querré hacerte el amor. Quiero hacerte el amor en este mismo instante; pero sí, juro abstenerme de seguir los deseos de mi cuerpo hasta que tú estés preparada para ello. Tengo un excelente dominio de mí mismo. Si no fuese así, ya hace tiempo que serías mía. Habrías sido mía aquella primera noche en el baile de los Katõ.

Ese comentario fue como una bofetada para Hinata, pues era evidente que había sido hecho con la única intención de recordarle que en aquella ocasión ella había estado dispuesta a entregarse, y que fue él quien la rechazó. Pero entonces ni siquiera lo conocía, simplemente había querido utilizarlo para que la ayudara a huir de Toneri.

Y la había ayudado a escapar, después de todo. Pero ¿a qué había huido? ¿A un matrimonio sin amor? ¿A un matrimonio sin futuro, basado únicamente en la atracción física que sentían el uno por el otro? Por otra parte, la suficiencia que él mostraba al hablar de su dominio de sí mismo le crispaba los nervios. Hinata, por el contrario, perdía por completo el control cuando tenía que enfrentarse con los sentimientos que su esposo despertaba en ella.

Naruto le había dado un motivo para hacer exactamente lo que ella quería hacer y para poner a prueba su confianza en él. Hinata se puso de pie. Sus miradas se cruzaron, y aunque él intentó ocultarlo, ella pudo ver que le había sorprendido que ella hubiera aceptado el reto. Se arrodilló junto a la bañera sin apartar la mirada de él en ningún momento.

Hinata aún tenía el jabón en su mano. Alargó el brazo para frotar la pastilla contra su pecho, y se formó una espuma con la que empezó a hacer dibujos sobre su cuerpo. El vapor hizo que el pelo de la joven se enroscara alrededor de su cara, pero no pudo apartar la vista de su esposo el tiempo necesario como para recogérselo.

Las yemas de los dedos de Hinata rozaron sus pectorales, y oyó su brusca respiración, pero en ningún momento dejaron de mirarse. Ella quiso echarle un vistazo a su pecho, pero ya lo había visto antes. Sus músculos, sus pectorales redondos y de color cobrizo.

Su pecho era muy suave, salvo por la oscura senda de vello que empezaba debajo del esternón y se abría paso hacia la parte inferior de su cuerpo. Pasaba de largo por su estómago, que a ella le recordaba a una tabla, y llegaba al lugar en el que el vello adquiría un color más oscuro alrededor de su prominente miembro.

Ella no se había dado cuenta de que su mano había seguido sus pensamientos... había seguido la delgada senda de oscuro vello, hasta que vio los ojos de Naruto mirarla con mayor intensidad.

La mano de Hinata había desaparecido bajo la superficie del agua, y se encontraba justo sobre el agujero de su ombligo. ¿Se atrevería a tocarlo allí? Cayó en la cuenta de que eso era lo que quería. Quería sentir la textura y el peso de la parte de su cuerpo que lo definía como varón. Sus dedos se deslizaron hacia abajo y se cerraron en torno a él.

Naruto inspiró trémulamente y sus ojos empezaron a despedir rayos de luz. Sus dedos no pudieron cerrarse por completo en torno a él. Ella se maravilló con la suave piel que cubría aquella vara tan dura como el acero.

Su punta era más ancha que el resto, y la piel de esta parte tenía la textura del suave terciopelo. Hinata deslizó su mano hacia abajo, y luego de nuevo hacia arriba. El cuerpo de Naruto dio una sacudida involuntaria, pero aun así, no apartó su mirada de la de ella.

—¿Esto te duele? —le preguntó ella en voz muy baja, pues él apretaba con fuerza el músculo de la mandíbula, y su curiosidad ya no parecía hacerle mucha gracia.

—Me vuelve loco. Tú me vuelves loco. Sólo con verte, con olerte, me vuelvo loco.

Ningún hombre que la mirase tan fijamente a los ojos podría mentirle. Hinata se inclinó hacia él, acercándose tanto que sus alientos se mezclaron. De repente, él llevó su mano a la parte posterior de su cabeza, y la besó.

Allí, en medio del vapor y el calor que salían del agua, él saboreó su boca, metió su lengua en ella para provocar, danzar y saquear. Hinata no se dio cuenta de que la mano que estrechaba el sexo de Naruto seguía los movimientos de su golosa lengua. No se dio cuenta de que él alargaba la mano para desabrochar los botones del cuello de su vestido y abrirlo hasta la cintura, hasta que sintió la mano de él dentro de su canesú.

Su dolorido pecho se hinchó en la palma de la mano de Naruto. Su pezón se puso duro de deseo. Él lo frotó con su callosa palma, hasta formar un apretado ovillo de sensaciones. Luego, llevó su boca al cuello de ella, y abrió por su cuerpo un camino de besos ardientes y suaves mordiscos hasta llegar a su pecho. Entonces abrió de un tirón su vestido y le bajó la camisa interior para dejar al descubierto sus senos.

—¡Precioso! —le oyó decir antes de que su boca se cerrara con gula alrededor de su pezón.

Hinata arqueó su cuello hacia atrás, al tiempo que lo estrechaba contra ella con su mano. En aquel momento oyó el profundo gemido que él lanzó contra sus pechos. De repente, Naruto apretó la mano de ella bajo el agua, deteniendo así su movimiento sobre el húmedo miembro.

—¿Qué me estás haciendo? —preguntó, echándose hacia atrás para mirarla—. ¿Qué me has hecho ya?

Ella no entendió lo que él le estaba preguntando.

—No lo sé.

—Sabes lo suficiente. Sabes lo suficiente como para hacer flaquear mi control. Debes detenerte ahora mismo, Hinata. Detente antes de que me veas estallar bajo tu inocente exploración.

¿Estallar? ¿Qué querría decir Naruto? Ella lo deseaba. No sólo en sus pechos, ávidos de que él siguiera volcando su atención sobre ellos, sino también entre sus piernas. Había creído que al tener el control podría dominar también sus propias emociones.

Se había equivocado. Después de todo, aquello era una trampa. ¿Cómo podía haber sabido que al permitirle que lo acariciara, ella también terminaría deseando sus caricias?

Hinata apartó su mano del hinchado miembro de Naruto y se alejó de él a tropezones. Se salpicó el vestido de agua al cerrarlo de un tirón.

—Lo siento —susurró—. No... no puedo. —Fue todo lo que logró decir antes de levantarse con dificultad, correr a su cuarto y cerrar la puerta de un portazo.

Se apoyó contra la puerta, luchando contra la tentación de abrirla y volver a entrar en el dormitorio de Naruto a exigirle que «estallara», fuese lo que fuese que hubiera querido decir con esta palabra. En parte temía, en parte deseaba, que él intentara abrir la puerta, o que quizá pusiese todo su peso sobre ésta y la lanzara hasta el centro de la habitación.

Se había portado como una desvergonzada, independientemente de que él la hubiese incitado a hacer justamente eso. Independientemente de que ella fuera su esposa y, suponía, tuviese derecho a ser atrevida si decidía serlo. ¿Qué podía esperar? Sólo que Naruto entrara en su habitación como un vendaval y revelara lo peor de él... o quizá lo mejor.

Naruto resistió el impulso de irrumpir en la habitación de Hinata y terminar lo que habían empezado. En lugar de esto, se vistió y salió. Estuvo vigilando la cochera de Toneri, y cuando vio que éste se marchaba en su calesa, decidió seguirlo. Ya era de noche, muy tarde, y a Naruto no le sorprendió que Chapman se dirigiera a Covent Garden. Esta zona era conocida como un lugar de reunión de prostitutas.

Naruto se había enterado hacía ocho meses de que Bess O'Conner solía frecuentar la zona. Y sospechaba que la mujer que encontraron hacía pocos días en su caballeriza también era una prostituta callejera. Le sorprendía que Chapman no tuviera gustos más caros en lo que a compañía femenina se refería. Pero suponía que estas mujeres le servían mejor para su propósito, si bien era cierto que les pegaba, ya fuera antes o después de tener relaciones con ellas.

Delante de Naruto, la calesa redujo la velocidad cerca de una esquina en la que se encontraban cuatro mujeres. Una de ellas se separó del grupo y se acercó a Chapman con paso lento pero decidido. Su vestido dejaba ver gran parte de su pierna, como era habitual en la vestimenta de las mujeres de su profesión. Naruto cerró los ojos para poder concentrarse en lo que hablaban. Ese era uno de los curiosos dones que poseía, y en aquel momento le era de gran utilidad.

—¿Estás buscando compañía, cariño? —le preguntó la mujer a Toneri.

—Así es —le respondió Toneri—, pero no la tuya. Dile a la mujer de pelo negro y vestido rojo que se acerque. Está más delgada, y es más mi tipo de chica.

—Está muy flaca —observó ella—. Yo estoy más llenita, y atraigo más a los hombres que ese espantajo. Querrás una mujer de carnes abundantes para tener algo a lo que agarrarte, cariño.

—Coge esta moneda y haz lo que te ordeno —le soltó Toneri bruscamente—. Ve a decirle a la chica de pelo negro que se acerque. ¡Date prisa!

Se hizo un repentino silencio. Naruto abrió los ojos y, penetrando la oscuridad, siguió con la mirada a la mujer que había estado hablando con Chapman. La vio acercarse a otra prostituta, una morena delgada que llevaba un vestido de color rojo chillón. La morena se acercó a Toneri.

—Molly dice que estás interesado en mí. —La mujer miró por encima de su hombro y farfulló—. ¡Gorda arpía! Tengo una buhardilla...

—Nada de buhardillas. —Chapman interrumpió a la mujer—. Tengo un lugar a donde podemos ir.

La morena se llevó una mano a la cadera.

—¿Y cómo haré para regresar aquí? No pienso caminar por toda la ciudad...

—Yo me aseguraré de que alguien te traiga —afirmó Toneri—. ¡Sube ya!

La morena no vaciló. Dio la vuelta rodeando a la calesa y luego entró en el vehículo. Toneri había encontrado el lugar perfecto para ir a buscar mujeres que estaban dispuestas a acompañarlo sin rechistar, y que no tenían el suficiente sentido común como para saber que no debían hacerlo, pensó Naruto.

Suponía que muchas personas en Londres, incluyendo a las autoridades, pensaban que mujeres como aquella morena tentaban a la suerte y, por lo general, se llevaban su merecido por vender sus cuerpos en las calles. Esta manera de pensar le convenía a Toneri, si es que en realidad había asesinado a Bess O'Conner y a la mujer que hacía poco habían encontrado en la caballeriza de Naruto.

Toneri puso en marcha la calesa. Naruto lo siguió, manteniéndose lo suficientemente alejado del hombre, esperaba él, como para pasar desapercibido. No se dirigían a la residencia de Chapman.

De hecho, los barrios por los que pasaban eran cada vez peores. Si hubiese tenido los ojos clavados en la calesa que Toneri conducía y no estuviese tratando de seguirle el ritmo, posiblemente se habría dado cuenta del peligro que lo acechaba. Pero ya era demasiado tarde cuando los vio.

Cinco hombres salieron de las sombras y se abalanzaron sobre él. Su caballo se asustó, y mientras Naruto intentaba mantener a la bestia bajo control, un hombre logró agarrarlo de una pierna y bajarlo de un solo tirón del caballo. Naruto cayó pesadamente en la calle adoquinada, golpeándose la cabeza con las piedras.

—Busca su monedero —oyó decir a un hombre—. No tendría ningún sentido correr todo este riesgo, y encima no ganar algo de dinero adicional.

Unas manos hurgaron en los bolsillos de Naruto. Él permitió que ese manoseo continuara hasta que se le despejó la cabeza. Las figuras de los hombres que se erguían imponentes ante él aún eran algo borrosas debido al golpe que acababa de darse, pero alargó el brazo y agarró a uno de ellos por el cuello. Luego, le dio un puñetazo directamente en la nariz. La sangre empezó a manar a raudales, salpicando la ropa de Naruto.

El hombre retrocedió a trompicones.

—¡Maldición! ¡Me ha roto la nariz!

Algo en la sangre, probablemente su olor, enardeció a Naruto y le dio la fuerza suficiente para apartar de un empujón a los cuatro hombres y ponerse de pie. Había aprendido las técnicas del boxeo cuando apenas era un niño.

Pero eso no sería suficiente en aquella ocasión. No con aquellos hombres. Todos eran tipos fornidos y curtidos en la calle. Lo rodearon como una manada de lobos hambrientos.

—Atácalo por la espalda —le gritó un hombre a otro.

Naruto se volvió, lanzó una patada en dirección al que se encontraba detrás de él y le dio un fuerte golpe en la cabeza. El ladrón se cayó, y entonces Naruto se volvió hacia los hombres que estaban frente a él, levantó los puños y esperó.

—¿Veis cómo se mueve? —indicó un hombre a los demás—. Nunca había visto a un hombre moverse de esa manera.

—¡Atrapadlo! —gritó alguien, y dos hombres atacaron a Naruto por delante, mientras otro saltaba sobre su espalda e intentaba inmovilizar sus brazos.

Recibió un golpe en la mandíbula, pero con la cabeza le pegó violentamente en la cara al hombre que lo estaba sujetando por detrás. El otro dio un alarido de dolor y soltó a Naruto.

Libre de toda restricción, Naruto le dio un puñetazo en el estómago a uno de los hombres. El aire salió de los pulmones del agresor con un fuerte silbido. Cuando otro individuo quiso acercarse, él le puso una zancadilla para hacerlo caer.

La sangre de Naruto cantaba en sus venas, y cayó en la cuenta de que estaba peleando como nunca antes lo había hecho. Sus sentidos estaban tan alerta que se sentía como si pudiese adivinar las intenciones de aquellos hombres antes de que las llevaran a cabo.

Sabía que el hombre que estaba frente a él iba a atacarlo; pero no esperaba que se detuviese de improviso, ni que su rostro palideciera en medio de la oscuridad.

—¡Dios santo! ¡Mirad sus ojos! Nunca había visto unos ojos como ésos.

Naruto tampoco esperaba que, mientras él estaba centrando toda su atención en este ladrón y preguntándose por qué se habría asustado al ver sus ojos, el que se encontraba detrás arrojara algo con violencia contra su cabeza. El dolor hizo que cayera de rodillas. Las figuras de los hombres que lo rodeaban se hicieron borrosas. Poco después no vio más que tinieblas.


Continuará