Naruto Y Hinata en:

TU MI SALVACIÓN


13: Una Trampa


Hinata estaba intentando recogerse el pelo en un moño cuando vio las marcas. Se inclinó hacia el espejo. Luego, pasó su cabello por encima de uno de sus hombros para poder ver mejor su cuello. ¡Qué curioso!, pensó.

Dos marcas rojas destacaban en su pálida piel. Marcas de dientes, quizá, pero ella no creía que unos dientes normales pudiesen hacer aquellas dos hendiduras rojas. Parecían, más bien... bueno, pues, marcas de mordiscos. Marcas que unos colmillos caninos sí podrían hacer.

Recordó a Naruto besándola y mordisqueándola en el cuello el día anterior, mientras ella lo asistía en el baño sin pudor alguno. Ese recuerdo hizo que se sonrojara. Había esperado que Naruto entrara en su habitación a empujones y exigiese ejercer sus derechos en el lecho conyugal, pero no lo había hecho. En realidad, no había visto a su esposo desde el incidente que había tenido lugar entre ellos.

Dirigió la mirada hacia la puerta cerrada que comunicaba las dos habitaciones, o que las separaba, dependiendo de cómo quisiera mirarse. No había oído a Naruto moviéndose en su dormitorio. Se dirigió hacia la puerta y pegó la oreja a ésta para intentar oír algo. Nada. Llevó una mano al pomo y lo giró despacio para no hacer ruido. La puerta chirrió ligeramente cuando ella la abrió. Entró en el dormitorio. Su esposo no se encontraba allí.

Los restos del baño del día anterior habían desaparecido. La habitación estaba ordenada, y la cama hecha. Se sentó en la cama. Era allí donde Naruto dormía; donde, cuando decidiese que era el momento adecuado, y suponía que eso sería cuando pensara que Naruto sentía por ella algo más que atracción física, consumarían su matrimonio. Al recordar el cuerpo desnudo de Naruto, se abanicó la cara con la mano, pues de repente sintió mucho calor.

Esperaba que no fuese pecado pensar en un hombre y preguntarse qué se sentiría al abrazar su cuerpo desnudo. Luego recordó que ese hombre era su esposo. De modo que suponía que no era pecado pensar en él de esa forma.

Hinata se levantó de la cama y alisó una arruga que evidenciaba su presencia en aquella habitación. Recorrió el cuarto, deteniéndose para examinar el cepillo de Naruto, sus artículos de afeitado y algunos de sus objetos personales.

Se oyó un golpe suave en la puerta antes de que ésta se abriera, y luego Hawkins apareció en el umbral.

—Buenos días, lady Namikaze —saludó con fría formalidad. No parecía sorprendido de verla en el dormitorio de su señor. Echó un vistazo por encima del hombro de Hinata.

—Quería decirle a lord Namikaze que el desayuno está servido.

—No está aquí —informó Hinata—. ¿No se encuentra en la planta baja? El hombre frunció el ceño.

—No, milady. No lo he visto desde que salió de casa anoche. Hinata dirigió la mirada hacia la cama.

—¿Suele Naruto... lord Namikaze, hacerse su propia cama?

—Casi nunca —le respondió el hombre.

La insinuación se quedó en el aire. Naruto no había dormido en su cama la noche anterior. Hinata no sabía cómo reaccionar. No conocía a su marido lo suficiente para saber si aquél era su comportamiento habitual o si debía preocuparse por él. No obstante, se le pasó por la cabeza que, puesto que era su esposa, debería preocuparle el hecho de que él no hubiera pasado la noche en su habitación. Si no había dormido en su cama, ¿entonces en la de quién?

—¿Dice usted que el desayuno ya está servido? —preguntó, pues la situación se había vuelto bastante embarazosa.

—Sí, milady. ¿Bajará usted al comedor, o prefiere que le suba el desayuno?

—Bajare al comedor —decidió Hinata.

Siguió a Hawkins, sin importarle que no le hubiera dado tiempo a peinarse. Si se recogía el pelo, atraería la atención sobre las extrañas marcas que tenía en el cuello. Al entrar en el comedor se percató de que esperaba que Naruto apareciese de repente. Su asiento estaba vacío. Se sentó e intentó desayunar. Después de un rato, se dio cuenta de que estaba jugando con la comida, que no la estaba comiendo.

Hawkins pasó por delante del comedor dando grandes zancadas.

—Hawkins. —El mayordomo volvió sobre sus pasos. Arqueó una ceja—. ¿Ya ha vuelto lord Namikaze?

Hawkins apartó la mirada.

—No, lady Namikaze.

—Gracias —dijo, dejándolo ir. Estaba algo avergonzada de tener que preguntar dónde se encontraba su esposo apenas dos días después de casarse con él.

Hinata desistió de intentar tomarse el desayuno. Cuanto más tiempo pasaba sin tener noticias de Naruto, más se le revolvía el estómago. Sus pensamientos se centraron de repente en la casa vecina.

Esperaba que Toneri no fuera responsable de alguna manera de la desaparición de su esposo. Si Naruto no llegaba a casa pronto, quizá se armase de valor para ir a hablar con su hermanastro.

Inquieta, Hinata salió del comedor y subió de nuevo a su habitación. Cogió su costurero, esperando que el tiempo pasara más rápido mientras trabajaba en sus labores. No pudo concentrarse en lo que estaba haciendo y, por lo tanto, se equivocó en varias puntadas. Se oyó un golpe suave en la puerta.

—¿Sí?

Hawkins abrió la puerta, y ella contuvo la respiración, esperando que le dijera que Naruto finalmente había vuelto a casa. Sus palabras la sorprendieron.

—Una visita la está esperando en el salón, lady Namikaze. —Entró en la habitación y le dio una tarjeta de visita. El simple roce de una pluma habría hecho caer a Hinata.

—Bajare enseguida. —Y antes de que el sirviente saliera de la habitación, le indicó—: Si no es demasiada molestia, Hawkins, le agradecería que sirviera el te en el salón.

Él inclinó la cabeza y cerró la puerta de la habitación. Hinata le echó un vistazo a su reflejo en el espejo antes de bajar. Entró en el salón y vio a una figura envuelta en una capa frente al retrato familiar que colgaba sobre la enorme chimenea.

—¿Lady Ino?

La joven se volvió, quitándose la capucha de la capa, y sonrió a Hinata.

—No podía creer los rumores que corrían acerca de tu matrimonio con lord Namikaze. Quise cerciorarme por mí misma.

Hinata miró a su alrededor, buscando a la carabina de la joven dama y preguntándose por qué le habría permitido a lady Ino visitarla o, más exactamente, por qué le habría permitido visitarla en casa de Naruto Namikaze.

—Me he escapado —reveló la joven, como si hubiera leído sus pensamientos. Dio un paso adelante y cogió las manos de Hinata entre las suyas—. Debo ser franca y decirte que la sociedad te rechaza por haber tenido la osadía de casarte con Naruto Namikaze, y porque se dice que fuiste su amante antes de que se celebrara el matrimonio, pero yo aplaudo tu valentía.

» Sus preciosos ojos azules brillaron—. Sabía que había pasado mucho más entre lord Namikaze y tú la noche del baile de los Katõ de lo que tú me contaste. Y la manera como él te miraba desde el otro lado del salón en la velada de los LeGrande... —Se detuvo para suspirar de manera histriónica—. Había tal pasión en su mirada...

Hinata se habría reído de la actitud teatral de lady Ino, si no hubiera sentido de repente que estaba a punto de partírsele el corazón. Pasión, sí; amor, no. Hawkins entró en el salón con el juego de té. El hecho de que aquella casa en la que normalmente sólo habitaban hombres de repente hubiese sido invadida por mujeres, no cambiaba la expresión de aburrimiento de su rostro.

—¿Desea usted que yo sirva el té, lady Namikaze?

—No, yo lo serviré —propuso Hinata—. Gracias, Hawkins.

El hombre asintió con la cabeza y se retiró. Lady Ino se rio tontamente.

—Si enderezara un poco más la espalda, creo que se la rompería. —La hermosa rubia miró a su alrededor—. Tu esposo no se encuentra en casa, ¿verdad?

El recordar que Naruto había desaparecido hizo que el placer que le producía la visita de lady Ino se esfumara.

—No, en este momento no —le respondió Hinata. Luego, sirvió el té. El silencio se extendió por el salón. Finalmente, lady Ino se puso de pie de un salto y se dirigió a la chimenea, donde ardía un pequeño fuego.

—Debo confesarte que tengo otro motivo para venir a visitarte, además de querer consolidar nuestra amistad.

Desilusionada, Hinata suspiró. Había esperado poder contar con una amiga, pero sospechaba que lady Ino solamente quería enterarse de chismes interesantes para luego ir a contárselos al resto de su grupo social.

—¿Qué puedo hacer por ti, lady Ino? —le preguntó con un tono de voz frío. La joven evitó mirarla a la cara.

—Primero, quiero pedirte el favor de que me llames Ino. No hace falta que utilicemos títulos formales entre amigas. Luego, me gustaría que me hablaras de él — demandó, señalando el retrato de la familia Namikaze.

A Hinata le alegraba que Ino quisiese consolidar su amistad, pero también estaba un poco confundida.

—¿De lord Gaara? —preguntó.

Ino se volvió para mirar a Hinata. La joven tenía las mejillas rojas.

—Lo vi con tu marido en la ciudad. Es tan guapo que me quede sin respiración. No he podido dejar de pensar en él. Y esto no está bien, pues pienso en él incluso cuando estoy con lord Collingsworth, quien sé que tiene la intención de proponerme matrimonio.

El conflicto de la joven habría despertado la compasión de Hinata, si no hubiera un hombre en el que ella tampoco podía dejar de pensar: su esposo. ¿Dónde estaría Naruto?

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Naruto abrió los ojos lentamente. Tenía la cabeza a punto de estallar y estaba totalmente aturdido. Le costó recordar dónde se encontraba y cómo había llegado a su cama. No recordaba siquiera haber regresado a casa la noche anterior.

Por un momento, no pudo acordarse de nada de lo que había sucedido. Se volvió y vio a Hinata durmiendo a su lado. Estaba acostada de espaldas a el. Su pelo negro estaba completamente despeinado y enredado.

¿Qué estaba haciendo en su cama? Alargó el brazo para tocar su hombro desnudo e intentar despertarla.

—¿Hinata?

Ella no reaccionó, y entonces notó que su cuerpo estaba frío. Naruto se medio sentó en la cama. Se apoyó sobre Hinata para poder mirarla. Tenía los ojos abiertos y miraba fijamente hacia el infinito. Un hilito de sangre salía por una de las comisuras de su boca y bajaba por su barbilla. Un cardenal cubría toda su mandíbula inferior.

—¡Santo cielo!

Naruto se alejó rápidamente de aquel cuerpo. Aquella mujer no era Hinata. Aquella mujer estaba muerta. Escrutó con la mirada la desconocida habitación. Estaba vacía, salvo por el colchón que habían tirado en el suelo y donde, obviamente, había pasado la noche durmiendo... junto a una mujer muerta. Se levantó con dificultad. El martilleo de su cabeza se hizo más fuerte.

Miró de nuevo la habitación vacía, intentando recordar cómo había llegado allí, dondequiera que estuviese, y cómo aquella mujer había llegado también a aquel mismo lugar. Dirigió la mirada hacia su cuerpo sin vida. Estaba desnuda bajo la fina manta con la que alguien la había cubierto. Naruto respiró hondo y rodeó el colchón para inclinarse frente a la mujer.

Cerró sus ojos sin vida. De repente, recordó los acontecimientos de la noche anterior. Había seguido a Toneri a Covent Garden. Lo había visto marcharse con una prostituta... una morena, como aquella mujer.

Naruto llevó su mano a la parte posterior de su cabeza, donde sintió una protuberancia que le dolió al rozarla. Unos ladrones lo habían agredido. Palpó sus bolsillos en busca de su cartera. Había desaparecido.

Uno de los hombres le había pegado en la parte posterior de la cabeza con algo, probablemente con una piedra. Pero ¿cómo había ido a parar allí? ¿Por qué había ido a parar allí? Se oyó ruido fuera. Naruto se dirigió a una ventana mugrienta y miró hacia el exterior.

Se encontraba en el segundo piso de una casa que parecía estar abandonada. Abajo, en el jardín, había tres personas, un hombre y una joven pareja que se dirigían directos a la puerta de la casa. Naruto intentó abrir la ventana con cuidado, pero la mugre la había atascado por completo.

Cerró los ojos e intentó oír la conversación que tenía lugar debajo de él.

—La casa está en muy mal estado, pero claro está, precisamente por eso el alquiler es tan barato. Yo creo que a una joven pareja tan encantadora como vosotros puede irle muy bien aquí. Sólo tendréis que limpiar un poco y arreglar unas cuantas cosas, ¡y ya veréis qué lugar tan agradable y encantador puede ser éste!

—Pero el barrio no es muy agradable —comentó la mujer en voz baja—. Me gustaría vivir en una casa donde pueda irme a dormir sin tener miedo de que se metan unos ladrones y me corten el pescuezo.

—No es tan terrible, Emma —puntualizó el hombre más joven—. Tiene mucho más espacio que las demás casas que hemos visto por el mismo precio.

Naruto oyó el tintineo de unas llaves.

—¡Qué extraño! No está cerrada con llave —observó el hombre de mayor edad, riendo nerviosamente—. Seguramente olvidé cerrarla la última vez que enseñé la casa.

—¿Ves, Emma? —insistió el joven—. Ni siquiera está cerrada con llave, y no hay una sola ventana rota. El barrio no es tan malo.

Naruto comprendió que estaba en apuros. También entendió que alguien lo había puesto deliberadamente en aquella situación. Oyó los pasos de las tres personas recorriendo la planta baja. Sólo era cuestión de tiempo antes de que subieran a la habitación donde él se encontraba... y lo encontraran allí con una mujer muerta.

Intentó abrir la ventana de nuevo. El era un hombre excepcionalmente fuerte, pero no pudo mover la maldita cosa. Mirando por la ventana, vio que el techo debajo de él estaba completamente inclinado. Aunque lograra abrirla y subir al tejado, caería directamente al suelo.

—Hay dos dormitorios en el piso de arriba. Uno de ellos sería un estupendo cuarto para los niños.

Las tres personas empezaron a subir las escaleras. Si sólo había dos habitaciones, el pasillo no debía ser muy grande. No habría ningún lugar donde Naruto pudiera esconderse, y luego tratar de salir a hurtadillas una vez que el hombre mayor y la pareja hubieran entrado en una de las habitaciones.

No le gustaba en absoluto la idea de escabullirse, pero alguien lo había puesto en aquella situación para implicarlo en aquel nuevo asesinato. No podía permitir que lo encontraran allí.

No podía consentir que aquellas personas lo encontrasen. En esta ocasión no tenía ningún testigo que le ofreciera una coartada. Sería su palabra, en la que los inspectores no confiaban mucho, contra la irrefutable evidencia en su contra.

Intentó abrir la ventana una vez más, pero fue inútil.

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—¿Dónde está mi hermanastro?

Natsu se quedó muy sorprendida al ver a Hinata frente a la puerta.

—En su despacho, lady Namikaze, pero pensé que no quería usted venir aquí si él estaba en casa.

—Necesito hablar con él. —Hinata entró en la casa y se dirigió hacia la parte de atrás, donde Toneri tenía un pequeño despacho. Temía la situación de verlo de nuevo, y sobre todo estando sola, pero Naruto la tenía muy preocupada. Aún no había regresado a casa, y ya era muy tarde. Hawkins también parecía estar preocupado, aunque lo ocultaba muy bien.

Tenía la terrible sensación de que algo le había pasado a Naruto. Y no le faltaban motivos para sospechar que Toneri tenía algo que ver con la desaparición de su esposo.

La puerta del despacho estaba abierta. Toneri se encontraba en su escritorio examinando unos papeles. Hinata se irguió y entró.

—¿Qué le has hecho a mi marido? —preguntó. Toneri alzó la vista.

—Hinata —nombró—. Me alegra mucho verte de nuevo.

—¿Dónde está? —preguntó, sin dejarse engañar en lo más mínimo por la cordialidad de su hermanastro—. Sé que le has hecho algo.

Toneri se levantó de su asiento y se acercó a ella.

—No he visto a tu marido desde nuestro último encuentro, la mañana después de que huiste para casarte con ese bastardo. Y debo añadir que me dejaste en una situación muy embarazosa, Hinata. Pero a ti no te importan mis sentimientos, ¿verdad?

—No —espetó ella con franqueza—. Así como a ti tampoco te importan los míos. Naruto no vino a casa anoche, y creo que de alguna manera tú eres el responsable de su desaparición.

Toneri arqueó una ceja.

—¿Ya tienes problemas, Hinata? No tengo la menor idea de dónde se encuentra tu marido, y me importa un comino. Casi no conoces a ese hombre. A lo mejor tiene la costumbre de merodear por ahí. A lo mejor prefiere enredarse con mujeres más experimentadas que tú, Hinata.

» ¿No se te ha ocurrido pensar en eso antes de irrumpir en mi despacho para acusarme de haberle hecho algo? Aunque sí me gustaría habérselo hecho —añadió—, pues me ha quitado algo que me pertenece.

Hinata alzó la barbilla.

—Yo no te pertenezco, Toneri. Nunca te he pertenecido. —Comprendió que Toneri no iba a darle ninguna información con respecto a su marido. Había sido una tonta al pensar que quizá lo hiciese. Sin embargo, estaba tan preocupada por Naruto que no había podido pensar con claridad. Se volvió para marcharse del despacho, pero Toneri le bloqueó el paso.

—¿Tienes alguna idea de lo furioso que puedo llegar a ponerme contigo?

Desdichadamente sí la tenía. Sintió el enfado que él irradiaba, y vio la vena de su frente latiendo con fuerza.

—Déjame pasar. Ya no estoy bajo tu dominio. Tendrás que salir tú solo de los aprietos en que te encuentras, Toneri. Ya no puedes utilizarme para que te saque de apuros.

—¡No eres más que una puta! —masculló él.

Levantó la mano para pegarle. Hinata de inmediato se puso tensa para recibir el golpe, pero éste no llegó. Toneri miraba detrás de ella, con la mano lista para asestar el golpe y los ojos como platos.

—Si llegas a pegarle, eso será lo último que hagas en la vida, Toneri.

—¡Naruto! —Hinata dio media vuelta rápidamente: su esposo estaba allí, y ella sintió tal alivio que las piernas estuvieron a punto de fallarle. Naruto llevaba la ropa muy arrugada y tenía una herida en la sien, pero a Hinata nunca en su vida le había alegrado tanto ver a alguien—. Estaba muy preocupada por ti. Yo...

—Ve a casa, Hinata. —Naruto no apartó su dura mirada de Toneri ni por un segundo—. Ve a casa en este mismo instante.

Toneri se repuso de la sorpresa.

—No quiero que usted entre en esta casa, Namikaze. Lárguese de aquí.

—Y yo no quiero que maltrate usted a mi esposa —replicó él—. Nunca más. Si se atreve siquiera a respirar sobre su cuello, lo mataré.

El hermanastro de Hinata se dirigió a su escritorio y se sentó muy tranquilo, como si no hubiera sido amenazado de muerte.

—¿Durmió usted bien anoche, Namikaze? —preguntó.

Hinata no tenía ni idea de qué estaba hablando Toneri, pero pudo sentir la ira de Naruto.

—Usted mató a esa mujer —lo acusó. Su hermanastro se limitó a sonreír.

—Pruébelo.

—Lo haré —le aseguró Naruto—. Vamos, Hinata.

Naruto la cogió de la mano y la llevó fuera de aquel despacho. Varias preguntas le daban vueltas en la cabeza, pero esperó hasta que Natsu les abriese la puerta, salieron de aquella casa y se dirigieron hacia la propiedad vecina para poder hablar.

—¿Qué pasó, Naruto? ¿Adonde fuiste anoche? ¿De qué mujer estabas hablando?

—Ahora no —le respondió Naruto con la voz entrecortada—. Cuando lleguemos a casa.

Hinata no sentía que la casa de Naruto fuera su hogar, al menos aún no. Esperaba que algún día lo fuese. La terrible experiencia de vivir con Toneri había hecho que se diera cuenta de lo sola que estaba en la vida y de hasta qué punto necesitaba querer y ser querida de nuevo.

Sabía en el fondo que ésa era la razón por la que había aceptado tan fácilmente acompañar a Toneri a ver a su madrastra. La duquesa era la única persona que le quedaba en el mundo que podría sentir un afecto sincero por ella.

Hawkins les abrió la puerta cuando llegaron a la casa. Aunque intentó aparentar indiferencia al ver regresar a su patrón, Hinata se dio cuenta de que se sentía enormemente aliviado.

—Necesito una jofaina de agua para lavarme —le pidió Naruto al hombre—.Llévala a mis aposentos.

—Enseguida, señor —le respondió Hawkins.

Hinata siguió a Naruto al piso de arriba. Apenas entraron en el dormitorio, él cerró la puerta y la miró enfurecido.

—¿Acaso no te dije que no fueras a la casa vecina sin mí, o al menos sin tener la plena certeza de que Chapman no se encuentre allí?

Su ira la dejó atónita.

—Bueno, sí... Pero estaba preocupada por ti. Pensé que Toneri...

—No me interesa conocer los motivos que tuviste para ir allí —la interrumpió él—. Te pusiste en peligro, Hinata. Fue una insensatez por tu parte.

La preocupación que se había adueñado de ella a lo largo de la mañana y el hecho de que Toneri hubiese estado a punto de agredirla habían dejado las emociones de Hinata a flor de piel. Las lágrimas asomaron en sus ojos.

—Perdóname por preocuparme por lo que te sucede. —Se dirigió a la puerta que unía las dos habitaciones, la cruzó y la cerró de un portazo.

Naruto abrió la puerta un segundo después y entró en el dormitorio de ella como un vendaval.

—No puedo perdonarte. Si no hubiera ido a hacerle frente a Chapman apenas regresé a casa, él te habría pegado, Hinata. Ha podido incluso hacerte algo peor. ¿No te das cuenta de que no se trata solamente de un bravucón, que ese hombre es un asesino?

El corazón de Hinata golpeaba con fuerza contra su pecho.

—¿Cómo lo sabes? Es decir, ¿cómo lo sabes con tanta certeza? ¿Qué pasó anoche?

—¿Milord? —llamó Hawkins desde la habitación contigua—. Le he traído la jofaina. ¿Quiere usted que le asista?

Sin responderle, Naruto salió de la habitación de Hinata y regresó a la suya. Hinata lo siguió, pero se detuvo en la puerta al ver que Naruto se quitaba el abrigo arrugado y la camisa manchada.

Dio un grito ahogado al darse cuenta de que tenía varías heridas llenas de sangre en el cuello y las manos. ¿Qué le había pasado? No soportaba no saber, pero Hawkins había mojado un paño en la jofaina y parecía disponerse a curar las heridas de Naruto.

Dudaba que él le fuera a contar lo que había sucedido en presencia de Hawkins. Decidió entonces hacerse cargo de aquella tarea. Se acercó al mayordomo.

—Permítame ocuparme de mi esposo, por favor —le dijo al hombre. Hawkins le dirigió una mirada inquisitiva a Naruto.

—No hay ningún problema, Hawkins —afirmó Naruto—. Hinata puede limpiarme.

—Muy bien, señor.

Tan pronto como Hawkins le dio a Hinata el paño húmedo y salió de la habitación, ella se volvió hacia Naruto.

—¿Cómo te hiciste esas heridas? ¿Dónde estuviste anoche? ¿Cómo sabes que Toneri es un asesino de mujeres?

Naruto aún estaba intentando dominar sus emociones. Por lo general, eso no le resultaba difícil, pero nunca había tenido que enfrentarse a desafíos semejantes a los que se le habían presentado desde que Hinata llegó a su vida.

Comprendió que para un hombre es fácil mantener el dominio de sí mismo cuando todo le es indiferente. Pero de repente las cosas habían empezado a importarle.

—Me vi obligado a lanzarme a través del cristal de una ventana desde un segundo piso, y luego tuve que saltar al suelo.

Hinata lo miró sorprendida.

—Es increíble que no te hayas matado, o al menos que no hayas quedado gravemente herido.

Esto también le inquietaba a Naruto. No había tenido más remedio que lanzarse a través de una ventana que la mugre acumulada a lo largo de los años había cerrado herméticamente. Luego, rodó por el tejado y cayó en el suelo con las rodillas dobladas. Sorprendentemente, no se rompió nada.

El salto fue completamente natural, pero la caída fue... antinatural. Al darse cuenta de que Hinata estaba esperando que le contara con mayor detalle los acontecimientos de la noche anterior y que ella tenía que ponerse de puntillas para alcanzar las heridas de su cuello, la llevó a la cama para que ambos pudieran sentarse.

—¿Por qué te viste obligado a arrojarte a través de una ventana, Naruto? Dime qué pasó, por favor.

El antiséptico que Hinata le estaba aplicando hizo que le escocieran las heridas. Los recuerdos de todo lo ocurrido la noche anterior se agolparon en su cabeza; así como los de aquella mañana, cuando se despertó en un lugar desconocido junto a una mujer muerta. ¿Por dónde empezar? Empezó por el principio. Pero poco después se preguntó cuánto debía contarle a Hinata.

¿Le contaría acaso que pensaba que Toneri había utilizado a una mujer que se parecía a ella como una especie de metáfora retorcida? ¿Le diría que pensaba que su hermanastro planeaba matarla e implicarlo a él en el asesinato, tal y como había hecho con la prostituta? ¿O estaría acaso equivocado? Chapman había planeado que lo descubrieran junto al cadáver de la mujer aquella mañana.

—¡Dios santo! —susurró Hinata—. Apenas puedo creer que... Es decir, ha podido perfectamente matarte a ti también, Naruto. Estabas inconsciente. ¿Por qué no lo hizo?

Naruto de repente cayó en la cuenta de algo que antes no se le había pasado por la mente.

—Fue una trampa —concluyó—. Sabía que yo iba a seguirlo. Contrató a los hombres que me robaron. Recuerdo ahora que uno de ellos dijo que me robarían para ganar algo de dinero adicional.

Se tocó el chichón que tenía en la parte posterior de la cabeza, quizá simplemente con la intención de asegurarse de que iba por buen camino. Tenía otra sospecha.

—Esto se ha convertido en un juego para él. Ha convertido el asesinato en un juego...

Hinata se estremeció, y él pudo ver el terror en sus ojos grisaceos intenso. Se había enfadado tanto con ella por ir a casa de Toneri, poniendo en peligro su vida, que no se había detenido a pensar en cuánto valor había tenido al ir allí. Se había tenido que enfrentar a un hombre al que le tenía pánico. Y lo había hecho por él.

Su mirada se posó en las preciosas facciones del rostro de su esposa. Habría podido ser la mujer que encontró junto a él aquella mañana. Muerta. Extendió la mano para tocar sus labios, recorrer sus líneas, acariciar su mejilla.

Quería sentir el calor bajo su piel para comprobar que estaba viva. Acarició su largo pelo y lo apartó de su cara, pasándolo sobre uno de sus hombros. Fue entonces cuando vio la marca.

—¿Qué tienes en el cuello?

Hinata se llevó una mano hacia la marca y la frotó por un momento.

—No estoy segura. Parece una mordedura.

Naruto apartó la mano de ella para mirar detenidamente.

—¿Una mordedura de qué?

No le respondió y, cuando él dio un paso atrás para mirarla, sus mejillas se sonrosaron.

—Creo que tuya.


Continuará