Naruto Y Hinata en:
TU MI SALVACIÓN
15: ¿Enamorada?
El corazón le golpeaba con fuerza en el pecho mientras Naruto la llevaba en brazos al piso de arriba. Sin duda, entonces sí la poseería, quisiese ella consumar definitivamente su matrimonio o no. Lo había provocado demasiado, le había permitido que se tomase demasiadas libertades, que la engañase, y ahora sentía unas inmensas ganas de llorar.
Naruto le había hecho darse cuenta de lo maravilloso que era el amor cuando un hombre y una mujer sabían dar y recibir. Pero ¿sería mucho más maravilloso si el hombre y la mujer se amaban? Quizá nunca llegase a saberlo. Las puertas de las dos habitaciones estaban abiertas. Era evidente que Hawkins había entrado en los aposentos para encender los fuegos de las chimeneas y doblar las mantas de las camas.
Naruto llevó a Hinata a su cama, no a la de él. La acostó con cuidado, y luego se inclinó para darle un beso. La joven casi no pudo responderle, pues se preguntaba en qué momento él se quitaría la ropa y se abalanzaría sobre ella.
—Buenas noches, esposa —se despidió él, dirigiéndose a su habitación. Hinata se incorporó en la cama apoyándose sobre un codo.
—¿Buenas noches? ¿Piensas dejarme sola? Él se volvió, arqueando una ceja.
—¿Quieres que me quede?
—Bu... bueno... no —tartamudeó—. Quiero decir... sí. Bueno... no sé. La boca de él esbozó una sensual sonrisa.
—Cuando lo sepas, dímelo. Estaré en la habitación contigua.
Cerró la puerta al salir. Hinata se quedó mirándola fijamente durante largo rato. Luego, la sangre empezó a hervirle. Estaba tentada de entrar violentamente en la habitación de Naruto y exigirle que le hiciera el amor, que consumara su matrimonio, sin importar que ella no estuviese preparada mentalmente para dar este paso.
Ya estaba a punto de bajar de la cama cuando pensó que quizá todo fuera una treta. Naruto le había dicho que no jugaría limpio, y, en efecto, no lo estaba haciendo. En lugar de abalanzarse sobre ella, se había marchado. Quizá se había imaginado que reaccionaría precisamente de esa manera si la rechazaba.
—Listo —le expresó a la puerta cerrada—. Pero no lo bastante listo.
Volvió a meterse en la cama, sintiéndose muy orgullosa de no haber caído en su trampa. Después de un momento se dio cuenta de que estaba vestida y tendría que levantarse para ponerse la ropa de dormir. Podía hacerlo, se animó mentalmente.
Podía hacerlo sin sentir la tentación de abrir la puerta que separaba sus habitaciones. Después de unos minutos de tratar de convencerse a sí misma, se bajó de la cama. Se dirigió directamente a la puerta y la abrió. Naruto, que se encontraba inclinado sobre el lavabo, se volvió. Se había quitado la camisa, y unas gotas de agua corrían por su pecho. Cogió la toalla que tenía alrededor del cuello y se secó la cara.
—¿Necesitas algo?
Sus ojos recorrieron la dorada piel de Naruto. Tragó saliva.
—Olvidé darte las buenas noches. Buenas noches... esposo.
Cerró la puerta. Enseguida se apoyó contra ella, diciéndose mil veces que era una tonta. Él no parecía estar al acecho. No parecía estar esperando su visita tras haberla rechazado. Quizá sí fuese verdad que podía controlarse. De repente, sintió que el pomo de la puerta empezaba a girar lentamente. Contuvo la respiración. El movimiento del pomo se detuvo. Hinata le oyó maldecir en voz baja al otro lado.
Naruto no estaba de buen humor. Había dormido muy poco la noche anterior, y el martilleo que sentía en la cabeza no hacía más que empeorar su mal genio. Hinata lo estaba volviendo loco. La deseaba más de lo que nunca había deseado a nadie en el mundo. No podía olvidar sus débiles gemidos de placer cuando él alivió el hormigueo de su cuerpo, y hasta llegó a arrepentirse de haberle dado la posibilidad de ser ella la que decidiera cuándo dormirían juntos.
La noche anterior había estado tan desesperado por poseerla, que estuvo a punto de destruir la poca confianza que Hinata tenía en él. Casi se deja vencer por la tentación, sin importarle la promesa que le había hecho.
Puesto que no podía ser honesto con ella en cuanto a sus sentimientos, y no podía amarla como merecía, decidió que una relación física sería suficiente. Pero incluso eso le había sido negado. Y todo por aquellas malditas palabras que él mismo había pronunciado y que dejaban en manos de su esposa la potestad de elegir cuándo consumarían el matrimonio.
Naruto entró en el despacho de un agente inmobiliario. Era el quinto establecimiento de este tipo al que iba aquel día. Antes había ido a ver a su abogado para asegurarse de que, si algo llegara a sucederle, Hinata no tuviera ningún problema económico.
Lo recibió un hombre delgado, que tenía las gafas puestas en la punta de la nariz y que llevaba un enorme llavero colgado de su cinturón.
—Buenas tardes, señor. ¿En qué puedo ayudarle?
Naruto reconoció aquella voz. Era el mismo hombre que le había enseñado a la joven pareja la casa en la que había sido encerrado el día anterior.
—Estoy interesado en comprar varios inmuebles —anunció Naruto—. ¿Qué tiene usted disponible?
Los ojos del hombre despidieron un brillo de codicia detrás de las gafas.
—Siéntese, por favor, señor. —Señaló una silla que se encontraba frente a un escritorio que debía haber conocido días mejores. Naruto se sentó. El hombre se dirigió de prisa al escritorio, abrió un cajón y sacó un libro de gran tamaño.
—Como puede usted ver, tenemos varios inmuebles en venta —le indicó, señalándole la lista—. Simplemente es cuestión de saber qué le interesa. El barrio, el precio que está dispuesto a pagar por la propiedad... esa clase de cosas.
Naruto sabía bastante bien dónde había estado la noche anterior. Como había tenido que huir precipitadamente, no había tenido tiempo de mirar qué calle era exactamente; pero conocía el barrio, pues había tenido que recorrer varias calles hasta llegar a una zona en la que pudo encontrar un simón que lo llevara a casa. No tenía ni la menor idea de qué le había pasado a su caballo, pero suponía que estaba en poder de los hombres que lo habían agredido.
—Quisiera algo en el East End —precisó—. No quiero pagar mucho dinero, pero el alquiler que pueda cobrar debe hacer que el inmueble sea rentable.
—Desde luego. —El hombre empezó a mirar en su lista—. Tengo varios inmuebles en la zona que a usted le interesa —informó—. Los obreros de las fábricas u otras personas por el estilo son quienes generalmente alquilan esas casas. Algunas de ellas están en muy mal estado —añadió, frunciendo el ceño.
—¿Hay algún inmueble cuyo precio de venta haya bajado en estos últimos días? —preguntó él con indiferencia.
Naruto estaba casi seguro de que la joven pareja había salido gritando de aquella casa. Alguien habría llamado a las autoridades, y no habría tardado en correr el rumor por todo el barrio de que allí habían encontrado a una mujer muerta. Lo cual no resultaba nada conveniente para el propietario del inmueble.
El hombre se apartó un mechón de pelo de la frente. La mano le temblaba de manera visible.
—De hecho, tengo una propiedad de la que el vendedor quiere deshacerse lo antes posible, y acaba de bajarle el precio esta mañana. Un desafortunado incidente tuvo lugar allí ayer.
Naruto arqueó una ceja para incitar al hombre a seguir hablando.
—Un asesinato —musitó en voz baja—. Encontraron a una prostituta muerta allí dentro. Yo estaba enseñando la casa a unos posibles arrendatarios. La joven pareja se quedó sumamente consternada al ver el cadáver. El asesino escapó por una ventana del piso de arriba. —El hombre se estremeció—. ¡Imagínese! ¡Yo estuve en esa casa al mismo tiempo que él!
—¿Vio usted al hombre? —preguntó Naruto.
—No —le respondió el agente—. Me quedé demasiado horrorizado con lo que estaba sucediendo, y no se me ocurrió correr a la ventana para tratar de verlo mientras huía. La pobre mujer a la que le estaba enseñando la casa se desplomó totalmente inconsciente.
—¡Qué pena! —exclamó Naruto con compasión—. ¿Ha habido algún otro comprador que haya mostrado interés en esa casa?
El hombre negó con la cabeza.
—Ha habido una o dos personas que han solicitado información, pero nada serio. De hecho, tenía una cita para enseñar la casa hoy. Se la habría enseñado ayer a la persona interesada, pero le dije que tenía unos arrendatarios que querían ver el inmueble y que él podría ir después de que ellos lo hubieran visitado, u hoy. Mi cliente no acudió a la cita. Supuse que ya se había enterado del funesto incidente que tuvo lugar en la casa y ya no le interesaba comprarla.
Naruto comprendió cuan fácil había sido para Toneri elegir una casa, pedir información sobre la misma y averiguar cuándo iría alguien a verla. Ahora venía la parte más delicada.
—¿La persona interesada en comprar la casa era un hombre llamado Toneri Chapman Õtsutsuki?
El hombre no dio ninguna señal de reconocer aquel nombre antes de ruborizarse.
—Yo no puedo revelar esa información —afirmó—. Tengo varios clientes que suelen comprar y vender propiedades, y todos mis negocios con ellos se mantienen en secreto.
—Desde luego —dijo Naruto con un tono seco—. Se trata de un vecino mío, y sé que hace esa clase de negocios. No quería verme en la incómoda situación de hacer ofertas por la misma casa que él, dado que somos vecinos —le explicó.
—Entonces, ¿está usted interesado en comprar la casa? —Los ojos del hombre volvieron a brillar de ambición.
—Tal vez —vaciló Naruto, levantándose—. Voy a pensarlo, y cuando haya tomado una decisión, regresaré para hablar de nuevo con usted.
—¿Y usted es el señor... ?
Naruto no le respondió. Salió del despacho de aquel hombre y se dirigió con paso lento a su carruaje. Había llevado a Hinata al té de la duquesa viuda de Sarutobi hacía ya una hora. Se había puesto muy nerviosa.
No había hecho más que toquetear su vestido y decir que estaba pasado de moda y que esperaba que nadie lo notase. Iría a una tienda en Bond Street y pediría una costurera para Hinata antes de ir a buscarla a casa de la duquesa.
Naruto no había hecho este tipo de cosas antes, pero no toleraría que su mujer se sintiera avergonzada en público porque su guardarropa estaba pasado de moda. Ella estaba ahora bajo su responsabilidad, y si no podía darle su corazón, al menos le daría todo lo que pudiera. Se preguntó de repente cómo le estaría yendo en la primera reunión social a la que asistía en calidad de su esposa.
El té era un completo desastre. Hinata deseó haber rechazado la invitación de la duquesa. Ahora entendía cómo se sentía Naruto cada vez que decidía ir a una reunión social. Las mujeres cuchicheaban llevándose las manos a la boca, al tiempo que le lanzaban miradas maliciosas. Se sentó sola en un rincón del enorme salón de la duquesa, bebiendo el té a sorbos y deseando que Naruto fuese a buscarla.
Aunque despreciaba a Toneri, debía reconocer que su hermanastro tenía razón. Su guardarropa estaba terriblemente pasado de moda, y ella se sentía como una lechera en medio de la realeza. Ino le había lanzado un par de miradas suplicantes.
Le suplicaba que la perdonara por no tener el valor de reconocer su amistad abiertamente, y menos en presencia de su madre. Hinata trataba de entender su situación y ser compresiva, pero le resultaba muy difícil para ella cuando las mujeres que se encontraban en la reunión la trataban como a una indeseable.
—¿Cómo está Naruto? —La duquesa viuda de Sarutobi se acercó a Hinata y se sentó junto a ella—. Yo sabía que se había quedado locamente enamorado de ti desde la primera vez que te vio en el baile de los Katõ. Nunca había visto que se esforzara tanto por encontrar las palabras adecuadas. Le dije que vosotros dos haríais una buena pareja.
Llena de curiosidad, Hinata le preguntó:
—¿Y qué contestó él?
La mujer frunció el ceño.
—Recuerdo que dijo alguna vulgaridad. Le encanta hacer que me ruborice, y con mis años, ése es un verdadero logro.
Hinata podía imaginar qué clase de respuesta indecente le había dado Naruto a la duquesa.
—¿Cómo se hicieron amigos Naruto y usted? —quiso saber ella—. Es una amistad bastante curiosa.
—Yo era una muy buena amiga de su madre. Y su padre también me agradaba mucho. Ambos eran muy guapos, como puedes imaginar por el resultado de aquella unión. Cuatro hijos, y todos endemoniadamente apuestos. Es una pena que las cosas terminaran tan mal.
Hinata sabía que estaba siendo descortés al monopolizar el tiempo de la duquesa, especialmente porque la dama era la anfitriona, pero tenía muchas preguntas que hacerle acerca de Naruto y su familia. Y aún no se sentía lo suficientemente a gusto con Naruto como para hacerle estas preguntas a él.
—¿Su madre realmente estaba loca? La duquesa suspiró.
—Estaba completamente loca al final de sus días. Sin embargo, en mi opinión, fue el dolor lo que le hizo perder la razón. No creo que ninguno de los padres de Naruto estuviese loco por naturaleza, ni a causa de algún defecto heredado. Simplemente no eran lo bastante fuertes para capear la tormenta que se desató, y ésta terminó destruyéndolos.
Fascinada, Hinata se inclinó hacia la duquesa.
—¿Qué clase de dificultades tuvieron?
¿Qué podría llevar a un hombre a quitarse la vida y a su pobre esposa a la locura?
—Es mejor que esa historia te la cuente Naruto, querida —declaró la duquesa—. ¡Ah! ¡Se me había olvidado! Lady Ino me pidió que te dijera que te esperaba en la habitación de huéspedes de arriba. Parece que le dijo a su madre que necesitaba refrescarse.
» La mujer frunció el ceño—. A Ino Yamanaka le hace falta algo de temple. Tiene el potencial para convertirse en una mujer perturbadora y, por consiguiente, interesante, pero no tiene el valor de hacerlo. Es una pena.
—No he debido mantenerla alejada de sus demás invitados durante tanto tiempo —se disculpó Hinata. Dejó su taza a un lado y se levantó—. Iré a buscar a lady Ino.
—Tú eres la única invitada que me interesa hoy —le confesó la viuda—. Quería asegurarme de que Naruto estuviera bien y, desde luego, mostrarle a la sociedad que te acojo con los brazos abiertos, igual que a él, aunque a nadie le guste.
—Le estoy muy agradecida —aseguró Hinata—. Es usted todo un hallazgo en medio de esta sociedad mezquina. Le agradezco la devoción que ha demostrado por Naruto. Él no merece el trato que se le ha dado. Es un hombre honorable, y una buena persona, aunque no creo que él lo sepa.
La duquesa le sonrió.
—Lo amas —observó en voz baja—. Puedo verlo en tus preciosos ojos cuando hablas de él. Se merece que lo amen, pero me temo que, igual que su padre, quizá no se dé cuenta de que el amor verdadero es incondicional. A lo mejor tú puedes ayudarlo a entender eso.
Las palabras de la duquesa la pusieron tan nerviosa, que no pudo darle una respuesta. ¿Amaba a Naruto? ¿Podía haberse enamorado en tan poco tiempo? ¿Qué mensaje oculto habría tratado de darle la viuda? Hinata farfulló unas palabras de despedida y salió del salón. Tan pronto como llegó al piso de arriba, Ino asomó la cabeza por la puerta de la primera habitación y le hizo señas frenéticamente para que se acercara.
Hinata entró en la habitación de huéspedes. Ino cerró la puerta enseguida.
—Dime, por favor, que no me odias —le rogó a su amiga—. Mi madre me prohibió incluso que te saludara hoy. Intenté hacerle frente, y le dije que tú eras mi amiga. Ella me dijo que el hecho de ser tu amiga arruinaba las posibilidades que tenía de casarme con lord Collingsworth. Me vi obligada a obedecer sus órdenes.
¿Qué otra cosa podía hacer?
Hinata no estaba de humor para ocuparse de otro de los dilemas de Ino. Sospechaba que a esa chica el drama le daba alas. Pero su propia educación no le permitía crucificar a Ino por el simple hecho de haber nacido en la alta sociedad. Había ciertas normas que seguir. Y si su padre o su madre aún estuviesen vivos, también ella se vería obligada a obedecer dichas reglas.
—Te perdono —le confirmó a Ino—. No debes indisponerte con tu familia a causa de nuestra amistad, Ino. Nunca sabes lo importantes que son para ti ni cuánto los amas hasta el día en que los pierdes.
Los grandes ojos azules de Ino se llenaron de lágrimas.
—Tienes un corazón muy grande, Hinata, y también eres muy valiente. No merezco que seas mi amiga.
Aquel encuentro se había vuelto demasiado emotivo, y Hinata aún no se había recuperado de la impresión que le había causado la posibilidad de estar enamorada de su esposo.
—Claro que seguiremos siendo amigas. —Cogió la mano de Ino entre las suyas y la apretó—. Aunque tengas que salir de tu casa a hurtadillas para ir a verme.
—Me siento malvada cuando hago eso. —La chispa de picardía había vuelto a los ojos de la joven—. De hecho, me gusta sentirme malvada. —Se dirigió al espejo y fingió arreglarse sus perfectos rizos rubios—. ¿Gaara Namikaze aún se aloja con vosotros? —preguntó con indiferencia.
Hinata sonrió. Ino era una pésima actriz.
—No. Me temo que ya ha regresado a la finca. ¿Sabías que la finca de Colligsworth linda con Konohagakure, la finca de los Namikaze?
Ino se volvió.
—No, no lo sabía. Robert nunca me lo había mencionado.
—Si te casas con lord Collingsworth, serás la vecina de lord Gaara Namikaze. ¿No te parecería encantador?
Ino puso cara de pocos amigos.
—Estás siendo sarcástica. Y al parecer sí me voy a casar con lord Collingsworth. Justamente anoche pidió mi mano. Mis padres están felices.
Hinata intuía que los padres estaban más emocionados con la propuesta que Ino.
—¿No lo amas?
—Casi no lo conozco. A pesar de ser un hombre joven, es demasiado estirado. No ha intentado besarme ni una sola vez. ¿Acaso no soy atractiva, Hinata? ¿No soy guapa?
—Desde luego que eres guapa —le aseguró Hinata—. Es obvio que lord Collingsworth es un caballero en todo el sentido de la palabra... Debe sentir un gran respeto por ti para no haber intentado propasarse nunca.
Ino frunció el ceño.
—¿Respeto? ¡Qué palabra tan gélida! —Sus ojos de repente empezaron a bailar con picardía—. Imagino que Gaara Namikaze no es tan caballeroso. Imagino que besaría a una mujer si quisiera hacerlo y le importaría un bledo que eso pudiera parecer indecoroso.
¿Debería advertirle a Ino que a Gaara Namikaze le interesaba más ocuparse de la finca que besar a las chicas? Al menos eso era lo que Naruto le había insinuado. Quizá no, decidió Hinata. Lo mejor sería dejar que Ino siguiera teniendo aquellos oscuros sueños con Gaara Namikaze y se casara con el hombre que sus padres habían elegido para ella. Su vida sería mucho menos complicada que la de Hinata si seguía las normas.
Se oyó un golpe suave en la puerta.
—Hinata, querida, Naruto ha llegado y se encuentra fuera caminando de un lado a otro de mi césped mientras te espera. Mis invitadas de repente han sentido la imperiosa necesidad de tomar el sol que entra a raudales por las ventanas abiertas. El hombre distrae la atención de todas ellas. Pensé que quizá querrías marcharte ya.
Hinata se dirigió a la puerta y, al abrirla, le sonrió afectuosamente a la viuda.
—Muchas gracias por haberme invitado hoy. Espero que lleguemos a tener una amistad tan buena como la que usted tiene con mi marido.
—Por favor, ven a visitarme cuando quieras —invitó la mujer—. Siempre eres bienvenida en esta casa.
—Y usted en la mía —le respondió Hinata, sintiéndose algo extraña al decir estas palabras. La duquesa dio media vuelta y bajó las escaleras de nuevo. Hinata se volvió hacia Ino—. ¿Irás a visitarme pronto?
—Te lo prometo. Te mandaré una nota para avisarte antes de ir.
—La estaré esperando —aceptó Hinata.
Luego, salió de la habitación y bajó las escaleras. Pasó por delante del salón, donde las mujeres seguían cuchicheando, reunidas sospechosamente cerca de las ventanas que ofrecían la mejor vista de la extensión de césped que se encontraba frente a la entrada principal, y salió por la puerta que el mayordomo de la viuda le había abierto.
La rubia cabeza de Naruto brillaba bajo el sol mientras caminaba de un lado a otro. Parecía estar sumido en sus reflexiones, y Hinata se preguntó de qué asuntos se habría ocupado mientras ella tomaba el té con la duquesa viuda de Sarutobi.
Naruto alzó la vista, como si hubiese sentido la presencia de su esposa antes de que estuviese cerca de él. La duquesa tenía razón. El lograba distraer la atención de cualquier mujer. Le sonrió de una manera inconscientemente sensual.
Todo en él era sensual. Imaginaba que las damas que se habían reunido frente a las ventanas estarían abriendo sus abanicos de un golpe y creando una fuerte corriente de aire en el salón de la duquesa. Sintiendo que la maldad también se adueñaba de ella a causa de la hipocresía de aquellas mujeres, Hinata se puso de puntillas y besó a Naruto en plena boca.
Los ojos de su esposo se llenaron de pasión cuando ella se alejó y pudo mirarla.
—¿Ya te he dicho hoy que te deseo? —le preguntó.
Entonces fue Hinata quien necesitó un abanico.
—Vamos a casa —sugirió. Y por primera vez estas palabras no le sonaron extrañas.
El la cogió del brazo y la llevó al carruaje. Un hermoso par de caballos zainos tiraban de éste. Sus pelajes brillaban con luz trémula bajo el sol.
«Deberíamos montar a caballo uno de estos días», quiso sugerir ella. En cambio, preguntó:
—¿Mi potranca tiene nombre?
—Gaara la llama Sahara por su gloriosa herencia —le respondió él—. Si quieres, cuando lleguemos a casa podemos salir a pasear a caballo por Hyde Park. Rotten Row es un sendero muy agradable.
Se emocionaba sólo de pensarlo. Hacía ya varios meses que no montaba a caballo.
—Hyûga Manor tiene una buena caballeriza —le aseguró—. Es una finca preciosa. ¿Sabes que las utilidades de la heredad serán tuyas ahora y que...? Bueno, supongo que también la finca si no tenemos hijos. Deberías hablar con los abogados de mi madrastra.
—Lo haré —asintió él. Luego ayudó a Hinata a subir al carruaje. Una vez dentro, Naruto se sentó junto a ella—. ¿Qué tal la reunión?
Aunque hizo esta pregunta con aparente indiferencia, la joven intuyó que la respuesta era importante para él. Decidió que no le diría la verdad. No era culpa de Naruto que se hubieran casado. Todo lo que él había hecho, incluso romper el juramento que se había hecho a sí mismo, había sido por ella. No le haría sentirse mal porque la sociedad ahora también la rechazaba.
—Lo he pasado estupendamente —mintió—. La viuda y yo nos llevamos bien, e Ino estaba allí con su madre. Tuvimos una charla muy agradable.
—Me alegra que lo hayas pasado bien —expresó él—. Esta mañana fui a una de esas tiendas escandalosamente caras de Bond Street y le pedí hora a la costurera para tomarte las medidas. Pensé que querrías encargar algunos vestidos. Puedes hacerte todos los que quieras.
Aunque Naruto era egoísta con respecto a sus sentimientos hacia ella, era absolutamente generoso en todo lo demás. Primero le regaló la fina potranca, y ahora le daba un nuevo guardarropa, cosa que Hinata realmente necesitaba. Puso sus manos sobre las de el.
—Gracias, Naruto. No me había dado cuenta de lo gastado y pasado de moda que estaba mi guardarropa. No necesitaba vestidos elegantes en el campo, y los pocos trajes que Toneri mandó hacer para mí no eran de mi gusto. Los dejé en su casa el día que fui a buscar mis cosas.
—Quiero que seas feliz, Hinata —expuso Naruto, tomándola de la mano y entrelazando sus dedos—. Redecora la casa si quieres. Sé que los muebles son bastante anticuados, pero los hombres solteros no se preocupan mucho por esas cosas.
Al parecer, estaba dispuesto a darle todo lo que ella quisiese. Todo menos su corazón. Pensó que éste era un trato bastante lamentable, pero no dijo nada. Hinata aún estaba tratando de entender lo que sentía por Naruto.
¿Acaso lo amaba? Sabía que se había preocupado muchísimo la noche que él no regresó a casa. Sabía que podrían consumirla los celos si pensaba que estaba interesado en otra mujer. Sabía que lo deseaba. Pero ¿acaso estos sentimientos podrían convertirse en amor?
El carruaje pasó frente a la casa de su madrastra, y Hinata evitó mirar por la ventanilla. Aquella casa hacía que una gélida sensación la recorriera por dentro, como si el mismo diablo viviera allí. El diablo resuelto a hacerle daño a su esposo y, suponía Hinata, a ella también. Le molestaba tener que resolver tantas cosas al mismo tiempo.
Con su matrimonio ya era suficiente. ¡Ojala su única preocupación fuera como lograr que Naruto se enamorase de ella! Pero su búsqueda de una vida feliz junto a él tendría que esperar hasta que aquel asunto con Toneri estuviese resuelto, y su madrastra se repusiera o falleciese.
Al recordar las instrucciones que le había dado a Natsu, Hinata miró por la ventanilla una vez que el carruaje tomó la curva que los conduciría a Naruto y a ella a la puerta principal. Pudo ver la parte de atrás de la casa vecina. Una sábana blanca colgaba de la barandilla del balcón de su antigua habitación.
—Natsu ha puesto la señal —le indicó a Naruto—. Toneri no está en casa y puedo ir a visitar a la duquesa. ¿Podríamos posponer nuestro paseo por el parque hasta después de que haya ido a ver a mi madrastra?
—Prepararé los caballos mientras tú la visitas —anunció Naruto—. No perderé de vista la casa en ningún momento. Si Chapman regresa y tú aún estás allí dentro, iré a buscarte enseguida.
El carruaje se detuvo pesadamente frente a la casa. Hinata decidió ir deprisa a ponerse su traje de montar antes de visitar a su madrastra. Quería estar lista para dar el paseo a caballo tan pronto como terminase su visita. Naruto la esperó en la planta baja. Le estaba diciendo algo a Hawkins cuando ella bajó. Apenas la vio, se ofreció a acompañarla a la casa de al lado.
—No tardaré mucho —le aseguró Hinata—. La duquesa se encuentra tan débil que no puede hablar conmigo. Pasa la mayor parte de su tiempo durmiendo o mirando fijamente hacia el infinito, como si tuviera la cabeza en otra parte. Es una situación muy triste, pero espero que al menos se dé cuenta de que voy a visitarla y me preocupo por ella. La duquesa fue muy amable conmigo.
—Me extraña que una mujer tan amable haya podido tener un hijo tan cruel — observó Naruto—. Pero supongo que incluso la pareja más normal podría engendrar al hijo del diablo.
A ella le molestó su forma de hablar.
—Espero que no te estés refiriendo a ti mismo —le dijo medio en broma—. Tú no eres precisamente la bestia que la sociedad ha querido ver en ti. Me lo has demostrado en repetidas ocasiones.
—Sólo he cumplido con mi deber para contigo —le respondió él—. Ten cuidado de la mascota que mimas en tu regazo y a la que le das de comer con tu mano. Podría morderte uno de estos días.
Ese hombre podía decir las cosas más siniestras y deprimentes cuando le convenía, se dijo Hinata mientras se dirigían en silencio a la casa vecina. Cuanto más se acercaba, más sentía las tinieblas cerniéndose sobre ella. Cuando llegaron a la puerta trasera, Hinata tocó el timbre que utilizaban los repartidores y los criados. Natsu abrió la puerta y sonrió al verla.
—Empezaba a preguntarme si habría usted visto la señal. —Cuando vio a Naruto, adoptó una expresión sería—. Espero que él no piense entrar.
—Iré a preparar todo lo necesario para nuestra excursión —le comunicó Naruto a Hinata—. No tardes mucho. No me gusta que estés aquí.
Hinata asintió con la cabeza y entró en la casa. Le lanzó una mirada tétrica a Natsu.
—Natsu, no toleraré que seas grosera con mi esposo. No es en absoluto como dicen los rumores que corren sobre él. Es un buen hombre.
Natsu se puso colorada de vergüenza.
—Lo siento, milady, supongo que se ha convertido en un comportamiento habitual desde hace ya bastante tiempo.
—Bueno, pues ya es hora de que ese comportamiento cambie. ¿Cómo está la duquesa?
—Igual —contestó la mujer—. Justamente estaba a punto de subirle el té.
—Yo se lo llevaré —se ofreció Hinata—. No es necesario que ambas subamos al tercer piso.
—Que Dios la bendiga. Estas viejas piernas están agotadas de tanto subir y bajar esas escaleras. No dejo de esperar que el señor Chapman encuentre la oportunidad de contratar a una criada para que me ayude; pero ahora que usted se ha marchado, sospecho que piensa que yo puedo hacerlo todo sola.
Era un hombre tacaño y cruel, y, si Naruto estaba en lo cierto, también un asesino. Hinata alzó la bandeja con la tetera, la taza y el platillo.
—Asegúrese de que lo beba todo —le recomendó Natsu—. El señor Chapman me dijo que es lo único que la mantiene viva, y yo me inclino a pensar lo mismo. Últimamente es muy difícil lograr que tome al menos un poco de caldo.
—Haré todo lo posible —garantizó Hinata al empezar a subir las escaleras.
Llevó la bandeja al tercer piso, y agradeció encontrar la puerta de la habitación de su madrastra abierta, pues tenía las manos ocupadas. La duquesa se encontraba sentada en la silla de siempre junto a la ventana, con la mirada extraviada.
—Buenas tardes, su excelencia —saludó Hinata con alegría—. Le he traído el té.
La dama no le respondió. Pero en realidad, Hinata no esperaba que lo hiciese. Puso la bandeja en una mesa cercana y sirvió el té.
No salió humo de la taza. De modo que Hinata supo que no estaba tan caliente y que no le quemaría la boca a su madrastra, pero quiso cerciorarse de que estuviese siquiera a una temperatura agradable.
A menos que decidiera meter el dedo en la taza, no tenía más remedio que tomar unos pocos sorbos. El té tenía un extraño sabor a clavo que no le gustó nada. Tomó otro sorbo, pero le siguió pareciendo bastante insípido e incluso un poco amargo.
Se dirigió hacia su madrastra con paso lento. Acto seguido, llevó la taza a los labios de la dama.
—Beba un poco, su excelencia. Necesita alimentarse con algo. Está muy flaca. Para su sorpresa, la dama bebió de la taza; de hecho, bebió casi ávidamente.
Hinata se dedicó con paciencia a la tarea de hacer que su madrastra se bebiera todo el contenido de la taza. Intentó encontrar algún tema ligero del que hablar, pero el deteriorado estado de salud de la dama hacía que eso fuese prácticamente imposible. Hinata aún continuaba confundida por las palabras de la duquesa viuda de Sarutobi. ¿Estaría realmente enamorada de Naruto?
—Cuánto me gustaría que se encontrara usted bien, su excelencia. Me gustaría que pudiera hablar conmigo. ¡Estoy tan confundida! Echo de menos la presencia de una madre. Echo de menos los consejos que usted podría darme y su brazo alrededor de mis hombros para confortarme y hacerme saber que todo estará bien.
La duquesa había cerrado los ojos. Seguramente se había quedado dormida.
Hinata se dirigió a la mesa para dejar la taza vacía de la dama.
—Quizá esté enamorada —murmuró Hinata en voz baja—. Me he casado y, por lo tanto, debería estar enamorada. Pero, desde luego, no todos los matrimonios son la consecuencia de ese delicado sentimiento. Me gustaría que pudiera usted decirme qué cree que es el amor. O que yo pudiera decirle qué siento, y usted pudiese darme su opinión. Me siento muy sola a veces.
Hinata se frotó los brazos para calentarse. Recordó que Naruto la estaba esperando y se animó un poco. Alzó la bandeja, se dirigió hacia la silla en la que la duquesa se había quedado dormida y se quedó mirando a la pobre mujer con afecto.
—Debo irme, pero regresaré pronto. Trate de mejorar, por favor. Yo la necesito. Estaba segura de que su madrastra era completamente ajena a sus súplicas.
Hinata se volvió para alejarse, pero de repente se dio la vuelta de nuevo para mirar a la mujer. Una lágrima se abría camino por la mejilla hundida de la dama.
Naruto ya había tomado la decisión de ir a buscarla, cuando la vio cruzar el césped para dirigirse a la caballeriza. Al verlo, Hinata lo saludó con la mano. A él le inquietaban sus visitas a la casa vecina, aunque Toneri no se encontrara allí. Y sabía a ciencia cierta que no estaba porque, después de dejar a Hinata, se dirigió a hurtadillas a la cochera de Chapman y echó un vistazo en su interior. Ni el carruaje ni el cochero se encontraban allí.
Hinata tropezó, y Naruto quiso dirigirse hacia ella de inmediato, pero enseguida se enderezó para ir a reunirse con él. Los caballos estaban ensillados, y él llevaba en un brazo una cesta con la comida que Hawkins había preparado.
—¿Qué llevas ahí? —preguntó Hinata.
—Hawkins metió aquí nuestra comida. Pensé que podríamos ir de picnic. Hace un día estupendo.
A ella se le iluminó su hermosa cara.
—Me encantan los picnics. De hecho, hace mucho tiempo que no salgo de excursión. Desde que era una niña.
—¿Estás lista?
Asintió con la cabeza y se acercó. El dejó la cesta en el suelo para ayudarla a montar en el caballo. Hinata estuvo a punto de caerse hacia atrás al apoyar el pie en el estribo, pero Naruto la agarró con fuerza. Ella se llevó una mano a la cabeza.
—¡Vaya por Dios! Otra vez lo mismo.
—¿Qué te pasa?
Parecía algo aturdida cuando alzó la vista para mirarlo.
—El mareo. Lo sentí hace un momento cuando tropecé, pero se me pasó enseguida.
Su palidez alarmó a Naruto. Decidió entonces descartar sus planes.
—Debes entrar en casa y acostarte un rato —aconsejó.
—No —protestó Hinata—. No quiero echar a perder la excursión. Estaré bien. Naruto no quería correr riesgos con su salud.
—Iremos otro día —le aseguró—. Es peligroso montar a caballo estando tan mareada. Podrías caerte y hacerte daño.
—Pero yo... —Hinata se tambaleó de nuevo antes de terminar la frase. Suspiró—. Supongo que tienes razón. Me echaré un rato.
Henry, uno de los mozos de cuadra, sujetó el caballo. Naruto se acercó al chaval y le dio la cesta de comida que Hawkins había preparado para ellos.
—Guarda los caballos, y coge la cesta. Hoy tus compañeros y tú vais a daros un banquete.
Se acercó a Hinata, la levantó en brazos y se dirigió hacia la casa.
—Puedo caminar sola, Naruto —protestó Hinata—. No sé qué me ha pasado. Normalmente estoy tan sana como una rosa.
—El camino a la casa es algo pedregoso, como tú bien sabes —observó él—. No quiero que te caigas si la cabeza comienza a darte vueltas de nuevo. Probablemente estás agotada, Hinata. Has tenido que pasar por muchas cosas en estos últimos días.
—Supongo que sí. De repente me siento muy cansada, y suena muy tentador el echarme una buena siesta.
No pesaba mucho, y él la llevó con facilidad a la casa. Además de sus hermanos, Naruto nunca había cuidado de ninguna otra persona. Esta responsabilidad era nueva para él, así como la preocupación que la acompañaba. Hawkins corrió hacia ellos en el momento en que Naruto se acercaba a las escaleras para llevar a Hinata a su habitación.
—¿Necesita algo la señora? —preguntó—. ¿Mando a buscar un médico?
—Estaré bien, Hawkins —le confirmó Hinata por encima del hombro de Naruto—. Sólo me hace falta descansar un rato. Siga ocupándose de sus tareas habituales, por favor.
—¿Milord?
—Creo que lady Namikaze estará bien después de que haya descansado un poco. Te llamaré si te necesito, Hawkins.
—Muy bien, lord Namikaze —contestó el mayordomo.
Naruto subió las escaleras y entró en la habitación de Hinata. Luego, la sentó en la cama con todo cuidado. Su traje de montar no sólo estaba pasado de moda, sino que además le quedaba un poco ajustado en ciertas partes.
Naruto no quiso decir nada, pero sabía que el conjunto no sería muy cómodo para echar una siesta. Se sentó junto a ella y empezó a desabrocharle los botones del traje.
—¿Puedo preguntarle qué está usted haciendo, milord? —preguntó la joven, arrastrando ligeramente las palabras.
—La estoy preparando para que pueda meterse en la cama, milady —respondió él.
Cuando ella se quedó en silencio, Naruto siguió ocupándose de los botones. Abrió la primera prenda, luego desató las cintas de la parte delantera de su corsé.
—Pareces todo un experto en desvestir mujeres —observó ella. Él sonrió.
—No soy ningún santo. Tú lo sabías cuando te casaste conmigo.
Ella frunció el ceño.
—Es una de las pocas cosas que sé de ti. ¿Era ésta la habitación de tu madre?
—Sí. A veces, cuando cierro los ojos y me concentro, aún puedo oler su perfume.
Estuvo a punto de revelarle a Hinata que el no era como los demás hombres. Tenía dones. Dones que parecían estar fortaleciéndose. Pero Naruto no quería pensar en eso. No en aquel momento.
—Qué suerte tienes —exclamó ella—. Yo no puedo recordar a mi madre porque murió al darme a luz. La duquesa es lo más parecido que he tenido a una madre en toda mi vida, y su estancia en la finca fue bastante corta.
Naruto se levantó, se arrodilló frente a ella y le quitó las finas botas de cabritilla. Luego se inclinó hacia adelante y le bajó el traje de montar, sacándoselo por las piernas. Ella permaneció sentada frente a él, vestida apenas con una camisa, el corsé y unas enaguas muy delgadas.
Él alzó los brazos para quitarle las horquillas del pelo. Hinata se lo había recogido, dejando que sólo unas hileras de tirabuzones cayeran sobre su espalda. En aquel momento se desplomó por completo sobre sus hombros. Seda negra. El quiso hundir su cara en su pelo y acariciar su piel desnuda.
—Eres muy guapa.
Sabía que aquél no era el momento adecuado para hacerle un cumplido, pero no pudo evitar decirle lo que sentía. Ella sonrió, llevó una mano a la mejilla de Naruto y recorrió con sus dedos sus marcas a un lado de su cara.
—Tú también eres muy guapo.
Luego, su mano cayó lánguidamente. Hinata empezó a moverse a uno y otro lado, y Naruto la acostó con cuidado en la cama. Pensó que seguramente se había quedado dormida antes de que él pudiera cubrirla con las mantas.
Se quedó mirándola fijamente durante un rato, atento al movimiento de su pecho, con el fin de cerciorarse de que se encontraba bien. Sólo para estar completamente seguro, cogió su muñeca y le tomó el pulso. Al sentir que le latía con fuerza, se tranquilizó. Cuando se disponía a soltarla, Hinata metió su mano en la de él.
Sus manos eran diferentes. Las de ella eran suaves y blancas. Las de él eran grandes y morenas, y a pesar de todos sus títulos de nobleza y de su fortuna, estaban acostumbradas a trabajar duro.
Se le nubló la vista mientras se fijaba en ese contraste, y por un momento le pareció que su mano se había transformado, que se había cubierto de un grueso pelo rubio y le habían salido garras de las yemas de los dedos. Alarmado, puso la mano frente a sus ojos. El corazón le latía con fuerza. Empezó a ver con claridad, y su mano le pareció normal de nuevo.
¿Qué le estaba pasando? Había saltado de una ventana situada en un segundo piso y había caído sobre sus pies sin hacerse daño alguno. Sus ya muy desarrollados sentidos se habían agudizado aún más cuando tuvo que pelear con los ladrones, y había visto las caras de terror de estos hombres al alejarse de él.
Sentía que algo estaba pasando en su interior, era como si se estuviera preparando para convertirse en otra persona, o más bien, en algo distinto. Pero ¿por qué le estaba pasando eso? Miró a Hinata. Estaba profundamente dormida. Su aspecto era inocente y a la vez seductor. Aunque sabía por qué se cernía sobre él la amenaza de la maldición, no quería reconocer la verdad. No podía. Las consecuencias eran demasiado funestas.
Continuará
