Naruto Y Hinata en:

TU MI SALVACIÓN


16: No Puedo Amarla


El ruido hizo que Hinata se despertara sobresaltada. Ráfagas de luz invadieron su dormitorio; luego se oyó un estruendo y una explosión que la asustó. Por un momento se sintió desorientada. Recorrió con la mirada la oscura habitación, intentando explicarse dónde se encontraba y por qué.

Enseguida clavó los ojos en la figura de un hombre que estaba junto a la ventana, mirando fijamente hacia el exterior. Unos destellos de luz lo iluminaron. La rápida sucesión de relámpagos deformaba sus facciones y le daba una apariencia siniestra. Creía conocerlo.

—¿Naruto?

—¿Ya te sientes mejor? —preguntó él, dirigiéndose hacia las sombras y acercándose a la cama—. Llevas mucho tiempo durmiendo.

Ella empezó a recordar lentamente los acontecimientos del día. Recordó el mareo que le había impedido salir de excursión, y también a Naruto subiéndola en brazos a su dormitorio y ayudándola a desvestirse.

—¿Es muy tarde? —preguntó.

—Ya es casi medianoche. —Él se encontraba entonces junto a su cama—. Pensé que dormirías hasta mañana.

—La tormenta me despertó. —Tembló cuando un trueno retumbó de nuevo—. No me gustan las tormentas. Me asustan.

Naruto se dirigió hacia el débil fuego que ardía en la chimenea y echó unos troncos para hacer que las llamas cobraran fuerza. El resplandor amarillo ayudó a expulsar las sombras de la habitación y Hinata de inmediato se sintió mejor. Bañado por aquella tenue luz, Naruto parecía de nuevo el hombre apuesto con el que se había casado.

—¿Tienes hambre? No has comido nada desde el desayuno. Al oír estas palabras, las tripas le hicieron ruido.

—Estoy muerta de hambre —reconoció.

—Tengo algo para ti. —Fue a su dormitorio, y regresó un momento después con otra cesta de picnic. Ella rio de alegría cuando él llevó la cesta a la cama—. No quería decepcionarte hoy, así que he traído el picnic a la habitación —apuntó.

Comer en la cama la hacía sentirse como una niña traviesa, y querer que un hombre la acompañara en aquel festín la hacía sentirse aún más traviesa. Pero debía recordar que Naruto no era cualquier hombre, era su marido.

—Comerás conmigo, ¿verdad? Esa cesta es enorme, y estoy segura de que tiene mucho más de lo que yo puedo comer.

Él se sentó en la cama y se quitó las botas.

—No puedo traer la caballeriza a tu cama —declaró él, tomándole el pelo—, pero un picnic para una sola persona no es muy divertido, ¿verdad?

Ella se rio de nuevo. Luego se incorporó y se metió el pelo detrás de las orejas.

—No, pero veamos ahora qué me has traído. Naruto hurgó en la cesta.

—Tengo dos pasteles de carne, queso, pan, vino y unas manzanas. Las tripas le hicieron un ruido aún más fuerte.

—¿Eso ha sido un trueno? —Naruto siguió tomándole el pelo—. ¿Qué comerá usted primero, milady?

—El pastel —contestó ella—. Y un poco de vino. Tengo la boca muy seca.

—No parece seca —advirtió él, cogiendo una copa de la cesta y una garrafa de vino. Le sirvió un poco, y alzó la vista antes de darle la copa—. Tus labios siempre me hacen pensar en bayas maduras que las gotas de rocío hacen brillar. Y además son igual de dulces.

Ella sintió un rubor de placer subiendo por su cuello.

—Me mentiste el día del té en casa de lady Uchiha —lo acusó con suavidad—. Eres un poeta. O simplemente un seductor de chicas inocentes —añadió, tomándole también el pelo.

—Probablemente lo último —ratificó con un tono de voz seco, pasándole el pastel con un tenedor muy fino.

Hinata empezó a comer enseguida. Naruto no la acompañó. Se sirvió una copa de vino, se tendió en la cama y la miró comer. Parecía un felino de gran tamaño al que el resplandor del fuego envolvía con su color dorado.

—¿Has salido esta tarde? —le preguntó ella.

—No, la tormenta empezó al atardecer. No creí que pudiera encontrar muchas mujeres caminando por la calle durante el aguacero. Además, primero debo cumplir con mi deber para contigo, Hinata. Quería asegurarme de que estuvieras bien.

La palabra deber podía ser tan gélida como respeto, pensó ella.

—Ya estoy bien —afirmó—. Probablemente me exigí demasiado, aunque nunca antes me había sentido así. Bueno, salvo una vez que me bebí una copa de coñac... — añadió, sonriéndole con picardía.

—No tiene nada de malo que una mujer beba un poco de coñac —reveló él—. Disfruté mucho dándote coñac anoche.

El tema del coñac no era el más conveniente, comprendió Hinata. Le pareció que Naruto pensaba que una mujer no debía beber demasiado coñac.

—No estás comiendo —observó ella.

—No, pero me estoy regalando los ojos —dijo Naruto, recorriéndola con la mirada—. Me estoy regalando la vista contigo.

Hinata recordó que se encontraba sentada junto a él vestida tan sólo con su ropa interior y el pelo cayéndole desordenadamente sobre los hombros. Pensó, además, que después de lo que habían hecho la noche anterior, un repentino ataque de pudor le parecería ridículo a Naruto.

—¿Intentas seducir a mujeres enfermas con frecuencia, Naruto? Él se estiró como un felino perezoso.

—Dijiste que ya te sentías mejor.

Hinata ocultó su sonrisa tomando otro sorbo de vino. El silencio se extendió entre los dos mientras ella terminaba de comer el pastel y mordisqueaba una manzana. No podía olvidar la noche anterior, ni la manera tan hábil en que los dedos de él la habían acariciado y la habían llevado a una cumbre de placer que ella nunca pudo imaginar que existiese. Tampoco podía olvidar la batalla que, más tarde, Naruto había librado consigo mismo para vencer la tentación de entrar en su dormitorio.

Hinata hizo acopio de todas sus fuerzas y le pregunto:

—¿Por qué no tomas lo que quieres sin más?

Él bebió un sorbo de vino antes de responderle.

—¿Es eso una invitación?

—No —respondió ella con firmeza, dejando atrás las bromas—. Pero tú eres mi esposo. Si decidieras exigir tus derechos conyugales, nadie podría culparte por ello.

—Salvo tú —puntualizó él, mirándola fijamente por encima del borde de su copa—. Te hice una promesa. No pienso incumplirla, aunque esté muy tentado de hacerlo —añadió él, y el ya familiar brillo de pasión empezó a bailar en sus ojos—. Parece sacarte de quicio el hecho de que yo pueda resistirme a tus encantos. ¿Es ésta la razón de tu repentino enfado?

¿Acaso estaba enfadada? Sería una tontería molestarse porque él quisiera cumplir la promesa que le había hecho. Quizá simplemente fuese a causa de aquel dominio de sí mismo que él parecía ejercer con tanta facilidad, mientras ella perdía la cordura cuando se encontraba en sus brazos. Quizá fuese porque sospechaba que lo amaba, y él había jurado que no correspondería nunca ese amor.

Hinata dejó la copa en una mesilla que se encontraba junto a su cama.

—¿Por qué dijiste que nunca me amarías? —Deseó no haberlo dicho. Sus preguntas ponían demasiado de manifiesto sus necesidades, sus deseos y sus sueños.

Él apartó la mirada.

—Ya te dije por qué.

—Me diste un pretexto —replicó ella—. Luego dijiste algo acerca de la maldición, y descaste que yo nunca tuviera ninguna razón para descubrir de qué se trataba realmente.

—Deja ese asunto en paz —le pidió él de manera tranquila—. Toma lo que puedo darte y no me pidas más.

—¿Qué puedes darme? —preguntó ella—. ¿Protección? ¿Deber? ¿Vestidos finos y una casa decorada con elegancia? ¿Por qué no puedes darme hijos, Naruto? ¿Por qué no puedes darme amor? Todo lo demás parece simplemente un frío intercambio...

—¿Frío? —Dejando su actitud de felino perezoso, Naruto se incorporó y puso la copa de vino en la mesilla. Acto seguido, se quitó la camisa de un tirón y cogió la mano de Hinata para apretarla contra su pecho.

» ¿Me sientes frío? Ardo de pasión por ti. Tú también ardes de pasión por mí. No ha habido más que fuego entre nosotros desde la noche en que nos conocimos. ¿Por qué no puedes conformarte con eso?

La piel de Naruto estuvo a punto de quemarle los dedos. Su olor llegó a las ventanas de su nariz para seducirla. Él se inclinó hacia adelante y apresó su boca, como si quisiera probarle que aquello que intercambiaban, fuese lo que fuese, no era frío en absoluto.

Él sabía a vino: sus labios eran tan fuertes como esa bebida. Naruto arrojó la comida de la cama con un amplio movimiento de brazo, y luego se puso encima de ella, apretándola, dándole todo su calor.

Acariciaba su cuello con la boca al tiempo que sostenía sus pechos entre las manos, haciéndola enloquecer. Si él quería enseñarle una lección, Hinata se convirtió en una alumna aplicada. Las manos de ella recorrían su ancha espalda, sintiendo sus músculos contraerse cuando lo acariciaba.

La piel de Naruto era tan suave como el terciopelo. De repente, algo extraño pasó. Mientras recorría su espalda con los dedos, sintió que su columna vertebral se movía. La sintió expandirse y luego volver a su lugar bruscamente.

Antes de que pudiera pensar demasiado en este extraño acontecimiento, él bajó por su cuerpo, subiéndole el canesú de un tirón para poder darse un festín con sus pechos. Hinata entrelazó sus dedos con su pelo, estrechándolo contra ella. Los excitantes círculos que su lengua trazó alrededor de sus pezones estuvieron a punto de volverla loca. Arqueó la espalda, elevándose contra él, ávida de sentir la fricción de sus cuerpos al moverse el uno contra el otro.

Naruto había logrado quitarle el corsé de alguna manera, y estaba a punto de quitarle el canesú, cuando ella se dio cuenta de que no faltaba mucho para que la dejara completamente desnuda. Desnuda y dócil, tal y como él quería. A lo mejor también como ella quería. ¿Tendría él razón? ¿Sería el amor tan importante cuando podían compartir aquel fuego, aquella pasión, aquella locura?

—No —susurró Hinata—. No es suficiente.

Los dedos de él apretaron los tirantes de su camisa por un instante, y ella pensó que se la arrancaría del cuerpo. Alzó la vista para mirarla: sus ojos no estaban simplemente brillantes, estaban en llamas, y, de repente, Hinata tuvo miedo. Miedo del fuego que ardía en sus ojos, de la apariencia de salvajismo puro grabada en sus rasgos.

Naruto abrió la boca para tomar aire, y entre sus labios abiertos Hinata vio un destello... vio lo que parecerían ser unos colmillos. El cerró los ojos, tomó aire con dificultad y luego se apartó de ella.

—Perdóname —musitó él en voz baja—. Algún demonio ha debido adueñarse de mí. Ése no era yo. Yo nunca te haría daño, Hinata. Nunca cogería nada que tú no quisieras darme.

Ella permaneció acostada junto a él con el corazón latiéndole con fuerza. Su mente se negaba a aceptar que había visto algo antinatural. Quizá el Naruto que conocía no la amase, pero no tenía nada que temer de él.

Se obligó a volverse para mirarlo a la cara.

El fuego ardía lentamente, y bajo su tenue resplandor él tenía el mismo aspecto de siempre. Estaba apuesto, sensual e irresistible, como siempre le había parecido.

—Mírame —le ordenó Hinata dulcemente.

Hizo lo que ella le pedía; ya no había llamas ardiendo en sus ojos, sólo el suave reflejo de la luz del fuego que bailaba en la chimenea.

—Dime algo.

—¿Qué quieres que te diga?

Sus dientes estaban blancos y parejos, y su aspecto era bastante normal.

—¿Me odias?

El se rió, alargó el brazo y cogió la mano de ella para llevarla a la protuberancia que tenía en la parte delantera de sus pantalones.

—¿Te parece que te odio?

—Pero no me amas.

Él te ama —le aseguró Naruto.

Pudo haber apartado la mano, pero descubrió que no quería hacerlo. La tarde en que lo acarició, cuando él estaba desnudo en el baño, ella se maravilló al sentir lo suave que su cuerpo era al tacto. Él le había dicho entonces que su inocente exploración lo haría estallar. ¿Estallar de la misma manera en que él había hecho que ella reventara bajo sus dedos la noche anterior?

—¿Puedo tocarte? —le preguntó con valor.

Él se quejó.

—¿Por qué quieres torturarme?

—Te estoy preguntando si puedo hacer por ti lo que tú hiciste por mí anoche. Él se puso de lado para poder mirarla a la cara.

—Sólo si eso es lo que verdaderamente quieres. No te obligaría a hacer nada que no estuvieras dispuesta a hacer, Hinata. Ya te lo he dicho. No me debes nada. Yo empecé todo este asunto entre nosotros.

—Tengo curiosidad —reconoció. Y era verdad. Sentía curiosidad por su cuerpo y por saber si ella podría darle la misma clase de placer que él le había dado. Aunque no era la consumación del matrimonio, Hinata no era tan inocente como para pensar que era un acto inofensivo.

—Dime qué tengo que hacer —le pidió.

Si Naruto hubiera tenido una pizca de sentido común, se habría levantado de la cama, habría ido a su habitación y habría cerrado la puerta. No, ni siquiera eso habría sido lo suficientemente prudente. Se habría marchado de la casa del todo, a pesar de la tormenta que bramaba fuera. La tormenta que bramaba dentro de él era mucho peor.

Hacía un momento, algo extraño se había adueñado de él. La lujuria. La lujuria animal. La lujuria irreflexiva e insensible. Había estado tentado, no, había sentido el impulso de poseerla aunque ella no quisiera. Había sentido el impulso de copular.

Le había costado enormemente salir del abismo al que lo había llevado el deseo devorador que sentía por Hinata. Por un instante, no la vio como una mujer con un rostro, un corazón y sentimientos que él podría destruir con toda facilidad. Simplemente la vio como una mujer de la que él podía disponer a su antojo. Eso le asustaba. Perder el dominio de sí mismo le asustaba. Y en aquel momento Hinata le ofrecía otra oportunidad de perder el control. Casi le daba miedo aceptarla.

—He sido demasiado atrevida —reconoció, algo avergonzada. Y cuando estaba a punto de retirar la mano, él puso la suya sobre la de ella.

—Soy tu esposo. Puedes ser tan atrevida como quieras conmigo.

Le permitió desabrochar los botones de su pantalón. Le permitió meter su mano y liberarlo. La sensación de sus dedos delgados y delicados envolviéndolo, casi hizo que perdiera el control sin estar preparado.

—Eres enorme —dijo ella—. Si nosotros... cuando nosotros... ¿me matará? Naruto se rio, a pesar de no estar precisamente de ánimo para ello.

—No, te prometo que no lo utilizaré para matarte —bromeó—. Tu cuerpo está hecho para albergarme. Ya lo verás cuando llegue el momento.

—¿Cómo puedo complacerte? —Hinata empezó a mover su mano a lo largo de su pene, con la misma inocencia con la que lo había hecho mientras él se bañaba.

—Sólo sigue haciendo eso. Y ella le obedeció.

Sentir el cuerpo de Naruto en su mano, duro como el acero, largo y grueso, excitó a Hinata. Siguió haciendo lo que él le había dicho, mirándolo todo el tiempo, igual que él la miraba a ella. Impulsada por su repentina valentía, se inclinó hacia él y lo besó, lo provocó con su lengua hasta que él se abrió para ella.

Su esposo le concedió el embriagador poder de ser la seductora en lugar de la seducida. Hinata le arrebató un gemido de su garganta, un sonido profundo y gutural que despertó su propio deseo.

Gracias a la orientación de Naruto, ella entendió el ritmo de su mano moviéndose a lo largo de su pene. Entendió, asimismo, la reacción de su propio cuerpo al darle placer. Se puso ardiente y húmeda, y respiraba con dificultad mientras lo observaba.

La intensidad de la mirada de él al clavar sus ojos en ella avivó las llamas que lamían su cuerpo; así como la visión de sus labios firmes y carnosos, que tenía ligeramente abiertos para intentar tomar un poco de aire.

La luz de la lumbre arrojó un resplandor amarillo sobre su piel dorada, y nunca le pareció tan apuesto como en aquel momento. Primitivo, masculino, fuerte. Suyo. Al menos por un instante.

Instintivamente, Hinata aumentó la presión y el ritmo de su mano. El cerró los ojos. Sus largas pestañas bajaron para formar medialunas contra sus mejillas. Su mandíbula se puso tensa, y la joven supo que Naruto estaba luchando contra ella, estaba luchando contra el poder que tenía sobre él. Apretó con más fuerza, se movió más rápido. Los labios de él dejaron escapar un gemido. Sus dedos se entrelazaron con el pelo de Hinata, y acercó la boca de ella a la suya.

Su beso fue salvaje, doloroso, pero el dolor no se prolongó demasiado. Un momento después, se separó, alejó su cuerpo de ella y agarró con fuerza las frescas sábanas blancas de la cama con sus manos grandes y bronceadas.

—No te detengas —logró farfullar. Y no se detuvo.

Él pareció hincharse aún más en su mano, ponerse aún más duro, si eso era posible. Luego, dejó escapar de su garganta un sonido grave... un sonido animal, antes de ponerse tenso y estremecerse de manera violenta. Ella lo sujetó, tanto con su mano como contra todo su cuerpo mientras él seguía agitándose; entonces Hinata supo que había derramado su simiente allí, en sus sábanas virginales.

Permanecieron acostados durante un rato. Hinata lo estrechaba entre sus brazos de manera protectora, mientras él yacía agotado y vulnerable. Ella tenía la mejilla apoyada sobre su suave espalda. Oía el ruido sordo de su corazón al latir.

La tormenta seguía bramando fuera, pero dentro se sentía abrigada y, curiosamente, contenta. Aquella noche había robado un pedazo de él. Lo sentía con su instinto femenino, lo sabía en lo más profundo de su corazón. Naruto se enamoraría de ella. Sólo era cuestión de tiempo.

Sólo era cuestión de tiempo. Tiempo que Naruto sentía que se le estaba acabando. Se había quedado dormido en los brazos de Hinata. Despertó poco antes del amanecer y se fue de su cama sigilosamente, como un cobarde.

Aunque la noche anterior se había preocupado momentáneamente por haber perdido el control, en realidad estaba más preocupado por los sentimientos que cobraron vida en él cuando se despertó y descubrió que ella aún lo estrechaba entre sus brazos. Sintió que aquel instante era perfecto. ¡Dios santo! ¡Sintió que era perfecto tenerla allí a su lado!

Y los sentimientos que despertaron en el no eran sexuales. Eran emociones que se encontraban sepultadas en lo más profundo de su corazón. Un corazón que no podía entregarle. Un corazón que era posible que ella hiciera suyo aunque él no quisiera dárselo.

Aquella mañana, además de pedirle a Hawkins que protegiera a su esposa durante su ausencia, le ordenó que pusiera una cerradura en la puerta que separaba sus habitaciones. Naruto había pensado que podría amarla con su cuerpo sin que su corazón se involucrara. Sospechaba que había cometido un grave error al pensar así.

Nunca se había visto a sí mismo como un cobarde. No obstante, se marchó de la casa muy temprano para no encontrarse con ella a la hora del desayuno. Se marchó porque temió que Hinata lo mirara a los ojos y descubriera lo que verdaderamente sentía por ella o, peor aún, que viera a un monstruo devolviéndole la mirada.

En aquel momento Naruto paseaba por Bond Street sin dirigirse a ningún lugar en particular. Los periódicos no daban ninguna noticia acerca de asesinatos de prostitutas el día anterior. Volvería a seguirle la pista a Toneri aquella noche, pero tendría más cuidado de las celadas que él pudiera tenderle. De hecho, estaba planeando ponerle una trampa al hermanastro de Hinata.

Un carruaje se detuvo junto a él.

—Naruto, hijo mío, ven a hablar conmigo —le gritó la duquesa viuda de Sarutobi.

Sonrió al ver a la dama, y se acercó a su carruaje con paso lento. El lacayo se bajó de un salto del vehículo y abrió la portezuela.

—Entra —le ordenó ella.

—¿Y su reputación? —le preguntó él, conteniendo la risa—. Veo que hoy no la acompaña su carabina.

Ella extendió el brazo para darle un golpe, no con un abanico, sino con una mano que la edad había llenado de manchas.

—Deja ya de tomarle el pelo a esta anciana, Naruto, y sube al carruaje. Aceptó su solicitud con una reverencia antes de entrar en el vehículo.

—¿Y cómo está usted en un día tan estupendo como éste, señora?

—¿Piensas que es un día estupendo? —preguntó la anciana entre dientes—. Estoy organizando mi próximo baile, y acabo de darme cuenta de que ya estoy muy vieja para estas cosas. Es demasiado trabajo.

—Sus reuniones siempre son espléndidas —le aseguró él.

—¿Recibiste mi invitación hace ya unas cuantas semanas, verdad? Seguramente la había tirado en algún lugar de su estudio.

—Sí, gracias por invitarme. Creo que Hinata estará encantada de ir.

—¡Me alegra saberlo! —exclamó la dama, respirando aliviada—. Temía que lo que pasó en mi casa durante el té haría que no quisiera volver a ninguna reunión social.

Confundido, le preguntó:

—¿A qué se refiere usted?

—A la manera en que todas las damas le hicieron el vacío, por supuesto —le respondió la duquesa—. Pero ella se mantuvo firme en todo momento. Tu esposa es una mujer inquebrantable. Incluso puso en su sito a la fastidiosa de Ino Yamanaka por no querer hablarle a menos que fuera a puerta cerrada. Tu Hinata tiene un corazón de oro.

Así era, tuvo que reconocer él para sus adentros. No le había dicho la verdad. No había querido disgustarlo ni avergonzarlo. Se había enfrentado a Chapman por él; le había hecho frente a la deshonra por él. ¡Dios santo! Se merecía mucho más de lo que él podía darle.

—Sí, es toda una dama —reconoció a la duquesa—. ¿Me haría usted un favor?

—Lo que quieras, salvo acostarme contigo —apuntó ella—. Ahora eres un hombre casado —explicó—. ¡Ay, qué diablos! Me acostaré contigo, pese a quien pese.

La duquesa sonrió. Él se rió, y luego fue directo al grano.

—Hinata necesita vestidos nuevos. Puesto que es objeto de habladurías y las damas decentes la rechazan por miedo a que mancille su reputación, me gustaría evitarle la molestia de tener que ir a las tiendas para que le tomen las medidas.

» ¿Sería posible que la costurera fuera a verla a su casa? Dudo de que alguna acceda de buena gana a ir a la mía, aunque yo estuviera dispuesto a pagarle todo el dinero del mundo.

La duquesa lo miró con dulzura.

—Por supuesto, Naruto. Yo me ocuparé de que la costurera vista a tu esposa como a una reina.

—Cuando la conocí pensé que parecía una princesa —observó él, haciendo memoria.

La duquesa de improviso cogió la mano de Naruto entre las suyas y la apretó con fuerza.

—Me alegra mucho que la hayas encontrado, Naruto. Ella te ama. Ámala tú también.

El corazón de Naruto dejó de latir por un segundo.

—¿Cómo sabe usted que me ama? —preguntó en voz baja. La mujer alzó los ojos al cielo.

—Hasta un tonto se daría cuenta de ello. Y hasta un tonto se daría cuenta de que tú también estás enamorado de ella. No tardes mucho en decírselo.

Estuvo a punto de ser presa del pánico. Sintió como si se le cerrara la garganta y no pudiese respirar.

—¡No puedo decírselo! —bramó—. ¡No puedo amarla!

—Claro que puedes —afirmó la duquesa—. Tu padre era un hombre débil. Tú no lo eres.

La mujer lo miró con dureza. Naruto sintió que se le erizaban los pelos de la nuca.

—Usted conoce toda la historia mejor que yo.

—Yo era amiga de tu madre —relató la viuda—. Yo fui testigo de cómo se dejaba morir de pena. Tu padre no le dio otra opción. Él asumió lo peor, tanto de sí mismo como de ella. No cometas el mismo error.

La sensación de asfixia empeoró. Naruto agarró con fuerza su fular; luego, abrió la portezuela y se bajó de un salto del vehículo. No le dijo nada a la duquesa al marcharse. Tenía que huir. Tenía que pensar. Tenía que correr.

Hinata sentía que estaba a punto de enloquecer. Su esposo había desaparecido de nuevo. Y para empeorar aún más las cosas, Hawkins le había ordenado a uno de los mozos de la caballeriza que le pusiera una cerradura a la puerta que separaba su habitación de la de Naruto. Cerradura que el mozo estaba poniendo del lado del dormitorio de su esposo, no del suyo.

Se dijo que podría entender perfectamente que Naruto temiera perder el control de nuevo y entrar a hurtadillas en su habitación, pero sugerir que era él quien necesitaba protegerse de ella... bueno, pues era ofensivo.

Hinata se encontraba en el salón tratando de leer, pero las palabras no tenían sentido alguno para ella. Sólo podía pensar en lo que había pasado la noche anterior; ¿y si su comportamiento le había parecido impropio a Naruto? ¿Y si se había aburrido de ella? ¿Qué pensaría Naruto de todo lo sucedido? ¿Que debería pensar ella? Ese hombre la estaba volviendo loca.

—Lady Namikaze, lady Ino ha venido a verla.

¡Gracias a Dios por la distracción que le enviaba!

—Hágala pasar, Hawkins.

—¿Quiere usted que sirva el té de nuevo?

Hinata tenía la intención de contestar que sí, pero luego lo pensó mejor.

—No, tráiganos dos copas de coñac.

El sirviente nunca expresaba emoción alguna en su rostro.

—Muy bien, lady Namikaze.

Ino entró aceleradamente un momento después, envuelta en su capa. Parecía la muerte personificada.

—Siento mucho no haberte enviado una nota antes —se disculpó—. No estaba segura de poder escabullirme sin que ni mi madre ni la carabina me siguieran. Le dije a mi madre que tenía un dolor de cabeza espantoso y que quería acostarme toda la tarde. ¿Sabes que tuve que bajar por un árbol para venir a verte?

Asombrada, Hinata arqueó una ceja.

—Vale, no era un árbol muy grande... en realidad, era un arbusto... mi habitación está en la planta baja de la mansión... pero aun así, estuve a punto de empezar a sudar.

Hinata se rio. Ino era una chica verdaderamente única, incluso aunque no tuviera el temple que la viuda deseaba que tuviera.

—Siéntate, Ino. He echado de menos tu compañía.

Después de quitarse la capa que la cubría de pies a cabeza, Ino se sentó junto a Hinata en el sofá.

—Y yo te he echado de menos a ti. —Cogió las manos de Hinata entre las suyas y las apretó con fuerza—. Además, necesito que me des un consejo.

Hawkins entró con una bandeja que exhibía dos copas de coñac. La puso junto a Hinata y salió del salón.

—¿Qué es eso? —preguntó Ino inmediatamente.

—Coñac —le respondió Hinata.

—¿Para nosotras?

Hinata cogió una copa y se la dio a su amiga.

—He tenido un día muy duro —le explicó. Ino olió la bebida, frunciendo la nariz.

—No me permiten beber, salvo alguna copa de vino o de champán en ocasiones muy especiales.

—Te aconsejo que bebas despacio —recomendó Hinata—. Puede quemarte la garganta.

Ino se llevó la copa a los labios y bebió su contenido de un solo trago, cosa impropia de una dama. Dejó la copa a un lado sin toser ni hacer el más mínimo gesto. Hinata se limitó a mirarla con sorpresa.

—Bueno, ahora hablemos del consejo que necesito que me des —expuso Ino—. Es de índole personal. Puesto que eres una mujer casada, pensé que podía acudir a ti para plantearte mi dilema.

Hinata tomó un sorbo de su coñac. Sabía que cualquier respuesta que le diera sería inútil. Lo más probable era que Ino siguiera hablando sin parar. Y eso fue exactamente lo que hizo.

—Anoche me quedé a solas un momento con lord Collingsworth. Planeamos dar a conocer nuestro compromiso antes de que termine la temporada. Pensé que ahora que estamos a punto de prometernos, seguramente intentaría darme un beso. No hizo nada, así que decidí dar yo el primer paso, y lo besé.

» El pareció quedar completamente horrorizado. Y aún más cuando le metí la lengua en la boca. Los franceses hacen esto al besar —le explicó a Hinata, como si ella no supiera nada acerca de esas cosas—. El dijo que yo era una descarada. Dijo que una esposa decente no besa a su marido cada vez que siente el impulso de hacerlo. ¿Es eso verdad, Hinata? ¿Tú no besas a lord Namikaze cuando sientes el deseo de hacerlo? ¿Debes pedirle permiso antes?

Lo irónico de aquella situación estuvo a punto de hacer que a Hinata le diera un ataque de risa histérica. Intentó contener sus sentimientos.

—Yo creo que una esposa debe poder besar a su marido cuando le apetezca y viceversa, por supuesto. Lord Namikaze dice que cuando dos personas están casadas, nada de lo que hagan juntos está mal. —Obviamente el había mentido, porque al parecer ella había hecho algo que no debía; pero no quería hablar de eso con Ino.

—Yo pienso lo mismo —asintió Ino—. Soy una persona apasionada, Hinata. Creía que a los hombres les gustaban las mujeres apasionadas, pero parece ser que no. Al menos, no le gusta al hombre con el que voy a casarme. ¿Qué debo hacer?

Hinata tomó otro sorbo de coñac para cobrar fuerzas.

—Tal vez no debas casarte con él —sugirió.

Ino reflexionó acerca de estas palabras durante un buen par de segundos.

—Debo casarme con él. Ya he consentido en hacerlo. Mis padres finalmente están contentos conmigo. Además, empezarían a correr rumores de la peor clase si yo de repente decidiera romper el compromiso. ¿Crees que Robert puede volverse más apasionado una vez que nos hayamos casado?

Hinata no conocía a lord Collingsworth y no sabía qué decirle a su amiga. No obstante, Ino era una joven hermosa. Tenía el tipo de figura que gustaba a los hombres. No creía que el futuro esposo de Ino pudiera resistirse a sus encantos por mucho tiempo... lo que le hizo recordar a Naruto y la cerradura en su puerta.

—Estoy segura de que no tienes nada de qué preocuparte —le aseguró a su amiga—. Es obvio que es muy tímido. No me cabe la menor duda de que apenas os hayáis casado te besará hasta el cansancio.

Su amiga suspiró.

—Espero que tengas razón, Hinata. —Permanecieron en silencio durante un momento antes de que Ino dijera—: ¿Podrías darme otra copa de coñac? Estaba muy bueno. Me dejó una sensación cálida en el estómago, igual a lo que siento cuando pienso en Gaara Namikaze.

Una vez más, Hinata se preguntó si Ino debería casarse. Y se hizo las mismas preguntas que su amiga parecía estar haciéndose. ¿Qué había hecho la noche anterior para que Naruto saliera corriendo aquella mañana y para que tomara la decisión de poner una cerradura en su puerta con el objetivo de impedirle entrar en su dormitorio? En un primer instante, trataba de seducirla; al instante siguiente, se portaba como si fuera él quien estuviese en peligro de perder la virginidad.

¿Y si era algo así lo que le pasaba? Quizá, sólo quizá, fuese su corazón lo que intentaba proteger de ella. Esta posibilidad la reconfortó mucho más de lo que podría hacerlo el coñac.

—Cuando te cases, Ino —decidió preguntar de repente—, ¿te parecerá extraño compartir el lecho conyugal con un hombre al que apenas conoces?

Ino cogió la copa de Hinata, y bebió un sorbo de coñac antes de responder.

—Yo pensaba que ése sería uno de los placeres del matrimonio —soltó ella—.¡Ah, ya sé! Mi madre me dio un sermón acerca del deber y me dijo que simplemente debía permanecer acostada mientras mi esposo satisface su deseo conmigo, pero yo también tengo deseos, y tengo muchas ganas de satisfacerlos.

—Entonces, ¿no le pedirías un poco de tiempo? —Hinata quería que le aclarara ese punto—. ¿No le pedirías tiempo para conocerlo mejor?

—¿Para que? —preguntó Ino—. Tendré todo el resto de mi vida para conocerlo mejor. Quiero disfrutar de él mientras esté joven y vigoroso. Ya lo conoceré mejor cuando se le hayan caído los dientes y le crezca la panza.

Hinata soltó una risita nerviosa. No sabía si era a causa de la escandalosa franqueza de Ino o porque el coñac se le había subido a la cabeza. Ino le sonrió, luego adoptó una actitud seria, un aire pensativo que la hizo fruncir sus arqueadas cejas.

—¿No me digas que tu guapísimo marido y tú aún no habéis consumado el matrimonio?

No, no se lo diría, pero temía que el rubor que empezaba a sentir ardiendo en sus mejillas la delatara. Y estaba en lo cierto al suponer que así sería. Ino suspiró de manera histriónica.

—Los rumores me hicieron creer que vosotros fuisteis amantes antes de casaros. ¿Qué diablos estás esperando, Hinata?

—El amor —respondió con voz débil.

Ino vació el contenido de la copa de Hinata.

—¿El amor? ¡Dios santo! Yo ni siquiera creo en el amor. Creo en la pasión, en el deseo, en la atracción física. Todas estas cosas son reales. Pero no creo en el amor.

Hinata estaba horrorizada. Creía que una mujer que se dejaba llevar por sus emociones de aquella manera, se enamoraría fácilmente, quizá todos los días.

—¿Tus padres no se aman?

—No —gruñó Ino de una manera impropia de una dama—. Mi madre se casó con mi padre porque era un buen partido. Se respetan el uno al otro, pero no se aman. Mi madre me asegura que el amor no es más que un sentimiento efímero y que no tiene nada que ver con la felicidad. Dice que, en cambio, creer en el amor pude causarle a una persona la peor clase de dolor. Ella quiere evitarme ese sufrimiento.

Aunque Hinata lamentaba que la madre de Ino tuviera esa opinión del amor, reconocía que a la mujer no le faltaba razón. Quizá ella sí estuviese enamorada, pues se sentía muy triste.

—Ya debo marcharme —decidió Ino súbitamente—. He gastado mi asignación mensual en sobornar a nuestro cochero para que me trajera aquí en secreto. Estoy segura de que mi madre llamará a la puerta de mi habitación en algún momento, pues querrá ver cómo me encuentro.

—Gracias por venir, Ino. Tu visita ha sido muy instructiva.

Hinata se levantó para acompañar a Ino a la puerta principal. Las dos jóvenes se abrazaron antes de que Ino se pusiera la capa y corriera a su carruaje.

Hacía sol y el aire olía a fresco debido a la tormenta de la noche anterior. Hinata no quiso volver a la casa y quedarse allí dentro sin hacer nada hasta que Naruto decidiera regresar y ella pudiera plantearle la cuestión de la cerradura cara a cara.

Decidió, entonces, dirigirse a la caballeriza. Miró la casa vecina. Una sábana blanca colgaba de la barandilla del balcón. La señal de Natsu.


Continuará