Naruto Y Hinata en:

TU MI SALVACIÓN


17: Peligro


La salud de la duquesa no había mejorado. En realidad, Hinata esperaba encontrarla en el mismo estado de apatía en el que había estado desde que ella llegó a Londres. Pero suponía que en el fondo de su corazón abrigaba la esperanza de que al entrar en aquella habitación encontraría a la dama completamente restablecida, llena de vida y dispuesta a reanudar la relación que habían empezado hacía muchos años.

Sin embargo, era evidente que eso no iba a pasar. Hinata tomó el té con la duquesa, intentando despejar su cabeza de los efectos del coñac que había bebido con Ino. El té, en lugar de servir para este propósito, la hizo sentirse aún más aletargada.

Puesto que no había una conversación animada que la mantuviera despierta, se quedó dormida en varias ocasiones mientras su madrastra roncaba débilmente en la silla que estaba junto a la ventana.

—Será mejor que se marche, lady Namikaze. —Natsu le dio un golpe suave con el codo a Hinata—. Ya se está haciendo tarde, y no sé a qué hora regresará el señor Toneri.

Hinata no podía abrir los ojos, era como si las pestañas se le hubieran quedado pegadas. Finalmente logró abrirlos, y vio que en efecto ya no había mucha luz y la noche se acercaba rápidamente.

—He debido quedarme dormida —balbuceó con voz somnolienta.

Cuando intentó levantarse, sintió como si sus huesos fuesen líquidos. Logró ponerse de pie y se dirigió a tropezones hacia la puerta.

—¿Se encuentra usted bien? —le preguntó Natsu, frunciendo el ceño con preocupación.

—Estoy bien —le aseguró Hinata—. Se me han dormido las piernas. Eso es todo.

—¡Natsu!

Las dos mujeres se quedaron paralizadas.

—¡Natsu! ¡Quiero que me prepare la cena inmediatamente! ¡Voy a salir esta noche!

—¡Huy Dios! ¡Ya está aquí! —exclamó Hinata con voz ronca.

—No debe saber que yo he estado enviándole señales cuando él está ausente — pidió Natsu preocupada.

—No debe encontrarme en esta casa —replicó Hinata, manifestando su propia preocupación.

—Pero ¿cómo va a hacer usted para salir? —preguntó Natsu—. Él se encuentra en la planta baja y, a menos que suba para entrar en su habitación, podrá verla con facilidad cuando usted intente marcharse.

A Hinata sólo se le ocurrió una manera de escapar.

—La espaldera que está junto a mi balcón —advirtió—. Una vez bajé por ella. Puedo hacerlo de nuevo.

—¡Vaya por Dios! —exclamó Natsu, terriblemente inquieta—. No he debido permitir que se quedara usted tanto tiempo. Parecía tan cansada, que me imaginé que el bruto de su marido la había mantenido despierta hasta altas horas de la noche, exigiendo de usted mucho más de lo que su delicada constitución le permite. Pensé que necesitaba descansar.

—Lord Namikaze no es ningún bruto —reprendió Hinata a Natsu. Era un hombre que pensaba cerrar su puerta con llave para que ella no pudiese entrar, pero no podía pensar en eso en aquel momento. Debía escapar—. Natsu, ve a apostarte en el descansillo del segundo piso para asegurarte de que Toneri no suba.

El ama de llaves asintió con la cabeza y salió corriendo de la habitación. Hinata miró a la duquesa, quien seguía durmiendo profundamente y roncando en su silla.

—Adiós, su excelencia —le dijo en voz baja, y luego se dirigió al rellano del segundo piso.

No fue una tarea fácil. Sus ojos le estaba jugando malas pasadas, y los escalones a veces parecían moverse bajo sus pies. Avanzaba con lentitud, pero finalmente logró llegar al descansillo. Al echar un vistazo hacia abajo, vio a Natsu apostada en los escalones que conducían a la planta baja.

La mujer le hizo señas para que siguiera avanzando. Hinata intentó una vez más moverse rápidamente, pero sus pies se negaban a cooperar.

—¡Dése prisa! —profirió Natsu entre dientes.

—Natsu, ¿acaso no oye que la estoy llamando?

El ama de llaves se volvió bruscamente y miró hacia abajo.

—Lo siento, señor Chapman, estaba en la habitación de su madre.

—Bueno, pues baje y prepáreme la cena. Voy a salir esta noche y quiero cenar antes de marcharme.

—Sí, señor. —El ama de llaves empezó a bajar la escalera—. ¿Va usted a subir, señor? —preguntó en voz muy alta.

—Por supuesto que voy a subir —declaró Toneri bruscamente—. Quiero cambiarme de ropa antes de cenar.

—Muy bien, señor.

Hinata se obligó a avanzar deprisa. Toneri estaba subiendo la escalera, y si ella no lograba llegar a su habitación y al balcón antes de que él se encontrara en el rellano del primer piso, podría verla.

La cabeza le empezó a dar vueltas de nuevo y tuvo que apoyar su mano en la pared para mantener el equilibrio. Hinata oyó al ama de llaves preguntarle a Toneri qué le apetecería cenar, suponía ella que con el fin de darle más tiempo para escapar.

Finalmente, logró llegar a su habitación, abrir la puerta y entrar. Los únicos recuerdos amables que tenía de aquel dormitorio eran las visitas nocturnas de Naruto. Natsu había dejado las puertas del balcón abiertas tras colgar la sábana en la barandilla. Hinata se dirigió a un costado del balcón, donde había suficiente espacio para pegarse bien al muro lateral de la casa que se encontraba junto a la espaldera.

Esperó un momento, intentando tranquilizar su acelerado corazón y despejar su cabeza, que seguía dándole vueltas. Miró hacia abajo por encima de la barandilla. El descenso parecía bastante largo.

De repente, oyó unos pasos. ¡Dios santo! Había dejado la puerta abierta. Era muy posible que Toneri hubiese decidido entrar simplemente porque, cuando ella vivía allí, solía dejar la puerta de su dormitorio cerrada, y suponía que Natsu seguía haciendo lo mismo.

Lo oyó recorrer la habitación, abriendo cajones y volviendo a cerrarlos. Hinata se apretujó contra la pared, esperando que su hermanastro no pudiera ver que ella se encontraba en el balcón, paralizada de miedo.

Unos instantes después, oyó sus pasos de nuevo, pero esta vez alejándose. Permaneció inmóvil otro rato, casi sin atreverse a respirar. Cuando dejó de oír sus pasos, se dirigió a la barandilla. Cada vez que miraba hacia abajo, la cabeza empezaba a darle vueltas nuevamente.

Era peligroso intentar bajar con la cabeza dándole vueltas, pero más peligroso era quedarse allí. Sabía por experiencia propia que las dos enaguas que llevaba debajo del vestido sólo harían el descenso aún más difícil. Por consiguiente, metió las manos debajo de su vestido y se las quitó, dejándolas amontonadas a sus pies antes de extender los brazos para agarrarse de la espaldera.

Pasó una pierna por encima de la baranda e intentó encontrar dónde apoyar el pie. Una vez que lo hizo, se agarró con fuerza y subió a la barandilla para poder pasar la otra pierna por encima de ésta.

Se le fue un pie, y sus piernas se balancearon en el aire durante un momento. Empezó a patalear, haciendo un esfuerzo por volver a encontrar dónde apoyar los pies. Miró hacia abajo. La cabeza le daba vueltas. Estaba a punto de caerse y romperse el cuello.

Reuniendo todas sus fuerzas, se aferró a la espaldera hasta que de nuevo logró meter los pies en las tablas cubiertas de hojas de parra. Descendió lentamente. Las hojas aún estaban húmedas a causa de la tormenta de la noche anterior y los pies le resbalaban en las tablas con gran facilidad.

La cabeza siguió dándole vueltas y pensó que vomitaría en cualquier momento, lo que no haría más que complicar su descenso. Ya casi había llegado al suelo cuando se le fue el pie de nuevo. La sensación de mareo se hizo tan fuerte que las barras de madera de la espaldera se le escaparon de las manos y, de repente, empezó a caer.

Unos brazos fuertes la recibieron.

—¿Que demonios estás haciendo, Hinata?

—Naruto —dijo ella. Luego, empezó a forcejear para liberarse de sus brazos, coger su mano y obligarlo a pegarse al muro de la casa.

—Hinata, te pregunte...

—¡Cállate! —lo amonestó—. Toneri está en casa —le informó en voz baja—. Tuve que escapar sin que me viera.

—Me importa un bledo si me ve —le hizo saber Naruto, y quiso alejarse del muro.

Hinata tiro de él para impedírselo.

—Pero a mí sí me importa. Si sabe que he venido aquí, no podré regresar. Y por consiguiente, ya no podré visitar a la duquesa. Y, además, sería muy peligroso.

—Ya es lo bastante peligroso —observó él—. Casi me da un ataque al corazón cuando te he visto balanceando las piernas en el aire hace un momento. Pensé que no podría correr lo suficientemente rápido para alcanzarte antes de que cayeras y te rompieras tu precioso cuello.

—Estás hablando a voz en grito —volvió a amonestarlo Hinata—. Más tarde hablaremos de eso.

—De eso no te quepa la menor duda —le aseguró Naruto.

Esperaron allí, pegados a uno de los muros de la casa, hasta que Hinata sintió que ya era seguro escapar. Durante su desenfrenada carrera por el césped que separaba las dos casas, ella no hizo más que tropezar, y Naruto en todo momento acudió a ayudarla. Terminó llevándola en brazos, tal y como había hecho el día en que se disponían a dar un paseo a caballo.

Cuando llegaron a la casa, él se dirigió hacia los dormitorios de arriba. Hawkins acudió enseguida para preguntar qué estaba pasando, pero al ver la cara de su patrón, se retiró de inmediato.

Naruto entró en la habitación de Hinata y la llevó a su cama, poniéndola con todo cuidado en el suave colchón, aunque la expresión de su rostro no era muy afectuosa.

—Hawkins no tenía ni la menor idea de dónde te encontrabas... Pensó que a lo mejor te habías marchado con tu amiga. Yo me dirigía a la caballeriza a ensillar un caballo, cuando vi la señal del ama de llaves en el balcón. Luego te vi colgando de la espaldera.

—Me quedé dormida —le explicó Hinata—. No le dije a Hawkins adonde iba porque no pensaba tardar mucho. Luego Toneri llegó a casa y no tuve más remedio que salir de allí bajando por la espaldera. La cabeza me daba vueltas como el otro día y perdí el equilibrio.

Las facciones del rostro de Naruto se relajaron un poco.

—Voy a mandar a buscar un médico, Hinata. Esos mareos te dan con demasiada frecuencia.

—Sólo me han dado en dos ocasiones —afirmó Hinata. Entonces cayó en la cuenta de algo bastante extraño—. Las dos veces justo después de visitar a mi madrastra. —Su mente empezó a buscar algún tipo de relación entre estos hechos. Sólo pudo pensar en una—. El té —susurró.

Naruto se sentó junto a ella.

—¿El té? ¿De qué estás hablando?

Empezó a entender por qué le daban aquellos mareos, y si lo que estaba pensando realmente estaba sucediendo, entonces era muy posible que la duquesa no estuviese enferma en absoluto.

—Él la está drogando —afirmó—. Hay algo en el té que le pide a Natsu que prepare para ella todos los días.

—Explícame qué está pasando —demandó Naruto.

Hinata se sintió mareada de nuevo y se llevó una mano a la cabeza. Naruto la acostó con cuidado en la cama.

—Creo que debes descansar un poco.

—No —insistió ella—. Quiero decirte lo que creo que le ha pasado a la duquesa.

—De acuerdo.

—Creo que las hojas del té que él le ordena a Natsu que prepare para su madre tienen algo que es lo suficientemente fuerte para mantenerla en estado de aletargamiento. El día que íbamos a dar un paseo a caballo, yo tomé un sorbo del té para asegurarme de que no estuviese muy caliente.

» Hoy me serví una taza, pues Ino había venido a visitarme y bebimos coñac. Pensé que el té me ayudaría a despejar la cabeza, pero sólo hizo que me sintiera peor. Poco después me dormí y me quedé allí mucho más tiempo del que quería. El té tiene un sabor amargo que no pude tolerar, así que sólo bebí media taza. A mi madrastra le dan dos o tres tazas al día.

—Pero ¿por qué querría Toneri drogar a su madre? —le preguntó Naruto. Hinata reflexionó un momento.

—A lo mejor para que le otorgaran mi custodia —sugirió ella.

—Es posible —asintió él—. O tal vez tu madrastra sepa algo.

—¿Te refieres a los asesinatos?

—Quizá sepa qué le sucedió a Bess O'Conner. —Miró a Hinata—. Si tu madrastra se hubiese enterado de que su hijo mató a una mujer, ¿qué habría hecho?

Hinata no estaba segura.

—Ella siempre adoró a Toneri, sin importarle cuan miserable fuese con las demás personas. Pero sé que es una mujer de principios. No puedo decir con certeza qué habría hecho —concluyó.

—A lo mejor él tampoco estaba seguro —observó Naruto.

Ella empezó a sentir que las pestañas le pesaban. Parecía que había algo más que quería contarle a Naruto. En aquel instante lo recordó.

—Toneri va a salir esta noche —articuló ella arrastrando las palabras—. Lo oí cuando se lo decía a Natsu.

—Entonces yo también voy a salir —decidió Naruto—. Quiero que duermas para que te repongas de los efectos de la droga que Chapman está utilizando para mantener sedada a su madre.

—¿Por qué la está drogando? —se preguntó ella—. Si temía que denunciara sus crímenes, ¿por qué no la mató?

Naruto le apartó el pelo de la cara.

—A lo mejor porque es su madre. A lo mejor porque matarla inmediatamente después del asesinato de Bess O'Conner habría hecho que sospecharan de él. Era más inteligente mantenerla drogada, decirle a todos que ella se estaba muriendo y, cuando llegara el momento oportuno, matarla. A nadie le extrañaría su muerte si hacía ya bastante tiempo que se encontraba enferma.

Hinata se estremeció, y Naruto la cubrió con un edredón.

—Debo salvarla —susurró ella.

—Duerme, Hinata.

La oscuridad llegó precipitadamente para llevársela consigo, pero aún había algo que quería preguntarle a Naruto. No recordaba bien lo que era. Al fin lo recordó.

—¿Por qué me has cerrado la puerta, Naruto? ¿Por qué me has cerrado la puerta de tu dormitorio y de tu corazón?

No pudo abrir los ojos para ver la expresión de su rostro. No pudo mantenerse despierta el tiempo suficiente para oír su respuesta. La oscuridad la llamaba.

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Quizá sí estuviese loco, como todos creían. Naruto apretó los dientes y se agarró con fuerza de la parte inferior de la calesa de Chapman. Era la única manera de que Toneri no se diera cuenta de que lo estaba siguiendo. La única manera de asegurarse de que no le hubiera tendido otra trampa.

Sus músculos se hincharon debido al esfuerzo que tenían que hacer para agarrarse de la calesa, pero lo logró de alguna manera. Decidió ignorar el hecho de que era totalmente imposible que mortal alguno hiciera lo que él estaba haciendo.

Pero no pudo ignorar con la misma facilidad las preguntas que Hinata le había hecho en voz baja antes de quedarse dormida. ¿Qué respuesta podría darle para que no se volviera en su contra? ¿Para que no se sintiera rechazada? Le había cerrado la puerta de su dormitorio, pero no podía cerrarle la puerta de su corazón.

Ella había entrado sigilosamente en él la noche en que la conoció. Estaba perdido, y si Hinata de verdad lo amaba, también estaba perdida. La calesa se sacudió de improviso, haciéndole volver al presente.

El carruaje ya se había detenido una vez para recoger un pasajero. Naruto supo por el olor de la mujer y por su acento vulgar que era una prostituta. En aquel momento volvían a parar en una calle oscura. Una calle en la que Naruto no oía más que silencio.

—¿Quieres que entre allí? —Era la voz de la mujer—. Ese sitio parece estar abandonado.

—Eso nos conviene para lo que queremos hacer —contestó Chapman en tono seco—. ¿Acaso importa dónde abras las piernas con tal de que te dé el dinero que te prometí?

—No tienes que ser tan grosero —opinó ella—. Pero no, supongo que no importa.

Las ballestas de la calesa saltaron cuando Toneri y la mujer se bajaron. Naruto esperaría hasta que entraran en la casa para salir sigilosamente de su escondrijo. No quería ahuyentar a Toneri, no cuando finalmente estaba a punto de atraparlo.

Naruto planeaba utilizar a la prostituta como testigo contra el hermanastro de Hinata. Quizá no pudiese imputarle todos los asesinatos que habían tenido lugar, pero al menos podría probar que había intentado asesinar a aquella mujer.

Mirando hacia la casa desde debajo de la calesa, Naruto vio que un resplandor salía de la ventana de una de las habitaciones traseras de la planta baja. Se soltó y salió de su escondrijo. Estiró los brazos para relajar sus músculos, que le dolían por el esfuerzo que había hecho para viajar colgado de la parte inferior de la calesa.

La calle estaba desierta. La mayoría de las casas parecían tan abandonadas como aquélla. Había tomado nota mentalmente del viaje, calculando la distancia que recorrieron y la dirección que tomaron. Se dirigió sigilosamente hacia la casa, y luego hacia el lugar donde había visto el débil resplandor que salía de la ventana. Cerró los ojos para concentrarse.

—¿Quieres que me ponga esto? —preguntó la mujer—. ¿Para qué?

—El caballero que vendrá a acompañarnos quiere que representes el papel de una dama.

—¿Qué caballero? No me dijiste nada acerca de eso.

—¿No te lo dije? —La voz de Toneri sonaba sarcásticamente inocente—.Bueno, pues sí, un caballero vendrá a acompañarnos.

—Espera un momento —interrumpió la mujer—. En ningún momento acepté estar con dos hombres al mismo tiempo. Yo no hago esa clase de cosas.

—Esta noche lo harás. Y no estarás con nosotros dos al mismo tiempo. Al caballero le gusta mirar primero, y luego toma su turno.

—¡Pues que se vaya al diablo! Yo me marcho.

Un instante después se oyó una fuerte bofetada. Naruto apretó los puños con furia. Requirió de todo su dominio de sí mismo para no entrar en la casa como un vendaval y golpear a Chapman por atreverse a pegar a una mujer. El recordar que le había hecho eso mismo a Hinata hizo que le hirviera la sangre de rabia.

—¡Ahora ponte ese maldito vestido! —gruñó Toneri—. ¿O quieres que te dé otro golpe para convencerte?

—¡No! —Se oyó la voz asustada de la prostituta—. Haré todo lo que quieras, pero no me vuelvas a pegar.

—Eso está mejor —estimó Chapman con voz suave—. Las mujeres desobedientes me hacen perder los estribos. No te haré daño si haces todo lo que te ordene.

Hubo un silencio. Naruto supuso que la mujer se estaba poniendo el vestido que Toneri quería que llevara. Se preguntó cuándo llegaría el «otro» caballero. Siempre había pensado que había dos hombres involucrados en aquellos crímenes, y pronto tendría la prueba de que estaba en lo cierto.

—Quítate las horquillas y déjate el pelo suelto —le ordenó Toneri—. De hecho, si te cubre la cara, él podrá fingir que está con otra persona.

—¿Quién es el caballero al que estamos esperando?

Chapman le dio otra fuerte bofetada a la mujer por preguntar.

—No debes hablar, a menos que uno de nosotros te pida que lo hagas, ¿entiendes? No tienes el acento propio de una dama culta, y eso es lo que él quiere: hacer guarradas con una dama. Pero, desde luego, no puede hacerlo. Al menos hasta que se haya casado con ella.

—Entiendo —claudicó la mujer, y Naruto pudo oír el miedo que se reflejaba en su voz.

—Levántate el vestido y enséñame tu cuerpo —le ordenó Toneri—. Quiero asegurarme de que no tienes sífilis.

—Ya te dije que no —aseguró la mujer.

Él le dio otra bofetada.

—¡Hazlo! —rugió Chapman.

Estaba humillándola. Estaba presionando a Naruto para que actuara antes de tiempo. Él necesitaba conocer la identidad del otro hombre; pero juró que si Chapman la golpeaba una vez más, no seguiría esperando.

—¿Crees que a mí me gusta esto? —le preguntó Toneri a la mujer—. ¿Actuar para él? ¿Bailar a su ritmo? Preferiría cortarle su pescuezo.

—¿Por qué nosotros dos no...?

—¿Te he dado permiso para hablar? —la interrumpió Toneri.

La prostituta respondió gimoteando. Un momento después soltó un grito, haciendo que Naruto se sobresaltara.

—¡Vuelve aquí, puta!

Se oyeron los sonidos de una riña dentro de la casa. La mujer gritó de nuevo, y los hipersensibles oídos de Naruto oyeron un puño golpear un cuerpo blando. Soltó una maldición, y dando saltos se dirigió a la puerta principal, echándola abajo a patadas.

—¡Chapman! —rugió—. ¡Quítele las manos de encima a esa chica!

Una pistola se disparó en medio de la oscuridad, astillando la pared junto a la cabeza de Naruto, quien de inmediato se tiró al suelo.

—Venga aquí, Namikaze —lo provocó Toneri—. Nada me gustaría más que meterle una bala en la cabeza.

Naruto había guardado una pistola en la pretina de su pantalón, pero aunque estuvo muy tentado de utilizarla, aún no tenía ninguna prueba sólida de que Toneri hubiera matado a las dos mujeres que encontró en su propiedad; de que, de hecho, tenía la intención de matar a la joven que había llevado allí aquella noche. Ni siquiera le había oído decir que tuviera la intención de hacerlo. Sólo podía dar su palabra, la cual no tenía mucho valor ni para los inspectores ni para la sociedad.

—¡Deje que ella se marche, Chapman! —gritó—. Déjela que se marche, o lo mataré de un tiro.

Toneri no le respondió, pero la inusual visión nocturna de Naruto le permitió ver su figura: estaba obligando a la aterrorizada mujer a caminar delante de él, utilizándola como escudo.

—¡Adelante, dispare, Namikaze! —lo desafió Toneri.

Eso era lo que quería que hiciera. No sabía que Naruto podía verlo. No sabía que él sabía que si disparaba, mataría a la mujer, y no a Chapman, y entonces lo acusarían de su asesinato.

Naruto apretó la mandíbula y esperó a que Toneri diera el siguiente paso. Obligó a la mujer a dirigirse hacia la puerta abierta y, cuando estaban a punto de llegar a la puerta, la apartó de un empujón.

La mujer avanzó a tropezones y cayó sobre Naruto. Luego, empezó a sacudir las manos frenéticamente y a gritar. Naruto intentó apartarla para poder levantarse, pero cuando finalmente lo logró, oyó el restallido de una fusta y el traqueteo de una calesa al ponerse en marcha.

Naruto salió de la casa corriendo y vio la calesa alejarse por la calle, moviéndose a una velocidad a la que él nunca habría creído que Toneri pudiera hacer avanzar a sus desdichados caballos. Empezó a correr detrás del vehículo.

Sus botas aporreaban las calles adoquinadas. Una parte de él sabía que era inútil perseguir a un hombre que avanzaba a toda velocidad en una calesa tirada por dos caballos fustigados; otra parte de él sospechaba que si se esforzaba un poco, podría alcanzarlos.

Instó a sus piernas a moverse más rápido, llevó aire a lo más profundo de sus pulmones, y empezó a correr con todas sus fuerzas. Las siluetas oscuras de las casas abandonadas y los apestosos callejones pasaban de largo por su lado a una velocidad increíble.

Se le alteró la visión, y en lugar de formas, veía colores. Los caballos que corrían delante de él se convirtieron en una masa de color rojo brillante contra la noche. Veía su sangre a través de sus cuerpos.

Miró hacia su izquierda y distinguió las formas rojas de unas ratas que hurgaban en la basura de los callejones. Se exigió mucho más, obligándose a correr aún más rápido, y en su mente dejó de verse a sí mismo como un hombre.

Tenía cuatro patas, en lugar de sus dos piernas; colmillos largos, en lugar de dientes; garras, en lugar de uñas; pelo, en lugar de piel. Se fundió con la noche, con el fuerte latido de su corazón y con la sangre que corría por sus venas.

Ya estaba a punto de alcanzar la calesa, estaba preparado para lanzarse sobre el vehículo y agarrarse con fuerza a él. Estaba igualmente preparado para abalanzarse sobre Toneri Chapman y desgarrarle la garganta. Pero alguien se le vino encima desde la izquierda. No pudo detenerse a tiempo para esquivar al hombre y tropezó con él, haciendo que los dos cayeran al suelo.

Naruto dio varias vueltas, raspándose la piel con la áspera superficie de la calle adoquinada. Permaneció tirado en el suelo un momento, tratando de recuperar el aliento.

—¡Imbecil! —El hombre con el que había tropezado se levantó del suelo y empezó a tambalearse una vez que logró ponerse derecho—. ¡Mire por dónde camina! ¡Me ha golpeado usted tan fuerte que me siento como si estuviera a punto de expulsar a chorros toda la ginebra barata que he bebido esta noche!

Y eso fue exactamente lo que hizo el desconocido, tras caer de rodillas y empezar a vomitar sobre una alcantarilla. Naruto intentó tranquilizar su salvaje corazón para que no latiera con tanta violencia. Era un hombre, no la bestia que había tomado forma en su mente. Una vez que logró recuperar el aliento que salió de un golpe de sus pulmones al tropezar con el desconocido, se puso de pie.

—¿Se encuentra usted bien? —le preguntó al hombre.

—¡No precisamente gracias a usted! —espetó él entre dientes. Y luego siguió vomitando.

Naruto regresó a la casa abandonada. Quería ver cómo se encontraba la mujer. La casa estaba vacía. Ella había huido de aquel lugar, y con toda la razón. Se dirigió hacia la habitación que estaba en la parte de atrás, donde dos velas aún chisporroteaban.

Había un vestido tirado en un rincón. Era evidente que la mujer había querido deshacerse de él, quizá para que Toneri no tuviese motivo alguno para ir a buscarla.

Naruto recogió el vestido. Sus sentidos se despertaron de inmediato. Conocía aquel olor. Sacudió el vestido y lo miró a la luz de una vela. Era el traje que Hinata llevaba la noche en que la conoció en el baile de los Katõ.


Continuará