Naruto Y Hinata en:
TU MI SALVACIÓN
18: En el Corazón
Cuando Hinata abrió los ojos vio que un hombre se encontraba junto a ella mirándola fijamente. El resplandor del fuego formaba una aureola luminosa alrededor de su cabeza, y en un primer instante pensó que era Naruto que había ido a ver cómo se encontraba.
Cuando logró distinguir con claridad sus facciones, se dio cuenta de que el hombre no era su esposo. Dio un grito ahogado e intentó incorporarse.
—No se asuste —dijo el hombre en voz baja—. No tenga miedo. Soy lord Kiba, su cuñado.
Fue difícil creerlo. Al mirarlo no era muy parecido a Naruto o Gaara, sus ojos eran de un tono oscuro. Pero recordó el retrato de los jóvenes Namikaze y aquel hombre se parecía a uno de ellos.
—¿Qué está usted haciendo aquí? —La pregunta le pareció muy oportuna.
—Esta es la casa de mi familia —le recordó él.
—Quiero decir, en mi dormitorio —precisó Hinata, tirando de las mantas para cubrirse mejor. No obstante, se dio cuenta por las mangas de su canesú que no estaba vestida con su ropa de dormir, y que aún llevaba el vestido que se había puesto por la mañana.
Tan absolutamente descarado como Naruto, Kiba se sentó en el borde de la cama.
—No pude conocerla la última vez que estuve aquí. Entonces también estaba usted acostada. Debe pasar mucho tiempo en la cama. ¡Sin duda si fuera mi mujer también sería así! De modo que si quería presentarme, no podía hacer otra cosa que venir a verla a su habitación.
—¿Naruto sabe que está usted aquí?
Él sonrió, y sus hoyuelos formaron hendiduras profundas en sus mejillas.
—¿Aquí en la casa o aquí en su dormitorio?
—Cualquiera de las dos cosas —respondió ella.
—Pues ninguna de las dos —le aseguró él—. Supongo que no le agradaría que yo estuviera aquí, en su dormitorio, quiero decir. La última vez le sugerí subir, meterme en su cama y presentarme, pero él me gruñó.
Hinata estuvo a punto de sonreír.
—¿Le gruñó?
—Nunca le ha gustado compartir —le confió Kiba—. Pensé que debía conocerla antes de empezar mi búsqueda.
—Naruto piensa que usted regresó a la finca.
—Naruto se equivoca con frecuencia —le comunicó Kiba—. ¿Le ha hablado de mí?
Hinata negó con la cabeza.
—Me lo suponía —refunfuñó él entre dientes. Clavó en ella la mirada más profunda y sombría que Hinata jamás hubiera visto—. Yo soy la oveja negra de la familia —le informó Kiba, frunciendo el ceño—. Bueno, como todo el mundo piensa que todos nosotros somos ovejas negras, supongo que yo soy la más negra del rebaño. Me gusta beber, jugar, y además soy perezoso y mujeriego. ¡Ah! Y ahora Naruto cree que también soy un asesino.
A Hinata no pudo menos que resultarle simpático Kiba. Suponía que la mayoría de las mujeres no podían evitar enamorarse de él. Era un hombre que podría definirse como descaradamente sensual. Sólo los hoyuelos lo salvaban de la impudicia, pero éstos también eran muy atractivos.
—A Naruto ni se le ocurriría pensar que es usted un asesino. Es de mi hermanastro de quien sospecha.
—Me preguntó si yo tenía algo que ver con las mujeres asesinadas que encontraron en nuestra propiedad. Yo estaba en Londres las dos veces, ¿sabe? Supongo que eso automáticamente me convierte en sospechoso a ojos de Naruto.
—¡Se comportó como un ruin! —exclamó Hinata.
Él ostentó sus hoyuelos.
—Es un ruin. Definitivamente no es el hombre que usted se merece. Debió conocerme a mí primero.
Hinata se incorporó y se arregló el pelo.
—Me atrevo a decir que probablemente lo mejor es que no haya sido así. — Sospechaba que, de haber conocido a Kiba en lugar de a Naruto, nunca habría podido salir del carruaje con su virtud intacta la noche del baile de los Katõ.
—Sólo estoy pensando por los dos —declaró él. La expresión de su rostro era entonces de absoluta seriedad—. Supongo que Naruto se enamoró de usted a primera vista.
A Hinata se le encendieron las mejillas. ¿Debía decirle que se equivocaba? Por alguna razón, sintió que podía confiar en Kiba Namikaze. Quizá fuese debido a que era un hábil mujeriego y las mujeres eran presa fácil de sus atenciones.
—Estoy segura de que ya le dijo por qué se casó conmigo, que ya le contó que yo arruiné mi reputación al proporcionarle una coartada la mañana en que encontraron a otra mujer muerta en la caballeriza.
—Sí, me contó todo eso —corroboró Kiba—. Y yo le creí, pero eso fue antes de conocerla.
Ella se ruborizó de nuevo.
—¿Siempre intenta usted seducir a una mujer, aunque sea la esposa de uno de sus hermanos?
Él pareció reflexionar durante un segundo.
—Es usted la primera esposa en nuestra familia, así que supongo que tendría que responderle que no.
Ella se rió tontamente.
Él volvió a exhibir sus hoyuelos.
—¿Ama usted a Naruto?
Se había puesto serio de nuevo. Hinata miró fijamente sus ojos negros, y sintió una vez más que podía ser sincera con él.
—Sí, pero él se niega a entregarme su corazón. Ahora ha decidido incluso cerrar su puerta con llave. Pensé que podría hacer que llegara a amarme, pero...
Él llevó el dedo índice a sus labios.
—Algunas veces un hombre no expresa su amor con palabras, sino con la manera de mirar a una mujer a los ojos, con las cosas que hace por ella. Preste más atención, Hinata.
Ella sintió el extraño impulso de abrazarlo. Pero era lo suficientemente lista para saber que ninguna mujer abrazaba a Kiba Namikaze, a menos que quisiera que él le diera mucho más a cambio.
—Usted me agrada —le confesó.
Él sonrió.
—Por supuesto. Usted es una mujer. —Se inclinó hacia adelante y la besó en la frente—. Usted también me agrada, Hinata. Merece ser feliz. Y Naruto también, aunque en este momento estoy muy enfadado con él.
» Ahora, más que nunca, estoy resuelto a emprender la búsqueda para salvar a mi familia. Naruto siempre ha sido el más responsable de todos nosotros y Gaara el más trabajador. Yo no he sido nada. A mí no se me ha asignado ninguna tarea importante, hasta ahora.
—¿De qué piensa usted que debe salvar a sus hermanos? —le preguntó Hinata.
Kiba la miró fijamente a los ojos antes de responder.
—Con un poco de suerte, usted nunca lo sabrá —dijo, levantándose de la cama. Era alto, como todos los Namikaze, pero no tan robusto como Gaara, y era aún más delgado que Naruto. Aun así, era un hombre muy apuesto.
—Dígale a Naruto que estuve aquí. Dígale que he emprendido la búsqueda de la bruja y que tengo la intención de matarla.
Ella lo miró con sorpresa.
—¿Matar a una bruja? ¿Acaso ese tipo de cosas existen?
Él volvió a inclinarse hacia ella. Su rostro quedó a pocos centímetros del de Hinata.
—Se sorprendería si supiera qué clase de cosas existen en medio de las tinieblas, Hinata. Si logro lo que quiero, usted nunca tendrá que enterarse.
A ella le pareció que Kiba estuvo a punto de besarla. Y cayó en la cuenta, con algo de pánico, de que quizá le hubiese permitido aquel atrevimiento. Era como si él la hubiera hechizado, y ese encanto sólo perdió fuerza cuando Kiba salió de la habitación y desapareció.
Naruto acarició la suave mejilla de Hinata. Ella aún dormía con la ropa que se había puesto el día anterior. Agitó las pestañas, haciendo un esfuerzo por abrir los ojos y fijar la vista en él.
—¿Kiba?
La mano de Naruto se paralizó sobre su mejilla.
—¿Me has llamado Kiba?
Ella sacudió la cabeza como queriendo despejarla.
—¿Ya es por la mañana?
—¿Me has llamado Kiba? —volvió a preguntar él.
Hinata se incorporó y dirigió la mirada hacia la ventana. La luz del sol se filtraba por entre las persianas.
—Anoche tuve un sueño muy extraño. Soñé que tu hermano Kiba estaba aquí, en mi habitación, hablando conmigo.
—Es verdaderamente curioso, sobre todo teniendo en cuenta que tú aún no conoces a Kiba.
Hinata se pasó una mano por el pelo.
—Por lo menos creo que estaba soñando. ¿Interrogaste a Kiba acerca de los asesinatos?
A Naruto lo acometió un sentimiento de culpabilidad.
—Sí, y se enfadó mucho conmigo. Por eso se marchó antes de que pudiera presentártelo.
—Entonces no fue un sueño. Yo no sabía lo que ocurrió —sostuvo ella—. Me pidió que te dijera que iba a emprender una búsqueda. Una búsqueda que lo llevaría a matar a una bruja y salvar a la familia. —Lo miró con sus ojos grises claros—. Eso no tiene sentido, Naruto. Por eso pensé que estaba soñando.
Quizá las revelaciones de Kiba no tuviesen sentido para Hinata, pero Naruto entendía perfectamente el recado de Kiba. Era una misión imposible, pensaba. Y su hermano no podía haber tomado esta decisión en un peor momento.
—Quería mandarte a la finca —le reconoció Naruto—. Pensé que correrías menos riesgos junto a Gaara y a Kiba. Pero obviamente Kiba no se encuentra allí, y no me sorprendería que Gaara, al llegar a casa y encontrar que nuestro hermano no ha regresado, haya decidido volver aquí para seguir buscándolo.
—¿Querías mandarme a la finca? —Hinata apartó las mantas y se sentó—. Pero yo no puedo marcharme, Naruto. Aún no. Debo ayudar a la duquesa.
—¡Corres peligro, Hinata! —Naruto no quería decirle estas palabras con tal brusquedad, pero estaba muy preocupado por ella.
Había empezado a unir todas las piezas del rompecabezas relacionado con Toneri y su hasta entonces desconocido cómplice. El vestido y las mujeres, todas escogidas por su parecido con Hinata, le habían dejado bastante claro que o bien su hermanastro o su cómplice estaban obsesionados con ella. Y además estaban todas aquellas cosas extrañas que le estaban pasando. Quizá Hinata no estuviese a salvo viviendo con él en la misma casa. Quizá no estuviese a salvo en Londres.
—¿Qué pasó cuando saliste anoche? —le preguntó.
No quería decírselo. No quería hablarle del vestido. No quería contarle lo que le había pasado; ni la manera como había perseguido una calesa tirada por caballos que corrían al galope por una calle desierta; ni tampoco que, de no ser por el borracho que salió tambaleándose de un callejón y se cruzó en su camino, la habría alcanzado.
—No logré pillarlo. —Fue todo lo que dijo.
Se sobresaltó al sentir la suave mano de Hinata acariciando su mejilla y, luego, haciéndolo alzar la cabeza para que la mirara a la cara.
—Pareces exhausto, Naruto. ¿No dormiste nada anoche?
—No —reconoció él. Y pensó que ella estaba preciosa con su ropa arrugada y su pelo despeinado alrededor de sus hombros.
—Pues debes dormir. Le pediré a Hawkins que te prepare un baño, y luego deberías pasar todo el día en la cama.
Él arqueó una ceja.
—¿Me asistirás de nuevo en el baño?
A ella no le hizo gracia su broma. En lugar de sonreír, lo miró a la cara con sus ojos perlas grises.
—¿Me cerrarás la puerta con llave?
Él comprendió que su decisión la había herido. Hinata no sabía que había mandado poner aquella cerradura en su puerta para protegerla. No sabía cómo explicarle que quizá hubiese sido más prudente poner la cerradura del lado de ella.
—Algunas veces soy bastante reservado —se disculpó él.
Ella seguía mirándolo fijamente, pero las lágrimas se le saltaron por un momento.
—¿Mi atrevimiento de la otra noche te asqueó? ¿Te repugno ahora?
El alma estuvo a punto de partírsele en aquel instante. Hinata no debería pensar que la decisión de resistirse a sus encantos era culpa suya.
—Tú nunca podrías repugnarme —la tranquilizó, pasando sus dedos por la maraña de su pelo—. Eres la mujer más atractiva que jamás haya conocido. Y también la más valiente.
El precioso arco que formaban sus cejas negras se frunció.
—¿Entonces por qué lo hiciste? Por lo menos debía ser sincero.
—Porque te mereces mucho más de lo que yo puedo darte. Y porque no te pediré que te conformes con menos. Tú me propusiste ser mi amiga. Tal vez eso sea lo mejor.
Ella apartó la mirada, pero no antes de que una lágrima trazara un camino por su mejilla. Aquella lágrima le royó el alma. Aquella lágrima que él le había hecho derramar.
—¡Maldita sea esta desgraciada vida! —susurró él.
Y porque no podía soportar ver sus lágrimas, se levantó, atravesó la puerta que separaba sus habitaciones y la cerró con llave.
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Suponía que Naruto estaba durmiendo. Él le había cerrado la puerta con llave, de modo que Hinata no tenía manera alguna de saberlo con certeza. El asunto de su hermanastro debía recibir atención inmediata, y Naruto se pondría furioso con ella si decidiera actuar por cuenta propia.
Aun así, cuanto antes le dijera a Natsu que no siguiera dándole a la duquesa aquella mezcla especial de té que Toneri insistía en hacerle beber, antes esperaba Hinata que se recuperara la dama.
Tras tomar una decisión, fue a buscar a Hawkins. Él sólo era un criado y no podía impedirle salir, pero esta vez quería que le dijera a Naruto dónde se encontraba. Hinata se dio cuenta de que él quería discutir con ella, pero sabía el lugar que le correspondía, y se limitó a decir que si no regresaba rápidamente, despertaría a lord Namikaze.
Aún era temprano, y Hinata supuso que Toneri no estaría despierto a aquella hora de la mañana. Todo lo que quería hacer era entrar por la puerta de atrás, esperando encontrar a Natsu en la cocina para darle instrucciones acerca del té de su madrastra.
Hinata se mantuvo la mayor parte del tiempo cerca del seto que separaba las dos propiedades, pero llegó un momento en el que tuvo que armarse de todo su valor para cruzar el césped a la vista de ambas casas. Se dio prisa.
El corazón le latía con fuerza cuando llegó a la puerta de atrás de la casa vecina. Sólo tuvo que tocar el timbre de repartos una vez para que Natsu abriera la puerta. La mujer frunció el ceño.
—¿Qué está usted haciendo aquí, milady? —le preguntó en voz muy baja—. No he colgado la sábana. El señor Chapman está durmiendo en la habitación de arriba.
—Debo hablar contigo —le respondió Hinata también en voz baja.
Entró en la cocina. Echando un vistazo en derredor suyo, vio el bote de hojas de té que Natsu utilizaba para preparar la infusión de la duquesa. Se dirigió hacia la encimera donde se encontraba y abrió la tapa. Despedía un olor acre.
—¿Qué está usted haciendo, milady? —volvió a preguntar Natsu.
—El té —indicó Hinata en voz baja—. Sospecho que contiene algo que causa el estado de aletargamiento de su excelencia. Creo que Toneri la ha estado drogando.
Natsu la miró con los ojos como platos.
—¿Por qué habría de hacer una cosa así?
Hinata no podía ponerse a hablarle con lujo de detalles acerca de sus sospechas con respecto a Toneri, y llegó incluso a preguntarse si Natsu creería todo lo que Naruto y ella pensaban de su hermanastro.
—Quiero que vacíes este bote y lo llenes de hojas de té normales. Sólo veamos si yo tengo razón y la salud de la duquesa mejora cuando deje de beber el té que su hijo te ha ordenado que le prepares. Entonces te lo explicaré todo. Ahora no tengo tiempo.
—No sé, milady —dudó Natsu retorciéndose las manos—. Desobedecer las órdenes de mi patrón...
Hinata se mantuvo firme.
—Por favor, Natsu. Si mis sospechas no son ciertas, no le habremos hecho daño alguno a la dama. Y si mis sospechas son ciertas, su salud mejorará mucho en poco tiempo.
Natsu se mordió los labios.
—De acuerdo. Pero si el señor Chapman descubre que desobedecí sus órdenes, me echará de aquí, y entonces, ¿quién cuidará de la pobre mujer?
—Espero que la duquesa pueda cuidar de sí misma dentro de muy poco tiempo.
Y Hinata también esperaba que si su madrastra realmente estaba enterada de los crímenes que había cometido su hijo, se ocupara de que pagara por ellos. Entonces Hinata ya no tendría que preocuparse de lo que pudiera hacerles a Naruto o a ella cuando se le presentara la oportunidad.
—¡Natsu! ¡La he llamado dos veces! ¿Dónde demonios está?
Hinata dio un grito ahogado. Natsu palideció. Toneri se dirigía a la cocina. Lo oyeron andando por la casa haciendo ruido.
—¡Váyase! —la instó Natsu.
—Me verá cruzando el césped y sabrá que estuve aquí —le respondió ella frenéticamente, hablando en voz muy baja.
Natsu la empujó para que se dirigiera hacia una puerta que conducía al sótano y a las dependencias del servicio. Allí sólo había dos habitaciones, una de las cuales fue ocupada por Tayuya cuando trabajó en la casa.
—Quédese allí abajo hasta que yo haya terminado de hablar con él —le ordenó Natsu.
Hinata cruzó la puerta justo en el momento en que oyó a Toneri entrar en la cocina.
—¡Por fin la encuentro! —rugió él—. Tengo la cabeza a punto de estallar y no puedo dormir. Creo que una taza de té, esa mezcla especial que compro para mi madre, me podría servir mucho. Prepare una taza y llévela a mi habitación.
Hubo un silencio breve. Hinata apretó la oreja contra la puerta.
—¿Dónde está el bote? No está donde usted normalmente lo pone. Horrorizada, Hinata se dio cuenta de que aún tenía el bote en sus manos.
—Seguramente lo puse en otro lugar, eso es todo —balbuceó Natsu entre dientes—. Lo encontraré, señor, no se preocupe. Le subiré el té enseguida.
—Espero que lo encuentres —le advirtió Toneri—. Esa mezcla es muy cara, y si la has perdido, lo pagarás con el pellejo.
—No la he perdido —le aseguró Natsu—. Como ya le dije, debí ponerla en otro lugar. Vuelva a la cama, señor Chapman.
Hinata contuvo la respiración hasta que oyó los pasos alejarse. Miró las oscuras escaleras que conducían al sótano. Natsu también se había alojado allí, o por lo menos eso le había dicho el ama de llaves.
Cuando la duquesa cayó enferma, Natsu se mudó a la pequeña habitación contigua a la de la dama. Había telarañas en las escaleras debido a que ya nadie las utilizaba. Hinata se sintió atraída hacia la habitación donde Tayuya durmió alguna vez.
Quería asegurarse de que Toneri tuviera tiempo suficiente para subir a su habitación antes de salir de su escondrijo. Bajó las escaleras y abrió la puerta del dormitorio de Tayuya. Sólo había una ventana pequeña, y muy poca luz entraba en el parduzco cuartillo.
Un armario lleno de desconchones cubría una de las paredes. Había una pequeña mesa en un rincón y un catre que servía de cama. Esta estaba sin hacer. Las mantas se encontraban tiradas por toda la habitación de una manera bastante extraña.
Hinata se dirigió al armario y lo abrió. La ropa de Tayuya estaba guardada allí. Estuvo a punto de dejar caer el bote de hojas de té. Le turbaba ver los objetos personales de Tayuya. ¿Por qué no se los habría llevado consigo cuando Toneri la despidió?
A lo mejor porque Tayuya nunca se había marchado de la casa. O si lo hizo, no fue por voluntad propia. Un escalofrío recorrió la espalda de Hinata. Intentó recordar la noche en que se despertó al oír unos gritos. Pero Toneri no pudo haber colgado a Tayuya de las vigas del techo. Estaba con Hinata aquella noche en la velada de los LeGrande.
—Lady Namikaze —susurró Natsu desde la parte superior de la escalera—. Salga rápido. Ya se ha marchado, ¡y yo necesito ese bote!
Hinata salió corriendo de la habitación. Luego, subió las escaleras, entró en la cocina y le dio a Natsu el bote de té.
—¿Has entrado al dormitorio de Tayuya después de que ella se marchara?
—No. —Un sentimiento de culpabilidad hizo que las mejillas se le pusieran rojas al ama de llaves—. Estoy segura de que necesita una buena limpieza, pero hasta que el patrón no contrate a otra chica para remplazaría, no veo para qué hacerlo, sobre todo con todo el trabajo que tengo.
—Por supuesto —asintió Hinata—. Prepárale a mi hermanastro una taza de té con estas hojas, pero recuerda que no debes utilizarlas para la infusión de su madre.
El ama de llaves asintió con la cabeza, y Hinata salió de la casa a hurtadillas. Mientras corría a través del césped, empezó a preocuparle algo que no tenía mucho que ver con el hecho de que Tayuya hubiese dejado toda su ropa en la casa.
Toneri pensaba que una taza de aquel té podría ayudarle a dormir. Ahora tenía la certeza de que estaba en lo cierto al sospechar que estaban drogando a su madrastra.
Le contaría esto a Naruto cuando se despertara. Sus ánimos flaquearon al acercarse a la casa. Él quería que ella se marchara de allí. Quería mantener la puerta que unía sus dormitorios cerrada con llave. Quería ser su amigo. Su futuro juntos no parecía muy prometedor. Y si Toneri lograba salirse con la suya, no tendrían ningún futuro en absoluto.
Hinata se sintió como si hubiera perdido de nuevo el control de su vida. Y se sentía incapaz de volver a conducirla por el camino correcto. Su recuerdo de la visita nocturna de Kiba era bastante vago, y suponía que se debía a que aún se encontraba bajo los efectos del té adulterado.
¿Le había dicho que amaba a Naruto? Temía que sí, y el haberle confesado sus sentimientos a otra persona y, posiblemente, el dolor que sentía porque Naruto no la correspondía, hacían que se sintiera aún más triste.
Pero luego recordó lo que Kiba le había dicho. Le había dicho que algunas veces un hombre no expresa con palabras el amor que siente por una mujer, sino con su mirada y con las cosas que hace. Pensó en eso. Pensó en cuánto se preocupaba Naruto por ella, en su determinación de protegerla y en las palabras que él mismo le había dicho con respecto a la cerradura de la puerta.
Se había centrado en las últimas palabras que le había dicho, en su propuesta de que fueran amigos, y debido a eso, le había restado importancia al verdadero motivo de que hubiese puesto una cerradura entre ellos.
Naruto pensaba que ella se merecía mucho más de lo que él podía darle, y le había dicho que no le pediría que se conformara con menos. Había renunciado a tener la relación física que quería con ella por respeto a sus necesidades, a sus deseos y a sus sueños.
¿Qué clase de hombre haría algo semejante por una mujer? Sólo parecía haber una respuesta, y esta respuesta la llenó de repente de tal alegría y tal afecto por él, que quiso llorar.
Naruto la amaba. Quizá no quisiese, pero el hecho era que la amaba. ¿Cómo derribar el muro que él mismo había erigido entre ellos? ¿Cómo hacer que se diera cuenta de que no había nada de malo en que ella lo amara y él correspondiera a ese sentimiento? Ninguna ridícula maldición podía privarlos del futuro de felicidad que les esperaba. No había ningún motivo para que no pudieran ser amigos, compañeros y amantes.
La horrorizada pregunta de Ino con respecto al matrimonio no consumado de Hinata, de repente resonó en su cabeza: «¿Qué diablos estás esperando, Hinata?». Ella le había respondido que estaba esperando el amor, y el amor ya la había encontrado.
No seguiría esperando. Aquella misma noche derribaría el muro que Naruto Namikaze había erigido en torno a su corazón. Aquella misma noche lo reivindicaría como suyo.
Naruto durmió intranquilo todo el día. Tuvo una pesadilla recurrente. Veía a Hinata en una casa abandonada, llevando el vestido que se había puesto la noche del baile de los Katõ y tendida en un colchón sucio que había tirado en el suelo.
A veces, el contenido de sus sueños cambiaba. Veía su propio reflejo en un espejo. Tenía colmillos, pelos en todo el cuerpo y un brillo azul intenso en los ojos.
Su mundo había cambiado desde la noche en que conoció a Hinata, y no podía menos que sentir que bajaba a toda velocidad por un camino de autodestrucción, sin riendas que le permitieran aminorar la marcha, sin control alguno para impedir lo inevitable.
Tenía que detener a Toneri. Tenía que detenerlo aunque eso implicara matarlo sin tener pruebas de que el hermanastro de Hinata era un asesino. Naruto salvaría a Hinata, aunque eso supusiera su propia destrucción. La hora de la brujería ya casi había llegado. Negar la verdad no lo salvaría.
Era consciente de ello.
Oyó un suave golpe en la puerta que separaba las dos habitaciones.
—Naruto, ¿estás despierto? Debo hablar contigo. Pensó que lo mejor sería ignorarla.
—¿Naruto? —volvió a gritar ella—. He descubierto algo en la casa de al lado que debes saber.
¿Qué diablos había estado haciendo en la casa vecina? Tenía la intención de decirle que no debía aventurarse a entrar allí de nuevo, aun cuando Toneri no se encontrase en casa. Naruto no quería tener que imaginar qué podía estar sucediendo allí dentro. Aquel era un buen momento para decirle que no se le ocurriera volver a entrar en aquella casa.
Aunque estaba desnudo, Naruto envolvió la sábana alrededor de su cintura y se dirigió a la puerta que había cerrado con llave hacía unas horas. La puerta se abrió con un crujido. Hinata se abrió paso de un empujón.
—Fui a la casa vecina a ordenarle a Natsu que no siguiera utilizando el té que Toneri insiste en que se le dé a su madre todos los días —le explicó—. Yo... —No terminó la frase. Lo recorrió con la mirada—. ¿Por qué estás desnudo?
Él le sonrió, esperando que se ruborizara, y se quedó algo sorprendido cuando esto no sucedió.
—Duermo desnudo —le respondió—. Llevo todo el día durmiendo.
—¡Ah! —exclamó ella—. Bueno. Como te estaba diciendo, fui a la casa vecina y descubrí algo acerca de Tayuya.
¿Acaso había dicho «bueno»? Naruto se alejó de la puerta para volver a la cama, donde se sentó.
—Quiero hablar contigo acerca de tus visitas a la casa de al lado. Sé que estás preocupada por tu madrastra, pero no puedo permitir que sigas poniéndote en peligro por ayudarla.
—¿No quieres saber qué he descubierto? Es sobre Tayuya.
Ella le había preguntado acerca de su indumentaria; ahora él se encontraba distraído preguntándose mentalmente acerca de la suya. Llevaba una especie de capa, y sus manos, por lo general muy expresivas, se encontraban entonces dedicadas a la tarea de agarrar esta prenda para impedir que se abriera, y lo hacían con tal fuerza que sus nudillos estaban completamente blancos.
—¡Naruto! —llamó Hinata para atraer su atención—. Los objetos personales de Tayuya aún estaban en su dormitorio. No creo que se marchara. Es muy posible que la hicieran salir de allí en contra de su voluntad. Yo oí unos gritos aquella noche, pero pensé que estaba teniendo pesadillas.
El apartó la mirada de aquellas manos que agarraban con fuerza la capa.
—Siempre he sospechado que Chapman fue el hombre que la golpeó — enunció—. Pero no puedo entender cómo podría ser el responsable de que se ahorcara, pues estuvo contigo toda la noche en la velada de los LeGrande.
Hinata frunció el ceño.
—Es verdad. Pero ¿no sospechas que Toneri podría tener un cómplice para realizar sus tenebrosas acciones?
Más que sospecharlo, lo sabía a ciencia cierta.
—Sí, estoy seguro de ello —le confirmó—. Pero ¿por qué alguien asociado con Chapman querría simular el ahorcamiento de una mujer bajo su techo?
Hinata se encogió de hombros, y al hacer esto, la capa se resbaló, dejando al descubierto su piel pálida y cremosa. A Naruto se le hizo un nudo en la garganta. De alguna manera lo tragó para poder preguntarle:
—Hinata, ¿qué llevas puesto?
En lugar de responderle, Hinata se mordió el labio inferior. Luego, se acercó a él, quedando justo delante de él. Naruto notó que estaba descalza, igual que él.
—La noche en que nos casamos me dijiste que no me obligarías a consumar nuestro matrimonio. Dijiste que la decisión de cuándo lo haríamos dependía enteramente de mí. —Tomó aire trémulamente y soltó la capa. Esta se deslizó por su cuerpo hasta caer en el suelo—. Ya he tomado una decisión. Esta noche, Naruto.
No podía entender lo que ella estaba diciendo. ¿Cómo podría hacerlo? Hinata se encontraba tan desnuda como él lo estaba debajo de la sábana. Sus ojos contemplaron con deleite su belleza.
Desde sus delicados piececillos; pasando por sus piernas largas y esbeltas, y su monte femenino cubierto de un nido de rizos oscuros; hasta sus delgadas caderas, su cintura pequeña y sus pechos firmes y redondos. Era una obra de arte. Era el sueño de todo hombre, y estaba allí, dispuesta a ser suya si él así lo quería. Pero ¿podía aceptar lo que ella le estaba ofreciendo, a sabiendas de que Hinata aún no conocía realmente a qué clase de hombre se entregaría?
—Dijiste que querías mucho más —le recordó—. ¿Por qué este repentino cambio de opinión?
Hinata alzó la cabeza.
—Sé lo que hay en mi corazón. Y creo saber lo que hay en el tuyo. ¿Me rechazarías, Naruto?
Se vio obligado a apartar la vista. Su fuerza de voluntad estaba en peligro, pero eso no era lo peor. Sentía que la bestia empezaba a acechar bajo su piel. La bestia que olfateaba la atracción que ella sentía por él. La bestia que sólo sabía de lujuria y a la que no le importaba el amor.
—Regresa a tu habitación —le ordenó en voz baja—. Haya lo que haya en tu corazón, lo estás desperdiciando conmigo.
Hinata permaneció un instante en silencio, y a él le dio miedo mirarla. Miedo de que sus ojos se llenaran de lágrimas de nuevo y de estrecharla entre sus brazos. Tocarla sería su perdición. Pero fue ella quien lo tocó. Cogió la mano de Naruto y la puso contra su pecho, así como él lo había hecho la otra noche.
—¿Estás seguro?
Su mano se amoldó al suave montículo, y un provocador pezón quedó bajo su palma. Hinata hizo que la sangre le empezara a bullir de deseo. El pene se le había puesto duro desde el momento en que ella entró majestuosamente en su habitación. Hinata una sirena; y él, el marinero adormecido por su canto.
—No sabes muchas cosas de mí —le advirtió, pero sin retirar la mano de su pecho—. He sido maldecido, Hinata.
Ella lo miró con dulzura.
—Entonces yo también he sido maldecida. Entrégate a mí, Naruto. Te amo. Quiero ser tuya de corazón.
Las palabras que salían de sus labios eran dulces y amargas a la vez. Una parte de él se regocijaba; otra parte lloraba. Lloraba por la injusticia de la vida y el dolor que le causaba un amor cuyo futuro sería sombrío y funesto.
Decidió entonces que la dejaría en libertad. Y una vez que lo hiciera, y lo haría... pronto, él desaparecería. Quizá ella amase al hombre al que con tanta dulzura miraba en aquel momento, pero no podría amar aquello en lo que no tardaría en convertirse. Ninguna mujer podría. Ni siquiera su propia madre pudo.
La mano de Naruto bajó lentamente a su cintura. Tiró de ella para que se sentara en la cama junto a él, y poco después la tumbó de espaldas.
—Pensé que lo que pasó la noche en que nos conocimos te había enseñado a ser más prudente con lo que pedías —le dijo—. Podrías conseguir lo que quieres.
Continuará
