Naruto Y Hinata en:
TU MI SALVACIÓN
19: Danza de Amor
—Eso es lo que siempre me dices —le echó ella en cara—. Esta noche no habrá ningún juego, y tampoco nos preocuparemos por las consecuencias. Esta noche es nuestra, y sólo nuestra.
El cuerpo de Naruto se deslizó sobre el de Hinata. La sábana que lo cubría se enredó entre los dos. Su piel era suave y firme, y ardía bajo los dedos que recorrían su espalda. Su pecho apretaba los voluptuosos senos de la mujer, y ella podía sentir el ruido sordo de sus corazones. Entonces la besó, despacio, frugalmente, y su moderación contrastaba de manera radical con los salvajes latidos de su corazón.
Era un beso dulce y posesivo al mismo tiempo. La tranquilizó con su boca, la llevó a un estado de relajación total, hasta hacer más profunda su reivindicación, hasta obligarla a sentir más que una simple sensación agradable. Su lengua acarició la suya hasta lograr que ella respondiera, hasta hacer que se uniera a él en aquella danza. Luego, las puertas de la pasión se abrieron de par en par.
Hinata empezó a gemir en su boca abierta, y sus uñas se clavaron en la suave piel de los hombros de Naruto. Reconoció cada una de las partes del cuerpo de él, apretado contra el suyo. La manta que lo cubría desapareció misteriosamente.
Su impresionante y duro miembro empujaba contra su estómago, y algún instinto que su naturaleza femenina había heredado sin saberlo, la hizo responder levantando la pelvis para también presionar, la hizo moverse contra él.
—Aún no —susurró Naruto—. Quiero prepararte para mí.
Le besó el cuello, y sus dientes mordisquearon suavemente su piel. Luego descendió por su cuerpo, y sus manos rodearon sus doloridos pechos antes de meter cada uno de sus pezones en su boca y mamarlos. La excitó sin piedad.
Su lengua trazó indolentes círculos alrededor de sus pezones antes de volver a meterse uno entre los labios. La cálida succión de su boca creó un vínculo con la presión que ella sentía crecer en la parte inferior de su cuerpo. Las uñas de Hinata se clavaron aún más en la piel de su esposo, y nuevamente le fue imposible controlar la necesidad de arquearse contra él.
La mano de Naruto se deslizó entre sus cuerpos para tocarla donde ya una vez lo había hecho, y la acarició de la misma manera que cuando logró hacerla estallar bajo sus hábiles dedos. Ella ya entendía el ritmo y lo que luchaba por alcanzar, y estaba más que dispuesta a moverse con él, contra él; a hacer lo que fuese necesario para aumentar la presión y ponerle fin al dolor que crecía cada vez más en su interior. El deslizó un dedo dentro de su cuerpo, y Hinata se quedó momentáneamente paralizada.
—No te haré daño —le aseguró Naruto al oído—. Necesito abrirte un poco, prepararte para mí.
Su temor disminuyó paulatinamente. Naruto siguió acariciando el botón de su sensibilidad con el dedo pulgar, mientras su otro dedo entraba cada vez más dentro de ella.
Esta combinación no hizo más que acentuar su sensibilidad, y la llevó al borde de la locura. Poco después, empezó a moverse de nuevo contra él, acogiendo la solidez adicional que le brindaban los dos dedos que, en lugar de uno, la penetraban.
Hinata arqueó la espalda e intentó hacer que los dedos entraran en lo más profundo de ella. Sabía que estaba húmeda allí, caliente hasta el punto de encenderse, hinchada contra la palma de su mano, dolorida, deseando con ansia ser llenada.
—¡Naruto! —exclamó—. Necesito... —No sabía con certeza qué necesitaba—. Quiero...
—Lo sé —declaró él con voz grave y ronca.
Él sacó sus dedos con todo cuidado de su cuerpo, dejando un vacío. Luego, se alzó sobre ella y abrió sus piernas con las rodillas. Hinata sintió su rígida virilidad frente a su entrada.
Sintió la resistencia de su estrecho pasadizo en el momento en que la enorme cabeza de su miembro intentó penetrarla. Se apartó; una reacción inconsciente, suponía, el instinto de supervivencia. Él no le permitiría huir. Sus manos rodearon su cintura y la sujetaron con firmeza para que no pudiera moverse.
—No te pongas tensa —le indicó—. Relájate. Déjame entrar. Sólo te dolerá por un instante.
¿Le dolería? ¿Quería él hacerle daño? Al haberse criado sin una madre, Hinata era completamente ignorante con respecto a todo lo que tuviera que ver con las relaciones íntimas entre un hombre y una mujer. Sabía apenas lo esencial. No sabía que pudiera haber dolor.
—¿Me dolerá? —le preguntó—. ¿Vas a hacerme daño?
La miró fijamente, y ella notó que sus ojos estaban incandescentes.
—Voy a hacerte mía —le respondió, y eso fue lo que hizo.
Antes de que ella pudiera comprender todo lo que implicaba el hecho de que Naruto la hiciese suya, él la penetró de un empujón, llegando al centro mismo de su ser. Hinata sintió el dolor, tan agudo como si le hubiesen clavado un cuchillo, arrancándole un grito de los labios.
Labios que él calmó con sus besos un instante después, aunque le costó enormemente lograr que sus bocas se fundieran sin tener que desprenderse una que otra vez para soltar gritos ahogados. Él apretó su frente contra la suya, como si también estuviese luchando con el impacto de la invasión.
A Hinata se le llenaron los ojos de lágrimas. El dolor trajo efectos desagradables: la despojó de toda pasión, mitigó el placer que había encontrado en los brazos de su esposo hasta el momento en que la hizo suya. Le alegraba que aquello hubiese terminado, y se lo dijo. Los labios de Naruto encontraron la oreja de ella, y mordisquearon suavemente su lóbulo.
—No hemos terminado ni mucho menos, Hinata —expuso—. Apenas estamos empezando.
Se movió, y Hinata se armó de valor para soportar más dolor. Pero ya no volvió a sentir dolor. La llenó por completo, la llenó hasta el borde. El tamaño y la fuerza de Naruto la dejaron sin aire en los pulmones, haciéndole dar boqueadas cada vez que él se retiraba ligeramente para empujar de nuevo.
Pero lo que estaba haciendo no era doloroso. No sentía ninguna clase de dolor que pudiera entender ni que hubiese sentido antes. La humedad de su cuerpo hacía que él pudiese deslizarse en su interior y moverse con relativa facilidad; lo que, dado su tamaño, la sorprendió.
Una vez que comprendió que ya no volvería a sentir aquel dolor punzante, pudo concentrarse en ellos dos: en la sensación que él creaba con sus movimientos, en el cosquilleo en el punto en que sus cuerpos se unían, en la presión que de nuevo crecía dentro de ella cada vez que él se retiraba para volver a llenarla con sus pausados y regulares empujones.
El sexo de Naruto excitaba el hinchado botón de su sensibilidad, y Hinata descubrió que si se movía de cierta manera, el contacto era aún mayor y la sensación más fuerte. Y con este fin se entregó completamente a él.
Toda inhibición desapareció. Se dio cuenta de que algo primario dentro de ella había tomado el mando. Naruto no volvió a susurrarle palabras de amor al oído. Parecía tener un único objetivo en mente, uno solo: terminar lo que habían empezado juntos.
El comenzó a respirar con dificultad y el sudor volvió su cuerpo resbaladizo, mientras seguía moviéndose con aquel ritmo pausado y regular que rápidamente la llevó a un lugar en el que sólo existía la necesidad, sólo el deseo; en el que sólo se encontraban ella y él, en aquella habitación, ocultos del mundo.
Las uñas de Hinata marcaban su espalda mientras sus manos se deslizaban hacia los fuertes músculos de sus nalgas. Lo estrechó contra sí, lo rodeó con sus piernas, como si hubiera hecho aquel acto con él cientos de veces, como si supiera lo que quería, y también lo que él deseaba.
Naruto susurró el nombre de ella. No, gruñó su nombre; un sonido grave y gutural que salió de lo más profundo de su garganta y que la hizo alcanzar las vertiginosas cumbres del éxtasis. Sus dientes se clavaron en el cuello de Hinata, no con la intención de causarle dolor, sino como un acto posesivo, semejante al que ella había visto que los machos del establo de su finca realizaban con las hembras en época de celo.
Era una demostración de su dominio; una demostración de que la poseía de manera absoluta. Y así era. Poseía su corazón, su cuerpo y su alma, todo junto, y cada uno luchando por establecer su dominio dentro de ella.
El cuerpo ganó. Sus regulares empujones la excitaron hasta llevarla a un punto casi doloroso y en cierto modo obsesivo. Hinata no podía pensar más que en la manera en que sus cuerpos se movían, en la manera tan perfecta en que encajaban, a pesar de que antes habría jurado que él nunca podría entrar en ella. Pero lo había hecho, y de un modo que era mucho más que placentero.
La llenó por completo, la llenó hasta el tope, y cuando Hinata arqueó sus caderas para acelerar el ritmo, descubrió que él ni siquiera la había penetrado por completo. Lo hizo en aquel instante, empujando con tal fuerza para penetrar en las profundidades de su cuerpo, que ella pensó que alcanzaría su matriz. Y sintió una clase diferente de dolor, un dolor agradable, un dolor que no le dejó más alternativa que cruzar la delgada línea divisoria que separaba la sensatez de la locura.
Se aferró a él. Su cuerpo también se volvió resbaladizo debido a su propio sudor. Se torció y arqueó hasta que la sensación que crecía en sus entrañas se intensificó aún más, sin que fuera posible contenerla.
De repente, Hinata estalló en mil pedazos, se hizo añicos bajo él. Las oleadas de éxtasis que la invadían eran redobladas por los continuos empujones de Naruto dentro de ella. Sus uñas se clavaron aún más en el cuerpo de él, haciendo brotar sangre. Gritó su nombre, se retorció y convulsionó de placer, e incluso le dio un mordisco en el hombro.
—No me aprietes con tus piernas.
Su voz le llegó desde muy lejos. No podía moverse, no podía hacer más que aferrarse a él como si fuese la única cosa sólida en el mundo. Tenía miedo de soltarlo, miedo de escabullirse a algún lugar remoto del que nunca pudiera regresar.
—¡Hinata! —bramó él de nuevo, penetrando aún más, moviéndose más rápido, con más fuerza.
Él intentaba desenredarse solo, y ella cayó en cuenta demasiado tarde que quería liberarse de sus piernas, que con tanta fuerza lo estrechaban.
Luego se puso tenso, y se enterró tan profundamente dentro de Hinata, que ella se preguntó si podría volver a encontrar la manera de salir de allí. Naruto soltó una palabrota en su oído. Una palabra indecente. De hecho, era la palabra más indecente que ella jamás hubiera oído. Él se estremeció, y ella sintió que estaba derramando su simiente en lo más profundo de su cuerpo.
Hinata comprendió, demasiado tarde también, que ésa era la razón por la que Naruto había querido liberarse de ella. Para derramar su simiente en otro lugar. En un lugar inocuo. Sentía como si su matriz se hubiese abierto para él, invitándolo a entrar para que sembrase allí su simiente, como si ése fuese el propósito de su vida, y el de ella recibirla.
Naruto salió lentamente de su cuerpo, hasta que finalmente se acostó de nuevo en la cama, con un brazo cubriendo sus ojos y su pecho moviéndose aún agitadamente.
—¡Dios santo! ¿Qué he hecho? —murmuró al fin entre dientes.
A pesar de su poca experiencia, Hinata intuía que aquélla no era la clase de cosas que una mujer quería oírle decir a un hombre después de hacer el amor. Puesto que la audacia parecía regir sus emociones aquella noche, le respondió:
—Creo que has hecho lo que te pedí. Y a pesar de mi ignorancia en estos asuntos, creo que lo has hecho extraordinariamente bien.
Él guardó silencio por un momento. Luego dijo:
—Cuando vuelva a poseerte, no debes permitir que «estalle» dentro de ti, Hinata. Mi simiente está contaminada, y no quiero que eche raíces.
Éstas tampoco eran las palabras que una mujer quería oírle decir a su esposo después de hacer el amor. Pero de repente captó algo que él acababa de decir.
—¿Habrá una próxima vez? —Se incorporó para mirarlo—. Es decir, ¿esta misma noche?
Él bajó el brazo que cubría sus ojos. Aún había un tenue brillo en ellos. Cuanto más los miraba, más brillaban en medio de la oscuridad que los rodeaba.
—Quiero poseerte de nuevo —anunció él—. Y después de un rato volver a hacerlo, y a lo mejor hacerlo una vez más antes del amanecer. Te dije que tuvieras cuidado con lo que pedías.
Hinata suspiró en tono soñador, y luego se acostó junto a él.
—Bueno, pues si eso es lo que quieres...
De improviso, Naruto se inclinó de nuevo sobre ella.
—Es lo que quiero —le aseguró.
La poseyó otras dos veces antes de que el dolor lo atacara por primera vez. Naruto se encontraba entonces acurrucado en un rincón del dormitorio, cubierto de sudor y temblando de manera incontrolable, mientras su esposa dormía el sueño de los exhaustos en su cama. A pesar del dolor que retorcía su cuerpo, quería poseerla de nuevo. ¿Era el hombre quien no se cansaba de estar con ella, o la bestia que se negaba a saciarse?
La amaba. Lo sabía desde mucho antes, desde antes de que se fundieran en un solo ser. Lo supo desde el instante en que la vio en el primer baile de la temporada de los Katõ. Creyó que negar lo que sentía lo salvaría de la maldición.
Pero finalmente ésta había caído sobre él. Dirigió la mirada hacia las ventanas. Una suave brisa movía las cortinas como si estuviesen bailando en medio de la oscuridad. Vio la Luna, y notó que casi estaba llena. ¿Cuánto tiempo le quedaría? ¿Una noche? ¿Dos? Tres como mucho.
Hinata se movió y musitó su nombre entre sueños. Él no podía ir a la cama, no en el estado en el que se encontraba, no mientras intentaba combatir aquello en lo que estaba a punto de convertirse.
Entonces pensó en su padre, y entendió su desesperación. Cuánto temía hacerle daño a su esposa o a sus hijos. La pistola fue su única amiga al final. Luego, Naruto pensó en lo que la duquesa viuda de Sarutobi le había dicho de su madre.
Su madre había muerto de pena. Su marido no le dejó otra alternativa el día que se quitó la vida. Naruto tampoco le daría otra alternativa a Hinata una vez que se viera obligado a desaparecer de su vida. Pero antes de marcharse, había algo que debía hacer. Tenía que matar a Toneri. Y también a su cómplice.
Había estado pensando en esto. Creía saber quién había ayudado a Toneri a llevar a cabo sus siniestras acciones en contra de las mujeres. Era obvio, en realidad. Al día siguiente, siempre que el dolor disminuyera y tuviese un aspecto normal, lo sabría con certeza.
—¿Naruto? —Hinata se incorporó en la cama. La vio buscarlo con la mirada en la oscura habitación. Bajo su piel, vio la sangre que corría por sus venas. Cerró los ojos apretándolos con fuerza. Obligándose a tomar aire y exhalar, intentó detener el temblor de su cuerpo, intentó hacer caso omiso del dolor que le retorcía las tripas.
Una mano delicada tocó su frente.
—¿Qué estás haciendo en el suelo?
¿Qué podía decirle? ¿La verdad? Ella no podría entender la verdad. La mayoría de la gente no podría. Parecería egoísta, pero quería dejarla teniendo la plena certeza de que aún lo amaba.
—Tratando de contenerme para no hacerte el amor una vez más —le contestó— . Creerás que soy una especie de bestia.
—Si lo eres, entonces también me has convertido en una —le confió en voz baja. Luego, se inclinó para besarlo, pero antes de que llegara a hacerlo, él la tumbó en el suelo...
¡Dios bendito! Hinata se sentía como si le hubieran dado una paliza. No había una sola parte de su cuerpo que no le doliera. En algún momento de la noche, Naruto la llevó a su dormitorio, suponía ella que para que no tuviera que dormir entre las sábanas manchadas de sangre de la cama de él, o quizá simplemente pensando en su bien.
¿Eran todos los hombres así de... viriles? Cuando la poseyó en el suelo, fue insaciable. Fue primitivo, casi salvaje, e hizo que algo semejante despertara en ella.
No obstante, también hizo algo que la dejó muy confundida. Hizo lo que le había dicho que no debía suceder de nuevo. Tras hundirse en lo más profundo de su cuerpo, depositó su simiente en ella una vez más.
¿Por qué lo hizo si no quería tener hijos? Quizá hubiese cambiado de opinión, al menos eso esperaba ella. ¿Podía una noche de pasión hacer que todo cambiara? De ser así, tal vez hubiese debido incitarlo a consumar su matrimonio mucho antes.
Se oyó un golpe suave en su puerta. Hawkins gritó:
—Lord Namikaze ordenó que le preparase un baño, y he dejado la bañera en los aposentos de milord, pues él me dijo que no debía molestarla en las primeras horas de la mañana.
A Hinata le pareció muy agradable poder darse un largo baño. ¿Había dejado la bañera en la habitación de Naruto? ¿Querría esto decir que él se bañaría con ella? Se levantó de la cama, se puso la bata y abrió la puerta que unía los dos dormitorios. Tal y como Hawkins le había dicho, una tina de agua caliente se encontraba en medio de la habitación.
La cama ya había sido hecha, e imaginó que habían cambiado las sábanas, lo cual la hizo ruborizarse. Hawkins sabría sin el menor asomo de duda lo que Naruto y ella habían hecho en aquel dormitorio la noche anterior y hasta bien entrada la madrugada. Todo parecía perfectamente ordenado en la habitación, todo estaba en su lugar, excepto una cosa... su marido.
La desilusión ahuyentó la felicidad que sentía. Esperaba que Naruto por lo menos desayunara con ella antes de salir a hacer lo que tuviera que hacer. Se dirigió a la bañera, se quitó la bata y metió con cuidado su dolorido cuerpo en el agua caliente. Hawkins había puesto todos sus jabones junto a la bañera, y el olor de la lavanda la ayudó a tranquilizarse. Se recostó y cerró los ojos. El recuerdo de la noche de pasión con Naruto hizo que sus labios esbozaran una sonrisa.
Ella lo había hecho suyo, y él a ella. El hecho de que el día no hubiese empezado como deseaba no quería decir que su relación no tuviese futuro. Intentó darse ánimos. Intentó no pensar en la casa vecina y en la oscura mancha que estropeaba su felicidad. Si al menos tuviera una prueba irrefutable de que Toneri era culpable, Naruto y ella podrían ir a hablar con las autoridades y hacer que castigaran a su hermanastro.
Hinata se preguntó cómo se encontraría su madrastra sin su dosis diaria de té mezclado con droga. ¿Ya habrían empezado a pasarse los efectos? ¿Se recuperaría pronto la duquesa para poder hablar con Hinata? ¿Sería suficiente su declaración contra Toneri para convencer a las autoridades de la culpabilidad de su hermanastro? ¿Declararía la duquesa en contra de su propio hijo?
El torbellino de pensamientos que pasó por la cabeza de Hinata hizo que le fuera imposible relajarse en el baño. Se enjabonó el cuerpo, se lavó y enjuagó el pelo, y acto seguido salió y se secó con la toalla suave y esponjosa que Hawkins le había dejado.
Volvió a ponerse la bata y fue a su habitación para vestirse. Una vez que lo hizo, regresó al dormitorio de Naruto. Recorrió el aposento, tocando los objetos personales de su marido, aunque nada podía sustituir la presencia de Naruto junto a ella aquella mañana.
Encontró un libro que alguien había dejado en la parte posterior de un anaquel de la cómoda de su esposo. Parecía muy antiguo, y, curiosa, lo cogió, pensando que quizá quisiese tomarlo prestado.
El que había cogido en el estudio de Naruto no había logrado interesarle. Mientras hojeaba las páginas gastadas del libro, un papel amarillo descolorido cayó revoloteando al suelo. Hinata se agachó para recogerlo.
Estaba escrito en latín. Pero su padre le había permitido tener profesores particulares cuando vivió en el campo, y no tendría dificultad alguna en descifrar los garabatos de aquel manuscrito. Parecía un poema.
Hawkins llamó a la puerta de nuevo.
—¿Está usted vestida, lady Namikaze?
Hinata metió el papel en el libro, y lo volvió a poner en la cómoda de Naruto.
—Sí, Hawkins, puede entrar. El mayordomo entró.
—Lord Namikaze me pidió que la informara de que en las horas de la mañana la duquesa viuda de Sarutobi mandará su carruaje para recogerla. Tengo entendido que una costurera le tomará las medidas en su casa. Milord pensó que podría agradarle que otra mujer le diera su opinión acerca de los vestidos que usted desea encargar.
—Gracias, Hawkins —farfulló Hinata—. Es muy considerado por su parte. — Pero no tan considerado como si se hubiera quedado a desayunar con ella—. ¿Puede usted subirme el desayuno, Hawkins? Ahora que sé que saldré por la mañana, debo arreglarme un poco mejor.
—Muy bien, lady Namikaze —respondió Hawkins.
Una vez que el criado de Naruto se marchó, Hinata dirigió la mirada hacia el libro. Naruto le había dicho que podía disponer de las cosas de la casa como mejor le pareciese. ¿Le importaría que se llevara aquel libro?.
Lo cogió rápidamente y se dirigió a su habitación. Una vez allí, lo puso en la mesilla de noche que se encontraba junto a su cama, pero el poema doblado en su interior parecía estar llamándola.
Una vez más hojeó las páginas y encontró el viejo pergamino. Sólo había logrado traducir el primer verso, cuando Hawkins volvió a llamar a su puerta.
—Su desayuno, lady Namikaze —gritó desde el otro lado—. ¿Puedo entrar?
Hinata metió de nuevo el poema en el libro y fue a abrirle la puerta al mayordomo.
—El carruaje estará aquí en media hora, milady. Espero que tenga usted tiempo suficiente.
Por la manera como él miró su pelo despeinado, Hinata supuso que Hawkins le estaba insinuando que debía cuidar más su apariencia personal. Asintió con la cabeza. No tenía mucho tiempo para desayunar y arreglarse el pelo. No podría terminar de leer el poema, pero lo haría tan pronto como regresara. El primer verso la dejó intrigada.
Maldita sea la bruja que me maldijo.
Ese verso le daba vueltas en la cabeza una y otra vez mientras mordisqueaba una tostada untada con mermelada, y luego, bebía el chocolate caliente al tiempo que se peinaba. Una bruja. ¡Qué curioso! Kiba había dicho que iría a buscar a una bruja para matarla. Una maldición.
Se decía que los Namikaze habían sido maldecidos con la locura, pero Naruto le había dicho que eso no era verdad. La duquesa viuda de Sarutobi también le dijo que no creía que la locura que había aquejado a los padres de Naruto fuese congénita, que probablemente había sido ocasionada por la tormenta que habían tenido que capear.
¿Qué clase de tormenta sería aquélla? ¿De qué clase de maldición se trataría? Le picaba la curiosidad. Quería ir corriendo a casa de la viuda, tomarse las medidas y regresar deprisa para leer el poema. Quizá lograse entender el misterio que rodeaba a Naruto en relación con la maldición. No obstante, no tenía manera de saber si el descolorido pergamino tenía algo que ver con Naruto o con sus hermanos.
—El carruaje de su excelencia acaba de llegar —le gritó Hawkins a través de la puerta.
Hinata se dirigió al armario para coger un chal. Esperaba que éste lograra ocultar su anticuado vestido. Cruzó la habitación para dirigirse a la puerta, pero no pudo evitar lanzarle una última mirada al libro. Abrió la puerta y siguió a Hawkins a la planta baja.
Él la acompañó al carruaje, pero tan pronto como el lacayo se apeó del vehículo y abrió la portezuela, Hawkins se despidió deseándole que tuviera un buen día, y entró de nuevo en la casa para proseguir con sus tareas.
Hinata aceptó la ayuda que le ofreció el lacayo para subir al carruaje, pensando que el vehículo de la viuda era realmente precioso. Algo hizo que dirigiera su mirada hacia la casa vecina, y allí, sacudida por el viento, vio la sábana colgando del balcón de su antigua habitación.
—¡Vaya por Dios! —susurró.
—¿Milady? —inquirió el lacayo.
Sentimientos encontrados batallaban dentro de ella. Naruto le había ordenado que no volviera a ir sola a la casa vecina. Pero aquel tonto nunca se quedaba en casa el tiempo suficiente para ocuparse de que su esposa no se viera en aquel aprieto.
¿Y si Natsu necesitaba ayuda con la duquesa? ¿Y si la dama había salido de su estado de aletargamiento y quería hablar con ella? Hinata rechazó la ayuda que le ofrecía el lacayo.
—Acabo de recordar que tengo un compromiso previo —le comunicó al hombre—. Por favor, dígale a su excelencia que lo siento mucho.
Puesto que a él no le correspondía cuestionar las decisiones de una dama, el lacayo inclinó la cabeza ceremoniosamente, cerró la portezuela y rodeó el vehículo para decirle al cochero que regresara a casa.
Una vez que el carruaje se alejó con gran estruendo, Hinata se encontró de nuevo en un dilema: no sabía qué hacer. Sospechaba que Naruto le había dicho a Hawkins que ella no podía volver a la casa vecina. El mayordomo podría pensar que era su deber prohibirle ir.
Hinata decidió que iría, y le diría a Natsu que no volviera a colgar la sábana a menos que se tratase de una emergencia. Cuando quisiera ver a su madrastra, simplemente tendría que hablar con Naruto para que la acompañara, siempre que su apretada agenda se lo permitiese.
Sin embargo, Toneri no estaría precisamente encantado de recibirlos en su casa. Siguió dándole vueltas a diversas posibilidades mientras caminaba por el sendero pedregoso, pasaba por delante de la caballeriza, rodeaba el seto y finalmente cruzaba el césped.
Natsu había dejado la puerta de atrás abierta. Hinata entró en la casa a través de la cocina. A pesar de que la criada había colgado la sábana, prefería tomar precauciones. Cruzó la planta baja y subió las escaleras tan sigilosamente como le fue posible. La puerta de Toneri estaba abierta. El dormitorio estaba vacío. Subió deprisa al siguiente piso y entró en la habitación de su madrastra. Una vez dentro, vio a Natsu forcejeando con la mujer.
—¡Tranquilícese, su excelencia! —vociferaba el ama de llaves—. ¡Se hará daño si sigue retorciéndose de esa manera!
—¡Caramba! —susurró Hinata, y acto seguido fue a ayudar a Natsu—. ¿Qué está pasando aquí?
—No sabía qué hacer. No me quedó más remedio que poner la señal en el balcón —dijo Natsu a voces—. Dejé de darle el té todo el día de ayer y la mañana de hoy, como usted me ordenó, ¡y la señora se ha vuelto loca! No me atrevo a decirle al señor Chapman lo que está sucediendo, pues temo que se dé cuenta de que desobedecí sus órdenes.
Hinata logró sujetar los delgados hombros de la duquesa contra la cama. Luego, le dijo:
—Su excelencia, debe tranquilizarse. Se hará daño.
—El té —susurró ella. Tenía la voz áspera por haber permanecido tantos meses en silencio—. Debo tomar mi té.
A pesar de lo preocupada que estaba Hinata por haber encontrado a la duquesa en aquel estado, el corazón le dio un brinco de alegría al oír que la dama finalmente estaba hablando.
—No debe usted beber ese té, su excelencia —le explicó—. La han mantenido drogada durante los últimos meses.
La frente de la duquesa estaba cubierta de una fina capa de sudor. No obstante, empezó a temblar.
—Él me ha convertido en una adicta. —Los dientes le castañeteaban—. Siento que me volveré loca sin el té.
Cuando Hinata le ordenó a Natsu que dejara de darle aquella bebida, no había tenido en cuenta que el cuerpo de la duquesa empezaría a sufrir las reacciones del síndrome de abstinencia. Comprendió que debió haberle ordenado a Natsu que redujera paulatinamente las dosis de té. Se volvió hacia el ama de llaves.
—Natsu, ¿aún tienes las hojas que mi hermanastro trajo para que preparases el té de su madre?
La mujer asintió con la cabeza.
—No me atreví a tirarlas por temor a que él quisiera beber una taza y se diera cuenta de que no era el mismo té.
—Muy bien —observó Hinata—. Ve a hacerle una taza a la duquesa, muy poco cargada —le ordenó—. No hemos debido dejar de darle la bebida del todo. Esto es lo que ha causado esta reacción.
—La prepararé enseguida —le aseguró Natsu—. Acabo de hacer el desayuno, de modo que la cocina aún está caliente. No tardaré mucho.
Después de que Natsu salió de la habitación para ir a preparar el té, Hinata empezó a acariciar el pelo de la duquesa, intentando decirle palabras tranquilizadoras. Aunque la reacción de su madrastra había sido terrible, era la primera vez que Hinata veía señales de vida en la dama desde que llegó a Londres. Esto le daba esperanzas, pero también le trajo una gran preocupación. ¿Y si su decisión terminaba haciéndole más daño a la mujer que la droga?
—Lo siento mucho —le susurró a la duquesa al borde de las lágrimas—. Sólo quería ayudarla.
Para su sorpresa, la mujer cogió su mano y la apretó con fuerza.
—Me daba cuenta de que estabas aquí conmigo —le declaró con voz áspera—. Tu presencia ha sido un consuelo para mí.
Tras levantar la delicada mano de la duquesa, Hinata la frotó contra su mejilla.
—No se saldrá con la suya —le garantizó a su madrastra—. Yo me aseguraré de ello.
Un violento temblor sacudió el delgado cuerpo de la duquesa.
—Tu vida corre peligro —susurró la anciana—. Mi hijo es un monstruo. Pensé que podía hacer que cambiara, pero no lo logré.
—No trate de hablar ahora —sugirió Hinata—. Ahorre energías. Natsu entró afanosamente con una taza de té.
—Aquí está, milady.
Hinata y Natsu ayudaron a la duquesa a beber el té, y apenas terminó la taza, se calmó y se quedó dormida.
—Creo que ahora descansará más tranquila —le dijo Hinata al ama de llaves—. Dale otra taza más tarde, pero prepárala cada vez menos cargada, hasta que su cuerpo deje de necesitar la droga.
—Al menos ya está hablando —advirtió Natsu—. Y se mueve como no la he visto hacerlo en muchos meses.
Hinata sentía mucho tener que dejar a la duquesa, pero ya se había quedado demasiado tiempo en aquella casa.
—Natsu, no vuelvas a colgar la sábana en el balcón, a menos que tengas que verme con urgencia. De lo contrario, sólo podré venir cuando Naruto me acompañe. Mi hermanastro es peligroso. Debes tener mucho cuidado con él, y no se te ocurra contarle lo que tú y yo estamos haciendo con su madre.
—Siempre pensé que él no estaba bien de la cabeza —le confesó Natsu a Hinata—. Me he quedado aquí sólo por la señora.
—Debo marcharme. —Hinata se levantó de la cama de su madrastra—. Si llega a empeorar, cuelga la sábana. Vendré tan pronto como pueda.
El ama de llaves asintió con la cabeza. Hinata salió de la habitación y bajó corriendo las escaleras. No respiró tranquila hasta que llegó al seto que separaba las dos propiedades y empezó a andar por el camino pedregoso que conducía a la casa.
Esperaba que Naruto ya hubiera regresado. Pero por el silencio que allí reinaba, supo que no era así. Hawkins pareció sorprenderse al verla.
—¿Ya está usted de vuelta, lady Namikaze?
Ella apenas pudo farfullar un vergonzoso «sí» y corrió a su habitación. Una vez allí dentro, empezó a caminar de un lado a otro. ¿Dónde estaría Naruto? Necesitaba hablar con él.
Había decidido que quizá lo mejor fuese sacar a la duquesa de aquella casa sin la autorización de Toneri. Hinata quería cuidar de ella y poder llamar a un doctor en caso de que fuera necesario. No podía hacer nada de esto en aquellas circunstancias. Seguían pasando las horas y Naruto no regresaba. ¿Dónde se encontraría?
Continuará
