Naruto Y Hinata en:

TU MI SALVACIÓN


20: Revelaciones


Naruto se encontraba sentado en su carruaje vigilando el despacho del agente inmobiliario. Muchas personas habían entrado y salido de aquel lugar, pero no el hombre que estaba buscando. El dolor que le retorció las tripas la noche anterior había disminuido, y hasta el momento había podido tener un día normal.

Se preguntó cuándo volvería el dolor. Cuándo dejaría de ser capaz de conjurar los efectos de la maldición que se cernía sobre él. Sentía que se le estaba acabando el tiempo y tenía que resolver el asunto de Toneri y su cómplice deprisa y de manera eficiente.

Tras agacharse para coger una bolsita de cuero, Naruto descendió del carruaje y se acercó al despacho. El hombre alzó la vista cuando entró, y detrás de sus gafas, sus ojos enseguida manifestaron que lo reconocían.

—Conque ha regresado usted...

Naruto se dirigió con paso enérgico al escritorio del hombre y se sentó frente a él. Decidió ser directo.

—¿El vizconde Danzo Shimura es uno de sus clientes? El hombre lo miró con sorpresa antes de hablar.

—Ya le dije que no puedo darle información acerca de mis clientes.

Demasiado tarde. Naruto se dio cuenta de que había reconocido el nombre de Shimura antes de que le respondiera.

—¿Qué propiedad le interesa actualmente? —siguió preguntando Naruto.

—No puedo decírselo —insistió el agente inmobiliario—. ¿Quién es usted? ¿Y qué derecho tiene para...?

—Soy lord Namikaze, marqués de Konohagakure y conde de Namikaze —interrumpió antes de que el hombre terminara su frase. Luego, se agachó y abrió la bolsita. Sacó varios fajos de dinero y los puso sobre el escritorio del hombre—. Quiero comprar la propiedad que más le ha interesado a Shimura en estos últimos días.

El hombre lo miró con los ojos como platos.

—Pero ni siquiera me ha preguntado el precio.

—Estoy seguro de que esto es más que suficiente, ¿no es verdad? Relamiéndose, el empleado cogió un fajo de dinero.

—Sí —asintió.

—Quiero la dirección y las llaves, y los quiero ya mismo.

—Por supuesto. —Sacudió su pelo grasiento alrededor de sus hombros al asentir con la cabeza.

Naruto de repente puso su mano con fuerza sobre la del hombre.

—Y no le dirá a nadie, y mucho menos al vizconde Shimura, que ya ha vendido la propiedad.

—En todo caso, él nunca compra nada —se quejó—. Sólo le interesa saber qué casas se encuentran desocupadas.

Y Naruto sabía por qué quería Shimura esa información. Les tendería una trampa a Chapman y a Shimura. Esta vez, Naruto se ocultaría en la casa en la que planeaban llevar a cabo sus actos siniestros. Esta vez, no lograrían escaparse.

Se marchó del despacho del agente inmobiliario con la escritura de la propiedad y las llaves. Pasaría rápidamente por el lugar que acababa de comprar antes de ir a casa de la duquesa para ver cómo le estaba yendo a Hinata con la costurera.

Hinata. De sólo pensar en ella le hervía la sangre. Le acometía un sentimiento de culpabilidad por la manera como la había tratado la noche anterior. Su cuerpo virginal no estaba acostumbrado a las exigencias que él le había impuesto. Se había obligado a salir de la casa muy temprano por miedo a encontrarse con ella.

Ahora que se le había entregado, no podía resistirse a sus encantos. No podía saciarse de ella. Se preguntaba si alguna vez lo haría. Pero lo cierto era que dentro de poco ya no tendría esa opción. Dentro de poco perdería a Hinata. En muy poco tiempo perdería la vida que había llevado hasta entonces.

Su vida no había tenido mucho valor, comprendió, hasta que Hinata llegó a ella. Tan pronto como cayera, la abandonaría. Se refugiaría en la finca, con la esperanza de que sus hermanos no le revelaran a nadie su paradero.

Gaara lo sustituiría en el trabajo, y Naruto recibiría con resignación la pena que tendría que soportar durante el tiempo que le quedase de vida. Hinata podría volver a casarse, siempre que encontrara a un hombre que estuviese dispuesto a pasar por alto su inadmisible primer matrimonio.

La sola idea de que Hinata se casara con otro hombre hizo que su mano se enroscara con fuerza alrededor de la bolsa de cuero que aún llevaba. No quería que ningún otro hombre la tocase, pero ésa era una pretensión egoísta. Ella debía tener todo lo que se merecía en la vida: un matrimonio feliz, hijos... Este último pensamiento hizo que volviera a enroscar su mano con fuerza alrededor de la bolsa.

¿Qué lo habría poseído para que derramase su simiente dentro de ella por segunda vez la noche anterior? Sabía perfectamente qué lo había poseído. Y ya no le quedaba más que esperar que lo poseyera por completo.

Hinata volvió a sacar el poema del libro. Su preocupación por la duquesa casi la había hecho olvidarlo. La traducción resultó mucho más difícil de lo que había pensado. Ya estaba cayendo la noche, y la luz empezaba a atenuarse. Se acercó a la ventana. Algunos versos estaban menos borrosos que otros y llamaron su atención. Los leyó en voz alta.

Traicionado por el amor, mi propia pérfida lengua,
a la Luna ella pidió que me transfigurase.
Mi familia, que alguna vez mi orgullo fue,
en la bestia que me atormenta se convierte.

¿Quién...? Su mirada se desplazó hacia la parte inferior del arrugado pergamino para buscar la firma. No había tenido en cuenta el nombre del autor porque era la parte más borrosa del poema y, por consiguiente, la más difícil de descifrar. Hinata entrecerró los ojos hasta que finalmente logró leer la firma.

—Namikaze—enunció en voz baja.

Se le puso la carne de gallina. Se le erizaron los pelos de la nuca y empezaron a saltársele las lágrimas. Parpadeó, mirando a través de la ventana, con la intención de despejar sus ojos antes de seguir leyendo. Una vez que lo logró, algo llamó su atención fuera. La sábana que colgaba del balcón de la casa vecina le hacía señas.

Si Natsu había vuelto a colgar la sábana era porque algo había pasado. Quizá la duquesa se hubiese puesto peor. Tal vez se estuviera muriendo y Natsu no supiese qué hacer. Hinata se dirigió deprisa a su mesilla de noche y dejó el poema encima del libro.

La preocupación ahuyentó momentáneamente las inquietantes palabras que acababa de leer. Bajó las escaleras corriendo y salió volando de la casa. Siguió corriendo por el camino pedregoso, pasó frente a la caballeriza, rodeó el seto y cruzó el césped.

Se quedó sin aliento al llegara la casa vecina. La puerta trasera se encontraba abierta, tal y como Natsu la dejaba cada vez que ponía la señal. Debía encontrarse entonces junto a su madrastra. Hinata entró y corrió a través de la cocina y del comedor, pasó frente al salón principal y subió volando las escaleras. Ya casi había terminado de cruzar el rellano del segundo piso y estaba a punto de subir las escaleras que conducían al tercero, cuando una voz la detuvo.

—Hola, Hinata.

Dio un grito ahogado y se volvió. Toneri se encontraba en el pasillo, cerrándole el paso hacia la planta baja.

—¿Dónde está Natsu? —preguntó ella jadeando, al tiempo que intentaba recuperar el aliento y ocultar su repentino terror.

—Insistí en que debía ir a ver a su hija —respondió él—. Le dije que yo cuidaría de mi pobre madre esta noche.

La mirada de Hinata se dirigió hacia las escaleras que conducían a la habitación de la duquesa.

—Está durmiendo, como siempre —informó su hermanastro, adivinando la silenciosa pregunta de Hinata—. Quería verte. Sabía lo de la sábana. ¡Ah!, no debes dejar tus enaguas en el balcón. Las vi aquel día cuando me disponía a salir.

» Esta mañana fingí marcharme de la casa, pero me quedé esperando en un escondrijo para ver si Natsu volvía a colgar la sábana. Cuando lo hizo, y muy poco después te vi corriendo por el césped, comprendí que habías estado visitando a mi madre cada vez que yo salía.

—¡Me has engañado!.—masculló ella en voz baja.

Él sonrió, pero como siempre, su mirada permaneció inmutable.

—No me dejaste más remedio. Shimura ya se está cansando de las chicas que te sustituyen. Te quiere a ti.

—¿Shimura? —¿Acaso aquel repugnante hombre era el cómplice de Toneri? Entonces comprendió que eso tenía mucho sentido. Shimura tenía mucho más que las deudas de juego pendiendo sobre la cabeza de Toneri. No era de extrañar que el vizconde lo dominara a su antojo—. Él es tan culpable como tú —acusó ella.

Él se encogió de hombros.

—Pero su título de nobleza y su fortuna hacen que su palabra valga más que la mía. Le gustan los juegos. Dejó el cadáver de Tayuya como un recordatorio de que debo darle todo lo que pide, tú incluida.

» Luego me obligó a salir para dejar el cadáver de otra mujer en la caballeriza de Namikaze y distraer la atención de las autoridades después de que la chica apareciera muerta en mi propia casa. Es despiadado cuando quiere conseguir algo, Hinata. ¡Qué pena que te quiera a ti!

—¿Por qué me trajiste a Londres? —Los motivos que le había dado Toneri ya no tenían sentido. No era posible que sólo quisiera pagar sus deudas de juego con el dinero que le dieran por ella al entregarla en matrimonio, pues Shimura aún podía utilizar el asesinato de Bess O'Conner en su contra.

—Tenía un plan para escapar de él —confesó Toneri—. Pensé que si me daban un buen dinero por ti cuando te entregara en matrimonio, vendía la casa y cogía la herencia que tu padre le dejó a mi madre, una vez que ella hubiese muerto tras la enfermedad que ha venido aquejándola desde hace tanto tiempo, podría huir.

» Podría irme al extranjero con el dinero suficiente para comprarme un título nobiliario y vivir la clase de vida que tu padre no quiso darme. No esperaba que Shimura te viera y decidiese que debías ser suya.

Sus confesiones la dejaron lívida. Toneri utilizaría a cualquier persona para provecho propio. No tenía corazón.

—Si eres capaz de matar a tu madre para obtener un simple beneficio económico, eres un monstruo igual que él.

—Lo sé. —Se encogió de hombros—. El mundo está lleno de monstruos, Hinata. Mi padre era uno de ellos. Aunque tú no lo sabías, ¿verdad? Le pegaba a mi madre, y también a mí. ¡Qué triste fue aquel día que me llevó de caza a la tierna edad de diez años! Yo le apunté con mi fusil y lo maté de un tiro.

» Supongo que mi madre pensó que yo aún tenía una oportunidad en la vida, pero estaba equivocada. Ya era demasiado tarde. Ya había aprendido que la única manera de sentirme bien era dominando a las demás personas, aprovechándome de los débiles, de la misma manera en que él lo había hecho.

Toneri la consideraba una persona débil. Siempre lo había hecho, cayó en la cuenta Hinata. Suponía que a las mujeres en general. Pero, a pesar de que él la había intimidado hasta casi llegar a desmoralizarla por completo poco antes de que Naruto la rescatara, ella no era débil. No podía recordar si la habitación de la duquesa tenía una cerradura en la puerta.

Merecía la pena intentarlo, aunque sólo lograra mantenerlo a distancia por un rato. Quizá encontrase algo en la habitación que pudiera utilizar a modo de arma contra él. Corrió hacia las escaleras.

Toneri la alcanzó antes de que hubiera subido la mitad de los escalones. Enroscó el pelo de Hinata alrededor de su mano y la obligó a regresar a rastras. Ella soltó un grito, y él le tapó la boca con su brutal mano. Con gran dificultad, la hizo regresar al rellano del primer piso.

Se enfrentó a Toneri con todas sus fuerzas, e intentó arañar la mano que él había puesto sobre su boca. Luego, le dio un mordisco en la palma, y él maldijo a voz en grito y la soltó. Sólo logró alejarse unos cuantos pasos antes de que su hermanastro la agarrara del pelo una vez más.

Después, hizo que Hinata diera media vuelta y la golpeó. La golpeó tan fuerte que vio unas manchas rojas cubriendo sus ojos antes de que la oscuridad descendiera sobre ella.

Naruto regresó de muy mal humor. Había ido a buscar a Hinata a casa de la duquesa viuda de Sarutobi, y se enteró de que no había estado allí. El lacayo de la viuda le dijo que su esposa le aseguró que tenía un compromiso previo que había olvidado. ¿Qué compromiso? Hawkins lo recibió en la puerta.

—¿Lady Namikaze se encuentra en casa?

El hombre parpadeó.

—Creo que sí, milord. No la he visto desde que fui a su habitación hace un rato a informarle de cuándo serviría la cena.

Naruto pasó a toda prisa frente al mayordomo y se dirigió al piso de arriba. El olor de la lavanda persistía en su habitación después del baño matutino de Hinata. Inhaló el perfume por un segundo, y luego fue al dormitorio de ella. No se encontraba allí. Miró en derredor suyo y vio que había un libro sobre la mesilla de noche, y sobre éste, un descolorido papel.

El corazón empezó a latirle con fuerza. Respiró hondo y se acercó a la mesilla. Sabía perfectamente lo que era antes de cogerlo para cerciorarse. El poema. El poema escrito hacía mucho tiempo por el primer Namikaze sobre el que recayó la maldición.

Se había enterado de todo. Sin duda había leído el poema y había comprendió que se refería a él, a sus hermanos, a la maldición familiar. Su mano empezó a temblar al dejar el descolorido pergamino sobre el libro.

Tenía que hablar con ella, tenía que explicarle lo que sabía, advertirle lo que estaba a punto de suceder, pedirle que lo perdonara por no habérselo contado antes. Le suplicaba al cielo que Hinata no lo odiara o, lo que sería peor aún, que no le tuviera miedo. Pero ¿dónde estaría? ¿Había huido aterrorizada? Y de ser así, ¿dónde buscaría refugio?

Decidió que primero la buscaría en la casa. Si Hawkins no la había oído marcharse, era posible que simplemente se estuviese escondiendo. Sólo pensar en esto hacía que se sintiese físicamente mal. Pensar que ella querría esconderse de él, como si creyera que él podría hacerle daño.

Y él sabía a ciencia cierta que no le haría daño una vez que la bestia lo poseyera por completo. Naruto emprendió una minuciosa búsqueda por toda la casa, intentando ocultarle a Hawkins su creciente preocupación. No pudo encontrar a su esposa, no sentía su olor en ninguna de las habitaciones, ni en los cuartos que sus hermanos habían escogido utilizar cada vez que iban allí.

Regresó al dormitorio de ella para buscar alguna clave que le revelara dónde podía haber ido. Recorrió toda la habitación rastreando su olor, que era mucho más fuerte en aquellas partes en las que había estado. Uno de esos lugares se encontraba justo frente a la ventana.

Naruto, totalmente confundido, dirigió su mirada hacia el exterior. Había esperado tener al menos otra noche junto a ella, otro día en que ella lo mirara y no viera más que a un hombre. Si había huido, ¿cómo se había marchado?

Lo más lógico era pensar que Hinata había ido a la caballeriza a por su yegua. Sí, si se hubiera marchado, se habría llevado un caballo. Se disponía a alejarse de la ventana cuando algo atrajo su atención: una sábana colgando del balcón de la casa vecina. La señal que le dejaba el ama de llaves a Hinata para que fuera a visitar a su madrastra cuando Chapman no se encontraba allí.

Salió de la habitación y bajó las escaleras deprisa. Se dio cuenta de que iba prácticamente corriendo. Empezó a correr de verdad una vez que abandonó la casa, tomó el camino pedregoso y pasó por delante de la caballeriza.

La puerta trasera estaba cerrada con llave. Se dirigió a la puerta principal y descubrió que también estaba cerrada con llave. Naruto usó, entonces, la pesada aldaba para anunciar su presencia. Nadie acudió a abrir la puerta. Corrió hacia la cochera y miró en su interior. El carruaje estaba allí, pero la calesa no. No había ningún criado deambulando por la propiedad.

Naruto dirigió la mirada hacia el balcón donde la sábana seguía siendo agitada por el viento. Se acercó a la espaldera y empezó a escalarla. Las puertas del balcón no estaban cerradas con llave. Cruzó la antigua habitación de Hinata y salió al pasillo. La casa estaba envuelta en un silencio sepulcral. No había nadie allí dentro.

¡Pero tenía que haber alguien en casa! La duquesa, la madrastra de Hinata. Subió las escaleras para dirigirse al tercer piso. La puerta estaba abierta y una luz tenue iluminaba la habitación. Encontró a la mujer dormida en su cama. Se acercó a ella y se quedó mirándola fijamente.

Algo dentro de él le decía que Hinata estaba en peligro. Podía sentir su olor en la casa... y también el de Toneri. Sacudió a la mujer con cuidado. Ella abrió los ojos y lo miró.

—¿Hinata, su excelencia? ¿Sabe usted dónde está? —le preguntó.

La dama volvió a cerrar los ojos. Naruto se alejó de la cama. Decidió buscar en toda la casa.

—Él se la llevó —dijo una voz áspera desde la cama—. La oí gritar. No pude hacer nada para ayudarla. Debe salvarla. Él es un monstruo.

A Naruto se le heló la sangre de las venas. ¿Toneri se había llevado a Hinata? Se dirigió de nuevo a la cama.

—¿Dónde está su ama de llaves? No puedo dejarla aquí sola.

—Supongo que le dio la tarde libre —fue su ronca respuesta—. Le dio la tarde libre para poder hacer sus sucios asuntos. Debe detenerlo. Está loco. Tan loco como lo estaba su padre. Yo esperaba que cambiara. Quise salvar su alma, pero no pude.

» Me di cuenta de ello cuando le dio una paliza a esa pobre mujer en mi propia casa. Oí sus gritos. Fue en una de sus desenfrenadas fiestas. Quiso culpar a otra persona. Le dije que no podía hacerlo. Le dije que debía confesar sus crímenes y asumir su responsabilidad. Entonces la emprendió contra mí.

—Puedo llevarla a mi casa, su excelencia —le propuso Naruto.

—No —insistió la mujer—. Mi vida ya está terminando. La de Hinata apenas empieza. Está enamorada. Le oí decírmelo, aunque ella no sabía que yo podía entender lo que me estaba diciendo. Debe usted marcharse en este instante. Encuéntrela y sálvela de él.

La dama tenía razón. No había tiempo que perder. Por fortuna él sabía adonde llevaría Toneri a Hinata. Por fortuna tenía la llave. Mataría a Toneri aquella misma noche. Lo mataría por atreverse a tocar a Hinata de nuevo. Lo mataría para que no siguiera amenazándola.

Cuando Hinata abrió los ojos vio a Toneri apoyado contra una pared, mirándola fijamente. Unas velas parpadeaban dentro de una habitación vacía. Ella se encontraba acostada en un colchón sucio. Le dolía la mandíbula.

Supuso que estaba llena de cardenales y quiso levantar la mano para frotarla e intentar aliviar un poco el dolor punzante que sentía, pero tenía las manos atadas detrás de la espalda. Intentó mover los pies, pero sus tobillos también estaban atados.

—¿Qué me vas a hacer? —le preguntó, y le disgustó oír aquel temblor en su voz. Hizo sonreír a Toneri.

—No creo que quieras saberlo. Pero de todos modos te lo voy a decir. ¿Recuerdas cuando te conté que Shimura tenía un problema con sus partes viriles?

Ella asintió con la cabeza.

—Bueno, pues no te lo dije todo. —Se alejó de aquella pared que estaba a punto de desmoronarse y empezó a caminar de un lado a otro frente al colchón—. La verdad es que sí tiene un problema, pero la noche en que lo invité a casa para hacer una fiesta con Bess O'Conner, descubrió por pura casualidad que había algo que podía ayudarlo enormemente.

Hinata intentó mover las manos. Estaba acostada sobre ellas y estaban a punto de quedarse sin circulación. Toneri le puso una bota sobre las costillas y la empujó suavemente.

—Préstame atención. No puedes escaparte. ¿Qué te estaba diciendo? Ah, sí. Estábamos bebiendo y jugando a las cartas. De pronto yo decidí que quería poseer a Bess O'Conner, así que lo hice allí mismo, en el salón.

» Parece que Shimura se excitó mucho al verme poseer a la chica, pero cuando él quiso hacer lo mismo, Bess no accedió. Yo le di unos cuantos golpes para convencerla de que complaciera a Shimura, pero esa zorra empezó a gritar y a oponer resistencia. Mi madre estaba durmiendo en su habitación, así que no podía permitir que la chica siguiera gritando. Seguí pegándole...

Toneri suspiró.

—Le pegué con fuerza, y también le apreté el cuello. A Shimura le excitó mucho más verme golpear a la mujer que verme copulando con ella. Pensé que la había matado. Shimura la poseyó creyendo que estaba muerta.

» Mi madre empezó a llamarme desde las escaleras. Tenía que impedirle que bajara al salón y viese el cadáver de la mujer, así que subí para hablar con ella. El imbécil de Shimura fue a servirse una bebida y le volvió la espalda al cuerpo golpeado y manchado de sangre de Bess O'Conner.

—Pero ella no estaba muerta. —Hinata ya lo sabía.

Toneri de repente se agachó y rodeó el cuello de la asustada joven con sus manos.

—¡Soy yo quien está contando la historia! ¡Cierra la boca!

Hinata empezó a respirar con dificultad. Toneri pareció darse cuenta de que la estaba matando y le soltó la garganta. Luego, se puso de pie, se arregló el cuello de la camisa y volvió a caminar de un lado a otro de la habitación.

—La puta se escapó por la puerta trasera, y logró arrastrarse hasta la casa vecina y entrar en la caballeriza de tu marido. Yo la seguí, pero de pronto vi que ese cabrón estaba a punto de llegar a su casa. Entonces comprendí cuánta suerte tenía.

» Todo el mundo sabe que los Namikaze son peligrosos, que han sido maldecidos con la locura. Lord Namikaze parecería mucho más sospechoso que yo si tenía la insensatez de llamar a las autoridades, cosa que por supuesto hizo. Y yo pensé que ése sería el fin de la historia.

Shimura quería más, quiso decir ella, pero no se atrevía a volver a hablar. No con las manos atadas detrás de la espalda y sin poder defenderse.

—Shimura disfrutó tanto con lo sucedido que me dijo que si no volvíamos a hacerlo, haría que me mandaran a la horca por asesinato. Después de todo, fui yo quien golpeó a Bess O'Conner, y yo soy el responsable de su muerte. De modo que me tenía en sus manos, no sólo debido al dinero que le debía por deudas de juego, sino también al asesinato.

Toneri hizo una pausa para secarse el sudor de la frente con la manga de su camisa.

—Intentamos durante un tiempo repetir aquella noche sin tener que matar a las putas. Pero esto no era suficiente para Shimura. Su miembro viril volvía a ponerse flácido, y teníamos que inventar nuevos juegos para mantenerlo entretenido.

» Le gustaba disfrazar a esas mujeres de damas de la alta sociedad. Le gustaba fingir que podía hacerles de todo, algo que de otra manera hubiera tenido serias consecuencias... por lo menos hasta que tú llegaste. Debí imaginar que pasaría algo así...

Reconoció, como si lo que estaba diciendo no fuese más que una inocente travesura que sólo requería de un tirón de orejas.

—Él sabía que mi madre y yo éramos tu única familia. A propósito de mi madre, me vi obligado a drogaría para que no me delatara. Cuando oyó que habían encontrado a una mujer muerta en la casa vecina, supo que yo era el culpable.

» Intentó convencerme para que fuera a las autoridades y les confesara la verdad, para que asumiera la responsabilidad de mis actos. Fingí considerar esta posibilidad, pero sólo el tiempo suficiente para convertirla en adicta a una mezcla especial de té que mandé a preparar para ella. Té mezclado con una buena dosis de opio. Tú ya conoces el resto de la historia.

—¿Por qué quería casarse Shimura conmigo?

—Porque quería el oro y el moro, querida hermana. Una jovencita de la alta sociedad a quien pudiera tratar como a una puta. ¿Quién acudiría en tu defensa? Tus padres están muertos. No tenías a nadie, excepto a mí. Yo habría sido el hombre que, sin duda, habría engendrado a tus hijos. Shimura cree que, aun en el caso de que fuera capaz de concluir el acto, su simiente no es lo suficientemente fuerte como para echar raíces.

Hinata tembló, no de miedo, sino de indignación. Estuvo a punto de decirle que había descubierto lo del té mezclado con droga que le servía a su madre, pero no lo hizo porque no quería poner en peligro a la duquesa, y no sabía cuál sería la reacción de Toneri si se enteraba de que ella conocía su secreto.

—¿Qué me vais a hacer? —volvió a preguntarle.

Él se agachó de nuevo junto a ella.

—Todo lo que queramos.

De repente oyó unos pasos acercándose a la habitación. Shimura entró un momento después. Le sonrió a Hinata de oreja a oreja.

—Lady Hinata —saludó, y luego corrigió—. ¡Ah! Lady Namikaze, encantado de tenerla aquí esta noche.

—No se saldrán con la suya —les espetó Hinata a los dos hombres—. Mi esposo conoce sus planes. Y también sabe que usted está involucrado en los asesinatos, Shimura. —No sabía si eso era así, pero sospechaba que Naruto ya había descubierto la verdad.

—Su marido es una peste —manifestó Shimura haciendo un mohín—. Y nunca le perdonaré que me quitara lo que en justicia me pertenecía. Lo echó todo a perder.

—Los matará si alguno de vosotros llega a tocarme siquiera —les aseguró. Los dos hombres se miraron y sonrieron.

—Lo gracioso es que nosotros planeamos hacer las cosas de tal manera que no quepa la menor duda de que él la mató a usted —le explicó Shimura—; que, de hecho, fue él quien mató a todas las mujeres que han encontrado asesinadas recientemente.

» Usted pudo haberse salvado de morir —prosiguió Shimura, haciendo otro poco atractivo mohín con sus labios de pez—, si no se hubiera casado con Namikaze. Entonces habría podido ser mi esposa y simplemente verse obligada a entretener a su hermanastro y a mí hasta que nos cansáramos del juego. Desde luego, creo que no nos hubiéramos cansado en mucho tiempo. Es usted muy guapa, Hinata.

—Y usted está loco —soltó ella—. Los dos estáis locos.

—Empecemos, Chapman —ordenó de improviso Shimura—. Ya me he cansado de hablar. Quiero probar los encantos de la dama y no necesito ningún estímulo adicional.

Toneri se agachó junto a ella. La miró fijamente a los ojos, y Hinata le suplicó:

—Toneri, por favor no lo hagas... Soy tu hermanastra. Soy tu pariente.

Él pareció entristecerse un instante. Luego, recorrió con su mirada apagada el cuerpo de Hinata.

—He estado esperando este momento desde hace mucho tiempo —confesó—. ¿Recuerdas el día aquel en que estabas jugando en el establo y yo te pregunté si te gustaría jugar a un juego especial conmigo?

Ella intentó recordar.

—No —le respondió.

—Pues tu padre sí lo recordaría si aún estuviera vivo. Te habría poseído aquel día, pero un imbécil mozo de cuadra nos oyó hablar y fue corriendo a buscar a tu padre. Fue entonces cuando me ordenó que me marchara de su finca y dijo que no quería volver a verme en su vida.

La confesión asqueó a Hinata.

—Yo era una niña, Toneri.

—Una niña preciosa —alegó él—. Y una mujer más hermosa aún. Voy a disfrutar mucho con esto.

Llevó sus manos al canesú de su vestido y lo abrió de un rasgón. Hinata dio un grito ahogado. Intentó oponer resistencia, pero el hecho de tener las manos atadas hizo que todos sus esfuerzos fuesen inútiles. Su hermanastro tiró de los bordes rasgados de su vestido, y acto seguido sacó un cuchillo de su cinturón.

Ella pensó que quería cortarle el pescuezo y acogió con agrado esta posibilidad: era preferible a tener que soportar los abusos de esos dos degenerados. Pero en lugar de cortarle el cuello, Toneri empezó a cortar las cintas de su corsé; luego, deslizó el cuchillo a través de los finos tirantes de su camisa interior y también los cortó. Ella se quedó desnuda hasta la cintura en cuestión de segundos.

—Déjame verla —ordenó Shimura jadeando—. Quiero mirar su cuerpo.

Humillada, Hinata vio que Toneri se apartaba para que Shimura pudiera contemplarla a su antojo. Las babas habían inundado las comisuras de su boca, y sus ojos redondos y brillantes recorrían su cuerpo desnudo.

—Perfecto —dijo con voz ronca—. Tal y como pensé que sería.

Luego Toneri cogió su cuchillo y cortó la delgada cuerda que ataba los tobillos de su hermanastra. Una vez que quedó libre, Hinata lo apartó de una patada. Logró darle un golpe en el brazo y el cuchillo se le resbaló de la mano. El maldijo y agarró con fuerza las piernas que la joven agitaba frenéticamente. Acto seguido, la obligó a abrirlas antes de lanzarse sobre ella.

El peso de Toneri la dejó sin aliento. No intentó besarla. No intentó acariciar sus senos ni fingir de ninguna manera que sentía algo que no fuera el deseo de degradarla, violarla y ejercer todo su poder sobre ella. Alzó su cuerpo sólo el tiempo suficiente para levantarle el vestido y ponerlo alrededor de su cintura.

Luego, intentó rasgarle las cintas de las bragas. A Hinata le dolían los brazos a causa del peso del cuerpo de Toneri apretujándolos contra el suelo. Este dolor le pareció insignificante cuando él logró soltarle las cintas e intentó quitarle las bragas. Empezó a sacudirse contra él.

—¡Quédate quieta, imbécil! —le gritó Toneri.

—Golpéala —le exhortó Shimura—. ¡Castígala como se lo merecen todas esas putitas de alta sociedad!

Toneri echó los brazos hacia atrás con los puños cerrados. Ella cerró los ojos apretándolos con fuerza.

—Si llega a pegarle, sólo conseguirá que lo haga sufrir más antes de matarlo.

Hinata sintió que Toneri se paralizaba. Abrió los ojos y vio que Shimura también estaba paralizado en su sitio. El corazón le golpeaba con fuerza en el pecho. Naruto estaba allí. Naruto la rescataría. Tal fue el alivio que sintió al oír su voz, que estuvo a punto de desmayarse.

—Aléjese de mi esposa, Chapman —le ordenó Naruto—. No quisiera que la pistola con la que le estoy apuntando a la cabeza se disparara y salpicara el cuerpo de Hinata de sangre.

Toneri se levantó y se alejó de Hinata.

—Shimura, vaya con Chapman a ese rincón, y no se atrevan a moverse de allí

—exigió Naruto.

—Hay un cuchillo en el suelo —le advirtió Hinata a su marido—. Le di una patada a Toneri para hacer que se le cayera de las manos.

—Y estoy seguro de que al menos uno de vosotros tiene una pistola oculta en alguna parte —expuso Naruto arrastrando las palabras—. Abríos los abrigos.

Los dos hombres obedecieron. Shimura tenía una pistola. Naruto le ordenó que la sacara de su pretina, la pusiera en el suelo y luego se la pasara de una patada. Un instante después, Naruto cogió el arma.

Acto seguido, se dirigió hacia otro punto de la habitación, sin dejar de apuntar a los dos hombres con la pistola, y se agachó para recoger el cuchillo. Sólo entonces le lanzó una mirada a Hinata. La rabia llameó en sus ojos cuando la vio acostada en el suelo con los pechos expuestos y el vestido recogido alrededor de la cintura.

Naruto se acercó a ella y se agachó a su lado, sin apartar la mirada de los dos hombres que se encontraban en el rincón. Le bajó la falda del vestido hasta las rodillas y puso el cuchillo junto a ella. Luego, se quitó el abrigo para cubrir el torso desnudo de su esposa, antes de ayudarla a incorporarse.

—¿Cómo me has encontrado? —le preguntó ella.

—Compré esta casa hoy. No fue muy difícil convencer al agente inmobiliario de que me dijera qué propiedad le había interesado a Shimura últimamente. Tuve que pagarle el doble del valor real de la casa.

Toneri le lanzó una mirada acusadora a Shimura, obviamente por no haber previsto que eso pudiera pasar, y luego, envalentonado, dio un paso hacia ellos. Naruto levantó la pistola.

—Me encantaría que uno de vosotros intentara hacer algo mientras corto la cuerda de las muñecas de mi esposa. Es todo lo que necesito para matarlos en este instante, aunque no quiero que Hinata tenga que presenciar vuestras muertes.

—Permíteme que vaya a buscar a un agente de policía, Naruto —sugirió Hinata—. No quiero que te manches las manos con su sangre.

Él la miró a los ojos un instante, y ella notó el sudor que cubría su frente y que la mano con la que estaba cortando las cuerdas enrolladas alrededor de sus muñecas estaba temblando. Parecía estar muy enfermo.

—Sí, quizá debería permitírtelo. —Dirigió la mirada hacia Toneri y Shimura—. Tu madre ya se siente mucho mejor, Chapman. Hinata se dio cuenta de que la estabas drogando y le pidió al ama de llaves que dejara de darle el té. Fue ella quien me dijo que te habías llevado a mi esposa.

Hinata sintió una gran satisfacción al ver que Toneri palidecía y empezaba a temblarle la mandíbula.

—Toneri me contó lo sucedido con Bess O'Conner —le contó Hinata a Naruto, sintiendo que la sangre empezaba a correr por sus manos cuando él finalmente logró quitarle las cuerdas. Volvió la espalda a los dos hombres mientras se ponía el abrigo de Naruto—. También me habló de la implicación de Shimura en los crímenes. Ellos mataron a Tayuya. —Se le quebró la voz al decir estas palabras.

—Quiero que te vayas de aquí —le pidió Naruto—. Coge mi caballo y vete.

—¿Voy a buscar a las autoridades?

—No —articuló él en voz baja—. Ve a casa de tu madrastra y cuida de ella. Está sola allí. Yo iré a buscarte dentro de poco.

Iba a matar a Toneri y a Shimura. Los iba a matar por ella. ¿Quería tener ese cargo de conciencia? ¿Podría soportar que la sangre de aquellos hombres manchara las manos de su esposo? Los odiaba, y a Toneri mucho más que a Shimura. Pero matarlos...

—Naruto —dijo en voz baja, poniendo una mano en su brazo—. Sus muertes nos perseguirán el resto de la vida. Deja que los tribunales decidan cuál debe ser su castigo.

—¡Yo decidiré cuál será su castigo! —afirmó bruscamente. Luego, se volvió hacia ella para mirarla, y Hinata dejó escapar un grito ahogado. Vio en sus ojos un brillo azul. Y cuando habló, vio que sus colmillos se habían vuelto más largos y puntiagudos.

—Naruto —le susurró—. ¿Qué te pasa?

Él de repente se dobló de dolor. Dio un grito ahogado e intentó enderezarse. Luego, la obligó a coger las dos pistolas, recogió el cuchillo del suelo y lo arrojó al otro lado de la habitación.

—¡Vete ya!

Toneri dio un paso hacia ellos. Hinata lo vio de reojo y se volvió bruscamente hacia él, apuntando con las dos pistolas a Shimura y a su hermanastro. Sabía cómo usar un arma, pues su padre le había enseñado. Amartilló primero una pistola y luego la otra.

—No te acerques —le advirtió.

—¡Vete Hinata! —le ordenó Naruto, pero el agudo dolor hizo que se doblara de nuevo.

—No me iré —anunció ella. Miraba alternativamente a su marido y a los dos hombres, quienes los matarían a ambos si tenían la oportunidad—. ¡No te abandonaré aquí ahora que te encuentras tan mal!

Él jadeaba de dolor, pero logró alzar la vista para mirarla. Por un momento los ojos se le despejaron.

—Te amo, Hinata. Siempre te he amado. Pero la maldición ha recaído sobre mí. Vete, por favor.


Continuará