Naruto Y Hinata en:

TU MI SALVACIÓN


21: Adiós


Los ojos le empezaron a escocer a causa de las lágrimas, pero parpadeó tratando de contenerlas y de mantener a Toneri y a Shimura dentro de su campo visual. ¿La maldición? Recordó los pocos versos que había logrado leer de aquel poema. Decían algo acerca de la luna transfigurándolo y acerca de una bestia. ¿Acaso podía creer en tales cosas?

Hinata sintió que ambos eran demasiado vulnerables en aquellas posiciones: ella sentada en el colchón y él agachado cerca del suelo. Se levantó rápidamente del colchón, sin dejar de apuntarle a Shimura y a Toneri con las pistolas. Los hombres miraban fijamente a su marido, como buitres esperando la oportunidad de abalanzarse sobre un animal agonizante.

De repente, el cuerpo de Naruto empezó a agitarse. Él gimió, cerró los ojos y empezó a rasgarse la ropa. Sólo entonces vio ella sus manos... vio que las uñas ahora le salían de las yemas de los dedos como si fuesen garras. Dio un grito ahogado y se dirigió a un rincón de la habitación, pero sin dejar de apuntar con las pistolas a sus asesinos en potencia.

—¿Qué demonios le está pasando? —preguntó Shimura.

Obviamente, Toneri estaba demasiado atónito para responderle. Hinata miraba horrorizada mientras algo extraño poseía a su esposo. El empezó a retorcerse en el suelo. Su cuerpo parecía estar cambiando de forma. Le empezó a crecer pelo ante sus ojos... y le creció hasta cubrir todo su cuerpo. Se había caído al suelo con el cuerpo de un hombre, pero cuando se levantó a cuatro patas, era un lobo.

Un lobo de resplandecientes ojos azules y largos colmillos que exhibía al gruñirle a Toneri y a Shimura.

—¡Dispárale, Hinata! —gritó Toneri.

Ella dirigió una de las pistolas hacia la gruñidora bestia. El lobo se detuvo el tiempo suficiente para volver su cabeza hacia Hinata. Ella lo miró a los ojos, y supo que en alguna parte del cuerpo del animal vivía Naruto. Atrapado. Maldecido.

¡Dios santo! Temía que estaba a punto de desmayarse. Volvió a apuntarle a Toneri con la pistola.

—No —gimió ella en voz baja—. No lo mataré.

Shimura corrió hacia la puerta. La bestia dio un salto, abalanzándose sobre él. Sus gritos resonaron en la casa vacía. Toneri se lanzó de improviso sobre Hinata para quitarle una de las pistolas.

Ella sabía que si lo lograba, le dispararía al lobo, lo mataría, y a Naruto junto con él. Le sorprendió su propia fuerza. La adrenalina había invadido su cuerpo, e intentó apuntar a Toneri con la otra pistola para dispararle. Él le hizo tirar una de las pistolas de la mano, y Hinata temió que le hubiera roto la muñeca para conseguirlo. Gimió de dolor, pero logró rechazarlo con una patada.

Él le dio una bofetada y la tiró contra la pared. La otra pistola también se le cayó de la mano. Toneri se disponía a agacharse para cogerla, pero el lobo se le acercó de repente, gruñendo desde lo más profundo de su garganta y mirándolo con el iridiscente azul de sus ojos.

En lugar de coger la pistola, Toneri se lanzó sobre Hinata y la puso frente a él a modo de escudo, de manera que la joven se encontró cara a cara con la bestia. Ésta enseguida dejó de gruñir. Ella miró fijamente los ojos del lobo.

—Naruto —susurró—, no me mates.

Luego, dirigió la mirada hacia Shimura, quien se arrastraba por el suelo con gran dificultad, apretándose con fuerza el cuello, de donde la sangre salía a borbotones por una profunda herida. La bilis subió a la garganta de Hinata, y volvió a dirigir su mirada hacia el lobo. Éste miraba fijamente a Toneri, arrugando el hocico para enseñar sus mortíferos colmillos.

Toneri utilizaba a Hinata como escudo, manteniéndola entre la bestia y él al tiempo que avanzaba lentamente hacia la puerta que conducía fuera de la habitación. El lobo gruñía desde lo más profundo de su garganta.

Los seguía, pero no atacaba, por miedo a hacer daño a Hinata. A pesar de lo aterrorizada que estaba, ella sabía que el lobo no la atacaría. Shimura hacía sonidos que denotaban que se estaba asfixiando e intentaba arrastrarse hacia ellos.

—No me dejéis aquí —rogó. Su voz era apenas un grito sofocado.

Una vez que Shimura volvió a atraer la atención del lobo, el animal se abalanzó de nuevo sobre el hombre. Toneri sacó provecho de la desgracia de Shimura, y sin perder tiempo, tiró de Hinata para obligarla a cruzar la puerta. Luego, la apartó de un empujón y cerró la puerta antes de que el lobo pudiese reaccionar. Ella oyó los fuertes golpes que daba el animal al lanzarse contra la puerta.

Toneri se volvió, la cogió del brazo y la arrastró tras él a través de la casa. La puerta principal estaba abierta, y de repente ellos se encontraron fuera, dirigiéndose hacia la calesa que él había dejado en una calle lateral. Había otra calesa junto a la de Toneri: la de Shimura, supuso ella. Y también vio uno de los caballos de Naruto con las riendas tiradas en el suelo.

Toneri la llevó a su calesa y la obligó a subir de un tirón. Cogió las riendas y azotó con ellas las ancas de los caballos. Los animales emprendieron camino. Avanzaban a toda velocidad por una calle desierta, cuando Hinata cayó en la cuenta de repente de que se había marchado con el hombre que planeaba matarla aquella noche.

Estaba conmocionada, comprendió. La calesa avanzaba demasiado rápido para poder saltar. Aunque suponía que si de todos modos iba a terminar muerta, sería mejor por su propia voluntad que por la de Toneri. Se había preparado mentalmente para saltar, pero su cuerpo vaciló, cosa que pagaría muy caro.

Como si su hermanastro se hubiera dado cuenta de sus intenciones, le dio un golpe tan fuerte que la dejó atontada. Se tambaleó, y antes de perder la consciencia, pensó que se desplomaría a un lado de la calesa y que, después de todo, sí encontraría la muerte.

Cuando despertó, Hinata estaba acostada en la cama de una habitación que conocía. El dormitorio de la casa de Toneri. Se incorporó con gran dificultad, haciendo una mueca tanto por el dolor que sentía en la muñeca, como por el que sentía en la cara en el lugar en que Toneri la había golpeado.

No era la primera vez que la pegaba desde que la engañó para que fuera a visitar a la duquesa. El causante de su dolor se encontraba sentado en una silla frente a la apagada chimenea, mirándola fijamente.

—¿Con quién demonios te casaste? —preguntó él—. ¿Con un monstruo?

Hinata preferiría olvidar lo que sus ojos habían visto hacía un momento. Fuese lo que fuese su marido, pues en ese momento no estaba segura de lo que podía ser, no era tan monstruoso como el hombre que se encontraba sentado frente a ella. Naruto la reconoció, en ningún momento la atacó, y trató de protegerla, incluso cuando la bestia lo poseyó por completo.

—Es la maldición —entendió ella de repente. Aquélla que él había intentando ocultarle. Aquélla sobre la cual escribió su antepasado en un poema. Deseó haber podido leerlo. No sabía a qué estaba enfrentándose, a qué se estaba enfrentado Naruto.

—Pensé que había sido maldecido con la locura. Pero lo de anoche... Es increíble, jamás lo hubiera creído si no lo hubiera visto con mis propios ojos — enunció Toneri. Ella se dio cuenta de que lo que él acaba de presenciar había logrado traspasar incluso su diabólica alma.

» Sus manos temblaban visiblemente cuando las pasó por su pelo—. Si alguien supiera la verdad, lo perseguiría como el animal que es y lo mataría —siguió deliberando—. Todo esto me resulta muy ventajoso.

Su hermanastro no tardó mucho en volver a centrar su atención en lo que más le interesaba en el mundo... él mismo.

—¿Cómo piensas sacar partido de esta situación, Toneri? —le preguntó ella bruscamente—. Eres un asesino. Yo puedo dar fe de eso, y tu madre también.

Toneri hizo un gesto de desdén con la mano.

—Ninguna de vosotras es una persona de peso. Ya he obligado a mi madre a beber más té, y ha vuelto a quedarse dormida. Cuando Natsu llegó hace un momento, le pedí que se marchase. El único problema que me queda por resolver eres tú, Hinata.

Hinata se preguntó si Toneri se habría dado cuenta de que el té que había en el bote ya no era la mezcla especial que él había comprado. Dirigió la mirada hacia las ventanas del balcón y le sorprendió ver que el alba empezaba a hender el cielo. Debió haber estado inconsciente durante muchas horas.

—Estoy completamente seguro de que Shimura ya no se encuentra entre los vivos —afirmó Toneri—. Encontrarán su cadáver en una casa que le pertenece nada más y nada menos que a tu marido. Lord Namikaze es ahora un animal. Y nunca volverá a ser hombre, ¿no es verdad?

¡Dios, ella no había pensado en eso! ¿No volvería a convertirse en hombre? Pero no, la maldición también había recaído sobre el antepasado de Naruto que escribió el poema. Un animal no podía escribir un poema.

La maldición también recayó sobre el padre de Naruto. Éste se suicidó. Un animal no podía apuntar a su propia cabeza con una pistola y apretar el gatillo. No tenía la menor idea de qué sería Naruto en aquel instante. Si aún era un lobo, o si ya había vuelto a ser hombre.

Sin embargo, tenía la plena certeza de que, si podía, iría a buscarla bajo cualquiera de aquellas dos formas. Pero ¿cómo haría para permanecer viva hasta que él fuera a rescatarla?

—Nadie sabía que Shimura y tú compartíais algo más que la pasión por los juegos de azar —comentó ella—. Pero si nos matas a tu madre y a mí, despertarás las sospechas de las autoridades.

—Mi madre permanecerá a las puertas de la muerte durante un tiempo — informó él. Luego clavó su fría mirada en ella—. Pero si alguien te encuentra muerta, y el cadáver de Shimura es hallado en la casa que tu marido acaba de comprar, todos supondrán que no sois más que otras dos víctimas de Namikaze.

Y los asesinatos de Toneri quedarían impunes. Tenía que logar ganar un poco de tiempo.

—¿Qué te hace pensar que yo quiero quedarme con un hombre... un hombre que ya no es hombre? —Una maraña de sentimientos luchaban en su interior: el miedo, la conmoción y, sobre todo, la preocupación por Naruto y lo que habría podido sucederle. ¿Qué sería de él en el futuro?—. Quizá tú y yo podamos llegar a algún acuerdo.

Toneri arqueó una ceja.

—Buen intento, Hinata —dijo él—. Pero tú no quisiste dispararle, a pesar de que tu propia vida corría peligro. Estás enamorada de un monstruo.

Reflexionó acerca de las palabras de Toneri. Sus emociones habían quedado en carne viva, heridas y con magulladuras, igual que su rostro. Tenía que mirar en lo más profundo de su corazón; tenía que juzgar a Naruto por lo que había conocido de él antes de los acontecimientos de la noche anterior.

Él no le había dicho la verdad, pero ¿acaso le habría creído de no haber visto aquella transformación con sus propios ojos? La había protegido, había cuidado de ella, le había hecho el amor. Había jurado que no la amaría nunca, pero en su fuero interno Hinata sabía que se había enamorado de ella. Hizo todo lo que era necesario hacer cuando Toneri y Shimura amenazaron su vida, primero bajo la forma de un hombre y luego bajo la de un lobo.

—Él podrá ser un monstruo —reconoció—, pero no tanto como tú.

—Las cosas no tenían que terminar de esta manera. —Toneri se puso en pie y se acercó a la cama en la que ella estaba sentada—. Nunca debiste dejarme, Hinata. Si te hubieras quedado en mi casa, al menos podrías seguir viviendo.

Ella lo miró a los ojos.

—No creo que merezca la pena vivir bajo tu dominio, y permitir que me maltrates y me utilices a tu antojo para sacar provecho de mí en todo lo que consideres que puede beneficiarte.

Él le sonrió con algo de tristeza.

—Entonces no te importará mucho morir.

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Se despertó desnudo y temblando. Se encontraba tendido junto al cadáver de un hombre. Naruto se alejó enseguida de Shimura, asqueado por sus ojos sin vida y la herida abierta de su garganta.

Recorrió con la mirada la habitación vacía, donde las velas habían quedado reducidas a cera derretida, y un colchón sucio y una manta habían sido tirados en el suelo. Entonces recordó. A Hinata. A Chapman. Y la maldición que recayó sobre él en el instante mismo en que estaba tratando de salvar a su esposa de ser asesinada.

Naruto cogió rápidamente la manta y la envolvió alrededor de su tembloroso cuerpo. La preocupación le retorcía las tripas, lo cual se sumaba a la sensación de asco que le revolvía el estómago. Dirigió su mirada hacia la puerta cerrada.

¿Qué encontraría del otro lado? Tenía miedo de descubrirlo. No podía recordar qué pasó una vez que la maldición lo transfiguró. ¿Habría muerto Hinata de la impresión de ver a su marido convertirse en un monstruo?

La madera de la puerta estaba cubierta de arañazos profundos, y bajó la vista para mirar sus manos. Las yemas de sus dedos estaban manchadas de sangre, sus uñas rotas y con los bordes irregulares. Recordó las últimas palabras que le dijo a Hinata. Le dijo que la amaba, pero ¿la habría matado después? Se levantó lentamente y se acercó a la puerta cerrada.

La abrió y le echó un vistazo al corto pasillo que conducía a la puerta principal, que había quedado abierta. La luz de la mañana intentaba penetrar las oscuras sombras del interior. Al dirigir la mirada hacia fuera, vio una calesa y un caballo al lado de la casa. Su bestia aún lo estaba esperando con la cabeza inclinada y las riendas arrastrándose por el suelo. No vio la otra calesa que estaba allí cuando él llegó la noche anterior.

Toneri había huido... y Naruto tenía el presentimiento, el fuerte presentimiento, de que se había llevado a Hinata. Su vida corría peligro, si Chapman no la había matado ya. Pero no, Naruto no podía aceptar eso. Ella debía estar viva; él no permitiría que muriera.

Y debía salvarla, aunque lo único que quería hacer en aquel momento era salir furtivamente de aquella casa y ocultarse del mundo. Sumirse en la autocompasión que amenazaba con adueñarse de él. Pero no podía hacerlo. Aún no. Hinata lo necesitaba.

Se volvió y regresó a la habitación donde yacía el cadáver de Shimura. La ropa de Naruto estaba hecha jirones sobre el suelo. No le quedaba más remedio que quitarle a Shimura sus ropas manchadas de sangre. Naruto lo hizo deprisa, intentando no mirar al hombre. No se sentía culpable.

Un animal había matado a otro. Era natural. Los pantalones de Shimura eran demasiado grandes y cortos para él, pero hizo un improvisado cinturón con las cuerdas con las que habían atado los tobillos y las manos de Hinata. Luego, le quitó el abrigo, pero no consideró necesario coger su camisa manchada de sangre. Naruto se puso las botas, y luego envolvió a Shimura en la manta.

Levantó el peso muerto del hombre sobre sus hombros, lo llevó fuera, tiró su cuerpo dentro de la calesa y se dirigió a los caballos. Por fortuna no eran los rucios que le había vendido, sino un par de equinos negros que no eran ni con mucho tan hermosos como aquéllos.

Los caballos resoplaron asustados cuando él se acercó. Su caballo, el fino zaino que había llevado por ser el más rápido que tenía, también respingó. Naruto cayó en cuenta de que su olor había cambiado. Los animales le tenían miedo. Y cuando encontrara a Hinata y la rescatara... ¿también le tendría miedo? No podía pensar en esto. Sólo podía pensar en encontrarla, en asegurarse de que estuviera a salvo.

Naruto sospechaba que Chapman la había llevado a su casa. El hombre seguramente se había quedado tan sorprendido y horrorizado como Hinata y Shimura al verlo transformarse en bestia. Toneri no habría podido pensar con la claridad suficiente para decidir llevar a Hinata a otro lugar.

Naruto ahuyentó los caballos de la calesa, y éstos se fueron a todo galope, llevándose el cadáver de su amo, esperaba él que de regreso a la casa de Shimura, adonde los animales intentarían volver automáticamente. Acto seguido, se acercó al asustado zaino, y le empezó a hablar con voz tranquilizadora para que el bruto lo reconociera. Luego extendió la mano para que el zaino la olfateara. El caballo aún estaba inquieto, pero su dueño no tenía tiempo para seguir calmándolo.

Saltó sobre el lomo del zaino, y poco después empezaron a avanzar a todo galope por las calles. Tenía que salvar a Hinata. Ese era el único pensamiento que se permitía. Ese pensamiento y la plegaria de que no fuera demasiado tarde cuando la encontrara.

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—No me iré en silencio —le aseguró Hinata a Toneri—. No me encogeré ante el dolor que me causen tus puños; tampoco te daré el poder de mi miedo. No obtendrás satisfacción alguna de matarme, Toneri. No lo permitiré.

A su hermanastro se le borró la sonrisa de la cara.

—Palabras muy valientes para una mujer —manifestó con desdén—. Ya veremos lo valiente que eres cuando te tire sobre esa cama y te posea.

Palabras valientes, efectivamente. Pero la sola idea de Toneri deshonrándola hizo que la invadiera un fuerte sentimiento de aversión. A pesar de esta reacción, alzó la cabeza con orgullo.

—He sido amada y le he dado mi amor al hombre que elegí, al hombre que conquistó mi corazón. Nada de lo que me hagas podrá profanar el recuerdo de lo que Naruto y yo hemos compartido.

Su hermanastro se puso rojo de ira. ¡Qué frustrante debía haber sido su vida desde que se casó con Naruto! ¡Qué frustrante debía haber sido tenerla tan cerca y a la vez tan lejos del alcance de su crueldad! Ella tendría que pagar cara la rabia contenida de Toneri. De esto no le cabía la menor duda.

Hinata se armó de valor para soportar el dolor que él le infligiría. Para afrontar la humillación que él la obligaría a sufrir. Buscaría la fuerza en lo más profundo de su ser y recobraría el orgullo del que él la había despojado. Y que Naruto le había devuelto.

Clavó su mirada en Toneri cuando se dirigió hacia ella. Dobló sus dedos a modo de garras, esperando que sus uñas lo arañaran y rasgaran; deseando, en aquel instante, que sobre ella también hubiera recaído la maldición de Naruto. Pues su maldición fue un don la noche anterior. Un don que la salvó de ser deshonrada por dos hombres, en lugar de sólo uno.

—No te atrevas a tocarla, Toneri.

Aquella orden sorprendió a Hinata, y también a Toneri. Él se giró sobre sus talones. La duquesa se encontraba en la puerta, cuyo marco le servía de apoyo a su frágil cuerpo.

—No debes estar aquí —gruñó Toneri.

Su madre pareció sacar aún más fuerzas para erguirse.

—Habría querido venir antes en ayuda de Hinata —afirmó la mujer con la voz aún áspera—. Durante meses me has mantenido prisionera de la adicción que creaste en mí. Yo sabía que mi pobre niña estaba aquí.

» Sabía, cuando iba a visitarme, que su corazón estaba triste, que tú eras cruel con ella; pero no podía liberarme de las cadenas de la adicción para ayudarla, ni para decirle siquiera que entendía su sufrimiento.

A Hinata se le saltaron las lágrimas. Siempre esperó que su madrastra supiera que estaba a su lado y que sentía un profundo afecto por ella. Cuan terrible debió ser para la dama permanecer atrapada en un cuerpo que no le respondía, mientras su mente seguía dándose cuenta de las injusticias que tenían lugar a su alrededor. Las injusticias que su propio hijo cometía incluso contra ella.

—Debí haberte matado hace mucho tiempo, madre —soltó Toneri—. Acallé tu voz, que destilaba bondad y responsabilidad, para no tener que escucharte nunca más. Eres una mujer débil. Así como no le hiciste frente a mi padre cuando te pegaba, ni siquiera cuando me pegaba a mí, tampoco podrás hacerme frente hoy. Regresa a tu habitación. Más tarde me ocuparé de ti.

—No —refutó la duquesa, hablando con voz más fuerte—. Nunca más. Pensé que yo podía ayudarte, pero ya nadie puede hacerlo. Eres digno hijo de tu padre, y todo lo que alguna vez odiaste en él ahora está dentro de ti.

» Hinata siempre ha sido un encanto de chica. Ella es inocente en todo esto, no tiene nada que ver con las tinieblas que nosotros hemos traído a su vida. No pude salvarte a ti, pero aún puedo salvarla a ella.

Tras decir esto, la duquesa alzó una pistola. Hinata no sabía dónde había encontrado el arma, y tampoco le importaba. Sintió un gran alivio. Estaba a punto de levantarse de la cama y dirigirse hacia su madrastra, cuando Toneri atacó.

Se movió con la rapidez de un rayo: se abalanzó sobre su madre antes de que ella pudiera amartillar la pistola y disparar, tirándola al suelo. Hinata soltó un grito y enseguida se levantó de la cama. Se lanzó sobre la espalda de Toneri y lo golpeó repetidamente con los puños para evitar que siguiera haciéndole daño a su madre.

Indignado ante el hecho de que dos mujeres lo atacaran, Toneri lanzó un bramido y extendió los brazos hacia atrás. Logró agarrar a Hinata del pelo y la arrojó al suelo. Ella sintió un fuerte escozor en la parte de su cuero cabelludo de la que Toneri tiró.

De repente, lo vio erguirse imponente ante ella, y la furia que se reflejaba en sus ojos le reveló que no la deshonraría. Ya no tenía paciencia para seguir prolongando su muerte. Se agachó para apretar el cuello de la joven con sus manos y cortarle el aire.

Hinata se aferró a las manos de su agresor. Empezó a dar boqueadas, pero el aire no llegaba a sus pulmones. El sonido de cristales rompiéndose hizo que él volviera la cabeza hacia las puertas del balcón. Dejó de apretar el cuello de Hinata con tanta fuerza, y ella empezó a respirar con gran dificultad.

A través de las lágrimas que llenaban sus ojos vio a un hombre levantarse del suelo. Un hombre alto, con el desordenado pelo rubio. Llevaba puesto un abrigo abierto que era demasiado pequeño para él, y ninguna prenda cubría su ancho pecho. Parecía un pirata. Parecía estar medio loco, y ella nunca se había alegrado tanto de ver a alguien.

—¡Namikaze! —exclamó Toneri. Se levantó apresuradamente tras soltar a Hinata, y se volvió hacia Naruto.

—Le dije que si alguna vez volvía a tocarla, lo mataría —espetó Naruto—. Puede darse usted por muerto.

—U... u... usted se convirtió en lobo —tartamudeó Toneri—. Lo vi con mis propios ojos.

—Pero he vuelto a ser un hombre. —Naruto se dirigió con paso resuelto hacia el hermanastro de su esposa—. Un hombre que va a asegurarse de que usted no vuelva a amenazar la vida de Hinata.

Toneri quiso correr, pero Naruto se abalanzó sobre él en menos de un segundo. A pesar de que el esposo de Hinata había dejado de ser una bestia y se había convertido en hombre de nuevo, no mostró compasión alguna. Le dio a Toneri un puñetazo tan fuerte, que lo tiró al suelo.

Naruto enseguida lo levantó para seguir pegándole. A Hinata no le cupo la menor duda acerca de la suerte que habría de correr Toneri. Se dirigió gateando hacia la duquesa, que aún se encontraba tendida en el suelo.

—Su excelencia —sollozó. Apoyó la cabeza de su madrastra en su regazo—. ¿Se encuentra usted bien?

La dama abrió los ojos.

—Perdóname, Hinata —le suplicó—. Perdóname por haber sido el instrumento que Toneri utilizó para encerrarte en esta casa. Me partió el alma verme obligada a abandonar a tu padre, y también a ti. Entonces aún era tan tonta como para creer que podía ayudar a mi hijo, que podía formar su carácter, pero hacía mucho tiempo que la violencia se lo había torcido.

—¡Chitón! —susurró Hinata—. No debe sentirse culpable. Usted fue muy amable y afectuosa conmigo. Y, durante el tiempo en que estuvo a mi lado, fue la madre que toda la vida quise tener. Yo nunca le echaría la culpa de la crueldad de Toneri. Me la llevaré de esta casa.

La duquesa cerró los ojos como si tuviera mucho dolor. Agarró a Hinata de la mano.

—Mi vida ya esta a punto de llegar a su fin. La tuya apenas acaba de empezar.

Las lágrimas empezaron a correr por las mejillas de Hinata. Temía que la duquesa se estuviese muriendo. A juzgar por los sonidos de los puñetazos de Naruto, Toneri también estaría muerto en muy poco tiempo. Debía ir a buscar ayuda para su madrastra.

—¡Naruto! ¡Tenemos que ir a buscar a un médico para su excelencia!

Su esposo no pareció oír sus súplicas, pues no pensaba más que en matar a Toneri a golpes. Su hermanastro parecía haber perdido el conocimiento. Hinata se levantó del suelo y corrió hacia Naruto. Lo agarró con fuerza del puño que se disponía a asestar un nuevo golpe.

—¡Naruto! —gritó, intentando traspasar la bruma de rabia que obviamente le nublaba la mente—. ¡Mi madrastra se está muriendo! ¡Debemos ir a buscar ayuda!

Naruto se quedó mirándola durante un momento, como si no pudiera entender con claridad lo que le estaba diciendo. Finalmente, bajó el brazo y dejó que Toneri cayera al suelo. Ella arrastró a su marido hacia donde se encontraba la duquesa. Él se agachó frente a la dama. Hinata hizo lo mismo a su lado.

—Toneri le asestó un golpe mortal —le explicó ella a su esposo—. Temo que no logre salir con vida.

—¿Su excelencia? —dijo Naruto con afabilidad—. ¿Puede oírme? Debe usted quedarse con nosotros.

La mujer abrió los ojos de nuevo y miró a Naruto.

—Yo lo conozco —susurró muy débilmente—. Es usted nuestro vecino. Me han dicho muchas cosas de usted, pero si Hinata lo ama, debe tener un buen corazón. Cuídela mucho.

—¡No! —exclamó Hinata con la voz entrecortada—. ¡No me deje, su excelencia! Todas las personas que alguna vez he amado me han abandonado.

—Debéis marcharos. —Su madrastra hizo un débil esfuerzo por levantarse—. No quería que todo este asunto siguiera arruinándole la vida a Hinata. Le he prendido fuego al piso de arriba.

Hinata había estado demasiado enfrascada en lo que estaba ocurriendo para percibir el olor a humo. Pero en aquel instante podía sentirlo.

—Debemos sacarla de aquí —le indicó a Naruto con desesperación.

Él asintió con la cabeza y rápidamente intentó levantar los hombros de la duquesa. Hinata se preguntó qué estaría mirando la dama fijamente detrás de ella. Por qué habría abierto los ojos como platos. Al volverse vio a Toneri, lleno de señales de los golpes y cubierto de sangre, alzando el atizador de la chimenea sobre su espalda.

—¡No! —gritó Naruto, pero antes de que pudiera soltar a la duquesa y arremeter contra el hombre, se oyó un disparo. Un pequeño agujero apareció en la frente de Toneri; inmediatamente después, cayó hacia atrás.

Hinata volvió bruscamente la cabeza para mirar a Naruto. No tenía una pistola en la mano. La duquesa había logrado levantarla para matar a su hijo. El dolor se reflejó fugazmente en su rostro. Luego fijó la mirada en Hinata, y la joven vio que la luz de la vida se apagaba gradualmente en ella.

—Sé feliz —susurró la mujer antes de que su cuerpo se relajara por completo en los brazos de Naruto. Sus ojos sin vida se clavaron en un punto del infinito.

—¡Su excelencia! —Hinata se cubrió la cara con las manos. Un segundo después sintió las manos de Naruto sobre sus hombros.

—Ya se ha ido, Hinata. ¡Tenemos que salir de la casa ahora mismo!

El humo ya la estaba asfixiando, y empezó a toser. Un instante después, Naruto la tomó en brazos y corrió hacia las escaleras que conducían a la planta baja. Ella se aferró a él con todas sus fuerzas. El humo ya estaba propagándose por toda la casa, y los pulmones le ardían.

Él la dejó frente a la puerta principal, y acto seguido emprendió la tarea de abrir deprisa las cerraduras. Cuando logró abrir la puerta, la cogió de la mano y la hizo salir de un tirón. Volvió a tomarla en brazos y cruzó corriendo el césped que separaba las dos casas.

Una vez en la caballeriza, se detuvo un momento para llamar a gritos a los mozos de cuadra y ordenarles que reunieran los caballos y los apartaran del camino. Luego, empezó a correr por el sendero pedregoso, y maldijo cuando Hawkins no le abrió la puerta. Tuvo que bajar a Hinata para poder hacerlo él mismo. Hinata entró rápidamente en la casa.

—¡Hawkins! —gritó Naruto.

El hombre llegó corriendo.

—La casa vecina está en llamas. Debes permanecer ojo avizor. El incendio podría propagarse.

—Muy bien, milord —asintió Hawkins, y salió de la casa a toda velocidad.

Naruto la tomó de la mano y la llevó al piso de arriba. Una vez en sus aposentos, empezó a quitarse de inmediato la ropa que llevaba puesta. Hinata enseguida comprendió por qué. Era la ropa de Shimura. Cuando terminó de quitársela, la arrojó al suelo y dijo:

—Quémala, Hinata.

Él empezó a sacar ropa de su armario, mientras Hinata, aún conmocionada por todo lo sucedido, estaba inmóvil, mirando fijamente a Naruto mientras se vestía a toda prisa.

—Le pediré al cochero que te lleve a casa de la duquesa viuda de Sarutobi — sugirió él, poniéndose una camisa—. Deberás decirle a todo el mundo que una vez que te puse a salvo, regresé a la casa con la esperanza de rescatar a tu hermanastro y a tu madrastra. Y nunca más volviste a verme, ¿entiendes?

Ella lo miró con sorpresa.

—¿Qué? No, no entiendo.

Naruto no quiso acercarse a ella.

—Eso será lo mejor, Hinata. Ya sabes por qué no podía amarte, por qué no podía darte hijos. La maldición ha pasado de simiente en simiente, y yo no quisiera que recayera sobre mis hijos, ni tampoco sobre ti.

A pesar de todo lo que había sucedido, de todo lo que había tenido que presenciar y soportar, ella aún no entendía lo que su esposo le estaba diciendo. De repente, lo entendió todo.

—¡Me vas a abandonar!

—Te voy a salvar —la corrigió—. Lleva todo lo que necesites a casa de la viuda. He asegurado tu porvenir, Hinata. Ya eres libre. Shimura y Chapman no volverán a amenazarte. Puedes vivir tu vida.

—Pero no contigo...

Él apartó la mirada. Por un momento ella creyó ver sus ojos húmedos de lágrimas.

—No, no conmigo. Adiós, Hinata. Recuérdame como un hombre normal, y no como el monstruo en el que me he convertido.

Se alejó de ella y salió de la habitación. Hinata se quedó paralizada. Aún no alcanzaba a comprender todo lo que había pasado la noche anterior. Su mente aún tenía que asimilar todas las cosas que había visto, el terror de haber estado a merced de Shimura y Toneri, la transfiguración de Naruto en el momento en que fue a rescatarla, la muerte de su madrastra.

Aun así, había algo que Hinata sabía con toda certeza. Las cosas no podían terminar de aquella manera. Salió corriendo de la habitación de Naruto y se dirigió a las escaleras.

—¡Naruto! —gritó con voz áspera a causa de la emoción que la embargaba.

Él ya se había marchado.


Continuará