Naruto Y Hinata en:

TU MI SALVACIÓN


22: Tu Peor Enemigo


—Lo siento, mi querida Hinata —la consoló la viuda, dándole unas palmaditas en la mano—. Hace años que no nos veíamos, pero antes la duquesa y yo nos movíamos en el mismo círculo, y nos veíamos frecuentemente. Me caía muy bien, era una buena persona.

Hinata tomó un sorbo del té que la viuda había pedido que prepararan tan pronto como ella llegó.

—Era una dama encantadora —respondió, casi de manera automática. El excesivo dolor que le habían producido los acontecimientos terminó por dejarla insensible.

—A tu hermanastro, por el contrario, no lo conocía muy bien —opinó la viuda con prudencia.

—No lamento su muerte. —Hinata tomó otro sorbo de té, agradecida por el calor que descendía por su garganta y se extendía a su estómago—. No hablemos de él.

Siguió un momento de silencio.

—¿Dónde está Naruto, Hinata? —preguntó la viuda—. ¿Se está ocupando de todo por ti?

Ella bajó la vista para mirar su taza de té, como si allí pudiera encontrar la respuesta adecuada.

—Me dijo que debo decirle a todos que está muerto.

La taza de la viuda repiqueteó contra el platillo cuando la dejó de lado.

—¿Qué está pasando, Hinata?

Ella alzó la vista lentamente.

—Naruto es... no es el de siempre.

—¡Vaya por Dios! —exclamó la viuda en voz baja—. De modo que finalmente ocurrió. Tal y como él se lo temía.

Siendo aún muy cautelosa con sus palabras, Hinata preguntó:

—¿Conoce usted la historia? ¿Sabe lo de la maldición de su familia? La mujer asintió con su canosa cabeza.

—Sólo lo que su madre me contó en aquellos aciagos días mientras su vida se iba apagando. Una historia espeluznante. Cualquiera habría creído que estaba loca por decir aquellas cosas.

—Pero usted sabía que no estaba loca —observó Hinata—. ¿Siguió amando a su marido?

—¿Quieres decir después de que la maldición recayera sobre él, o después de que se suicidara?

—Después de que la maldición recayera sobre él —precisó Hinata. La triste sonrisa de la viuda conmovió a Hinata.

—¡Ah, sí! Pero él no le dio tiempo para que le dijera que no le importaba. Se imaginó lo peor. Y creo que temía hacerle daño a ella y a sus hijos. Optó por la solución más fácil para su problema, como suelen hacer los hombres.

Como Naruto obviamente también había hecho. Hinata había aprendido algo en aquellos últimos meses que había pasado en Londres. La vida no era fácil, y al parecer, el amor tampoco lo era. No había tenido tiempo para asimilar del todo lo que le había pasado a Naruto, ni tampoco sabía aún si eso había cambiado lo que sentía por él.

Parecía absurdo pensar que no lo hubiera hecho, y sin embargo, el corazón le dolía mucho más que su cuerpo lleno de cardenales. Su corazón suspiraba por Naruto y por el futuro que el destino insistía en arrebatarles.

—Pareces exhausta, querida —advirtió la viuda—. Además, estás llena de moratones, y hueles a humo. Permíteme ordenar que te preparen un baño caliente. Luego, debes descansar un poco. He pedido que te arreglen una de las habitaciones de huéspedes.

—Sí, estoy cansada —reconoció Hinata—. Y le agradezco su hospitalidad, su excelencia.

—Naruto hizo bien en hacer que te trajeran a mi casa. Ven, querida.

Hinata dejó de lado su taza de té y se levantó. Siguió a la viuda a una de las habitaciones del piso de arriba. La cama la llamaba, pero esperó pacientemente mientras la duquesa daba instrucciones a sus criados para que lo prepararan todo y se cercioraba de que ella fuese a estar lo más cómoda posible.

Una joven criada estaba allí para atenderla. Parecía que hubiera pasado mucho tiempo desde la última vez que Hinata contó con aquel lujo. Desde que la pobre Tayuya murió o, más bien, desde que fue asesinada por su hermanastro.

Se dejó mimar; dejó que la criada la ayudara a desvestirse y a entrar en el baño. Se había cambiado su estropeado vestido y la ropa interior antes de que el carruaje de Naruto la llevara a casa de la viuda. En aquel momento, Hinata entraba en una bañera de relajante agua caliente y dejaba que la criada la lavara de pies a cabeza. Poco después, se metió bajo las limpias sábanas de la cama. El cansancio no tardó en adueñarse completamente de ella.

Durmió profundamente mientras la tarde se fundía con la noche. Cuando se despertó, pensó en Naruto. ¿Qué estaría pensando en aquel instante? ¿Qué estaría haciendo? ¿Qué debería ella pensar y hacer? ¿Debía hacer lo que él le había pedido y decirle a todo el mundo que había perecido en el incendio? Aunque sabía que lo mejor sería que mintiera, al menos lo mejor para ella, no sabía si podría cortar para siempre el lazo que la unía a Naruto Namikaze.

Debía verlo de nuevo. Si lo veía, su corazón hablaría por ella. Le había dicho a su madrastra que todas las personas a las que amaba la abandonaban. Ahora su esposo también quería abandonarla. ¿Podía permitirle que le volviera la espalda a ella y al amor que aseguraba profesarle? ¿Podría ella volverle la espalda? Incluso ahora, cuando sabía que la maldición había recaído sobre él... ¿podría alejarse sin mirar atrás en ningún momento?

Éstas eran preguntas que debía responderse. Preguntas que Naruto también debía responder. Hinata se levantó y encontró su ropa cuidadosamente extendida en el extremo de la cama. Se vistió deprisa, y luego bajó al salón a darle a la viuda las gracias por su hospitalidad y pedirle que le permitiera usar su carruaje.

—Olvidé decirte algo —le comentó la viuda mientras salía de la casa con ella—. Como ayer no viniste a la cita que tenías con la costurera para que te tomara las medidas, yo decidí escoger los modelos y las telas por ti. Soy buena para adivinar tallas.

» Espero que no te moleste, pero pensé que necesitabas que te hicieran unos cuantos vestidos enseguida. La costurera debe entregarlos en los próximos días, y te los haré llegar en cuanto me sea posible.

Tener vestidos bonitos ya no era tan importante para Hinata. Ella no quería ponerse guapa más que para Naruto.

—Gracias, señora.

—¿Estás segura de que no te quieres quedar aquí un tiempo, o por lo menos esta noche?

Hinata negó con la cabeza.

—Siento que debo estar en casa.

La viuda cogió a Hinata del brazo y la miró con el ceño fruncido.

—¿Estás segura de que no correrás peligro allí, Hinata?

Su primer impulso fue responder que no, que no estaba segura, pero en el fondo de su corazón Hinata sabía que Naruto, independientemente de quién o qué fuese, nunca le haría daño.

—Estaré bien —intentó asegurarle a la viuda—. Pasaré a visitarla muy pronto.

La turbación de Hinata creció cuando el carruaje cruzó las calles de Londres para llevarla a casa. Ya casi había oscurecido. ¿Volvería Naruto a transformarse en bestia aquella noche? ¿Se transfiguraría todas las noches? Necesitaba hacerle muchas preguntas acerca de la maldición. Necesitaba leer el poema.

La casa que su padre había comprado para su madrastra estaba en ruinas. Seguía saliendo humo de la ceniza negra que cubría el suelo. Hinata vio con alivio que el fuego no se había propagado. La caballeriza de Naruto estaba intacta, así como la casa.

Hawkins le abrió la puerta. Su acartonada presencia era un consuelo para ella.

—¿Lord Namikaze se encuentra en casa?

—Ha estado arriba desde que usted se marchó —le comunicó Hawkins—. Dijo que no quería que nadie lo molestara durante el resto de la noche... ¿Debo cambiar de planes, lady Namikaze?

—No será necesario, Hawkins. Yo tampoco quiero que nadie me moleste.

—Muy bien, milady. He dejado una cena fría en la mesa, por si les entra hambre.

—Gracias, Hawkins. Buenas noches —dijo ella cuando él empezó a subir las escaleras.

La puerta de Naruto estaba cerrada con llave. Las dos puertas, no tardaría en descubrir. Hinata se dirigió hacia su mesilla de noche. El poema aún se encontraba sobre el libro que había cogido en la habitación de Naruto. Lo levantó y leyó:

Maldita sea la bruja que me maldijo.
Pensé que puro era su corazón.
¡Ay!, ninguna mujer el deber entiende,
sea para con la familia, el nombre o la guerra.

No encontré la manera de romper el hechizo,
no sirvió poción, rito ni canto alguno.

A partir del día en que ella me embrujó,
de una simiente a otra pasará la maldición.

Traicionado por el amor, mi propia pérfida lengua,

a la Luna ella pidió que me transfigurase.
Mi familia, que alguna vez mi orgullo fue,
en la bestia que me atormenta se convierte.

Cuando la hora de la muerte a la bruja le llegó, a su lado me llamó.
Perdida toda posibilidad de perdón, misericordia tampoco mostró,
pero antes de morir, estas palabras dijo:

«Búscate, y encuentra a tu peor enemigo, valiente sé, y no huyas.
El amor es la maldición que te esclaviza, pero también la llave de tu liberación».

La maldición y el enigma mi ruina son,
a causa de la bruja que amé, mas no pude desposar.

Muchas batallas libré y vencí,
y aun así la derrota dejo en mi lugar.

A los Namikaze que mis pecados expían,
los hijos que ni hombres ni bestias son,
que resuelvan el acertijo les pido
y se liberen de esta maldición.

Hinata leyó con sorpresa el último verso. ¿Qué se liberen de la maldición? ¿Había entonces alguna esperanza? ¿Por qué Naruto no le había dicho que él podría romper el hechizo? ¿Qué no todo era tinieblas y fatalidad, como le había hecho creer?

Hinata decidió que se lo preguntaría.

Se volvió hacia la puerta que los separaba, y se llevó una sorpresa al verlo allí, mirándola fijamente.

—Has debido quedarte con la viuda —expuso él—. Está a punto de oscurecer. Corres peligro junto a mí.

—¿Por qué no me dijiste que era posible romper el hechizo? —le preguntó, haciendo caso omiso de su advertencia.

—Porque no hemos podido descubrir cómo romperlo. Hinata se dirigió hacia él con el poema en la mano.

—El poema indica el camino. Dice que debes buscar a tu peor enemigo; que debes ser valiente y no huir.

Él pasó una mano por su despeinado pelo.

—He buscado a mi peor enemigo. Me enfrenté a Shimura y a Chapman, y en ningún momento huí. Cualquier persona que quiera hacerte daño es mi peor enemigo, Hinata.

—Pero sólo anoche te enfrentaste a ellos. A lo mejor esta noche no vuelve a pasar.

Él la miró fijamente a los ojos con expresión severa.

—No quiero que te quedes en la casa —expresó—. No quiero que estés cerca de mí.

Sus palabras la hirieron, pues temía que no se refirieran sólo a aquella noche. Temía que se refirieran a toda la vida.

—¿Por qué no quieres luchar? —le preguntó—. ¿Por qué no quieres luchar por nosotros?

De improviso, la agarró de los hombros y la acercó a él.

—Romper el hechizo no es así de sencillo. ¿Has leído todo el poema?¿Has leído la parte en que dice: «Muchas batallas libré y vencí, /y aun así la derrota dejo en mi lugar»? Si eso no te convence, sólo mírame. Mírame con atención, Hinata.

Lo miró fijamente. Sus dientes estaban más largos. Le echó un vistazo a las manos que apretaban sus hombros. Sus uñas parecían garras.

—No —susurró ella, partiéndosele el alma.

—Sí —insistió él entre dientes—. Ya empieza a poseerme. Corres peligro junto a mí. Preferiría quitarme la vida a hacerte daño. Ahora entiendo por qué tomó mi padre esa decisión.

—Él no le dio a tu madre la posibilidad de elegir. Y tú también quieres quitarme esa posibilidad. Dices que tu peor enemigo es cualquier persona que quiera hacerme daño, Naruto. Entonces, tú eres mi peor enemigo.

» El hecho de que estés tan dispuesto a renunciar al amor que sentimos el uno por el otro me hiere mucho más de lo que los puños de un hombre, o su puñal, podrían hacerlo. Si permites que el miedo te venza, si le permites que te arranque la vida de las manos, y con ella la mía, entonces tú eres tu peor enemigo.

Naruto la soltó y se dirigió a su habitación.

—Vete ya, Hinata. Regresa a casa de la viuda y quédate allí hasta que yo pueda encontrar a mis hermanos y contarles lo que ha pasado. —Se volvió hacia ella. Sus ojos estaban llenos de una luz azul—. Te mereces mucho más que esto —señaló su cara con un amplio gesto de la mano.

Hinata soltó un leve grito ahogado y dio un paso hacia atrás al verlo. Su miedo le hirió, y ella se dio cuenta de su error demasiado tarde. Él agarró la puerta con fuerza, y estaba a punto de cerrarla, cuando Hinata corrió hacia él.

—¿A qué le temes, Naruto?

Él se detuvo. Sus ojos brillaban intensamente en medio de la penumbra.

—Temo hacerte daño. Vi lo que le hice a Shimura. No puedo recordar lo que hago cuando la bestia me posee, Hinata. Si se adueña de mi mente, ¿cómo puedo controlarla? ¿Cómo sabré que no me abalanzaré sobre ti y te desgarraré la garganta?

—Pudiste haberme hecho daño anoche —razonó. Recordó entonces que Toneri la utilizó a modo de escudo, pues a ella no la atacaba el lobo—. Tú nunca me harías daño, Naruto, tomes la forma que tomes.

—¡Eso no lo sé! —le rugió él.

Luego, dio un grito ahogado y se dobló de dolor. Entró en su habitación tambaleándose y cayó al suelo.

Hinata recordó que la noche anterior el dolor también se había adueñado de él. Comprendió que cuando se presentaba el dolor, el lobo estaba a punto de aparecer.

Le había pedido que tuviera confianza en sí mismo; en aquel momento ella también debía tener confianza. Tenía que confiar en Naruto aunque él no confiara en sí mismo. Hinata respiró hondo, entró en la habitación de su esposo y cerró la puerta, encerrándose con él allí dentro.

El dolor dejó a Naruto sin habla y le nubló la mente. Recogió sus piernas hasta poder abrazar sus rodillas contra su pecho. Sentía que sus huesos se movían debajo de su piel, reorganizándose para adoptar una nueva forma.

Había supuesto que, así como no había podido escapar de la habitación en la que Toneri lo había encerrado con Shimura, no podría escapar de su propia habitación con las puertas cerradas. A pesar del dolor que sentía, logró quitarse la camisa. Luego, con sus deformes dedos, se desabrochó los pantalones y se los quitó sacudiendo las piernas.

El dolor le impedía razonar, y en poco tiempo sus pensamientos ya no le pertenecerían. Aun así, por un momento, el olor de Hinata invadió sus torturados sentidos, y comprendió que ella estaba con él en la habitación. Se quedó paralizado de terror. Hacerle daño lo destrozaría por completo.

Durante años había resguardado su corazón, pero de repente ella llegó a su vida y se lo robó con una caída de ojos la noche en que la conoció en el baile de los Katõ. La amaba más que a la vida misma. Tenía que vencer el dolor y asegurarse de que ella se marchara... mientras aún pudiera hacerlo.

Obligó a su garganta a funcionar, y a las palabras a salir de su boca, en el momento en que el dolor quería exigirle toda su atención.

—¡Déjame, Hinata! ¡Huye mientras puedas! Desde muy lejos, la voz de ella llegó a sus oídos.

—Confío en ti, Naruto. Sé que no me harás daño.

¡Maldición! La angustia de saber que Hinata se quedaría con él, sin importarle en qué se transformase, era casi tan grande como la alegría de saber que ella lo amaba profundamente. Antes su vida había sido un lugar tenebroso y frío.

La gente hablaba a sus espaldas y evitaba tener contacto alguno con él. Hinata lo había cambiado todo, y sin embargo, no había cambiado nada. Ella no podía detener la maldición que en aquel momento lo estaba poseyendo.

Obligó a sus ojos a abrirse. Escudriñó la habitación con la mirada mientras su cuerpo se convulsionaba y se retorcía preparándose para la transformación. No pudo verla a ella, sólo un perfil de su cuerpo, la bruma roja de su sangre corriendo por sus venas.

Imágenes del cuerpo sin vida de Shimura aparecían fugazmente en su cabeza. La herida abierta en la garganta del hombre. Quiso gritarle a Hinata que huyera de él, que se salvara, pero todo lo que salió de su garganta fue un aullido ahogado de frustración.

Hinata lo había visto transfigurarse la noche anterior, pero había quedado en estado de shock, y el recuerdo de lo sucedido era bastante vago. En aquel momento la prueba de lo que él era parecía demasiado contundente.

No podía imaginar el dolor que había tenido que soportar mientras sus huesos se movían para adoptar una forma que estaba muy alejada de la humana; mientras el pelo salía de su piel y su alto cuerpo se acortaba para tomar la forma de un lobo. Pero cuando se levantó en sus cuatro patas, una vez que el hombre desapareció por completo, ella no pudo negar que aun bajo aquella forma, Naruto era hermoso.

Se le erizaron los pelos de la nuca cuando la bestia arrugó el hocico para gruñirle. Esperaba que esa reacción no fuese más que un débil vestigio del enfado que Naruto había sentido contra ella por haberse negado a huir como él le había pedido.

Hinata tragó saliva para intentar deshacer el nudo que se había formado en su garganta y miró fijamente los ojos resplandecientes de la bestia. En algún lugar dentro del animal se encontraba Naruto, no debía olvidarlo.

La puerta estaba a su espalda, y su mano se aferraba al pomo. Se necesitaba más fuerza de voluntad de la que tenía para no hacer girar el pomo, abrir la puerta, entrar disimuladamente en su habitación y volver a cerrar para impedir que el lobo se acercase a ella. Pero no era ése su objetivo. Su objetivo era probarle a Naruto que él nunca le haría daño. Rogó que no tuviera que pagar con su vida la confianza que depositaba en él.

Los gruñidos del lobo cesaron poco a poco. El animal se limitó a mirarla fijamente. Ella también se quedó mirándolo fijamente hasta que el juego se volvió tedioso. A pesar de que el corazón le latía con fuerza en el pecho y que una fina capa de sudor empezaba a cubrir su frente, ella hizo girar el pomo que se encontraba a sus espaldas y abrió la puerta que conducía a su dormitorio.

Dio un paso atrás para entrar en su habitación, pero no cerró la puerta. Se retiró lentamente, poniendo distancia entre el lobo y ella. Dejó la puerta abierta, pero el animal no se atrevió a entrar. Se quedó en la habitación oscura de Naruto, mirándola de lejos con sus resplandecientes ojos.

Aquélla sería una larga noche.

Naruto se despertó sobre el frío suelo de su habitación. Se había hecho un ovillo, y tenía las rodillas contra su pecho. Estaba desnudo y tiritaba, igual que la mañana anterior, cuando se despertó junto al cuerpo sin vida de Shimura. Recordó lo sucedido la noche antes con escalofriante claridad; recordó que Hinata estaba en su habitación cuando empezó a transformarse.

Se levantó del suelo tan deprisa que se le subió la sangre a la cabeza y se tambaleó.

Recorrió su habitación con la mirada, pero no vio a Hinata por ninguna parte. Un instante después notó que la puerta que conducía al otro aposento estaba abierta. Entró en la habitación. El frío de la madrugada hizo que su cuerpo empezara a estremecerse. Hinata estaba tendida en su cama.

Su corazón golpeaba con fuerza contra su pecho a medida que se acercaba a ella. Se quedó mirando fijamente su pálida belleza, su pelo negro que se extendía sobre la blancura de su ropa de cama. De repente, sus pestañas empezaron a agitarse, y abrió los ojos.

Las piernas estuvieron a punto de fallarle ante el alivio que sintió al ver que estaba viva y, al parecer, ilesa. Los dientes empezaron a castañetearle con tal fuerza que no pudo hablar. Naruto suponía que era la transición del pelaje animal a la piel humana lo que causaba aquella reacción.

Eso sumado al hecho de que Hawkins había salido la noche anterior, y nadie había encendido las chimeneas para calentar las habitaciones. Ella no dijo nada, pero sus acciones expresaban mucho más de lo que jamás podrían decir las palabras. Echó atrás las mantas para acogerlo en su cama.

Naruto aceptó de buen grado, pero sólo porque necesitaba su calor para detener sus incontrolables convulsiones. Necesitaba poder gritarle por no obedecer cuando le pidió que se marchase. Ella aún llevaba puesta la ropa del día anterior... una decisión bastante sensata, pues habría podido verse obligada a salir corriendo en la noche para huir de él. El calor del cuerpo de Hinata estaba atrapado bajo sus ropas, y trató de desvestirla con sus manos temblorosas.

Hinata pareció entender lo que él necesitaba, y apartó sus manos para poder levantarse, quitarse el vestido y volver a meterse en la cama junto a él. Tiró suavemente de Naruto para que se acercara a ella y lo estrechó entre sus brazos para compartir con él el calor de su cuerpo. Naruto recostó su cabeza sobre la turgencia de los senos de Hinata; olía a lavanda, y bajo su oído, él oyó el latido regular de su corazón.

El calor de ella penetró poco a poco en su cuerpo. Naruto comprendió el sacrificio que había hecho la noche anterior por él. Había confiado en él poniendo en riesgo su vida, cuando ni siquiera él podía confiar en sí mismo.

Su corazón se hinchió de amor por ella, y más abajo, reaccionó al hecho de que Hinata apretara su cuerpo contra el suyo como lo haría cualquier hombre de sangre caliente. Al tener la cabeza recostada sobre sus pechos, parecía apenas natural que se volviera y apresara un pezón a través de la delgada tela de su combinación. Ella inhaló bruscamente, pero no lo rechazó.

Sus pezones eran pequeños y de color rosa. Empezaron a cubrirse de gotas bajo su lengua. Deseoso de más, le bajó su combinación para liberar sus pechos. Entonces empezó a mamar y a excitar los dos pezones de manera alternativa. Los dedos de Hinata se entrelazaron con su pelo y su cuerpo se arqueó contra el de él. Los débiles gemidos de placer que escapaban de los labios de ella hicieron que la sangre le corriera con fuerza por las venas.

Descendió lentamente por su cuerpo, quitándole la ropa interior a medida que avanzaba. Besó con ardor su estómago; luego, más abajo, inhaló su embriagador perfume femenino. Ella quiso cerrar sus rodillas; pero él se lo impidió, y se inclinó para saborearla, para buscar la parte más sensible de su cuerpo y darle placer.

La leve inhalación de Hinata se transformó en un débil gemido de deleite. Él la acarició con su lengua, chupó suavemente su sensible centro y sintió los primeros estremecimientos de la liberación adueñarse del cuerpo de ella. Hinata gritó su nombre, sacudiéndose bajo su boca, hasta que sus dedos, aún entrelazados con el pelo de Naruto, lo apartaron para llevarlo a sus deseosos labios.

Él la besó mientras su cuerpo emprendía la invasión. Hinata estaba caliente, húmeda y estrecha, y sentir su cuerpo apretándolo era como alcanzar el cielo en la tierra. Empezó a moverse lentamente dentro de ella, hasta hacer que volviera en sí y su cuerpo respondiera a la llamada del suyo. Bajo la fría luz del alba, Naruto se dio la vuelta y la puso encima de él.

Los preciosos ojos de Hinata se abrieron como platos y dio un grito ahogado al sentirlo tan profundamente enterrado en su interior. Él le enseño cómo moverse, cómo cabalgar sobre él, cómo darle placer y cómo buscar el suyo propio. Aunque él aún la consideraba una mujer ingenua, ella aprendía muy rápido.

Hinata sintió que adquiría poder al estar encima de Naruto. Él le permitió marcar el ritmo de aquella unión, encontrar los movimientos que más la excitaban, y toleró su impericia con gran paciencia.

Ella meció sus caderas, primero despacio, y luego, cuando vio el efecto que esto producía en su amante, empezó a moverlas más rápido. Los ojos de Naruto destellaron de pasión, y apretó la mandíbula como si luchara por mantener el control.

Dejó que ella hiciera todo lo que quisiese con él durante un tiempo. Luego, llevó las manos a sus caderas y empezó a guiarla. Hizo que aminorara el ritmo para que la presión que sentía crecer dentro de ella tuviera tiempo para cocerse a fuego lento antes de alcanzar el incontrolable punto de ebullición.

Hinata encontró su liberación antes que él, arqueando la espalda cuando los espasmos de profundo placer se adueñaron de ella. Un instante después, él dio un repentino empujón para alcanzar la parte más recóndita de su ser, y luego la levantó para sacarla de su cuerpo. Hinata se desplomó sobre él, y sintió su pulsante erección contra la parte inferior de su estómago en el momento mismo en que derramaba su simiente, de un modo inocuo, fuera de su matriz.

Mientras yacía sobre él, sintiendo los desenfrenados latidos de sus dos corazones, a Hinata se le ocurrió pensar que no se habían dicho una sola palabra en todo aquel tiempo. También pensó que permitir que él le hiciera el amor aquella mañana, después de una noche en la que había puesto a prueba su confianza en él y en sí misma, le revelaba la verdad que guardaba en su corazón.

Lo amaba. Siempre lo amaría. No permitiría que la maldición se interpusiera entre los dos, ni les arrebatara el futuro feliz que alguna vez soñó que podrían encontrar juntos. Pero ¿podría convencerlo de sentir lo mismo?

—Esto no ha debido pasar.

Ella suspiró y alzó la vista para mirarlo.

—Aunque eres un experto haciendo el amor, las palabras que dices después de terminar dejan mucho que desear. ¿Por qué siempre tienes que hacerme sentir como si te arrepintieras de estar conmigo, Naruto?

Él levantó un mechón del pelo de Hinata y lo enroscó alrededor de su dedo.

—A lo mejor porque la fuerza con la que hacemos el amor es una lección de humildad para mí. A lo mejor porque siento que no soy digno de ti ni de toda la alegría que me das.

—Bueno, eso está mucho mejor —reconoció ella. Luego, su cara adoptó una expresión seria—. Debemos hablar, Naruto.

Tirando suavemente del mechón que había enroscado alrededor de su dedo, él acercó la cara de ella a la suya.

—Más tarde —propuso, y luego la besó.


Continuará