Naruto Y Hinata en:
TU MI SALVACIÓN
23: Libre
Hablaron más tarde, en efecto. Pero trataron temas relacionados con asuntos de los que debían ocuparse, en lugar de hablar de su futuro juntos. La casa vecina quedó reducida a cenizas. No se encontró ningún cuerpo que fuese necesario enterrar, pero Hinata quiso que se erigiera una lápida en aquel lugar en memoria de su madrastra.
—También erigirás una en memoria de Toneri Chapman —le ordenó Naruto de manera inesperada—. No hace falta que el mundo entero sepa que él no fue un buen hijo.
El gesto de Naruto la sorprendió e hizo que lo amara más por el sacrificio que estaba haciendo. Podría disipar los rumores que afirmaban que todos los de su familia eran asesinos, si le contara a los inspectores lo que sabía; pero en lugar de hacer esto, había decidido honrar la memoria de su madrastra.
—No tienes que hacerlo —le dijo Hinata en voz baja.
—Cuando me marche, no quiero que nada, además de la mácula de ser mi esposa, estropee tu futuro, Hinata.
Habría preferido que le hubiera dado un puñetazo en el estómago. La ira enseguida se adueñó de ella.
—¿Me haces el amor para luego decirme que aún piensas abandonarme? ¿Puedo ser tu puta, pero no tu esposa?
La intensa mirada de Naruto apresó la de Hinata desde el otro lado de la mesa en la que se encontraban cenando.
—Te dije que fue un error.
Su respuesta no hizo sino enfurecerla aún más. Se levantó de la mesa.
—¿Y también fue un error la segunda vez que me hiciste el amor hoy, o la tercera?
Naruto apartó la vista y pasó una mano por su pelo.
—Quería sentir que era un hombre, y sólo un hombre.
—¿Tú querías? —repitió ella, poniéndose cada vez más furiosa—. ¿Y lo que yo quiero, Naruto? ¿Y nuestro futuro juntos? ¿Y los hijos que quiero estrechar en mis brazos? ¿Y...?
—¿Y la maldición? —gritó él de repente—. ¡Por todos los demonios, Hinata! ¡No puedo pedirte que sufras junto a mí a causa de mis pecados, o de mi vergüenza! Te amo demasiado.
Aunque su corazón debió elevarse al oír su confesión de amor, le fue imposible emprender el vuelo.
—Si de verdad me amas, entenderás que nada podría ser peor para mí que perderte. ¿Acaso no logré probarte anoche que tú nunca me harías daño, Naruto? No puedes hacerme daño porque compartes tu corazón con la bestia.
—¿Y tú quieres compartir tu vida con ella? ¿Quieres que la maldición recaiga sobre nuestros hijos? ¿Cómo podrías querer estar conmigo, si podrías tener mucho más? ¿Si podrías tener un esposo normal y una vida normal?
Ella rodeó la mesa y se acercó a él para mirarlo a los ojos.
—¿Es eso lo que realmente quieres? ¿Que encuentre otro hombre? ¿Que le entregue a él todo lo que quiero darte a ti? Tu padre cometió ese error con tu madre. No le dejó la posibilidad de elegir. Su decisión la destrozó.
—La maldición la destrozó —sostuvo Naruto—. Lo que tuvo que presenciar, lo que comprendió que algún día les ocurriría a sus propios hijos. Fue eso lo que destrozó a mi madre.
Hinata negó con la cabeza.
—No, él le partió el corazón, así como tú quieres partir el mío. Él tomó una decisión por los dos. Y fue una decisión equivocada. Yo sólo espero que tú no cometas el mismo error.
Hinata se alejó de Naruto.
—¿Adonde vas? —le gritó él.
Hinata ya había dado su opinión. Naruto sabía que lo amaba, que lo amaba a pesar de la maldición que el amor que sentía por ella había hecho recaer sobre él. Ella no podía obligarlo a salir a la luz. Su hombre tenebroso. Él tenía que luchar por encontrar su propia felicidad. Tenía que luchar por su futuro y el de ella. Tenía que enfrentarse a su peor enemigo: él mismo.
—Voy a casa de la duquesa viuda de Sarutobi. Ella puede ayudarme con los preparativos para la lápida de mi madrastra. Ahora la decisión es tuya, Naruto. Puedes marcharte, puedes desaparecer en medio de la oscuridad de la noche, o salir a plena luz del día conmigo a tu lado. Sin lugar a dudas, la maldición que ha recaído sobre ti es un gran inconveniente, pero es posible que juntos podamos encontrar la manera de romperla. Separados, no podemos hacer nada.
Naruto la vio alejarse. Dejar que se fuese era la cosa más difícil que había hecho en toda su vida. Pero por ella estaba dispuesto a sacrificar su propia felicidad. Tras sólo dos noches teniendo que presenciar el momento en que la bestia lo poseía, quizá aquello aún no le pareciese tan aterrador. ¿Pero podría soportarlo toda una vida?
¿Qué debía hacer? ¿Debía ser egoísta? ¿Tomar aquello que quería por encima de todo lo demás, sin importarle lo que representara para Hinata? Había jurado protegerla. ¿Acaso eso no significaba que debía protegerla de todo lo que pudiera hacerle daño?.
La palabra dada podía rasgar y herir con la misma facilidad que un puñal. Él lo sabía muy bien. Impedirle tener hijos la heriría profundamente, pero ¿no sería peor si ella engendraba sus herederos sabiendo que habían sido maldecidos desde su nacimiento?
Su decisión parecía ser la más acertada. Hinata encontraría otro hombre a su debido tiempo. Pero este pensamiento no le daba tranquilidad alguna. Se levantó de la mesa y empezó a caminar de un lado a otro de la habitación.
No podía soportar la idea de que otro hombre la estrechara ente sus brazos, la acariciara, le hiciera el amor. ¡Ella era suya, maldición! Su amor. Su vida. Pero la felicidad de ella lo atormentaba. Quería que fuese feliz. Y para que pudiera vivir la vida que él deseaba que tuviera, debía dejar que se marchara.
—¿Lord Namikaze? —Hawkins se encontraba en el pasillo, manteniendo la postura rígida que era habitual en él
—¿Qué pasa, Hawkins?
—Lady Namikaze me ha pedido que le traiga el carruaje. Está poniendo algunas cosas en un baúl...
—Sí —asintió Naruto con voz cortada—. Se va a quedar un tiempo con la duquesa viuda de Sarutobi.
—¿Y usted no tiene ningún inconveniente en que lo haga, lord Namikaze?
Hacía ya casi diez años que Yamato Hawkins trabajaba para él, y el mayordomo nunca se había inmiscuido en los asuntos de Naruto.
—¿Por qué habría de tener algún inconveniente, Yamato? —le preguntó bruscamente.
—Simplemente pensé que... pensé que después de todo lo que la dama ha sufrido, querría quedarse junto a usted, milord. La casa parece bastante extraña cuando ella no se encuentra aquí.
Y se volvería aún más extraña.
—No quiero que nadie me moleste después de la cena durante las próximas noches. No debes subir a mis aposentos... oigas lo que oigas.
—Muy bien, milord. —Hawkins volvió a adoptar su acostumbrada formalidad. Empezó a alejarse, pero un instante después se detuvo y se volvió de nuevo hacia Naruto—. ¿Está usted completamente seguro de que quiere que ella se marche?
No, no quería que se fuera. Pero eso era lo mejor, al menos para ella.
—Sí —respondió él en voz baja.
Era la primera vez que veía a Hawkins triste. El hombre se alejó.
Naruto se quedó en el comedor hasta que oyó a Hinata marcharse. La casa se quedó sumida en un silencio inquietante, pero supuso que siempre había sido así antes de que ella fuera a vivir con él.
Le había enviado una nota a Gaara para que regresara, pero no había recibido respuesta alguna. Naruto le había pedido que fuera a buscar a Kiba. Si Gaara había decidido ir a darle caza, no era posible saber adonde lo llevaría su búsqueda.
Nadie había visto a Naruto desde el día del incendio de la casa vecina. Sólo Hawkins sabía que estaba en casa, y suponía que cuando llegara el momento oportuno, también él podría ser sobornado con una buena cantidad de dinero para que viviera holgadamente cuando se viera obligado a retirarse. ¿Y luego qué? Iría a ocultarse en la finca.
La idea de vivir allí no le parecía muy atractiva. A Gaara le gustaba la vida solitaria del campo, pero Naruto siempre había necesitado sentir la vida bullendo a su alrededor, a pesar de que siempre había sido un espectador más que un participante.
Es decir, se corrigió, había sido un espectador hasta que Hinata llegó a su vida y lo obligó a participar. Sonrió al recordar su atrevimiento al abordarlo la noche del baile de los Katõ. ¿Qué habría pasado si ella nunca se hubiera acercado a él?
¿La habría visto entre toda aquella gente? ¿Le habría robado el corazón aunque nunca le hubiera dicho una sola palabra? Sí, sabía que, de alguna manera, así habría sucedido. Sabía que de alguna manera el destino había querido que se conocieran. De no haber sido aquella noche, habría sido cualquier otra.
Y ahora el destino los separaba de forma violenta. Se dirigió a una ventana y se quedó mirando la caballeriza. Hinata aún tenía que montar en su preciada yegua árabe. Aún tenían que ir de excursión al parque o asistir a alguna reunión social en calidad de esposos. Se sintió defraudado. Pero también se sintió agradecido de haberla conocido, de haberla amado, aunque sólo fuese por poco tiempo.
Hinata le había pedido que saliera a plena luz del día junto a ella. ¿Podría la luz del día brillar para él? ¿Para un hombre que había sido maldecido? Siempre había creído que no... Nunca se había atrevido a soñar o a esperar que su vida fuera distinta de lo que había sido hasta el día en que la conoció. Y eso era lo que ella le pedía: que se liberara de la amargura que lo había hecho prisionero de sus propios temores.
Él la había rescatado del mundo tenebroso en que vivía, y ella lo había rescatado a él del suyo. ¿Podría él liberarse? ¿Podría aceptar el regalo que Hinata le estaba ofreciendo? ¿El regalo de amarlo a toda costa? Eran preguntas que se haría a sí mismo y que intentaría responder durante los próximos días, mientras la Luna crecía y él quedaba a merced de la bestia.
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Los rumores abundaban por todo Londres. Durante su estancia en casa de la duquesa viuda de Sarutobi, Hinata se había enterado de que el vizconde Shimura había muerto. El cadáver del hombre llegó a su casa en una calesa tirada por dos asustados caballos.
Le habían quitado toda la ropa y lo habían degollado. Era obvio que había sido víctima de los ladrones. A nadie pareció importarle demasiado la muerte del vizconde. Era un hombre adinerado, pero no gozaba de mucha simpatía entre la gente.
La viuda ayudó a Hinata a elegir las lápidas de su madrastra y su hermanastro. Sabiendo lo que entonces sabía del pasado de la duquesa, Hinata ordenó que pusieran su lápida en Hyûga Manor, junto a la de sus padres. Y decidió que la lápida de Toneri debía erigirse junto a la del padre que odiaba. El padre del que había heredado su crueldad.
Ya habían llegado los paquetes que portaban sus vestidos nuevos, e incluso ropa interior, capas y mitones. Al parecer, la viuda no reparaba en gastos cuando se trataba de gastar el dinero de Naruto. La dama había adivinado bastante bien la talla de Hinata, y la costurera que llegó con los paquetes no tuvo que hacer más que unos pocos arreglos.
Aquel día, Hinata se había puesto justamente uno de esos vestidos: un traje de muselina de color verde manzana que le quedaba a la perfección y resaltaba su figura. Estaba tomando el sol en el jardín de la viuda.
Las plantas en flor le recordaban que no había que perder la esperanza. Las flores, delicadas y vibrantes a la vez, le levantaban el ánimo cuando éste amenazaba con irse a pique. Había pasado una semana, y aún no había sabido nada de Naruto.
No había querido ir a ninguna reunión social, y además le había pedido a la viuda que no dijera nada acerca de la suerte que había corrido Naruto. Hinata suponía que, de ser necesario, haría lo que él le había pedido y empezaría a decir que su marido había muerto en el mismo incendio en el que habían perecido su madrastra y Toneri Chapman Õtsutsuki.
La muerte de Naruto implicaba que quedaba libre de los lazos matrimoniales que la unían a él, pero ésa era una libertad que no quería tener. Aún no le había llegado la menstruación, y sospechaba que la primera noche que hizo el amor con Naruto había dado sus frutos.
A pesar de la maldición que perseguía a la familia, no era capaz de sentirse triste ante la posibilidad de estar esperando un hijo suyo. Le rogaría a Dios que fuera una niña, pero amaría y protegería a un niño de la misma manera.
Hinata se detuvo para admirar una perfecta rosa redonda, y luego se inclinó para inhalar su delicado perfume. Sintió una presencia en el jardín antes de alzar la vista y escrutar el lugar con la mirada. Un hombre se encontraba oculto en las sombras, mirándola fijamente.
El corazón empezó a latirle con fuerza. Era alto, y cuando salió de las sombras, los rayos del sol bailaron en su pelo rubio. ¡Dios santo, cuánto lo había echado de menos! Pero Hinata aún no permitiría que la alegría la invadiera. ¿Por qué habría ido a buscarla?
Al verlo acercarse a ella, volvió a pensar en un felino de color dorado, grácil y peligroso. Sus atormentados ojos azules se fundieron con los suyos, y su expresión no revelaba qué podría estar pensando. Se detuvo frente a ella de improviso, sin dejar de mirarla ni un instante.
—He decidido salir a la luz del sol, Hinata.
Ella se arrojó en sus brazos. Lágrimas de felicidad le corrieron por las mejillas, y se apretó con fuerza contra su cuerpo, deseando no tener que alejarse nunca más de sus brazos, de su olor, de la textura grave y sonora de su voz.
—¿Qué te ha hecho cambiar de opinión? —le preguntó con la voz entrecortada.
—Lo que tú me dijiste. —Le acarició el pelo, y luego la apartó un poco para poder mirarla—. Tenías razón, Hinata. Yo soy mi peor enemigo. Durante años he resguardado mi corazón y me he regodeado en la autocompasión. No hice nada hasta que no me vi obligado a actuar. Esa no es la manera de vivir, y fue necesario que tú me enseñaras esto para que yo finalmente lo comprendiera.
» Mi padre tomó la decisión equivocada. Debió quedarse y luchar. El hecho de que él se dejara vencer por las tinieblas hizo que todos nos sintiéramos derrotados antes de que pudiéramos entender que para quedarse se requiere tener mucho valor. Tu valentía me infunde coraje, Hinata. No le entregaré mi vida a la bestia, pero a ti sí te entregaré todo mi corazón.
El corazón de Hinata remontó el vuelo. Él la había salvado, y ahora a ella le correspondía salvarlo a él.
—Sea lo que sea que nos depare el destino, Naruto, lo afrontaremos juntos. Dos corazones son siempre más fuertes que uno solo.
Él se inclinó para besarla. Sus labios apenas alcanzaron a rozar los suyos cuando él se vio obligado a tomar aire y se tambaleó hacia atrás. Acto seguido, cayó de rodillas, apretándose con fuerza el estómago.
—¡Naruto! —gritó Hinata, agachándose junto a él—. ¿Qué te pasa?
—Pensé que ya se había ido —balbuceó jadeando—. Hace dos noches que me he ido a dormir como hombre y también me he despertado como hombre. Pero el dolor... —Hizo una pausa para dar un grito ahogado—... es el mismo.
—¿Cómo es eso posible? —Hinata alzó la vista hacia el cielo despejado en el que brillaba el sol—. ¡Es pleno día!
Naruto no le respondió. El cuerpo se le empezó a retorcer de dolor. Aun así, intentó levantarse. Pero de repente, salió disparado hacia atrás y se golpeó contra una columna alta hecha de piedra alrededor de la cual crecía la densa hiedra.
Hinata miraba aquella escena sorprendida. La última vez que lo vio transfigurarse, aquello no había sucedido. Naruto gimió de dolor. Luego, su cuerpo salió disparado hacia delante, haciendo que se golpeara violentamente contra el sendero de ladrillo que serpenteaba a través del jardín de la viuda. Era como si una fuerza invisible se hubiera adueñado de Naruto y luchara contra él.
Hinata corrió a su lado. Él se puso boca arriba, dando boqueadas para intentar tomar el oxígeno que la caída había hecho salir de sus pulmones. Mientras su esposa lo observaba, sintiéndose inútil, su boca se abrió bien grande; más grande de lo que era humanamente posible. Empezó a respirar agitadamente, su cuerpo se arqueó, y una luz brillante salió de su boca.
Hinata soltó un grito y se alejó de él a tropezones. La luz que salía de su boca tomó forma, aunque no era una forma sólida, pues Hinata podía ver a través de ella. Era la forma de un lobo. Se encontraba frente a ella sobre sus cuatro patas, mirándola fijamente.
Ella le devolvía la mirada, boquiabierta, hipnotizada por sus resplandecientes ojos, más brillantes aun que la luz nebulosa que salía de su cuerpo. Más brillantes aun que la luz del día. Ella no sabía por qué la estaba mirando fijamente, pero sabía que de alguna manera debía desterrarlo de sus vidas.
—Fuera de aquí —susurró—. Vete de aquí.
El espíritu, pues debía ser un espíritu, volvió la cabeza para mirar a Naruto, quien se encontraba tendido en el suelo sin moverse. Luego, se alejó sigilosamente a través de las flores, los arbustos y las matas, y pasó por encima del muro que cercaba el jardín privado de la viuda. Hinata se sentó en estado de shock por un momento. Poco después volvió en sí y se dirigió gateando hacia Naruto.
—¡Naruto! —exclamó. Intentó sacudirlo—. ¡Naruto!
De repente, él dio una boqueada, respiró hondo y abrió los ojos.
—¿Qué ha pasado?
Estuvo a punto de llorar de alivio cuando habló, cuando empezó a respirar.
—No lo sé. Pero gracias a Dios estás vivo.
Él alargó la mano y acarició dulcemente la mejilla de Hinata. Naruto permaneció en silencio un momento. Luego, dijo:
—Se ha ido, Hinata. Ya no lo siento. Toda mi vida ha estado dentro de mí, esperando salir, y finalmente lo ha hecho.
Con lágrimas corriéndole por las mejillas, ella sollozó:
—La maldición se ha roto. Tú la rompiste, Naruto.
Él negó con la cabeza.
—No, tú la rompiste. El amor que siento por ti la rompió. El amor es la maldición, pero también la llave. Tú me obligaste a enfrentarme a mi peor enemigo; a dejar de lado mis dudas, mis temores, mi autocompasión, ¡y darme la oportunidad de amar y ser amado!
—Te amo —susurró ella.
Él acercó los labios de ella a los suyos para terminar el beso que habían empezado hacía un momento.
F I N
