19. El corazón de una madre
Miércoles. Otro día más de trabajo para Mary Smith en una librería situada en uno de los puntos más turísticos de Londres.
Ella era una mujer de unos cuarenta y ocho años de edad, cabello castaño y ojos cafés. Había pasado los últimos tres años de su vida en Australia, al lado de su esposo. Una tarde de verano sintieron el repentino impulso de dejar todo e irse lo más lejos posible. Únicamente tomaron unas cuantas prendas de ropa, vaciaron sus cuentas bancarias y por alguna razón que ninguno de los dos comprendió jamás, no viajaron de la manera tradicional, sino que pagaron una buena suma de dinero para que una embarcación de carga comercial que zarpaba rumbo a América les permitiera ir a bordo. Ahí iniciaron una larga travesía de varios meses que los llevó hasta Australia, donde finalmente decidieron establecerse.
Su esposo John consiguió un empleo como encargado de una tienda especializada de juguetes didácticos y ella en una librería. Nada de eso se parecía en lo más mínimo a lo que hacían para ganarse la vida en Inglaterra pero no importaba; les alcanzaba para tener una vida armoniosa y tranquila.
Todo marchó de maravilla por un tiempo, hasta hace unos cuantos meses. De un momento a otro, la burbuja de felicidad de Mary fue rota por un presentimiento que abruptamente llegó a su mente; su hija se encontraba en un grave peligro y ella debía ir a buscarla.
- ¿Qué cosas dices, mujer? Nosotros no tenemos hijos- le dijo su esposo cuando ella le externó su inquietud. Efectivamente, ellos no tenían hijos. Siempre habían sido Mary y John. Solamente ellos dos. Pero los días pasaron y ese pensamiento no dejaba en paz a Mary. Por las noches cuando dormía veía en sueños a una niña de cabellos castaños rebeldes que corría a sus brazos y le decía "mamá". También soñaba con esa misma niña ya convertida en una jovencita.
Al principio John no le daba mucha importancia a los sueños de su mujer pero con el paso de los días la situación comenzó a preocuparlo. Era como si la idea de esa hija estuviera consumiendo a Mary por dentro.
- Debemos ir a buscarla, John. Nos necesita.
- Cariño, es absurdo. Tan sólo piénsalo: si hubiésemos tenido hijos, lo sabríamos, ¿no crees?- le decía él.
Cuando él sugirió que Mary necesitaba ir a un psicólogo, ella estalló en cólera.
- ¡No me importa si tú no me quieres creer! ¡El corazón de una madre nunca se equivoca! Sé que mi hija me necesita e iré a buscarla, me da lo mismo si quieres venir conmigo o no.
Y sin más, ella empacó su maleta, tomó sus ahorros y se marchó de casa. No tenía idea de a dónde ir ni de a quién acudir. Hasta donde recordaba, ellos no tenían amigos en Mánchester. No tenían a nadie más que a sí mismos en este mundo.
Compró un boleto de avión a Londres, el cual costó casi todo su dinero. Apenas le quedó lo suficiente para pagar alojamiento en un hostal y se vio en la necesidad de conseguir un empleo lo antes posible. Fue así como llegó a esta librería.
Al paso de los días comenzó a cuestionarse si todo el asunto de su hija no sería producto de su imaginación. Los sueños que al principio tuvo sobre esa niña se esfumaron tan repentinamente como habían llegado. ¿Y si su esposo tenía razón y tan sólo eran delirios? Por momentos pensó en llamarlo y pedirle que la ayudara a regresar a Australia con él pero su gran orgullo se lo impedía, así que decidió permanecer en Londres, trabajar y confiar en que con el tiempo sabría qué hacer.
Era casi el medio día cuando la puerta de la librería se abrió y entró una joven pareja. No iban tomados de la mano pero reían y se veían felices. Mary salió a su encuentro.
- Bienvenidos a Waterstones Bookstore de Londres. ¿Puedo ayudarlos en algo?
- Oh, no, muchas gracias- respondió amablemente el joven, mientras la muchacha castaña que lo acompañaba ya se había adentrado en la tienda- mi chica sólo quiere echar un vistazo…
Mary sonrió con cortesía al tiempo que se retiraba de ahí. Por el día y la hora no había mucha gente en el local.
- Mary, es mi turno de almorzar- le informó una de sus compañeras- ¿puedes quedarte a cargo? Elizabeth está en la bodega haciendo inventario de la mercancía recién llegada.
- No hay problema- respondió ella y comenzó a a merodear entre las estanterías, manteniendo la suficiente distancia para que los jóvenes que acababan de entrar pudieran echar tranquilamente un vistazo pero a la vez lo suficientemente cerca para atenderlos en caso de que ellos así lo quisieran.
Muy entusiasmada la chica de cabellos castaños miraba los libros… cuando alguno en particular le llamaba la atención, lo tomaba entre sus manos y lo hojeaba y comentaba algo con su compañero, quien aparentemente también conocía de libros.
Por lo visto ella ya se había interesado por algunos títulos en particular pero Mary pudo notar que la joven estaba ligeramente cohibida al darse cuenta de los precios.
- No te fijes en eso- le dijo su acompañante al oído- lleva todos los que quieras.
Aun cuando la pareja no había solicitado la ayuda de Mary, ella se tomó el atrevimiento de aproximarse a la joven y sugerirle algunos títulos que presentía que podrían gustarle. Pronto ambas mujeres se habían envuelto en una agradable conversación y un extraño sentimiento comenzó a crecer en Mary.
Esa jovencita había despertado en ella una extraña sensación de ternura, de cariño; un afecto como el que una madre siente por su hija. O al menos eso era lo que Mary pensaba. Nunca le había pasado con alguien más.
Fue hasta casi media hora después que la chica castaña eligió tres títulos. Su apuesto acompañante también había encontrado algo de su interés.
Tras pagar los libros la pareja salió de ahí. Ella lucía tan feliz como una niña con juguete nuevo. Mary los observó hasta que se perdieron de vista, sintiéndose más inquieta con cada paso que daban para alejarse.
Entonces regresó a la tienda su compañera Clarisse, informándole que ya podía salir a almorzar. A toda prisa Mary tomó su bolso y salió de ahí esperando volver a toparse con aquella chica pero aparentemente ella ya se había esfumado.
- "Era ella"- pensó con el corazón latiéndole a toda prisa. Entonces supo lo que debía hacer, tal y como si un ángel la hubiese iluminado. Sabía que quizás no tenía lógica, pero… ¿cuántas cosas habían tenido lógica durante los últimos cuatro meses?
A toda prisa se dirigió a la pequeña cafetería donde acostumbraba almorzar diario. Se sentó en su habitual mesa y entonces el nombre de una persona llegó a su mente. Sacó de su bolso pluma y papel y comenzó a escribir:
"Estimado Harry Potter:
Sé que esto le parecerá una locura. Ni yo misma sé por qué lo estoy haciendo pero debe saber que usted es la única persona que puede ayudarme.
Mi nombre es Mary Smith pero presiento que no siempre fue así. Se preguntará de dónde lo conozco y la verdad es que yo también me pregunto si es posible que yo lo conozca a usted gracias a mi hija.
Mi esposo insiste en que me estoy volviendo loca porque nunca tuvimos hijos pero desde hace algunos meses yo creo que él está equivocado. Estoy segura de que acabo de ver a mi pequeña, fue gracias a eso que acabo de recordar el nombre de usted. Por favor ayúdeme. Siento que estoy enloqueciendo y usted es mi única esperanza.
Todos los días almuerzo 1 pm en el Westminster Café de Piccadilly Circus. Lo estaré esperando."
Aún no tenía muy claro de qué manera lograría que esta carta llegase a su destinatario pero ya hallaría la forma. Por ahora había algo que la angustiaba… si la chica que acababa de ver en la librería realmente era su hija… ¿por qué ella no le había dicho nada? ¿A caso no la había reconocido? ¿O simplemente Mary estaba enloqueciendo?
