21- Asquerosa sangre sucia
A la mañana siguiente el desayuno transcurrió casi en silencio pero repleto de miradas y sonrisas cómplices entre los dos amantes.
Se habían levantado temprano pues les esperaba un viaje de casi cinco horas hasta Lancaster. Ese día era el cumpleaños del abuelo de Maurice y él había prometido que lo visitaría. Con un poco de suerte llegarían a tiempo para el almuerzo.
La idea de que el abuelo Ferdinand conociera por fin a Aurora le emocionaba.
- … pero ¿qué le diremos?- preguntó ella un tanto preocupada mientras Maurice conducía a toda velocidad por la carretera- no es que no quiera conocer a tu familia pero no creo que a ellos les haga gracia la idea de que un McLaggen se involucre con una chica como yo.
- Oye- le dijo él sin apartar la vista del camino- "una chica como tú" es lo más maravilloso que me ha sucedido en mucho tiempo. Y recuerda que me importa un comino lo que digan mi padre y su mujer. La única opinión que para mí es válida es la de mis abuelos y estoy seguro de que ellos te adorarán. A mi abuelo le he hablado mucho sobre ti, él sabe cómo fue que te conocí. Créeme, no hay necesidad de mentir. Sólo sé tú misma… no necesitas nada más.
Él tomó la mano de Aurora y depositó un dulce beso en su dorso, con lo cual ella logró sentirse reconfortada.
Llegaron a la ciudad de Lancaster bajo el radiante sol de las dos de la tarde. A diferencia de Londres, esta ciudad no lucía tan moderna pero precisamente ahí radicaba su encanto.
- Es bellísima- dijo Aurora admirando la vista a través de la ventanilla del auto.
Mientras conducía por las antiguas calles empedradas, Maurice le iba platicando a Aurora algunas anécdotas de su vida en la ciudad.
Pronto se encontraron afuera de la residencia McLaggen. Era impresionante, parecía un pequeño castillo.
- Me recuerda a la residencia de Bruce Wayne- dijo Aurora haciendo alusión a la película de Batman que hacía unos días acababan de ver. Maurice sonrió ante el comentario de la chica.
El guardia de la entrada reconoció a Maurice y abrió la majestuosa reja de hierro forjado, dándole acceso a la propiedad.
- Bienvenido a casa, joven Maurice- saludó el hombre.
- Muchas gracias, Roger. Me alegra verte- respondió Maurice y condujo a través del sendero hasta llegar a lo que parecía ser la entrada principal, donde otro hombre con pinta de mayordomo aguardaba y ayudó a Aurora a bajar del auto en cuanto Maurice lo aparcó.
- Justo a tiempo, joven Maurice- lo saludó Gordon, quien tras la jubilación de Edmond Wayne había quedado como el mayordomo principal de la residencia McLaggen- su abuelo insistió en esperar un poco más por si acaso usted llegaba para la comida.
- Qué buena suerte- contestó afablemente Maurice estrechando la mano del hombre- ¿cómo estás, Gordon? Luces muy bien.
- El medicamento que usted me recetó me ha ayudado mucho, joven Maurice. Estoy muy agradecido.
Aurora observaba con buenos ojos cómo era que Maurice trataba al personal de servicio de la casa. En eso se percató de que un elegante anciano se acercaba a ellos. A pesar de su avanzada edad, lucía muy fuerte y saludable. Aurora al instante supo que se trataba de Sir Ferdinand McLaggen.
Al ver a su abuelo Maurice salió a su encuentro y ambos hombres se dieron un afectuoso abrazo.
- Feliz cumpleaños, abuelo.
- Ahora que estás en casa mi felicidad está completa- respondió Sir Ferdinand. Y sin más rodeos preguntó al tiempo que miraba a Aurora:- ¿y quién es esta adorable jovencita?
- Abuelo- Maurice pasó un brazo alrededor de los hombros de la chica y con una amplia sonrisa en sus labios dijo:- ella es Aurora.
Sir Ferdinand sonrió afablemente a la joven, quien un poco cohibida y devolviéndole una tímida sonrisa extendió la mano a manera de saludo. Sir Ferdinand depositó un beso en ella, tal como un caballero inglés.
- Feliz cumpleaños, Sir Ferdinand- dijo Aurora.
- Encantado de conocerte por fin. Siéntete bienvenida en esta casa.
- ¿Y la abuela?- preguntó Maurice.
- Oh, está en la sala de estar con la tía Helen. Los estábamos esperando para pasar al comedor.
- Iré a buscarlas- dijo Maurice entusiasmado y se fue, dejando a Aurora y a Sir Ferdinand. Al notar que la chica no se esperaba quedarse sola tan pronto, el anciano gentilmente le ofreció su brazo.
- Los encontraremos en el comedor, querida- le aseguró y comenzaron a caminar. Ella se dejó guiar por Sir Ferdinand, tratando de no hacer evidente su gran asombro por lo bella que era la mansión- espero que vengan con hambre. Nos aguarda un delicioso Shepherd's Pie para celebrar el cumpleaños de este anciano. Mi esposa Margaret tiene su propia receta y nunca he probado otro tan exquisito como el que ella cocina.
- No sé qué sea el Shepherd's Pie- admitió Aurora- o al menos no lo recuerdo… pero suena bien. Maurice me ha hablado sobre los platillos de su abuela y estoy segura de que me encantará.
En un pasillo contiguo alcanzó a escuchar el emocionado cotilleo de dos mujeres a causa de la llegada de Maurice.
- ¡Mi querido niño! ¡Qué alegría tenerte de regreso, te hemos echado tanto de menos!
Maurice contestó con la misma efusividad al saludo de su abuela y su tía abuela.
Aurora y Sir Ferdinand fueron los primeros en entrar al majestuoso comedor. Unos instantes más tardes apareció por la otra entrada Maurice, con ambas mujeres tomándolo por el brazo.
- Y ahora, abuela, quiero que conozcas a Aurora- dijo él guiando a su abuela al encuentro de la castaña.
- ¡Pero qué chica tan linda!- exclamó Lady Margaret dándole un abrazo que Aurora no esperaba recibir.
- Tenía mucho tiempo que no traías una chica a casa, Maurice- dijo la tía abuela Helen, quien era hermana de Sir Ferdinand- comenzabas a preocuparme…
Maurice soltó una carcajada ante el comentario de la mujer.
- Nada de eso, tía Helen- dijo- es sólo que no había encontrado a la indicada.
- Muy sensato de tu parte, Maurice- intervino Sir Ferdinand- vamos, señoras, dejen respirar a nuestra invitada… ¿por qué no tomamos nuestros lugares de una vez? Muero de hambre.
- ¿Seremos sólo nosotros?- preguntó Maurice al notar que únicamente había cinco lugares elegantemente puestos en la gran mesa rectangular.
- Así es, tu padre llegará hasta mañana. Ya sabes, hoy la Cámara de los Comunes entró nuevamente en sesión…
- Hubieses traído de una vez a tus hermanas contigo, ya que venías de Londres- dijo la tía Helen. Maurice únicamente se limitó a negar con la cabeza ante el desatinado comentario de su tía. Era sabido por todos que Maurice no se llevaba del todo bien con sus hermanas.
Sir Ferdinand se sentó a la cabecera de la mesa. Lady Margaret ocupó su habitual lugar a la izquierda de su marido y Maurice tomó el de la derecha, indicándole a Aurora que permaneciera a su lado. La tía Helen quedó junto a Lady Margaret y después de que ésta hizo una oración de agradecimiento por los alimentos y por el cumpleaños número ochenta de Sir Ferdinand, un par de mujeres con elegante uniforme de mucama comenzaron a servir la comida y la bebida.
- ¿Se quedarán el fin de semana?- preguntó la tía Helen.
- Claro que sí- respondió Maurice- tal como se lo prometí al abuelo.
- ¡Magnífico!- exclamó Lady Margaret- sabes, sería imperdonable que no estuvieses en la fiesta de mañana…
- ¿De qué hablas, abuela?- preguntó Maurice sin entender y volteó a ver un tanto confundido a Sir Ferdinand, quien sonrió y se encogió de hombros.
- Hijo, ya conoces a tu abuela… yo sigo creyendo que no es necesario pero ella insistió en hacerme una fiesta.
- Querido, tu octogésimo cumpleaños es algo que merece celebrarse. Tranquilo, te prometí que no haría algo tan grande como cuando cumpliste setenta… sólo serán bocadillos y nuestras amistades más cercanas…
Y así transcurrió la hora de la comida transcurrió entre alegres charlas. Al finalizar, Sir Ferdinand le dijo a su nieto:
- ¿Le concederías a tu abuelo esa partida de ajedrez que tenemos pendiente desde hace tiempo?
Eso era algo a lo que Maurice no podía negarse. Desde que él era pequeño, Sir Ferdinand le había inculcado el gusto por el ajedrez y era casi como una costumbre sagrada entre abuelo y nieto el pasar algunas horas en la biblioteca jugando reñidas partidas que eran acompañadas de una copa de whiskey, un puro y una buena charla.
- No te preocupes por Aurora- dijo la abuela Margaret cuando su nieto volteó a mirar a la chica- la tía Helen y yo aún debemos ir a la ciudad a terminar de arreglar un par de detalles para la fiesta de mañana, ella podría acompañarnos… ¿qué opinas, querida?
- Claro…- titubeó la chica. Ella sabía lo importante que era para Maurice el tiempo que pasaba con su abuelo jugando al ajedrez, así que no quería quitarle ese momento con él. Pero sí se sentía un poco nerviosa ante la idea de pasar algunas horas a solas con su abuela y la tía Helen. Durante la comida se mostraron amables con ella pero temía que eso cambiara una vez que Maurice no estuviese presente.
- No se diga más. Nos veremos más tarde- dijo Sir Ferdinand y besó la mejilla de Lady Margaret antes de levantarse de su silla- estuvo deliciosa la comida, querida.
Maurice hizo lo mismo con Aurora y antes de levantarse le susurró al oído:
- No temas, verás que lo pasarás bien con ellas.
Poco antes de las cinco de la tarde la partida de ajedrez había finalizado, siendo Sir Ferdinand el ganador.
- Espero que no me hayas dejado ganar sólo por ser mi cumpleaños- le dijo el anciano a su nieto, quien rio ante tal comentario.
- Por supuesto que no, abuelo. Tuviste suerte porque llevo demasiado tiempo sin jugar.
- Vayamos a la terraza, ya es hora del té.
Cuando llegaron, Maurice vio con agrado que Aurora, su tía y su abuela ya estaban ahí. La chica sonreía y se veía visiblemente más tranquila que hacía unas horas.
- ¿Todo bien durante la visita a la ciudad?- le preguntó al oído al tiempo que la tomaba por la cintura.
- De maravilla- respondió ella- tu abuela es encantadora, Maurice. Y la tía Helen es tan graciosa…
- ¡Ya tenemos todo listo para mañana!- le dijo Lady Margaret a su esposo con gran entusiasmo.
El resto de la tarde pasó volando. Después de tomar el té, Maurice le dio un recorrido a Aurora por la mansión, aprovechando para mostrarle la habitación donde dormiría. Tal como ella lo sospechó, habían instalado sus cosas en un dormitorio separado del de Maurice, prácticamente al otro extremo del pasillo. Los McLaggen era una familia con costumbres a la antigua en muchos sentidos y obviamente no verían con buenos ojos que ambos jóvenes durmieran juntos sin estar casados. Al menos no bajo su techo.
Poco antes de la hora de la cena, cuando la joven pareja regresó de su tranquilo y romántico paseo por los jardines, vieron en la entrada principal a tres mujeres bajándose de un lujoso automóvil.
- Oh no…- dijo Maurice por lo bajo- se suponía que llegarían hasta mañana… maldición.
- ¿Acaso ellas son…?- comenzó Aurora suponiendo de quiénes se trataba.
- Sí- se lamentó Maurice sabiendo que la armonía que había reinado en la familia durante todo el día estaría a punto de romperse- entremos a la casa por el otro lado. No quiero estar cerca de ellas más tiempo del necesario.
-¡Cuidado con mi equipaje!- se escuchó cómo a lo lejos exclamaba despectivamente una de ellas- traigo un perfume finísimo, ¡no vayan a hacer que se rompa con esos azotones que le están dando a nuestras maletas!
Al escuchar eso, Aurora entendió a qué se refería Maurice cuando le dijo que la relación con su madrastra y medias hermanas Suzanne y Lorraine de diecinueve y diecisiete años respectivamente, no era buena en lo absoluto.
El encuentro con ellas no pudo postergarse por mucho tiempo más. El llamado a cenar sonó y a Maurice y Aurora no les quedó más remedio que acudir a él.
- Vaya, con que estás aquí- dijo desdeñosamente la madrastra de Maurice en cuanto ellos se hicieron presentes en el comedor. Y echando una mirada de arriba abajo a Aurora añadió:- veo que trajiste un recuerdo de Kosovo.
- Cuida tus palabras, Charlotte- advirtió Maurice.
- ¿Es tu nueva novia, Maurice? ¿O solamente una amiguita?- preguntó su hermana Suzanne, quien físicamente era muy parecida a su madre; delgada, cabello negro y ciertamente muy guapa pero con cara de pocos amigos.
- ¿Cuándo aprenderás a no meterte donde no te llaman?- dijo Maurice con fastidio.
- Silencio todos- intervino Sir Ferdinand tomando su lugar en la mesa- por favor cenemos en paz.
Maurice y Aurora ocuparon los mismos lugares que a la hora de la comida. Ellos permanecieron en silencio la mayor parte del tiempo; la charla en la mesa giraba en torno a Charlotte McLaggen y los lujosos eventos de caridad a los que había acudido últimamente, mientras que Suzanne presumía al apuesto y millonario pretendiente con el que recién comenzaba a salir.
Aurora agradeció el momento en que Maurice se disculpó con sus abuelos para poder retirarse de la mesa. Si bien Suzanne y Lorraine no le habían dirigido la palabra para nada, ella pudo sentir sus constantes miradas escudriñándola y juzgándola burlonamente, logrando incomodarla. Esto provocó que en algún rincón de su mente resonaran las palabras "asquerosa sangre sucia" y vagamente recordó una bandera color verde con plateado que al centro tenía una serpiente también plateada. El escudo de Salazar Slytherin, quien odiaba profundamente a los hijos de muggles.
N/A: aaaaah! Lo único que puedo adelantarles sobre los próximos sucesos en la trama es que Aurora/Hermione no es la única bruja en esa casa...
PD.- ¿Alguien además de mí odió a las hermanas de Maurice?
