24. La maldición de Sir Ferdinand

Sir Ferdinand entró a su biblioteca privada con la intención de darle una última revisión al pequeño discurso que había preparado para el brindis que habría en honor a su nieto Maurice y Aurora una vez que ya estuviesen casados.

Notó que en uno de los sillones había una pequeña libreta en cuya tapa estaba impreso un retrato de William Shakespeare. Era un diario de bolsillo que Aurora había comprado en la tienda de souvenirs del Museo Británico días atrás.

Sir Ferdinand recordaba haber visto a la chica entrar a la biblioteca con esa libreta en varias ocasiones, cuando su mujer y su hermana le daban un respiro en medio de todo el ajetreo por los preparativos de la boda.

Sintiendo curiosidad, Sir Ferdinand se tomó el atrevimiento de echar un vistazo al diario, en cuyas páginas había algunas anotaciones hechas con una linda caligrafía manuscrita. De un momento a otro, el anciano se sumergió en la lectura de esas notas y se olvidó del discurso que quería revisar.


Cuando Maurice se dio cuenta, ya eran casi las once de la mañana y él seguía en la sastrería Stanbury and Firth. Debía darse prisa para regresar a casa.

El smoking que mandó a confeccionar para la boda ya estaba listo, únicamente hubo que hacer un ligero ajuste en las mangas del saco.

- Le deseo mucha felicidad en su matrimonio, joven Maurice- le dijo el señor Stanbury a modo de despedida mientras Maurice acomodaba cuidadosamente el traje en la parte de atrás de su auto.

- Muchas gracias Paul. Como siempre, hiciste un excelente trabajo en tiempo récord- respondió Maurice subiendo al auto.

Condujo lo más de prisa que pudo de regreso a casa de sus abuelos. Cuando cruzó la reja de entrada a la mansión, pudo apreciar que montones de personas iban de un lado a otro en el enorme jardín, montando las mesas y la decoración para la recepción que se llevaría a cabo después de la ceremonia religiosa.

La mañana estaba soleada y templada. Todo apuntaba a que el clima seguiría de maravilla a la hora del festejo.

Detuvo el auto frente a la entrada principal de acceso a la casa y vio que Gordon, el mayordomo, aguardaba ahí.

- Joven Maurice, su abuelo desea verlo en la biblioteca- le informó en cuanto puso un pie fuera del vehículo.

- Gordon, no puedo ahora, vengo con el tiempo muy justo.

- Me temo que su abuelo insiste en que es importante- enfatizó el mayordomo.

- De acuerdo. ¿Te importaría llevar el smoking a mi habitación?

Gordon asintió y Maurice se dirigió rápidamente a la biblioteca. Imaginaba que su abuelo querría tener una charla tipo "padre e hijo" antes de la boda. De hecho no habían tenido oportunidad de tenerla porque él estuvo toda la semana fuera pero a Maurice realmente le preocupaba que en menos de una hora debía estar en la iglesia.

Entró a la biblioteca y vio a su abuelo sentado en su habitual sillón junto a la ventana.

- ¿Querías verme?- preguntó.

- Sí, hijo. Siéntate- pidió Sir Ferdinand.

- Abuelo, casi no hay tiempo. Me tardé más de lo planeado en la sastrería.

- Sólo será un momento.

Maurice obedeció. Jamás podía negarse a las peticiones de su abuelo, a quien amaba mucho más que a su propio padre. Sir Ferdinand permaneció callado por unos instantes. Realmente no sabía cómo comenzar. Ante el silencio Maurice comenzó a inquietarse y dijo con un poco de nerviosismo:

- No querrás disuadirme para que no me case con Aurora, ¿verdad?

- No, nada de eso- aseguró el anciano- creo que ella es una chica muy especial. Pero no sé si tú lo sepas realmente.

Maurice lo miró con recelo.

- ¿A qué te refieres? ¿Qué me estás queriendo decir?

- Aurora no pertenece a nuestro mundo. Y antes de que me malinterpretes, no me estoy refiriendo a su condición económica- aclaró Sir Ferdinand al ver que Maurice estaba a punto de abrir la boca- lo que quiero decir, es que ella forma parte de un mundo que no está a la vista de las personas comunes y corrientes como nosotros.

- Vamos, abuelo, ¿qué clase de broma es esta?- Maurice comenzaba a desesperarse.

- Tengo motivos para sospechar que ella es una bruja- explicó Sir Ferdinand serenamente. Su nieto soltó una risita nerviosa ante la absurda declaración que acababa de hacer.

- ¿De dónde sacas eso? ¿Aurora te ha dicho esa clase de cosas?

- No, ella no lo hizo- dijo Sir Ferdinand con la voz un poco ronca. Carraspeó tratando de aclararse la garganta. Maurice lucía preocupado.

- Abuelo, es importante que me digas la verdad. ¿Ella te habló sobre ser una bruja? Debes saber que hasta hace poco estuvo teniendo algunos episodios leves de esquizofrenia y delirios. Cuando regresó del coma tenía la creencia de que ella había estudiado en un colegio de magia. ¿No te parece una locura? Le he dado tratamiento para controlar esos lapsos pero debo saber si ha tenido alguna clase de recaída. ¿Te ha mencionado más cosas extrañas, por el estilo?

- ¿Piensas que ella está loca?- cuestionó Sir Ferdinand nuevamente con la voz un poco ronca, mirando a su nieto con desaprobación- ¿qué clase de tratamiento le has dado?

- No, no estoy diciendo que esté loca. Pero es un hecho que quedó con secuelas de su accidente y por eso su mente le juega malas pasadas. Le he estado suministrando bajas dosis de antipsicóticos y antidepresivos porque hace no mucho tuvo un episodio depresivo bastante preocupante. Por favor no le digas nada, ella no lo sabe… ella piensa que lo que le doy por las mañanas es medicamento para fortalecer las vías respiratorias. No quiero hacerla sentir mal… y no me malinterpretes, abuelo. Todo lo que he hecho por ella ha sido por su bien.

Sir Ferdinand volvió a toser antes de decir:

- ¿Y nunca te has planteado la posibilidad de que lo que Aurora dice es cierto?- a medida que hablaba, parecía como si le faltara el aire y le costara trabajo respirar- los hechiceros y los colegios de magia sí existen.

La garganta de Sir Ferdinand comenzó a cerrarse de manera preocupante.

- Abuelo, tranquilo- le dijo Maurice intranquilo- ¿qué pasa? Ya no hables, respira conmigo…

El joven rápidamente sirvió un vaso de agua que le acercó a su abuelo y realizó varias respiraciones profundas para que éste lo siguiera. Tras unos instantes pareció que Sir Ferdinand pudo volver a respirar.

- ¿Estás bien?- Maurice seguía preocupado. Nunca antes había visto que algo así le sucediera a su abuelo.

- Descuida- dijo Sir Ferdinand con la voz todavía un poco rasposa. Volvió a beber un sorbo de agua antes de decir:- Maurice, créeme lo que te acabo de decir. Debes ayudarla a regresar a su mundo.

Maurice meneó la cabeza:

- No es momento para hablar de eso- miró su reloj y ansiosamente dijo más bien para sí mismo:- tengo menos de quince minutos para ducharme y vestirme. Te veo a las doce en punto con mi prometida afuera de la iglesia, ¿de acuerdo?

Maurice besó la frente de su abuelo y salió a toda prisa de la biblioteca, dando por terminada la conversación.

Sir Ferdinand soltó un suspiro. Él estaba seguro de lo que decía, sabía de lo que hablaba. Pero al intentar explicarle todo a su nieto, su eterna maldición se hizo presente cerrándole la garganta. Aquella maldición que le habían aplicado hacía años podría incluso matarlo si él insistía en revelarle su secreto a cualquier muggle.


Finalmente, con la ayuda de Rosemary y de la tía Helen, se puso el vestido. Las dos mujeres se encargaron de acomodarlo pacientemente. Al terminar su labor, retrocedieron unos cuantos pasos para admirarla. La tía Helen se llevó las manos al rostro y Rosemary sonreía con gozo.

- Se ve bellísima, señorita- dijo esta última.

Aurora sólo respondió con una sonrisa.

- Mírate en el espejo- le dijo la tía Helen colocándose junto al gran espejo de cuerpo completo que estaba junto a la ventana.

Aurora se acercó y finalmente pudo ver cómo lucía. Parecía un ángel en ese vestido de clásico diseño estilo princesa, con un escote en corazón, mangas ligeramente caídas a la mitad de los hombros y una sencilla pero linda falda de tul.

Pero se sentía un tanto melancólica. Sí le hacía ilusión el hecho de casarse con Maurice y se sentía muy halagada por todas las atenciones que los abuelos y la tía Helen tenían con ella pero en el fondo ella sabía que no era así como alguna vez había imaginado que sería el día de su boda.

Aurora tenía la certeza de que siempre había soñado con una pequeña boda en la que su familia y sus amigos estuvieran presentes, no con una fiesta lujosa como la que estaba a punto de tener, llena de invitados a los que ni siquiera conocía. Agradecía la ayuda de Rosemary y la tía Helen pero ellas de ninguna manera lograban llenar el vacío causado por la ausencia de su madre. Si bien no lograba recordarla, en ese momento le hacía mucha falta.

La repentina entrada de la abuela Margaret a la habitación la sacó de sus pensamientos. Vestía un elegante traje azul, adornado con un sombrero. Llevaba un pequeño cofre en sus manos cubiertas por unos guantes blancos.

- Mi niña, ¡luces como una princesa!- exclamó acercándosele. Aurora le sonrió.

- "Bueno, tal vez después de todo sí pueda tener una familia… algún día"- pensó un poco más animada.

- Y toda princesa merece una corona- continuó la abuela- así que tendrás una.

Y abrió el lindo cofre de madera, dejando al descubierto una bonita tiara con diamantes incrustados. Aurora sintió que se le fue el aliento.

- Oh, por Dios…

- La madre de Maurice la usó el día de su boda- dijo dulcemente la abuela- y sé que a ella le habría gustado que tú la uses el día de hoy. Así Caroline estará de alguna manera presente en la boda de su hijo.

Aurora se quedó muda. Esto era algo completamente inesperado para ella. Sintiéndose un tanto abrumada por este gesto de generosidad, no pudo más que abrazar a la anciana, las palabras no bastaban para expresar su agradecimiento. Lady Margaret le indicó que bajara la cabeza para que le colocara la tiara y ella obedeció.

En ese instante alguien más irrumpió en la habitación. La tía Helen soltó un grito de espanto y Aurora y la abuela voltearon a ver alarmadas.

- ¡Sal de aquí, Maurice!- gritó la tía Helen abalanzándose sobre la puerta- ¡no debes ver a la novia!

- Esas son tonterías- replicó Maurice alegremente intentando mirar a Aurora, a quien tanto la abuela como Rosemary trataban de ocultar de su vista.

- ¡Te digo que salgas!- repitió la tía Helen golpeándolo con una toalla- ¡fuera!

Ante el ataque de su tía, Maurice tuvo que ceder y salir de la habitación entre risas.

- ¡Te veré en la iglesia, amor mío!- le gritó a Aurora desde el otro lado de la puerta- ¡no llegues tarde!

Aurora también rio ante lo gracioso de la situación. Le divertía ver cómo las ancianas se tomaban tan a pecho la vieja creencia de que el novio no debía ver a la novia antes de la boda. De hecho se habían encargado muy bien de que ella y Maurice no se vieran desde la noche anterior. Después de cenar enviaron a ambos jóvenes a sus respectivas habitaciones y durante un buen rato estuvieron vigilando que ninguno de los dos saliera a hurtadillas hacia la habitación del otro.

- Éste muchacho- dijo la abuela- nunca dejará de ser él… siempre tan irreverente.

La escena logró calmar la tensión que Aurora sentía. Eso, y el detalle de la abuela Margaret pudieron alejar a la melancolía que había sentido momentos antes.


N/A: baia baia... parece que después de todo Maurice no es tan perfecto como parecía...

Oigan, antes que nada una disculpa por la demora en actualizar. El mundo muggle me ha alejado de mis queridos fanfics, lamento haberlas hecho esperar tanto.

Gracias por su apoyo y comprensión. Les mando un abrazo y en verdad les deseo mucha salud en estos momentos en que (al menos en México) la pandemia está fuera de control :(