26. El secreto de Sir Ferdinand
Tanto Aurora como Sir Ferdinand se dieron cuenta de que estaban ya a unos cuantos metros de llegar a la iglesia. Entonces él le tomó la mano y se apresuró a decirle:
- Maurice me contó sobre las cosas que comenzaste a recordar cuando aún seguías en el hospital y quiero que sepas que no son locuras… son tan reales como todo esto que nos rodea. Ese mundo que Maurice se ha encargado de decirte que únicamente está en tu cabeza, en verdad existe, sólo que él no lo sabe. Maurice es un excelente hombre… te ama y confío en que se aceptará tu naturaleza mágica.
Ahora Aurora no estaba muy segura de querer caminar hacia el altar; no después de lo que se acababa de enterar durante el trayecto desde la mansión McLaggen hasta este lugar.
********** Flash Back **********
El carruaje se puso en marcha. Aurora aún se sentía un poco abrumada ante la hospitalidad con la que era tratada a pesar de ser una perfecta desconocida para los McLaggen. No pudo evitar cuestionar al respecto.
- ¿Por qué son tan buenos conmigo, Sir Ferdinand? Ustedes apenas me conocen…
El anciano la miró a los ojos.
- Yo siempre he apoyado las decisiones de mi nieto. Y si él te eligió como esposa, no hay motivo para no hacerte sentir parte de esta familia.
-…- los ojos cafés de Aurora se humedecieron un poco ante estas palabras.
Sir Ferdinand las había dicho con toda sinceridad. Aurora le agradaba bastante, era una chica fantástica y de buen corazón. Y por esa razón sabía que no podía permitir que su nieto le siguiera ocultando una verdad muy importante. Sabía que Maurice no lo hacía a propósito pero no permitiría que le quitara a Aurora su derecho a la verdad. Entonces decidió hablar:
- Encontré tu diario en la biblioteca.
- Oh…- las mejillas de Aurora adquirieron un notorio rubor. "Qué vergüenza", pensó. Lo único que atinó a decir fue:- con todo esto de los preparativos para la boda a penas y supe dónde tenía la cabeza esta semana. Olvidé por completo que lo dejé ahí. Pero no es mi diario, propiamente dicho. Son solamente ideas que tengo para una pequeña historia que planeo escribir.
- Pues son geniales- respondió Sir Ferdinand en tono tranquilizador. Y cuando Aurora pareció relajarse un poco, añadió:- aunque creo que más bien son recuerdos. ¿No es así?
Aurora clavó su mirada en el anciano un tanto confundida. No entendía por qué le decía eso. ¿A caso querría jugarle una broma?
- No sé qué decirle…- titubeó.
- Puedes decirme la verdad. No temas. Jamás te juzgaría. Al contrario, sería muy agradable poder charlar con una bruja. Tiene mucho que no lo hago.
Aurora decidió mirar por la ventana para tratar de disimular su nerviosismo.
- Sir Ferdinand, las brujas no existen…- murmuró sin mirar al anciano.
- ¿Eso es lo que mi nieto te dice?- inquirió él.
- … - Aurora no respondió. Una lágrima resbaló por su mejilla.
- ¿Sabes por qué el rey George VI me otorgó el título de Caballero del Imperio Británico?- preguntó, aparentemente cambiando de tema, cosa que ella agradeció.
- Maurice me dijo que por favores hechos a la Corona durante la Segunda Guerra- acertó a responder con la voz un poco entrecortada. La mirada del anciano se perdió también a través de la ventanilla.
- Así es… por el "sobresaliente desempeño de mis labores", como muchos lo llamaron. Sabes, me enrolé en el ejército justo después de que George VI diera el discurso en el que anunció que Inglaterra entraría a la guerra. Yo tan sólo tenía veintiún años. Entré como un simple soldado y fue cuestión de poco más de un año para que me nombraran capitán de la unidad en la que yo servía y posteriormente me transfirieran al área de inteligencia. Fui un espía y todos me conocieron por mi efectividad para obtener información del bando enemigo. De hecho fue en gran parte gracias a esa información que se pudieron tomar decisiones determinantes para que ganáramos la guerra. Pero nadie en el ejército supo jamás cómo fue que yo logré tanto… nunca se lo dije a nadie, ni siquiera al mismo rey.
-…- Aurora no entendía a dónde quería llegar Sir Ferdinand con todo esto.
- Usé magia- declaró él- magia que me fue enseñada en un colegio para magos y brujas.
-…- la castaña se quedó helada, con los ojos bien abiertos. Sir Ferdinand siguió hablando:
- Yo también tuve una varita mágica; era de madera de pino con el núcleo de pelo de unicornio. Y por siete años estuve yendo al andén 9 ¾ para abordar el tren que me llevaba a Hogsmeade.
- El andén 9 ¾ en King's Cross…- repitió ella con el corazón latiéndole a toda prisa.
- Recibí mi carta de aceptación en Hogwarts tal como muchos niños a los once años… mis padres eran muggles. Aún la primera vez que me llevaron a King's Cross ellos seguían sin creer que Hogwarts fuese real. Quedaron convencidos hasta que les envié una lechuza al día siguiente de haber llegado al colegio.
Hizo una breve pausa y prosiguió.
- Desde mi niñez sentí una gran fascinación por todo lo que tenía que ver con un ejército… ya sabes, los aviones de combate, las armas, los héroes de guerra… y cuando se hizo la convocatoria para enrolarse, no lo pensé dos veces porque sabía que tenía conmigo el arma más poderosa de todas. Mi varita mágica podía más que todas las ametralladoras, hasta más que un tanque o una bazooka. Gracias a ella pude salvar a muchos de mis compañeros y fue lo que me ayudó a obtener confesiones de los prisioneros que teníamos; incluso me ayudó a manipular a algunos de los altos mandos del ejército enemigo.
- Las maldiciones imperdonables- murmuró ella por lo bajo. Esas palabras salieron automáticamente de su boca. El anciano esbozó una ligera sonrisa con aire soñador… estaba viajando entre los recuerdos de aquella época.
- Sí… obviamente el Ministerio de Magia se dio cuenta de que yo usaba mi varita en combate pero no me sancionaron en ese momento porque la guerra también estaba afectando a la comunidad mágica del Reino Unido y Europa en general. Lamentablemente hubo magos y brujas que murieron en los bombardeos a nuestras ciudades.
Aurora estaba atónita. Lo que menos se hubiera esperado era que alguien como Sir Ferdinand le hablara de aquellas cosas que hasta ahora ella creía que eran producto de su imaginación. O al menos eso era lo que Maurice y los demás doctores le decían.
- Al término de la guerra fui uno de los soldados más condecorados, todos me admiraban; los políticos y aristócratas muggles me veían como a un verdadero héroe y me respetaban; me dejé embriagar por la gloria, la fama, el orgullo y la idea de una carrera militar prometedora. Tontamente llegué a pensar que sería igualmente reconocido en la comunidad mágica pero me equivoqué. La noche después de la ceremonia en que me otorgaron el título de Caballero del Imperio recibí una visita del ministro de magia.
- ¿Y qué le dijo?- preguntó Aurora con los ojos muy abiertos.
- El ministro se encargó de notificarme que el Wizengamot había decidido expulsarme de la comunidad mágica por haber intervenido con magia en una guerra que era exclusivamente de muggles. Ni siquiera me dieron la oportunidad de tener un juicio- la voz de Sir Ferdinand se quebró un poco, su mirada se tornó melancólica- sabes, en esa época había muchos conflictos gracias a un mago tenebroso… Gellert Grindelwald. Estaba haciendo una enorme campaña para conseguir adeptos y ganar el poder sobre la comunidad no mágica. Por eso mi caso fue muy controversial, creían que yo podría ser una amenaza por pertenecer al ejército muggle y tener tanto armas muggles como una varita mágica en mi poder.
"Así que me quitaron mi varita y se la llevaron para destruirla. Me querían borrar la memoria… pero entonces le pedí piedad al ministro. Los años que pasé en Hogwarts fueron en verdad maravillosos y no quería desprenderme de esos recuerdos. A mis padres y a mi hermana Helen sí les borraron los recuerdos de que yo era mago. A mí se me permitió conservarlos solamente a cambio de una serie de condiciones para asegurar que jamás revelaría la existencia de la comunidad mágica; entre ellas, me aplicaron una maldición. Si intento contarle algo de esto a un muggle, la garganta se me irá cerrando poco a poco hasta asfixiarme. También tengo este brazalete encantado."- Sir Ferdinand se levantó un poco la manga izquierda de la camisa, dejando a la vista una especie de brazalete de oro- "si intento conjurar magia con o sin varita, el ministerio lo sabrá de inmediato".
Entonces Aurora recordó el nombre de alguien muy importante y preguntó:
- ¿Albus Dumbledore tuvo algo que ver en eso?
- Albus Dumbledore…- repitió Sir Ferdinand- el héroe de la comunidad mágica. Justo acababa de derrotar a Grindelwald cuando mi caso era discutido a mis espaldas en el Wizengamot. Acudieron a él en busca de consejo y él fue de los pocos que abogaron por encontrar una solución menos radical a mi caso; pero no fue escuchado. El miedo a que se repitiera un suceso como el de Grindelwald estaba muy latente. Lo único que Dumbledore pudo hacer por mí fue convencer al ministro para que no me desmemorizaran. Me tenía aprecio porque era de sus mejores estudiantes en Transformaciones.
"En fin… después de eso no me quedó nada más que mi carrera militar y poco a poco quedé inmerso en el día a día de mi vida en el lado muggle. Unos cuantos años después el rey George VI me hizo miembro de la Cámara de Lores. Después encontré a Margaret y me enamoré de ella… supongo que ella fue lo único que verdaderamente pudo calmar la tristeza que sentía por no poder regresar jamás al mundo mágico. Después tuvimos a nuestro hijo Edward, al padre de Maurice…"
- ¿Entonces Maurice podría ser un mago también?
- No lo sé, linda. No lo sé… durante su niñez yo estuve observando tanto a mi hijo como a Maurice por si acaso lograba detectar en ellos algún indicio de magia pero nunca vi nada. No sé si ellos son squibs o si el Ministerio interfirió de alguna manera para que ellos no pudieran ir a Hogwarts.
Aurora miró por la ventana, tratando de acomodar todas esas ideas en su mente, intentando asimilarlas.
El carruaje viró y tanto ella como Sir Ferdinand vislumbraron a unos cuantos metros la fachada de la capilla Saint Andrew y notaron que había algunas personas reunidas cerca de la entrada.
********** Fin Flash Back **********
El carruaje se detuvo al pie de la pequeña escalinata que daba acceso a la explanada afuera de la capilla y Aurora se sintió presa una gran angustia que incluso hacía que le costara trabajo respirar con normalidad.
Por fin después de todos estos meses podía vislumbrar una salida de este laberinto de delirios confusos, por fin tenía las piezas faltantes del rompecabezas. Todo aquello que bombardeaba su memoria de manera intermitente no eran alucinaciones, sino recuerdos, pero Maurice no era capaz de comprenderlo y por eso él se empeñaba en buscar una explicación lógica. No es que él fuese una mala persona, sino que su manera de comprender la vida era a través de la ciencia. ¿Sería capaz de abrir su mente a nuevas posibilidades?
A través de la ventana logró ver a Maurice corriendo en dirección al carruaje seguido de un hombre al que reconoció como Sirius Black, quien iba tras Maurice empuñando su varita mágica.
N/A: lo logré! ¡Pude actualizar el día de hoy! Espero que les haya gustado este pasaje sobre la vida de Sir Ferdinand. Al menos ahora Hermione sabe que las brujas y los magos sí existen :)
Les recuerdo que estamos a 4 capítulos del esperadísimo final!
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