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DISCLAIMER: Los personajes conocidos son de Rowling, los que no son conocidos y la trama son míos.

AVISO: slash (relaciones homosexuales) y temas para adultos (violación, sexo, violencia, lenguaje cuestionable, auto mutilación, asesinato, depresión. La mayoría tratados en capítulos anteriores, así que ya deben de saber). Si no puedes manejarlo, presiona atrás porque no me gusta recibir comentarios destructivos. Gracias.

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Título: Propiedad Privada

Autora: GaBo0

Parejas: HarryDraco, Snape, Blaise

Rating: M

Summary: Slash. Han pasado tres años desde que Harry salio de Hogwarts y ahora ha atrapado a la mano derecha de Voldemort... ¿qué pasa cuando esta le hace una propuesta que no podrá rechazar?

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Propiedad Privada

By GaBo0

CAPITULO 08: Consecuencias

El despertador sonó nuevamente sobre la mesa de noche. Harry abrió los ojos encontrándose por segunda vez en aquel cuarto sombrío y lúgubre. El decorado de las paredes se oscurecía a pesar de que la luz de la mañana entraba por la ventana.

9:00 de la mañana

'Maldita sea'. El muchacho se levantó y buscó algunos pantalones decentes. Los elfos domésticos tan sólo le habían traído prendas casuales y no tenía nada con qué presentarse en el ministerio. Luego de darle vueltas al asunto durante un buen tiempo había llegado a la conclusión de que debía renunciar. Tampoco era como si necesitara el dinero. Tenía suficiente como para no trabajar durante un buen tiempo, y porqué no, de por vida.

Observó un momento el armario de caoba abierto en la esquina del cuarto. Seguro que la tipa esa lo había usado. Harry sacudió su cabeza alejando esos pensamientos porque, a parte de molestos, eran tontos. Un débil brillo bajo una de sus camisas lo hizo acercarse al mueble.

Una cadena de plata colgaba de una astilla en el fondo del ropero. Parecía haberse enganchado ahí por error. Llevaba unos símbolos escritos en la parte de atrás y delante parecía tener vidrio tallado. No exactamente eso. Era un material como cristal líquido solidificado, o como vidrio derretido. No era gelatinoso, más bien duro, pero parecía derretirse si uno lo tocaba. Era bastante bonito, y Harry pensó que Anna debía de haberlo dejado ahí por error. Una vez más lo golpeó el hecho de que Anna no había 'dejado' nada ahí por error.

Ahora¿cómo pensaba Harry presentarse en el ministerio? Como el buen auror que siempre había sido no lo creía. Hacía unas dos noches había asesinado a una muchacha quien el único error que había cometido había sido enamorarse de Draco Malfoy. Sabía que tenía que ir pero no tenía ganas de hacerlo. Habían sido tres días de ausencia, y ahora no le quedaba otra que aparecer y renunciar. Sería lo más normal en cualquier caso y lo que menos necesitaba eran sospechas.

Observó su reflejo en el espejo de tamaño normal, acomodándose bien la camisa debajo de la chompa, y luego salió del cuarto.

El pasillo estaba desierto. El olor a limpio y abandonado llenaba las paredes convirtiéndose en una leve sensación de soledad que entraba por la nariz. La puerta de enfrente estaba cerrada, como esperó que estuviera. Una punzada de culpabilidad lo golpeó, de nuevo. No sabía cómo podría arreglar todo lo que había pasado entre él y Draco esos días, y ahora con su enfermedad no había gran cosa que se pudiera hacer.

De verdad, era la primera vez que veía enfermo al rubio. Durante su tiempo en Hogwarts sólo lo había visto fingir una vez (en tercer curso) una enfermedad o accidente lo suficientemente grande como para aislarse, o en ese caso faltar a clases. Esta vez parecía algo serio. Tocó dos veces a la puerta esperando respuesta.

Un 'clic' sonó leve del otro lado mientras la madera se abría lentamente. Su visión fue abriéndose hacia toda la habitación, logrando enfocar la cama del rubio y la ventana. Los bordes de las paredes se difuminaban debido a la luz que ingresaba y el lecho del Slytherin se volvía sumamente oscuro. Reconoció de inmediato a la pequeña elfina, sentada al lado de la cama. El rostro del moreno reflejó extrema sorpresa al ver que la criatura aun sostenía la mano de Draco.

Dio unos cuantos pasos hacia la cama, esperando que en cualquier momento lo hiciera retroceder. No tuvo que esperar mucho.

- Señor, el amo Malfoy...

- Lo sé, elfina, no tiene que recordármelo - la cortó Harry lanzándole una mirada de odio antes de regresar su vista al Slytherin.

Malfoy dormía, aparentemente más tranquilo que el día anterior. Ya no convulsionaba pero tampoco tenía esa pinta de cadáver de la noche anterior. Simplemente yacía en la cama, respirando al compás del reloj sobre la chimenea y de vez en cuando lanzando un pequeño gemido de incomodidad o quién sabe qué.

La nariz respingada estaba de color rojo, bastante gracioso, al igual que sus pómulos. Los párpados tenían un color beige más oscuro que el resto del rostro. No sabía por qué pero Malfoy parecía tener siempre la piel perfectamente afeitada y sin rastro de vello facial. Los cabellos rubios estaban desparramados bajo la almohada, gracias a la luz parecían de un blanco hipnotizador.

Estiró un brazo para tocar aquella visión pero se vio bloqueado por algo que parecía una barrera invisible. Aspiró molesto mientras volvía a mirar a la elfina, quien lo veía con la misma expresión. ¿Qué diablos tenía la criatura contra él¡No era como si lo fuera a matar!

- Está bien... ya me voy - exclamó vencido el Gryffindor -. Necesito polvos flu y una chimenea con conexión al callejón Diagon o al ministerio.

Minny asintió y le indicó la puerta. Después de que el moreno se había alejado de la cama lo alcanzó en la entrada a la habitación. Con una última mirada al lecho por parte de ambos, abandonaron el dormitorio dirigiéndose a uno de los salones inferiores

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Abrió los ojos. Ambos se habían ido y aunque no tenía nada contra Minny no estaba de humor para sus cuidados obsesivos. No renegaba de ello, simplemente que a veces sentía que lo trataba como un niño, y aunque fuera así, ella era solo su elfina. Realmente, estaba de muy mal humor y no tenía porqué molestarse con la elfina pero no podía evitarlo. El hecho de estar ahí, descansando de forma inútil lo volvía loco y desesperado por salir. Había escuchado decir a Potter que necesitaba polvos flu. Seguro que iba a salir, y lo más probable era que fuera al ministerio. Tendría una hora como mínimo para levantarse y salir de ahí.

Alzó un poco la cabeza y echó un vistazo a su habitación. Estaba exactamente igual a cómo la recordaba antes del... 'incidente'. Los retratos en orden contra la pared, ocultando los marcos del espejo, y la chimenea con el reloj y una fotografía sobre ella. Espera un minuto... ¿una fotografía sobre ella? Estaba seguro que había dos.

Frunció el ceño y trató de recordar qué había ocurrido con la otra pero no pudo más que suponer que Potter se la había llevado. Resopló molesto y arrimó las sábanas hacia un lado revelando su cuerpo débil sobre el colchón.

Debajo del pijama negro de seda se dibujaban cada curva de su cuerpo, y por suerte cubría todos los moretones, arañones o marcas de cualquier clase de ataque que hubiera sufrido. Decidió buscar algo igual de conservador al elegir qué se pondría para salir de la mansión.

Bajó con cuidado una pierna, seguida de la otra. El dolor que le ocasionaba era agudo pero no más grave que la humillación misma de estar tanto tiempo en cama. Nunca, en toda su vida, había estado tan enfermo. Según su madre, de pequeño era un niño muy enfermizo pero eso se curó cuando pasó los siete años. Ahora ni siquiera estaba seguro de la causa de su enfermedad.

Apoyó sus manos a los costados de su cuerpo y se trató de incorporar. Un par de intentos fallidos finalmente le valieron el éxito. Tuvo que apoyase en uno de los postes de la cama para no perder el equilibrio. Aquella sensación repugnante en la parte posterior de su garganta regresó mientras algo se rompía en su baja espalda. No pudo evitar el gemido de dolor que lo abandonó.

Al instante, lazos invisibles lo sujetaron y sentaron en la cama. Había cerrado los ojos debido al dolor, sólo para que al abrirlos se encontrara con las dos esferas ambarinas que pertenecían a Minny. Trató de sonreírle, y al ver el mismo gesto de la criatura hacia él, se sintió culpable por haber renegado de sus servicios. La elfina cuidaba de él porque lo quería, tal ves más que cualquiera en la tierra, y él renegaba de ella.

- Amo Malfoy, usted no debe levantarse, señor - murmuraba preocupada Minny

Draco no respondió. Paseó su mirada por el cuarto, tan normal y la vez, extrañamente distante. Una vez sentado y con aquel dolor menguante en su cuerpo, la perspectiva del lugar parecía haberse distorsionado... como si todo se desfigurara como las marcas en su cuerpo.

Miró a la elfina al percatarse de que esta callaba y lo observaba. La larga y afilada nariz estaba húmeda y las orejas puntiagudas dobladas hacia abajo. El tono grisáceo de su piel parecía más pálido mientras sus dedos huesudos se cerraban con fuerza sobre la funda que llevaba puesta. Ladeó la cabeza a un lado y dijo en tono grave:

- Debo irme, Minny. Debo salir de aquí. Necesito que me ayudes a salir. Llévame hasta el piso inferior.

No podía describir lo que vio atravesar el rostro de la elfina. Algo que parecía más real que la preocupación y más intenso que el terror. Prácticamente comenzó a convulsionar en aquel lugar. Negaba vigorosamente con la cabeza mientras decía incoherentemente frases exhortándolo a desistir de aquella loca idea.

- Minny escúchame. Aquí no ganaré nada, y no puedo estar al lado de ese monstruo por más tiempo - hizo una pausa frunciendo el ceño mientras paseaba su mirada por la puerta -. Iré con Severus y luego vendrás tú con nosotros.

Esto pareció tranquilizar a la elfina, quien dejó de temblar casi de inmediato. Lo miró cuestionante, y con algo más que duda, a los ojos. El dorado y el plateado se conectaron y Draco no necesitó palabras para responder. Sabía que los elfos no leían las mentes, pero de alguna forma éste lo había hecho.

Una sonrisa iluminó las facciones del muchacho mientras la criatura también sonreía tristemente. Draco suspiró y trató de ponerse de pie de nuevo, esta vez con la ayuda de la elfina. Minny lo sostuvo un par de veces que casi cae al suelo. Sus piernas aún estaban débiles y a veces perdía el control sobre ellas. Se acercó hacia la pared del costado y murmuró un sencillo encantamiento. El enorme guardarropa apareció por arte de magia y las cientos de prendas se lucieron frente a él. Tonos verdes, grises y negros luchaban por ser escogidos.

Minny se acercó al guardarropa y después de dar unas cuantas vueltas al colgador sacó unos pantalones anchos negros. Un polo manga larga verde junto a una chompa de alpaca negra para protegerlo del frío que hacía fuera de la mansión. Draco tendría que pasar por el mundo muggle y era obvio que sería demasiado llamativo un muchacho con túnica a esa hora del día. De hecho, en cualquier momento llamaría la atención un joven con túnica.

Sacó una túnica negra, con cuello alto pero bastante práctica. La mayoría de veces el chico la había usado para salir a jugar en el jardín con sus amigos. Minny lo había visto cabalgar varias veces con esa túnica y debido al camino que tenía que recorrer decidió dársela. No era como si fuera a caminar mucho pero después de todo debía estar cómodo. A parte, las heridas no habían sanado del todo.

Le alcanzó las ropas al chico, ayudándole a ponérselas con varios hechizos. Habían pasado unos 20 minutos desde que el otro hombre se había marchado y Draco comenzaba a impacientarse. No se arriesgaría a irse por los polvos flu hacia la casa de Severus pues sería fácilmente rastreado. Había pensando que el coche lo dejara en las afueras de la villa muggle cerca de la mansión, luego caminaría hasta el centro de ella. Debían de haber bruces o trenes o algo para ir a Londres. Desde la estación King Cross sería fácil ubicarse.

Sintió como una capa de viaje era colocada en sus brazos. Agradeció a la elfina por haberse acordado. El frío le calaría los huesos si no la llevaba.

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Siempre era lo mismo. El camino hacia el ministerio estaba plagado de personas que preguntaban sobre su ausencia. Cada cual con un diferente estilo para cuestionarle su paradero los últimos días. Respondiendo brevemente con excusas tontas, cruzó el umbral de la puerta de su oficina y cayó en su asiento apoyando su frente en una mano. No pensó que la gente notara tanto su ausencia ni en ese lugar ni en ninguna parte. Hacía tiempo que no figuraba para nada.

Un ruido en la puerta le hizo voltearse mientras trataba de adivinar quién sería ahora. Quería quedarse sólo un tiempo hasta que lograra decidirse en cómo presentar su renuncia. Una cabeza cenicienta asomó por la puerta mientras el resto de su cuerpo de distorsionaba tras el vidrio de la entrada.

- ¿Harry¿Está todo bien?

David, un muchacho casi de su misma edad que había estudiado en Durmstrang, pareció ser el más sincero de todos los que había hecho aquella pregunta. No era original pero el toque de sinceridad en ella removió algo que hacía tiempo estaba guardado dentro del Gryffindor.

El chico entró a la oficina, quedando frente al escritorio erguido en sus casi dos metros. Era bastante alto, pero no por eso se le veía mucho más alto que Harry. Su figura era esbelta y aunque podría decirse que tenía los hombros demasiado anchos esto le daba un aire informal bastante atractivo. Era delgado de contextura, y eso resaltaba sobre todo en el rostro. Su cara era ovalada y en el cuello se notaban sus clavículas claramente cuando se ponían alguna camisa sin abotonar.

A pesar de esto, en conjunto era bastante atractivo, y la expresión de preocupación y el ceño fruncido casi permanente lo hacía una de esas personas que volteaban miradas al pasar. Siempre con el andar rápido y gracioso, completamente opuesto al elegante y sobrio de Draco. Lo único que aquellos dos personajes tenían en común era el color de sus ojos, a pesar que los de David eran de un gris varios tonos más oscuros y parecían siempre despedir ondas de calor.

- ¿Estás bien, Harry? - repitió el muchacho al no recibir repuesta

- Estaré mejor cuando dejen de preguntarme eso - contestó cortante el moreno

Cualquiera se hubiera sentido ofendido, pero para David eso era una muestra de normalidad. Cuando recién conoció a Harry se imaginaba un chico exageradamente alegre y tal ves un poco loco. Se llevó una sorpresa cuando lo pusieron a trabajar con un joven arisco y bastante centrado, tal vez demasiado maduro para su edad. Ambos trabajaban en misiones difíciles que sólo les podían ser asignadas a jóvenes... después de todo, un hombre de 50 años no podría infiltrarse en un club londinense sin llamar la atención.

- Bueno... ¿me contarás dónde has estado?

- He estado preparando mi carta de renuncia

Harry pensó que no debió decirlo de esa forma. Había sido compañero de David un buen tiempo y el chico era muy amable con él. Por la expresión en el otro rostro se dio cuenta que sus palabras lo habían sorprendido y en parte, el rostro del otro se ensombreció.

- ¿Por qué renuncias? Pensé que todo estaba bien...

- No eres tú, David - se apresuró a aclarar -, es sólo que esto no es lo que pensaba. Me tiene harto este trabajo, y no es como si lo necesitara realmente. Espero no estés enfadado...

- ¡No! - contestó David -, claro que no... es sólo que no me lo esperaba. Vuelves después de 3 días de ausencia y dices que renuncias, todo es extraño¿sabes?

A Harry le sudaron las manos y David notó su nerviosismo. Ambos sabían que el otro sabía, era cosa de entrenamiento. Un entrenamiento que les llevó a ser reconocidos a pesar de ser muy jóvenes, pero que al parecer no había satisfecho a Harry. David recordó cuantas veces este le había dicho que estaba cansado del trabajo, pero pensó que eran momentos pasajeros de exceso de estrés.

- ¿Y cuándo le dirás a Ian?

- No lo sé... supongo que...

Pero antes de que pudiera continuar un grupo de gente corría apresurada por los pasillos gritando y agitando papeles y varitas. Ambos empuñaron las propias y salieron al pasillo. Sólo era gente el ministerio (gracias al cielo hacía tiempo habían cesado los atentados), pero corría desesperada de un lado a otro, haciendo llamadas, recopilando papeles y leyendo fichas. Algo había pasado que acababa de perturbar la tranquilidad en el ministerio.

- ¿Qué ha pasado? - preguntó David a Alejandra.

La chica, que había estado leyendo unas fichas, casi las suelta por el suelo. Se le notaba nerviosa y preocupada pero sin embargo se ruborizó cuando David le dirigió la palabra. Harry sabía desde hacía tiempo que tenía algo con su amigo, pero este era demasiado ciego como para darse cuenta. Alejandra le recordaba a Hermione, con su cabello alborotado, su piel trigueña y su pequeña figura. Si Alejandra no hubiera tenido una personalidad completamente distinta a la de su amiga, hubiera podido ser su clon

- Mortífagos... han escapado de Azkaban... - contestó entre grandes bocanadas de aire mientras controlaba su rubor.

David lo miró frunciendo el ceño y Harry le devolvió el gesto. Ambos caminaron hacia la oficina de Ian, el Director de Misiones Especiales contra el uso de Magia Oscura, pero este los encontró primero.

- Potter, Bronstein, justo a los aurores que quería ver. Supongo que ya vieron lo que está pasando.

- Lo hemos visto - contestó David serio sin entender porqué el mayor sonreía divertido -, pero nadie nos ha explicado más que 'mortífagos fuera de Azkaban'.

El rostro de su jefe se ensombreció y los llevó hacia un lado antes de que un par de señores los aplastara en su camino hacia otra oficina. Ahora, todo rastro de sonrisa había desaparecido de su rostro mientras examinaba a los dos muchachos. Ambos le devolvían desconcierto en las miradas.

- Un grupo de mortífagos, ocho exactamente, escaparon de Azkaban lo cual nos han comunicado hace unos instantes... cuando empezó toda esta correteada.

- ¿Saben los nombres? - preguntó Harry, hablando desde que había salido de la oficina.

- Sabemos algunos, pero no todos están en los archivos. Saben que no llevamos la cuenta de quienes están vivos o muertos en esa prisión.

David resopló irritado mientras Harry movía la cabeza molesto. Esa era una de las mayores estupideces del ministerio, pero a pesar de las continuas discusiones, nunca se hacia nada para llevar un adecuado registro de los prisioneros en aquel lugar. Los presos se encontraban ahí hasta que morían, y la gente de afuera se enteraba tres o cuatro meses después de que el reo había pasado a la otra vida cuando algún familiar lo iba a visitar. Si el prisionero no tenía visitas, podían pasar meses y meses sin que nadie advirtiera su muerte.

Alejandra se acercó a Ian y le entregó un fólder. Luego les sonrió a los muchachos y se alejó hacia otro hombre, quien le pasó más papeles. Los ojos del mayor examinaban el papel, cogiéndose los lentes mientras parecía querer fusionar sus cejas para convertirlas en una sola. David sintió la mirada breve de Harry en él pero no volteó a mirarlo. Sabía que el moreno estaba igual de desconcertado que él.

- No reconozco a nadie - resopló Ian -. No recuerdo ninguno de los nombres ni sus juicios.

- Déjame ver - exclamó David cogiendo la hoja de papel examinando las palabras y buscando alguna conexión en su cerebro.

Harry se acercó por detrás y comenzó a leer la lista por encima de su hombro. Parecían ser hijos de mortífagos pues sus apellidos traían imágenes de la batalla a Harry, más los nombres no encajaban. De pronto, su mirada se congeló sobre el séptimo nombre de la lista, aquel que habían pasado de largo, debido a que los demás estaban resaltados.

El moreno comenzó a negar con la cabeza y se dio la vuelta pasando una mano por su cabello. David se volteó y colocó una mano en su hombro.

- Harry¿reconoces a alguien?

El Gryffindor asintió y David hizo un gesto de comprensión. Regresó su vista al papel y escaneó los nombres de nuevo.

- Sólo he escuchado de McNair y Nott. Creo que a Bruce lo vi una vez en El Profeta pero no estoy seguro - dijo el muchacho mirando directamente a Ian para luego pasar su mirada a Harry -. ¿Me ayudarás a devolverlos a donde pertenecen?

Harry lo pensó un momento. Había ido con la idea de renunciar pero no se quedaría tranquilo hasta ver a esos mortífagos de nuevo pudriéndose en Azkaban. Se lo merecían, o al menos el séptimo de la lista se lo merecía.

Asintió tal ves muy violentamente y recibió una sonrisa de David. Ian los miraba confundido sin comprender lo que habían querido decir realmente las palabras de su sobrino. Despejando su cabeza miró su reloj y les dijo a los chicos:

- Mañana comenzara la cacería. Los quiero aquí a las 7 de la mañana. Haremos los rastreos hoy... y Potter, no vayas a desaparecer de nuevo.

El Gryffindor asintió de nuevo, sintiéndose bastante estúpido, pero no le importó. Esa ira que lo había invadido varias veces últimamente comenzaba a llenar su sangre de nuevo. Inclinó su cabeza en forma de despedida y se dio la vuelta. A unos dos metros de David oyó que este lo llamaba preguntándole:

- ¿A quién conoces?

- Al número siete - le gritó casi en la puerta antes de abandonar el edificio escaleras abajo con la sola idea de llegar pronto a la Mansión Malfoy.

David buscó el nombre y frunció el ceño. Ahora lo recordaba, era un joven de su edad que creía que la guerra aun continuaba después de Voldemort muerto. Obviamente era un Slytherin, pues no era de Durmstrang y si era de Hogwarts, todos los mortífagos de esa escuela habían pertenecido a aquella casa. Dobló el papel decidido a buscar información sobre aquel nombre. Debía de ser algo importante, o haber hecho algo importante, pues Harry se había turbado inmediatamente y había desistido de su plan de renunciar.

Se acercó a los ficheros murmurando

- Z... Z... ¡Zabini, Blaise! Aquí está. Veamos que has hecho, Blaise...

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Habían pasado unos 40 minutos desde que Harry había partido y Draco al fin había alcanzado el final de las escaleras de mármol. El camino desde su cuarto hasta la puerta principal parecía eterno, a pesar de ser relativamente corto. En buen estado hacía el recorrido en menos de un minuto, pero en ese momento con cada paso tenía que descansar un minuto. Con todo y la ayuda de Minny, Draco no quería ser llevado como un enfermo convaleciente e iba a salir de la mansión como todo un Malfoy. Alcanzó la perilla de la puerta de cristal, viendo las formas desfiguradas del coche al otro lado, junto a los árboles que se dibujaban a la derecha e izquierda del camino. El verde se distorsionaba y fundía junto al blanco azulino del cielo, dando el aspecto de una pintura más que el de un cristal opaco a la puerta.

La entrada no hizo ruido alguno cuando fue abierta, y Draco sintió el aire frío rozarle la cara. Involuntariamente sonrió y miró a la elfina, que se encontraba a su lado y parada de puntillas mirándolo con sus enormes ojos ambarinos.

- Amo Malfoy, aún puede...

- No, Minny, ésta es una oportunidad que no voy a desperdiciar. Ya esperé demasiado... - contestó con una sonrisa triste mientras acariciaba amistosamente las orejas de la criatura.

Minny tembló bajo la mano del rubio, más este no estaba seguro si fue por él o por la ráfaga de viento que acababa de pasar por la puerta. Se acomodó la capa de viaje sobre los hombros y dio un paso fuera del umbral. Nuevamente tuvo que detenerse, dejando el dolor menguar bajo la atenta preocupación de la elfina.

Al ver que ella iba a conjurar algún hechizo la detuvo con un gesto y se enderezó. Dio otro paso, y luego otro más. Su desesperación crecía al ver lo lento que estaba avanzando, pero su terquedad no le dejaba aceptar la ayuda mágica de la criatura. Quería acostumbrarse a la sensación para luego poder caminar fuera de la mansión un poco más rápido. Sabía que mientras más continuo fuera el dolor, sería más fácil sobrellevarlo.

Tomó la manija en la puerta del coche y se volteó a la elfina. Las riendas estaban amarradas a un par de corceles negros, con las cabelleras azuladas bailando con el viento.

- Minny, tengo que agradecerte tu ayuda y también... pedirte que no rebeles mi paradero. No quiero que abandones la mansión tampoco. Regresaré pronto y expulsaré a Potter de aquí. Otra cosa, manda a Syth conmigo lo antes posible, enviaré un mensaje a Severus para ver si me puede recoger del pueblo. Estuve pensándolo y dudo que Potter intercepte la carta, por otro lado, me será imposible ubicarme en el mundo muggle. ¿Entendiste?

La elfina asintió enérgicamente y Draco le dio una sonrisa sincera antes de darse la vuelta hacia el carro. Cuando había puesto un pie sobre el carro oyeron el sonido de algo quebrándose dentro de la mansión, y el retumbar inconfundible de pasos dentro de la mansión.

- Apúrese amo

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Los polvos flu habían sido, desde siempre, la forma de transporte más incómoda que conocía. Aunque era veloz, siempre 'aterrizaba' mal y a la hora de llegar a su destino sentía todo su estómago revuelto y algún miembro dolorido. Apenas puso un pie en la casa, el sonido del silencio que cubría la mansión le llamó la atención. No era que hubiera gran ruido siempre en la casa, sino que parecía como si ahora Harry tuviera dos enormes orejeras en los oídos, como las que la profesora Sprout les dio cuando estudiaron mandrágoras, hacia tanto tiempo.

Caminó hacia la puerta pero la imagen en la ventana lo hizo parar en seco. Tras los cristales se veía claramente como Draco estaba abriéndose paso hacia un carruaje. El miedo invadió al moreno, quien tragó una bocanada de aire y abrió la puerta bruscamente, haciendo estallar el jarrón de la mesilla de al lado.

Oía sus pasos resonar por el pasillo y el eco que rebotaba en cada pared. Llegó al recibidor de donde partían las escaleras y sin pensarlo, se precipitó hacia la puerta. Giró la manija haciéndola chocarse contra la pared al abrirla. La vista de la parte trasera del carruaje alejándose hacia la salida fue lo único que logró captar.

Salió furioso, sacando su varita del bolsillo y apuntando hacia el coche, ignorando olímpicamente los brazos desesperados que le jalaban de la túnica tratando de detenerlo. La última vez que lanzó esa maldición tuvo que cargar el cuerpo de un mortífago hasta San Mungo.

La explosión fue oída claramente mientras pedazos de madera quedaban esparcidos por todo el camino. Los caballos relinchaban aterrados y comenzaban a correr desapareciendo por los terrenos. Una vez que el polvo se hubo asentado, Harry distinguió una sombra negra que entraba a los árboles.

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Draco estaba sentado en el coche, oyendo como Minny lloraba y volviendo más y más difícil el hecho de irse. Su corazón palpitaba a mil por hora, sabiendo que Potter estaba en la mansión. No quería pensar el castigo de Minny si Potter se cruzaba con ella cuando él estuviera fuera de la mansión.

'Sal del coche'

Draco volteó a ambos lados. No había nadie más pero, sin embargo, una voz aguda acababa de decir aquellas palabras, muy bajito, como susurrándole al oído. El carruaje daba tumbos en el suelo y oyó el sonido de la puerta principal ser abierta sin ningún cuidado.

'SAL del coche'

Draco respiraba agitado. Aquella voz estaba ahí de nuevo. Apretó la capa alrededor suyo. Se acercó a la puerta del carruaje y cogió la manija, temblando y con el corazón en el puño.

'AHORA'

El sonido mismo de la voz, gritando dentro de su cabeza lo hizo salir disparado del coche, oyendo un estruendo enorme tras él. Algo le golpeó en la espalda, haciéndolo caer. Oyó como sus caballos se enloquecían y sus pasos alejarse del lugar donde estaba. Sintió su cuerpo estrellarse contra el suelo, y las piedritas pequeñas clavarse en las palmas de sus manos sin causar heridas.

Giró el rostro y vio que donde había estado su carruaje ahora yacían tablas rotas y tres ruedas en llamas. Una nube de polvo rodeaba el lugar. Con un sólo pensamiento en la cabeza se arrastró hacia los jardines, esperando poder perder a Potter dentro de estos. Con suerte llegaría al agujero y tal vez podría lograr que el Gryffindor cayera por él.

Se retiró el cabello sucio del rostro y trató de levantarse. Encorvado, debido al dolor que invadía cada músculo de su cuerpo, se precipitó hacia el bosque oyendo como nuevamente sonidos de botas llegaban hacia él por el camino de piedra.

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- Si Draco huye, quédate segura que tu cabeza colgará en la pared del comedor - amenazó Harry antes de correr hacia los jardines, dejando a la elfina en el umbral desesperada.

Había visto a Draco escabullirse por los árboles, y decidió entrar a los terrenos por el mismo lugar. Grandes árboles se abrían a sus lados, con hojas grandes y sumamente verdes sobre ellos. El terreno bajo él era de un verde absoluto, dando la impresión de tratarse de una alfombra. Pequeños arbustos y hierbas que Harry había visto en textos escolares crecían en todo lugar, conforme miraba a los lados.

No tuvo que dar muchos pasos para saber donde se encontraba Draco. El rubio aún seguía enfermo, y no llegaría muy lejos. Había visto sus dolorosos movimientos al subir al coche y la forma como su cuerpo estaba encorvado al entrar al jardín, si así se le podía llamar a tremendo terreno de árboles.

La espesura del lugar le hacía recordar al bosque prohibido en Hogwarts. Había estado ahí un par de veces y había aprendido a no dejarse engañar por ruidos ajenos a su búsqueda. A unos tres metros de distancia oía, o más bien sentía, la presencia del otro.

De un momento a otro, sintió como si su cuerpo hubiera sido sumergido en agua. Sus zapatos se embarraron de una sustancia viscosa que bajaba del tronco de uno de los árboles cerca. Unas flores violetas con tallos punzantes pendían sobre él, dando la impresión de dientes afilados cerrándose en su garganta. Apuró el paso.

Pronto, oyó el sonido inconfundible de un cuerpo cayendo contra otro. Había llegado a un claro donde árboles grandes y gruesos rodeaban un círculo de césped lleno de pequeñas bolitas amarillas. La luz se colaba entra las ramas, y fuera del círculo todo estaba en penumbras.

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Draco contenía sus ganas de parar y echarse a un lado o regresar a la mansión y al cálido cuidado de su elfina. Lo que había sido una molestia aguda ahora se había transformado en una tortura implacable. El dolor interno no era nada en comparación con la vergüenza de estar huyendo, pero era lo más fuerte en ese momento. El crujido de ramas bajo sus pies le aseguraba que Potter sabía donde se encontraba. Parecía que estuviera jugando con él. Como si gozara verlo de esta forma. Huyendo.

Llegó al Círculo Amarillo, como le llamaba cuando salía a buscar hierbas con su padre y Severus. Solían acampar aquí, o comer algunas cosas si se trataba de una salida corta. No tuvo tiempo de ponerse a recordar pues sintió la cercanía del otro y como pudo se acercó al árbol más antiguo que conocía. Una vez Lucius le dijo que ese árbol había sido plantado cuando él había nacido, y extrañamente tenía algo que reconfortaba a Draco cada vez que se acercaba a él. Sin cuidado, se desplomó contra el tronco maldiciendo su enfermedad y el maldito dolor que no le permitía moverse como debería.

Jadeaba mientras se agarraba el brazo izquierdo sobre el estómago. Mechones de cabello rubio caían sobre su frente de nuevo, dándole una apariencia desarreglada que no le gustaba en absoluto. Lo primero que haría cuando estuviera a salvo sería raparse la cabeza.

Miró hacia la izquierda y descubrió la línea de robles que solía usar para meditar. Las ramas ahora eran más altas y sería una hermosa vista la que tendría desde ahí arriba.

Pasos detrás de él llamaron su atención. Apretó una mano sobre su capa lo más que pudo, viendo lo inevitable acercarse. Potter sabía donde estaba y lo llamaba de una forma bastante infantil.

- Malfoy - canturreaba -, sal donde quiera que estés - repetía el Gryffindor con una voz burlona, como si se tratara de un juego para niños y Draco no tuviera más que cinco años.

Los pasos ligeros se acercaron a cada tronco, resonando en los oídos de Draco más y más fuerte. Trató de incorporarse para que Harry no lo encontrara tirado, pero le fue imposible. Una nueva ola de dolor lo atacó y esperó ahí sentado a que menguara. Cuando abrió los ojos, la sonrisa en unos ojos verdes frente a él hizo que su cólera se retorciera por dentro.

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Harry sonreía mirando al muchacho más pequeño tendido sobre la hierba. Draco respiraba agitadamente, el pecho subiendo y bajando descontrolado mientras miraba al moreno con el rostro contorsionado en una expresión de odio más profunda, pero a la vez, más débil.

- Gané - exclamó el moreno deleitándose con cada letra que salía de su garganta

Las sílabas llenaron los oídos del rubio y explotaron en su cabeza, trayendo imágenes casi olvidadas y de muchos años atrás, llenándolo de coraje. No contestó. En lugar de eso trató de incorporarse. Una sombra alada se dibujó frente a él. Syth había llegado.

- Malfoy - continuó Harry, ahora sin la sonrisa en el rostro -, no pensé que llegaría el día que huirías atemorizado de mí.

El Slytherin entrecerró los ojos y se puso completamente de pie, haciendo crujir las hojas secas bajos sus pies y captando la mirada horizontal del Gryffindor.

- Te gusta eso¿no Potter? - murmuró con ira contenida en las palabras -, te gusta verme segundo... ¡reducido en mi propio terreno! Te gusta el poder que ostentas - e hizo un gesto con los brazos burlón y lleno de rabia -. Te gustó sentirlo cuando me espiabas, te gustó mientras paseabas por MI mansión¡te gustó cuando TÚ me violaste! - y murmuró en un siseo lleno de furia -. Te gustó la humillación que sentí¿verdad, Potter?

Harry se quedó de una sola pieza. El otro muchacho había dicho todo aquello sin moverse del lugar donde había estado tendido y ahora sus uñas parecían clavarse en la palma de sus manos, robándoles el poco color que les quedaba. Harry podía distinguir claramente un grupo de lágrimas que trataban de abandonar las lagunas plateadas. Abrió la boca para hablar, pero la cólera lo invadía a él también y le nubló el cerebro, sintiendo una extraña sensación de haber sido acusado por algo que no había hecho.

- Nunca abusé de ti - respondió fríamente sin soltar la mirada del rubio.

Draco abrió los ojos con una mueca de incredulidad en el rostro. Un resoplido asombrado abandonó sus labios, como un jadeo, un intento de risa amarga abandonando su sistema.

- Nunca he hecho nada que no esté en mi poder - añadió el Gryffindor antes de que Draco pudiera contestarle.

Harry examinó como cada músculo del rostro más pálido se contorsionaba de cólera. La multitud de emociones mezcladas en los orbes grises.

- El poder para hacerlo no significa que es correcto - contestó mordaz el Slytherin -. Mi padre JAMÁS abusó de mí, y tenía más poder que tú - contestó el rubio lleno de cólera y mirándolo con un brillo asesino en los ojos.

Esta vez, Harry soltó una carcajada sin romper el contacto visual. El sonido era cruel, cortante y seco. Sin un pizca de humor, sólo malicia pura en cada tono.

- Tu padre te vendió para salvarse - contestó en un tono burlón como si le hablara a un niño de dos años, que aun no entiende las palabras -. Eso es más... despreciable

Harry se quedó ahí parado, esperando una respuesta airada y dolida, sintiendo el impacto que sus palabras habían hecho en el otro y tratando de no sentirse mal por el otro hombre, ocultando su sentimiento de culpa bajo una sonrisa que poco a poco se fue volviendo muy fingida como para mantenerla.

Mas la respuesta no llegó.

El rubio estaba inmóvil. Miraba al moreno tratando de leer su mirada, y las intenciones que en sus palabras ocultaba. El Gryffindor era cruel. Su padre lo amaba, no había duda, y Draco amaba a su padre. Había, tenía que haber, una excusa completamente razonable para lo que había sucedido...

Harry escaneaba de nuevo al Slytherin. Los ojos grises vagaban sobre él y no podían ocultar el dolor que aquellas palabras habían desatado internamente. Parecía como si el gris se hubiera vuelto invisible, y Harry podía leer las emociones de Draco en ese momento. Podía sentir la angustia que irradiaba de él, y el peso de una duda sobre su cabeza.

El otro chico parecía más pequeño y vulnerable que nunca, con las manos pálidas caídas a los lados, con pequeños puntitos rojos de sangre. La capa le colgaba en un hombro y revelaba una chompa verde debajo de esta. Estaba ojeroso debido a la enfermedad, y el cabello desarreglado y sucio debido a la caída. Tenía este aspecto desde la noche de la muerte de Anna, y era en cierta forma deprimente.

El Gryffindor se detuvo. Su mirada se centró en el rostro del rubio, donde una lágrima solitaria y cristalina resbalaba por su mejilla. Era una sola, en la cual se traslucía todo el dolor que luchaba por ser arrancado de su alma. Parecía tan llena de amargura, tan cargada de sufrimiento, que Harry la miraba maravillado de lo pequeña que era y el gran significado que tenía. De todas las lágrimas que Draco había derramado en su presencia, esta fue la única que lo hizo quebrarse por dentro y sentir el peso de sus acciones sobre sus hombros.

El Slytherin sintió una sensación extraña en su rostro y con el dorso de su mano, secó la lágrima. Pudo sentir cómo parecía haberse escapado sin su permiso y llenó de vergüenza apartó su mirada hacia los árboles que se abrían a su derecha. Tragó con dificultad y cerró los ojos. Alzó el rostro al cielo tratando de que el resto de lágrimas regresara a su sistema, y dejaran de atormentarlo con su debilidad.

Harry se acercó a él y le miró serio. Pudo notar cómo el otro temblaba, y sus labios nuevamente se estaban tornando morados. Sus pómulos tenía un tinte rosa a causa del frío y su piel parecía haberse vuelto más pálida, si eso era posible.

- Regresemos a la mansión - dijo con voz calmada.

- No - negó el rubio -. No, no voy a regresar - exclamó más fuerte, llenando su mirada de firme determinación y un brillo de terquedad.

- ¡Maldito seas, Malfoy¡Vas a morir de pulmonía aquí afuera! Tienes fiebre y puede empeorar si continúas con esta locura...

- ¿Ahora estoy loco! - respondió entre dientes y con los ojos entrecerrados, con tanta ironía derramándose sobre las palabras que las hacían densas.

- ¡Tampoco he dicho eso! - gritó exasperado el moreno, elevando las manos y regresando su mirada al rubio con impaciencia.

- No levantes la voz, Potter - siseó el Slytherin, aún inmóvil e impasible en su lugar.

- Malfoy¡deja de ser tan infantil y camina hacia la casa!

El otro lo miró largamente, con un gesto incrédulo en la cara y los músculos tensos. El pequeño espacio entre ellos se cerraba, liberando el aire cargado de tensión y creando un ambiente pesado.

- Deja de ordenarme - murmuró Draco casi sobre los labios de Harry, manteniendo ahora una máscara de calma y indiferencia perfecta.

Los ojos verdes vagaban con el ceño fruncido por el rostro del otro. La luz mortecina de la mañana se colaba por los árboles dejando ver las partículas de polvo flotar cerca de ellos. Estando a pocos centímetros de distancia, un cuerpo veloz e inadvertido por el moreno pasó muy rápido entre ellos, lanzándolo hacia atrás sin hacerlo caer.

Draco seguía quieto, con las manos ahora nuevamente caídas a los lados, siguiendo al animal con la vista hasta que se convirtió en una mota borrosa sobre sus cabezas. En ese momento, parecía una estatua irreal que encarcelaba un alma salvaje dentro de ella. El cuerpo esculpido a la perfección dejando que el viento jugara con sus cabellos y los bordes de la capa. Harry sintió un retortijón en el pecho.

Los ojos grises volvieron a él y un nudo se creó en su garganta, haciendo que el aire y sus palabras lo abandonaran sin el menor aviso. Fue como ser golpeado con un mazo de troll en el estómago y mantenerlo clavado ahí. La expresión limpia de Draco estaba de vuelta y ni una sola emoción se leía en su rostro.

- Regresemos - dijo después de una pausa. Luego añadió con toda la concentración que pudo hallar -, Minny debe estar preocupada.

Se adelantó y tomó la mano de Draco, pero este retiró la suya como si hubiera sido envuelta en llamas. Con una mueca avanzó empujando a Harry en el hombro, y se dirigió a la mansión tragándose los gemidos de dolor que trataban de abandonar su garganta. Harry lo miró antes de seguirlo con una pregunta en su cabeza: '¿Qué me está pasando?'

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Minny los había recibido entre sollozos histéricos y de inmediato Harry había sido expulsado del salón mientras la elfina veía si Draco tenía alguna herida grave en el cuerpo. Harry no creía que hubiera algo grave. El único momento en que el rubio había demostrado signos de dolor fue cuando, a unos dos metros del camino hacia la puerta, se detuvo.

El chico había mirado hacia todos lados y luego hacia arriba. Harry pudo distinguir cuando se tocó el pecho y se inclinó hacia delante, con una expresión de dolor en el rostro. Ya incorporado, el rubio había seguido el camino a la mansión.

Luego de un momento de preocupación se dio cuenta que no había sido dolor físico lo que acababa de expresar el rubio. Al levantar la mirada encontró la cápsula del cuarto de Draco sobre su cabeza. Irritado, Harry había seguido a Draco casi corriendo y lo había levantado en sus brazos a pesar de los gritos de este. De esta forma habían entrado a la casa y así fue como Minny los vio al regresar de la 'huida'.

Draco parecía bastante enfadado con él, y no era para menos. Estaba arrepentido de haber alzado a Draco en sus brazos por un arranque de celos absurdo, pero que podía hacer. Su carácter era impulsivo, y el hecho de que Draco tuviera el corazón amarrado a un cadáver no ayudaba en nada.

Minny se separó del sillón de terciopelo donde yacía el rubio, y desapareció murmurando algo como 'vendas'. Harry aprovechó ese momento y se adelantó hasta estar al lado de Draco. La mirada gris seguía cada uno de sus movimientos y no se despegó de él hasta que estuvo arrodillado al lado del sillón donde Draco yacía con la capa bajo él.

- ¿Qué quieres ahora, Potter?

- Nada, sólo... quería saber si...

- ¿Estoy bien? - se burló el rubio -. Creo que no necesitas estar tan cerca para averiguarlo

Harry se dio cuenta de la indirecta y con la frente fruncida se levantó alejándose unos pasos del sillón. La sala despedía destellos azules, a pesar de llamarse el Salón Rojo. Los tapices de las paredes tenían figuras antiguas y elegantes, de tonos plateados y dorados. Lo único rojo en el lugar eran las llamas que crepitaban e la chimenea.

Los muebles azules reflejaban las llamas en los hilos de oro que unían los bordes, y los cristales en los retratos llameaban junto a la chimenea. El fuego hacia el lugar aceptable, y creaba un gran contraste con el exterior. No era un cuarto grande, pero era lo suficientemente espacioso como para tener una cómoda sala de estar y varias mesitas laterales con libros y más fotografías sobre ellas. Harry hizo una nota mental de preguntarle alguna vez a Draco el porqué de tantas fotografías.

Se concentró de nuevo en el rubio, que aún estaba acostado en el sofá, pero ahora miraba la ventana frente a su cabeza. Tenía una mirada melancólica y derrotada en el rostro, y algo extraño brillaba en sus ojos. Estaba seguro que no se trataba de lágrimas, pero algo más fuerte que se movía dentro de él.

- ¿Por qué lo hiciste?

Draco se rió, y hubiera parecido que realmente le hacía gracia si luego no se hubiera volteado hacia Harry para decirle con el tono más frío que halló en su repertorio:

- Por ti

Harry pudo sentir como esta vez su interior hacia el mismo sonido que las ramas crujiendo bajo sus pies en los terrenos. Draco miraba la ventana nuevamente, perdiéndose en las formas del exterior.

- ¿Realmente me odias tanto? - preguntó anhelando que el rubio al menos, no contestara.

- Más de lo que te imaginas - fue la respuesta que recibió, sin titubeos y con el tono más claro que podría haber recibido.

Harry abrió la boca para hablar pero el labio inferior le temblaba. Miró al rubio, deseando que este lo mirara en ese momento. Podía sentir la aprensión entre los dos, el ambiente denso y las paredes cerrándose sobre ello. Pero lo más fastidioso era la roca que Harry tenía en el estómago.

- Pero... pero en el bosque, cuando... - más fue interrumpido.

Un sonido le hizo saltar y voltear el rostro, al mismo tiempo que el rubio, hacia la fuente del estruendo.

Debido al polvo, no reconoció lo que era. Una figura grande y negra se abría camino mientas las llamas de la chimenea se recortaban tras ella. En segundos, Severus Snape los miraba con ojos desorbitados y las cejas completamente unidas, dando la impresión de que acababa de ver a Voldemort renacer de su tumba.

'Maldita sea...'

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Chapter Summary: (17 de Marzo) Donde Harry se instala, Minny ayuda a Draco en sus planes, Harry va al Ministerio, se frustra el escape, y Severus Snape hace su aparición.

GaB

Modificado el Viernes 30 de Diciembre, 2005

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