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DISCLAIMER: Los personajes conocidos son de Rowling, los que no son conocidos y la trama son míos.

AVISO: slash (relaciones homosexuales) y temas para adultos (violación, sexo, violencia, lenguaje cuestionable, auto mutilación, asesinato, depresión. La mayoría tratados en capítulos anteriores, así que ya deben de saber). Si no puedes manejarlo, presiona atrás porque no me gusta recibir comentarios destructivos. Gracias.

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Título: Propiedad Privada

Autora: GaBo0

Parejas: HarryDraco, Snape, Blaise

Rating: M

Summary: Slash. Han pasado tres años desde que Harry salió de Hogwarts y ahora ha atrapado a la mano derecha de Voldemort... ¿qué pasa cuando esta le hace una propuesta que no podrá rechazar?

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Propiedad Privada

By GaBo0

CAPITULO 11: Tempestad Inesperada

Los rayos del sol comenzaban a desaparecer, dejando la habitación en sombras. Ya hacía rato que Draco había terminado de comer, dejando casi medio almuerzo sin probar siquiera. Snape lo miraba mientras dormía nuevamente sobre las almohadas. Un estremecimiento del rubio lo alertó, sacándolo de su letargo y olvidando los pensamientos vagabundos que rondaban su cabeza. Un gemido escapó los labios del rubio antes de removerse sobre las sábanas y abrir los ojos lentamente.

La mirada gris se posó en Snape de forma cálida, mientras se incorporaba un poco sobre el colchón y se arreglaba los cabellos que le caían sobre el rostro. Snape observaba sus movimientos, contento de que el rubio no tuviera señas de su anterior debilidad.

- Ya estás mejor – exclamó aliviado observando a su alumno inspeccionar sus manos de la misma forma que siempre hacía al despertar

- Me siento mejor – contestó despreocupado terminando su actividad anterior.

El rubio se había quedado inmóvil, con las manos sobre su regazo, respirando pausadamente, como sumergido en profundas meditaciones. Snape frunció un poco el ceño, acercándose un poco a su alumno. Draco se sobresaltó antes de sonreírle cariñosamente, dejando al descubierto su blanca dentadura.

- Gracias por estar aquí, Severus – murmuró mientras tomaba una de las manos de su profesor entre las suyas.

El corazón de Snape daba tumbos sobre su pecho. Trato de no sonreír, pero le fue imposible. Su mano libre se elevó hasta acariciar los cabellos del muchacho, despeinándolo más de lo que ya estaba. Luego se acercó a su rostro y depositó un beso en su frente.

- Sabes que siempre podrás contar conmigo, Draconis – contestó serio, pero en un tono amoroso que no logró disimular del todo.

Draco soltó una risa breve sin borrar la sonrisa de su rostro. Luego tiró la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos inhaló una gran bocanada de aire para luego vaciar su cuerpo de todo el oxígeno.

- Hacía tiempo que no me llamabas así… - susurro mientras nuevamente miraba a Severus moviendo su pulgar sobre la palma de la mano de su profesor en un gesto sumamente familiar.

- Hace mucho tiempo que no hacemos muchas cosas, Draco – contestó Snape, retirando suavemente su mano y dirigiéndose hacia la pared al lado de la puerta con andar apesadumbrado.

El menor ladeó la cabeza, sin entender lo que a su profesor, hasta que la habitación se iluminó con la misma luz verdosa de siempre. Suspiró, recostándose nuevamente sobre las almohadas, pensando como era que Snape podía ocultar su verdadera personalidad de las demás personas tan bien. Un arte que seguramente había aprendido desde muy pequeño.

Al igual que él.

Algo frío le comenzó a fastidiar en el pecho, dándole escalofríos por toda esa zona. Extrañado llevó sus manos hacia ese lugar y descubrió una cadenita muy delgada que colgaba de su cuello. La sacó con cuidado, sorprendiéndose al ver qué era lo que colgaba de ella.

La cruz de su abuela reflejaba la luz de la habitación, tornándose de un plateado con tonos verdes. Las runas grabadas eran un misterio para él, aunque jamás lo admitió ante su abuela. Ella siempre había dicho que debería de estudiar esa clase de escrituras pues en ellas se escondían los misterios del universo.

Un tema demasiado filosófico para su gusto.

Jamás supo lo que ellas significaban así como jamás supo que era lo que decía en los cristales del piso inferior de la mansión. Por suerte, esos grabados solo rodeaban esa parte del lugar. Le molestaba sobremanera el hecho de ser ignorante de algo tan característico de su propio hogar.

- La vi mientras dormías – le llegó la voz de su padrino sacándolo de sus pensamientos -. Pensé que no te haría daño usarla

No contestó. En vez de eso continuó mirando la joya que descansaba entre sus dedos, intentando leer algo que sabia era imposible para él. Tal vez sí debió de haber tomado Runas Antiguas en la escuela...

- Aunque si te molesta…

- No – le interrumpió mirándolo con alarma -. No quiero sacármela – terminó bajo la mirada extrañada de Severus, que había tomado nuevamente su lugar al lado de la cama.

Colocó la cruz nuevamente dentro de sus ropas y se volteó, haciendo ademán de levantarse. Severus lo miró alarmado y le tomó de los hombros. La mirada firme de Draco le informó que con o sin su consentimiento se levantaría de esa cama, así que prefirió dejarlo. En un momento en el que Draco vaciló al ponerse de pie, Severus lo tomó de la cintura.

- Puedo caminar solo… - contestó el joven con una mueca de dolor en la boca.

Se acomodó una de los mechones negros de su rostro, soltando poco a poco a Draco. Cuando parecía que el rubio podría avanzar por su cuenta, un quejido ahogado lo traicionó y sus piernas le fallaron. Con una mano se apoyó en la cama mientras que con la otra se cogía fuertemente del hombro de Severus.

La respiración de Draco era superficial, tratando de recuperar las fuerzas que lo habían abandonado. Maldijo en voz baja por haber sido derrotado por el dolor nuevamente. Detestaba cada minuto que pasaba sin poder hacer las cosas por sí solo. Nunca le había gustado depender tanto de alguien, y se mofaba de los que lo hacían. Era patético verse en esa situación.

- Tranquilo, Draco. ¿A dónde querías ir?

- Baño – contestó rápidamente, temiendo que si abría la boca por más tiempo otro quejido se escapara de su garganta.

Sin esperarlo, Draco sintió como Severus lo hacía avanzar hacia la pared al lado de la chimenea. Las piedras de ésta desaparecían, como una cascada borrosa producto de la imaginación. El baño de mármol estaba iluminado, completamente blanco, haciendo un notorio contraste contra el resto de la habitación. El espejo de enfrente los recibió, reflejando ambos rostros. Uno preocupado y el otro adolorido.

Los hincones en sus piernas habían vuelto, sintiendo como las heridas parecían no haber sanado del todo. Ya deberían de estar curadas… ya no debería de haber dolor.

- Llamaré a Minny para que te ayude a darte el baño¿está bien? – preguntó el adulto mientras depositaba a Draco sobre el lavabo y desabrochaba su capa.

El rubio asintió, apoyado sobre sus manos en el mármol. Sus pies colgaban del mueble, chocando contra las piernas del otro. La capa fue desprendida y tuvo que elevarse un poco para que Severus la retirara. Le extrañó que Severus no la hubiera retirado antes de mandarlo a dormir, y mas aún que él no hubiera notado que la llevaba puesta.

- Severus…– murmuró Draco, haciendo que la cabeza del profesor se levantara bruscamente, quedando las miradas a pocos centímetros – no te vayas

- Estaré aquí afuera – contestó el profesor con algo de extrañeza, puesto que Draco era muy exigente con su privacidad -. Minny estará contigo, si eso te hace sentir mejor – añadió de forma reconfortante.

El rubio bajó la mirada y nuevamente asintió. Severus llamó a la elfina y en menos de un segundo la criatura apareció en la puerta con una reverencia algo exagerada para el adulto. Parecía tenerle un poco de aprensión, no tanta como la que le guardaba a Harry, pero definitivamente había algo en la forma en que corría siempre que le veía

- Dale un baño a Draco. Ningún Malfoy puede andar así – comentó recibiendo un golpe juguetón del muchacho -. Y por favor, lávale bien el cabello… cualquiera diría que es gris.

Draco le dirigió una mirada indignada y divertida antes de que las piedras nuevamente se solidificaran y la figura de Severus desapareciera tras ella. Minny había abierto las llaves de la tina. El agua caliente emanaba un poco de vapor, empañando el espejo. Volteó a verse en el espejo y pasó una mano por encima. Su cabello no se veía gris… al menos, no mucho.

Con un resoplido se bajó del lavatorio y se apoyó contra la pared al ver que no podría sostenerse por mucho tiempo. Minny se acercó a él y después de un asentimiento lanzó un hechizo deshaciéndose de la ropa del rubio, que se dobló ordenadamente sobre el lavatorio.

Después de otro hechizo, el rubio fue depositado en la bañera. El agua le cubría hasta los hombros y trajo una sensación de relajación a todo su cuerpo, junto a una de dejavú que se coló en su cabeza. Vio como la espuma cubría la superficie líquida y su cuerpo desaparecía completamente.

Dos manos pequeñas se enredaban en su cabello, llenando su cabeza de espuma mientras que chorros de agua caían sobre ella. Cerró los ojos sintiendo como todo lo demás desaparecía de su cuerpo y se relajaba completamente. Minny lo observaba con sus ojos amarillentos, con una sonrisa dulce en su rostro.

- Amo Malfoy, señor… la llegada del amo Snape le ha hecho bien, señor – exclamó mientras seguía enjuagando el cabello rubio

Un asentimiento pausado fue lo que recibió por respuesta. Gracias a un hechizo, la temperatura del agua no bajaba, pero la elfina podía sentir a Draco temblando ligeramente. Sus dedos estaban arrugados, y parecía dormido. Minny rió calladamente con la vista. El amo Draco casi siempre se quedaba dormido cuando le lavaba el cabello de esa forma. Cuando era muy pequeño, y la señora Narcisa no quería hacerse cargo de aquello, la elfina siempre se había ocupado de esa clase de cosas. Y Draco jamás había protestado.

Un grito del exterior le llamó la atención pero no hizo caso. Luego todo se volvió silencio nuevamente, ahogando el resto de sonidos con la caída del agua.

Le tocó el hombro levemente, logrando que los ojos grises despertaran y la miraran con una sonrisa suspirando. Levantó los brazos y los colocó a los lados de la bañera.

- Gracias, Minny. De verdad – dijo el rubio mirándola a los ojos.

Un rubor casi invisible se creo en las mejillas de la criatura, haciéndola curvar sus labios levemente hacia arriba. Luego, una sombra cruzó por su mirada mientras su semblante cambiaba.

- ¿Qué pasa? – preguntó Draco al ver aquel cambio, frunciendo el ceño.

- El otro hombre, señor. El joven de cabello negro… ha estado en la mansión por mucho tiempo, señor – exclamo Minny algo temerosa, y mirando con vergüenza al muchacho frente a ella.

Draco resopló molesto, dirigiendo su mirada hacia la pared de enfrente. Luego, sintió como nuevamente Minny enjuagaba su cabello y le tendía unas toallas blancas y suaves. Con su ayuda logró ponerse de pie, notando algunas heridas aun en sus piernas, sobre todo en la parte interna. Delgadas líneas rojas nacaradas se dibujaban en su piel blanca.

Caminando hacia la puerta se volvió a la elfina y con una mirada firme y a la vez dulce dijo

- No será por mucho tiempo. Severus me ayudara con eso.

No oyó a le elfina murmurar algo muy bajo, con las mejillas encendidas y una mirada con un ligero toque de cólera

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Luego de que la entrada al baño quedara oculta nuevamente, Severus se sintió tranquilo para poder observar mejor el dormitorio de su alumno. Draco no había cambiado demasiado la decoración desde la última vez que había estado en ese cuarto. Y eso había sido hace mucho tiempo. La mayoría de visitas se limitaban al comedor principal, el estudio o los jardines, pero a los dormitorios no subía hacia mucho. No que lo necesitara tampoco.

Lo que sí había cambiado eran las fotografías. Había muchas más agregadas a la gran colección. En un par de ellas aparecía Severus con Lucius, pero en la gran mayoría salía Draco con sus amigos y compañeros de curso.

La foto que le llamó más la atención fue una donde salían Draco y Blaise en el viaje que hicieron a Roma. Fue para celebrar el cumpleaños del padrino de Blaise, que lo había invitado a pasar unas semanas en aquella ciudad. Zabini había invitado a Draco para acompañarlo.

El slytherin había regresado bastante contento de ese viaje. Después de todo, era la primera vez que gente fuera del colegio y conocidos más cercanos se enteraban de su relación como algo serio. Si no se equivocaba, el viaje fue a mediados de su séptimo año. Cuando las cosas iban bien.

Se acercó a una de las fotos cercanas. Parecía haber sido mal tomada y, sin embargo, era perfecta al recordarle exactamente cómo lucía el cielo en el momento en que fue tomada. Los tintes morados y celestes se mezclaban con diferentes tonos de rosa y anaranjado. El agua brillaba ocultando la oscuridad de sus profundidades, mientras la arena blanca contrastaba notoriamente contra todo lo que lo rodeaba. Y ahí, al centro de la imagen, una gran raya roja que expandía sus colores deformados se extendía por toda la fotografía.

Extraño que Draco la conservara.

Ese día no había sido más que otro cumpleaños. Y aunque ese día había sido memorable, la foto estaba malograda, y sólo mostraba un paisaje. No tenia ni idea de porqué la había colocado en la pared.

Aunque a veces Draco tiene unas ideas extrañas

Sólo con pensar sobre su propósito de ofrecerles un contrato a los elfos domésticos para ayudarles a tener más libertades les daría una idea sobre las ocurrencias del Malfoy. A veces, sus ideas eran extrañas. Ningún mago de sangre pura haría una cosa así, y a veces Severus creía que era por eso que Draco las hacía.

Ningún mago de sangre pura viajaría miles de kilómetros para sacar fotografías de monumentos muggles, ni mucho menos practicar sus peligrosos deportes. Pero Draco no era cualquier mago, nunca lo había sido.

Con un suspiro se alejó de la pared, dirigiéndose a la puerta. Su estomago había gruñido mientras observaba las fotografías. Las cocinas no quedaban muy lejos, y no se tardaría mucho yendo y viniendo. Draco no habría salido aún de la ducha. No se daría cuenta de su levísima negligencia, al fin y al cabo probablemente estaría dormido en la bañera.

Las puertas de madera se abrieron de par en par, dando paso al recibidor sin iluminación fuera del cuarto. La puerta de enfrente estaba cerrada y la alfombra bajo sus pies se encontraba extrañamente arrugada. Miró con el entrecejo fruncido alrededor pero no pudo encontrar nada extraño.

Se dio la vuelta y cerró la puerta. Avanzó hacia la escalera, preguntándose si aun recordaría el camino hacia las cocinas. Sería más fácil llamar a alguno de los elfos pero extrañamente prefería ir él mismo. A parte de Minny, los elfos de esa mansión eran bastante tontos. Al igual que toda esa especie, no pensaban por sí mismos ni tenían capacidad alguna de decisión. No era malo, pero sí irritante.

Llegó al primer piso, con la puerta de cristal frente a él y la mesa con el arreglo de flores al centro. Extrañado, avanzó hacia las flores que sobresalían en aquella estancia tranquila. Las plantas eran negras. Rosas negras. Tan oscuras como jamás había visto. Especimenes extraños, cuidadosamente arreglados con un hechizo sobre ellas. Los pétalos oscuros eran delineados por una delgadísima línea púrpura, y en el centro el dibujo de lo que parecía una estrella resaltaba.

Luego de contemplarlas un buen rato, el hechizo se rompió y se separó del arreglo. Sacudió la cabeza como quien regresa de un sueño profundo y, consternado, avanzó hacia la abertura detrás de él. Los vitrales grabados se extendían a su izquierda y derecha después de haber atravesado el pasillo. El inmenso jardín con piscina se veían a través del cristal.

Dobló hacia la derecha, pasando las yemas de los dedos imperceptiblemente por el encantamiento tallado en el cristal. Era tan antiguo que ya no recordaba si la historia que su padre (o abuelo) le había contado sobre él era cierta.

El pasillo desembocaba a otro salón. Los muebles antiguos en el centro se veían oscuros debido a que las ventanas no estaban abiertas. Atravesó la estancia, pasando otro umbral y entrando a otro salón. Cuarto por cuarto, umbral por umbral, fue recorriendo un camino que solo él podría encontrar. La mansión, con sus bajadas y subidas era un lugar peligroso para andar si no conocías, o si no tenias prisa por salir.

La luz que se colaba por algunas ventanas formaba tiras amarillas que chocaban contra el suelo, dejando al descubierto pequeñas partículas de polvo en los salones inmaculados. Finalmente, un último pasillo y un último salón. Caminó hacia la izquierda, topándose con una bifurcación.

Avanzó hacia la derecha y se detuvo frente al cuadro de un hombre alto y pálido, con ojos azules profundos y cabello platinado largo que se encontraba vuelto hacia el lado. El retrato casi no se movía mas se podía percibir la respiración de la imagen, y los ojos azules clavados en él.

Tomó aire para hablar pero un rayo de luz cruzó por delante. En medio de la oscuridad, a unas tres puestas más allá, una habitación era iluminada. La luz amarillenta caía sobre el tapiz color vino que forraba el suelo de ese lado de la mansión. La pared del otro lado no llegaba a ser tocada por la luz pero parecía de un color más claro que el resto del espacio.

Con una expresión de curiosidad y extrañeza en el rostro, juntando sus espesas cejas negras, se adelantó hacia esa puerta. Su espalda se encontraba recostada contra la pared, y el marco de la puerta sobresalía ligeramente del resto del lugar. El olor a incienso se enredaba en el aire y se colaba por su nariz.

Empuñó su varita y miró hacía adentro. La estancia estaba vacía y la luz provenía de velas colocadas alrededor de todo el cuarto. Una leve nube de humo cubría la estancia. Al centro, se levantaba un bloque de piedra que estaba cubierto hasta la mitad por una tela blanca, completamente inmaculada. Sobre éste, un cajón de madera delgada y pulida descansada con media tapa abierta.

Se acercó temeroso, sintiendo una ansiedad no experimentada hacia mucho tiempo. Miró a los costados y ligeramente hacia atrás, como si estuviera penetrando en un lugar sagrado y pudiera ser castigado de ser descubierto. Se adelantó hasta el cajón y observó el rostro de la persona dentro de él.

Parecía estar durmiendo. Una sonrisa casi inexistente transformaba su rostro, completamente pálido y apacible. Los cabellos castaños estaban finamente arreglados sobre la almohadilla de felpa que habían colocado detrás de su nuca. Los párpados caían completamente, negando la vista de los ojos verdes que solían estar tan despiertos.

Las lágrimas amenazaron con salir. Extendió una mano para tocar el rostro de la chica pero no pudo. Hacía no mucho, menos de tres días, la había visto contenta de regresar a la mansión y luego nerviosa por la actitud que Draco podría adoptar. La había visto saltar de la ansiedad y llorar de incertidumbre. Despedirse de los niños del refugio y sonreírle en agradecimiento. Y ahora yacía aquí, imperturbable, en el sueño eterno al que todos llegaríamos algún día.

Había sido demasiado en tan poco tiempo. No era posible que Anna estuviera muerta. Aquella chica no podía morir así, de la nada. No había podido morir en tan poco tiempo, teniendo tanta vida aún por disfrutar. ¿Acaso Draco lo había llamado por eso¿Su enfermedad estaría relacionada con aquello¿Qué tanto tenia que ver Potter con todo? Mucho más de lo que aparentaba, eso era seguro.

Aquel muchacho solo había llegado a malograr sus vidas en Hogwarts, y ahora las destruía fuera de la escuela.

Se alejó del ataúd como asustado. Completamente aturdido se llevó las manos a la boca, temblando mientras se arreglaba el cabello nerviosamente. Luego, se acercó nuevamente al cajón y se reclinó sobre él. El rostro seguía impasible, hecho de porcelana con un extraño pigmento en los labios. La ropa de la muchacha era extraña para un velatorio. El cadáver, o al menos lo que se podía ver pues la tapa sólo se abría hasta los hombros, llevaba puesto un vestido amarrado al cuello de color plateado. Extraño atuendo para un muerto.

Nuevamente, un escalofrió lo recorrió y se hizo para atrás chocando contra la pared y pisando una vela, que por suerte no se prendió sobre sus ropas. Respiraba agitado, recostado contra la pared y nuevamente con los ojos abiertos desmesuradamente. Se incorporó y caminó hacia el umbral tratando de calmarse, repitiéndose que no había nada que temer. Colocó una mano en el marco y antes de salir murmuró

- Traeré a Draco lo antes posible, lo prometo.

Luego, salió del cuarto caminando nuevamente por el pasillo. Los salones pasaban y pasaban junto a sus diferentes colores y decoraciones, olores e iluminación, mas la sensación de hielo en cada célula no se iba. Respiraba y salía vapor de su boca, las manos en los bolsillos no lograban calentarse. Los cabellos de su nuca aun estaban erizados, y aún así se sentía relajado. Completamente en paz, pero muy frío.

Llegó al recibidor de la puerta principal. Las escaleras parecían haber aumentado el número de escalones. La salita del piso superior parecía haberse oscurecido. Su estomago volvió a rugir, habiendo olvidado su propósito al encontrar aquel velatorio improvisado. Aun sentía hambre, después de todo no había cenado, ni Draco tampoco. Pensó en regresar, pero ya se le había hecho tarde. Tendría que mandar a Minny después de todo.

El frío fue desapareciendo, junto a su paz artificial. Con cada paso que daba su cuerpo se tensaba sin poder explicárselo, y a la vez apresuraba el paso sabiendo que Draco probablemente ya había salido de la ducha. Llegó a la mitad del recibidor.

Dentro de la habitación se escuchaban gritos.

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Suspiró antes de hacer desaparecer las piedras. Minny aún se encontraba detrás de él mirando al suelo. Se volteó hacia ella algo extrañado pero luego miró la habitación. Las llamas de la chimenea se delineaban en el hueco oscuro haciendo que los postes de la cama se extendieran contra la pared proyectada. Garras oscuras sobre la oscuridad.

- Minny, Severus no está en el cuarto

La elfina levantó el rostro y lo miró entre preocupada y extrañada. Luego, los ojos grises volvieron a la criatura con el entrecejo fruncido.

- Necesito que lo busques y lo traigas, por favor – le indicó.

Minny asintió y con un leve plop desapareció de su lado, dejando una pequeña nube de polvo donde antes había estado parada. El cuarto era iluminado por la luz artificial, más los bordes permanecían en sombras. Su cama, completamente oculta en la oscuridad, sólo dejaba ver la madera brillante frente a la chimenea.

Acomodándose la toalla avanzó hacia su habitación. Llego al otro lado, la pared llena de fotografías, que desaparecieron apenas murmuró el hechizo que dio paso a su armario. Sacó unos pantalones sueltos negros con un suéter azul oscuro. Dejó que la toalla se resbalara, sintiendo el aire frío bañar cada trozo de piel mientras un ligero temblor lo recorría.

Subió los pantalones y levanto el suéter. Camino hacia la chimenea para acomodar la leña pues se estaba apagando mientras se colocaba bien la chompa. Este recorrido le pareció eterno, pero se encontraba contento de haberlo podido realizar. Apenas llegara Severus le enseñaría como ahora no necesitaba su ayuda para caminar. Y luego le agradecería a Minny por su ayuda.

A pesar de no habérsela pedido.

La suave tela cayó sobre su torso, acomodándose a cada curva y cubriéndolo lentamente. Los cabellos húmedos caían sobre sus ojos, mientras los pies aun los llevaba desnudos. Se colocó frente a la chimenea mientras contemplaba las llamas pensando en Severus y qué podría estar haciendo fuera cuando le dijo que esperaría en su cuarto. Le había pedido especialmente que no se fuera y este le había dicho que se quedaría.

- Draco

El sobresalto lo hizo darse la vuelta y golpearse contra el borde superior de la chimenea. Ahí, en su cama, una sombra negra se encontraba cómodamente sentada mientras lo observaba. Vio como la silueta de otro hombre se acercaba a él mientras se colocaba contra la pared. Talvez podría ingresar al baño y quedarse ahí adentro hasta que Severus llegara.

- No huyas, Draco – le dijo

Tal vez no. Resopló ofendido. Un Malfoy nunca huía de nada. Elevó el rostro arrogante mientras sus dedos se cerraban sobre el borde de su suéter con fuerza, arrugando la tela bajo su piel.

- Tenemos que hablar

Harry había observado al rubio mientras salía del baño y se cambiaba de ropa. Había pretendido detenerlo pero la visión de aquel Adonis lo había hipnotizado, inmovilizándolo e impidiéndole llevar a cabo sus planes. Podía ver cómo los ojos grises habían adquirido una mirada defensiva, y los músculos se tensaban bajo la ropa.

- No tenemos nada de que hablar – contesto fríamente mientras acomodaba su peso en ambos pies y una de sus manos se apoyaba en la pared detrás de él.

- Sólo quiero disculparme – contestó Harry sinceramente, fijando su mirada verde sobre el otro muchacho.

Se veía tan hermoso mientras estaba molesto, completamente vulnerable y aun conservando su abollada dignidad. Los retazos de orgullo que podía reunir.

- Tus disculpas no cambiaran el pasado, Potter – escupió con ira mientras entrecerraba los ojos -. Ni me interesan, ni las necesito.

Suspiró y se enderezó, llegando a ser unos centímetros más alto que el rubio. Pequeños puntos de luz brillaban en el cabello platinado mientras que una gota rebelde bajaba por su cuello hasta perderse dentro del suéter.

- No he podido decírtelo pero es verdad que eso no era lo que tenía planeado. No era…

- ¡Pero fue lo que hiciste! – grito el rubio, adelantándose a un golpe, o un beso, de distancia -. ¡Fue lo que hiciste, maldita sea! Y eso nadie lo va a cambiar¿entiendes¡NADIE!

Los labios frenéticos del rubio se movían frente a él, liberando la cólera que sentía hacia el en ese momento. La piel pálida de las mejillas había tomado un color rosa a causa de la excitación. Parecía bastante perturbado frente al hecho de no poder enfrascarse en una pelea, y tener todas las ganas de hacerlo archivadas en su sistema.

- No tienes porque…

- ¡Claro que sí! – explotó el rubio -. ¡Claro que tengo, y todo el derecho, de ponerme así! No eres nadie¿entiendes? No deberías de estar aquí… ¡quiero que te largues! Esta sigue siendo MI casa, y no soporto TU presencia. ¡Quiero que te largues¡Quiero que te mueras, Potter!

- ¡Cállate! – contestó alzando su voz muchos mas fuerte que la del rubio mientras la palma de su mano chocaba contra la mejilla de Draco.

El otro muchacho calló abruptamente, haciéndose hacia atrás y chocando contra la pared de piedra. El tiempo parecía haberse congelado. El leve viento que entraba por un pedazo de ventana les mandaba escalofríos por todo el cuerpo. La luz parecía haber temblado, formando sombras extrañas en sus rostros, deformando las expresiones plantadas en ellos.

- Vete de aquí – susurró Draco mientras se adelantaba mirando a la cama.

- No – respondió Harry jalándolo del brazo, a lo que el rubio abrió los ojos y su respiración se agitó -. Vine aquí para pedirte disculpas…

- Y ya lo hiciste – corto fríamente el slytherin.

- ¡Pero quiero ser perdonado!

Draco le dirigió una mirada molesta y llena de incredulidad. Aquello era demasiado gryffindor para tomarlo en serio. Se soltó del agarre en su brazo y puso la mayor distancia que el otro permitía entre los dos. No podría pelear en ese momento. Sería suicidio siquiera intentarlo. El moreno se iría… tenia que hacerlo.

- Eres todo un gryffindor…

- ¡Maldita sea! Vengo a pedirte disculpas… y no solo por estos días sino por todo… todas las veces que te hice algo, que respondí a tus provocaciones, cuando hablé mal de ti y me reí frente a tu desgracia. ¡Quiero que dejemos de ser enemigos, Malfoy!

Harry tiraba los brazos en el aire, mientras miraba con los ojos rojos a Draco, esperando una respuesta concreta sobre eso. Estaba harto de las pelas, los gritos, insultos y golpes. Estaba harto de la rabia y el rencor entre ellos, pues ahora estaban a mano. Harry ahora había cobrado todo lo que Draco le había hecho a él y a sus amigos durante su estancia en Hogwarts. Ahora podían estar en paz.

- Sólo quiero un poco de paz… - termino casi en un susurro mientras buscaba la mirada plateada del rubio.

El otro lo miró y casi pudo leer la respuesta en esa mirada. Una mano pálida se elevó, apartando un mechón dorado de su rostro y llevándolo hacia atrás.

- Es imposible. Yo te odio.

Las palabras se hundieron dentro de él hasta mezclarse dentro de su sistema. Una profunda tristeza lo invadió, llevándolo al borde de las lágrimas. Aquella confesión previamente conocida había sido mucho más difícil de asimilar una vez que la escuchó salir de los labios del rubio. Siempre se había sobrentendido la rabia entre ellos, pero aquella declaración hacia su aparición recién ahora.

Y después…

Después no pudo explicar porqué, toda la tristeza y desesperación que lo llenaba se transformó en cólera. Rabia al ver que ese hombre lo rechazaba. Al saberse herido y odiado. Al ver que no lo quería, que la única persona que le importaba lo despreciaba, sin oportunidad de cambiarlo. Al saberse detestado

- No es justo – exclamó -. ¡No es justo! – gritó esta vez -. Vine a pedirte disculpas, Malfoy. No sé qué es lo que quieres. Ya te explique que no era lo que debía suceder. Nunca intente abusar de ti… ¡nunca planee violarte! – grito viendo como los ojos grises se endurecían dolorosamente.

Luego, el sonido de algo golpeando fuertemente la piedra. Se dio la vuelta y vio como un hombre mayor de cabellos negros avanzaba hacia él, con una mirada asesina y su varita en mano. De pronto, su cuerpo volaba hacia el otro lado de la alfombra, lejos de Draco y de frente al suelo.

Elevó la mirada, viendo como Snape venía nuevamente sobre él. Fue levantado por el cuello de la camisa y pudo ver sobre el hombro al otro slytherin con una expresión de dolor y rabia en el rostro, tan nítida e inconfundible que nuevamente la tristeza lo invadió junto al dolor en cada célula.

- ¿Qué fue lo que dijiste, Potter! – exclamó derramando cólera en cada palabra, con el puño aún cerrado sobre la camisa del menor -. Más vale que haya escuchado mal…

Olas de algo parecido al placer lo recorría, sólo que esta vez era diferente. No lo satisfacía, simplemente lo vaciaba más. Su puño quería adelantarse y estrechar la garganta del muchacho. Los ojos verdes debían de ser extraídos de sus cuencas para que jamás pudieran contemplar de nuevo la figura delgada detrás de él. Y aun así, lo único que hacia era contemplarlo con todo el odio posible, toda su voluntad en este propósito.

Los gritos que había oído desde el pasillo habían sido incomprensibles primero. Luego, el silencio, seguido de una ola de gritos. Su puño había conectado con la madera al oír la confesión de Potter. Un crimen oculto, revelado debido a una coincidencia. Aunque no estaba seguro si prefería saberlo o deseaba retroceder el tiempo y seguir con la duda.

Estaba seguro que gotas de sudor habían aparecido en su rostro y que sus pómulos estaban rojos en ese momento. Podía sentir su propio odio calentar su piel, sus cabellos pegados incómodamente a su nuca. Y esos espasmos de rabia recorriéndolo de arriba abajo, haciendo temblar sus brazos y dilatando su nariz.

Un remolino de odio que hacia que su cabeza pulsara, como si su cráneo fuera a reventar por alguna clase de presión invisible sobre él. Sus ojos le ardían mientras que algo extraño se había formado en su garganta. Las ganas de gritar y llorar y golpear y gritar de nuevo.

Su boca estaba curvada de forma aterradora, mirando con las cejas arqueadas al muchacho frente suyo, que aun se debatía por respirar con la presión en su cuello. Respirando bruscamente avanzó y lo estampó contra la pared con un golpe audible y bastante rudo.

- ¿Eso es lo que viniste a hacer a la mansión¡El chico de oro… el niño maravilla… el salvador del mundo mágico! – enumeró con sorna sin gracia, odio sin compasión -. ¿Eso viniste a hacer¿Aparecer y arruinar nuestras vidas¿Aun crees que el mundo esta a tus pies, Potter!

Gritó mientras sus puños chocaban contra el estómago del chico haciéndolo caer al suelo sosteniéndose el vientre. Luego lo levantó y colocó una mano alrededor de su cuello.

Los ojos verdes lo miraban alarmado, sin haberlo visto antes así de molesto. Una llama de cólera se encendía detrás de las irises negras, volviendo su rostro amenazante y si un rasgo de la ternura con la que había visto tratar a Draco.

Un sonido extraño se escapó de su garganta al sentir la falta de aire. Sus mejillas ardían, mientras su garganta le dolía fuertemente. Elevó una mano para retirar el brazo sobre su cuello pero le fue imposible. Las fuerzas no le servían en ese momento.

Un sonido ahogado les llegó desde atrás, haciendo voltear al adulto aflojando un poco la tensión en el cuello. Draco se encontraba de rodillas en el suelo, apoyado con una mano sobre la cama y la otra en el suelo. Alzó la cabeza, mirando a Severus con los ojos rojos y vidriosos. Los labios entreabiertos en una expresión de dolor.

- No… aire… - logró articular mientras que llevaba una mano a su garganta y bajaba nuevamente la cabeza.

Severus soltó a Harry, dirigiéndose rápidamente a Draco, quien había inhalado una gran bocanada de aire antes de apoyarse en el suelo con ambas manos y comenzar a respirar agitadamente y lo más profundo que podía.

Harry había caído al suelo, desparramado sobre el piso. Su pecho bajaba y subía sin un ritmo marcado, tratando de llevar suficiente aire a sus pulmones. Tocó su garganta, sobando los lugares donde los dedos del profesor se habían cerrado con más fuerza.

Severus se acercó a Draco, levantándolo con preocupación en sus ojos mientras acomodaba su cabello rubio hacia atrás. El muchacho tiró su cabeza contra su hombro, apretando una mano entre las de su profesor y tratando de regularizar su respiración.

- ¿Estás bien? – murmuró en el oído del joven, algo desesperado, haciéndolo temblar.

Aun así, el rubio asintió logrando que el mayor elevara el rostro y continuara lanzando miradas asesinas al otro chico tumbado contra la pared que lo miraba de la misma forma. Lentamente, el gryffindor se había puesto de pie, y se encontraba apoyado contra la pared. La mirada esmeralda captaba cada uno de los movimientos del rubio, mientras no podía dejar de sentir sobre él la mirada insistente y penetrante de su ex profesor.

Los ojos grises se habían cerrado un instante antes de volverse hacia Severus. Su rostro se ocultó en el hueco entre el hombro y el cuello del mayor sin poder ocultar el tinte rosa en sus mejillas, que se había acentuado, y algunas lágrimas de vergüenza que trataban de salir. No podía seguir llorando frente a Severus… no debía…

- Me la debes, Potter… – siseó el Slytherin mientras abrazaba a Draco y acariciaba sus cabellos.

El gryffindor hizo un ademán de responder pero un picoteo en la ventana lo distrajo. Echó una mirada a los dos slytherins en el suelo y avanzó hacia el cristal. Abrió la ventana y con el ceño fruncido tomó el sobre, lanzando miradas furtivas a los otros dos por el rabillo del ojo.

El papel rojo con el sello del ministerio se desenvolvió, haciendo resonar las palabras del howler por toda la habitación.

- Agente Potter. Ataque MT. Preséntese lo antes posible. El portkey se activará con su código

Después de eso, los papeles de deshicieron y cayeron al suelo casi hechos polvo. Un pequeño dado se quedó en la palma del moreno, mientras pasaba su mirada hacia las otras dos personas dentro del cuarto.

- Cuentas pendientes – murmuró Severus

Harry asintió, sintiendo como la noticia debía de haberle caído al profesor. Casi sentía el baldazo de agua fría que sin querer había echado para despertar a Snape. El vínculo entre el mayor y Draco era muy íntimo, aquello era como si un padre descubriera el ultraje que ha sido cometido contra su hijo. Y sin embargo, Severus era solo su padrino. Aunque Lucius no se había preocupado mucho.

Tomó el dado en su mano y con un último vistazo a los Slytherins comenzó a pronunciar los números. Antes de ser jalado hacia el ministerio, pudo ver dos ojos grises que lo miraban con la misma intensidad que unos negros, sólo que tenían algo más dentro.

Odio.

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Chapter Summary: (18 de Marzo) Donde Draco despierta y ve la cruz, Snape deja a Minny bañándolo, luego encuentra a Anna, Harry busca el perdón de Draco, Snape oye el crimen de Harry, y una lechuza del Ministerio llega a la Mansión.

GaB

Modificado el Viernes 30 de Diciembre, 2005

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