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DISCLAIMER: Los personajes conocidos son de Rowling, los que no son conocidos y la trama son míos.
AVISO: slash (relaciones homosexuales) y temas para adultos (violación, sexo, violencia, lenguaje cuestionable, auto mutilación, asesinato, depresión. La mayoría tratados en capítulos anteriores, así que ya deben de saber). Si no puedes manejarlo, presiona atrás porque no me gusta recibir comentarios destructivos. Gracias.
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Título: Propiedad Privada
Autora: GaBo0
Parejas: HarryDraco, Snape, Blaise
Rating: M
Summary: Slash. Han pasado tres años desde que Harry salio de Hogwarts y ahora ha atrapado a la mano derecha de Voldemort... ¿qué pasa cuando esta le hace una propuesta que no podrá rechazar?
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Propiedad Privada
By GaBo0
CAPITULO 16: Destino
Las migajas de las tostadas que había comido se habían adherido a su túnica negra, lo cual lo irritó bastante, sacudiéndola fuertemente para deshacerse de ellas. No había otra cosa que odiara más que aquello. Recordó que esa era la razón por la cual casi nunca comía tostadas.
Avanzó hacia la zona interna, una vez que los pasos de los demás se perdieron en la oscuridad de la mansión, y entró al Pasillo de los Retratos. Muchas veces se había quedado horas de horas examinando los rostros, tan diferentes los unos de otros, pero a la vez con demasiadas semejanzas como para considerarse la misma persona. Cualquier tonto podría saber que eran de la misma familia. O pensarlo.
Lo cierto era que de los retratos que había ahí, desde el más antiguo hasta el más reciente (de Draco), pertenecían a los herederos de la familia. Muchos rostros no habían sido colocados en pinturas como las que guardaban a Lucius y a Draco en esas paredes.
Por ejemplo, Verónica y su esposo, los padres de Lucius, se encontraban en aquella sala, pero los hermanos de Lucius no. Aunque no se hubiera esperado que estuvieran ahí tampoco. Rodia y Bruno jamás fueron muy queridos por la familia. Y a Severus nunca le cayeron bien.
Estaba casi seguro de que Draco no los conocía a pesar de saber de su existencia. Uno de ellos trabajaba en Gringotts, un lugar tan típico de caer, antes de morir a manos de un auror. El otro tenía negocios en varios lugares, tiendas de artículos mágicos. Ambos casi tan ricos como Lucius portaban su apellido, pero ninguno era igual de conocido.
Nunca fueron lo herederos.
Bruno Malfoy le había mandado una carta a Lucius hacia seis meses pidiéndole dinero. No sabía nada más sobre él, pero gracias a eso podía asegurar que en ese tiempo aun estaba vivo. Ambos estaban fuera del Árbol.
Era por eso que Lucius había decidido tener sólo un hijo. A veces se preguntaba cómo sus padres habían logrado tener tres. Era conocido que las familias antiguas sólo podían criar un niño.
No era una regla, más bien una pauta. Y Lucius prefería regirse por eso. A parte, Narcisa no era una muy buena compañía, y el niño no entraría en el Árbol si carecía de la sangre de ambos.
Ya casi al final del pasillo, Draco lo miraba desde la pared, impasible en su pintura. Lucius y Narcisa se alzaban a su lado derecho, padre e hijo juntos. No faltaría mucho para que Lucius reordenara el pasillo y el cuadro de Narcisa desapareciera de la pared.
Comenzó a recordar cuando Verónica les contaba sobre su familia. Aquella señora parecía conocer toda la historia familiar. Y era bastante larga, contando que llevaba casi 1500 años en circulación. Tal vez las características físicas habían cambiado ligeramente, pero no era una familia con muchos acontecimientos.
Grandes y específicos momentos de gloria y decadencia.
La familia Snape era relativamente reciente. Con solo 500 años de antigüedad y pocas generaciones en su Árbol, no daba demasiado para contar. No era como si a Snape le interesara. Tenía familiares que llevaban la historia familiar documentada, había visitado las bóvedas con papeles y documentos, pero no se interesaba por eso.
No comprendía como a las personas podía interesarles llevar la cuenta de sus antepasados. Es decir, estaban muertos y ya. Tal vez como un pasatiempo, como le gustaba verlo a Lucius. Lo sabía porque todas las veces que estaban aburridos, y cansados, en su casa, bajaban al sótano y comenzaban a revolver y fechar los documentos que aun no había acomodado.
No había mucho que acomodar, puesto que la mayoría eran copias de fichas importantes sobre Draco. Tal vez más adelante habría más información. Lucius esperaba, como le había dicho varias veces, que Draco cuidara su historia tanto como él mismo lo había hecho.
Volteándose para abandonar el pasadizo, se percató de otro cuadro que no había estado allí.
Era del tamaño de los anteriores, con un marco sencillo. El fondo era oscuro, un azul impenetrable y difuminado, con un borden crema marcado antes del marco de madera. Unas líneas negras se dibujaban debajo, tratando de escribir algo sin lograrlo. Una masa borrosa se delineaba al centro, oscura y degradada. Varios colores mezclados al centro del óleo.
Severus frunció el entrecejo y abandonó el pasillo, dirigiéndose de frente a la biblioteca. Se había desviado hacia el estudio, pero recordó que ahí no habría muchos libros. Había algunos estantes en las paredes, pero no era la clase de información que buscaba. Lucius jamás habría dejado libros útiles en ese lugar.
Caminó hacia el piso de arriba, atravesando un pasadizo al subir por otra escalera que ascendía junto a los cristales que daban al patio. Esta sección de la mansión era más lúgubre. Ignorando el hecho de que debería de estar iluminada por los ventanales que rodeaban la escalera, los pasillos eran cubiertos por una oscuridad mucho más densa.
Las antorchas llenaban los muros de luz pero aun así se convertía en un lugar que erizaba el cabello. El ala norte, la zona más antigua del castillo.
Y la vieja biblioteca se encontraba ahí, junto a los cuartos de la documentación familiar y algunos salones interesantes. En esa zona se encontraba el Gran Salón y todas las estancias lujosas y enormes, junto a la capilla de la mansión. Que más que una capilla, parecía una catedral, con sus paredes revestidas de pan de oro y sus iconos pintados deliciosamente en ellas. El altar finamente decorado e impecable, a pesar de no celebrarse más misas ni ninguna clase de celebraciones religiosas, servía aun. Era el tercer lugar donde podías encontrar a cualquier Malfoy.
La devoción había pasado de generación en generación, y aparentemente aún no se apagaba. No podía decir porqué continuaba, él mimo no creía en ese dios.
Las antiguas recepciones, matrimonios, bautizos, y demás eventos se hacían en el primer piso de aquel lugar. El área era rodeada por un bosque tupido de plantas exóticas, dejando pequeños caminos entre ellas, donde usualmente sacaban los caballos para una caminata.
Las caballerizas también se encontraban de ese lado.
Y un pequeño lago donde a veces hacían campamentos. Una vez había acampado en ese lugar con Lucius y otros cuantos amigos. A pesar de las diferencias de edades entre todos, se llevaban bien por haberse conocido desde pequeños en las reuniones de sus padres.
También varias veces había visto a Draco salir con una maleta y demás instrumentos para acampar ahí afuera. De no haber sido en la mansión, las cosas que usaban se verían demasiado corrientes para ambos. Pero dentro de la mansión, la privacidad sobraba.
Suspirando, avanzó hacia la derecha, doblando a la izquierda casi al instante. La bifurcación de hacia unos segundos llevaba hacia el primer piso o a los 'cuartos del fondo'. Esa zona, si no estaba equivocado, había pertenecido a la servidumbre. Hacia muchos años, cuando los Malfoy no tenían elfos domésticos, cientos de sirvientes se ocupaban del arreglo de la mansión. Esclavos o sirvientes, no estaba seguro, sólo sabía que habían sido personas.
Por un momento, se sorprendió de lo mucho que conocía sobre esa familia.
Se detuvo en seco, regresando unos cuantos pasos y esbozando una media sonrisa burlona. Era una habitaron pequeña, con la puerta abierta de par en par. El cuarto, iluminado aun, conservaba algo de su viejo mobiliario, y en las ventanas oscilaban unas cortinas de seda lujosamente bordadas.
Pero no era la habitación lo que llamaba la atención, sino el agujero que se abría en medio de ella. De dos metros de diámetro más o menos, había permitido animar una fiesta varios años atrás. Recordaba perfectamente esa vez, había sido difícil quitársela de la cabeza en esos tiempos.
Él aun estaba en Hogwarts, sexto curso para ser precisos, y Malfoy papá estaba organizando un baile en honor a su hijo. Severus, como mejor amigo de Lucius, había asistido. Fue todo un evento. Se pidieron permisos por toda su casa, pues había sido un sábado en el que tenían salida a Hogsmeade.
Y obviamente, no sólo los Slytherins se habían enterado de ella. Toda la escuela andaba interesada en el tema, muchas chicas buscando como conseguir entradas para aparecerse en la mansión. Lucius aun era recordado por lo grados mayores debido a que no llevaba mucho tiempo fuera de Hogwarts.
De todos modos, la fiesta se realizó, llenando casi todo ese lado de la casa. Ahora que recordaba, fue una fiesta para introducir el noviazgo de Lucius y Narcisa, o para introducir a Narcisa en todo caso. La chica aun no era conocida, tal vez era por eso que aún era una persona tratable.
A eso de la medianoche, mientras estaba hablando con Lucius sobre su novia en un sofá (pues algunos detalles nunca se olvidan) se oyó un ruido bastante fuerte en la segunda planta. En menos de un minuto, tres Gryffindors caían desde el techo, aterrizando en medio de la pista de baile cubiertos de polvo y moretones.
Verónica Malfoy había entrado en un ataque de histerismo, mientras el padre de Lucius los interrogaba fieramente. El resto de la fiesta estuvo riéndose de sus caras al haber caído en un hueco de serpientes. Los Gryffindors, como era de esperarse, no pudieron abandonar la fiesta. Quedaron atrapados dentro de la mansión.
Toda la noche, los Gryffindors se mantuvieron ocultos a un lado del salón, murmurando entre ellos mientras las bromas iban dirigidas en su dirección. Severus nunca descubrió cómo pasaron a los guardias de esa noche, ya que los encantamientos no estaban activados debido a la celebración.
De regreso a Hogwarts, todo el mundo sabía sobre la nueva aventura de los merodeadores de boca de los Slytherins. Se podía ver a las chicas de otras casas que no habían sido invitadas murmurando cuando alguno de ellos pasaba por su lado. Era cómica la forma, como por un tiempo, pudo disfrutar de la tranquilidad que la estupidez de los Gryffindors le daba.
Dejándose de tonterías, Snape se alejó de aquel cuarto, dispersando las imágenes de Lucius que venían a su mente en ese momento. Trató que la angustia que sentía no tomara posesión de él nuevamente. Desde que había llegado a esa casa se preguntaba lo que estaría haciendo el rubio. Sobre todo si el remordimiento lo había llevado a cometer alguna locura.
Y también dejó de lado la gran interrogante que lo circulaba.
Los pasillos lo recibieron mucho más oscuros, volviendo el espacio ligeramente más húmedo de lo que ya era. Pasó cerca de una ventana que reflejaba un cuadro de luz en la pared del frente. El sol entraba por ahí bañando lentamente su figura oscura en aquel hueco abandonado. Mil emociones lo abordaron, trayendo mil confusiones con ellas.
Bajó la mirada y avanzó cinco pasos más. Una pared de piedra sellada se erguía frente a él. Dos antorchas estaban colgadas a los lados, llameando débilmente. Dos puntos naranjas contra un panel gris rodeado de oscuridad. Un escalofrió le recorrió el cuerpo. No recordaba que aquella sección de la mansión fuera así de lúgubre.
Y estaba acostumbrado a vagar por las mazmorras.
Alzó una mano, separando el dedo medio de los demás y apoyándolo contra un bloque de piedra liso y deforme. Suspiró. Luego, deslizó suavemente la punta hacia abajo, doblando hacia la derecha y la izquierda tantas veces que parecía estar trazando un laberinto imaginario sobre la piedra pulida. Dio dos pasos hacia atrás y espero.
La pared no hizo ruido al moverse. No tuvo que moverse demasiado para ingresar al cuarto. El piso de mármol bajo sus pies se veía limpio, y la piedra que formaba el túnel estaba pulida y artificialmente iluminada. Apoyó sus manos en el barandal, parando un momento con una expresión indescifrable en el rostro.
Dos escaleras cortas se extendían a ambos lados, un pasamano tallado al lado de ambas. El primer piso, con estantes contra las paredes y una gran mesa ovalada al centro donde descansaban dos lámparas plateadas. Frente a él, una araña de cristal se levantaba orgullosa en la cúpula que sellaba la biblioteca.
Era un inmenso cuarto, lujoso hasta más no poder. Innumerables tomos de libros antiguos, casi inservibles, que de algún modo u otro tenían el valor suficiente como para continuar allí. El ventanal detrás de la araña, donde las hojas de los árboles tapaban el jardín que se ocultaba detrás de ellos, se lucía con los cortinajes amarrados a los lados. Las paredes frías, casi cubiertas de estantes, no lograban quitarle esplendor al lugar. Sin necesidad de paredes muy altas, gracias a la cúpula que encerraba la pesada araña, podía alcanzar fácilmente, con ayuda de una pequeña escalera, los últimos libros.
Casi sonrió.
Dobló hacia la derecha y se deslizó escaleras abajo hacia el primer piso. Despreocupadamente, se acercó a la mesa y pasó los dedos sobre una de las lámparas. Luego, se acercó a la otra y sopló suavemente sobre la pequeña serpiente que había encima, logrando que algunas partículas de polvo salieran volando y formaran un montículo diminuto cerca del aro de luz sobre la madera.
Después de rodear la mesa, camino hacia un estante al lado derecho del cuarto. Fue hacia la esquina y regresó varias veces. Sacó su varita, desapareciendo el estante falso y topándose con la pared de piedra nuevamente.
Y esa era la parte que no le gustaba de todo.
Se remangó la túnica mientras en su cara sus cejas se fruncían amenazadoramente. Ya maldiciendo a los antepasados de Draco, estiró los brazos y metió los dedos en la esquina de uno de los bloques de piedra, y otros en el extremo contrario. Con una última maldición, jaló con todas sus fuerzas y el bloque se movió… un centímetro.
- Maldita piedra – siseó antes de volver a jalar.
Una vez… dos veces… tres, cuatro… diez intentos más. El bloque ya casi estaba por la mitad. Resoplando, lo soltó y se llevó las manos a la cabeza. Se dio la vuelta y se apoyó contra la pared, apoyando el codo en el pedazo de piedra que sobresalía de esta. Pensó por un momento que podría usar la varita.
…No se puede…
Más maldiciones llegaron a su cabeza y pateó la pared. Le dolían los dedos, los brazos le pesaban y tenía sudor en la frente y el cuello. Se imagino a Draco caminando por el callejón Diagon en ese momento, tranquilo y feliz, disfrutando de su pequeña salida. Luego se lo imaginó con Potter.
Y sonrió.
Se dio la vuelta, y con los ánimos devueltos tiró una vez más del bloque, logrando que se desprenda más de un centímetro esta vez. No fueron necesarios muchos intentos más pues la piedra logró salir lo suficiente como para caer por si sola una vez que le aplicara suficiente presión en la parte superior. Un hoyo lo bastante grande como para que un adulto entrara en él quedó despejado y Snape se metió dentro.
Ahora, el ambiente sí estaba denso. El hoyo donde su cuerpo se encontraba parado era fastidioso. Movió la varita y la oscuridad se hizo sobre él. La madera del estante se materializó donde antes no había habido nada sino el espacio que dejó la piedra. No estaba seguro de qué era lo que pasaba con el bloque puesto, pues cuando saliera estaría dónde lo había dejado, pero sabía que cualquiera que entrara a la biblioteca no lo vería. Seguramente un hechizo desilusionador.
Tosió un par de veces antes de avanzar hacia la izquierda y comenzar a bajar por una escalera de espiral. Las paredes deformes se cerraban sobre él, creándole una sensación desagradable de claustrofobia a su cerebro. Ya estaría a la altura del sótano, no muy abajo del nivel normal de la mansión.
Respirando más profundamente, salió del hueco, pisando otra cosa que no fuera un escalón y colocó sus manos en las caderas.
Aquel espacio era igual, o peor, que las bóvedas donde Lucius lo llevaba para ordenar su historia familiar. Al menos, las otras bóvedas sólo necesitaban un hechizo y los pasos correctos para hallar la puerta verdadera detrás de las paredes. Pero el esfuerzo sobrehumano que necesitaba para respirar y tranquilizarse ahí abajo eran sobrecogedores.
El techo estaba a unos diez centímetros de su cabeza, y de vez en cuado se topaba con alguna deformidad que le rozaba el cráneo. Un mesa se encontraba frente a el, ovalada igual que la del piso superior, y con dos lámparas idénticas sobre ella. Al lado de una, había más polvo acumulado que en la otra.
Sobre la mesa, varios archiveros y papeles regados se ponían amarillos. Un poco de tierra se esparcía sobre la cubierta oscura de la mesa. Cuatro sillas desgastadas se acomodaban alrededor de ella, mientras que un raído sofá estaba pegado contra la pared al otro lado de la habitación. Con las escaleras detrás de él, enfrentaba cuatro filas de estanterías desordenadas donde los archiveros y libros sobresalían y se mezclaban, ocultándose de sus manos y luciendo más desordenados de lo que realmente estaban.
Se acercó a la mesa, pasando una mano por las hojas antes de sacar la varita y desaparecer el polvo. Con otro movimiento, logró arrimarlos todos y ordenarlos en una ruma sobre una silla. Resignado, dejó escapar el aire de sus pulmones y avanzó al primer pasillo. Algunas letras doradas, otras plateadas, otras invisibles y unas cuantas que no existían, se deslizaban sobre el lomo de los libros.
Varios fólderes desordenados juntaban sus documentos al estar colocadas entreverados. A un libro grande y color acero, con un olor a desgastado bastante fuerte, se le cayeron varias hojas amarillentas. Cogió lo que pudo y lo llevó a la mesa.
Después de una hora de lectura, no había encontrado gran cosa. Ahora, lo único que había logrado era comprobar que aquellos documentos no se tocaban hacia tiempo. Ya tenía sus sospechas de que ese sótano iba a estar así de sucio y abandonado.
Una de las veces que había ido con Lucius, este le había dicho que sólo en caso de emergencia bajaban a ese lugar. Los documentos peligrosos o importantes se guardaban ahí, junto con un armario lleno de artefactos demasiado valiosos como para dejarlos en un lugar menos protegido. También recordaba como Lucius se había quejado de la seguridad muggle que se le había colocado para no ser rastreada por medio de magia.
Al trabajar en el ministerio, el padre de Lucius había averiguado como eran las redadas. Sabía los hechizos que usaban para ubicar pasillos secretos y los hechizos que los ocultaban. Al no tener hechizos, no podían descubrirlo. Una vez, aurores habían estado muy cerca de la entrada. Era una estrategia demasiado sencilla para funcionar tan bien como lo hacía.
Muy a parte de eso, ningún miembro de esa familia se daba el trabajo de retirar el bloque de piedra en la entrada para bajar a arreglar y limpiar el lugar. Las pocas personas que lo sabían, preferían no volver a hacerlo. No era algo que les gustara, acostumbrados a la vida con magia y sin esa clase de trabajos pesados. Era tan tedioso el trabajo que inclusive existía una frase entre ellos: "Búscalo en el sótano de la biblioteca".
Con decir eso, Draco sabia que su padre no quería darle algo que estaba pidiéndole. Claro que no era conveniente decir algo así en presencia de otras personas pues sospecharían que existe un sótano en la biblioteca. Ahora, podían pensar que era de la biblioteca abierta y no la antigua biblioteca.
Snape, suspirando nuevamente y apoyando la cabeza sobre su mano, acomodó la lámpara para poder leer las pequeñas letras negras que se delineaban sobre los pergaminos. Casi dándose por vencido, y frustrado porque su mente no lograba concentrarse, se inclinó hacia atrás y estiró los brazos. Regresando a su investigación, sus codos se apoyaron nuevamente en la mesa y jaló otro libro.
El olor ha guardado y polvo lo invadió nuevamente. Había adquirido una extraña afición por ese extraño olor que esos libros despedían. De una forma peculiar, le estaba gustando. El silencio taladraba sus oídos, uniéndose al sonido del papel contra papel. Amarillo… negro… azul… sellos… firmas…
Se detuvo en un párrafo que podía importar. Frunció el entrecejo y continuó leyendo. En la parte superior de la hoja habían estado dibujando runas antiguas, el trazo del lapicero tan borroso como si la persona que lo había hecho no hubiera podido mirar mientras lo hacia. Explicaban las propiedades de un poderoso hechizo de conexiones. Lo conocía, y a pesar de ser poderoso, no era considerado magia oscura por el simple hecho de que no debía de influir en la vida de ninguna de las personas involucradas.
Luego, una escritura alargada y muy fina llamó su atención. Estaba en el pie de página, con una mancha decolorada en la esquina, y apenas se leían las ultimas letras.
"Archivo VIII4, p223. Modif."
Snape se mordió el labio y cogió el archivero, poniéndose de pie y regresando a los estantes. Fue hacia los archiveros que había visto en la columna tres, buscando en los estantes superiores. Una de esas tenía una etiqueta blanca casi completamente borrada, con un 50 y un 00 en el lomo. Estaba debajo de una ruma de papeles y polvo, cerrado con lo que parecía ser un candado.
Lo llevó a la mesa y tomó asiento. Soltó el archivero y el polvo debajo de él se dispersó alrededor, creando una ligera capa de humo que desapareció contra la madera. Ladeando la cabeza se fijó en el candado. Era un simple sello con una ranura al centro. No necesitó buscar, conociendo los hechizos para abrir los archiveros de la biblioteca. Sabia que todos podían ser abiertos con tres hechizos diferentes, sólo era cuestión de probar con cual.
La primera hoja, un pergamino amarillo y arrugado, tenía una mancha informe en una esquina… algo que parecía ser un insecto aplastado. Pasó a la siguiente y se topó con una copia de la partida de nacimiento de Lucius. Detrás, se encontraba la partida de bautizo de Lucius. Luego, la partida de matrimonio. Más documentos, certificados médicos y legales, antes de aparecer la partida de nacimiento de Draco. Snape se preguntó porqué en el libro de hechizos lo mandaban al archivero de documentos personales.
Se dio cuenta también, que los certificados educativos de Draco no se encontraban ahí, junto a los de Lucius. Se preguntó porqué no tendrían carpetas separadas pero lo ignoró rápidamente. Ya al final, otro pergamino en blanco se extendía sobre los demás documentos que se encontraban detrás.
La expresión de confusión en el rostro del profesor fue indescriptible. Frente a él, con letras grandes y negras, se encontraba una partida de nacimiento. Otra, a nombre Harry Potter.
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Una sonrisa apareció frente a sus ojos. Un extraño sentimiento vaciándose sobre su cabeza mientras el otro lo mantenía ceñido dentro de la chimenea. La confusión era drenada rápidamente mientras trataba de asimilar las imágenes que llegaban a su cerebro.
Y aquel que lo observaba solo distinguía dos piedras plateadas frente a sus ojos. Un ligero velo de algo sin descripción en ellos, el piso bajo sus pies se sentía mas sólido que nunca; y sin embargo, el ser frente a el lo hacia pensar en una fantasía efímera, de las que solía tener en ese lugar
…No recuerdes…
Una mano poderosa lo asió del hombro y no notó cuándo fue que sus manos soltaron al cuerpo entre sus brazos, cuándo volvieron a separarlos y la sensación que hacía tiempo no sentía lo invadió de nuevo. Abandono. Pérdida…
Enfocando su mirada, y controlando su emoción, la fijó en otra figura oscura delineada frente a él. Una silueta imponente, con una luz demasiado débil para adivinar más que sus facciones principales, una mirada esmeralda que revelaba desconfianza detrás de sus cejas entornadas.
- Te estabas demorando
- Pero ahora estoy aquí – respondió, insolente, el hombre sentado sobre el sofá sin haber pensado lo que iba a decir.
Draco paseó su mirada sobre ambos rostros. El Gryffindor se encontraba mucho más cerca de él. Una mirada dura congelaba el verde de sus ojos, los labios fruncidos y las cejas entornadas le devolvían un aire amenazador que no le gustaba recordar que poseía. Los músculos de los brazos los tenía tensos y podía dibujar sus curvas con los ojos.
Durante un instante, esos ojos se volvieron hacia él, haciéndolo sentir culpable de alguna forma extraña. Bajó la mirada, pues no sabía qué otra cosa hacer, y se quedó callado, oyendo el silencio que se había posado sobre la habitación. Se recriminó el haberse sentido aliviado por un momento, el haberlo perdonado inconscientemente, el sentirse culpable después de una mirada y el no saber lo que sentía en ese momento. El caos que albergaba lo inundó y sintió que se desvanecía.
- ¿Qué haces aquí, Potter?
La pregunta colgó en el aire, haciéndole elevar la mirada para encontrar a los otros dos hombres con miradas centelleantes. Recordó cómo solían mirarse de esa forma en el colegio, la forma como Blaise solía odiar a Harry más que él. Le dio lástima el muchacho, metiéndose en un lugar donde no sabia que terreno estaba pisando.
Y lo golpeó.
¿Por qué no se sentía contento?
¿Por qué deseaba que Blaise se fuera?
Y sobre todo¿por qué lamentaba no estar nuevamente a solas con Harry?
Se llevó una mano a la cabeza mientras ordenaba sus pensamientos, apoyándose en el muro de la chimenea al sentir que sus piernas se vencían. La mirada de Blaise giró hacia él y la preocupación que solía encontrarse en sus ojos regresó, débil, pero presente. Sin embargo, no fueron los brazos de Blaise los que abrazaron su cuerpo, ni los que lo guiaron hasta un sofá y lo acomodaron sobre el mullido terciopelo.
Al alzar la mirada se encontró con el perfil trigueño del Gryffindor.
Cerró los ojos nuevamente y hundió el rostro en sus manos apoyadas en las rodillas. Olvidándose del resto, no sitio pequeños deditos que pasearon por su nuca.
- ¿Estás bien?
- ¡No le dirijas la palabra!
- ¡No eres nadie para prohibirme hablarle, Potter!
- Claro que sí. ¡Tengo todo el derecho!
- ¡Bah, cállate¿Que haces aquí, eh? Lárgate
- ¡Tengo más derecho que tú a estar aquí! Esto no es Azkaban¡¿sabes!
Casi podía ver la furia emanando del pelirrojo. Pudo ver en su mente los ojos negros que hervían por dentro con llamas azules. La piel ligeramente sonrojada con los puños cerrados. Las delicadas facciones de un rostro contorsionadas en una expresión de ira.
- ¿Qué haces aquí? – fue el siseo que se oyó del otro lado.
- Si Draco quiere, te lo dirá
Alzó el rostro abatido y con una mirada flemática se dirigió a Blaise. Los ojos negros lo miraban con curiosidad, aquellas cejas perfectas exigiéndole una explicación rápidamente. Se puso de pie, recobrando su máscara de inexpresividad, y giró hacia Harry.
- No me llames Draco – murmuró antes de dirigirse a la puerta -. Blaise¿vienes?
Con una mirada de superioridad, el pelirrojo pasó al lado del Gryffindor y siguió al rubio fuera de la habitación. El sonido de un jarrón se oyó fuera del salón junto con varias maldiciones de labios abandonados.
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Los pasadizos parecían abrirse, extenderse y cerrarse frente a él. Al dar la vuelta en una esquina daba la impresión de que las escaleras se habían mudado. La oscuridad se volvía densa, disminuyendo el ritmo de su caminata. La presión sobre sus hombros era casi insoportable, le dolía el cuello y parte de la nuca mientras que con una mano apretaba fuertemente un pergamino.
Los ventanales aparecieron frente a su rostro y un suspiro de alivio pudo abandonar sus labios. Apresuró el paso y llegó a las escaleras, descendiendo por ellas casi tan ágilmente como un alumno de primer curso lo haría. Unos pergaminos se soltaron y tuvo que cogerlos con la otra mano antes de que cayeran al suelo. Perdió el equilibro y chocó contra la pared.
Un pequeño sonido de dolor se oyó antes de que retomara la marcha. Los mechones negros le caían en la frente mientras atravesaba salones de salones, pasillos de pasillos, rostros y retratos que observaban su rápido andar y su rostro ansioso.
La luz entró en la mansión, clareando conforme avanzaba hacia la sección principal. De repente, se detuvo en seco.
A su derecha, la inmensa puerta de cristal opaco se erguía brillando con la luz del sol de fuera. Frunció el ceño, extrañándose de la luminiscencia que poseía el cristal en ese momento y se adelantó hacia las escaleras. El mármol no sonaba bajo sus pies, transmitiendo un ambiente de suspenso. La araña de cristal que colgaba cerca se delineó contra el techo al llegar al segundo nivel.
Frente a él, dos hombres jóvenes discutían acaloradamente. En eso, vio dos varitas en el aire y se lanzó hacia ellos.
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Ni una mirada le fue lanzada mientras seguía la espalda delgada del otro Slytherin. Las antorchas a los lados apenas iluminaban, y Draco aprecia avanzar sin importarle que lo siguiera.
Habían ignorado el sonido de cerámica contra el suelo, y no sabía si Draco había volteado como él hizo cuando sucedió. Sólo supo que al volver la mirada estaba mucho más adelante y tuvo que correr para no perderlo en otro pasillo. Ahora, subiendo las escaleras, pudieron distinguir una cadena de maldiciones que parecía seguirlos.
Esta vez, sí vio cuando Draco volteó el rostro con un poco de temor en la mirada que luego fue dirigida a él. Se lamió los labios antes de regresar hacia el pasillo oscuro, donde aparecía una nueva figura.
Blaise no esperó que el otro reaccionara, conociendo perfectamente esos pasillos, y volteó para detener al que se acercaba. No logró lo que quería pues Draco se acercó y lo jaló de forma brusca de la mano, logrando que se tropezara antes de correr detrás de él escaleras arriba.
Para su mala suerte, la distancia entre ellos no era mucha y casi al instante sintió como las manos del Gryffindor le tomaban la túnica y lo estampaban contra la pared. La mano que sostenía entre las propias se desprendió con los dedos crispados y vio como Draco se replegó hacia el otro lado del pasillo. Estaba ya al nivel de la segunda planta, cada pie en un diferente escalón.
Y no pudo evitar quedarse congelado un momento.
La mirada que el Slytherin le dirigía al Gryffindor contenía más temor que desafío. Los ojos se entornaban volviendo la expresión en lastimera y aterrada. Ligeramente desorbitados, el rubio parecía querer empotrarse en la pared para alejarse del encierro que el otro había improvisado con su cuerpo.
Y el rostro del moreno irradiaba ira contenida en una mirada de un verde acuoso. Se recuperó del asombro y avanzó hacia ellos, apartando la mano trigueña que sujetaba la mejilla de Draco en ese momento. Luego, se percató del lugar que la otra mano ocupaba, y que no hizo más que aumentar su confusión.
- ¡Aléjate de él, imbécil!
- ¡Tú no me vengas a insultar, mortífago! Aléjate tú de él, entiendes, no tienes ningún derecho a estar aquí. Podría llamar a los aurores y entregarte ahora mismo¡¿entiendes!
- Si puedes¿por que no lo haces?
El silencio entre ambos creció y se disolvió nuevamente. Con una voz un poco vencida pero desafiante le contestó.
- Llámalos y lárgate.
- No pienso irme…
- ¡Esta no es tu casa!
- Claro que lo es… - respondió en un murmullo victorioso y se volteó hacia Draco.
Malfoy aún trataba de ponerse al día con la discusión cuando dos brazos lo estamparon contra la pared nuevamente y sintió una boca colisionar con la suya. Al reaccionar, forcejeó contra el otro cuerpo mucho más fuerte que el suyo. Los labios del otro lastimaban los suyos, destilaban una pasión que no sentía desde que era estudiante.
Oyó gritos. Luego, vacío. Se sintió liberado del peso, abandonado contra la fría pared de piedra y con la vista nublada. Distinguía dos figuras frente a él, mezcladas entre puños y patadas. Maldiciones y groserías se gritaban al aire y no distinguía de donde provenían, las voces mezclándose en sus oídos y volviéndose un solo ruido estruendoso fuera de su cabeza.
Nuevamente, náuseas le atacaron y se dobló ligeramente. Alzó el rostro para ver dos varitas en el aire, y perdió la conciencia cuando una tercera persona apareció y una luz blanca le dio directo en el estómago.
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Snape tenía la respiración agitada, dos muchachos mirándose con odio a ambos lados mientras los detenía con las manos. Otro muchacho se encontraba tirado en el suelo cerca de las escaleras.
Volteó su vista con una señal de que no se acercara el uno al otro antes de darse la vuelta y acercarse a Draco. El rubio yacía acomodado de una forma extraña sobre la piedra, con un brazo bajo su cuerpo y el otro contra la pared. Su cabeza parecía haber caído de lleno contra al suelo, así que tendría que preparar una poción para un moretón. Con un resoplido de cólera se volteó hacia los otros dos.
Vio como Blaise miraba a Draco preocupado y agradeció que el chico hubiera llegado, aunque no sabía cómo, ni porqué, ni de dónde, ni cuándo. Solo sabía que estaba ahí, ya luego haría preguntas y se preocuparía por su estado.
El otro miraba al Slytherin con odio, y hasta él mismo podía sentir las olas de negatividad que transmitía. Casi podía partirlo en pedacitos con el cuchillo verde en sus ojos.
- Zabini, lleva a Malfoy a su cuarto – y antes de que el Gryffindor respondiera añadió -. Tengo que hablar con Potter. Ya sabes cual es.
Rápidamente, y casi como lo hacían en la escuela, ambos quedaron mirándolo. Luego, Zabini avanzó hacia Draco y lo cargo en sus brazos. Viéndolos juntos, Severus recordó las veces que había dejado a Draco en la sala común luego de una sesión de entrenamiento y Blaise lo recogía y lo llevaba a sus cuartos. En ese momento, parecía como si nuevamente estuvieran en Hogwarts, en aquellos buenos años que tuvieron.
La puerta de madera del cuarto se cerró, quedando un Gryffindor y un Slytherin en el pasillo.
- ¿Me puedes decir que querías hablar conmigo? – exigió Harry con las manos en las caderas y acercándose peligrosamente al profesor -. ¡Zabini esta invadiendo MI propiedad y lo quiero fuera, si es en Azkaban, mejor!
Hubiera continuado vociferando pero la varita del profesor en su garganta lo detuvo.
- No nos amenaces, Potter – le advirtió, igualando la furia de su expresión -. Ahora – continuó con una voz peligrosamente calmada -, dime¿por qué el señor Zabini te atacó?
Harry se mordió el labio y Severus cruzó los brazos. La mirada verde se alzó hacia él y un escalofrío la recorrió. Severus arqueó una ceja y Harry suspiró. Elevo el mentón y comenzó a hablar bajo la atenta, escrutadora e intimidante, mirada de Severus.
Unos pasos se oyeron al pie de las escaleras y ambos vieron una pequeña ráfaga plateada desaparecer en el pasillo.
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Una vez dentro del cuarto aun oía los deseos de Harry de mandarlo a Azkaban, y a pesar de no aceptarlo, se le erizaron los vellos del cuerpo y sus músculos se tensaron con el simple recuerdo del lugar. Respiro fuertemente y se adelantó hacia la cama de Draco, depositándolo ahí.
Frunciendo el ceño, sacó la varita que traía prestada y la acercó a su frente musitando un hechizo. Le sonrió débilmente mientras pasaba una mano por sus cabellos rubios, que ahora caían sobre la almohada.
- Dejaste tu cabello largo – murmuró desviando su mirada de los ojos grises que lo miraban insistentemente.
- ¿Que haces aquí, Blaise? – fue la pregunta fría que recibió.
Reclinándose en el asiento, bajó la mirada y suspiró. No sabía cómo responder a esa pregunta. Muchas explicaciones pasaban por su cabeza pero sabía que ninguna era suficiente para el rubio. Había ido allí porque no tenía más a dónde ir. Porque extrañaba a Draco y quería verlo. Porque gracias a él había escapado de la locura. Porque quería perdón por su acciones pasadas. Porque esos cuatro años de separación lo habían dañado demasiado. Porque había tenido la buena suerte de caer en el Caldero el mismo día que él.
Pero ninguna palabra salió de sus labios. Sólo miró dentro de los ojos del rubio y se derritió por dentro.
- Tú lo sabes.
El Slytherin se incorporó sobre sus codos sin perder su mirada. Lo analizaba como sólo él podía hacerlo. Logró que Blaise se removiera incómodo en el asiento, que le sudaran las manos y que bajara la cabeza dándose por vencido.
- No eres el mismo – y Blaise negó con la cabeza -. Ambos hemos cambiado, para bien o para mal… y aun así no podemos evitarlo.
Blaise levantó su rostro sorprendido, el cabello brillando bajo la tenue luz artificial del cuarto. El negro se confundía con la pared de atrás mientras reflejos rojos se distinguían en los ojos que lo observaban. Una expresión de confusión se dibujó en sus labios, apoyándose en sus rodillas y acercándose a Draco.
- No significa que te he perdonado – aclaró el rubio, aún con una careta de frialdad e indiferencia bien puesta -, pero en estos momentos no tengo cabeza para odiarte por eso.
- ¿Potter?
Y Draco asintió.
Blaise iba a preguntar más sobre ese tema, pero Draco movió la cabeza y bajó la mirada hacia las colchas que yacían a los pies de la cama. Suspiró débilmente antes de regalarle una sonrisa imperceptible que lo hizo estallar por dentro. Los labios se delinearon contra el pálido rostro de Zabini con un gozo que no experimentaba desde hacia tiempo.
Ambas miradas se entrelazaban, conectándose casi telepáticamente y aclarando situaciones pasadas que habían quedado inconclusas. Rencores y odios se olvidaron por ese instante, retrocediendo en el tiempo y situándose en una de las muchas noches que compartieron ambos sin que los problemas ajenos los afectaran. Una de las muchas noches que habían pasado juntos riéndose de sus experiencias, abrazados sobre los edredones de terciopelo.
Dudoso, Blaise se adelantó hacia Draco, sintiendo al otro tensarse un momento antes de avanzar él mismo. Su mano se posó en la mejilla pálida, y su pulgar acariciaba aquella piel suave que hacia tiempo no tocaba.
- Blaise – fue el último suspiro que abandonó los labios del rubio antes de que el otro los capturara en un tímido beso.
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Chapter Summary: (19 de Marzo) Donde Snape revisa la biblioteca secreta, Harry y Blaise se encuentran, y una seudo reconciliación se desarrolla tras puertas cerradas.
GaB
Modificado el Viernes 24 de Abril, 2006
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