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DISCLAIMER: Los personajes conocidos son de Rowling, los que no son conocidos y la trama son míos.

AVISO: slash (relaciones homosexuales) y temas para adultos (violación, sexo, violencia, lenguaje cuestionable, auto mutilación, asesinato, depresión. La mayoría tratados en capítulos anteriores, así que ya deben de saber). Si no puedes manejarlo, presiona atrás porque no me gusta recibir comentarios destructivos. Gracias.

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Título: Propiedad Privada

Autora: GaBo0

Parejas: HarryDraco, Snape, Blaise

Rating: M

Summary: Slash. Han pasado tres años desde que Harry salio de Hogwarts y ahora ha atrapado a la mano derecha de Voldemort... ¿qué pasa cuando esta le hace una propuesta que no podrá rechazar?

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Propiedad Privada

By GaBo0

CAPITULO 17: Devoción

Sublime

Esa palabra cruzó por la mente de Blaise muchas veces estando cerca de Draco. Degustar nuevamente esos labios que lo hacían delirar por las noches, probar aquello que no lo dejó hundirse en las tinieblas de Azkaban lo hizo sentir vivo de nuevo. A pesar del sabor de otros labios en el rubio, la esencia se encontraba ahí. El deseo y cariño que habían sentido aún se filtraba y, de alguna forma, no había muerto.

Blaise cerró los ojos y presionó más contra Draco cuando un espasmo de culpa sacudió su cuerpo. Se separó del rubio y lo miró a los ojos, unos hermosos ojos grises que portaban una expresión de desconcierto profunda.

Una sonrisa trató de iluminar su rostro mientras se sentaba delicadamente en la cama, observando cómo Draco se incorporaba sobre el colchón antes de volver a capturar sus labios. Y fue electricidad lo que pasó entre ellos. Ya no era el tierno y tímido beso de hacia unos segundos. Pudo sentir las manos de Draco presionando en su espalda, mientras las suyas presionaban los hombros del rubio, colisionando sus labios en una especie de doloroso placer.

Draco lo soltó, mirándolo a unos centímetros de distancia. Su mirada nublada bajo el ceño fruncido, las mejillas sonrosadas y los labios rojos lo volvía una invitación a la lujuria. La seriedad de su rostro y su mirada inexpresiva se mezclaban dándole un aire de aquel dios del placer que no deja ser dominado.

Blaise elevó su mano, acariciando la mejilla de Draco nuevamente, sintiendo la piel pálida y suave bajo la propia.

- Estoy feliz con que no me odies – murmuró, con un poco de decepción al saber que lo más probable era que Draco asintiera y lo mandara a su cuarto.

Pero no fue así. El rubio elevó la vista, aún con esa mirada angustiada en el rostro, y se abalanzó sobre él, tumbándolo sobre la cama. Por un momento, se sintió abrumado. Sentía los labios de Draco por todos lados, el súbito ataque contra su piel lo había dejado desubicado. Y apenas podía observar los cabellos dorados frente a sus ojos antes de dejarse llevar por sus sentidos.

Pues eso era lo que Draco quería. Saber que aún podía controlar algo. Había dudado. Claro que había dudado. Pero el tener a Blaise ahí, de nuevo, había sido una tentación demasiado grande como para resistirla. El muchacho no perdía su belleza natural, a pesar del tiempo que la tenebrosa Azkaban se lo había tragado. Aún mantenía aquella piel blanca en su rostro de mármol. Su cabello negro no perdía el brillo rojizo característico en él, reflejo de la sangre que su línea había derramado. Y, aunque sus ojos no brillaban como antes, podía distinguir las dos brillantes piedras oscuras que había adorado detrás del negro opaco que trataba de cubrirlas.

De pronto, sintió su espalda contra la cama. Enfocó la vista y vio a Blaise sobre él, las rodillas a sus costados y ambos brazos al lado su cabeza. Ambos respiraban apresuradamente, ambos despeinados y con los labios enrojecidos. Se adelantó, buscando desesperadamente el borde de su polo. Al sacarlo, se quedó observándolo un momento, trazando una línea desde el pecho hasta debajo del ombligo. Luego, regresando por aquella delgada línea roja en la piel del otro, regresó a su rostro.

- No has cambiado – exclamó, sonriendo.

Blaise le devolvió la sonrisa y capturó nuevamente sus labios. Esta vez, la temperatura de ambos subió desmesuradamente, obligándoles a despojarse de sus prendas. Ambos seres pálidos y luminiscentes que chocaban uno contra otro sobre la oscuridad de la cama.

Jadeando se volvió a separar de él, observando al ser que jadeaba debajo. Tenía la cabeza ligeramente hacia atrás, los cabellos pegados con sudor a su frente, y el pecho que subía y bajaba acelerado. Aquel hermoso hombre, de músculos definidos y movimientos delicados, lo llamaba. No pudo hacer otra cosa que rendirse.

Draco acostó a Blaise en la cama, captando cada movimiento del Slytherin con increíble precisión. La mirada inocente que llevaba puesta al recostarse de nuevo en el colchón. Los ojos negros llenos de confianza, sumisos a los deseos del rubio.

Suspiró y lo besó nuevamente.

- Tranquilízate, Blaise… - le susurró al oído

- ¿Como te tranquilizas… cuando tu corazón va a estallar?

Draco sonrió tristemente, tragando saliva y sintiendo una pequeña herida interna abrirse. Volvió su mirada hacia la puerta antes de colocarse sobre Blaise nuevamente. Comenzó a besar su cuello despacio, deleitándose con la piel satinada que se le ofrecía, los pectorales y el abdomen terso que se postraba frente a él como un sacrificio.

Disfrutó de cada gemido del otro, de ver cómo se retorcía bajo él con sus caricias. Sus manos recorrieron los costados del pelirrojo sin cortar la conexión con sus ojos. La expresión de placer de Blaise fue suficiente para que no se detuviera.

Llegó a su ingle, pasando de largo y disfrutando cada trozo de piel en esa zona. Dando pequeños besos y mordidas. Lamiendo pedazos de piel antes de soplar sobre ellos. Un gemido agradecido, un sonido de gozo.

- Draco…

Tomó al otro muchacho dentro de su boca. El sabor salado lo inundó por completo. Dos manos se posaron sobre sus cabellos, guiándolo. El rubio colocó sus manos en las caderas de Blaise, evitando que se moviera demasiado, pero dejaba que éste guiara su camino, siendo recibido con más gemidos.

Y él mismo no pudo evitarlo. Los jadeos que le llegaban eran satisfactorios, el movimiento lánguido del otro bajo él, la fricción que originaban sus cuerpos. Sintiendo que Blaise se venía, se separó de él y capturó su boca, oyendo una queja distante.

Blaise bajó por su cuello, y no pudo evitar cerrar los ojos. Las manos diestras del pelirrojo lo hacían revivir experiencias de estudiantes, la pasión que habían sentido en esos momentos. Reconoció los labios de Blaise sobre su abdomen, mandándole escalofríos al resto de su cuerpo, pero pronto lo colocó a su altura y lo miró a los ojos.

Blaise, respirando agitado y con la mirada nublada de deseo, pudo articular pocas palabras que no llegaron a ser entendidas. Tragando saliva y continuando su respiración accidentada, abrió las piernas y acomodó a Draco entre ellas.

El rubio se dio cuenta de su intención y bajó la mirada. Le sonrió con ternura, colocándose lentamente entre las piernas del pelirrojo, acariciándole levemente.

- Te quiero ahora, Blaise – susurró con voz firme, aplicando presión contra el cuerpo aún no listo del otro. Blaise lo miró y abrió un poco más las piernas, sintiendo un sentimiento de extrañeza trepar por su columna con aquellas sensaciones casi olvidadas. Lo jaló hacia él besándolo mientras trataba de relajarse.

Draco se separó para observarlo maravillosamente tallado contra el oscuro terciopelo de la cama. No pudo evitar cuando un frío dedo subió a trazar una línea sobre la pálida mejilla. Miró directamente a los ojos negros, le tomó de las caderas, empujando contra su sumiso cuerpo, hundiendo sus dedos en las caderas que pronto estarían marcadas. Sintió una presión lacerante que le obligó a cerrar los ojos y apoyarse sobre su pecho. Al abrirlos, sintió la lujuria dibujarse en su rostro. Podía sentirla, podía ver cómo su mirada, escondida tras su cabello, delataba el placer que estaba sintiendo.

Blaise tomó aire y, tratando de matar los espasmos de miedo y dolor que le recorrían, soltó un largo y doloroso gemido cuando obligó a Draco a hundirse casi brutalmente en él. La culpa que sentía pareció disiparse y escapar con el largo y doloroso gemido que sonaba irremediablemente como él.

Draco se quedó sin aliento. Se aferró de las sábanas bajo sus puños asimilando las sensaciones que el estar cubierto de Blaise le hacía sentir. La ajustada humedad que lo mantenía prisionero. Abrió los ojos y le observó. Tenía la cabeza hundida fuertemente contra la almohada y sus manos parecían buscar algo a qué aferrarse, cerradas fuertemente en puños de nudillos blancos.

Se acercó a él, haciéndole soltar un par de quejidos, y limpió sus ojos. Al abrirlos, un sentido de protección hacia el pelirrojo le invadió y lo abrazó. Los orbes oscuros dejaron dos lágrimas derramarse. Y hubiera llorado, soltando la angustia de adentro, si no se percataba de la cercanía del otro. De la mirada de compasión y lástima que el otro portaba.

Sintió a Draco separarse y apoyar sus codos a los lados de su rostro, mirándole fijamente antes de hundirse bruscamente en su cuerpo sin importarle lo que veía reflejado en sus ojos. Un gemido más fuerte abandonó su garganta con la tercera empalada. El dolor que sentía se mezclaba en su interior, como una forma de castigo que se auto propinaba mediante el rubio. Una laceración propia con la que pretendía expiar esos hechos imborrables que guardaba en su pasado.

La brusquedad de los movimientos de Draco le sorprendió. El deseo se colaba por cada una de sus venas, mezclándose con el dolor en su confundida y torturada mente; desde donde Draco le tocaba hasta su cerebro, llevándolo a un éxtasis emocional que le nubló la mente y dejó de sentir dolor, culpa o placer y todo se convirtió en un solo sentimiento que quería durara para siempre.

Cogió de las caderas que embestían salvajemente contra él para sentir que era real. No una alucinación otra vez. Real… ya no un ser etéreo que desaparecería. No esta vez…

No ahora

El ritmo se volvió casi imposible de seguir, cada uno preocupado en llegar y desfogarse de una sola vez. Oyó a Blaise venirse con un sollozo infernal bajo él mientras toda su esencia se derramaba entre ambos, regándose sobre su abdomen. Luego, sin poder soportarlo más, se vino dentro del otro sin consideración alguna. Le tomó unos momentos detenerse por completo, hasta tumbarse sobre Blaise exhausto.

El aire abandonó sus pulmones.

Maldición¿qué he hecho?

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Severus había guiado a Harry a la planta baja, lleno de cólera al oír su relato. Estaba convencido de que una vez que Potter y Zabini se vieran de nuevo, aquello iba a ser una carnicería. De alguna forma, el traer al Gryffindor a la planta baja había sido una buena idea. Así no se enteraría, de lo que estaba seguro, Draco y Blaise estarían haciendo en este momento.

Le había gritado, era cierto. Había discutido acaloradamente con el Gryffindor. Inclusive, Potter lo había amenazado con la varita, y casi comenzaron un duelo. El odio que exhalaba del Gryffindor fue lo único que lo contuvo. Un mago poderoso (y molesto) es lo último contra lo que uno se quiere enfrentar. Y él no podía negar que Harry Potter era un mago poderoso y molesto en esos momentos.

Poco a poco, su búsqueda los llevó al jardín. Sintió la mirada molesta del Gryffindor sobre él unos instantes. Volteó a mirarlo con el mismo desagrado antes de recorrer el jardín con la vista.

Algo desesperado, ya con la noche casi sobre ellos, se volvió al Gryffindor que yacía sentado en uno de los sofás reclinables, examinando con aire aburrido el jardín.

- ¿Dónde diablos se quedó? – le preguntó irritado, acercándose a él.

- ¿Preocupado por el pequeñín? – fue la respuesta burlona que el Gryffindor le dio.

- ¿Me vas a decir o no te importa!

Los ojos del profesor relampaguearon, logrando que Harry se sentara en una posición más seria antes de ponerse de pie.

- Yo sé donde está – contestó serio, inexpresivo, entrando a la casa sin voltear atrás.

El profesor se quedó quieto un momento antes de salir intempestivamente hacia el Gryffindor. Al alcanzarlo le dio la vuelta y con los ojos entornados y una mirada asesina.

- ¿Lo hemos estado buscando toda la tarde y tú sabías donde estaba!

Una sonrisa malévola abandonó los labios del Gryffindor. El profesor le tomó por el cuello de las ropas y acercó sus labios a los de él.

- No juegues conmigo, Potter… no te conviene – le amenazó antes de soltarlo y adelantarse.

Se dio la vuelta y miró a Harry, quien se tocaba el cuello y lo miraba con lo ojos entrecerrados.

- Vamos a buscar al niño

Con un resoplido enojado, el Gryffindor avanzó llevado por la cólera hacia el Pasillo de los Retratos. Cruzó la sala de estar principal y se adentró en el pasillo de la derecha, con el profesor de pociones siguiéndolo detrás. Se detuvo al estar frente a una sala donde una gran luz se escapaba por la rendija inferior, con el corazón acelerado luego de haber recorrido buena parte del pasadizo. Miró a Snape antes de lanzarse contra la puerta, golpeándola con el hombro. Después de dudar, el profesor lo alejó y sacó la varita.

- Alohomora – murmuró mirando al Gryffindor con reproche y sorna, antes de abrir la puerta.

La iluminación artificial les llegaba de cientos de puntitos luminosos en la parte superior, desde donde los muros de cristal reflejaban la actividad en esa sala. Las plantas que cubrían la parte externa de la sala chocaban contra el vidrio y parecían cruzarlo, adentrándose en la mansión. Cerraron la puerta detrás de ambos, Gryffindor y Slytherin se encontraron parados en medio de la Sala Verde.

- ¿Es un juego, Potter¡¿Como un niño podría haber entrado aquí! La puerta estaba cerrada y…

- Shh…

El Gryffindor lo hizo callarse y señaló frente a ellos, oculta tras unos arbustos de hojas amoratadas y flores negras, una cabecita rubia que se delineaba moviéndose ligeramente. Snape volteó a ver al Gryffindor, descubriendo una expresión de confusión mayor que la propia.

- ¿Cómo lo sabías? – murmuró Snape

Harry se encogió de hombros y retrocedió hasta la puerta. En el camino, se tropezó, cayendo bruscamente contra la madera con un ruido sordo. Snape frunció el ceño, y al regresar la mirada, Damon los observaba con sus ojos infantiles, sin voltearse completamente hacia ambos.

- ¿Qué hacen aquí? – les preguntó con una dulce y angelical voz infantil

- ¿Cómo llegaste aquí? – inquirió el mayor, adelantándose en tono de reproche -. No deberías de haberte ido. La próxima vez…

- No habrá próxima vez. Ya cumplí el encargo de mi padre – explicó Damon antes de girarse nuevamente hacia las flores.

Severus y Harry se quedaron inmóviles.

- ¿Quién… quién es tu padre? – preguntó Harry, con voz dudosa detrás de Severus.

El niño se volteó con una sonrisa en sus labios. Caminó hacia Severus y le tomó de la mano. Con la vista llamó a Harry a hacer lo mismo. Los llevó hasta la flor que había estado observando. Una hermosa planta, de pétalos azules demasiado oscuros para distinguir, el centro de un blanco con líneas plateadas. La materia se veía sedosa, y estaba seguro que sería como terciopelo al tacto.

- ¿No es hermosa? – preguntó Damon mirándolos a ambos a los ojos.

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- Nunca más vuelvas a hacer algo así, Damon¿entendido?

Damon asintió con la cabeza mientras subían las escaleras. Hacia rato habían tocado las campanadas de las 12 de la noche. A esa hora debería de estar durmiendo.

- En el jardín puedes encontrar plantas peligrosas, Damon… - aconsejó Harry en tono paternal tomado de su mano.

- Y no es digno eso de esconderse entre los árboles. Si algo te molesta, ven y dínoslo. No te hubiéramos encontrado si la luna no nos ayudaba – le reprochó Snape, algo molesto de haber tenido que salir a buscarlo en el jardín, dónde el frío se colaba por sus túnicas esa noche. Inconscientemente, hecho un vistazo a la luna. Mañana sería luna llena.

Harry sonrió, recordando como Snape se quejaba de tener que buscar a Damon en el jardín esa noche. Sin embargo, se alegró de haberlo encontrado, aunque no lo demostrara frente al niño. Había que aceptar que la noche estaba bastante fría, pero no tenía tiempo para preocuparse de eso. Una vez en la mansión, su mente había regresado a Blaise y la sonrisa se borró de su rostro.

Al llegar a la planta superior, frente a su cuarto y el de Draco, Snape le ordenó meterse al suyo.

- Quiero hablar con Zabini – objetó.

- Hablaras mañana, Potter. Hoy tengo que aclararle algunos puntos. Aparte, Damon tiene que dormir, y sólo se duerme contigo.

El Gryffindor bajó su mirada hacia la figura del pequeño, que en esos momentos estaba bostezando. Con un suspiro de resignación miró a Severus y volteó hacia su cuarto.

- ¡Hasta mañana, Severus! – se despidió el niño antes de desaparecer tras la puerta cerrada del Gryffindor.

Una sonrisa se delineó en los labios del profesor. Se dirigió a la puerta de Draco, tomando la manija y adoptando una postura seria. La abrió ligeramente, observando el interior hasta posarse en la cama. Las sábanas estaban regadas en el suelo y dos pálidas figuras se delineaban contra los edredones. Ingresó en la habitación, acercándose sin hacer ruido a la cama. Ya de cerca, pudo observar a sus dos antiguos alumnos.

Estaban abrazados bajo las sábanas oscuras que cubrían la mitad de sus cuerpos. Los cabellos desordenados de Draco caían sobre las sábanas de la cama. Blaise dormía con la cabeza apoyada en el hombro del rubio, sus propios cabellos simulando una mancha sanguinolenta en esa palidez.

Durante esa fracción de segundo que Snape se detuvo al lado de la cama, le pareció estar observando una escultura de mármol de jóvenes hermosos e impúdicos. Aquellos desnudos que se exhiben en los museos donde los visitantes pueden apreciar sin vergüenza la belleza natural de la juventud.

Rompiendo el hechizo, se adelantó hacia Zabini y le tocó el hombro. Cuando éste se desperezó, Snape lo detuvo antes de que despertara a Draco. El pelirrojo se confundió al no reconocerlo en la oscuridad, tratando de descifrar por qué había sido despertado. Al ver a Severus, le dirigió una mirada de confianza antes de cuestionarle que estuviera ahí, señalando la parte inferior del cuerpo de ambos muchachos.

- No vengo a contemplar su belleza, Sr. Zabini – le respondió con enojo burlón cuando Blaise se sonrojó -. Quisiera hablar con usted.

- Profesor, puede ser mañana – se quejó Blaise en un murmullo perezoso.

- No. Ahora Zabini – respondió firme a pesar de estar susurrando y se adelantó hacia la puerta -. Cinco minutos.

Blaise no tuvo otra opción. Tratando de no despertar a Draco salió de la cama. Cogió su ropa, que yacía tirada por todo el suelo, y se dirigió a la puerta. Con una última mirada al rubio, salió de la habitación con una sonrisa.

Afuera, Snape lo esperaba mirándolo fijamente.

- ¿De qué quería hablar?

- Aquí no – respondió Severus -. Vamos al estudio.

Con un suspiro resignado, Blaise lo siguió, volteando el rostro un par de veces hacia la puerta del cuarto que acababa de abandonar.

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Draco se había despertado para ver como Blaise se cambiaba de ropa. No hizo preguntas y fingió estar dormido. Tendría que aclararse bien antes de cruzar palabra con Blaise de nuevo.

Una vez que el pelirrojo abandonó el dormitorio, Draco abrió los ojos y se quedó observando el techo. Los pensamientos que flotaban en su cabeza eran demasiados. Estaba perdido en sus emociones y no sabía como ordenarlas nuevamente. Admitirlas sería un pecado, pero guardarlas también. Y en ese momento, no sabría qué admitir o qué negar.

Se pasó una mano nerviosa por la frente, y la posó detrás de su cabeza. Una vez ahí, sintió algo frío y metálico contra su piel. Se incorporó, buscando lo que hubiera sido entre las sábanas. No había nada.

Frunció el ceño y se palpó el cuello, descubriendo el metal colgado en su cuello. Lo jaló hacia fuera, palpándolo sobre su mano, hasta descubrir la cruz que su abuela le había dado en el borde de la cadena. Nuevamente, el misterio de las runas lo abrumó. La apretó entre sus dedos y miró hacia la ventana.

Los vidrios aún estaban rotos.

Separó la vista de ahí y la volvió a la cruz. Decidido, se bajó de la cama y sacó una túnica que colgaba de la puerta del baño. Sintió una molesta culpa al caminar, un dolor efímero que no le sentaba bien. Se trató de olvidar de él, pero continuaba ahí… fastidiándole. Irritándolo.

Se acercó a la puerta y colocó su oído en ella. El silencio en el pasillo era sepulcral. Tomando aire, abrió ligeramente la puerta y espió afuera. Vio la puerta frente a él cerrada y las sombras de las antorchas dibujadas contra el suelo. Salió de su habitación y se encaminó, sigilosamente, hacia las escaleras del otro lado.

Prácticamente corrió todo el camino. Atravesó pasillos y salones, subiendo la Escalera de Cristal y pasando la bifurcación después de un minuto de duda. Sintió la densidad del aire, y la oscuridad perpetua de ese lado de la mansión. Vio como el polvo bailaba bajo sus pies antes de volver a bajar. La mansión terminaba ahí. El punto más alejado de su cuarto, una puerta inmensa que escondía una sala circular hacía mucho tiempo clausurada.

Se acercó a las puertas de roble y éstas se abrieron lentamente. Dentro, las bancas de madera estaban completamente limpias. Una sombra lúgubre se paseaba por el lugar, pero la iluminación omnipresente se sentía por todos lados. Un par de antorchas colgadas en diferentes sitios, y la tonalidad marrón y dorada que soltaba el lugar le encogió el corazón.

Avanzó por entre las filas de bancas, al centro del salón. Sus pasos no resonaron contra el suelo de mármol oscurecido. Acarició las bancas suavemente con sus dedos al pasar junto a ellas. Un sobrecogimiento le llenó el corazón.

Llegó al final del pasillo, unos veinte pasos que lo separaban de la salida. Volteó hacia los lados, observando las bancas de ocho asientos cada una. Las columnas que se erguían a los lados y las dos puertas laterales que permanecían selladas. Aquellos decorados de oro y piedras en las paredes, con cuadros colgados e imágenes empotradas. La decoración finamente esparcida, creando la ilusión de encontrarse en una famosa catedral europea.

Alzó la vista hacia el techo. Otra cúpula de cristal que dejaba ver el cielo verdadero. Las estrellas titilando sobre su cabeza. Al bajar la mirada, ésta se paseó por los rostros dulces de las estatuas que lo miraban desde los lados.

Sin poder evitarlo, miró al altar. Tres escalones lo separaban del suelo, mantos exquisitamente bordados cubrían la mesa donde se había partido el cuerpo de un Cristo abandonado un día que no lograba recordar. Una imagen de un hombre crucificado se imponía frente a todos en la parte más alta del altar principal. El hermoso trabajo cubierto en pan de oro desde donde la estatua de una mujer y un hombre lo observaba, con expresiones de dulzura infinita y ojos vacíos.

No pudo evitar caer de rodillas.

Ni las lágrimas fluyendo de sus ojos.

Palabras fueron colocadas en su boca. Un halo de sobrenatural inconsciencia lo envolvió en ese momento, cerrando los ojos y necesitando el apoyo de la banca a su derecha. Como pudo, se acomodó de rodillas en los reclinatorios y apoyó su cabeza entre las manos.

Elevó la mirada llena de lágrimas hacia el Santísimo. El cuerpo de Cristo que lo miraba desde el altar. Más lágrimas abandonaron sus ojos mientras seguía hablando apresuradamente en una lengua no muy común en esa parte del mundo. Aquella lengua muerta que tomó vida en los labios del rubio por instantes eternos.

- De profundis clamo ad te domine – murmuró elevando la mirada y perdiéndose en el dolor que parecía expresar esa estatua.

- Desde las profundidades clamo por ti.

Draco abrió los ojos y se dio la vuelta, poniéndose de pie en el acto. Una silueta oscura emergió de las sombras, revelando un muchacho de su edad y cabellos oscuros con una sonrisa débil en sus labios.

- ¿Sueles orar en latín?

El rubio no sonrió, mas se limpió los rastros de lágrimas en sus ojos.

- No sabia que Draco Malfoy podía ser de ese tipo de personas – comentó ausente mirando toda la capilla

- ¿Cual? – preguntó Draco irritado

- Devota… - respondió Harry con cierta picardía en la mirada, pasando un dedo bulón sobre la madera de una banca.

- Déjame en paz. No puedes irrumpir de esa forma en este lugar.

- Déjame decirte que es una bella y modesta capilla – se burló Harry sin malicia.

Draco resopló y se volvió al altar. Sintió al otro dar dos pasos en su dirección antes de dejarse caer de rodillas nuevamente para realizar la genuflexión y salir de ese lugar.

- No sabía que eras cristiano.

- No lo soy – respondió fríamente poniéndose de pie sin darse la vuelta.

- ¿Y qué haces aquí? – oyó al otro preguntar con un tono de sorpresa y confusión

El rubio suspiró largamente, elevando la mirada y apoyándose en la banca frente a él. Se mordió el labio, frunciendo el ceño y bajando la cabeza derrotada. Las ganas de llorar se hacían presentes nuevamente, aún con los ojos irritados del llanto anterior. La auto repugnancia que se forjaba dentro de él se acrecentaba, el odio que sentía contra sus emociones se disolvía, convirtiéndose en impotencia. Se sentía abandonado.

Solo

Una lágrima se resbaló por el camino trazado anteriormente por otras gotas de cristal en su rostro. La limpió rápidamente, casi furioso consigo mismo, antes de darse la vuelta para enfrentar al Gryffindor. Lo descuadró un poco que se encontrara a solo tres pasos de él.

- Pensé que podría estar solo. Pensé que te habías cansado de atormentarme. Tal vez pensé mal, y el buen Gryffindor de Hogwarts ya no existe¿verdad? – siseó furioso, con el cabello sobre sus cejas, ocultando ligeramente su mirada clavada en el moreno.

- No me gusta atormentarte, Draco, sólo…

- Malfoy – corrigió el Slytherin con ira en la voz

- No me gusta atormentarte, Malfoy – continuó acentuando la palabra irritado -. Las cosas están saliendo mal. Para todos.

El sonido de burla del Slytherin enfureció lo enfureció.

- Créeme si quieres. Si no, es tu problema. Sólo venía a decirte que quiero que te alejes de Zabini

Ahora, lo que era triste burla se volvió furiosa incredulidad en el pálido rostro. Su sangre hirvió bajo la fría piel que la cubría, los ojos centellearon con un brillo de odio fugaz. Se acercó rápido hacia el Gryffindor, entornando los ojos y hablando en un murmullo cargado de odio.

- Ya tienes todo lo que quieres… no puedes arrancarme eso ahora.

Para desgracia del rubio, el moreno le sonrió malévolamente, elevando su mano y acariciando uno de sus largos mechones rubios.

- Pensé que le gustaban los irlandeses… - comentó como quien no quiere la cosa, sonriéndole de lado y arqueando una ceja.

Draco pudo sentir como si un puñal se hubiera hundido en su espalda. Entreabrió los labios, alejándose ligeramente del Gryffindor con una mueca de dolor en el rostro que hubiera encogido el corazón más frío. Sus defensas estaban caídas, su escudo destruido en algún lugar de la capilla. Las luces parecieron oscilar ligeramente.

Sin mediar palabra, tragó saliva y se adelantó a Harry por la derecha, caminando rápidamente hacia la salida.

Casi no le dio tiempo de reaccionar antes de darse la vuelta y cogerle de la muñeca. Tiró del brazo del rubio sin lograr que volteara. Los gritos histéricos del otro para que lo soltaran eran desgarradores, pero en su propia furia (salida de la nada) no hacía caso de ellos. Tiró una vez más, muy fuerte, y ambos cayeron al suelo, a la mitad de la capilla.

Draco seguía gritando como endemoniado mientras Harry trataba de calmarlo, o al menos, lograr que se callara. No podía ver su rostro pues el rubio insistía en protegerse.

- ¡Basta, Draco¡Detente, maldita sea¡Para!

Sólo logró que los gritos aumentaran y el rubio lo pateara contra una banca. Su desesperación creció, junto con esa furia injustificada dentro de él, y se abalanzó contra Draco, cogiéndolo de las muñecas y apartándolas fuertemente de su rostro. Al este seguir insistiendo en alejarlo le tiró una bofetada que lo hizo caer contra el mármol frío, boca abajo.

El silencio reinó entre los iconos.

Harry respiraba agitadamente, pero Draco yacía tirado en el frío suelo de mármol de la capilla. El moreno podía observar como su pecho subía y bajaba melódicamente. Los cabellos rubios desparramados sobre el mármol mezclaban sus colores. La túnica oscura que el rubio usaba contrastaba notablemente contra la claridad del piso.

Draco se dio la vuelta, apoyándose contra la banca, sentado en el suelo. Harry, arrodillado a menos de un metro de él, lo observaba apoyado en sus rodillas sin regularizar su respiración.

- ¿Qué quieres ahora? – murmuró Draco -. ¿Mi cuerpo¿La mansión¿Me quieres ver muerto¿A Blaise muerto¿Qué mierda quieres, Potter?

Todo lo dijo con tal derrota en la voz que Harry no pudo menos que bajar la mirada. La intensidad de los ojos grises era demasiada.

- Quiero arreglar lo que arruine hace casi diez años.

El rubio arrugó la frente, una pregunta dibujada en sus labios.

- Cuando te rechacé como amigo

Draco soltó una carcajada amarga que resonó por toda la capilla. Dejó caer su cabeza hacia atrás, olvidándose de su máscara abandonada en el aire. Sus angustiadas lágrimas rodaban silenciosas por sus mejillas.

- Es tarde para eso, Potter. No me importa ser tu amigo luego de lo que has hecho conmigo. Debes estar mal de la cabeza.

Harry bajó la mirada, aceptando su culpa y golpeándose a sí mismo en ese momento. No podía realmente culpar a Draco por no darle una oportunidad. No se la merecía. No había razones para confiar en él. No valía nada.

Nada.

Se dejó caer sobre sus tobillos, acomodándose al lado de Draco sin llegar a tocarse.

- Realmente la cagué¿cierto?

Draco sonrió débilmente en la oscuridad y asintió.

- No hay ninguna…

- No

Nuevamente, quedaron en silencio. Harry sintió que debía de irse él también. Podía ver claramente lo que le había causado al otro. Lo había roto, como nadie lo había hecho antes. Había desarmado a Draco Malfoy hasta dejarlo desnudo y vulnerable frente a sus ojos. Le había quitado lo que lo volvía Draco Malfoy, dejándolo convertido en un ser sin identidad. Y eso era lo que más temía el rubio.

Las piezas de lo que había sido el Slytherin estaban regadas por las horas pasadas. La esencia difuminada en cada una de las acciones de este. Unos huecos profundos que se formaban en medio del otro.

- ¿Realmente me odias, verdad?

El sonido de la nariz del rubio le llegó como única respuesta y volteó a mirarlo. El otro tenía la mirada perdida, observando hacia el frente, su perfil delineado contra el altar. Los ojos grises estaba rojos e hinchados, los canales brillantes de las lágrimas aún en sus mejillas. Los labios amoratados y el cabello revuelto enmarcaban su rostro cuando volteó en su dirección.

Se sintió examinado. Los ojos del otro lo observaron unos segundos antes de clavarse en sus ojos. Se sintió atraído hacia él, vibrando con la cercanía de ambos en ese momento. Ambos vulnerables, con las defensas bajas y los corazones en el puño. Ambos confundidos y sin ninguna pista de hacia donde todo este torbellino de confusión los conducía.

Los ojos verdes se acercaron lentamente al rostro del otro, pudiendo ver claramente el temblor en sus labios y una fugaz sombra de miedo oscurecer sus facciones. Tragó saliva, acercándose más a Draco, deleitándose con cada detalle de su elegante rostro. Casi podía sentir la respiración del Slytherin.

De pronto, una mirada de terror puro transformó el rostro del Slytherin, quien saltó hacia atrás, apoyándose en su mano para no chocarse contra el borde del asiento. Las manos le temblaban y nuevamente estaba agitado. Se puso de pie entre tropezones con necesidad de apoyarse en algo.

Harry lo imitó acercándose hasta tomarlo de los brazos con ternura, pero este gesto pareció asustarlo aún mas pues se lanzó hacia atrás, chocándose contra la banca de enfrente y quedando atrapado entre el asiento y la baranda sin dejar de mirar aterrado a su alrededor.

- Draco…

El rubio negó con la cabeza y levantó el dedo como advertencia, abriendo los ojos con temor e ira.

- Nunca más… no te me acerques – murmuró antes de darse la vuelta y retroceder torpemente cogiéndose del respaldar de madera.

Harry resopló cuando el rubio se detuvo al otro lado de las bancas. Ocho asientos lo separaban de un rubio exaltado y furioso. Trató de cruzar por las bancas, pero Draco se movió en dirección a la puerta, lo que le hizo retroceder y colocarse a la mitad del pasillo central.

Se miraron unos segundos fijamente, antes de salir ambos disparados hacia la puerta gigante de roble. El rubio, más ágil y delgado, se le escapó a Harry cuando trató de coger su muñeca nuevamente. Molesto y avergonzado, salió en su captura, olvidándose del momento que habían compartido y acrecentando la ira y vergüenza que crecían en su corazón.

Vio al rubio tropezar un par de veces, casi colocándose a su alcance. Luego, se le adelantó en las escaleras, donde prácticamente voló sobre ellas mientras Harry cuidaba de no salir despedido por el ventanal. Nuevamente, se perdieron entre los salones. Un inmenso salón oscuro ahora los rodeaba, Draco dirigiéndose a la puerta del lado contrario.

Harry tropezó contra un jarrón y, tratando de que no se cayera, le regaló tiempo a Draco de adelantarse. Finalmente, dejó el adorno, el cual cayó al sueno con un estruendo criminal, y saltó sobre el otro sillón, teniendo a Draco acorralado entre él y la puerta detrás.

Al parecer, estaba cerrada.

Le sonrió de lado, con la mirada que el vencedor le dedica a los vencidos. Alargó su brazo y tomó al otro fuertemente, haciéndolo soltar un quejido ahogado en su garganta.

La puerta se abrió y Draco desapareció de su agarre. Enfocándose bien en la oscuridad, y nuevamente con una sensación de deja-vú, pudo sentir el frío en sus manos vacías. Y distinguir dos ojos negros mirándolo con odio.

Maldito Blaise Zabini…

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Chapter Summary: (19 de Marzo) Donde Draco posee a Blaise, Damon se pierde, Draco visita la capilla, y Harry le persigue por los pasillos

GaB

Modificado el Lunes 14 de Agosto, 2006

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