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DISCLAIMER: Los personajes conocidos son de Rowling, los que no son conocidos y la trama son míos.

AVISO: slash (relaciones homosexuales) y temas para adultos (violación, sexo, violencia, lenguaje cuestionable, auto mutilación, asesinato, depresión. La mayoría tratados en capítulos anteriores, así que ya deben de saber). Si no puedes manejarlo, presiona atrás porque no me gusta recibir comentarios destructivos. Gracias.

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Título: Propiedad Privada

Autora: GaBo0

Parejas: HarryDraco, Snape, Blaise

Rating: M

Summary: Slash. Han pasado tres años desde que Harry salio de Hogwarts y ahora ha atrapado a la mano derecha de Voldemort... ¿qué pasa cuando esta le hace una propuesta que no podrá rechazar?

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Propiedad Privada

By GaBo0

CAPITULO 19: Luto

- ¿Draco?

El rubio parpadeó una vez. Dos veces. La habitación en la que se encontraba se materializó, recordándole el tiempo en el que se encontraba. Ahora tenía 20 años de nuevo, y no lloraba frente a la puerta cerrada de su cuarto. No veía porcelana rota en el piso de su dormitorio.

- Draco… ¿estás bien?

Alzó la vista. Severus estaba parado a su lado, mirándolo con una expresión desconcertada que no le sentaba muy bien en ese momento. Draco negó con la cabeza; pero bajó la mirada, frunciendo el ceño ante su confusión. Habían vuelto aquellos recuerdos que parecían haber olvidado. Pequeñas ocasiones que creyó insignificantes.

El odio que sintió contra Lucius aquella noche se intensificó, tornándose mucho más grande de lo que realmente había sido. Pensó en los celos que había experimentado aquella noche. La forma como quería gritar para olvidar la escena, la cólera que sentía hacia esa persona frente a él.

Se apartó del profesor cuando trató de posar una mano sobre su hombro. La mirada que le lanzó pareció traspasarlo, aunque no le conmovió ni un poco el brillo dolido en sus ojos.

- Déjame en paz

Vio cómo Severus iba a contestar pero lo calló con un movimiento de su mano, sin dejar de observar el suelo. El silencio de la sala martilleaba contra sus oídos.

Ambos adultos lo observaban, con preocupación y curiosidad. El rubio tenia la apariencia de alguien al que se le ha aplicado un castigo severo, una humillación lacerante.

Antes de que alguno dijera algo, levantó la mirada por última vez y abandonó el cuarto, tropezando con una de las sillas, ignorando la mirada triste del niño. Pero Snape se quedó plantado donde estaba, mirando el espacio vacío desde donde Draco le había dirigido una mirada fugaz.

Una mirada llena de rencor e ira.

- Carácter sensible¿no?

Harry sonreía burlón desde su silla, saboreando cada sorbo de café al ver la expresión que el rubio le había dedicado a su profesor. Estaba disfrutando con el espectáculo que se desarrollaba en esa mansión, a pesar de no salir muy bien parado de la mayoría de actos.

- Cállate – le espetó el profesor al darse la vuelta, acercándose a su asiento y mirando el lugar con la vista perdida, luciendo una mirada ausente y pensativa. Sin darse cuenta, bebía el café frío y repetía la misma secuencia con los dedos sobre la mesa.

- Tranquilízate, Snape… sabias que en algún momento Draco se daría cuenta de que sobras en esta casa – exclamó Harry con tono indiferente, sin tratar de disimular el deleite que sentía frente a toda la situación.

Y es que el rubio había dejado en claro que no soportaba a Snape en ese momento.

A pesar de todo, Severus no lograba explicarse el cambio de humor en el rubio. Unos segundos antes habían estado perfectamente bien, o tanto como se puede estar en una situación como aquella. Inclusive, Draco había sonreído. Todo aquello antes de que Potter entrara en escena.

- Yo creo que se dio cuenta demasiado tarde… o sea, es obvio que no eres útil dentro de su vida…

- Cierra la boca – le gruñó, entornando los ojos en su dirección.

Severus captó la mirada del niño a su lado y se volvió hacia él. Los ojos cristalinos de Damon estaban vidriosos. Cuando trató de tocarle el cabello, el niño saltó de la silla y corrió hacia la puerta. El profesor hizo un gesto de pararse, pero la voz del Gryffindor lo detuvo.

- Ahora ni el niño te soporta

Harry recibió una mirada cargada de odio. Le sonrió inocentemente a aquellos orbes de negra energía antes de que aquel ser oscuro abandonase el comedor.

Sonriendo para sí mismo, elevó la varita y desapareció toda la comida que estaba sobre la mesa, haciendo aparecer una botella de whisky en su lugar. Saboreó cada trago de licor como si fuera la esencia de su victoria.

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El adulto echaba humo por la cabeza. Aún después de un par de horas, no lograba comprender la actitud de su alumno. Aún más, el haber prácticamente huido de la presencia del Gryffindor sólo por el hecho de que éste lo irritaba y no podía controlar sus impulsos lo hacía cuestionar los daños que el tiempo traía consigo.

Mucho peor, le había afectado la mirada que el chiquillo le dirigió, y no podía sacársela de la cabeza.

Dejó que las sombras de los pasillos lo abrazaran. Pensó en ir a la habitación de Draco (pues sabía que allí se encontraba). El sonido de una puerta pesada en el segundo piso lo había delatado. Se pregunto adónde había corrido Damon, pero una segunda puerta en la planta de arriba había contestado su pregunta.

Resoplando, avanzó hacia el ala este de la mansión. Las arañas de cristal que colgaban del techo iluminaban pobremente el pasillo. A los lados, retazos de armaduras aumentaban el lúgubre aspecto del lugar. Podía sentir un frío gélido trepar por sus manos, congelándole los pies a pesar de toda la ropa que tenia puesta.

Podía ver su respiración condensarse frente a sus ojos.

Se acomodó el cabello detrás de las orejas, abrazándose a sí mismo para tratar de darse calor. Se paró en seco, cerró los ojos y trató de calmar los pensamientos que venían a su cabeza. Habitaciones llenas de historia desfilaban antes sus ojos, deslizándose por su lado izquierdo entre los ventanales de luz sombría.

Respirando agitadamente, paró frente a un salón antiguo que parecía no haber sido usado hacía siglos. Pensó que tal vez era posible. Aquel lado de la mansión, sin ser el más antiguo, era el más lúgubre debido a su historia. Y era justamente por su antiguo uso para celebraciones sociales que los recuerdos tenebrosos de ellas parecían vivir en cada una de las paredes.

Podía oír los gritos.

Recordó una vez que, teniendo trece años, el padre de Lucius los había invitado a bajar de sus aposentos a presenciar una de las reuniones de trabajo que solían realizar allí. Aun no lograba borrar las imágenes sangrientas de aquella noche, ni el rostro impasible de Lucius al presenciar aquella barbarie.

Lo veía como una estatua de porcelana a su lado, con la luz de los candelabros sobre su rostro y los ojos fijos en algún punto frente a él.

Recordó cómo, después de eso, Lucius se había encerrado en su cuarto y no le había hablado durante el resto del fin de semana. Al bajar nuevamente, su actitud continuaba siendo la misma de antes, como si nada hubiera pasado.

El episodio quedó olvidado hasta muchos años después, cuando Lucius pasó a presidir aquellas reuniones.

Severus decidió continuar. Apartó los ojos de los salones y se concentró en el mármol debajo de sus pies. Se acomodó la capa y llegó frente a un arco de piedra completamente oscuro tras el umbral. Avanzó con decisión, viendo como el terreno descendía suavemente bajo sus pies.

Continuó el trayecto hasta llegar a una planta subterránea. Una sala circular con paredes húmedas llenas de velas flotantes. El aspecto terrenal de aquel sitio le trajo algo de calor, antes de que el sonido del silencio le helara nuevamente las manos. A sus lados se extendían varios pasillos laterales, igualmente iluminados de velas que flotaban en el aire, deformando los bordes de las piedras sobre su cabeza.

Frente a sus ojos, una pintura escalofriante de un hombre amarrado a una estaca oscurecía el lugar. El fondo del óleo era completamente negro, iluminando levemente los bordes del palo de madera detrás del cuerpo, el cual tenía el efecto de brillar sobre la oscuridad. Como si tuviera luz propia en aquella piel inerte y los ojos vacíos.

Se acercó lentamente, poniéndose frente al cuadro. Alzó la mano y tocó con uno de sus dedos las astillas que sobresalían del tronco. Sintió la pintura clavarse en su piel, como espinas verdaderas que penetraban en sus tejidos. Cerró los ojos cuando su propia sangre se unió a toda aquella que bañaba el tronco dibujado.

Luego, dio un paso hacia delante y atravesó el tejido.

Una ráfaga de viento frío le golpeó el rostro. Una semi oscuridad acogedora lo rodeaba. Se recostó sobre la pared que se había materializado detrás de él, ocultando el cuadro por el que antes había pasado. Se abrazó la mano, protegiendo el dedo que aún sangraba débilmente. Observó las sombras que la escalera de caracol frente a él proyectaba, y suspirando, avanzó hacia ellas.

Ahora subía los escalones con pasos vivos, recobrándose de los escalofríos que lo habían atravesado mientras cruzaba la Mansión Malfoy.

Sonrió ahora que llegaba al nivel del suelo, pensando en que mucha gente mataría por conocer aquel secreto de la mansión. Sabía algo de su historia, pero lo que más le sorprendía era cómo ninguna de las comisiones que habían registrado la casa se había topado con aquella salida secreta.

De cómo el miedo podía retrasar tanto a las personas.

Y es que el óleo en sí no era muy agradable de contemplar. Aquel cuerpo sin vida colgando de una estaca frente a un paisaje completamente oscuro, con el rostro vuelto hacia el lado y los ojos de mirada vacía que resaltaban en el rostro de por sí pálido.

Un rostro muerto de ojos vivos.

Observó el paisaje frente a él. El contraste entre la oscuridad dentro del tubo donde descansaba la escalera y la blancura de la villa frente a él le sorprendió un momento. La nieve cubría todas las calles inmaculadamente. El sol se reflejaba en ella sin lograr derretirla ni calentar el ambiente, según las personas que vagaban por ahí.

No lograba verlo con nitidez, impedido de eso por la cortina de agua que se abría ante él. La luz penetraba, clara y diáfana, pero las ondas de aquella sustancia liquida distorsionaba la imagen. Cruzó aquella barrera y sus pies se apoyaron en la nieve de aquella esquina. Detrás, un gran panel publicitario se extendía a lo largo de toda la pared de una librería.

Sacó su varita y conjuró una bufanda, enrollándola alrededor de su cuello y escondiendo el rostro bajo ella. Unos 10 kilómetros lo separaban de la mansión Malfoy, pero la diferencia de clima era extraordinaria.

Hacía no mucho, había disfrutado de sol dentro de la mansión.

Eran raras las veces en que la nieve inundaba aquellos jardines, con todos los hechizos que recubrían la propiedad. Estuvo presente cuando Lucius le explicó a Draco todo aquello una vez que las exigencias del niño de tener nieve en su jardín se volvieron insoportables.

Porque el niño Malfoy quería armar muñecos de nieve.

No se detuvo a pensar más. Avanzó hacia la fuente, cruzando por el lado izquierdo. Se alejó un poco cuando agua helada le saltó en el rostro. Atravesó la plazoleta en menos de un minuto, caminando con paso apresurado, consultando su reloj un par de veces. Rogaba que su lechuza hubiera llegado más rápido de lo que esperaba.

Que hubiera llegado

Ingresó a un café rústico, con puertas de vidrio rodeadas de madera. Una campanita lanzó un tintineo al abrir la puerta del establecimiento. Avanzó al lado de los ventanales, hasta llegar a una mesa apartada en el rincón más cercano a la chimenea que encontró.

Tomó asiento, quitándose la bufanda y achicándola para guardarla en uno de sus bolsillos. Se recriminó el haber abandonado de esa forma la mansión, sin haber conseguido siquiera un abrigo más decente que su capa de invierno. A pesar del clima que sabía había en esa región, estar tanto tiempo en la mansión le había hecho perder la noción del tiempo.

Ni siquiera se sentía en inactividad.

Una sonrisa amarga se dibujó en su rostro al recordar cómo días antes de la nota de Draco había decidido retirarse de su trabajo por un tiempo. Quería relajarse y descansar en su mansión, deleitándose de la soledad que albergaban sus paredes oscuras.

Oyó nuevamente aquellas campanillas de la entrada y elevó el rostro. Una figura alta y esbelta se deslizaba entre las mesas, buscando con la mirada entre los presentes. Snape no se movió cuando los ojos de la figura se posaron en él y comenzaron a avanzar lentamente hacia su mesa.

Inclinó la cabeza en forma de saludo cuando aquella mujer tomó asiento grácilmente frente a él y apoyó los brazos en la mesa. Severus volteó el rostro y vio a su lechuza parada en una de las ramas de afuera, observándolo con ojos penetrantes a través de la ventana.

- ¿Para qué me llamaste, Snape?

Severus se giró hacia la voz que le hablaba. No recordaba si la última vez que la había visto era la misma mujer que ahora se sentaba a su mesa y lo miraba como si no lo conociera, y a la vez, con una familiaridad extraña.

Definitivamente, no había cambiado nada.

- Necesito el paradero de Lucius, Bellatrix.

Un silencio incómodo se asentó sobre la mesa. Bellatrix esbozó una sonrisa imperceptible, sosteniendo la mirada del profesor. Sus labios delineados parecían fríos, al igual que su mirada acuosa. Su rostro se encontraba perfectamente liso, como una máscara de porcelana que había sido colocada ahí desde hacia tiempo. El cabello estaba elegantemente sujeto detrás de su cabeza, antes cubierta con la capucha de su capa guinda de invierno. Detrás de la tela, se podía adivinar un fino cuello marcado por el tiempo.

- Sabes que no puedo decírtelo, Severus…

La observó más largamente, como si no pudiera explicarle la situación entera con palabras. La mujer bajó la mirada y observó la calle con una expresión melancólica que no solía poner en su rostro frente a muchos.

- Es importante, Bellatrix. No sé qué tanto sabes de sus razones para irse, pero debe regresar lo más pronto posible. Necesito buscarlo para eso.

Dio la impresión de que ella iba a hablar, pero en vez de eso abrió los labios y soltó un largo suspiro.

- O permíteme comunicarme con Narcissa directamente.

- Sabes que no puedo hacerlo – le contestó con algo de molestia la mujer, apoyando el mentón sobre el dorso de sus manos -. Tendrías que necesitar vivir en el refugio para conocer su ubicación. Ya sabes que todos los que lo abandonan se someten a que les borren la memoria.

- Pero necesito…

- Sé para qué necesitas a Lucius, pero no puedo decirte dónde está.

La mirada turbia de ella hizo desistir a Snape por el momento. De alguna forma, el profesor sabía que Black conocía toda la historia. De alguna forma, sabía que quería revelarle el paradero de Lucius. No por algo Draco había sido su sobrino favorito aún estando ella en Azkaban.

- Narcissa

El profesor frunció el ceño sin entenderle

- Puedo conseguirte una cita con Narcisa. Es menos peligroso que ella abandone el refugio.

- Eso no es cierto – le espetó Severus -. Bien sabes que Lucius no es perseguido. Al contrario, las autoridades lo creen desaparecido. Lo único que ha hecho es huir de las consecuencias de lo que hizo, y lo único que ha logrado es dañar a Draco. Y mucho.

Un silencio tenso se formó nuevamente sobre los dos. La mujer bajó la mirada pero no ablandó su semblante. Mantenía una mirada calculadora, examinando al profesor alternativamente con el mantel, sopesando sus opciones.

- Es imposible que…

- No es imposible. Puedo ir al refugio, entrevistarme con Lucius y someterme a un obliviate. No tengo ningún inconveniente – dijo acaloradamente Severus, perdiendo el control por un segundo.

- No es así de simple – le contestó Bellatrix, juntando tanto las cejas que parecían ser una sola -. Si así lo fuera, el Refugio no sería tan seguro. A parte de eso…

- ¿Has hablado con Lucius?

Una mirada vacilante de la mujer fue suficiente respuesta.

- ¿No quiere saber nada de Draco, verdad?

- ¡No es así! Lucius me dijo sus razones, pero no soy la persona para decírtelas – le explicó cortante la mujer, colocando una expresión amenazante en su fino rostro.

- Bella, escúchame…

- ¡No! Escúchame tú, Snape – le dijo un poco exaltada -. No puedes hablar con él por fuertes motivos, comenzando por el hecho que…

Un fuerte grito en la calle los hizo callarse. Ambos voltearon los rostros hacia los ventanales, olvidándose de su conversación. Las personas en el café se habían puesto de pie y miraban curiosas a través de las ventanas.

Una señora dio un grito agudo antes de desmayarse. Por suerte, un mago robusto detrás de ella la sostuvo y el revuelo que se armó dentro fue aplacado cuando alguien gritó afuera.

Severus y Bellatrix corrieron hacia la ventana. Tres sujetos corrían sobre la nieve. Había marcas de pasos que aparecían de la nada desde una pared enorme, y desde donde la nieve caía en pedazos, como si aquellas sombras que corrían del otro lado de la plaza hubieran saltado desde el techo de la casa.

Una de las sombras era perseguida por las otras dos, y corría erráticamente a través de la plazoleta, en cámara lenta frente a los ojos de todos los que estaban en el establecimiento. En menos de un segundo, uno de los perseguidores lo había cogido del brazo y pateado en el costado, lo que lo hizo doblarse de rodillas y quedar arrodillado sobre el hielo de afuera.

Al alcanzarlos, la otra sombra lo golpeó en lo que podría ser su rostro y torso, pateando a la figura reducida del que había sido perseguido. Todos observan inmóviles los segundos que duró la escena, con un completo silencio alrededor, como si todo en el ambiente se hubiera detenido a observar.

Se ven dos varitas levantadas y un grito desgarrador que atraviesa la villa. Luego, uno de los encapuchados coge el cuerpo del otro y lo eleva como una marioneta, quitándose la capucha simultáneamente con el otro.

Ambos tenían mascaras blancas.

- ¡Esto va para los traidores al Lord!

Un grito ahogado nace de los corazones de todos los espectadores cuando uno de los mortífagos arranca la capucha del ser golpeado y una luz roja sanguinolenta le golpea en el pecho.

Otra señora se desmaya.

Severus abrió los ojos desmesuradamente, y empujó al hombre a su lado, tratando de alcanzar la puerta. Podía sentir los pasos de Bellatrix detrás de él, pidiéndole sin palabras que llegaran pronto a la plazoleta. El viento azotó su rostro pero no le importó. Los mortífagos se volvieron hacia ellos y con una mirada negra desde detrás de sus máscaras, desaparecieron. Se oyeron sollozos dentro del café, pero perdieron intensidad en la mente del profesor.

Corrió hacia el cuerpo negro que yacía tumbado en la plaza. Sus brazos rebotaban contra la nieve peligrosamente, su cuerpo convulsionando de forma macabra, su columna arqueándose de forma grotesca.

Se lanza al lado del hombre en el suelo y le da la vuelta. Los ojos del otro, inyectados en sangre, lo miran con miedo, luego con tristeza. Lágrimas rojas corren por su rostro, una mueca de dolor dibujada en sus labios. Un grito silencioso que murió en su garganta. Su cuerpo se contorsiona mientras el profesor trata de retenerlo.

Oye a Bellatrix gritar su nombre pero bloquea todo sonido. No se dio cuenta cuando su brazo la empujó a un lado, haciéndola caer en la nieve. La vio coger los brazos del chico que se movían hacia todos lados, retorciéndose sobre sí, abrazándose y aferrando pedazos de nieve en las manos amoratadas.

En un movimiento rápido, el chico se soltó de él y se puso boca abajo contra la nieve, apoyándose en sus brazos y rodillas. Su rostro estaba bañado en sangre, sus ojos lloraban de dolor, su cuerpo temblaba frente a la vista atónita de Severus que observaba una gran mancha roja que se extendía a lo largo de la túnica negra.

Oyen gotas.

Vio manchas rojas contra la nieve. El hombre frente a ellos se abrazó el estomago y abrió la boca. Un grito penetrante taladro sus oídos, vibrando a través de la ciudad, chocando contra las paredes y volviendo hacia ellos. Dos últimas gotas de sangre salieron de sus ojos mientras él escupía sangre sobre la nieve, sobre sus manos moradas y sangrantes.

Trató de tomar aire y escupió otro puñado de sangre. Las gotas rojas sobre la nieve se volvían un hilo oscuro que conectaba el cuerpo con el suelo. Con un sonido sordo, ahogado, cayó sobre la nieve y expiró.

El charco carmesí alrededor del cuerpo de Blaise Zabini creció, manchando la plaza con su sangre.

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Harry estaba sentado en el escritorio de roble. Sonreía al pensar que en algún momento, algún mortífago importante había usado aquel mismo sillón. Que el mismo Lucius Malfoy no le había permitido a su hijo ocuparlo antes de abandonar Hogwarts.

Le molestaba ligeramente el afán que tenían los Slytherins de usar tanto protocolo y escudo familiar, pero no podía evitar cierta envidia hacia la historia tan larga de aquella familia y a la elegancia que toda esa jarana les daba. Seguro que la suya había sido importante y poderosa, o con mucha suerte, pero el prestigio y el linaje de los Malfoy era algo que los Potter no conseguirían. Al menos, no en su generación.

Pasaba las páginas de un libro amarillento que parecía interesante antes de darse cuenta que estaba escrito en ruso, cuando un picoteo en la ventana lo hizo alzar la vista. Una lechuza completamente blanca agitaba las alas tras el vidrio, mirándolo con un par de ojos igual de amarillentos como las páginas del libro.

Posó delicadamente el tomo sobre el escritorio, poniéndose de pie y yendo hacia la ventana. Al abrirla, un soplo de aire fresco inundó la habitación y apagó una de las velas sobre el escritorio. La lechuza fue a posarse en uno de los brazos del sillón y lo miraba fijamente.

Harry prendió nuevamente la vela y se acercó a la lechuza, ubicando el pergamino sujeto en su pata. Desenrolló la cinta. El animal no esperó respuesta sino que abandonó la habitación de la misma manera como entró. El Gryffindor cerró la ventana para evitar enfriarse aquella noche y abrió la carta.

El sello del Ministerio de Magia estaba un poco rayado debido a las garras con las que la lechuza había sostenido el mensaje.

Frunció el ceño, preocupándose por la misiva. Sin pensarlo mucho, enrolló nuevamente el pergamino y salió corriendo del estudio. La mansión continuaba tan silenciosa como siempre, únicamente perturbada por los pasitos que de vez en cuando se oían en el segundo piso.

Llegó a aquella sala donde había visto aparecer a Snape, y corrió hacia la chimenea. Tomó un pote de polvos flu que había sobre ella y los lanzó en las llamas. Pronto, y con una orden, se metió en las llamas azules que envolvían su cuerpo.

Como siempre, el viaje fue aún peor que los demás.

Se acomodó la túnica cuando llegó a su destino. Una sensación de enfermedad se revolvía en su estómago cuando dio un paso dentro de aquel establecimiento. Había personas llorando, sollozando, y unas cuantas que hablaban histéricas o desesperadas. Muchas señoras de edad se secaban la frente con sus pañuelos de seda, muchas sillas estaban volteadas. En un rincón, un hombre y un empleado trataban de revivir a una dama mayor que parecía haberse desmayado.

Atravesó aquel caos y llegó a la puerta. Miró hacia arriba cuando unas campanillas sonaron agudamente sobre su cabeza. El viento de la tarde le azotó el rostro. El caos fuera era aún peor que el que acababa de presenciar.

Unos cincuenta aurores caminaban apresurados por el pueblo, dejando marcas grandes y profundas con sus botas de invierno en la plazoleta. Casi no los distinguía por las bufandas en sus cuellos o las capuchas de sus capas. Conforme se iba acercando, el ruido de las personas a su alrededor parecía ir disminuyendo de intensidad. Un poco más adelante y sentía estar rodeado de un silencio sepulcral.

Alguien le tocó el hombro y colocó una planilla frente a sus ojos. No entendió muy bien lo que decía, pero señaló donde parecía estar su nombre. Saliendo del trance inicial, le mostró al pequeño mago su identificación y lo despidió con una mirada irritada.

- ¡Harry!

Se dio la vuelta y saludó a su amigo sin poder entender muy bien qué sucedía aún. El rostro de David denotaba una gran frustración, al igual que todos los demás. Parecía que había ocurrido algo serio en esa villa pero nadie advertía su presencia, nadie le explicaba lo que significaban los números en la nota.

- Hubo un ataque hace casi una hora – comenzó su compañero al borde de perder el aliento -. Según los testigos, los asesinos llevaban máscaras de mortífagos… y por el hechizo, tememos que no eran imitadores.

Harry trató de buscar algo que lo consolara en los ojos del muchacho, pero solo encontró pesadumbre y preocupación. Todos sabían que los mortífagos seguían existiendo, pero hasta ahora se mantenían callados. Luego de un poco de explicaciones, Harry llegó a su propia conclusión: era alguna clase de venganza.

- Exactamente. Al parecer, la víctima los traicionó de alguna forma durante su escape de Azkaban. El que fue hace pocos meses… ¿recuerdas?

El Gryffindor tardó un momento en atar las ideas, y frunció el ceño un momento.

- ¿Cuál era su nombre?

Una anciana golpeó a David en el hombro. El chico se acercó más a Harry dando paso a un grupo de aurores que atendían a la mujer. Suspirando, David le dio la vuelta a una hoja en su planilla y leyó el nombre en voz alta.

- Blaise Zabini. ¿Me parece que lo conocías¿Qué¿Qué pasa? – preguntó luego, mirando hacia atrás fugazmente, tratando de encontrar la cause de la sonrisa que pareció asomarse en el rostro de Harry.

- No, no es nada. Perdona – se excusó el otro, adoptando una pose más seria mientras le detallaba al incidente.

Y es que es conocido que Harry no le tenía mucho afecto a este preciso individuo. Y a pesar de arrepentirse de casi delatar su satisfacción, no pudo evitar la sensación de triunfo que iba creciendo en su estómago. Un peso se levantó de su espalda al pensar que no tendría aquel obstáculo al regresar a la mansión, aunque lo dejó preocupado el pensar en cómo reaccionaría Malfoy con la noticia.

Sintió una morbosa fascinación por la descripción de los hechos que David le proporcionó. Casi pudo imaginarse la sangre bañando la inmaculada blancura que cubría las baldosas de la plaza. Pudo recrear en su cabeza la expresión en el rostro de Zabini al sentir que todo lo que llevaba debajo de su piel iba explotando, y pudo experimentar los retortijones en el estómago que el pelirrojo debía de haber sentido con una intensidad mil veces mayor. Acarició como si fueran un recuerdo precioso las imágenes plasmadas en las fotos que habían tomado los aurores al llegar, y aplacó un sentimiento de melancolía al observar el cuerpo delgado tendido sobre la nieve, como si durmiera sobre un edredón carmesí.

Se preguntó si los mortífagos habían ido a buscarlo a la mansión o si por alguna estúpida razón este había abandonado las paredes seguras del edificio. No creía que su relación con Draco estuviera muy bien luego de haberlo visto encerrado en una habitación abandonada con la mirada perdida. Claro que no había hablado con nadie de esto, pero suponía que Severus lo había encontrado después.

Como también suponía que era Severus la persona que había corrido al lado de Zabini mientras este agonizaba. Los testigos lo habían descrito perfectamente: cabello grasiento, nariz aguileña, piel pálida, grandes ojeras, capa negra y semblante sombrío. Inclusive, una señora había pensado que era cómplice de los asesinos cuando lo vio inclinado sobre el cuerpo. Y no estaba muy lejos de la verdad, pues Snape había sido, en algún momento, un mortífago.

Saboreó un triunfo que no era suyo, y poco le importó el hecho de que los mortífagos anduvieran tan cerca de la mansión Malfoy. Después de todo, no creía que fueran a tener ningún problema.

- Ian me dijo que prefería que tú te encargaras del asunto de la villa. Te va a dar acceso a las evidencias que encontramos. Mientras tanto, me han mandado a investigar a la mansión Malfoy – comentó David tapando la planilla y regresando su mirada a Harry

- ¿Por qué? – pregunto este, saliendo del estupor al que las fotografías lo habían inducido.

- Por las relaciones que mantenía la victima con Draco Malfoy. Sabemos que se encuentra en la mansión…

- No, no. ¿Por qué tú y yo no? – inquirió Harry con algo de irritación en la voz.

El rostro de David solo pudo expresar un poco de confusión. Después de todo, Harry siempre había sido la clase de auror que prefiere trabajar con papeles y no lidiar con personas.

- Porque es a lo que siempre te has dedicado.

- Pero tengo una mejor relación con Draco Malfoy que tú – espetó Harry, sintiéndose ahora molesto por haber sido relegado a juntar piezas para llegar a nada. Pues, eso era lo que hacía: armar un rompecabezas que siempre terminaba incompleto.

- Y, a todo esto¿por qué involucran a Malfoy en el incidente? – dijo el Gryffindor, tratando de desviar un poco la tensión que surgía entre ambos.

- Ya te lo dije – resopló David, haciéndole un signo para que caminaran hacia el cadáver -. Al parecer, Malfoy tenía una relación muy estrecha con la víctima, y sabemos que esta era un mortífago. No sabemos qué hizo para que lo llamaran traidor, pero de repente Malfoy tenga una idea. Aparte, un campesino dice que vio a Zabini correr por la explanada que termina donde comienza el bosque que rodea la mansión. Creo que es bastante obvio de dónde venía o de dónde huía.

Harry pensó que tenía bastante razón. Tal vez más de la que debería, pero insistió en ir a hacer las preguntas a la mansión él mismo en vez de David. Después de todo, podía armar el informe de tal manera que no hubiera ninguna conexión reciente entre Malfoy y Zabini.

El brazo de David lo detuvo antes de que pisara la sabana blanca que se extendía sobre una mancha roja ya seca. La nieve parecía querer alejarse del grotesco espectáculo que se desarrollaba debajo de ella, pero no se decidía a huir. El viento soplaba más fuerte, y una esquina de la tela se levantó, descubriendo una mano amoratada y llena de manchas secas de sangre. Una mano delgada y pálida, de dedos largos y muertos.

- Apenas llegamos las dos personas desaparecieron – murmuró David, abriéndose paso entre los magos que cercaban el cuerpo.

- ¿Puedo…? – preguntó Harry señalando la sabana

- Si tienes el estómago para hacerlo – respondió David con una mueca de disgusto -. Sabemos que cayó boca abajo al morir, pero una de las personas que salió del local le dio la vuelta. Es bastante desagradable.

Harry tomó una gran bocanada de aire y cogió dos esquinas de la tela. La dobló sobre lo que sería el pecho de la victima. El rostro de Zabini aún parecía estar lleno de dolor, como si la agonía que lo llevó a la muerte lo persiguiera aun después de esta. Se notaba que una mano había tratado de limpiar la sangre que había salido de su cuerpo, pues marcas de dedos se delineaban en sus mejillas y su frente, estirando la sangre y disimulándola contra la pálida piel. Sus labios se habían vuelto morados, y el color que antes le daba vida a su rostro se había esfumado completamente.

Aun así, no pudo dejar de pensar que la frialdad de su rostro le daba cierta belleza muerta, cierto atractivo etéreo, como si su rostro pudiera congelarse en ese momento y convertirse en aquellos cuadros inmortales de seres pálidos de manos largas y dedos delgados.

El cabello rojizo se mezclaba con la sangre sin dejar mucha diferencia entre las tonalidades. Le habían cerrado los ojos, apagando para siempre la mirada castaña que tanto había expresado hacia menos de unas horas.

- Como te dije, los mortífagos solo le dieron dos golpes… que no fueron fatales. El problema fue el hechizo. Le reventaron los órganos. Esto era un desastre cuando llegamos. Todo estaba cubierto de sangre.

- Seguro que la autopsia va a ser peor.

- No creo que hagan una – contestó David inmediatamente, cambiando su peso de pie en pie con una mano sobre su boca, ocultando la mueca de disgusto que portaba en el rostro -. Sabemos cómo murió. Probablemente lo lleven a la morgue y lo entierren en un cementerio común, si es que no lo regresan para que descanse en Azkaban hasta el fin de sus días.

A Harry esto le pareció un poco cruel, pero no lo discutió. Si Snape sabía de la muerte de su alumno, movería cielo y tierra para lograr el permiso de enterrarlo en un lugar más decente que un cementerio común. Hasta Azkaban era mejor opción que aquellas fosas olvidadas de esqueletos anónimos y tejidos sin nombre.

Con un suspiro, acercó su mano al rostro del Slytherin. Por un segundo, le pareció sentir su aliento chocar contra su palma, pero luego se dio cuenta que era solo una ilusión del viento contra su piel. Se mordió el labio pensando cómo nunca había podido notar la triste belleza que cubría aquel cuerpo, ahora desnudo del denso misterio que parecía flotar perpetuamente sobre él. Y no era la primera vez que le pasaba. Harry tenía algo en ver la hermosura de las cosas cuando morían. Tenía una idea extraña sobre la forma en la que el alma las abandonaba, y pensaba que cuando solo quedaba la cáscara se producía la cúspide de la belleza corporal.

Bajó la mirada y sonrió con tristeza. Luego tomó la sábana blanca, ahora manchada de rojo, y la colocó nuevamente sobre el rostro del muchacho. Se paró, dio la vuelta, y encaró a David.

- Tenemos una visita que hacer.

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Chapter Summary: (20 de Marzo) Donde Draco está enojado con Snape, Snape tiene una cita en Hogmeade y Harry siente una extraña fascinación por la belleza muerta.

GaB

Modificado el Viernes 07 de Octubre, 2005

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